BIBLIOTECA ARTIGAS
COLECCION de CLASICOS URUGUAYOS
VOLUMEN 20
MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA
LA ISLA
DE LOS CANTICOS
MONTEVIDEO
1956Ministesio pp Ivstaucaiés Pipuica ¥ Paevision SociaL
BIBLIOTECA ARTIGAS
Ast. 14 de la Ley de 10 de agosto de 1950
COMISION EDITORA
CLEMENTE RUGGIA
Ministro de Instrucciéa Piiblica
Juan E. Pivet Devoro
Disector del Museo Histérico Nacional
Diomsio TriLLo Pays
Director de la Biblioteca Nacional
Juan C. GOMEZ ALZOLA
Director del Archivo General de la Naciéa
CoLncci6n pe CrAsicos URuUGUAYOS
Vol, 20
Manta EvGenia Vaz FERRETRA
LA ISLA DE LOS CANTICOSMARIA EUGENIA VAZ FERREIRA
Nacié en Montevideo el 13 de julio de 1875, hija de
Manuel Vaz Ferreira, culto comercianse portugués, y de Belén
Ribeiro, uruguaya, de ascendencia espafola y portuguesa.
No cand estudios regulares, recibiendo toda su inseruc-
ciéa de sus familiares y de maestras privadas. Bajo la direccién
de su tio, el maestro Ledn Ribeiro, adquirié serios conecimien-
tos muticales, Iegando a ser destacada pianista y autora de
estimables composiciones muy celebradas en su momento, Otro
de sus tios, Julio Freire, la inicié en el arte de la pintura, en
el cual no perseverd.
Desde su primera juventud, comenzé a escribir poesias
que recitaba en fiestas y reuniones sociales. Alganas de ellas
compuso, fue representada
‘bre de 1908, El 25 de de octubre del sito siguiente, se estrend
en la misma sala, wna nueva produccién suya titulada Los
Peregrinos. Ambas piczas permanecen atin inédiras,
En 1912 fue designada Secretaria de la Universidad de
‘Mujeres, y luego, en 1915, se le confié una citedra de litera
en instituto. Siete afios mis tarde, su estado
de salud la obligh a abandonar ambos cargos, a fines de 1922.
Ja publi-MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA
LA ISLA
DE LOS CANTICOS
Prdlogo de
ESTHER DE CACERES
MONTEVIDEO
1956LA ISLA
DE LOS CANTICOSSER Y POESIA DE
MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA
Conoci una ciudad pequefia, graciosa y feliz, ro-
deada por ancho rio y por antiguas quintas, Desde
lag orillas del Plata y desde los Arboles del Prado le
llegaban rafagas de un aire limpido y fragante. Y
una hermosa luz caracteristica marcaba la seneillez
de sus casas bajas, de sug azoteas almenadas, de sus
baleones de hierro 0 de marmol; y el blanco y negro
de aquellas grandes losas con que lucian los apacibles
patios.
Es e] Montevideo que alguna vez pintaron —con
fineza y fidelidad, cada uno segiin su modo— un
Figari, un Barradas, un Torres Garcia.
Alli la vida era tranquila y silenciosa. La buena
herencia espafiola, enriquecida con escasos y nobles
aportes de otras inmigraciones, y nutrida fundamen-
talmente con algin rasgo americano autéctono —po-
co perceptible pero presente en el caracter criollo—
daba rasgos ya dibujados a la sociedad en forma-
cién, a la cultura naciente: a un natural y sano pro-
ceso de crecimiento.
Asi, con paso cauteloso y modesto, se fundaba
el estilo de aquel sitio.
Esta vida no habia sido turbada por el progreso
técnico, ni por el cosmopolitismo, ni por la voracidad
[ VIE]mercantil y profesionalista; no le habian llegado atin
Jas causas de deformacién traidas luego por riesgos
que no fueron resistidos. sobre los que, en parte, ya
José Enrique Rodé habia advertido a Jas gentes uru-
guayas de aquel tiempo.
En ese Montevideo y en esa época aparecieron
los primerus artistas verdaderos del pais: los ya li-
berados de las precarias influencias culturales del
eoloniaje; los primeros creadores serios en que se
funda nuestra cultura y nuestro deseo de ser.
En medio de esta recordada ciudad que ya no es,
vi a Maria Eugenia Vaz Ferreira; empecé a escu-
charla y a saberle el alma. Fue en aquella Univer-
sidad de Mujeres a donde ella habia Ilegado para
ensefiar algo mas que historia o critica literaria. Su
leccién comenzaba en cuanto se la veia; su presencia
misma, sola y poderosa, y de una dignidad increible,
constituia la més inolvidable leccién que nadie puede
dar, y que ella impartia en aquella casa de estudios
como en cualquier sitio a donde llegase.
Era mujer de cara expresiva y profunda, de
mirada segura y firme; con un cefio austero y una
boca caida y dolorosa, en contraposicién con la risa
facil y de alta misica, con la vou serena y melédica;
yY con un paso suave lleno de majestad y gracia, paso
con el que Maria Eugenia vagaba dando siempre la
impresién de que se desplazaba en rara atmésfera
de suefios. Asi fue Jo extrafio de su figura, la apa-
vente contradiccién y la gracia de su figura: por un
Jado, generosa entrega a la amistad, al juego de la
conversacién, al forcejeo dulce y tremendo con otras
[ VIL]LA ISLA DE Los CANTICOS
almas; por otro Jado, vida vuelta hacia adentro, te-
naz soledad, encierro heroico en si misma.
De esta contradicci6n intensa y sorprendente
nacié sin duda algo de la leyenda de Marfa Eugenia,
considerada siempre como un ser paradojal y extra-
fio. Y si que lo era; sélo que en ella todo esto tomaba
los tonos de una calidad tan fina y auténtica, de una
libertad tan excepcional, que ese paso suave, esa voz
melédica y ese silencioso dolor de la boca caida co-
braron fuerza solemne.
Fue, pues, criatura recéndita, duefia de un de-
licado pudor y de un profundo respeto por su propia
alma,
Por eso es tan dificil hablar de su vida; y tan
arriesgado ceder a la tentacién de aceptar y divulgar
un anecdotario que puede dar tan sdlo la visién in-
completa o frivola de espectadores incapaces de per-
cibir el exacto matiz, la intencién profunda, la cali-
dad esencial de ura palabra o de un gesto, que en
ella tenian trascendencia tan honda.
Por otra parte, bueno es preferir la categoria
a Ja anécdota; y libertar, en lo posible, a los estudios
literarios y al goce de los sentidores de Arte de la
invasora y aberrante traba que la critica biografica,
como la critica de asuntos, opone al estudio y valo-
racién de las obras per se.
La verdadera imagen de Maria Eugenia Vaz
Ferreira esta en sus cantos, Y desde Ja puerta de su
libro, ya esa imagen se nos dice segin soledad y mt-
11x]MARIA EUGENLA VAZ FERREIRA
sica. ; Celebremos la adecuacién del hermoso nombre
de este libro! En él resplandecen amor de soledad
y destino de cantar que la artista tuvo en profundo
y altisimo grado. Y asi el nombre Iimpido viene a
ser como una clave de todos los versos contenidos
en la obra. y directisima clave de algunos poemas
esencialmente orientados a cantar la soledad.
Cuando apenas algunas composiciones suyas ha-
bian sido publicadas, mientras la autora se resistia
a la edicién de su libro, tales versos eran dichos con
grave voz inolvidable por Maria Eugenia Vaz Fe-
rreira. Los decia ante unas nifias asombradas, en la
pequefia aula de la Universidad de Mujeres. La clase
escolar de Literatura se habia interrumpido; la sala
habia sido amortiguada con cautela en delicada pe-
numbra; la voz de Maria Eugenia cantaba dulce-
mente. Ya estabamos solas con ella, lejos del mundo,
en un mundo nuevo de alta y pura Poesia.
Asi pudo redimir los sitios que atravesé, los se-
res que estuvieron a su lado, las cosas que tocé, Pudo
ensefiar Literatura salvando los dificiles riesgos pe-
dagégicos, creando clases vivas, en las que mostraba
para siempre la grandeza del Arte, la verdadera cara
de la Poesia; la vida moral del artista y algo dificil
de saber en estos medios: la diferencia profunda en-
tre vida intelectual y vida espiritual.
Pasando con gracia sobre la informacién 4ri-
da, sobre los esquemas de la critica académica, dio
en sus clases las claves esenciales de la experiencia
poética, sobre todo la conciencia de que la poesia es
Ja mas alta expresién del ser. Con gracia altiva, con
[x]LA ISLA DE LOS CANTICOS
libertad ejemplar, ensefié la generosa y justa afir-
macién de los grandes valores. Y pudo hacerlo por-
que poseia una seguridad y una fuerza convincen-
tes, que imponian de sibito un respeto nuevo, pro-
fundo y ennoblecedor para quienes eran capaces
de sentirlo.
El paso era suave; la voz melodiosa —jla voz
mas musical que pudimos oir!—; los ojos dulces y
tristes, como constelados; algo de seda y de silen-
cio habia en ella y a su alrededor,
Pero suavidad, miisica, dulce tristeza estaban
acompafiados de aquella fuerza y de aquella segu-
vidad, como si la categoria fundamental de su ser
fuera algo corpéreo y mantuviera en ella una ac-
titud por la que todo su ambito se transformaba
en un Reino —en un seguro Reino del alma. Algo
de seda y de silencio; algo de materna ternura sua-
vizaba a estos grandes resplandores y a la solem-
nidad singular de eu presencia.
En ese Reino del alma, grandes, acrisoladas vir-
tudes eran como estrellas cuyo recuerdo puede con-
movernos hasta las lagrimas, Maria Kugenia ense-
faba, con su actitud ejemplar, la amistad noble, la
entrega generosa; el desdén con respecte a] profe-
sionalismo literario, a la vanidad y a la triste es-
elavitud con que estas cosas traban al ser y a sus
posibilidades creadoras.,
Y nadie se acercé a ella que no sintiera esa
lecci6én poderosa, ese resplandor vivo como el fuego
del Espiritu que irradiaba de todo su ser.
Ensefié también, naturalmente sin proponérse-
lo, frente a la aparicién de un movimiento feminista
(XI]