Civilizados y Barbaros

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Nueva Sociedad Nº 177 / Enero-Febrero 2002

Los civilizados y los bárbaros


Edgardo Lander

Los debates públicos posteriores al 11 de septiembre de 2001


muestran cómo los dispositivos clasificatorios coloniales
preservan su eficacia operativa. Se ejerce un monopolio
discursivo que distribuye valores y argumentos de
convalidación y condena. Una de las consecuencias de la
experiencia colonial es la interiorización, por parte de los
dominados, de la inferioridad donde los pone el discurso
dominante.

Todo acto de terrorismo realizado en contra de civiles inocentes es un atentado


brutal contra la vida y la dignidad humana. Aun en los casos en los cuales éste sea
realizado en nombre de los dominados y los oprimidos, es una imposición no
democrática que trae como consecuencia el sometimiento de los oprimidos a
nuevas formas de violencia y subordinación, frenando el desarrollo de sus luchas.
Habría que preguntarse, sin embargo, si la indignación moral que recorrió al
mundo ante los atroces acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 fue
formulada desde una plataforma ética universalista de rechazo a toda violencia
terrorista, en defensa, por igual, de la dignidad y la vida de todos los seres
humanos. Lamentablemente no ha sido así. Es comprensible y está desde luego
más que plenamente justificado que se produzca una profunda, sentida y
generalizada indignación ante la matanza de miles de hombres, mujeres y niños.
Sin embargo, cabe interrogarse por qué no se produce una reacción moral similar
con otros muertos y otras expresiones tanto coyunturales como más cotidianas del
sufrimiento humano en otras partes del mundo. ¿Será que hay unos lugares
ocupados por seres humanos superiores que no es concebible matar, mientras hay
otros inferiores susceptibles de dicha suerte? En las versiones más ampliamente
divulgadas por los medios, esta indignación moral ha sido construida desde un
lugar privilegiado de enunciación de sentido que expresa la continuidad básica del
contenido racista y colonial que ha caracterizado al conocimiento eurocéntrico a lo
largo de los últimos cinco siglos.
Nueva Sociedad Nº 177 / Enero-Febrero 2002

Una dimensión constitutiva medular de este régimen de saberes es el sistema


global de clasificación racial que sistemáticamente, y por todas las vías posibles, ha
establecido la superioridad de unos seres humanos (blancos, civilizados,
occidentales, desarrollados), y la inferioridad de otros (negros, indios, orientales,
salvajes, primitivos, tradicionales, subdesarrollados). Si algo resulta notorio en los
debates públicos posteriores al 11 de septiembre ha sido la medida en la cual estos
dispositivos clasificatorios coloniales preservan su eficacia operativa. Hay tres
aspectos centrales de las relaciones entre saber y poder que atraviesan explícita o
implícitamente el imaginario global de la guerra contra el terrorismo que merecen
especial atención.

En primer lugar, se confirma que los medios de comunicación globales se han


convertido en los lugares desde los cuales se construye toda realidad significativa. Lo
que no pasa por las pantallas de la televisión global –especialmente CNN– no
ocurre, no importa, no forma parte de la realidad, no entra a alimentar nuestra
memoria. No se trata de una elaboración ingenua de la realidad: está condicionada
por las experiencias de vida e intereses de las minorías metropolitanas y de los
centros del poder político y económico global. La mayoría de los acontecimientos
humanos son meros hechos «locales» que, como tales, no entran en la historia ni en
la conciencia global. Otros acontecimientos, igualmente locales, pero que se
producen en otros sitios (considerados más importantes) son transformados en
hechos globales. No se experimenta el mundo de la misma manera desde los
campamentos de refugiados palestinos que desde los restaurantes de Manhattan y
las oficinas de The New York Times.

En segundo lugar, en el conocimiento que se produce desde el poder continúa


siendo medular la construcción racial jerárquica de los seres humanos. No todos
los seres humanos parecen ser igualmente humanos. Hay unos que valen mucho, y
otros que valen poco o nada. Hay habitantes del Sur (como los indígenas
guatemaltecos, o campesinos africanos o del sur de Asia) que pueden morir por
millones, por causas fácilmente evitables, o incluso como consecuencia directa de
acciones de los centros mundiales de poder, y sin embargo ese sufrimiento
humano es anónimo, gente sin cara, sin nombre, sin familia, sin historia; cuando
más, estadísticas que cuentan cosas, no a seres humanos. No parecen haber
merecido el estatuto de humanos los 500.000 niños que se calcula han muerto en
Irak como consecuencia del bloqueo de los «aliados».
Nueva Sociedad Nº 177 / Enero-Febrero 2002

Una de las consecuencias más perversas y devastadoras de la experiencia colonial


es la interiorización por los dominados de la inferioridad en que los ubica el
discurso dominante. Es éste el dispositivo que opera cuando en América Latina se
produce una indignación (plenamente justificada) por la masacre ocurrida en el
Norte, que contrasta fuertemente con la indiferencia con la cual se reacciona ante
las muertes y sufrimiento humano ocurridas en los propios territorios,
especialmente si se trata de poblaciones indígenas o pobres.

El valor otorgado a los seres humanos depende no solo de su lugar en el régimen


clasificatorio colonial, sino igualmente de su circunstancial ubicación geopolítica.
Los kurdos pueden ser catalogados como seres humanos cuya dignidad tiene que
ser protegida si son víctimas de Sadam Hussein. La misma población kurda
desaparece por completo del radar de la preocupación humanitaria cuando son
víctimas del genocidio llevado a cabo por un régimen de la OTAN como el
gobierno de Turquía1. Cuando Silvio Berlusconi, primer ministro italiano, afirma
que la civilización occidental es superior al islam, y el presidente Bush caracteriza
la guerra como una cruzada –con sus inevitables referencias a una confrontación
global entre cristianos e infieles– solo cometen la indiscreción de decir públicamente
lo que constituye el supuesto básico de todo el imaginario de la llamada guerra
contra el terrorismo: la oposición maniquea entre civilización y barbarie, entre el bien
y el mal, entre los superiores seres humanos de Occidente y los otros.

Una tercera dimensión del actual monopolio de la producción de sentido se refiere


a la complicidad básica e inevitable del lenguaje en la construcción y el ejercicio del
poder, esto es, la dimensión semántica de la guerra global. El significado de las
palabras, de los conceptos, incluso de las categorías morales del bien y el mal
depende del lugar desde el cual éstas son enunciadas. La nueva lengua tan
agudamente caracterizada por George Orwell, ya hace más de medio siglo, es una
dimensión constitutiva del ejercicio del poder global contemporáneo.

El uso que se hace de los conceptos de fundamentalismo y terrorismo en el debate


internacional es, en este sentido, particularmente ilustrativo. El fundamentalismo,
con toda su carga de negatividad, se refiere siempre a otros, actualmente al
fundamentalismo en el islam. Por ello la derecha religiosa norteamericana, a pesar
de su profunda intolerancia, no es incluida en la categoría fundamentalista.

1
En apoyo a esta guerra contra los «terroristas» kurdos el gobierno de Turquía se convirtió en el tercer
receptor de armas estadounidenses, después de Israel y Egipto. Noam Chomsky: «Injusticia infinita: la
nueva guerra contra el terror» en La Jornada, 7/11/01, México.
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Tampoco la pretensión vaticana de imponer en forma universal su moral sexual


que, negando el acceso a la educación sexual y a los derechos reproductivos de la
mujer, aunque ello contribuya a la miseria de millones de seres humanos y a la
propagación del sida, podría ser catalogada de fundamentalista. Carece de sentido,
desde esta perspectiva catalogar de fundamentalista a la visión mecánica y
unilateral según la cual todas las dimensiones de la vida individual y colectiva
deben ser sometidas a la lógica inexorable del mercado –independientemente de
sus costos humanos.

El concepto de terrorismo no se refiere de modo alguno al carácter de la acción


misma (muerte de civiles inocentes producida mediante actos violentos). Está
definido estrictamente en términos de quién realiza la acción. Si es una acción
ejecutada desde el poder –el Estado de Israel– nada tiene que ver con él. Se trata en
este caso de la defensa de la libertad, del mundo libre, de la civilización, de
Occidente. Los grupos que organizan la resistencia palestina a la ocupación militar
de sus territorios son necesariamente terroristas. Las acciones de la «contra» en la
Nicaragua sandinista y del talibán contra el imperio del mal soviético en Afganistán,
son ejemplos de freedom fighters, herederos de la gloriosa gesta de la independencia
de Estados Unidos, parte de la lucha universal del bien contra el mal. Poco importa
cómo es la acción, ni cuántos muertos civiles e inocentes produce. Si, y este es el
caso de los talibanes, los mismos grupos que han sido entrenados, financiados y
armados por las agencias de seguridad de EEUU, utilizan esos mismos métodos de
lucha en contra de intereses occidentales, pasan en ese mismo instante de la
gloriosa categoría de luchadores por la libertad a la categoría execrable de
terroristas, seres quienes «por sus propias acciones se han divorciado de los
elementos que definen la civilización»2.

Desde su privilegiado lugar de enunciación, el gobierno estadounidense asume


para sí el derecho exclusivo de definir quién es o no terrorista. El etnocentrismo y
la lógica amigo/enemigo no son patrimonio exclusivo del mundo
colonial/imperial contemporáneo. Sin embargo, sus consecuencias son otras
cuando, desde la extraordinaria concentración de poder económico, político y
militar existente hoy en el planeta, se establece por primera vez en la historia un
alineamiento obligado para todos: «En esta guerra no hay lugar para la
neutralidad, o se está con nosotros o se está con el terrorismo». Todo país que no le

2
Palabras del presidente Bush en Shanghai en ocasión de la cumbre del Foro de Cooperación Económica
Asia-Pacífico (APEC), en The New York Times, 21/10/01.
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dé su apoyo expreso a EEUU se convierte en terrorista o sospechoso de fomentarlo


o cobijarlo. La guerra global contra el terrorismo es, en estas condiciones, parte de
un proceso de recolonización del mundo.

Edgardo Lander: sociólogo venezolano, investiga temas relacionados con geopolítica


del conocimiento, eurocentrismo, teoría democrática, democracia en América
Latina, ciencia, tecnología y política. Ultimo libro publicado (como editor): La
colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas,
Unesco / Clacso, Buenos Aires, 2000.
Palabras clave: eurocentrismo, hegemonía discursiva, racismo, colonialismo.

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