Futuro Prometido - Pilar Dughi PDF
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el primero le repitió el canto de Aboul Sakl, el célebre poeta persa: Futuro prometido
«Antes de que los dioses hubieran construido la bóveda de cristal
del firmamento, cuando todavía reposaba yo en la nada, ya los dioses
habían escrito nuestros nombres uno al lado del otro». A lo que Lope,
volviendo su mirada hacia la profunda quietud, evocó con bondad a
Roudaghi, el poeta ciego: «Si, como el fuego, el dolor echara humo, el
mundo estaría eternamente en la noche. Ambos descendieron juntos
a las últimas sombras».
Victoria seguía siendo una niña que creía que mamá lo resolvería Esa noche comieron una sopa de fideos y una taza de té. Ya no más
todo. ¿Acaso ella cuando era joven era así de irresponsable? Claro que provisiones. Al día siguiente, muy temprano, fue a visitar a una colega
a esa edad no se pensaba en el futuro ni en el alquiler de la casa. que vivía cerca del barrio. Sin preámbulos le pidió dinero prestado.
Una tarde, madre e hija fueron a comprar velas a la tienda de la — No tengo, Herminia. De veras, mi padre está hospitalizado y
esquina. El dueño era un provinciano de Huancayo, de unos sesenta estoy gastando mucho.
años, rollizo, que siempre andaba con la camisa remangada en los bra- — Estoy desesperada. ¿Sabes a quién puedo pedirle?
zos y solía beber cerveza con los vecinos en un costado del mostrador. — Parece que este mes nos van a dar un aumento. Solo por única
—Qué guapa está su hija, señora Herminia —había dicho. Y Vic- vez. Lo ha dicho el ministro.
toria se había reído del halago. — ¿Dónde lo has leído?
El hombre permitía que los clientes tuvieran cuenta con él. Du- — Me lo dijo una colega.
rante el mes, Herminia sacaba provisiones y firmaba en un cuaderni- — Pero puede ser mentira.
to. A fin de mes pagaba. No pocas veces él le había ampliado el plazo
—No creo, lo he escuchado antes.
del pago. En general, era bastante considerado con los vecinos.
—¿Pero dónde? ¿Quién?
—¿No dicen siempre que te van a dar un aumento? A lo mejor — Claro —dijo él—, pero yo estoy enamorado de su hija.
ahora es verdad. No le gustó la cara que puso el tendero. La miraba de reojo. ¿Qué
—Eso nunca ocurre. pretendía aquel hombre? Aquello le pareció una vejación.
— Pídele prestado a alguien. — Esto es un chantaje —dijo ella con el rostro enrojecido.
Herminia sintió de pronto un nudo en la garganta. Estaba aver- — He venido por una ayuda. Si algún día estuviera usted enfermo
gonzada. y no tuviera quién lo cuidara, nosotras podríamos auxiliarlo. Así es la
amistad, la gente se apoya.
—No me parece.
— Piénselo, doña Herminia. Le repito, no soy hombre de malas
— Mamá, a él le encanta decir que tiene dinero.
intenciones.
Aquella noche Herminia no pudo dormir. Seguro que don Héctor
No contestó porque estaba furiosa. Salió rápidamente del negocio
le prestaba el dinero, pero tenía miedo de lo que podría pasar después.
pensando que había cometido un tremendo error. Era como todos
Aunque, mirándolo bien, no tenía por qué pasar nada. Ella le devol-
los hombres. Un interesado. Había estado cortejando a su hija con
vería el dinero poco a poco. Tal vez ahora que Victoria terminaba el
unas miserables latas de comida. Y lo peor de todo es que Herminia
colegio podría conseguir un empleo. Cada vez que el apremio llegaba
se había prestado a ello. Podía ser su abuelo. ¿Por qué un hombre tan
a un extremo, pensaba en atender el problema sin preocuparse del
mayor buscaba a una mujer tan joven? Aquello a ella le parecía una
futuro. Era la única manera en que habitualmente lograba afrontar
conducta vergonzosa. Que Victoria le agradeciera solo podía signifi-
las cosas. Así lo hizo en el pasado y había tenido suerte.
car un arreglo amoroso de consecuencias impredecibles. Él no había
En la mañana siguiente se levantó de madrugada y fue a primera
hablado de matrimonio en ningún momento. Y eso estaba muy claro.
hora a la bodega. No se sentía nerviosa porque no le parecía humi-
La cabeza le daba vueltas. Tal vez su primo podría prestarle dinero.
llante hacer el pedido. Después de todo el hombre tenía dinero y se-
Pero recordó amargamente que una vez que recurrió a él, este le con-
guro solía prestar a sus amigos. Don Héctor se acercó amablemente a
testó enfadado que sería la última oportunidad. Ella se había mordido
ella. Herminia le explicó lo del abogado. Tal vez él tuviera algún co-
los labios y recibió los billetes sin poder levantar la vista. No hubo ge-
nocido, alguien que pudiese ayudarla. Don Héctor se quedó pensativo.
nerosidad ni compasión en aquel hombre. Al llegar a la casa se encon-
— Puede ser —le contestó. tró con Victoria recostada en el sofá de la sala, leyendo unas revistas.
—Le estaré muy agradecida —dijo ella. —Ya has terminado el colegio —le dijo—, hace dos meses que
—Me gustaría que Victoria me lo agradeciera alguna vez. te he pedido que hables con la señora de la costura. Me dijo que si le
Herminia se sintió de pronto ofendida. ayudabas, te podías ganar algo de dinero.