Pameos y Meopas
Pameos y Meopas
Pameos y Meopas
Eso, a estas alturas, está claro. Sorprende de algún modo oscuro esta
necesidad cortazariana de casi justificarse, aunque tiene la certeza de que
“nada cambia en el fondo para ellos o para mí, creo que nos quedaremos
siempre como del otro lado del libro, asomando a veces allí donde la poesía
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habita algún verso, alguna imagen” . La idea de que el libro -sin haber sido
escrito ex professo para su edición- no es más que un instrumento que permite
el acceso al público esconde otra idea más profunda: la poesía y Cortázar
mantienen una relación personal que va más allá de cualquier juicio o cualquier
divulgación; es una forma de compartirse y revelarse mutuamente.
Algo más importante que esos respetos apriorísticos y esas tradiciones hay
para el argentino, que aprovecha, sin embargo, para criticar los valores del
humanismo burgués. Ya late en él, por esas fechas, algo más grande. ¿Cómo
dudar que, cuando un poeta dice su palabra, la humanidad está tratando una
vez más de inventarse, de fundarse, de ser auténticamente?
“Pero los poetas no son ya solamente esos que enumeran los profesionales de
la crítica; la poesía está cada vez más en la calle, en ciertas formas de acción
renovadora, en el hallazgo anónimo o sin pretensión de las canciones
populares, de los graffiti. Hace pocos días, en una galería del metro de París,
sobre un afiche donde la starlette de turno presentaba el corpiño que-sostiene-
sin-esconder, leí esta inscripción que de acuerdo con las leyes francesas podría
costar dos meses de cárcel a su autor: POÈTES DES MURAILLES, REVEILLEZ-
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VOUS!”.
“Al borde del día en que escribir dejará de ser mi manera de respirar, algo en
mí es todavía capaz de entender el cambio, sentir contra el regazo de las
jerarquías intelectuales burguesas que si la poesía del hombre de hoy puede
darse también como se da en un Octavio Paz o en un Drummond de Andrade,
también se da cada día más (si dejamos caer las máscaras, si vivimos en la
calle abierta y amenazadora y exaltante del tiempo revolucionario) en el
lenguaje de las tizas en los muros, de las canciones de Léo Ferré, de Atahualpa
Yupanqui, de Caetano Veloso, de Bob Dylan, de Raimon y de Leonard Cohen,
en el cine de Jean-Luc Godard y de Glauber Rocha, en el teatro de Peter Weiss,
en los juegos psicodélicos, en los happenings y en las provocaciones de lo
aleatorio y lo mecánico que abren cada día más al gran público el pasaje a
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nuevas formas de lo estético y lo lúdico.”
“y si mis últimos años están y estarán dedicados a ese hombre nuevo que
queremos crear, nada podrá impedirme volver la mirada hacia una región de
sombras queridas, pasearme con Aquiles en el Hades, murmurando esos
nombres que ya tantos jóvenes olvidan porque tienen que olvidarlos, Hölderlin,
Keats, Leopardi, Mallarmé, Darío, Salinas, sombras entre tantas sombras en la
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vida de un argentino que todo quiso leer, todo quiso abrazar.”
Verdaderamente suena a nostalgia. Parece que Cortázar nos dice que a ese
nuevo mundo están invitados los escritores de la vanguardia (Breton, Tzara,
Maiakovski, Aragon, Desnos), los escritores del existencialismo (Beauvoir,
Camus, Sartre), patafísicos, oulipistas, pánicos, poetas sociales y poetas de la
revolución y, por supuesto, los nuevos cantautores y los poetas de los muros.
En la poesía se presiente una nueva forma de respirar y un nuevo
descubrimiento de la ética y la estética del siglo que vendrá.
Esta parte, escrita en París entre 1951 y 1952, nos muestra a un Cortázar
desasido ya de los ritmos poéticos del esteticismo y la poesía más “literaria”.
Mallarmé -que subyace- ha quedado atrás; las modernistas entrañas del
poema, también; ese lenguaje hermético y perfumado, prístino y aristocrático,
decadente y simbolista, también. Estamos ante otro Cortázar. La evolución de
las formas poéticas ha puesto de manifiesto una evolución en la concepción de
la literatura. Estos años son años de acendramiento de la visión surrealista de
la realidad, de encuentro con las experiencias expresionistas y de asimilación
de una intelectualidad existencial, que se trasuntará poéticamente de forma
diversa.
Todos los poemas de esta parte son autobiográficos, están escritos en primera
persona. Son expresión personal de una intimidad que se debate en los versos,
desvelando los entresijos personales de un hombre en transformación. La
poesía es el altavoz privado desde el que el poeta da rienda suelta a su
emotividad y su introspección:
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busco esa línea que hace temblar a un hombre en una galería de museo .
En “Hablen, tienen tres minutos” Cortázar intenta trazar una poética línea recta
imaginaria entre los dos amantes, en ciudades distantes, con la excusa de que
quizá juntaste
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
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un pétalo, aunque sea un pastito, una pelusa.”
En “El niño bueno” hallamos un buen ejemplo del tono conversacional privado
que Cortázar utiliza en estos poemas iniciales del libro. Es un poema ingenuo y
en el que vibra la ironía. Es una especie de enfrentamiento a las costumbres
sociales y sus telarañas, una revolución individual y mínima, escrita desde la
ironía. Esta rebelión personal es muy personal, no alcanza aún la pretensión
social y colectiva, de diálogo con el hombre cara a cara, que veremos en su
poesía posterior.
[faltas de estilo.
911Pameos y meopas, Ocnos, Barcelona, 11971, pág. 16. Citamos esta edición por ser la que ofrece una
perspectiva más orgánica del libro como tal.
Frente a una literatura que comporta un hombre a gusto con el mundo, feliz de
saber quién es, de seguir las directrices sociales, de imaginación muerta pero
muy puntual, Cortázar nos lanza a los brazos del poeta desarraigado, el poeta
que es expresión total de sí mismo, en movimiento radical. Los gendarmes
representan la represión policial, la vigilancia del estado; las niñeras, las
obligaciones morales y sociales. “Il faut changer la vie”, parece decir Cortázar.
y de tus senos sólo el verde o el naranja de las blusas, cómo jactarme de tener
de ti
más que la gracia de una sombra que pasa sobre el agua?
Algo falta, sin embargo, una sonrisa, un gesto. Y el amor sin amada se agría:
La nobleza, las grandes palabras, qué mal le van a esta ternura sin mejillas
que tocar,
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a esta lengua sin labios que entender.
Envilece un amor así que rebota en las paredes del cuarto o se va cayendo a
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pedazos de palabras, esto.
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Si me doy la vuelta, oh Lot, eres la sal donde mi sed se hace pedazos.
El mejor poema de esta sección es “Encargo”, que acaba con una estrofa
apoteósica y muy reveladora:
En “Encargo” es una ascesis bárbara la que Julio predica. Parece subyacer una
increpación a Dios: “no me perdones”, “entonces ganaré mi reino”, la
“ceremonia del tajo”, “guarda tu amor humano”, lo que sin duda nos da un
poema de corte expresionista en la línea de Ancia de Blas de Otero o la
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metafísica dolorosa de Miguel de Unamuno.
“Estos poemas, parte de un ciclo mucho más extenso, fueron escritos en 1950;
“La patria” se agregó en París en 1955. En los últimos tiempos me he
preguntado por qué casi nunca quise publicar versos, yo que he escrito tantos;
será, pienso, porque me siento menos capaz de juzgarme por ellos que por la
prosa, y también por un placer perverso de guardar lo que quizá es más mío.
Comprendí que en este libro faltaba, si había de ser fiel a sus mejores
intenciones, algo que me acercara personalmente a mi lector. Enemigo de
confidencias directas, estos poemas mostrarán un estado de ánimo en la época
en que decidí marcharme del país. “La patria” lo resume, años después, con
algo que será acaso mal entendido; para mí, detrás de tanta cólera, el amor
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está allí desnudo y hondo como el río que me llevó tan lejos.”
Los poemas que componen “Razones de la cólera” son poemas escritos todavía
entre Buenos Aires (1950-1951) y París (1955-1956). El punto de partida lo
encontramos en “Fauna y flora del río”, que ofrece una lectura argentina del
Río de la Plata.
Este río sale del cielo y se acomoda para durar, estira las sábanas hasta el
pescuezo, y duerme delante de nosotros que vamos y venimos.
El río de la plata es esto que de día
Aquí el hombre agachado sobre el hueco del día bebe su mate de profundas
sierpes y atribuye los presagios del día a la escondida suerte.
Su parda residencia está en el látigo
que abre al potro los charcos de la baba y la cólera; va retando los signos con
un pronto facón
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y sabe de la estrella por la luz en el pozo.
Milonga
927 Ibidem, pág. 44. Consignemos unas palabnras de Salvo el crepúsculo a propósito de estos poemas: “Hoy
siento además en algunos de ellos [los meopas] el tremendo choque de la poesía de César Vallejo; que el
cholo me perdone la insolencia puesto que en ese choque él quedaa más parado que nunca y yo esperando la
cuenta de diez y la esponja mojada.” (Poesía y poética, op. cit., pág. 315)
“Milonga”, que habría de ser cantado por el Tata Cedrón, con la música de
Edgardo Cantón, establece unos lazos indisolubles con otros dos poemas. El
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primero de estos dos poemas es “Por tarjeta” , con el drama de los
desaparecidos y las desapariciones de fondo. El segundo poema al que nos
referimos es “La mufa”:
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por ese siempre mismo Buenos Aires.
Como hemos visto antes, el soneto será un lugar común en la escritura poética
cortazariana desde su juventud hasta su muerte. Se puede decir que ésta
representa la sección de corte más formalista del libro, por los temas y por las
formas. Sonetos, cuartetos, redondillas, sonetos en eneasílabos y romances
nos ofrecen la versión logométrica, clasicista de Cortázar.
El poeta
¡Oh rosa, me hablan de la guerra! ¿Cómo podré decirles que eres aquí en mi
ser exactamente
la sola y esencial respuesta?
¡Oh rosa, me hablan de los hombres como de un triste y cruel trabajo. Sólo tú
sabes que te canto
para llevarte hasta sus voces.
Cortázar obedece a esa sujeción del verso y de la rima como cauces poéticos
que, siendo de otro tiempo, le acompañan en su discurrir creativo. El
“idealismo” inunda el fondo de estos cuartetos decasílabos y asonantados. El
poeta, como Keats, canta a la rosa con la certeza de ser ella la única respuesta
y con la esperanza de hallar en su invocación una vía de comunicación con las
voces de los hombres. Ante la guerra, este poeta esgrime los argumentos más
puramente poéticos como medio de “intervención” en la contienda de la
realidad.
Último espejo
Al borde donde el tiempo es el Leteo murmurando las cifras del olvido,
mi corazón revé lo que ha querido
y se echa atrás, y acalla su aleteo.
Edificio mental, ¿cómo crecer para alzarte a tu término? Las cosas están ahí,
pero lo que se quiere no está nunca, es la palabra que falta, el perro que huye
con la cadena, y esa campana próxima no es la campana de tu iglesia.
“[...] mordía
en la manzana fresca el grito de la condenación, a la sombra de un árbol de
vino que fue sangre.”
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Se fue, y ya amanecía Piero della Francesca.
Elige tu figura.
Están el santo, el juez, el heresiarca, el mártir y el verdugo y el hijo pródigo al
salir de casa
con un halcón sobre la mano.
Toma una carta y vete
por la vida.