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Derecho a las garantías judiciales y al debido proceso Titulo

Kronawetter Zarza, Alfredo Enrique - Autor/a; Autor(es)


Derechos humanos en Paraguay 2003 En:
Asunción Lugar
CODEHUPY, Coordinadora de Derechos Humanos del Paraguay Editorial/Editor
2003 Fecha
Colección
Sistema judicial; Derechos humanos; Derecho penal; Poder Judicial; Víctimas; Temas
Paraguay;
Capítulo de Libro Tipo de documento
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/Paraguay/cde/20121001030517/garantias2003.pdf URL
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Derecho a las garantías judiciales
y al debido proceso
Alfredo Enrique Kronawetter Zarza
Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales
(INECIP - PARAGUAY)

Derecho a las Garantías Judiciales y al Debido Proceso


Desde el año 2002, y con mayor fuerza desde principios del 2003,
han aparecido desafíos con relación a la vigencia del nuevo Código
Procesal Penal provenientes de algunos sectores de la opinión públi-

DERECHOS HUMANOS • 2003 • PARAGUAY


ca que sindican a la supuesta benignidad de las normas de dicho
código como responsable del crecimiento alarmante de la criminali-
dad y a la percepción de inseguridad ciudadana.

LAS GARANTÍAS JUDICIALES Y EL DEBIDO PROCESO PENAL


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El ejercicio del poder punitivo estatal debe subordinarse a una serie de pautas pre-
vias (juicio previo y garantías adecuadas para la realización de un debido proceso)
que la Constitución Nacional, el Código Penal y el Código Procesal Penal regulan de
un modo amplio.
Conforme al catálogo formulado en la Constitución Nacional –artículos 11, 12, 13,
14, 16, 17, 18, 19 y 20-, toda persona contra la cual pudiera dictarse pena o san-
ción, en cualquier proceso, tendrá derecho a ser juzgada por tribunales competen-
tes, imparciales e independientes designados con anterioridad al hecho juzgado,
que la sentencia condenatoria que se dicte sobrevenga de un juicio previo cuyo
procedimiento se funde en una ley anterior y en el cual prevalezcan ciertas garantías:
• que se presuma su inocencia;
• que el juicio sea oral y público;
• que no se le juzgue dos veces por el mismo hecho y por las mismas causas;
• que la privación de libertad durante la tramitación del proceso (detención
preventiva y prisión preventiva) se decrete solamente cuando no existan otros
medios que mitiguen la restricción de la libertad locomotiva;
• que no se le apliquen retroactivamente las leyes penales, salvo cuando sean
favorables al imputado o condenado;
• que cuente con un abogado defensor de su elección o, en su defecto, que el
Estado le provea uno en forma gratuita;
• que no se le obligue a prestar declaración contra su persona, la de su cónyuge
o parientes en segundo grado de afinidad y cuarto por consanguinidad;
• que pueda ofrecer, controlar e impugnar pruebas durante todo el procedimiento;
• que si no existe certeza en la acusación, corresponda su absolución por la
persistencia de una duda razonable;
• que el proceso y la prisión preventiva no duren más del plazo máximo estable-
cido en la ley;
• que las sanciones dictadas, tras el cumplimiento cabal de las pautas antes
señaladas, se ajusten a la reprochabilidad del acto concretamente probado en
el proceso, prescindiéndose de criterios subjetivos o de las condiciones parti-
culares del imputado para aumentar o agravar las sanciones que legalmente
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puedan corresponderle, y;
Derecho a la protección judicial

• el derecho de recurrir que tiene el imputado contra las resoluciones que le


causan un agravio, con un criterio amplio que el Pacto de San José de Costa
Rica en su artículo 8.2.h) expresamente le reconoce.
En cuanto a la organización judicial que la Constitución establece para la realización
de un proceso con las garantías mínimas antes señaladas, el modelo de enjuicia-
miento oral y público establece una división de funciones bien precisa: por un lado,
el Ministerio Público, titular del ejercicio de la acción penal pública y de la protec-
ción de los intereses sociales, colectivos o difusos y de la víctima del delito, y por el
72 otro, la prohibición de que los jueces realicen actos de acusación o de investigación
de los delitos, con la finalidad de preservar su imparcialidad, ya que su labor central
es la de juzgar los hechos al momento de dictar sentencia definitiva.

SITUACIÓN QUE SE PRESENTA RESPECTO AL CUMPLIMIENTO


EFECTIVO DE LAS GARANTÍAS JUDICIALES Y EL DEBIDO PROCESO
PENAL
Durante gran parte del año 2002 y principios del 2003, se tenían dos desafíos tras-
cendentales con relación a la vigencia desde hace casi tres años del nuevo Código
Procesal Penal, principalmente porque contra este instrumento se levantan sectores
de la opinión pública (formada por los medios de comunicación) y sindican a la
supuesta benignidad de sus normas frente al crecimiento alarmante de la criminali-
dad y a la percepción de inseguridad ciudadana.
Por una parte, las garantías del debido proceso, que no son más que reglamentacio-
nes de la propia Constitución Nacional, se consideran como la principal causa de
supuesto amparo que se confieren a los delincuentes (recuérdese que son personas
imputadas que gozan de la “presunción” de inocencia). Y por la otra la persistencia
de una cultura de “impunidad” que las leyes penales no pueden neutralizar, con lo
cual se percibe –desde una perspectiva interesada–, la necesidad de endurecer las
legislaciones, principalmente en lo referente a la utilización de la prisión preventiva
como pena anticipada (existen proyectos de leyes que persiguen que los imputados
por hechos punibles contra la propiedad, la vida, la integridad física, no se benefi-
cien con las “medidas alternativas o sustitutivas a la prisión preventiva”, así como
proyectos de leyes que aumentan las sanciones en delitos como el secuestro, el robo
agravado, etc.), la prohibición que el/la imputado/a ejerza sus derechos de impug-
nación de pruebas y la posibilidad de conferir mayores potestades a la Policía Nacio-
nal en su “combate frontal a la delincuencia”.
Con un escenario bastante desfavorable para la protección de las garantías judiciales del

Derecho a las Garantías Judiciales y al Debido Proceso


debido proceso penal, la “presunción de inocencia” y el “juicio previo” son los derechos
del imputado/a que mayores desvirtuaciones soportaron en este período.
Datos proporcionados por la Oficina de Seguimiento y Evaluación (OSI) de la Corte
Suprema de Justicia (CSJ), revelan un crecimiento alarmante de los decretos de

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prisiones preventivas sobre la base de la gravedad del hecho, cuando dicha circuns-
tancia, por sí sola, no es suficiente para justificar una restricción de la liberad du-
rante el proceso. En efecto, de 300 casos consignados en 6 Juzgados Penales de
Garantías en la Capital, en 236 casos se aplicó la restricción de libertad y en los
restantes medidas alternativas o sustitutivas consistentes en la prohibición al imputa-
do/a para salir del país, prisión domiciliaria y el otorgamiento de una fianza real o
personal (consistente en bienes muebles o inmuebles, sumas de dinero, etc.), por lo
que el porcentaje de restricciones de libertad (prisiones domiciliaras como sustitutivas
a la prisión preventiva) es mayor que el consignado precedentemente.
Si a esto se suma que las cauciones reales o personales (disponibilidad de bienes del 73
imputado o de un tercero garante) son de cumplimiento imposible para los imputa-
dos de escasos recursos –que conforman la población penitenciaria aproximada-
mente en el 87% del total de reclusos–, la realidad de la distorsión de la aplicación
de la prisión preventiva es que las personas que no disponen de bienes prácticamen-
te son sujetos de la prisión preventiva como pena anticipada, vulnerándose los artí-
culos 17.1 y 19 de la Constitución Nacional.
Especial importancia merece el régimen de las medidas “alternativas” o “sustitutivas”
a la prisión preventiva, ya que muchas resoluciones dictadas por algunos jueces y
tribunales conllevan serias sospechas que la confieren fuera de los presupuestos
que habilitarían su concesión. Estos casos, que aparentemente denotan hechos de
corrupción en cuanto al accionar de los magistrados, forman una opinión errónea
pero fuerte de sectores de la prensa y de la sociedad, para reputar que dichas institu-
ciones que garantizan la presunción de inocencia durante el trámite del proceso consti-
tuyen “per se”, un aliciente para la impunidad, cuando que los imputados de escasos
recursos siguen soportando los mismos padecimientos en cárceles más hacinadas, me-
nos confortables y con altas probabilidades de una degeneración antes que una readap-
tación a una vida futura sin delinquir (artículo 20 de la Constitución Nacional).
El derecho que tiene el imputado/a de contar con un abogado defensor de su elec-
ción o uno que le provea gratuitamente el Estado también se distorsiona en la reali-
dad judicial; el Código Procesal Penal establece que toda persona contra la cual se
formula una denuncia o es objeto de una investigación, podrá ejercer sus derechos
procesales –en especial, el de contar con un defensor técnico– a más tardar luego
de las seis horas de iniciada la investigación fiscal.
En los hechos resulta inaplicable la mayoría de las veces porque los propios fiscales
obvian tal comunicación para que se opere la garantía antes señalada o, en su caso,
cumpliéndola desconocen el ejercicio de la defensa del imputado, alegando que
mientras no formulen la imputación formal contra los prevenidos, no es necesaria la
asistencia del defensor. Sin embargo, dicha imputación la formulan en el 60% de los
casos (fuentes proveídas por la Corte Suprema de Justicia), con bastante posteriori-
dad al inicio mismo de la investigación. A pesar de no contar con fuentes fidedignas
de datos, salvo los casos de flagrancia, el Ministerio Público tarda entre quince días
a dos meses para formular el Acta de Imputación, por lo que el imputado queda sin
control de la investigación preliminar durante ese lapso importante.
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Derecho a la protección judicial

Si bien algunos defensores plantearon las nulidades de los actos de investigación


realizados en dicho lapso –cuando el imputado se considera como tal por las previ-
siones del artículo 6 del CPP-, los Tribunales de Apelaciones en lo Penal y la Sala
Penal de la Corte Suprema de Justicia sostuvieron que siendo la investigación fiscal
una serie de actos carentes de repercusión jurisdiccional (salvo los casos de
allanamientos, anticipos jurisdiccionales de prueba o medidas cautelares), los mis-
mos no son susceptibles de nulidad, lo que produce la convalidación de tales activi-
dades, con grave afectación de los derechos del imputado.
74 En el 90% de los casos (datos proporcionados por Corte Suprema de Justicia) los
imputados, reciben la asistencia de defensores públicos, circunstancia que produce
una notoria distorsión en los hechos, ya que existe un alto grado de corporativismo
entre aquellos fiscales o jueces, por lo que se puede colegir que la defensa pública –
a más de la carencia de recursos y autonomía funcional– resulta insuficiente para
enfrentar la coyuntura de por sí ya desfavorable que soportan los imputados de
escasos recursos (normalmente, estos defensores obvian reclamar las inobservancias
procesales). Esta distorsión operativa resulta ineficaz para señalar que se haya veri-
ficado un mejoramiento del sistema de la defensa pública en este contexto, con
algunas excepciones fundadas en la buena predisposición de ciertos defensores pú-
blicos, lo que constituye un elemento irrelevante para obtener una percepción aca-
bada acerca de su eficiencia en el marco de las garantías de la defensa en juicio.
En lo que se refiere a la declaración indagatoria del imputado, conviene advertir que
lastimosamente, y a pesar de constituir el acto principal de la estrategia de defensa,
no se cumple con las formalidades y seguridades que señalan los preceptos constitu-
cionales y procesales. Las normas señalan que éstas no son un medio de prueba,
pero sí un elemento de descargo que el fiscal debe analizar objetivamente para de-
terminar si existen elementos fundados o no para acusar, aspecto que en la práctica
es desatendido cuando existen contradicciones entre ambas posiciones.; Así, se pue-
de inferir que la Fiscalía no le otorga suficiente trascendencia, con lo cual las posibi-
lidades del imputado de colaborar en la investigación o de estructurar una respuesta
conveniente a la imputación son insuficientes, lo que llevado al campo de que el
imputado asistido por un defensor público carece de suficientes recursos, produce
que su posición en el proceso sea altamente vulnerable.
Una práctica observada por un estudio del Instituto de Estudios Comparados en
Ciencias Penales y Sociales (INECIP - PARAGUAY) en el año 2001, es que si bien el
Código Procesal Penal excluye la posibilidad de que el imputado preste declaración
en sede policial, bajo pena de nulidad, se pudo constatar que en varios juicios orales
y públicos, cuando concurren policías o personal afectado a la Policía Nacional en
materia de prevención de delitos, declararon a los tribunales que gran parte de sus

Derecho a las Garantías Judiciales y al Debido Proceso


informaciones la adquirieron por vía de la manifestación “espontánea” de los impu-
tados sobre el lugar donde se encontraban o donde escondieron ciertas evidencias
del ilícito. Es más, muchos “partes policiales” –figura que si bien no es la adecuada,
todavía pervive en la práctica de investigación preventivo - policial–, destacan la
confesión del imputado/a en sede policial sin la presencia o advertencia de un de-

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fensor o familiar que pueda asesorar al prevenido, extremo que fue valorado por los
tribunales de sentencia para condenar a los imputados, con clara violación de las
reglas que prohíben la valoración de medios expresamente prohibidos como el apun-
tado.
En cuanto a la situación de la víctima, merece destacarse que hubo un aumento
importante de casos en los cuales el/la damnificado/a o perjudicado/a por el delito
obtuvo la reparación del daño particular, principalmente cuando la víctima asume el
rol de querellante particular, aspecto que permite obtener dos elementos trascen-
dentes:
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a) que se sigue utilizando el mecanismo de las querellas con fines exclusivamente de
resarcimiento económico, y;
b) por ende, las víctimas de escasos recursos no disponen de la suficiente ayuda
o asistencia jurídica para lograr conciliaciones, propugnadas desde el Ministerio
Público, lo que permite inferir una situación desventajosa para obtener una rápida
satisfacción de sus reclamos, principalmente cuando carecen de recursos para
obtener asesoramiento de un letrado o proponer querella criminal.
Otro aspecto vinculado a la víctima es el relacionado con la ejecución de las senten-
cias condenatorias que la misma proponga –con la posibilidad que la ejerza el Mi-
nisterio Público, cuando se trate de personas de escasos recursos–, del relevamiento
de datos incompletos obtenidos en la circunscripción de Asunción y del Área Metro-
politana, se tiene que un porcentual reducido de víctimas (apenas un tres por ciento
(3 %) del total de las causas culminadas por sentencia condenatoria), promovieron
la ejecución de la sentencia ante el mismo juez o tribunal que dictó la sentencia, con
lo cual se puede inferir que la víctima todavía sigue desconociendo sus derechos en el
proceso penal, fundamentalmente porque no se visualiza una mayor carga de insumos a
las dependencias encargadas de potenciar su rol en las causas penales.
Finalmente, en cuanto a la garantía del imputado de contar con medios y recursos
que optimicen su defensa, así como que el Estado resuelva su situación en un plazo
razonable que se regula en el artículo 136 del Código Procesal Penal, la situación es
bastante deficitaria respecto a los mandatos constitucionales e internacionales de
derechos humanos.
Por un lado, la etapa que permitirá la realización del juicio oral y público se denomi-
na “intermedia”, momento que permite depurar los actos irregulares o que están
viciados de nulidad absoluta (allanamientos sin orden precisa, secuestro de eviden-
cias que carecen de sustento jurídico, acusaciones sin la debida comunicación de la
imputación al afectado, etc.), actividad que tendrían que desarrollar activamente los
jueces penales de garantías. Sin embargo, dicho temperamento no se verifica en la
práctica porque los magistrados son renuentes a intervenir en el sentido de rechazar
planteamientos de la Fiscalía o de la acusación particular que carezcan del suficiente
respaldo legal, lo que conspira con el principio de “presunción de inocencia” e
“igualdad de oportunidades procesales”.
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Asimismo, se produce una distorsión en el cumplimiento de los plazos para la reali-


Derecho a la protección judicial

zación de las audiencias preliminares, con lo cual se produce una doble sensación
negativa para los justiciables y la sociedad en general: por una parte, la demora que
afecta notoriamente la vida del imputado que todavía no puede obtener una resolu-
ción definitiva en un plazo razonable y, por la otra, los casos emblemáticos que se
extinguieron a los tres años con la consecuente carga de impunidad e inseguridad
jurídica que la sociedad percibe y culpa al Poder Judicial.
En la actualidad –siempre ciñéndonos a la información proporcionada por la Corte
Suprema de Justicia– existen más de 900 procesos penales pendientes de audiencia
76 preliminar y, por ende, sin posibilidades de desarrollar el juicio oral y público, que
es la garantía central del proceso penal. Si a esto añadimos que la mayoría de los
procesos señalados tienen una demora en término medio del año y medio, es alta-
mente probable que se operen “extinciones”, en casos emblemáticos, mientras que
los procesos con imputados de escasos recursos sigan esperando un juicio previo
como lo exige la Constitución Nacional, con el agravante de que en su gran mayoría
están privados de libertad en forma preventiva.

RECOMENDACIONES
Del cotejo de datos –que no son definitivos, pero que sirven para tener un panorama
más o menos ponderable para proponer y recomendar medidas atinadas–, con el
esquema de garantías del debido proceso diseñado en la Constitución y en los con-
venios y pactos internacionales de derechos humanos, se pueden puntualizar las
siguientes recomendaciones que permitirían un mejoramiento de las distorsiones
observadas entre el sistema legal y la realidad judicial.
Al Poder Judicial, en general:
• implementar una oficina central de datos y estadísticas con el pertinente segui-
miento de los procesos penales, fundamentalmente en cuanto al cumplimien-
to de las garantías judiciales o, en su caso, visualizando los obstáculos que
impiden la optimización de los mandatos constitucionales;
• la necesidad de que las fuentes de datos que organicen los distintos estamentos
que están involucrados en la administración de justicia penal actúen en forma
coordinada y recíproca;
• proponer un proyecto de ley que organice con autonomía y autarquía el Minis-
terio de la Defensa Pública, para lo cual la Corte Suprema de Justicia podría
usufructuar su potestad de iniciativa legislativa;

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• en igual sentido, que la Corte Suprema de Justicia intervenga activamente en
las propuestas de reformas parciales que tuvieran entrada formal en el Con-
greso Nacional, principalmente en la defensa de ciertas instituciones procesa-
les vinculadas al diseño internacional de los derechos humanos

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(excepcionalidad de la prisión preventiva, evitación de límites formales para
la concesión de medidas que permitan la libertad del imputado durante la
tramitación del proceso, plantear la inclusión de la acción popular en hechos
punibles vinculados a la violación de derechos humanos esenciales y contra el
erario, la defensa de un plazo expresamente establecido en las leyes procesa-
les para la culminación de los procesos penales y ampliar la participación
ciudadana en procesos penales de menor relevancia como la inclusión de
jurados a los efectos de dotar de mayor transparencia a la labor de la adminis-
tración de justicia);
• mientras no se cuente con una Ley Orgánica de la Defensa Pública, disponer 77
de medidas para que su organización cuente con mecanismos más selectivos de
gestión de sus operadores y conferirle una mejor dotación administrativa concor-
dante con las responsabilidades que el Código Penal y Procesal Penal le asignan; y
• reestructurar el sistema de implementación de la etapa intermedia para evitar
las dilaciones innecesarias, sancionando a los jueces y funcionarios que reite-
radamente incumplen con los plazos procesales, ya que tales demoras van en
directo perjuicio de los imputados de escasos recursos.
Al Ministerio Público:
• dictar resoluciones, dentro de las competencias asignadas a la Fiscalía Gene-
ral del Estado por su Ley Orgánica, que prohíban que los imputados no cuen-
ten con la información necesaria para proveerse de abogados defensores en la
forma señalada por el artículo 6 del Código Procesal Penal;
• aplicar sanciones a los funcionarios fiscales que incumplen con ciertas prohi-
biciones expresas en el Código Procesal Penal: formular acusaciones sin fun-
damento, solicitar la aplicación de medidas cautelares en forma infundada,
convalidar diligencias de investigación sin la presencia efectiva de un defensor,
o cuanto menos con el expreso conocimiento por parte del imputado, de que
tiene el derecho de optar con un abogado de su confianza y solicitar las revi-
siones de medidas cautelares, cuando se hayan disipado los motivos para una
privación de libertad;
• otorgar especial cuidado a las víctimas, principalmente las que carecen de
recursos o de suficiente preparación para entender los alcances de la investi-
gación que desarrollan los agentes fiscales;
• derogar las recomendaciones o resoluciones que se opongan a los fundamen-
tos y naturaleza de las medidas cautelares de orden personal, como lo prevén
los estándares constitucionales, el Código Procesal Penal y el derecho interna-
cional vigente;
• evaluar periódicamente los casos para evitar trastornos que conspiren en el
buen cumplimiento de las garantías del debido proceso;
• implementar de “modelos de despachos fiscales” para optimizar las labores
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de los fiscales e incurrir en superposición de tareas que conspiran contra el


Derecho a la protección judicial

buen funcionamiento del representante de los intereses sociales; y,


• dotar de mayor participación y protagonismo a la Dirección u Oficina de Derechos
Humanos en el control del estricto cumplimiento de las garantías del debido pro-
ceso, así como la de permitir que dicha instancia provea información confiable a
las organizaciones de derechos humanos y a la ciudadanía en general.

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