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IV.

EL CANON DE LOS LIBROS BÍBLICOS


En los anteriores capítulos nos hemos referido al origen divino de la
Escritura, al modo cómo Dios inspiró a los escritores bíblicos y a la unidad y
verdad de la Escritura. Ahora nos ocuparemos de estudiar cuáles son los
libros inspirados y cómo a lo largo de los cuatro primeros siglos del
cristianismo estos libros se fueron agrupando hasta formar lo que hoy 1
llamamos canon de la Sagrada Escritura . La historia de su formación, sin
embargo, es complicada y oscura en muchos de sus aspectos, sobre todo en
lo que respecta al Antiguo Testamento1.

La palabra κανων (canon)2 puede tener dos significados diferentes: 1) regla,


principio, norma, cuerpo de leyes promulgado por una autoridad
competente y aceptado como vinculante; 2) lista o catálogo oficial de libros
reconocidos como autoridad fundamental para definir la identidad de la
comunidad que lo utiliza. Este catálogo cerrado y definitivo constituye la
Biblia auténtica para la comunidad que reconoce en él una autoridad
vinculante en materia de enseñanza y de vida (comportamiento).

El número de libros que constituyen la Biblia es fijo, como todo canon


literario. Además, este canon no admite cambio alguno porque ha sido fijado
de una vez para siempre. En el ambiente cristiano, particularmente en el
católico, el canon definitivo de la Escritura se fijó en el concilio de Trento,
con el decreto De Cononicis Scripturis del 8 de abril de 1546, que contiene
la lista de los 45 libros (46 con el libro de la Lamentaciones que hace parte
Jeremías) del Antiguo Testamento, y de los 27 del Nuevo.

1
Cf. P. Andiñach, Introducción hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 55.
2
Cf. J. C. Turro – R. E. Brown, Canonicidad, en Comentario bíblico San Jerónimo, I,
Cristiandad, Madrid 1971, p. 52. La inspiración es el factor decisivo para la formación
del canon. La expresión griega κανων deriva de la palabra sumerio-babilonia qaneh
(=caña), que gradualmente pasa a significar vara de medir utilizada por los albañiles y
carpinteros. La palabra κανων es utilizada por primera vez para referirse a la
colección de libros inspirados por San Atanasio en su célebre carta pascual (año 367).
El adjetivo canónico aplicado a los libros bíblicos se encuentra por primera vez en el
Concilio de Laodicea (año 360) y en también en la carta pascual de San Atanasio (año
367).
Pero antes del Concilio de Trento las autoridades eclesiásticas ya
reconocían valor canónico a casi todos los libros bíblicos. Ya para el siglo
IV, cuando el cristianismo se convierte en religión oficial del imperio
romano, los concilios de Hipona (393) y de Cartago (397 y 419), el canon
bíblico estaba prácticamente definido. Así pues, la primera colección o lista
oficial y completa de los libros que forman el canon que ha llegado hasta
nosotros es la del Concilio de Cartago (397)3.
2

Si las discusiones sobre el canon se remontan a una época anterior al


concilio de Trento, también es verdad que no se detuvieron después del
decreto de Trento, aunque el debate se limitó a algunos círculos de
especialistas y de teólogos de distintas confesiones.

1. DIVERSOS CÁNONES
Cada comunidad tiene su canon. El canon hebreo contiene sólo aquellos
libros que para los cristianos terminaron formando el Antiguo Testamento y
que los judíos llaman TaNaK4, un acrónimo formado por el inicio de las tres
palabras que designan las tres partes de la Biblia: Torah (Ley), Nebi’im
(Profetas)5 y Ketubim (Escritos).

El canon de los protestantes es más breve que el canon católico porque


contiene sólo 39 libros en lo que respecta al Antiguo Testamento. Este
canon obedece a una sencilla razón: conforme a la tendencia del
Renacimiento, los protestantes quisieron volver a la veritas hebraica (la
verdad de los hebreos), y, por ello, terminaron excluyendo del canon
algunos libros del Antiguo Testamento que existen solamente en su versión

3
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 95.
4
Cf. A. Artola – J.M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, o c., p. 69.
5
Cf. Th. Römer – J-D. Macchi. Ch. Nihan (Eds.), Introducción al Antiguo Testamento, o.
c., p. 34. Los nebi’im se abren con los llamados profetas anteriores, que contienen
el relato de la historia de Israel, relato que se vincula directamente con el
Pentateuco. Luego vienen los profetas posteriores, que contienen la colección de
oráculos relativos a esta historia. Así pues, se yuxtapone el relato y los textos
probatorios.
griega. En este aspecto el canon de los protestantes es idéntico al de los
judíos. Sólo divergen en el orden de los libros.

Los siete libros excluidos por los judíos y los protestantes son llamados
deuterocanónicos por los católicos y αποκρυφοι (apócrifos=ocultos,
secretos, falsos)6 por los protestantes. Se trata de los siguientes: Tobías,
Judit, Sabiduría, Sirácida (Eclesiástico), Baruc (más carta de Jeremías), 1-2
Macabeos y las secciones griegas de Ester y Daniel comprendidas en la
3
versión griega de los LXX. El Sirácida (Eclesiástico) se escribió
originalmente en hebreo, pero este texto se perdió y se conservó la
traducción griega hecha por el nieto del autor (Jesús, hijo de Sirá=Bensirá)7.
Cuatro manuscritos hebreos de este libro, todos fragmentarios se
descubrieron en la geniza (almacén o depósito donde se conservaban los
libros en desuso) de la sinagoga de El Cairo. Algunos libros
deuterocanónicos fueron probablemente escritos en hebreo, por ejemplo, los
libros de Judit y 1 Macabeos, mientras que la versión original de Tobías se
redactó en arameo8.

El canon católico del Antiguo Testamento contiene 46 libros. El canon


ortodoxo normalmente se corresponde con el de la Biblia hebrea; pero los
ortodoxos también usan en su liturgia algunos libros excluidos del canon
católico, como 2Esdras, 3Macabeos, a menudo llamados pseudo-epigráficos.
En la práctica las iglesias ortodoxas todavía no han logrado definir su
canon.

Los libros sobre los que las confesiones cristianas no se ponen de acuerdo
en lo relativo su canonicidad podrían ser incluidos todos en la tercera parte
de la Biblia hebrea, los llamados Escritos, que tienen, ciertamente, menos

6
Cf. A. Artola – J.M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, o c., p. 66.
Etimológicamente la palabra αποκρυφος significa cosa escondida y oculta, designaba en
principio aquellos libros que se destinaban al uso privado de los adeptos de una secta.
Después la palabra vino a significar libro de origen dudoso cuya autenticidad se
impugnaba; finalmente el término significó escrito sospechoso de herejía o, en general
poco recomendable.
7
Cf. Nota de la Biblia de Jerusalén latinoamericana, Desclée De Brouwer, Bilbao 2014,
p. 1017.
8
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 96.
pesos que los libros de la Ley y los Profetas. En general, estos libros son
también menos leídos y comentados.

2. EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO


No sabemos con exactitud cuáles son los escritos más antiguos de la Biblia
hebrea, porque la mayoría de los libros bíblicos fueron reelaborados varias
veces en diversas épocas. Escasamente tenemos a disposición el texto 4
original y con frecuencia poseemos sucesivas ediciones revisadas en las que
se han combinado diversas fuentes y a menudo se encuentran interpoladas
ediciones más tardías. Actualmente se piensa que las partes más antiguas
de la Biblia hebrea difícilmente procedan de una época anterior al siglo VIII
a.C., o quizá, a la segunda parte del siglo IX a.C.9 Sólo en esta época
existían en Israel las condiciones necesarias para desarrollar una cultura de
la escritura.

El texto bíblico más antiguo encontrado hasta ahora está escrito en


cilindros de plata en los que se leen las bendiciones sacerdotales de Nm
6,23-27. Estos cilindros encontrados en Jerusalén, en el valle de Josafat, se
remontan probablemente al siglo VII o a comienzos del siglo VI a.C. Los
manuscritos bíblicos más antiguos que poseemos son los de Qumrán
(monasterio construido cerca del Mar muerto por la secta de los esenios y
destruido por los romanos en el año 68 d.C.), descubiertos a partir de
1947. El material utilizado es, en su mayor parte, pergamino, y los
manuscritos son, en consecuencia rollos. Los primeros libros o códices
aparecen sólo a lo largo del siglo II d.C.

Los dos códices más antiguos de la Biblia hebrea son el de Alepo,


incompleto, y el de Leningrado. El primero procede de la primera mitad del
siglo X y fue parcialmente destruido en 1949, cuando la sinagoga de Alepo
(Siria) fue incendiada durante una revuelta contra los judíos. Este
manuscrito se encuentra actualmente en Jerusalén. El segundo, el de

9
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 97.
Leningrado (Rusia), fue concluido en el 1009, y, por consiguiente es el
códice bíblico completo más antiguo que poseemos 10.

3. LAS PRIMERAS LISTAS DE LIBROS


Antes del surgimiento del canon en cuanto tal se da la recopilación o
agrupación de libros considerados inspirados y particularmente útiles para
plasmar la identidad del verdadero Israel y de las primeras comunidades 5
cristianas.

La Biblia hebrea existe antes de los manuscritos de Qumrán, redactados


como mucho entre el año 150 a.C. y el 68 d.C., año de su destrucción por
los romanos. Una de las primeras confirmaciones de la existencia de una
Biblia en el sentido amplio de la palabra se encuentra en el prólogo de la
traducción griega del libro del Sirácida realizada después del año 138 a.C.,
el cual habla ya de una Biblia en tres partes: la ley, los profetas y una
tercera colección no muy bien definida: los otros libros, los libros que
siguen. Esta tercera parte corresponde, con probabilidad, a los llamados
Escritos en la Biblia hebrea (Salmos, Job, Proverbios…). Encontraron
inicialmente dificultad para entrar en el canon, por motivos diversos, los
libros del Cantar de los Cantares, Qohélet11, Ester12 y Proverbios13.

En el mismo libro del Sirácida, escrito hacia el año 180 a.C., encontramos
algunas alusiones claras a la existencia de colecciones de libros sagrados,
10
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 98.
11
Cf, Ibíd., p. 22. Este libro fue cuestionado por su ortodoxia, por lo que para
admitirlo en el Canon hubo que añadirle un segundo epílogo (Qoh 12,12-14).
12
Cf. A. González Lamadrid – J. Campos Santiago – V. Pastor Julián – M. Navarro Puerto –
J. Asurmendi – J. M. Sánchez Caro (Ed.), Historia, Narrativa, Apocalíptica, Verbo
Divino, Estella 2000, p. 457. Cuando los rabinos del siglo II d.C. justificaron la
fiesta de Purim (suertes), como un día de comida y regocijo, - pensemos en nuestro
carnaval - no citan el libro de Ester. A todo ello se suma el hecho de que Qumrán no
lo conserva en su biblioteca.
13
Cf. A. González Lamadrid – J. Campos Santiago – V. Pastor Julián – M. Navarro Puerto –
J. Asurmendi – J. M. Sánchez Caro (Ed.), Historia, Narrativa, Apocalíptica, o. c., p.
457. La cuestión que se plantearon los rabinos en Yamnia era si estos libros manchaban
las manos, es decir, si antes manipularse y después de ser restituidos a su depósito
requerían el cumplimiento de un rito de ablución. Una manera decir si había que
considerarlos sagrados.
por ejemplo, la de los doce profetas menores (Sir 49,10). Además, en el
famoso elogio de los padres (Sir 44-50), el Sirácida cita diversos personajes
importantes de la historia de Israel según un orden que es el del canon de la
Biblia hebrea. Algunos libros o personajes, como Esdras, Daniel y Ester, no
se mencionan aún. Una posible alusión a la división tripartita de la Biblia
hebrea se encuentra en Sir 39,1, donde se lee: Diferente es quien se
consagra a meditar la ley del Altísimo, indaga en la sabiduría de todos los
antiguos y se ocupa de las profecías . Estos textos permiten afirmar la 6
existencia de tres colecciones de libros considerados esenciales para la
formación de la identidad y de la conciencia colectiva del pueblo bíblico.
Esos libros se tienen como dotados de autoridad divina, pero el canon en
cuanto tal no está todavía definitivamente cerrado. Esto vale sobre todo
para la tercera parte de la Biblia hebrea, sección que para los judíos
contiene libros menos importantes y que será objeto de una larga
controversia.

El segundo libro de los Macabeos (2Mac 2,13) afirma que Nehemías había
fundado una biblioteca que contenía dos tipos de libros: crónicas sobre los
reyes y los profetas, y textos legislativos de los reyes sobre el culto. El
mismo libro dice que Judas Macabeo consolaba a los judíos con las palabras
de la ley y de los profetas (2Mac 15,2), lo cual hace suponer la existencia
de las dos partes más importantes de la Biblia hebrea: la Ley y los Profetas.

En Qumrán se han encontrado fragmentos y rollos prácticamente enteros


de casi todos los libros de la Biblia hebrea, excepto Ester 14. Este libro, en
su versión hebrea más breve, es una obra completamente profana que no
menciona nunca el nombre de Dios. Además, el libro sirvió, en la tradición
judía para legitimar la fiesta de los Purim (suertes), que se corresponde con
nuestro carnaval (Est 9,20-32)15. Por eso no parece que entrara en el
canon hebreo hasta el siglo III o IV d.C.
14
Cf. J.L. Sicre – J. Campos – V. Pastor – M. Navarro, Historia y Narrativa, o. c., pp.
621-622. Quizás los esenios no incluyeron el libro de Ester en su canon no sólo porque
omite el tetragrama YHWH sino también por la dificultad de encajar Purim con su
calendario.
15
El libro de Ester se leía en la fiesta de los Purim (fiesta de las suertes), porque la
trama de este libro se condensa básicamente en la inversión de las suertes: el pueblo
indefenso, sentenciado a muerte por el prepotente opresor, sale ileso, como cuando salió
Además de los libros del canon hebreo, se han encontrado fragmentos del
libro del Sirácida, de la carta de Jeremías y del libro de Tobías, escritos
contenidos en el canon cristiano. Por último, la Biblioteca de Qumrán
contenía copias de cierto número de libros no canónicos, como el de los
Jubileos y Henoc, como diversos escritos de la misma secta.

Las alusiones a la Escritura en los evangelios son numerosas, pero remiten


7
casi siempre a las dos primeras partes de la Biblia, es decir, a la Ley y los
Profetas. Sólo en una ocasión junto a la Ley y los Profetas aparece el libro
de los Salmos (Lc 24,44), el más importante entre los Escritos16. Es
probable que se hable de los Salmos para hacer referencia a todos los libros
contenidos en la tercera parte de la Biblia ( pars pro toto=una parte por el
todo). De todas maneras, para los autores del Nuevo Testamento el texto
de los Salmos forma parte de la Escritura.

El Nuevo Testamento, por tanto, conoce ciertamente una Biblia que


contiene la ley de Moisés (Pentateuco) y una serie de libros proféticos, pero
también el libro de los Salmos. No se sabe, sin embargo, qué libros
pertenecían a estas tres categorías.

El Nuevo Testamento cita numerosos libros canónicos de lo que sería el


canon hebreo, pero también libros deuterocanónicos como Sirácida,
Sabiduría, 1-2 Macabeos, Tobías e, incluso libros no canónicos, escritos
probablemente populares en aquel tiempo y eran considerados como
autorizados, como los Salmos de Salomón, 1-2 Esdras, 4 Macabeos, la

de Egipto; el poderoso, en cambio, es derrotado. Ester es uno de los cinco Megillot más
usados a partir del siglo II d.C. en la liturgia hebrea después de la Torah. Ester no
figura entre los escritos conservados por los esenios de Qumrán, quizás porque en el
texto hebreo no aparece nunca el tetragrama divino yhwh, y dicho sea de paso, parece
ser el último libro que entra en canon de la Biblia hebrea, hacia el siglo II d.C.
16
J. Gilbert Terruel, Salmos, en Nuevo Diccionario de liturgia, Paulinas, Madrid 1984,
pp. 1882; 1855: En la biblia hebrea el libro [de los Salmos] ocupa el primer lugar entre
los Escritos o Ketubim; en los LXX empieza la sección de los libros didácticos, y en la
Vulgata se encuentra después de Job y antes de Proverbios […]. El libro de los Salmos
es uno de los libros del Antiguo Testamento que con más frecuencia aparece citado en el
Nuevo, en cuanto se lo consideraba, junto al Pentateuco (Ley o Moisés) y con los
Profetas, uno de los más válidos testigos de la revelación (cf. Lc 24,44).
Asunción de Moisés y Henoc . Es evidente que el canon de las Escrituras
aún no había sido fijado en la época de la redacción del Nuevo Testamento.

Filón de Alejandría (año 30 a 50 d.C.), en su obra De vita contemplativa , se


refiere explícitamente a una Biblia dividida en tres partes cuando menciona
la ley, las palabras proféticas, los himnos y las otras obras 17. El historiador
Flavio Josefo (37-107), por su parte, habla en su obra Contra Apión de
cinco libros de la ley, de trece libros proféticos y cuatro libros con himnos
8
a Dios y preceptos para la vida humana (Salmos, Cantar de los Cantares,
Proverbios y Qohélet). Llega de este modo a un total de 22 libros18, que es
el número de las letras del alfabeto hebreo.

El total de los libros es, en cambio, de 24 y no de 22, para 4 Esdras (libro


apócrifo)19. En el Talmud (tratados de comentario jurídico de la Biblia hecha
por los judíos en Babilonia y en Israel en el siglo en el VI d.C.)20, hay
algunas menciones de los Escritos. Otros tratados critican el libro de
Ezequiel por contener instrucciones no conformes con las leyes de la Torah.

Sin embargo, el canon no estaba aún establecido. El orden de los libros era
todavía flexible y seguía discutiéndose la posibilidad de integrar algunos
libros, como Proverbios21, Qohélet, Ester y el Cantar de los Cantares 22.
Ester y el Cantar no hablan casi nunca de Dios. El Cantar contiene cantos
de amor profano y el libro de Qohélet es una larga meditación sobre la

17
Cf. Th. Römer – J-D. Macchi. Ch. Nihan (Eds.), Introducción al Antiguo Testamento, o.
c., p. 25.
18
Ibíd., p. 21.
19
Ibíd.
20
Cf. J.L., Ska, Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 459.
21
Cf. V. Morla, Libros Sapienciales y otros Escritos, Verbo Divino 2009, p. 111. Las
aparentes contradicciones, como las de 26,4-5 y 7,7-20 impidieron que entrara
inicialmente el canon hebreo; sólo pudo facilitar su entrada la supuesta paternidad
salomónica.
22
En el caso de Qohélet desconocemos las razones por las que inicialmente se puso en
discusión su carácter sagrado. Lo que parece cierto es que la supuesta autoría
salomónica y ciertos rasgos de su ortodoxia, quizás la glosa 12,12-14, favorecieran su
entrada en el canon. En lo relativo al Cantar de los Cantares, el libro, después de una
agria disputa sobre su santidad, fue defendido por todos los rabinos, a condición de
que fuera leído en una perspectiva alegórica. En el fondo se quería evitar que fuera
tomado como un simple canto epitalámico profano.
vanidad de las cosas, que parece de vez en cuando impío e insolente. Pero
estos libros ya estaban ampliamente difundidos en el mundo judío.

En lo que respecta al orden de los libros, este es más estable con relación a
los primeros que a los últimos. Según la Baraíta (=enseñanza que quedó
fuera de la Misnah, tradición existe en la ley oral judía) Baba Batra
(=tercero y último de los tres tratados del Talmud) del Talmud babilónico23
encontramos el siguiente orden: la Torah, los profetas, es decir, Josué,
9
Jueces, Samuel, Reyes, Jeremías, Ezequiel, Isaías, los doce profetas
menores; y los Escritos: Rut, Salmos, Job, Proverbios, Qohélet, Cantar de
los Cantares, Lamentaciones, Daniel, Ester, Esdras, Crónicas. En los dos
grandes manuscritos que poseemos (Alepo y Leningrado)24 el orden es
ligeramente distinto.

Tal parece que el canon hebreo no estaba totalmente cerrado en la época


del Nuevo Testamento. Tenemos confirmación de esto en el Talmud,
redactado en el siglo III d.C. El cristianismo, por consiguiente, no recibió
del judaísmo un canon ya fijado.

4. CANON BREVE Y CANON LARGO 25

Hasta ahora hemos visto que las discusiones sobre el canon se prolongan
por mucho tiempo dentro del judaísmo, al menos hasta el siglo III d.C. Lo
mismo cabe decir con respecto al cristianismo. En efecto, algunos de los
padres más relevantes, como Melitón de Sardes, Orígenes, Atanasio,
Jerónimo… preferían el canon breve (hebreo) al más largo que encontramos
en los manuscritos de la traducción griega de los LXX.

Hay que decir, sin embargo, que los libros más leídos y más comentados no
son precisamente aquellos excluidos del canon breve26.

23
Baba Batra (la última puerta). Así se llama un tratado del Talmud, el más largo, que
trata sobre daños y conflictos entre las partes y de cómo resarcirlos y dirimirlos.
24
Cf. J.L., Ska, Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 456.
25
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., pp. 103-104.
26
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 104.
5. LA FORMACIÓN DEL CANON HEBREO
BREVE 27

Cuando se habla del canon hebreo de la Biblia hay que referirse a la


academia y al concilio de Yamnia (Yabné), una pequeña localidad situada en
la costa del Mediterráneo cercana a la actual Tel-Aviv, donde el famoso
rabino Yohanán ben Zakkai decidió fundar una academia después de la
destrucción del Templo (año 70). Los judíos, que habían centrado su vida 10
en el culto, con la desaparición del Templo, para sobrevivir a la crisis,
centran su vida en la ley de Moisés. El libro asumió, por consiguiente, el
lugar del templo. El judaísmo se convierte entonces en la religión del libro.

Yohanán era un fariseo, y, por tanto, acepta entre los libros inspirados no
sólo la Torah, sino también los profetas anteriores y posteriores, y una serie
de escritos. Afirmaba además como los demás fariseos la existencia de una
ley oral junto a la ley escrita, ley oral que se remontaba al mismo Moisés y
que permitía adaptar la ley escrita a las circunstancias nuevas. La tradición
oral que se presenta como posterior a la ley en el orden de los libros
justificaba y legitimaba, por tanto, la actividad interpretativa y explicativa
de la ley por parte de los escribas y de los doctores de la ley, que en gran
parte eran fariseos.

La academia de Yamnia se preocupó mucho del futuro de la comunidad


judía, que después de la destrucción del templo (año 70), tenía el peligro de
perder su identidad. Los judíos de este periodo insisten en la importancia
de le ley y tienden a omitir un gran número de libros apocalípticos. Por
otro lado, tienden a no tomar en consideración los libros escritos después
de Esdras, que había congregado la comunidad judía del post-exilio en torno
a la Ley. Por esta razón, el canon definido, al menos en parte28, en la
asamblea de Yamnia hacia los años 80-90 d.C. comenzaba por la Torah
dada por Dios a Moisés y terminaba con su proclamación por parte de
27
Ibíd., pp. 104-106.
28
Cf. P. Andiñach, Introducción hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 50. En
esta asamblea de Yamnia no se definió el canon, sino que se discutió sobre la autoridad
de algunos de los libros ya presentes en la colección, como el Cantar de los Cantares y
Eclesiastés, así como otros que circulaban entre los judíos de la diáspora.
Esdras29. En esta Ley, el pueblo vuelto del exilio, puso su confianza y su
esperanza. También después de la segunda destrucción del templo, los
judíos estuvieron llamados a reconstruir la identidad sobre el mismo
fundamento30.

El único libro posterior a Esdras que entró en el canon fue el de Daniel. Se


escribió, probablemente, en arameo en una composición breve y
posteriormente fue completado con una introducción y algunos capítulos
11
conclusivos en hebreo. Parece que este libro, que describe la condición de
los judíos durante del exilio, fue considerado como una obra perteneciente a
este periodo. Además, el libro contiene muchos relatos que alentaban a los
judíos a permanecer fieles a la fe de sus antepasados, como el famoso
episodio de los tres jóvenes arrojados en el horno encendido por negarse a
adorar la estatua de oro de una divinidad pagana… (Dn 3). Por tanto, el
libro resultaba particularmente adecuado para la situación de los judíos que
se habían dispersados tras la caída de Jerusalén el 70 d.C.

Con todo, carecemos de elementos seguros para poder concluir que el


canon breve de la Biblia hebrea ha sido fijado antes del siglo IV d.C.

6. OTROS CÁNONES HEBREOS (SAMARITANOS,


SADUCEOS Y ESENIOS)
-EL CANON DE LOS SAMARITANOS 31. Los samaritanos,
que se separaron de los judíos probablemente durante el siglo II a.C.,
poseen como única Escritura los cinco libros de la Ley, es decir, el
Pentateuco. Quizás porque en el momento de la separación sólo esta
primera parte era reconocida como canónica32. Sin embargo, es más
29
Cf. P. Andiñach, Introducción hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 49. En
escrito Contra Apión, ya Flavio Josefo menciona que un requisito para que un texto sea
parte de la Biblia es que haya sido escrito entre el tiempo de Moisés y Esdras.
30
La constitución del Canon pudo responder a la necesidad de dotar a las comunidades
judías, en Palestina y en la diáspora, de Escrituras seguras y reconocidas, a fin de que
el judaísmo sobreviviera a la nueva catástrofe nacional. Ésta pudo haber sido el acta de
nacimiento de la Biblia hebrea en la forma que ha llegado a nosotros.
31
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., pp. 107-108.
32
Cf. P. Andiñach, Introducción hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 52.
probable que excluyeran de su Biblia los libros proféticos y los Escritos,
porque consideraban que el único templo elegido por Dios no era el de
Jerusalén sino el del monte Garizín, próximo a Siquén, en el antiguo reino
del Norte. Y el Pentateuco no habla nunca de Jerusalén. Cuando se refiere
a la ciudad santa y al templo utiliza la conocida perífrasis: El lugar donde el
Señor hará habitar su nombre (Dt 12,5). Para los samaritanos este lugar es
el monte Garizín, mientras que para los judíos se trata de Jerusalén.
12
La ciudad de Jerusalén se convierte en un lugar particularmente importante
en los llamados libros Proféticos anteriores (Sm-Re), donde se dedica
amplio espacio al templo, algo que hería la sensibilidad de los samaritanos,
que consideraban el templo de Garizín como el único templo legítimo.
Algunos Profetas posteriores en particular Isaías y Jeremías, dan también
mucha importancia a Jerusalén y a su Templo; lo mismo se puede decir
sobre diversos Salmos. Existen además numerosos oráculos de los profetas
contra Efraín (reino del Norte). Por consiguiente, hay razones suficientes
para entender la elección samaritana de excluir del canon los Profetas y los
Escritos.

Un detalle de crítica textual permite ilustrar bien la polémica entre judíos y


samaritanos. El texto de Dt 27 contiene una serie de instrucciones de
Moisés y de los ancianos del pueblo sobre las tareas importantes que deben
realizarse después de la entrada en la tierra prometida. Se trata en
particular de construir un altar sobre el monte Ebal (Dt 27,1-8). Según el
TM, texto del judaísmo oficial y ortodoxo, este altar se construye sobre el
monte Ebal enfrente del monte Garizín. En el Pentateuco samaritano, en
cambio, todo se realiza en el monte Garizín.

El Pentateuco samaritano se diferencia en otros pasajes del TM. Existen


treinta ampliaciones o adiciones, que tienen a menudo la finalidad de
armonizar los textos ubicados en diversas partes de los cinco primeros
libros de la Biblia.
- EL CANON DE LOS SADUCEOS 33. Los saduceos, es decir,
los miembros de las familias sacerdotales de Jerusalén, desaparecieron

33
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 109.
después de la destrucción del templo y no tenemos testimonios directos
sobre su canon de las Escrituras. Sin embargo, hay razones de peso para
pensar que los saduceos consideraban como canónicos sólo los cinco
primeros libros de la Biblia. En realidad estos libros tenían todo lo que le
interesaba a los saduceos, es decir, las leyes sobre el culto en el templo. La
crítica al culto que encontramos en los libros proféticos, así como las
esperanzas escatológicas, no debían ser de su agrado. Además, por algunos
textos del Nuevo Testamento sabemos los saduceos no creían en la
13
resurrección de los muertos (Mt 22,23-33; Hch 23,6-10). Ahora bien, esta
fe se expresa explícitamente en los libros proféticos (Is 26,19; Ez 37,4-14).

Los saduceos, que colaboraban a menudo con el poder ocupante, estaban


generalmente de acuerdo con el poder establecido. No querían por tanto
alimentar los deseos revolucionarios de una población oprimida. Los
profetas, en cambio, critican en general, duramente a las potencias
extranjeras, y algunos esperaban unos tiempos nuevos en los que Israel
sería libre de nuevo. Estos textos podían utilizarse para fomentar las
rebeliones contra los ocupantes romanos, y, por consiguiente, es bastante
comprensible que los prudentes saduceos se negaran a aceptarlos en su
canon.

Flavio Josefo dice que los saduceos rechazaban las tradiciones orales de los
fariseos y se atenían solo a la ley escrita, es decir, a la Torah. Los fariseos,
en cambio, veían en los libros proféticos y en los Escritos testimonios de
una continuidad entre la ley escrita (Torah) y su tradición oral. Todo esto
explica por qué los saduceos tenían pocos motivos para aceptar como
Escritura los libros proféticos y los Escritos.
- EL CANON DE LOS ESENIOS34. Existen pocos indicios
para poder hablar con certeza del canon de los esenios porque no
conocemos ninguna lista exacta de sus libros. En Qumrán se han
encontrado copias o fragmentos de todos los libros bíblicos, menos uno, el
de Ester. Por otra parte, se han encontrado también otros muchos textos
en su biblioteca, entre ellos escritos de la misma comunidad, que no
sabemos si los habían integrado al canon. Sabemos, sin embargo, que el

34
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., pp. 110-111.
famoso Rollo del templo tenía para ellos la misma autoridad que la Torah.
El Rollo contiene un proyecto de sociedad perfecta en la tierra prometida
del perfecto Israel y describe con todos los detalles, el templo, el culto y el
gobierno de este Israel perfecto. El Rollo, que probablemente hacía parte de
la Torah, ha sido más copiado que el libro de Isaías.

Podemos decir, en conclusión, que la comunidad de Qumrán había integrado


a su canon otros libros importantes para la vida de sus miembros, aunque
14
no poseamos testimonios seguros al respecto.

7. ORIGEN DEL CANON LARGO DE LOS


CRISTIANOS
Hace un tiempo se había pensado que los cristianos habían heredado su
canon largo de la comunidad judía de lengua griega que se había establecido
en la gran cuidad helenística de Alejandría, en Egipto. Sin embargo, los
descubrimientos de Qumrán han demostrado que diversos libros conocidos
en Alejandría también lo eran Palestina, como, por ejemplo, el libro de
Tobías o el de Sirácida. Existen, además, semejanzas muy interesantes
entre el texto griego de los LXX, surgido en Alejandría, y el texto hebreo
de la Biblia utilizado en Qumrán. Por tanto, existían diversos cánones y
diversas formas textuales hasta la época del Nuevo Testamento.

Se dice, en general, que los cristianos conservaron diversos libros que


contenían profecías mesiánicas o visiones apocalípticas que servían en sus
discusiones sobre la función de Jesucristo en la historia de la salvación.
Esto puede ser verdad, pero hemos visto que los judíos integraron a su
canon el libro de Daniel, muy apreciado por los cristianos, especialmente
por la famosa visión del Hijo del hombre de Dn 7, rápidamente aplicada a
Cristo.

Una de las razones principales por lo que los cristianos eligieron el canon
más largo debe buscarse en la voluntad de mostrar el vínculo estrecho
entre lo que rápidamente se convirtió para ellos en el Antiguo Testamento
y los escritos del Nuevo. El vínculo estrecho entre el Antiguo y Nuevo
Testamento se traduce, en parte, en la voluntad de prolongar la historia de
Israel hasta el nacimiento del cristianismo. Este motivo permite explicar,
por ejemplo, la presencia, en el canon cristiano, de los libros de Tobías,
Judit, 1-2 Macabeos, que crean un puente narrativo entre la reconstrucción
del templo y la reforma de Esdras, por una parte, y el nacimiento de
Jesucristo, por otra. Los libros sapienciales, como los del Sirácida o de la
Sabiduría son una composición reciente. Integrarlos en canon equivalía a
afirmar que la inspiración no se había detenido con la reforma de Esdras,
15
como aseguraban los judíos.

Finalmente, debe recordarse que la Biblia usada por los cristianos fue, en
la mayoría de las comunidades de la diáspora, la versión griega de los LXX.
En las discusiones sobre el mesianismo y sobre el cumplimiento de la
Escritura en la persona y en la misión de Jesucristo, los cristianos partían
del Antiguo Testamento a su disposición. Los judíos, en cambio,
argumentaban a partir del texto hebreo y afirmaban con vehemencia el valor
superior de éste sobre la traducción griega. La exclusión del canon hebreo
de algunos libros transmitidos únicamente en griego, como el libro de la
Sabiduría o algunos pasajes de Ester y de Daniel, se explica por el mismo
motivo. La comunidad judía quiso explícitamente conservar su autenticidad
permaneciendo fiel a la lengua hebrea. Aceptar en el canon los escritos en
griego habría sido una traición a la fe de los antepasados hebreos y una
apertura indebida al mundo helenístico y pagano, aun cuando los judíos de
aquella época no hablaban ya el hebreo, sino el arameo. Dicho más
brevemente, los judíos preferían un canon no abierto hacia un futuro
cristiano, sino centrado en la fidelidad a un ideal de práctica de la ley que
se remontara a la reforma de Esdras.

8. CANON BREVE DE LAS IGLESIAS


PROTESTANTES
El canon más breve de las Iglesias protestantes coincide, por cuando
respecta al Antiguo Testamento, con el canon breve de la Biblia hebrea.
Por consiguiente, se excluyen los deuterocanónicos, libros escritos en
griego o transmitidos sólo en su versión griega. El motivo principal de dicha
exclusión hay que buscarlo en el espíritu propio del renacimiento. El
movimiento renacentista los llevó, en efecto, a preferir la Biblia en su texto
original y no más en las traducciones latinas, en particular la llamada
Vulgata, obra de San Jerónimo, y excluyeron de su canon los libros no
originales, porque no estaban escritos en hebreo, sino en griego.

La razón de tal exclusión es, por consiguiente, de tipo literario más que
doctrinal. Para los protestantes se trataba de recuperar Biblia auténtica y
16
original. De este modo, el lema de las Iglesias protestantes Sola Scriptura
llegó a significar, por cuanto concierne al Antiguo Testamento, Sola
Scriptura hebraica35. Luego añadieron otros motivos. Por ejemplo, los libros
de Judit y el segundo libro de los Macabeos fueron criticados porque no
eran históricos. Además, los católicos se apoyaban en 2Mac 12,44-45 para
justificar su doctrina del purgatorio.

En lo que concierne al Nuevo Testamento, no existen divergencias con


respecto al canon. Las diferencias aparecen en la exégesis y sobre todo en
la importancia dada a ciertos escritos más bien que a otros.

9. EL CANON ORTODOXO
El canon ortodoxo es muy semejante al canon católico. Algunas ediciones,
sin embargo, incluyen el segundo libro de Esdras o el tercer libro de los
Macabeos. De este modo, las Iglesias ortodoxas, católicas y protestantes,
se distinguen porque cada una tiene un Antiguo Testamento distinto. El
dato puede parecer paradójico, porque las interpretaciones diferentes de los
textos que separan a estas Iglesias proceden todas de discusiones sobre
textos del Nuevo Testamento. Dicho con otras palabras: Si bien hay
diversos cánones en las distintas tradiciones eclesiales, ninguno de los
libros sobre los que no hay acuerdo es utilizado como fundamento para las
afirmaciones doctrinales fundamentales de la fe que las iglesias comparten 36.

35
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 113.
36
P. Andiñach, Introducción hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 56.
Por tanto, se puede afirmar que a efectos doctrinales todo el cristianismo
comparte un mismo canon37.

En resumen, si bien existen diversos cánones en las distintas tradiciones


eclesiales, ninguno de los libros sobre los que no hay acuerdo es utilizado
como fundamento para las afirmaciones doctrinales de la fe que las Iglesias
comparten. Por tanto, se puede decir que a los efectos doctrinales todo el
cristianismo comparte un mismo canon38.
17

10. ORDEN DE LOS LIBROS EN LOS DIVERSOS


CÁNONES
Como ya hemos visto, en Biblia hebrea los libros se dividen en tres grandes
secciones: la LEY (Torah), los PROFETAS y los ESCRITOS39. La Ley
comprende los cinco primeros libros del Pentateuco (Génesis, Éxodo,
Levítico, Números y Deuteronomio); los Profetas se subdividen en
anteriores y posteriores. Los Profetas anteriores corresponden, por una
parte, a los libros históricos de la Biblia cristiana, y comprenden los libros
de Josué, Jueces, Samuel y Reyes40. Los Profetas posteriores, que son
cuatro colecciones de oráculos, se subdividen también en dos partes, la
primera formada por los tres Profetas mayores (Isaías, Jeremías y Ezequiel),
y la segunda por los doce Profetas menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías,
Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías). La
clasificación en mayores y menores se hace en atención al volumen o la
extensión de los libros. En efecto, los profetas mayores ocupan un rollo
cada uno, mientras que todos los menores juntos suman la extensión
aproximada de Isaías y se incluyen en un solo rollo41. Los profetas son

37
Cf. o. c., p. 56.
38
Ibíd.
39
Ibíd., p. 50. A esta división se llegó gradualmente; las dos primeras partes pudieron
haberse consolidado hacia el siglo II a.C.; la tercera, en cambio, pudo haberse
concretado en el siglo I d.C.
40
Ibíd., p. 247. La razón por la cual se llama proféticos a estos libros en la Biblia
hebrea se encuentra en el hecho de que los profetas alcanzaron en el antiguo Israel un
prestigio superior al de los reyes (2Re 17,13). Por ejemplo: la historia deuteronomista
llama nabi’ (profeta) a Moisés (Dt 15,15-18).
41
Cf. P. Andiñach, Introducción hermenéutica al Antiguo Testamento, o. c., p. 317.
presentados como los intérpretes autorizados de la Torah, como lo que
realizan su aplicación concreta a lo largo de la historia desde la entrada en
la tierra (siglo XII) hasta Malaquías (siglo V). Este conjunto fue
probablemente redactado entorno al siglo V a.C.42 Finalmente, encontramos
los Escritos por lo regular en este orden: Salmos, Proverbios, Job, y
después los cinco Rollos o Megillot: el Cantar de los Cantares, Rut,
Lamentaciones, Qohélet y Ester, seguidos por Daniel, Esdras y Nehemías, y
1-2 Crónicas43.
18

En este canon, la parte más importante, la Ley, se coloca al principio. El


resto de la Biblia es considerado como un comentario de la ley o una
reflexión sobre ella. Dicho de otra manera, la Biblia al situar a los profetas
después de la Torah, los convierte en sus intérpretes legítimos. Así
presenta este conjunto canónico como clave de lectura ineludible de la
Torah y le confiere por este medio una dignidad casi igual a la de la propia
Torah.

Hay dos textos significativos que se encuentran al comienzo del libro de


Josué, el primero entre los libros proféticos, y al comienzo del libro de los
Salmos, el primero de la serie de los Escritos, al menos en muchos
manuscritos. Ambos textos insisten mucho en la importancia de la ley. El
primero contiene un discurso de Dios a Josué, servidor de Moisés y
encargado de conquistar la tierra (Jos 1,7-9).

Este discurso tiene como finalidad mostrar que el éxito de la empresa


encomendada a Josué depende totalmente de su observancia de la ley. En
este momento de la historia del pueblo adquiere mucha importancia el libro
de la Ley y cuanto está escrito en él.

De este modo, el Libro como tal, se convierte en la autoridad suprema de


Israel, y no hay ninguna autoridad humana que pueda sustraerse a ella.

42
Cf. J. Vermeylen, Diez claves para abrir la Biblia, o. c., p. 89.
43
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 115.
Los denominados Libros Proféticos son vistos, según este texto
programático, como interpretación de la Ley. La lectura de la historia
(Profetas anteriores) mostrará que la paz, la felicidad y la prosperidad de
Israel, están vinculadas a su observancia de la ley. Las desgracias que lo
afligen, en cambio, se deben a su infidelidad. Los Profetas Posteriores son,
sobre todo, personas que han corroborado, de generación en generación, la
importancia de la Ley44.
19
El primer Salmo (Sal 1,1-3) es similar a cuanto leemos en Josué. Lo que
Josué decía del jefe de Israel, el Salmo lo aplica a todo justo. Esta vez, el
éxito de cada uno está vinculado a la meditación y a la observancia de la
Ley. La intención es muy clara: la Ley define al verdadero Israelita, el
justo, y lo distingue del malvado. La identidad del verdadero Israelita está
condicionada, por consiguiente, no sólo por su nacimiento, sino igual de
fundamental por la Ley.

Otro texto ubicado en lugar estratégico confirma esta opinión. Entre las
últimas palabras de los profetas leemos Mal 3,22. Aquí la exhortación es
clara: los profetas invitan al pueblo de Israel a recordar los valores
fundamentales de su pasado, valores vinculados a la figura de Moisés. De la
fidelidad a esta memoria depende la supervivencia del pueblo.

Existe en los Escritos otra línea que pone el acento sobre todo en la ciudad
santa de Jerusalén y sobre su Templo. Las ediciones de la Biblia hebrea,
como hemos visto, se concluyen siempre con Esdras-Nehemías o con las
Crónicas. Crónicas ofrecen un resumen de la historia de Israel partiendo de
la creación hasta la destrucción del templo y el edicto del rey de Persia,
Ciro, que invita a los miembros del pueblo de Israel a regresar a la patria
para reconstruir el templo y la ciudad 45. Los libros de Esdras-Nehemías,
por su parte, describen este retorno y la reconstrucción de la comunidad
post-exílica en la ciudad santa, en torno al templo y a la ley. Aparece aquí
junto a la ley, otro elemento importante de la tradición judía, la ciudad

44
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., p. 116.
45
Ibíd., p. 117.
santa. Esto se observa sobre todo en las ediciones de la Biblia que ponen al
final el edicto de Ciro (2Cr 36,22-23).

También lo es en las ediciones antiguas que concluyen con el libro de


Nehemías y con la descripción de sus reformas. Jerusalén ocupa un puesto
central en este libro porque Nehemías reconstruye la ciudad y sus murallas,
e introduce una serie de medidas para mantener la pureza del pueblo
elegido. Además, el libro de Nehemías contiene un capítulo importante
20
dedicado a la proclamación pública de la Ley por parte del escriba Esdras
(Neh 8). Las dos bases importantes de la comunidad post-exílica son, por
tanto, para este libro, la Ley y el Templo46.

11. DE UN TESTAMENTO AL OTRO


Las biblias cristianas eligieron organizar los libros en un orden diverso del
de las biblias hebreas. Las diferencias más notables conciernen a la posición
de los libros proféticos, que se encuentran al final del canon. Los libros
Sapienciales y los Salmos se encuentran, en cambio, en el centro, entre los
libros históricos y los proféticos. La razón es sencilla: para la Biblia
cristiana los profetas son ante todo aquellos que anuncian la venida del
Mesías. Su mirada no tiende hacia el pasado, hacia Moisés y la Ley, como
en el mundo judío, sino hacia el futuro, hacia la venida del Salvador. Los
profetas orientan, por consiguiente, el Antiguo Testamento hacia el futuro.
Las últimas palabras del Antiguo en la Biblia cristiana revelan
inmediatamente esta intención. Se trata del final del libro de Malaquías
(3,22-24).

El primer versículo interpreta la figura del profeta según el espíritu de la


Biblia hebrea, pues contiene una exhortación a observar la ley de Moisés, el
principal entre los profetas. Los dos versículos siguientes, en cambio,
anuncian el retorno de Elías, que según algunas tradiciones del judaísmo
reciente, debía volver para preparar la venida del Mesías. Estas palabras,
en los evangelios, particularmente en el de Lucas, se aplican a Juan el
Bautista. Cuando el ángel se aparece a Zacarías para anunciarle el
46
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., pp. 117-118.
nacimiento de un hijo, el futuro Juan el Bautista, cita textualmente el
oráculo de Malaquías (Lc 1,17).

La biblia cristiana trata, por tanto, de resaltar, en lo posible, el vínculo


entre el Antiguo y Nuevo Testamento. También el modo de organizar los
Libros Históricos, sobre todo en las biblias católicas, tiene como finalidad
unir Antiguo y Nuevo Testamento en una historia en la que el Nuevo es el
cumplimiento de lo prometido y prefigurado en el Antiguo. Ahora lo que da
21
cohesión al conjunto del Antiguo Testamento no es ya la Torah, sino el
evangelio. De aquí resulta una comprensión nueva de la Biblia entera, donde
todo converge hacia un nuevo centro. Pero cuidado: no basta con
seleccionar algunos pasajes considerados mesiánicos y decir que anuncian a
Cristo. Se trata de una comprensión global de la Biblia, de un cambio de
perspectiva47. Toda la Escritura es un anuncio de Cristo, en el que Dios
continúa y lleva término la historia de la salvación narrada en las Escrituras
hebreas.

El canon más breve de las Iglesias protestantes tiene como motivo adicional
hacer más clara la separación entre Antiguo y Nuevo Testamento, porque
el primero comprende ante todo la Ley, mientras que el segundo proclama
el Evangelio que libera de esta Ley. La voluntad de separación predomina
sobre la idea de continuidad.

La versión griega de los LXX se distingue de las ediciones comunes porque


coloca al final del Antiguo Testamento los doce Profetas menores y después
los mayores, es decir, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. El último de los
profetas es Daniel, porque contiene la famosa profecía del Hijo del hombre
(Dn 7), aplicada a Jesucristo en el Nuevo Testamento. Isaías es también uno
de los profetas que contiene más profecías mesiánicas (Is 7 y 9), en
particular la famosa profecía del Enmanuel (Is 7,14), que, según el texto
griego, dice: La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá el nombre
de Enmanuel48.

47
Cf. J. Vermeylen, Diez claves para abrir la Biblia, o. c., p. 97.
48
Cf. J.L., Compendio de Antiguo Testamento, o. c., pp. 118-119.
12. EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO
Como dato previo hay que tener en cuenta que la Iglesia Apostólica parece
no haber sentido necesidad de más Escritura normativa que la del Antiguo
Testamento heredada del pueblo judío49, pero interpretada a la luz de
Cristo, su norma suprema. Por consiguiente, la persona, las palabras y las
obras de Cristo, tal como son transmitidas por la predicación apostólica,
que encuentra su confirmación en el Antiguo Testamento, constituyen la 22
norma suprema de los primeros cristianos 50. Dicho de otra manera, la
Iglesia de los orígenes cuando todavía no existía el canon del Nuevo
Testamento, tenía como punto de referencia la autoridad absoluta de Jesús,
tan trascedente que era considerada superior a los libros sagrados. Los
apóstoles, enviados por Jesús a anunciar el reino de Dios, eran considerados
como depositarios vivos de la revelación histórica de Jesús. Por esta razón,
la norma suprema, la medida de la fe, estaba constituida por el Señor Jesús
y por los apóstoles. Después de Jesús, los apóstoles, particularmente Pablo,
habían sido el canon viviente de la Iglesia. Por eso, cuando los cristianos
estaban cerca de los apóstoles no sentían la necesidad urgente de disponer
de unos escritos cristianos. Inicialmente bastaba la tradición oral, aunque
ya aparece fija en sus elementos esenciales, como lo muestran algunas
referencias ofrecidas en las cartas de San Pablo (1Cor 15,1-8; 11,23-27) y
más tarde el prólogo de Lucas (1,1-4)51.

Casi todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos a partir de la
segunda mitad del siglo I, más o menos en un período de unos 50 años 52
(años 50 a 100). Entre los años 30 a 50, la fe se transmitía mediante la
predicación oral, hasta que hacia los años 50 surgen los primeros escritos
conocidos, que son las cartas auténticas de Pablo: 1Tes, Gal, 1-2Cor, Fil,
Film y Rom. Según esto parece lógico pensar que las primitivas comunidades

49
Cf. J. C. Turro – R. E. Brown, Canonicidad, o. c., p. 74. Los primeros seguidores de
Jesús tenían unas Escrituras que ellos consideraban sagradas, pero se trataba de unos
escritos que habían llegado a sus manos como parte de la herencia judía que habían
recibido.
50
Cf. G. Segalla, Panoramas del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1989, p. 460.
51
Cf. A. M. Artola – J. M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, o. c., p. 93.
52
Cf. E. Charpentier, Para leer el Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1992, p. 9.
cristianas a quienes iban dirigidos estos escritos, que recogían la enseñanza
de los apóstoles anclada en la memoria de Jesús, los acogieran con gran
respeto y veneración. Parece igualmente sensato pensar también estas
cartas fueran coleccionadas por las comunidades destinatarias (Tesalónica,
Galacia, Corinto, Roma…). Así podemos decir que las primeras colecciones
de escritos estaban compuestas básicamente por las cartas de San Pablo,
redactadas a modo de instrucción y exhortación dirigidas a las comunidades
por él fundadas, con excepción de Romanos, cuyo fundador se desconoce
23
hasta ahora53.

Pero antes de que existiera la colección de libros del Nuevo Testamento


existía lo que se ha dado llamar conciencia canónica54. En efecto, Lc 1,1-4
da a entender que cuando Lucas redacta su obra (Evangelio y Hechos),
existía la παραδοσις (tradición) apostólica, que por provenir de los testigos
directos, tenía un valor normativo. De especial interés a este respecto es el
llamado final canónico de Marcos (16,9-20), llamado también final largo,
añadido al texto original en la primera mitad del siglo II y compuesto
mediante una combinación de citas o de tradiciones que se encuentran en
Mateo, Lucas, Juan, Hechos. El testimonio de la resurrección se presenta
así en Marcos mediante pasajes escritos de los otros evangelios, que
recogieron la tradición apostólica sobre las apariciones del Resucitado. Este
pasaje, a parte ser testigo de la veneración de los otros escritos
neotestamentarios hacia el año 150, es también testigo del paso de la
tradición apostólica y normativa oral a esta misma tradición plasmada en un
escrito55.

El primer testimonio sobre la existencia de una colección de escritos nos lo


ofrece 2Pd 3,15-16, cuando se refiere a las cartas de Pablo y las equipara a
los escritos inspirados del Antiguo Testamento.

53
Cf. R. E. Brown, Introducción al Nuevo Testamento, I, Editorial Trotta, Madrid 2002,
p. 48. Pablo era un misionero itinerante que predicaba a Jesús en una ciudad y luego se
trasladaba a otra. Las cartas fueron pues un medio de comunicación con aquellos
creyentes que vivían lejos de él.
54
Cf. A. M. Artola – J. M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, o. c., p. 78.
55
Ibíd., p. 79.
Ninguno de los escritores del siglo II compuso un catálogo de los libros
bíblicos, aunque en sus escritos los citan o aluden a casi todos ellos, con
excepción de la 3ª carta de Juan, por lo que reconocían su origen divino y
su carácter normativo.

Hacia el año 130, Papías, obispo de Hierápolis, en Frigia, se refiere al


evangelio de Marcos, poniendo de relieve su conexión con Pedro, cuya
catequesis habría recogido Marcos en Roma, ordenando su contenido
24
después como mejor pudo. Luego la llamada Epístola Apostolorum, que data
de los años 140-150, muestra reconocer los evangelios sinópticos, el
evangelio de Juan, Hechos y Santiago.

Sin embargo, el testimonio más significativo lo ofrece San Justino a


mediados del siglo II, cuando afirma que en la celebración eucarística, junto
con los escritos de los profetas , eran leídos también los evangelios, a los
cuales designa con la expresión απομνημονευματα των αποστολων
(memorias de los apóstoles), indicando de esta forma el reconocimiento de
su origen divino y de su autoridad apostólica. Este testimonio muestra, por
consiguiente, que en aquel entonces, junto al Antiguo Testamento, estaba
ya constituido el canon de los evangelios. Por esta misma época empezaron
a circular también los evangelios de Tomás, Pedro y Hebreos, que por
representar tendencias particulares dentro de la gran Iglesia terminaron
quedando fuera del canon. El reconocimiento de los cuatros evangelios
como escritos canónicos supuso, pues, un proceso de cuidadosa selección.

Uno de los momentos más importantes en el proceso genético del canon lo


constituye la obra de Marción, quien hacia el año 144 elabora el primer
canon neotestamentario hasta entonces conocido. Conforme a sus
planteamientos teológicos, Marción, queriendo dar con el núcleo original del
mensaje cristiano consideró que éste se encontraba en la revelación del Dios
del amor manifestada en el Nuevo Testamento, contrapuesta a la del Dios
vengativo y justiciero del Antiguo, prescinde de todo el Antiguo
Testamento, y sólo acepta diez carta de San Pablo, todas menos las
pastorales y Hebreos, y el evangelio de Lucas. Estos escritos, depurados
de toda referencia veterotestamentaria, constituyen el Apóstol y el
Evangelio.

El más antiguo testimonio que conocemos acerca de los evangelios


canónicos nos lo ofrece el Diatessaron (τα δια τεσσαρων) armonía
evangélica56 compuesto por Taciano estando en Roma hacia el año 170.
Contiene los cuatro evangelios armonizados o concordados teniendo como
base el relato de Juan57, lo que significa que para el siglo II ya estaba
25
formado el canon de los cuatro evangelios. El Diatessaron tenía como
objetivo eliminar las contradicciones o diferencias que se percibían entre el
único evangelio de Jesús y las cuatro recensiones evangélicas. Hasta el siglo
V era el evangelio que se leía en la Iglesia de Siria. Lo conocemos por el
comentario de San Efrén.

Más tarde, contra la tendencia a elegir uno de los cuatro evangelios


(Marción), a fundirlos en uno solo (Taciano), o ampliar dicho número, Ireneo
pondrá de manifiesto que existe un solo evangelio en cuatro versiones o
redacciones, el Evangelio Tetramorfo (cuatro formas)58. Ireneo defiende
expresamente la canonicidad de los cuatro evangelios y trata de
fundamentar teológicamente este número cuatro. El evangelio es uno pero

56
Cf. A. Wikenhauser – J. Schmid, Introducción al Nuevo Testamento, Herder, Barcelona
1978, p. 70. Diatessaron es un término musical técnico que significa acorde o armonía
(armonía a cuatro voces).
57
Cf. P. W. Skehan – G. W. MacRae – R. E. Brown, Textos y versiones, en Comentario
bíblico San Jerónimo, Cristiandad, Madrid 1971, pp. 198-199. El Diatessaron es una
armonía que combina material tomado de los cuatro evangelios canónicos con algún
material apócrifo, procedente de la Historia de José el Carpintero y de un Evangelio
Hebreo. Taciano, su compositor, era un sirio de Mesopotamia, que vivió un tiempo en Roma
y fue discípulo de Justino Mártir. Marcado por un ascetismo exagerado de tendencia
encratista, abandonó Roma después del año 165 y volvió a Oriente. El Diatessaron tuvo
una gran difusión en la Iglesia de Siria y, al parecer llegó a ser el texto sirio
oficial del Evangelio. Fue comentado por San Efrén. El Obispo Teodoreto de Ciro, hacia
el 425 destruyó todas las copias que encontró, porque consideraba a su autor sospechoso
de herejía. Entonces la armonía fue sustituida por los cuatro evangelios en siríaco.
58
Ireneo de Lyon, cuando se refiere al evangelio cuadriforme, partiendo de Ez 1,10,
relaciona los animales con los cuatro evangelios canónicos; a Mateo lo asocia al
Hombre, quizás porque empieza con la genealogía; a Marcos lo asocia al León, quizás
porque empieza con el grito en el desierto; a Lucas lo relaciona con el toro, tal vez
partiendo de que Zacarías es miembro de una clase sacerdotal judía; y a Juan lo asocia
al águila, porque este evangelio desde el prólogo remonta el vuelo muy alto.
tetramorfo. Ireneo confirma también la aceptación de Hechos, reconoce y
estima las cartas de Pablo, incluso las pastorales; acepta igualmente como
Escritura Sagrada el Apocalipsis, la 1ª de Pedro y la 1ª de Juan. Ireneo
puede ser considerado pues como teólogo del canon neotestamentario.

El Fragmento Muratoriano reporta una lista o catálogo fragmentario del


Nuevo Testamento, escrito en latín hacia el año 200, probablemente en
Roma, descubierto por el investigador italiano Lodovico Antonio Muratori,
26
en el siglo XVIII. El catálogo refleja el conocimiento de los cuatro
evangelios como canónicos y reconoce también como canónicos Hechos y
las cartas paulinas, incluyendo las pastorales. Acepta el Apocalipsis, 1ª y 2ª
de Juan y Judas. Sólo están ausentes Hebreos, Santiago, 1ª y 2ª Pedro y la
3ª de Juan.

Clemente de Alejandría conoce y valora los cuatro evangelios canónicos, las


cartas de Pablo, Hechos, Apocalipsis, Hebreos y algunas cartas católicas,
pero cita también el evangelio a los hebreos y el evangelio de los egipcios.

Sólo en la segunda mitad del siglo IV se perciben intentos verdaderamente


serios de elaborar el catálogo del Nuevo Testamento. El documento más
importante es la Carta Pascual de San Atanasio de Alejandría59, que recoge
ya el actual canon de 27 escritos.

En este momento aparecen las primeras decisiones eclesiásticas. El Concilio


de Laodicea, hacia el 360 enumera 26 libros canónicos, faltando sólo el
Apocalipsis. Pero los concilios de Hipona (393) y Cartago (397) ya
enumeran los 27 libros canónicos.

Esto quiere decir que finales del siglo IV la Iglesia romana poseía un canon
completo, como lo atestigua la carta del Papa Inocencio I, Rufino de
Aquileya y San Jerónimo.

59
Cf. De Pury, El Canon del Antiguo Testamento, en Th. Römer – J. D. Macchi – Ch. Nihan
(eds.), Introducción al Antiguo Testamento, Desclée De Brouwer, Bilbao 2008, p. 17.
a) CRITERIOS DE CANONICIDAD
Para definir el canon de los libros inspirados la Iglesia partió de los
siguientes criterios: 1) la apostolicidad; 2) la antigüedad del escrito; 3) la
aprobación apostólica; 4) la ortodoxia doctrinal; 5) la armonía con los otros
libros de la Escritura ya aceptados por la Iglesia; y 6) su carácter edificante
y su universalidad. Primó el criterio de apostolicidad, que puede ser
formulado en los siguientes términos: para que un escrito pueda ser retenido
27
auténticamente eclesial, y, por lo mismo, canónico e inspirado, su origen
divino debe ser atestiguado por una tradición que se remonte a los
apóstoles y haber sido reconocido como tal por la Iglesia apostólica. En
resumen, los criterios fundamentales son: origen apostólico del escrito, uso
generalizado o catolicidad del mismo, aceptación tradicional del mismo, y
conformidad con la regula fidei (regla de la fe) de la Iglesia (cf. Rom 12,3).

Con relación a los evangelios, la selección fue bastante cuidadosa. Se


insistía en la coincidencia de estos libros sobre Jesús con la regla de fe de
la gran Iglesia. Si los evangelios canónicos se convirtieron en medida de la
fe fue porque antes habían acreditado que la conservaban con fidelidad.
Este criterio ayudó a determinar qué evangelios contenían El Evangelio con
mayor fidelidad.

b) LOS DEUTEROCANÓNICOS
Las dudas sobre el canon del Nuevo Testamento se concentraban
básicamente en cinco cartas católicas (Santiago, 2ª Pedro, 2ª y 3ª de Juan
y Judas), la carta a los Hebreos y el Apocalipsis. La carta a los Hebreos se
aceptaba de modo pacífico en las Iglesias orientales, mientras se discutía en
las occidentales. Esta carta y el Apocalipsis tuvieron dificultad en ser
acogidos en el canon por el uso que de estos escritos hacían algunas sectas
heréticas. El Apocalipsis fue el último libro que entró en el canon del
Nuevo Testamento.

La definición dogmática sobre el canon bíblico del Antiguo y Nuevo


Testamento fue proclamada por el Concilio de Trento (1546) después de un
largo proceso.
El Concilio de Trento se vio lanzado a abordar la cuestión del canon bíblico
para fijar su postura ante los teólogos protestantes, que habían resuelto el
problema apelando al principio de la Sola Scriptura, dejando al margen la
Tradición y las enseñanzas del Magisterio. En consecuencia, los
protestantes asumieron, para el Antiguo Testamento, el canon restringido
de la Biblia hebrea; para el Nuevo, se acogen a una variedad de opiniones,
según las diversas corrientes internas.
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En la sección del 8 de abril de 1546, en el decreto De libris sacris et de


traditionibus recipiendis, el Concilio definió semel pro sempre (una vez por
siempre) el canon de los libros sagrados.

La definición dogmática de Trento proclama que todos los libros poseen


igual autoridad normativa, sin que puedan existir diferencias entre ellos, y
determina la extensión de la canonicidad: alcanza los libros íntegros con
todas sus partes60. Los dos criterios en que se apoya el Concilio son: 1) la
lectura litúrgica de la Iglesia; y 2) la presencia del canon en la antigua
edición latina Vulgata.

60
Cf. De Pury, El Canon del Antiguo Testamento, en Th. Römer – J. D. Macchi – Ch. Nihan
(eds.), Introducción al Antiguo Testamento, o., p. 279.

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