Cuaderno Glotopolitica 2 (Guia Bein) 2016
Cuaderno Glotopolitica 2 (Guia Bein) 2016
Cuaderno Glotopolitica 2 (Guia Bein) 2016
Arnoux
sociología
del lenguaje
cuadernos de
glotopolítica 2
PRINCIPIOS
TEÓRICOS Y
DISCIPLINARIOS
sociología del lenguaje
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras
Carrera de Letras
PRINCIPIOS TEÓRICOS
Y DISCIPLINARIOS
1
Índice
2
1. Los estudios sobre las relaciones entre lenguaje y sociedad
Sociolingüística: si bien el interés en las relaciones entre lengua y sociedad se remonta a la
antigüedad, la sociolingüística como interdisciplina moderna que estudia los fenómenos lingüísticos
bajo su aspecto social se constituyó en los años sesenta. Desde entonces se ha consolidado como
campo disciplinario con varias ramas parcialmente superpuestas (sociolingüística, sociología del
lenguaje, etnografía del habla, análisis del discurso, dialectología social y otras), que han seguido
debatiendo los métodos y las categorías lingüísticas y sociológicas (fenomenológicas, marxistas,
etc.) a emplear. El análisis de los usos lingüísticos de grupos —no de individuos— implica, por ejem-
plo, delimitar la comunidad lingüística ya como grupo idiomático, ya como grupo/capa/clase so-
cial con normas de interacción cultural comunes, ya como pueblo o nación con una o más varieda-
des en común, ya como conjunto de grupos que entran en relaciones dialécticas en el proceso
mismo de creación de un conjunto de normas dominado por la norma de la clase dominante (Mar-
cellesi y Gardin, 1974). En polémica con la lingüística formal se señala que la sociolingüística es,
en realidad, la lingüística (Labov, 1966), dado que las lenguas no existen fuera de su uso social, y
que la “lingüística” es solo una subciencia que estudia el código (Calvet, 1993). Corrientes sociolin-
güísticas más representativas:
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prácticas interactivas. Frente a la “concepción estrecha” de la competencia lingüística del generati-
vismo y que llevaría a una gramática del individuo independiente de la situación y de las diferencias
socioculturales, crean el concepto de competencia comunicativa, i.e. “la capacidad para seleccionar,
entre todas las expresiones gramaticalmente correctas a disposición [del hablante], aquellas que
reflejen apropiadamente las normas sociales que gobiernan el comportamiento en encuentros es-
pecíficos” (Gumperz, 1972; ver la noción de “estilo” en Hymes, 1971). También el concepto de re-
gistro (Halliday, 1978) parte de esta perspectiva funcional.
3. La sociología del lenguaje suele designar aquellos estudios que se ocupan de la relación
entre comunidades enteras y variedades (lenguas, dialectos, etc.). Con antecedentes como las posi-
ciones del romanticismo de que la lengua refleja el “espíritu de la nación” y contribuye a crearlo
(Humboldt, 1827) y las discusiones sobre si la lengua integra la superestructura o si es neutra res -
pecto de las clases sociales (cf. posiciones de Marr y Stalin en Langages, 46) la sociología del len-
guaje se vio impulsada por los problemas de los Estados surgidos de los procesos de descoloniza-
ción, la situación de los países multilingües y la complejización idiomática de las sociedades
industriales. Estos casos mostraban que además del uso lingüístico espontáneo, se puede y se
suele actuar sobre las lenguas conscientemente desde el poder a través de políticas lingüísticas y
su puesta en práctica, la planificación del lenguaje (como las reformas ortográficas, la fijación de
las lenguas oficiales en Estados multinacionales o multiétnicos, las normas de uso para los medios
de comunicación, etc.). La denominación glotopolítica (Guespin, 1986) engloba políticas y planifica-
ción lingüísticas y las amplía a las acciones de colectivos no gubernamentales con repercusión pú-
blica sobre las lenguas, así como a su estudio. En esa línea, el concepto inicial de diglosia (Fergu-
son, 1959): la coexistencia, con funciones distintas, de una variedad de prestigio con variedades
coloquiales de una misma lengua (ej.: árabe coránico y variedades habladas), se amplió a varias
lenguas, con distinción entre bilingüismo individual y diglosia social (Fishman, 1972), y se reformuló
finalmente como conflicto entre una lengua “dominante” frente a lenguas “dominadas”, como en
España el castellano frente al catalán, el vascuence y el gallego (por ejemplo, Vallverdú, 1970),
cuya consecuencia sería la tensión entre las tendencias a la normalización de la lengua dominada
—codificación y adquisición de las funciones antes reservadas a la lengua dominante— y a la sustitu-
ción completa de la lengua dominada por la dominante. El estudio psicosocial de las actitudes co-
munitarias ante las lenguas —orgullo, lealtad, autoodio lingüísticos (Garvin, 1986)— fue enriquecido
por el análisis de las representaciones sociolingüísticas (Boyer, 1991), pantallas ideológicas inter-
puestas entre las prácticas lingüísticas reales y la conciencia social de esas prácticas; la explica-
ción de su génesis requiere un amplio estudio histórico, sociocultural e ideológico. Como todo cons-
tructo ideológico poseen materialidad discursiva (por ejemplo: “el dialecto argentino es una
deformación del español”), con predominio de los discursos hegemónicos, y terminan por influir en
las prácticas reales (por ejemplo, en la presentación del paradigma verbal sin las formas del vo-
seo). Estas representaciones e ideas sobre el lenguaje (Auroux, 1990-1992) se analizan no solo en
el habla concreta, sino también en los discursos metalingüísticos: gramáticas, diccionarios, textos
legales, ensayos, normas para los medios de comunicación, e incluso en la concepción de lengua
que se desprende de textos literarios. En los años noventa ha surgido la sociolingüística urbana,
que estudia la peculiar conformación lingüística de las ciudades (Calvet, 1996); también se están
analizando las consecuencias lingüísticas de los procesos de integración regional (Arnoux, 1995) y
de las redes electrónicas, que generan ¿comunidades lingüísticas? a distancia.
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2. En torno al concepto de comunidad lingüística
Cada lengua define una comunidad lingüística: el conjunto entero de personas que se
comunican unas con otras, ya directa, ya indirectamente, a través de una lengua común.
Charles Hockett, 1958.
Una comunidad lingüística es un grupo de personas que están ligadas por alguna forma de
organización social, se hablan unas a otras y lo hacen de manera similar.
M. A. K. Halliday, 1982.
Se trata de un grupo social que puede ser monolingüe o plurilingüe, que se mantiene
unido por la frecuencia de patrones de interacción social y delimitado de las áreas
circundantes por la escasez de líneas de comunicación.
J. Gumperz, 1962.
La mayoría de los grupos de cierta persistencia, sean pequeños grupos unidos por un con-
tacto cara a cara, naciones modernas divisibles en subregiones menores o incluso asociaciones
profesionales o grupos de vecinos, pueden ser tratados como comunidades lingüísticas (speech
communities) siempre y cuando presenten peculiaridades lingüísticas que merezcan un estudio
especial. El comportamiento verbal de tales grupos siempre constituye un sistema. Tiene que
estar basado en conjuntos finitos de reglas gramaticales que subyazcan a la producción de ora -
ciones bien formadas, cuya infracción vuelva ininteligibles los mensajes.
[...] Las reglas gramaticales definen los límites de lo lingüísticamente aceptable. Por ejem-
plo, nos permiten identificar “How do you do?”, “How are you?” y “Hi”? como oraciones co-
rrectas del inglés norteamericano y rechazar otras como “How do you?” y “How you are?” Pero
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el hablar no está constreñido únicamente por reglas gramaticales. La selección que traza un
hablante dentro de las alternativas permitidas puede revelar su origen familiar, identificarlo
como sureño o norteño, urbano, rústico, miembro de las clases educadas o incluso mostrar si
quiere mostrarse amistoso o distante, familiar o deferente, superior o inferior.
Así como la inteligibilidad presupone reglas gramaticales subyacentes, la comunicación de
información social presupone la existencia de relaciones regulares entre el uso lingüístico y la
estructura social. Antes de poder juzgar la intención social de un hablante debemos saber algo
acerca de las normas que definen la adecuación de alternativas lingüísticamente aceptables
para tipos particulares de hablantes; estas normas varían según los subgrupos y las conforma-
ciones sociales.
[...] En sociedades lingüísticamente homogéneas los marcadores verbales de distinciones
sociales tiende a estar confinada a rasgos estructuralmente marginales como la fonología, la
sintaxis y el léxico. En otros lados pueden incluir lenguas estándar literarias y dialectos locales
gramaticalmente divergentes. En muchas sociedades multilingües la elección de una lengua so -
bre otra tiene la misma significación que la selección entre alternativas léxicas en sociedades
lingüísticamente homogéneas.
Más allá de las diferencias lingüísticas entre ellas, las variedades lingüísticas empleadas
en una comunidad forman un sistema porque están relacionados con un conjunto compartido
de normas sociales.
Extraído de J. Gumperz, “The Speech Community”, 1968.
Se sabe que si la lingüística se constituye como ciencia es, entre otras razones, por su
rechazo a la actitud prescriptiva, su rechazo a la normatividad. Legítimo, ese rechazo ha
entrañado sin embargo una exclusión que lo es mucho menos, la del estudio de la norma en
acción en la lengua estudiada.
[...] Los trabajos de Labov ponen, en efecto, de manifiesto que la norma es parte constitutiva
de la estructura sociolingüística; sin ella esa estructura desaparece. Esa norma se manifiesta
- como norma objetiva en la estratificación estilística y social,
- como norma evaluativa subyacente a ese comportamiento.
Es esa norma o más bien ese conjunto de normas las que precisamente, según Labov, uni -
fican la comunidad lingüística, el objeto propio del estudio sociolingüístico.
La estratificación estilística muestra que el comportamiento lingüístico está sometido a
una norma para todos los grupos, incluso para los más elevados. La estratificación social pone
de relieve que es hacia la norma del grupo más elevado a la que tienden, en cada situación, los
demás grupos. Sin embargo, esa homogeneidad del comportamiento y de la evaluación no debe
hacer olvidar las otras disparidades:
1) no todas las variables son significativas para todos los grupos sociales;
2) hay fenómenos de hipercorrección;
3) hay fenómenos de reacción lingüística de las clases elevadas después de la toma de con-
ciencia de la extensión de un cambio lingüístico.
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Así, apoyándonos en los propios datos de Labov, nos parece imposible mantener la defini-
ción de comunidad lingüística que da aquel: como “unificada por un conjunto de normas”. Pre -
ferimos más bien definirla desde el punto de vista lingüístico como un conjunto de grupos que
entran en relaciones dialécticas en el proceso mismo de creación de un conjunto de normas do-
minado por la norma de la clase dominante, pero sometido sin cesar a revisión. Hemos visto
que, en oposición al fenómeno de hipercorrección que caracteriza a las clases medias, fenóme-
no ligado a una profunda inseguridad lingüística, la clase obrera era la menos inclinada a aban-
donar su propia estructura de variación lingüística.
Resumido de J.-B. Marcellesi y B. Gardin: Introduction à la sociolinguistique, 1974.
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3. Prólogo a la Gramática de la lengua castellana,
de Antonio de Nebrija
A la mui alta y assí esclarecida princesa doña Isabel, la tercera deste nombre, reina i señora natural
de España y las islas de nuestro mar. Comiença la gramatica que nueva mente hizo el maestro Antonio de
Lebrixa sobre la lengua castellana. Y pone primero el prólogo. Lee lo en buen ora.
Cuando bien comigo pienso, mui esclarecida Reina, i pongo delante los ojos el antigüedad
de todas las cosas, que para nuestra recordación y memoria quedaron escriptas, una cosa hállo
y sáco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio; y de tal
manera lo siguió, que junta mente començaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la
caida de entrambos. I dexadas agora las cosas mui antiguas de que a penas tenemos una ima -
gen y sombra de la verdad, cuales son las de los assirios, indos, sicionios y egipcios, en los cua -
les se podría mui bien provar lo que digo, vengo a las más frescas, y aquellas especial mente de
que tenemos maior certidumbre, y primero a las de los judíos. Cosa es que mui ligeramente se
puede averiguar que la lengua ebraica tuvo su niñez, en la cual a penas pudo hablar. I llámo io
agora su primera niñez todo aquel tiempo que los judíos estuvieron en tierra de Egipto. Por
que es cosa verdadera o muy cerca de la verdad, que los patriarcas hablarían en aquella lengua
que traxo Abraham de tierra de los caldeos, hasta que decendieron en Egipto, y que allí perde -
rían algo de aquélla y mezclarían algo de la egipcia. Mas después que salieron de Egipto y co -
mençaron a hazer por sí mesmos cuerpo de gente, poco a poco apartarían su lengua, cogida,
cuanto io pienso, de la caldea y de la egipcia, y de la que ellos ternían comunicada entre sí, por
ser apartados en religión de los bárbaros en cuia tierra moravan.
Assí que començó a florecer la lengua ebraica en el tiempo de Moisén, el cual, después de
enseñado en la filosofía y letras de los sabios de Egipto, y mereció hablar con Dios, y comunicar
las cosas de su pueblo, fue el primero que osó escrivir las antiguedades de los judíos; y dar co -
mienço a la lengua ebraica. La cual, de allí en adelante, sin ninguna contención, nunca estuvo
tan empinada cuanto en la edad de Salomón, el cual se interpreta pacífico, por que en su tiem -
po con la monarchía floreció la paz, criadora de todas las buenas artes y onestas. Mas después
que se començó a desmembrar el reino de los judíos, junta mente se començó a perder la len-
gua, hasta que vino al estado en que agora la vemos, tan perdida que, de cuantos judíos oi bi -
ven, ninguno sabe dar más razón de la lengua de su lei, que de cómo perdieron su reino, y del
ungido que en vano esperan.
Tuvo esso mesmo la lengua griega su niñez, y començó a mostrar sus fuerças poco antes
de la guerra de Troia, al tiempo que florecieron en la música y poesía Orfeo, Lino, Muséo,
Amphión, y poco después de Troia destruida, Omero y Esiodo. I assí creció aquella lengua hasta
la monarchía del gran Alexandre, en cuio tiempo fue aquella muchedumbre de poetas, orado-
tes y filósofos, que pusieron el colmo, no sola mente a la lengua, mas aún a todas las otras artes
y ciencias. Mas después que se començaron a desatar los reinos y repúblicas de Grecia, y los ro-
manos se hizieron señores della, luego junta mente començó a desvanecer se la lengua griega y
a esforçar se la latina. De la cual otro tanto podemos dezir: que fue su niñez con el nacimiento
y población de Roma, y començó a florecer quasi quinientos años después que fue edificada, al
tiempo que Livio Andrónico publicó primera mente su obta en versos latinos. I assí creció hasta
la monarchía de Augusto Cesar, debaxo del cual, como dize el Apóstol, vino el cumplimiento
del tiempo en que embió Dios a su unigénito hijo; y; nació el salvador del mundo. En aquella
paz de que avían hablado los profetas y fue significada en Salomón, de la cual en su nacimiento
los Angeles cantan: Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz a los ombres de buena volun -
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tad'. Entonces fue aquella multitud de poetas y; oradores que embiaron a nuestros siglos la co -
pia y deleites de la lengua latina: Tulio, César, Lucrecio, Virgilio, Oracio, Ovidio, Livio, i todos
los otros que después se siguieron basta los tiempos de Antonino Pío. De allí, començando a de -
clinar el imperio de los romanos, junta mente començó a caducar la lengua latina, hasta que
vino al estado en que la recebimos de nuestros padres, cierto tal que cotejada con la de aque-
llos tiempos, poco más tiene que hazer con ella que con la aráviga. Lo que diximos de la lengua
ebraica, griega y latina, podemos mui más clara mente mostrar en la castellana; que tuvo su ni -
ñez en el tiempo de los juezes y Reies de Castilla y de León, y començó a mostrar sus fuerças en
tiempo del mui esclarecido y digno de toda la eternidad el Rei don Alonso el Sabio, por cuio
mandado se escrivieron las Siete Partidas, la General Istoria, y fueron trasladados muchos libros
de latin y aravigo en nuestra lengua castellana. La cual se estendió después hasta Aragón y Na -
varra y de allí a Italia, siguiendo la compañía de los infantes que embiamos a imperar en aque -
llos Reinos. I assí creció hasta la monarchía y paz de que gozamos, primera mente por la bon-
dad y providencia divina; después por la industria, trabajo y diligencia de vuestra real
majestad. En la fortuna y buena dicha de la cual, los miembros y pedaços de España, que esta-
van por muchas partes derramados, se reduxeron y aiuntaron en un cuerpo y unidad de Reino.
La forma y travazón del cual, assí está ordenada, que muchos siglos, iniuria y tiempos no la po -
drán romper ni desatar. Assí que después de repurgada la cristiana religión, por la cual somos
amigos de Dios, o reconciliados con él. Después de los enemigos de nuestra fe vencidos por gue-
rra y fuerça de armas, de donde los nuestros recebían tantos daños y ternían mucho maiores;
después de la justicia y essecución de las leies que nos aiuntan y hazen bivir igual mente en
esta gran compañía, que llamarnos reino y república de Castilla; no queda ia otra cosa sino que
florezcan las artes de la paz. Entre las primeras, es aquélla que nos enseña la lengua, la cual nos
aparta de todos los otros animales y es propria del ombre, y en orden la primera después de la
contemplación, que es oficio propio del entendimiento. Esta hasta nuestra edad anduvo suelta
y fuera de regla, y a esta causa a recebido en pocos siglos muchas mudanças; por que si la que -
remos cotejar con la de oi a quinientos años, hallaremos tanta diferencia y diversidad cuanta
puede ser maior entre dos lenguas. I por que mi pensamiento y gana siempre fue engrandecer
las cosas de nuestra nación, y dar a los ombres de mi lengua obras en que mejor puedan emple -
ar su ocio, que agora lo gastan leiendo novelas o istorias embueltas en mil mentiras y errores,
acordé ante todas las otras cosas reduzir en artificio este nuestro lenguaje castellano, para que
lo que agora y de aquí adelante en él se escriviere pueda quedar en un tenor, y estender se en
toda la duración de los tiempos que están por venir. Como vemos que se a hecho en la lengua
griega y latina, las cuales por aver estado debaxo de arte, aun que sobre ellas an passado mu-
chos siglos, toda vía quedan en una uniformidad.
Por que si otro tanto en nuestra lengua no se haze como en aquéllas, en vano vuestros
cronistas y estoriadores escriven y encomiendan a inmortalidad la memoria de vuestros loa-
bles hechos, y nos otros tentamos de passar en castellano las cosas peregrinas y estrañas, pues
que aqueste no puede ser sino negocio de pocos años. I será necessaria una de dos cosas: o que
la memoria de vuestras hazañas perezca con la lengua; o que ande peregrinando por las nacio-
nes estrangeras, pues que no tiene propria casa en que pueda morar. En la çania de la cual io
quise echar la primera piedra, y hazer en nuestra lengua lo que Zenodoto en la griega y Crates
en la latina. Los cuales aun que fueron vencidos de los que después dellos escrivieron, a lo me-
nos fue aquella su gloria, y será nuestra, que fuemos los primeros inventores de obra tan ne-
cessaria. Lo cual hezimos en el tiempo más oportuno que nunca fue hasta aquí, por estar ia
nuestra lengua tanto en la cumbre, que más se puede temer el decendimiento della que esperar
la subida. I seguir se a otro no menor provecho que aqueste a los ombres de nuestra lengua que
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querrán estudiar la gramática del latín. Por que después que sintieren bien el arte del castella -
no, lo cual no será mui dificile por que es sobre la lengua que ia ellos sienten, cuando passaren
al latín no avrá cosa tan escura que no se les haga mui ligera, maior mente entreveniendo
aquel Arte de la Gramática que me mandó hazer vuestra Alteza, contraponiendo línea por línea
el romance al latín. Por la cual forma de enseñar no sería maravilla saber la gramática latina,
no digo io en pocos meses, más aún en pocos días, y mucho mejor que hasta aquí se deprendía
en muchos años. El tercero provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Sala -
manca di la muestra de aquesta obra a vuestra real majestad, y me preguntó que para qué po-
día aprovechar, el mui reverendo padre Obispo de Avila me arrebató la respuesta; y respon -
diendo por mi dixo que después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos
bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos ternían necessidad
de recebir las leies quel vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua, entonces, por
esta mi arte, podrían venir en el conocimiento della, como agora nos otros deprendemos el
arte de la gramática latina para deprender el latin. I cierto assí es que no sola mente los enemi-
gos de nuestra fe, que tienen ia necessidad de saber el lenguaje castellano, mas los vizcainos,
navarros, franceses, italianos, y todos los otros que tienen algún trato y conversación en Espa -
ña y; necessidad de nuestra lengua, si no vienen desde niños a la deprender por uso, podrán la
más aina saber por esta mi obra. La cual con aquella vergüença, acatamiento y temor, quise de -
dicar a vuestra real majestad, que Marco Varrón intituló a Marco Tulio sus Origenes de la Lengua
Latina; que Grilo intituló a Publio Virgilio poeta, sus Libros del Acento; que Damaso papa a sant
Jerónimo; que Paulo Orosio a sant Augustín sus libros de istorias; que otros muchos autores, los
cuales endereçaron sus trabajos y velas a personas mui más enseñadas en aquello de que escri -
vían.
No para enseñarles alguna cosa que ellos no supiessen, mas por testificar el ánimo y vo -
luntad que cerca dellos tenían, y por que del autoridad de aquéllos se consiguiesse algún favor
a sus obras. I assí después que io deliberé con gran peligro de aquella opinión que muchos de
mi tienen, sacar la novedad desta mi obra de la sombra y tinieblas escolásticas a la luz de vues-
tra corte, a ninguno más justa mente pude consagrar este mi trabajo, que a aquella, en cuia
mano y poder no menos está el momento de la lengua, que el arbitrio de todas nuestras cosas.
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4. Acerca de los participantes de procesos político-lingüísticos
y sus roles. Una aproximación y muchas cuestiones irresueltas
Georg Kremnitz
Traducido del alemán por María del Mar Souto. Publicado originalmente en Cichon, Peter y Barbara Czernilofsky
(eds.): Mehrsprachigkeit als gesellschaftliche Herausforderung. Sprachenpolitik in romanischsprachigen Ländern,
Viena, Edition Praesens, 2001, págs. 157-167.
Contradicciones
La politique linguistique est un effort systématique, rationnel, et basé sur une perspective
théorique, au niveau de la société, dans le but d’accroître le bien-être. Elle est en général
mise en place par des organes officiels ou par leurs mandants et vise, en totalité ou en par-
tie, la population placée sous leur juridiction.1
Así dice una definición de política(s) lingüística(s) 2 publicada hace poco en un periódico
sociolingüístico de primer orden. Refleja una concepción de política lingüística tal como predo-
mina sobre todo en los EE.UU., generalmente en denominaciones como “planificación lingüísti-
ca” y similares. En cambio, ya en 1987 Klaus Bochmann había definido la política lingüística
como
Esta primera definición está muy cercana a las concepciones desarrolladas por Maas,
Glück y Wigger —entre otros— en el ámbito de los Osnabrücker Beiträge zur Sprachtheorie,4 pero
es sabido que posteriormente Bochmann la amplió y precisó de manera considerable en la in-
troducción al tomo sobre política lingüística en la Romania (pp. 4-62), 5 editado bajo su direc-
ción. Allí, Bochmann también aborda más de cerca el tema de los actores de la política lingüís-
1 Grin, François, 1997, “Gérer le plurilinguisme européen: approche économique au problème de
choix”, Sociolinguistica, n° 11, 1-15, cita 6. “La política lingüística es un esfuerzo sistemático, racional y
basado en una perspectiva teórica, en el nivel de la sociedad, que tiene por meta acrecentar el bienes-
tar. En general, es puesta en práctica por organismos oficiales o por sus mandantes y apunta a toda la
población puesta bajo su jurisdicción o a una parte de ella.”
2 Para la diferenciación entre “política lingüística” y “políticas lingüísticas” cfr. Ammon, Ulrich, 1993,
en: Glück, Helmut (Hg.), Metzler Lexikon Sprache, Stuttgart/Weimar. En este artículo me dedicaré a
cuestiones político-lingüísticas referidas tanto a una lengua como a varias lenguas, especialmente
porque ambas están estrechamente entrelazadas, y por eso utilizaré usualmente el concepto general
“política lingüística”. Bochmann se opone implícitamente a la diferenciación, cfr. Bochmann, Klaus
(Leitung), Sprachpolitik in der Romania. Zur Geschichte sprachpolitischen Denkens und Handelns von der
Französischen Revolution bis zur Gegenwart, Berlin/New York: de Gruyter, 1993, 13.
3 Bochmann, Klaus, 1987, “Sprachpolitische Forschung. Theoretische Prämissen, Gegenstände,
Methoden”, en: Linguistische Arbeitsberichte (Leipzig), n° 62, 2-14, cita 3.
4 Cfr. en particular Maas, Utz, 1989, “Sprachpolitik. Grundbegriffe der politischen Sprachwissenschaft”,
Sprache und Herrschaft (Wien), n° 6/7, 1980, 18-77, reanudado posteriormente en: id., Sprachpolitik und
politische Sprachwissenschaft, Frankfurt: Suhrkamp, 16-65; Glück, Helmut/Wigger, Arndt, 1979,
“Kategorielle und begriffliche Probleme der Forschung über Sprach(en)politik”, Osnabrücker Beiträge
zur Sprachtheorie, n° 12, 6-18.
5 Bochmann, 1993.
12
tica. Sin embargo, (en principio) aún no se tratará este tema: ambas citas sólo han de ilustrar
en qué diferencias fundamentales se basan las definiciones de política lingüística. Tal vez se
podría hablar, generalizando, de una concepción de política de orden y de una de política de-
mocratizadora. Mientras que en la primera parece haber una orientación político-lingüística
prefijada más o menos “objetivamente” que luego habrá que llevar a la práctica de un modo
“racional”, en la segunda se hace evidente que diferentes grupos —dentro o fuera de una o va-
rias comunidades lingüísticas que conviven (deben convivir) en una unión social— tienen (pue-
den tener) diferentes intereses y por eso representan (pueden representar) distintas concep-
ciones político-lingüísticas:
Por lo tanto, la política lingüística no sólo se lleva a cabo “desde arriba hacia abajo”, sino
que se concreta —como la política en general— en la interacción de intereses, opiniones y
posturas, desde diferentes hasta opuestos, de la cual resulta, no obstante, una determinada
direccionalidad.6
Por consiguiente, estas diferencias no sólo se pueden establecer en la teoría, sino también
en la práctica político-lingüística, y posiblemente pueden explicar los éxitos o fracasos polí -
tico-lingüísticos.
Hace poco, Emili Boix y Xavier Vila 7 retomaron el tema y presentaron un gráfico de los ac-
tores y sus roles; trazan una diferenciación entre los primeros que me parece útil: por un lado,
el “Estado”, en el que incluyen los tres poderes, y, por el otro, la “sociedad civil”, en la que in -
cluyen el poder económico y mediático, pero también todas las agrupaciones sociales, desde
los sindicatos hasta las asociaciones de lingüistas. 8 Pero la “población”, tercer gran grupo en
este esquema, se percibe casi sólo como receptor; de ella prácticamente no parten impulsos po -
lítico-lingüísticos. Con esto los autores aparentemente recaen, al menos hasta cierto punto, en
concepciones de políticas de orden. Ahora bien, hay que admitir que la “población” rara vez se
articula como masa difusa, sino que cuando toma la palabra lo hace casi siempre a través de or -
ganizaciones civiles. No obstante, su papel no me parece tan insignificante, sobre todo en so-
ciedades en gran parte alfabetizadas. También los representantes de los tres poderes son, ante
todo, ciudadanos y, como tales, parte de la población; representan intereses sociales determi-
nados (esto es válido también para las dictaduras). Por eso me parece que tiene sentido conti -
nuar aguzando la mirada sobre los participantes de procesos político-lingüísticos y sus posibles
papeles. Mi hipótesis es que estos papeles se modifican en relación con los cambios de las con -
diciones sociales de comunicación y que estos cambios se exteriorizan en las evoluciones, pero
especialmente en los resultados de los procesos. Curiosamente, este aspecto ha sido hasta aho -
ra muy poco observado en la investigación. Por eso quiero intentar esbozar a continuación un
esquema prudente como punto de partida para que continúe la investigación.
Retrospectiva
Se puede partir del hecho de que los precedentes de la(s) política(s) lingüística(s) implíci-
ta(s), en tiempos remotos, no son más que los intentos de hablantes que no están continua-
mente en contacto entre sí de adecuar mutuamente sus lenguas o variedades lingüísticas lo su -
ficiente para poder entenderse entre sí. Solo la paulatina consolidación del poder y su
9 Cfr. Giesecke, Michael, 1991, Der Buchdruck in der frühen Neuzeit. Eine historische Fallstudie über die
Durchsetzung neuer Informations- und Kommunikationstechnologien, Frankfurt: Suhrkamp.
Giesecke enfatiza los desarrollos en China y Corea, que transcurrieron de manera diferente, donde la
imprenta ya era conocida anteriormente, pero siguió siendo un monopolio del poder.
10 Por eso Utz Maas escribe que la “política lingüística es un factor constitutivo de la sociedad burguesa
(y está unida a ésta)”; Maas, 1989: 19 (primero 1980: 23).
11 La lingüística histórica todavía deberá estudiar en detalle los resultados de la investigación más re-
ciente del nacionalismo.
14
Esta necesidad de alfabetización colectiva se cruzó con el hecho de que se dotara de escri-
tura a cada vez más lenguas y variedades; necesariamente, este hecho también fue considerado
elemento de identidad colectiva, al menos por una parte de los escribientes y hablantes, sobre
todo cuando se trataba, en el caso de los gramáticos, de integrantes de los grupos afectados. Si
en principio esta identidad se había formado de facto en los hablantes de las lenguas que tenían
una posición dominante,12 los integrantes de grupos dominados la consideraron luego un sím-
bolo del propio grupo, lo que finalmente condujo a que allí donde un grupo no disponía de una
lengua de referencia propia, a veces tuviera que crearla directamente de manera sintética, 13 a
menudo con gran dependencia, aunque indirecta, de la respectiva lengua dominante. Justa-
mente en este período, que caracteriza sobre todo al siglo XIX en Europa, se hace manifiesto en
qué medida las políticas lingüísticas pueden trasladarse del ámbito estatal al ámbito social (y
civil). Un segundo momento de este traslado se manifiesta en la historia más reciente de la des-
colonización, donde se repiten procesos similares.
A partir de fines del siglo XIX tiene lugar, en forma paralela a este movimiento, una nueva
revolución técnica que permite que la voz hablada pueda ser grabada y transportada y que, a
su vez, luego de un período de transición no demasiado extenso, somete al juego capitalista los
medios que surgen de la misma hasta ahora, y sobre todo la radio y la televisión. Para algunas
sociedades, este desarrollo tuvo un precedente en el crecimiento del significado social de la
prensa diaria, sobre todo en el siglo XIX; sus formas de organización de derecho privado tien-
den a reproducirse en los otros medios. Aún hoy no se puede prever con claridad qué conse-
cuencias político-lingüísticas resultarán de ello (aunque la tendencia parece ser, en principio,
la de una concentración en pocas lenguas, usadas como linguae francae; de todos modos, aquí y
allá se pueden vislumbrar movimientos dialécticos contrarios) y tampoco se pueden prever
hoy en día las consecuencias político-lingüísticas de la creciente difusión de Internet y del co-
rreo electrónico.
Estos cambios tecnológicos acarrean otros cambios en las condiciones de la comunicación,
pero también cambian los roles de los actores en los procesos político-lingüísticos. Además,
también modifican la importancia respectiva de las concepciones de política de orden y de po-
lítica democratizadora. Queda especialmente claro que la densidad de una codificación lingüís -
tica junto con el grado de alfabetización de una sociedad desempeñan un papel que hasta aho -
ra ha sido generalmente subestimado. Así, no es lo mismo, por ejemplo, si una reforma
ortográfica emprende una selección y con ella una precisión de reglas de diferentes tradiciones
de escritura que coexisten en una sociedad sólo parcialmente alfabetizada, tal como sucedió en
la mayoría de las sociedades europeas hasta fines del siglo XIX, o si se realiza un reemplazo de
reglas en una sociedad completamente alfabetizada, que interviene en las costumbres que la so -
ciedad tiene hasta ese momento al declararlas como ya no correctas, como sucedió a fin de
cuentas en los países de habla francesa y alemana. En especial, cuando las concentraciones so -
ciales de poder son afectadas por tales cambios, hay que ver cómo resulta la puesta en práctica,
más aún cuando ésta no apunta claramente a una racionalización de las convenciones. Lo que
12 Sería interesante observar hasta qué punto este aspecto desempeñó un papel importante o pudo ha-
berlo desempeñado en las primeras etapas de descolonización del siglo XVIII y de principios del XIX.
13 Así se crearon, en algunos casos, unidades lingüísticas que a la larga no perduraron debido a las dife -
rencias en las experiencias históricas colectivas; el ejemplo seguramente más evidente en la actuali-
dad es el del serbocroata, cfr. Okuka, Milos, 1999, Eine Sprache- viele Erben. Sprachpolitik als
Nationalisierungsinstrument in Ex-Jugoslawien, Klagenfurt: Wieser. De manera similar, aunque mucho
menos dramática, transcurrió la historia reciente del checo y del eslovaco y de sus respectivas socie -
dades. Se encuentran otros ejemplos, a los que se les prestó muy poca atención, en pueblos de la ex
Unión Soviética.
15
se esbozó aquí como un ejemplo político-lingüístico, también se puede mostrar de manera si-
milar en el sector de las políticas lingüísticas.
De la actualidad
Hoy en día deben diferenciarse dos situaciones fundamentales, a saber: por un lado, la de
aquellas lenguas cuyos representantes disponen de infraestructuras estatales y, por otro, la de
aquellos representantes de lenguas que no disponen de tales estructuras y deben basarse en
iniciativas individuales o de la sociedad civil (en tanto existan). 16
14 No puedo dar cuenta aquí de los debates sobre las formas de conciencia (lingüística) colectiva, sobre
todo porque mucho aún está en discusión y las diferentes escuelas lingüísticas entienden dimensiones
muy distintas; en lo que sigue me remitiré, sobre todo, a ideas de Robert Lafont, Brigitte Schlieben-
Lange y Helmut Glück, cfr. Kremnitz, Georg, ²1994, Gesellschaftliche Mehrsprachigkeit, Wien:
Braunmüller, 54-58, y ahora sobre todo la discusión sustancial en: Cichon, Peter, 1998,
Sprachbewußsein und Sprachhandeln. Romands im Umgang mit Deutschschweizern, Wien: Braunmüller,
sobre todo 25-58.
15 Es evidente que la ideología, entendida de esta manera, está muy cerca del concepto freudiano del su-
peryó.
16 Cfr. Kremnitz, 1990, ²1994: 94 y ss.
16
Esta segunda situación se asemeja, en cierta manera, a la de las lenguas habladas y escritas
en la Europa del Renacimiento, cuando se hizo manifiesta la necesidad de adoptar medidas polí-
tico-lingüísticas, pero, en principio, faltaban las infraestructuras necesarias; los primeros traba-
jos normativos fueron redactados por individuos, las controversias por diferencias en las concep-
ciones fueron dirimidas entre individuos y sólo a duras penas pudieron crearse instituciones
(privadas) que, poco a poco, pudieron ir ganando autoridad en sus sociedades respectivas. Una
institución aún hoy en día prestigiosa, a pesar de todo, como la Académie Française, tuvo que ad-
quirir primero su prestigio, aun cuando la protección de la realeza fue de gran ayuda y aunque la
incompetencia evidente de algunos de sus miembros fue contraproducente. Por supuesto que en
la época del absolutismo francés el círculo de los afectados por cuestiones político-lingüísticas
era aún tan limitado que podía ser perfectamente alcanzado con las modestas posibilidades me-
diáticas de esos tiempos. Además, el factor prestigio —la lengua de la corte— desempeñaba un
papel importante. Las disputas entre individuos o grupos se evidencian aún más claramente en
formas de dominio menos centralizadas que la francesa; el ejemplo del alemán es, en este punto,
especialmente instructivo. Además del prestigio de la lengua cortesana, el interés comercial de
las imprentas y también el afán de determinadas escuelas ideológicas de comunicarse fueron ele-
mentos importantes para la creciente normativización; por un lado, de variedades dentro de una
lengua y, por otro, también con respecto al cambio de lengua de las minorías a la dominante.
En los casos en que hoy las lenguas deben afirmarse en sitios sin estructura estatal, la si-
tuación es usualmente mucho más difícil porque tienen frente a ellas una política lingüística
institucionalizada, estatal, que dispone de todos los medios de comunicación. Si tomamos el
ejemplo del occitano o del bretón, comprobamos que en el primer caso ni siquiera en el círculo
de los defensores de la lengua tuvo éxito un acuerdo con respecto al objeto en cuestión, y mu-
cho menos con respecto a convenciones lingüísticas de referencia o gráficas (lo segundo es
aplicable también al bretón, donde aunque la disputa en torno a la grafía se ha reducido mucho
en el último tiempo, el encuentro de una solución parece perfilarse sólo paulatinamente). 17 En
el ámbito del occitano, desde 1997, un Conselh de la Lenga Occitana intenta tomar las decisiones
político-lingüísticas necesarias; sin embargo, por un lado, se presentan dentro de la entidad
(que abarca sólo a los partidarios de la grafía y forma de referencia alibertina y con eso —aun-
que por motivos explicables— sigue excluyendo a grupos del movimiento renacentista relativa-
mente influyentes) profundas diferencias de concepción, que continuamente impiden acuerdos
racionales que se puedan imponer en la sociedad; por otro, el Conselh carece de estructuras que
estén en condiciones de hacer públicas sus decisiones de manera apropiada. De facto, algunos
medios (privados) como radioemisoras y la revista La Setmana son de momento bastante impor-
tantes para la formación de la lengua de referencia; la enseñanza escolar también va comen -
zando a tener efecto como instrumento normativo, tanto en escuelas estatales como en priva-
das, pues los escolares adquieren de sus maestros formas y costumbres lingüísticas
determinadas; así, las formas entran paulatinamente cada vez más en circulación social. 18 Hay
que ver si a través de esta expansión del uso (secundario) de la lengua surge lentamente una
presión de la norma que se sobreponga a las antiguas contradicciones y establezca un consenso
mínimo, por lo menos en la sociedad (civil). En todo caso, el ejemplo occitano demuestra den-
tro de un pequeño marco cómo se desarrollan hoy en día tales conflictos político-lingüísticos
cuando ninguno de los organismos legitimados por la sociedad respaldan una u otra solución y
17 Cfr. Ar Merser, A., 1989, Les orthographes du breton, Brest: Ed. Brud Nevez.
18 Se puede observar un fenómeno similar en el país vasco, donde aún no se había terminado de forjar la
lengua de referencia batua en el momento de la autonomía y, con ello, de la organización de las escue-
las y los medios; sin embargo, estos tuvieron que tomar ciertas decisiones que luego se impusieron, en
muchos casos, en la lengua de referencia que estaba surgiendo.
17
las ideas hostiles a las minorías de la administración y la política centrales siguen jugando un
papel importante en segundo plano.
La comparación con la situación catalana demuestra algunas diferencias significativas. En
las primeras décadas de nuestro siglo, la conciencia colectiva catalana era, por lo menos en el
Principat, tan sólida que finalmente una sola persona, Pompeu Fabra, aunque en el marco del
Institut d’Estudis Catalans, logró fijar una concepción de lengua de referencia —en algunos ras-
gos, considerablemente innovadora— e imponerla institucional y, por último, también social-
mente. Además se logró imponer esta lengua de referencia, por lo menos en principio, también
en otras regiones de habla catalana, por el momento exceptuando parcialmente a València.
Más de una vez se expresó que ya no es concebible hoy en día un éxito similar, dado que la va -
riedad de opiniones aumentó tanto que actualmente está casi descartado un consenso similar.
Seguramente, a la imposición del modelo de Fabra contribuyó el hecho de que la enseñanza es -
colar en catalán aún estaba poco desarrollada, no había una seguridad lingüística de referen -
cia, pero también el hecho de que fue aceptado en su sociedad como el experto indiscutido y,
sin duda, su modelo era el más eficaz. Uno parece poder deducir del ejemplo, por así decirlo
prudentemente al revés, que las instituciones democráticas muy desarrolladas dificultan las
soluciones político-lingüísticas. También habría que comprobar esta hipótesis, en la cual natu-
ralmente la cifra de las variables es relativamente grande.19
La situación actual es fundamentalmente distinta para aquellas lenguas cuyos hablantes
disponen de aparatos estatales (uno o varios). Por un lado, estas instituciones tienen, natural-
mente, sus conceptos normativos transmitidos como fuera; por otro, ciertas cuestiones funda-
mentales —como por ejemplo la de la denominación o también la del papel social de la lengua
respectiva— están, al menos, resueltas en la práctica. Pero la observación histórica demuestra
que también aquí las configuraciones de los participantes y su peso relativo sufren (pueden su -
frir) un cambio. Así, la Revolución Francesa marca al respecto un punto claro de ruptura: mien-
tras que antes influían sobre todo la Académie y junto a ella las imprentas (principalmente ho-
landesas), ahora es cada vez más importante el rol directo de las autoridades estatales en la
preparación de la enseñanza obligatoria general. Se respaldan también en la (resurgida) Acadé-
mie, pero al mismo tiempo las influencias directas, como la formación de docentes, son cada
vez más importantes. El apogeo de la influencia directa estatal se alcanza con la proclamación
de la enseñanza obligatoria general a partir de 1881. No es extraño que, justamente en esta
época, en los márgenes de esta esfera, surja un movimiento para reformar la ortografía que
quiera hacer más fácil y realizable la meta política de la alfabetización de toda la población a
través de la racionalización de las reglas ortográficas y con medios más eficaces; una de las fi -
nalidades, y no la última, de esta reforma es el respaldo indirecto de la Tercera República. Las
leyes Jules-Ferry de introducción de la enseñanza obligatoria también tenían como objetivo
evitar a largo plazo el regreso de la monarquía. 20 Los intentos de reformar la ortografía fallan,
o mejor dicho, terminan en una operación cosmética: el Edicto de Tolerancia Leygues de 1901,
que nunca logró un significado práctico. 21 Predomina una coalición de los poderes conservado-
19 Entretanto, también en la región de habla catalana se está mostrando la pérdida parcial del consenso
sobre el objeto. Partes de la sociedad de València intentan documentar con todos los medios la dife -
rencia del valenciano con el catalán, lo que naturalmente, desde el punto de vista político-lingüístico,
sólo es una ventaja para el castellano.
20 Sobre el clima intelectual de la época, cfr. Weber, Eugen, 1985 (¹1964), L’Action française, París: Fayard;
id., 1986, Fin de siècle, París: Fayard.
21 Como se sabe, fue reemplazado en 1976 por un decreto similar, Haby, que tampoco tuvo consecuen-
cias. Aun las modestas simplificaciones de 1990 aprobadas por la Académie sólo rara vez se emplean, o
a veces dejan especial constancia de que se las ha observado, cfr. por ej. Chaurand, Jacques (dir.),
1999, Nouvelle histoire de la langue française, Paris: Seuil, 8.
18
res (la Académie era, en su mayoría, antirrepublicana), que por un lado interpretan cada refor-
ma como decadencia, pero que también piensan en el potencial de selección social de una gra -
fía historizante y etimologizante, y los intereses materiales de los impresores y editores que sa-
ben defender eficazmente sus posiciones en las opiniones publicadas. Además, el aumento
práctico del número de alfabetizados convoca a un ejército de afectados (a veces sólo aparente-
mente) que por motivos elementales —perdería valor su propio conocimiento ortográfico— no
quieren que se modifique la ortografía vigente. No sólo en Francia se ha logrado convocar en
todas las siguientes discusiones de reforma a estos afectados, que aumentan considerablemen-
te el peso de los poderes resistentes.22 Los mejores resultados que se pueden esperar en tal si-
tuación son acuerdos que no satisfacen a ninguna de las partes, como por ejemplo la última re -
forma ortográfica alemana. En las últimas décadas, la radiodifusión y, sobre todo, la televisión
redistribuyeron en forma paulatina el peso entre la lengua escrita y la lengua hablada, pero
aunque muchos (no todos) lingüistas exigen una mayor conexión de la lengua escrita con la ha -
blada, hasta ahora esta idea no se llevó realmente a la praxis normativa en ninguna parte. Hay
que ver si el correo electrónico (e-mail) producirá algún cambio a largo plazo, 23 si se sigue im-
poniendo. De todos modos, en las últimas décadas se produjo una fuerte inclusión de la discu-
sión sobre la norma lingüística en el debate público, de manera tal que las decisiones (ya) no
pueden tomarse de forma burocrática y recién después publicarse. Esto se demostró en Francia
también en relación con la creación de las leyes Bas-Lauriol y Toubon. 24 En cambio, cada vez
más del lado de los intereses estatales está la creación de organizaciones que defienden el rol
comunicativo (y político) del francés, ya se trate, por ejemplo, de comisiones de terminología o
de todo tipo de infraestructuras, como los centros de documentación. En este ámbito hay mu -
cha menos discusión pública, de manera que muchas decisiones se toman casi sin control so-
cial. Naturalmente, al comienzo de tales estructuras existe un gasto financiero considerable del
que no se puede esperar una rentabilidad inmediata; por eso el capital privado, que general-
mente invierte de buen grado, en principio se abstiene.
Por último, debe recordarse un rol importante de la población: al fin y al cabo tiene la po -
sibilidad de consumar decisiones político-lingüísticas o de hacerlas quedar en la nada. Las in-
novaciones, ya sea la reducción del vocabulario sexista, la creación de nuevos términos, las re -
formas ortográficas o determinados cambios discursivos, proceden siempre de determinados
sectores de las sociedades, pero sólo su aceptación por parte de la sociedad y las instituciones
demuestra si pueden imponerse socialmente. El fin del “socialismo real” arrojó como resultado
secundario que las poblaciones afectadas pueden ser incluso lingüísticamente mucho más tes-
tarudas de lo que se suponía, tanto en el sentido positivo como en el negativo.
Conclusión
El presente esquema sólo pretende señalar un campo interesante, aún poco tratado: el del
desarrollo de los roles de los participantes en procesos político-lingüísticos en el transcurso
22 La única excepción mayor es la última reforma ortográfica en Rumania, donde por motivos ideológi-
cos las huellas del “socialismo real” tuvieron que ser borradas también de la grafía y por eso muchos
usuarios se pusieron del lado de una innovación (por añadidura) complicada (que además retomaba,
en gran parte, normas anteriores), cfr. entre otros, Bochmann, Klaus, 1995, “Ideologie und
Orthographie. Neuer Streit um die rumänische Rechtschreibung”, en: Cichon, Peter/ Ille, Karl/
Tanzmeister, Robert (Hg.), Lo gai saber. Zum Umgang mit sprachlicher Vielfalt, Wien: Braumüller, 276-
282.
23 Ya existen las primeras investigaciones de la lengua e-mail, que insisten en sus rasgos innovadores;
pero podría tratarse de desarrollos que a la larga no se impondrán si el medio se convencionaliza más.
24 Cfr. Braselmann, Petra, 1999, Sprachpolitik und Sprachbewusstsein in Frankreich heute, Tübingen: Nieme-
yer, sobre todo 1-55, donde se reseñan aspectos importantes de esta discusión.
19
histórico. Valdría la pena continuar investigando esta cuestión; profundizaría nuestro saber no
sólo sobre la política lingüística, sino también, y no en última instancia, sobre la comunicación
y el cambio lingüístico.
******
Cabe añadir la especial complejidad de la distinción entre lengua y dialecto. Se intentó fundamen-
tarla con diversos criterios, como la intercomprensión o la distancia interlingüística; sin embargo, mien-
tras que a un marroquí, por ejemplo, le resulta difícil entender el árabe hablado por un sirio, el noruego y
el sueco resultan mutuamente comprensibles. Tampoco hay simetría: un brasileño del sur suele enten-
der mejor a un argentino que viceversa. Tampoco sirve el criterio numérico: hay lenguas con una decena
de hablantes y “dialectos” con millones de hablantes. Resultan más aceptables el criterio diacrónico
(los dialectos serían las lenguas que derivan de una anterior; así, el castellano, el francés, el catalán, el
rumano, el italiano, etc., serían todos dialectos del latín) y el que considera que una lengua es la suma
de sus dialectos (el español es la suma de los dialectos castellano, andaluz, mexicano, argentino, chile-
no, etc.). Sin embargo, sobre todo en los casos de lenguas con academias normativas, pesa la idea de
que la lengua es la fijada por la Academia de la Lengua, mientras que las demás variedades serían dia-
lectos. Como decía el idishista Max Weinreich, "una lengua es un dialecto con un ejército y una marina
detrás". La conciencia de hablar una lengua determinada es, además, histórica:
Las masas apenas se daban cuenta, antes de la época del nacionalismo, de que se hablaba un
mismo idioma en un gran territorio. De hecho, no era siempre un mismo idioma, sino diversos dia -
lectos, uno al lado del otro, que a veces resultaban incomprensibles para los habitantes de una
provincia vecina. El idioma hablado se aceptaba como un hecho natural; no se lo consideraba un
factor político o cultural, y menos aún como objeto de una lucha de esta índole. La gente de la
Edad Media dedujo que la diversidad de idiomas se debía a la perversidad humana y que era un
castigo por haber construido la torre de Babel. El sentido del propio idioma sólo aparecía ante ex -
pediciones o viajes, o en los distritos fronterizos. (Hans Kohn, 1949)
20
5. Economía de los intercambios lingüísticos
Pierre Bourdieu
Extracto de ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Madrid, Akal, 1985.
La sociología solo puede liberarse de las formas de dominación que la lingüística y sus
conceptos ejercen todavía hoy sobre las ciencias sociales a condición de hacer patentes las ope-
raciones de construcción del objeto en que esta ciencia se ha fundado y las condiciones sociales
de producción y circulación de sus conceptos fundamentales. Si el modelo lingüístico se ha
transportado tan fácilmente al terreno de la etnología y de la sociología, ello se ha debido a
una consideración esencialista de la lingüística, es decir, a la filosofía intelectualista que hace
del lenguaje, más que un instrumento de acción y de poder, un objeto de intelección. Aceptar
el modelo saussuriano y sus presupuestos es tratar el mundo social como un universo de inter -
cambios simbólicos y reducir la acción a un acto de comunicación que, como la palabra de
Saussure, está destinado a ser descifrado por medio de una cifra o de un código, lengua o cultu-
ra. Para romper con esta filosofía social, hay que mostrar que, por legítimo que sea tratar las
relaciones sociales —y las propias relaciones de dominación— como interacciones simbólicas,
es decir, como relaciones de comunicación que implican el conocimiento y el reconocimiento,
no hay que olvidar que esas relaciones de comunicación por excelencia que son los intercam -
bios lingüísticos son también relaciones de poder simbólico donde se actualizan las relaciones
de fuerza entre los locutores y sus respectivos grupos. En suma, hay que superar la alternativa
corriente entre el economismo y el culturalismo, para intentar elaborar una economía de los
intercambios simbólicos.
Todo acto de habla y, más generalmente, toda acción, es una coyuntura, un encuentro de
series causales independientes entre los habitus lingüísticos y los mercados en que se ofrecen
sus productos. Lo que circula en el mercado lingüístico no es “la lengua”, sino discursos estilís -
ticamente caracterizados, discursos que se colocan a la vez del lado de la producción, en la me-
dida en que cada locutor se hace un idiolecto con la lengua común, y del lado de la recepción,
en la medida en que cada receptor contribuye a producir el mensaje que percibe introduciendo
en él todo lo que constituye su experiencia singular y colectiva. Bajtin recuerda que, en las si-
tuaciones revolucionarias, las palabras corrientes reciben sentidos opuestos. Benveniste hacía
observar que, en las lenguas indoeuropeas, las palabras que sirven para enunciar el derecho se
vinculan a la raíz de decir. El bien decir, formalmente correcto, pretende por eso mismo, y con
posibilidades de éxito no desdeñables, expresar el derecho, es decir el deber ser. […] El discurso
jurídico es palabra creadora, que confiere vida a lo que enuncia. […] No se debería olvidar nun-
ca que la lengua, por su infinita capacidad generativa, pero también originaria en el sentido de
Kant, originalidad que le confiere el poder de producir existencia produciendo su representa-
ción colectivamente reconocida, y así realizada, es sin duda el soporte por excelencia del sueño
de poder absoluto.
21
regulan las prácticas lingüísticas. La lengua oficial se ha constituido vinculada con el Estado. Y
esto tanto en su génesis como en sus usos sociales. Es en el proceso de constitución del Estado
cuando se crean las condiciones de la creación de un mercado lingüístico unificado y dominado
por la lengua oficial... esta lengua de Estado se convierte en la norma teórica con que se mide
objetivamente todas las prácticas lingüísticas... Sometidos universalmente al examen y a la
sanción jurídica del título escolar el resultado lingüístico de los sujetos parlantes. (19-20) La in-
tegración en la misma “comunidad lingüística”, que es un producto de la dominación política
constantemente reproducida por instituciones capaces de imponer el reconocimiento univer-
sal de la lengua dominante, constituye la condición de la instauración de relaciones de domina -
ción lingüística.
22
la producción de un discurso escrito digno de ser publicado, es decir, oficializado. Las propie-
dades que caracterizan la excelencia lingüística pueden resumirse en dos palabras, distinción y
corrección. Combinación entre los dos principales factores de producción de la competencia le-
gítima, la familia y el sistema escolar. En este sentido, como la sociología de la cultura, la socio -
logía del lenguaje es lógicamente indisociable de una sociología de la educación. [...] El merca-
do escolar está estrictamente dominado por los productos lingüísticos de la clase dominante y
tiende a sancionar las diferencias de capital preexistentes [...] Las diferencias iniciales tienden
a reproducirse debido a que la duración de la inculcación tiende a variar paralelamente a su
rendimiento; los menos inclinados o menos aptos para aceptar y adoptar el lenguaje escolar
son también los que menos tiempo están expuestos a ese lenguaje y a los controles, correccio-
nes y sanciones escolares. El sistema escolar [...] tiende a asegurar la reproducción de la dife -
rencia estructural entre la distribución, muy desigual, del conocimiento de la lengua legítima y
la distribución, mucho más uniforme del reconocimiento de esta lengua, lo que constituye uno
de los factores determinantes de la dinámica del campo lingüístico y, por eso mismo, de los
cambios de la lengua. Las prácticas distintivas [...] tales prácticas arraigan en un sentido empí-
rico de la escasez de marcas distintivas (lingüísticas o de otro tipo) y de su evolución en el
tiempo: las palabras que se divulgan pierden su poder discriminante y tienden por esto a ser
percibidas como intrínsecamente triviales, comunes, por lo tanto fáciles o gastadas, puesto que
la difusión está ligada al tiempo. [...] Lo que se describe como un fenómeno de difusión no es
más que el proceso resultante de la situación competitiva que conduce a cada agente, a través
de innumerables estrategias de asimilación y de disimilación (con relación a los que están si -
tuados antes y detrás de él en el espacio social y en el tiempo), a cambiar constantemente de
propiedades sustanciales (pronunciaciones, léxicos, giros sintácticos, etc.) conservando, por la
competencia misma, la diferencia que la origina.
23
6. Diglosia y bilingüismo. “Lenguas en contacto”
y “lenguas en conflicto”
Charles Ferguson definió en 1959 la diglosia como aquella situación peculiar en que en un
país coexisten dos o más variedades muy diferentes de una misma lengua, una de las cuales, la va-
riedad alta, está muy codificada, se usa para las funciones elevadas (literatura, discursos políticos,
legislación, etc.), es gramaticalmente más compleja, se aprende en la escuela, pero no constituye
la variedad habitualmente usada en las conversaciones por ningún sector de la sociedad, y ejempli-
ficaba esta situación con Haití (francés vs. créole), la Suiza alemana (alemán estándar vs. el dialec-
to suizo-alemán), los países árabes (el árabe coránico vs. las variedades de árabe hablado) y Grecia
(el griego “elevado” vs. el “popular”). Es de notar que Ferguson consideraba que estas situaciones
no eran conflictivas y que podían durar mil años.
Diglosia
Charles Ferguson
Publicado originalmente con el título de “Diglossia” en Word, 15, 1959, pp. 325-340. Tomado de P. Garvin y Y.
Lastra, Antología de estudios etnolingüísticos y sociolingüísticos (trad. Joaquín Herrero), UNAM, 1974, pp. 247-265.
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lenguaje. El presente estudio debe ser considerado como preliminar ya que se requiere mucho
mayor cúmulo de datos históricos y descriptivos; nos proponemos caracterizar la diglosia se-
leccionando cuatro comunidades lingüísticas con sus lenguas (llamadas de aquí en adelante
lenguas definidoras), que pertenezcan claramente a esta categoría, y describiendo los rasgos
comunes que parezcan dignos de clasificación. Las lenguas definidoras seleccionadas son el
árabe, el griego moderno, el germano suizo y el criollo haitiano.
Antes de iniciar la descripción, conviene hacer una aclaración. No se presupone que la di -
glosia sea un estadio que aparece siempre y solamente en un punto determinado de cierta línea
evolutiva, por ejemplo en un proceso de estandarización. La diglosia puede desarrollarse a par-
tir de orígenes diversos y terminar en diferentes situaciones lingüísticas. De las cuatro lenguas
definidoras, la diglosia árabe parece tan antigua como el conocimiento que tenemos del árabe,
y la lengua “clásica” superpuesta ha permanecido relativamente estable; mientras que la diglo-
sia griega, aunque entierra sus raíces muchos siglos atrás, sólo alcanzó su pleno desarrollo a
principios del siglo XIX, con el renacimiento de la literatura griega y la creación de un lenguaje
literario basado en gran parte en formas previas del griego literario. La diglosia germano suiza
se desarrolló como resultado de un prolongado aislamiento político y religioso de los centros
de estandarización lingüística alemana; en tanto que el criollo haitiano surge de la criollización
de un francés pidgin, y de la presencia de un francés estándar llegado más tarde para desempe -
ñar el oficio de la variedad superpuesta. Al final de este trabajo haremos alguna especulación
sabre sus posibilidades de desarrollo. Por comodidad en las referencias, la variedad superpues -
ta en la diglosia será designada como variedad A (alta), o simplemente A, y los dialectos regio -
nales serán designados como variedades B (bajas) o colectiva y simplemente B. Todas las len-
guas definidoras tienen nombres propios para las variedades A y B, como se puede ver en el
cuadro siguiente.
A es llamado B es llamado
ÁRABE Clásico (A) ‘al-fuṣha ‘al-’āmmiyyah, ‘ad-dārij
Egipcio (B) ‘il-faṣih, ‘in-nahawi il-’āmmiyya
GERMANO SUIZO Alemán estándar (A) Schriftsprache [Scweizer] Dialekt,
Schwizerdeutsch
Suizo (B) Hoochtüütsch Schwyzertüütsch
CRIOLLO HAITIANO Francés (A) français créole
GRIEGO AyB katharévusa dhimotikí
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ción de la escritura griega parece menos satisfactoria no sólo por ser variable, sino también
por resultar muy etimologizante por naturaleza y muy poco fonémica. Para el germano suizo
se ha adoptado la escritura defendida par Dieth (1938) que es de una consistencia digna de con -
fianza; aunque no indica todos los contrastes fonémicos y quizás en algunos casos indica alófo -
nos, parece una buena sistematización que no modifica apreciablemente las convenciones de
escritura más usadas para escribir material del dialecto germano suizo. El árabe, como el grie-
go, usa un alfabeto no romano, pero la transliteración es aún menos posible que en el griego,
en parte otra vez por la variabilidad de la escritura, pero más aún a causa de que en el árabe
egipcio conversacional no se indican muchas vocales, y todas las demás a menudo se indican
ambiguamente; la transcripción aquí escogida se apoya firmemente en los sistemas tradiciona-
les de los semitistas, y es una modificación aplicada al egipcio del esquema empleado por Al-
Toma (1957).
El cuarto problema es el de cómo representar A. Para el germano suizo y el criollo haitia -
no debe emplearse la escritura del alemán y francés estándar respectivamente, aunque en am -
bos casos oculte ciertas semejanzas entre los sonidos de A y B. Para el griego podría emplearse
la escritura ordinaria en caracteres griegos o una transliteración. Pero como los conocimientos
de pronunciación de griego moderno no son tan amplios como los de pronunciación francesa o
alemana, el efecto engañador de la ortografía es más serio en el caso del griego, y por eso em-
pleamos la transcripción fonémica. El problema más arduo lo constituye el árabe. Las dos alter-
nativas más claras son 1) una transliteración de la ortografía árabe (debiendo suplir el que
transcribe las vocales no escritas) o 2) una transcripción fonémica del árabe tal como puede ser
leído por un hablante del árabe de El Cairo. Hemos optado por la solución 1), de acuerdo otra
vez con el procedimiento de Al-Toma.
1. Función
Uno de los rasgos más importantes de la diglosia es la función especializada de A y B. En
un grupo de situaciones sólo A resulta apropiada, y en otro sólo B, y es muy leve la superposi-
ción de estos dos grupos. Como ejemplo damos una muestra de posibles situaciones, indicando
la variedad usada normalmente:
A B
Sermón en la iglesia o mezquita x
Órdenes a sirvientes, camareros. Trabajadores, oficinistas x
Carta personal x
Discurso en el Parlamento, discurso político x
Conferencia en la Universidad x
Conversación con la familia, amigos, colegas x
Noticias par radio x
Comedias radiofónicas x
Editorial de un diario, narración de noticias, subtitulo de una ilustración x
Subtitulo de una caricatura política x
Poesía x
Literatura folclórica x
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La importancia del uso de la variedad correcta en la situación apropiada difícilmente puede
sobreestimarse. Un extraño que aprenda a hablar con fluidez y exactitud B. y la emplea luego en
un discurso formal, hace el ridículo. Un miembro de la comunidad lingüística que use A en una
situación puramente conversacional o en una actividad ordinaria e informal, hace igualmente el
ridículo. En todas las lenguas definidoras es normal que alguien lea en voz alta un diario escrito
en A y luego pase a discutir el contenido del diario en B. Es igualmente típico escuchar un discur-
so formal en A y luego discutirlo, frecuentemente con el mismo orador, en B.
(Por lo que se refiere a la educación formal, la situación es frecuentemente más complica-
da. En el mundo árabe, por ejemplo, la parte formal de clases en la Universidad se da en A, pero
gran parte de las explicaciones y reuniones de grupo pueden tenerse en B. especialmente en
ciencias naturales en conntraposición a las humanidades. Aunque por prohibición legal el pro-
fesor no puede usar B en las escuelas secundarias de algunos países árabes, sin embargo, con
frecuencia debe emplear una parte considerable de su tiempo para explicar en B el sentido del
material presentado en A en libros y clases.)
Las dos últimas situaciones de la lista anterior merecen comentarios. En todas las lenguas
definidoras se escribe algo de poesía en B, y un grupo reducido de poetas compone en B y A,
pero el estatus de las dos clases de poesía es muy diferente y en el conjunto de la comunidad
lingüística sólo la poesía en A es considerada coma “verdadera” poesía. (Esto no so aplica al
griego moderno. La poesía en B abarca la mayor parte de la producción poética, y la poesía en
A es más bien considerada artificial.) Por otra parte, en cada una de las lenguas definidoras,
ciertos proverbios, frases de cortesía, etcétera, están en A incluso cuando personas iletradas
los traen a la conversación ordinaria. Se calcula que una quinta parte de los proverbios en el
repertorio vivo de los aldeanos árabes están en A (JAOS, 1955, 75: 124 ss).
2. Prestigio
Todos los que hablan las lenguas definidoras consideran que A es superior a B en una serie
de aspectos. Este sentimiento es a veces tan fuerte que solamente A es considerada verdadera,
y B tenida por “inexistente”. Los que hablan árabe, por ejemplo, pueden decir (en B) que fulano
no sabe árabe. Normalmente esto significa que no sabe A. aunque hable B eficientemente y con
fluidez. Si una persona que no sabe árabe pide a un árabe culto que le enseñe a hablar su len-
gua, este normalmente tratará de enseñarle las formas A, insistiendo en que son las únicas en
uso. Frecuentemente, los árabes educados sostendrán que nunca y de ninguna manera usan B,
a pesar de que una observación directa muestre que la emplean constantemente en toda con-
versación ordinaria. De modo similar, los hablantes cultos de criollo haitiano niegan frecuente-
mente su existencia, insistiendo en que sólo hablan francés. No se puede decir que tal actitud
constituya un intento deliberado de engañar al que pregunta; más bien parece un engaño de sí
mismo. Cuando la persona en cuestión contesta de buena fe, es posible a veces romper estas ac -
titudes preguntando, por ejemplo, qué clase de lenguaje emplean para hablar a sus hijos. a sir -
vientes o a su madre. La respuesta, realmente reveladora, es generalmente la que sigue: “Oh,
pero ellos no podrían entender [la forma A, como quiera que se llame]”.
Incluso cuando no es tan fuerte el sentimiento de la realidad y superioridad de A, existe
corrientemente la opinión de que, de algún modo, A es más hermosa, más lógica, más apta para
la expresión de pensamientos importantes, etcétera. Y esta opinión la defienden incluso aque-
llos cuyo dominio de A es muy limitado. Para aquellos norteamericanos que quisieran evaluar
el lenguaje en términos de efectividad en la comunicación, resulta sorprendente el descubrir
que muchos hablantes de una lengua en que existe diglosia prefieran, de modo característico.
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escuchar un discurso político, una conferencia o una declaración en A, aunque pueda serles
menos inteligible que si la escucharan en B.
En algunos casos la superioridad de A está relacionada con la religión. Se considera que el
griego del Nuevo Testamento es esencialmente el mismo que el khatarévusa, y la aparición de
una traducción en dhimotikí fue la ocasión de serios disturbios en Grecia en 1903. Los hablan -
tes de criollo haitiano están, por lo general, acostumbrados a la versión francesa de la Biblia, y
aunque la Iglesia emplea el criollo en el catecismo y otras actividades parecidas, no lo hace sin
recurrir a una escritura sumamente afrancesada. El árabe A es la lengua del Corán, y, por esto,
muchos creen que es el de las mismas palabras de Dios; más aún, se piensa que existe incluso
fuera de los límites espacio-temporales, es decir, que ha existido “antes” del comienzo del
tiempo en la creación del mundo.
3. Herencia literaria
En cada una de las lenguas definidoras existe un cuerpo considerable de literatura escrita
en A, tenido en gran estima por la comunidad lingüística, y la producción literaria contempo -
ránea en A de los miembros de la comunidad se considera como parte de aquella otra literatura
más antigua. El cuerpo de literatura puede datar de mucho tiempo atrás en la historia de la co-
munidad, o puede estar en continua producción en otra comunidad lingüística donde A sirve
de variedad estándar del lenguaje. Cuando el cuerpo de literatura representa un largo período
(como en árabe y griego), los escritores contemporáneos —y los lectores— tienden a considerar
práctica legítima el empleo de palabras, frases y construcciones que pueden haber sido co -
rrientes sólo en un período de la historia literaria y que no gozan de amplio uso en el presente.
Así, puede ser signo de altura periodística en editoriales, o señal de buen gusto en una compo -
sición poética el empleo de una complicada construcción de participio de griego clásico, o de
una rara expresión árabe del siglo XII, a pesar de que presumiblemente el tipo medio de lector
no las entenderá sin recurrir a la investigación. Un efecto de tal práctica es la apreciación de
algunos lectores: “Fulano sí que sabe griego [o árabe]”.
4. Adquisición
Entre hablantes de las cuatro lenguas definidoras, los adultos usan B para hablar a los ni-
ños, y estos usan también B para hablar entre sí. En consecuencia, los niños aprenden B como
si fuera el modo “normal” de aprender la lengua materna. Los niños pueden oír A de vez en
cuando, pero el verdadero aprendizaje de A se lleva a cabo principalmente a través de la educa-
ción formal, sea en las tradicionales escuelas coránicas, en las modernas escuelas del gobierno,
o con profesores privados.
Esta diferencia en el método de adquisición es muy importante. La persona se siente due-
ña de B en un grado que jamás alcanzará en A. La estructura gramatical de B se aprende sin
discusión explicita de los conceptos gramaticales: la gramática de A se aprende en términos de
“reglas” y normas que deben ser imitadas.
Parece improbable que cualquier cambio hacia un empleo pleno de A pueda tener lugar
sin un cambio radical en esta estructura de adquisición. Por ejemplo, los árabes que desean ar -
dientemente que A reemplace a B en toda función, difícilmente pueden esperar que esto suce-
da si continúan rehusando hablar A a sus hijos. (Se ha sugerido, muy plausiblemente, que de
esta dualidad lingüística se siguen implicaciones psicológicas. Ciertamente esto merece una
cuidadosa investigación experimental. Sobre este punto véase el controvertido articulo de
Shouby [1951], que a mi parecer contiene algunos núcleos importantes de verdad junto a otros
que no se pueden sostener.)
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5. Estandarización
En todas las lenguas definidoras existe una fuerte tradición de estudio gramatical de la
forma A del lenguaje. Existen gramáticas, diccionarios, tratados de pronunciación, estilo, etcé-
tera. Hay una norma establecida para la pronunciación, gramática y vocabulario que sólo per-
mite variación dentro de ciertos límites. La ortografía está bien establecida y tiene poca varia -
ción. Por el contrario, los estudios descriptivos y normativos de la forma B o no existen o son
relativamente recientes y escasos. A menudo los han realizado por primera vez o principal -
mente investigadores ajenos a la comunidad lingüística, y han sido escritos en otras lenguas.
No existe una ortografía establecida y la variación en pronunciación, gramática y vocabulario
es amplia.
En el caso de comunidades lingüísticas relativamente pequeñas con un solo centro impor-
tante de comunicación (por ejemplo Grecia, Haití), puede surgir una especie de B estándar, imi -
tada por hablantes de otros dialectos y que tiende a dilatarse coma cualquier variedad están-
dar, aunque permanezca limitada a las funciones para las que B resulta apropiada.
En las comunidades lingüísticas que no tienen un solo centro importante de comunica-
ción, puede aparecer un cierto número de formas regionales B. Por ejemplo, en la comunidad
lingüística árabe no existe una B estándar correspondiente a la educada dhimotikí ateniense,
pero los estándares regionales existen en diversas áreas. El árabe de El Cairo, por ejemplo, hace
las veces de B estándar en Egipto, de modo que, con miras a la conversación, la gente culta del
alto Egipto no sólo debe aprender A, sino también una aproximación de la variedad B de El Cai -
ro. En la comunidad lingüística germano suiza no hay un estándar único, y aun el término es -
tándar regional parece inapropiado, pero en varios casos la B de una ciudad o de una villa ejer-
ce fuerte influencia sobre la B rural de los alrededores.
6. Estabilidad
Se podría suponer que la diglosia es sumamente inestable, y que tiende a cambiar hacia una
situación lingüística más estable. No es así. La diglosia persiste por lo menos varios siglos, y hay
datos para creer que en algunos casos puede durar bastante más de un milenio. Las tensiones en
la comunicación que surgen en situaciones diglósicas pueden ser resueltas apelando a formas de
lenguaje relativamente no codificadas, inestables e intermedias (mikli griego; al-lugah, al-wustā
árabes; créole de salon haitiano), y por repetido préstamo de vocabulario de A a B.
En el árabe, por ejemplo, cierto tipo de árabe hablado, que se emplea mucho en situacio-
nes semi-formales e inter-dialectales, tiene un vocabulario sumamente clásico, con pocas o
ninguna terminación infleccional; conserva ciertos rasgos de la sintaxis clásica pero, morfoló-
gica y sintácticamente, sobre una base fundamentalmente coloquial; por último, dispone de
una copiosa mezcla de vocabulario coloquial. En griego, cierto tipo de lenguaje mixto resultó
apropiado para gran parte de la prensa.
Los préstamos de léxico de A a B son claramente análogos (o idénticos, en los períodos en
que se daba en esas lenguas verdadera diglosia) a los conocidos préstamos del latín a las len -
guas romances, o de los tatsamas sánscritos al indo-ario medio y nuevo. (La naturaleza exacta
de estos procesos de préstamos merece cuidadosa investigación, especialmente a causa del im-
portante “efecto de filtro” de la pronunciación y gramática de A, presente en formas de len-
guaje medio que frecuentemente hacen de eslabón gracias al cual los préstamos se introducen
en el B “puro”.)
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7. Gramática
Una de las diferencias más llamativas entre A y B en las lenguas definidoras se encuentra
en la estructura gramatical: A posee unas categorías gramaticales ausentes en B y tiene un sis -
tema infleccional de nombres y verbos que o se reduce o desaparece completamente en B. Por
ejemplo, el árabe clásico tiene tres casos para el nombre, indicados por las terminaciones; los
dialectos conversacionales no tienen ni uno. El alemán estándar tiene cuatro casos para el
nombre y dos tiempos indicativos no perifrásticos en el verbo; el germano suizo tiene tres ca -
sos en el nombre y sólo uno en tiempo indicativo simple. El katharévusa tiene cuatro casos, el
dhimotikí, tres. El francés tiene género y número en el nombre, el criollo no los tiene. Del mis -
mo modo, en cada una de las lenguas definidoras parece haber varias diferencias notables en el
orden de las palabras, u toda una gama de diferencias en el empleo de partículas introductorias
y concesivas. Es, ciertamente, segura la afirmación de que en la diglosia siempre hay amplias
diferencias entre las estructuras gramaticales de A y B. Esto es verdad no sólo para las cuatro
lenguas definidoras, sino también para todos los casos de diglosia examinados por el autor.
Sería posible añadir ulteriores puntualizaciones acerca de las diferencias gramaticales de
las lenguas definidoras. Siempre es peligroso aventurar generalizaciones sobre la complejidad
gramatical; sin embargo, puede ser útil intentar una formulación aplicable a las cuatro lenguas
definidoras aun en el caso de que no resultara válida para otros casos de diglosia. (Cf. Green -
berg, 1954a)
Probablemente hay un consenso bastante amplio entre lingüistas acerca de que la estruc-
tura gramatical del idioma X es “más sencilla” que la del idioma Z si permanecen idénticos los
demás aspectos.
1. La morfofonémica de X es más sencilla, es decir, los morfemas tienen menos alternan-
tes, la alternancia es más regular, automática (por ejemplo, la alternancia turca -lar V
-ler es más sencilla que la de los plurales ingleses).
2. Hay menos categorías obligatorias indicadas por medio de morfemas o por concor-
dancia (por ejemplo, el persa, al no tener diferencias de género en los pronombres, es
más sencillo que el árabe egipcio, que distingue masculino y femenino en la segunda y
tercera personas del singular).
3. Los paradigmas son más simétricos (por ejemplo una lengua en que todas las declina-
ciones distinguen el mismo número de casos es más sencilla que otra en la que haya
variación).
4. La concordancia y el régimen son más estrictos (por ejemplo, todas las proposiciones
rigen el mismo caso más bien que diferentes casos).
Si se acepta este modo de entender la sencillez gramatical, podemos notar que al menos
en tres de las lenguas definidoras, la estructura gramatical de cualquier variedad dada B es más
sencilla que su correspondiente A. Esto parece una verdad incontrovertible para el árabe. grie-
go y criollo haitiano; un análisis del alemán estándar y del germano suizo podría mostrarnos
que en tal situación diglósica esto no es verdad dada la abundancia morfofonémica del suizo.
8. El diccionario
Hablando en general, Ay B comparten el grueso del vocabulario, por supuesto con varia-
ciones en la forma y con diferencias en cuanto al uso y el significado. Sin embargo, no es
ninguna sorpresa el que A deba incluir en su diccionario general términos técnicos y expresio-
nes cultas que no tienen los mismos equivalentes B, porque rara vez o nunca se habla de ellos
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en B “puro”. Tampoco es sorprendente que las variedades B deban incluir en sus diccionarios
completos expresiones populares y nombres de objetos muy caseros, o de distribución muy lo-
calizada, que no tienen los mismos equivalentes A, porque rara vez o nunca se habla de ellos en
A “puro”. Pero un hecho sorprendente de la diglosia es la existencia de muchos pares de vocablos, uno
A y otro B, referidos a conceptos claramente comunes en A y B, donde el rango de significado de los dos
vocablos es aproximadamente el mismo, y el uso de uno u otro marca inmediatamente la expresión oral o
escrita como A o B. Por ejemplo, en el árabe la palabra A para “ver es ra’ā, la palabra B es šāf. La
palabra ra’ā nunca aparece en la conversación ordinaria, y šāf no se usa en la escritura normal
arábiga. Si por alguna razón se cita en la prensa una noticia en la que se usa šāf, es reemplaza-
da por ra’ā en la cita escrita. En griego, la palabra A para “vino” es ínos, la palabra B es krasí. En
el menú estará escrito ínos, pero el cliente pedirá krasí al camarero. Los paralelos más cercanos
en el inglés americano son casos como illumination - light, purchase - buy, o children - kids, pero
aquí ambas palabras pueden escribirse o usarse en la conversación ordinaria: la distancia entre
ellas no es tan grande como la de los correspondientes pares en la diglosia. También la dimen-
sión formal no formal en idiomas como el inglés es un continuo en el cual el límite entre los
vocablos de los diferentes pares no está en el mismo punto, por ejemplo, illumination, purchase y
children no son totalmente paralelos en cuanto a su uso formal / no formal.
Se dan a continuación unos cuantos ejemplos de pares de vocablos en tres de las lenguas
consideradas. Para cada lengua se dan dos nombres, un verbo y dos partículas.
A B
ikos casa spiti
idhor agua neró
GRIEGO
éteke dar a luz eyénise
alá pero má
hiδa'un zapato gazma
'anfun nariz manaxīr
ÁRABE δahaba vino rāh
mā que 'ēh
'alñna ahora dilwa'ti
homme, gens persona, gente moun
(sin relación con monde)
âne asno bourik
CRIOLLO donner bay
dar
beaucoup mucho apil
maintenant ahora kou-n-yé-a
Sería posible presentar una lista de pares de vocablos en el germano suizo (por ejemplo
nachdem no, “después”, jemand öpper “alguno”), pero esto podría dar una falsa imagen. En
germano suizo las diferencias fonológicas entre A y B son muy grandes y los pares léxicos se
forman normalmente por su parentesco regular (klein chly “pequeño, etcétera).
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9. Fonología
En vista de la diversidad de datos, podría parecer difícil ofrecer alguna generalización en
cuanto a las relaciones entre la fonología de A y B en diglosia. Las fonologías A y B pueden ser
muy cercanas como en griego, moderadamente diferentes como en árabe o criollo haitiano, o
totalmente divergentes como en germano suizo. Una investigación más detenida, sin embargo,
muestra dos afirmaciones que deben justificarse. (Tal vez estas se vuelvan innecesarias cuando
los hechos procedentes se determinen con tal precisión que las afirmaciones acerca de la fono-
logía puedan ser deducidas directamente de ellos.)
1. Los sistemas de sonidos de A y B constituyen una estructura fonológica simple cuyo sistema bási-
co es la fonología B y los hechos divergentes de la fonología A son o un subsistema o un parasistema. Da-
das las formas mixtas mencionadas arriba, y la correspondiente dificultad de identificar como
definidamente A o definidamente B una palabra dada en una expresión dada, parece necesario
concluir que el hablante tiene un inventario particular de oposiciones distintivas para todo el
complejo A-B. y que hay interferencias extensivas en ambas direcciones, en términos de distri-
bución de los fonemas de acuerdo a las palabras especificas del diccionario. (Para ver los deta -
lles en algunos aspectos de esta interferencia fonológica en árabe, cfr. Ferguson ,1957.)
2. Si las formas de A “puro” tienen fonemas que no se encuentran en las formas de B “puro”, los fo-
nemas B sustituyen frecuentemente a estos en el uso oral de A y los reemplazan normalmente en los tat -
samas. Par ejemplo, el francés tiene un fonema vocálico cerrado anterior redondeado /ü/; el
criollo haitiano “puro” no tiene este fonema. Los hablantes cultos de criollo usan esta vocal en
tatsamas tales coma Luk (/lük/ para el Evangelio de San Lucas), mientras que al igual que los no
cultos, muchas veces pueden usar /i/ cuando hablan francés. Por otra parte /i/ es la vocal nor-
mal en criollo en tatsamas tales como linet, “gafas”.
En los casos en que A representa en gran parte un estadio primitivo de B, es posible que
aparezca una correspondencia de triple fase. Por ejemplo, el sirio y el árabe egipcio usan fre-
cuentemente /s/ en vez de /q/ en el uso oral del árabe clásico, y tieien /s/ en tatsamas, pero
tienen /i/ en palabras que provienen normalmente del árabe primitivo, no prestadas del clási-
co (ver Ferguson, 1957).
Ahora que los elementos característicos de la diglosia han sido delineados, es factible in-
tentar una definición más completa. La diglosia es una situación lingüística relativamente estable
en la cual, además de los dialectos primarios de la lengua (que puede incluir una lengua estándar o es-
tándares regionales), hay una variedad superpuesta, muy divergente, altamente codificada (a menudo
gramaticalmente más compleja), vehículo de una considerable parte de la literatura escrita, ya sea de un
período anterior o perteneciente a otra comunidad lingüística, que se aprende en su mayor parte a tra -
vés de una enseñanza formal y se usa en forma oral o escrita para muchos fines formales, pero que no es
empleada por ningún sector de la comunidad para la conversación ordinaria.
Terminada la caracterización de la diglosia, podemos volver a la consideración breve de
más preguntas adicionales: ¿Cómo difiere la diglosia de la ya conocida situación de una lengua
estándar con dialectos regionales? ¿Cuán extenso es el fenómeno de la diglosia en cuanto al es-
pacio, tiempo y familias lingüísticas? ¿Bajo qué circunstancias se origina la diglosia y cuáles
son las situaciones lingüísticas favorables a su desarrollo?
El papel preciso de la variedad estándar (o variedades estándares) de un lenguaje en rela-
ción con los dialectos regionales o sociales difiere de una comunidad lingüística a otra, y mu-
chos casos de esta relación pueden estar cerca de la diglosia o, quizás mejor, ser considerados
como diglosia. Como queda establecido aquí, la diferencia entre la diglosia y fenómeno más ex -
tendido de estándar con dialectos es que, en diglosia, ningún sector de la comunidad lingüísti-
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ca usa A como medio de conversación ordinaria, y se considera pedante o artificial cualquier
intento de hacer esto (árabe, griego) o, también en algún sentido, desleal a la comunidad (ger -
mano suizo, criollo haitiano). En la situación más usual estándar con dialectos, el estándar es
con frecuencia similar a la variedad de cierta región o grupo social (por ejemplo el persa de Te -
herán y el bengalí de Calcuta), usado en conversación ordinaria más o menos naturalmente por
algunos miembros del grupo, y como variedad superpuesta por otros.
Aparentemente la diglosia no esté limitada por ninguna región geográfica o familia lin -
güística. (Todos los casos claramente documentados, conocidos por mi, se hallan en comunida-
des con literatura escrita, pero parece en definitiva posible que al menos una situación similar
pueda existir en una comunidad sin literatura escrita, donde un cuerpo de literatura oral de-
sempeñe el mismo papel que el cuerpo de literatura escrita en los ejemplos citados.)
Se pueden citar tres ejemplos de diglosia de otros tiempos y lugares, como ilustración de
la utilidad del concepto. Primero consideremos el tamil. Lo usan actualmente en la India los
millones de miembros que constituyen la comunidad lingüística tamil y, por tanto, se acomoda
exactamente a la definición. Existe un tamil literario A, usado para escribir y para ciertas clases
de locución culta, y un estándar conversacional B (así coma dialectos locales B) usado en con-
versación ordinaria. Hay un cuerpo de literatura en A, con muchos siglos de existencia, alta-
mente apreciado por los hablantes actuales de tamil. A tiene prestigio, B no lo tiene; A se en-
cuentra siempre superpuesto, B se aprende naturalmente ya sea como lenguaje primario o
como un estándar conversacional superpuesto. Existen notables diferencias gramaticales y
algunas diferencias fonológicas entre las dos variedades. (Parece que no existe ninguna buena
descripción de las relaciones precisas entre las dos variedades de tamil; en Pillay [1960] se da
un resumen de algunas de las diferencias estructurales. De paso, cabe recalcar que la diglosia
tamil parece remontarse a muchos siglos atrás, puesto que el lenguaje de la literatura primiti -
va contrasta notoriamente con el lenguaje de las inscripciones primitivas que probablemente
reflejan el lenguaje hablado de la época.) La situación se complica sólo ligeramente por la pre -
sencia del sánscrito y del inglés en ciertas funciones de A; la misma clase de complicación exis -
te en algunas partes del mundo árabe donde el francés, inglés o una lengua litúrgica como el si-
ríaco o el copto desempeñan funciones parecidas a las de A.
En segundo lugar podemos mencionar el latín y las lenguas romances emergentes durante
el período de algunas centurias en varias partes de Europa. La lengua vernácula se usaba en la
conversación ordinaria, pero se empleaba el latín para escribir o para ciertas clases de expre-
sión culta. El latín fue la lengua de la Iglesia y de su literatura; el latín tuvo prestigio; había no-
tables diferencias gramaticales entre las dos variedades en cada región, etcétera.
En tercer lugar debería citarse el chino, porque probablemente represente el caso com-
probado de diglosia en mayor escala. (Existe una excelente y breve descripción de la compleja
situación china en la introducción de Chao [1947, pp. 4-17]. El wen-li corresponde a A mientras
que el mandarín coloquial es un estándar B; hay también variedades regionales B tan diferen-
tes como para merecer el título de “lenguas separadas”, incluso más que los dialectos árabes y
al menos tanto como las lenguas romances emergentes en el ejemplo del latín. El chino, sin
embargo, como el griego moderno, parece que se va apartando de la diglosia hacia una situa -
ción de estándar con dialectos, porque el estándar B o una variedad mixta va siendo usada en
la escritura para más y más fines, i.e., está llegando a ser un verdadero estándar.
Es muy posible que se origine la diglosia cuando se cumplen, en una determinada comuni -
dad lingüística, las siguientes condiciones: 1) existe un apreciable cuerpo de literatura en una
lengua relacionada íntimamente (o incluso idéntica) con la lengua natural de la comunidad, y
esta literatura engloba, sea como fuente (por ejemplo, la divina revelación) o como refuerzo,
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algunos de los valores fundamentales de la comunidad; 2) la capacidad de leer y escribir se en -
cuentra limitada en la comunidad a una pequeña elite. Transcurre un considerable período, va-
rios siglos, entre la aparición de 1 y 2. Probablemente puede comprobarse que esta combina -
ción de circunstancias ha ocurrido cientos de veces en el pasado y se ha resuelto generalmente
en diglosia. Existen actualmente docenas de ejemplos y es probable que sucedan en el futuro.
La diglosia parece ser aceptada y no considerada como problema en la comunidad en la que
está en vigor, mientras no aparezcan ciertas tendencias. Esto incluye hacia 1) una más extendi-
da capacidad de leer y escribir (sea por razones económicas, ideológicas, etcétera); 2) una co-
municación más vasta entre los diferentes sectores regionales y sociales de la comunidad (e.g.
Por razones económicas, administrativas, militares o ideológicas); 3) el deseo de un estándar
“nacional” completamente desarrollado, como atributo de autonomía o soberanía.
Cuando estas tendencias aparecen, los lideres de la comunidad hacen un llamado a la uni -
ficación del lenguaje. y de hecho comienzan a aparecer tendencias hacia la unificación. Estos
individuos tienden a apoyar la adopción de A o de una forma de B como estándar; es menos fre-
cuente la adopción de una variedad modificada A o B: cierto tipo de variedad mixta o algo pa-
recido. Los argumentos dados explícitamente parecen ser, notablemente. los mismos para las
varios casos de diglosia.
Los defensores de A arguyen que debe adoptarse A porque conecta a la comunidad con su
glorioso pasado o con la comunidad mundial, y porque es un factor natural de unificación,
opuesto a la naturaleza disociadora de los dialectos B. Además de estos dos argumentos básicos
existen frecuentemente, con respecto a la superioridad de A, alegatos basados en las creencias
de la comunidad; que es más hermoso, más expresivo, más lógico, que goza de la aprobación
divina, o cualquier otro en consonancia con sus creencias específicas. Cuando se examinan ob-
jetivamente los últimos argumentos con frecuencia su validez es bastante limitada aunque su
importancia sea todavía muy grande puesto que reflejan actitudes muy extendidas dentro de la
comunidad.
Los defensores de B arguyen que debe adoptarse una variedad B porque está más cerca del
pensamiento y sentimiento verdaderos del pueblo; hace más fácil el problema educativo pues-
to que el pueblo ha adquirido ya un conocimiento básico del mismo en su temprana niñez; y es
un instrumento más efectivo de comunicación en todos los niveles. Además de estos argumen-
tos fundamentalmente buenos, a menudo se da gran énfasis a puntos de tan poca importancia
como la vivacidad de la metáfora en el lenguaje conversacional, el que otras “naciones moder-
nas” por lo general escriben de un modo muy parecido al que hablan, etc.
Los defensores de ambas tendencias, o incluso del lenguaje mixto, parecen mostrar la con-
vicción —aunque esto puede no ser explícito— de que simplemente por legislación puede im -
ponerse a una comunidad una lengua estándar. A menudo las tendencias que serán decisivas
en el desarrollo de una lengua estándar están ya en vías de desarrollo y tienen poco que ver
con la argumentación de los portavoces de los varios puntos de vista.
Una mirada breve y superficial a la evolución de la diglosia en el pasado y una considera-
ción de las tendencias presentes sugiere que sólo unas pocas formas de desarrollo son capaces
de realizarse. Primero, debemos recordar que la situación puede permanecer estable durante
largos períodos. Pero si las tendencias mencionadas arriba aparecen y llegan a ser fuertes, pue -
de darse un cambio. Segundo, A puede tener éxito en establecerse como estándar solamente si
ya esté sirviendo como tal en alguna otra comunidad, y si la comunidad en la que hay diglosia,
por razones lingüísticas y no lingüísticas, tiende a unirse con ella. De otro modo, A desaparece
y se convierte en una lengua erudita o litúrgica, estudiada solamente por científicos o especia-
34
listas y no usada activamente en la comunidad. Alguna forma de B o una variedad mixta llega a
ser estándar.
En tercer lugar, si existe un solo centro de comunicación en toda la comunidad lingüística
o si hay varios centros semejantes en la misma área dialectal, la variedad B del centro o centros
será la base del nuevo estándar, sea relativamente pura o considerablemente mezclada con A.
Si en diferentes áreas dialectales existen varios de estos centros sin ninguno descollante, en-
tonces es probable que algunas variedades B lleguen a ser estándares a modo de lenguas sepa-
radas.
Puede arriesgarse un atrevido pronóstico para los dos siglos siguientes sabre las cuatro
lenguas definidoras (i.e. para cerca del 2150 de nuestra era):
Este trabajo concluye con un llamado a estudios más avanzados de este fenómeno y de
otros afines.
Los lingüistas descriptivos, en su comprensible celo por describir la estructura interna de
la lengua que están estudiando, frecuentemente dejan de darnos los datos más elementales
acerca de la situación socio-cultural en que la lengua funciona. Igualmente, los descriptivistas
prefieren descripciones detalladas de dialectos “puros” o de lenguas estándares. en lugar del
estudio cuidadoso de lenguas mixtas, formas intermedias frecuentemente en uso más amplio.
El estudio de temas tales como la diglosia es de gran valor en el proceso de comprensión del
cambio lingüístico y presenta interesantes confrontaciones a algunas de las suposiciones de la
lingüística sincrónica. Fuera del campo formal de la lingüística, promete material de gran inte -
rés a los estudiosos de la sociedad en general, especialmente si puede obtenerse un marco ge-
neral de referencia por el análisis del uso que se hace de una o más variedades de lenguaje den -
tro de una comunidad lingüística. Tal vez la recolección de datos y el estudio más profundo
modifiquen drásticamente las impresiones vertidas en este trabajo, pero de suceder así habrá
tenido el mérito de estimular la investigación y el pensamiento.
*****
En 1965, Joshua Fishman retomó el concepto, pero lo aplicó no solo a variedades de una mis-
ma lengua sino también a lenguas distintas, y lo distinguió de bilingüismo: mientras que la diglosia
es, según Fishman, social, el bilingüismo es el fenómeno individual por el cual una persona usa dos
lenguas en su vida cotidiana. Luego combinó ambos conceptos en cuatro posibilidades: a) diglosia
con bilingüismo, como en el Paraguay, donde una gran parte de la población hablaba castellano y
guaraní, a la vez que el castellano funcionaba como variedad alta); b) bilingüismo sin diglosia, como
entre los inmigrantes alemanes o franceses en los Estados Unidos, que manejan también el inglés,
35
pero no hay, para ellos, diferencia de prestigio entre las lenguas: el alemán, el francés y el inglés
son lenguas altamente codificadas, con un corpus frondoso de literatura y se usan para funciones
elevadas; c) diglosia sin bilingüismo, como habría ocurrido en la Rusia zarista, donde la aristocracia
hablaba francés o alemán, mientras que el pueblo hablaba ruso, y la comunicación se habría dado
a través de intérpretes, o en Estados recientemente descolonizados del África, donde la capa diri-
gente suele hablar inglés, francés o portugués, mientras que el grueso de la población habla distin-
tas lenguas tribales; d) ni diglosia ni bilingüismo, que solo se daría en sociedades reducidas y poco
diversificadas. Como vemos, del concepto fergusoniano de diglosia Fishman conservaba sobre todo
la diferencia de funciones y de prestigio de las variedades.
Un cambio sustancial se produjo con el nacimiento de la llamada “escuela sociolingüística ca-
talana” (y aportes de los sociolingüistas occitanos, caribeños y otros), pues mientras que esta vi-
sión de Ferguson, Fishman y otros era no conflictiva, de “lenguas en contacto”, los sociolingüistas
catalanes postularon que si una comunidad usaba dos lenguas distintas no se trataba de un fenó-
meno lingüístico peculiar y menos aún de una situación de “riqueza” idiomática, sino que era con-
secuencia de imposiciones políticas: tenían tras de sí una historia en que el catalán, lengua de lite-
ratura, de comercio, de gobierno ya en la Edad Media, había quedado muchas veces relegado por
imposiciones políticas desde el Renacimiento en adelante y prohibido durante el siglo XVIII y desde
el comienzo de la dictadura franquista en 1939.
Ya no hablaban de lenguas en contacto sino de lenguas en conflicto: la diglosia impuesta no se
expresaba en términos de una variedad alta y otra baja, sino de una lengua dominante (el español)
y una dominada (el catalán). Y señalaban que el prestigio diferencial era consecuencia y no causa
de la diferencia funcional: una lengua que no puede usarse más que en el hogar y en la conversa-
ción cotidiana, pero no es enseñada en la escuela, no cumple funciones gubernativas, no es usada
en la legislación ni en la literatura, a la larga va perdiendo prestigio por causas no lingüísticas.
¿Dónde reside el conflicto? En la tensión existente entre la tendencia a la normalización de la len-
gua dominada, es decir, su codificación y la expansión a las funciones antes reservadas a la lengua
dominante, y la tendencia a la sustitución o desaparición de la lengua dominada incluso en los ám-
bitos cotidianos y familiares. La solución de este conflicto político no podía sino ser política.
Por lo demás, esta escuela incluyó en su análisis las actitudes sociales frente a las lenguas
como motor del cambio. Estas incluyen, entre otras, la lealtad lingüística, que se expresa en la de-
fensa que suele emprender una minoría de su propia lengua, el orgullo lingüístico, que se plasma
en considerar superior o al menos equivalente la lengua propia, aunque esté perseguida o prohibi-
da, pero también el autoodio lingüístico, que consiste en abjurar de una lengua que a uno lo identifi-
ca con un grupo socialmente minusvalorado, como ocurría, según Ninyoles (ver lectura), con la cla-
se media valenciana, que prefería negar su conocimiento del catalán, ya que este idioma lo
hablaban los sectores más pobres de Valencia, mientras que la clase alta era castellanohablante.
36
7. Actitudes frente a las lenguas y representaciones
sociolingüísticas
Rafael Lluís Ninyoles
Selección de Idioma y poder social, Madrid, Tecnos, 1972.
Sustitución/normalización
La diglosia (A > B) comporta una dualidad valorativa y un desequilibrio real. Como mos-
traremos en los capítulos siguientes, este desequilibrio apunta a dos direcciones fundamenta-
les: 1) la normalización cultural del idioma B, o 2) la sustitución lingüística. Las únicas situacio-
nes viables son estas dos, y aunque pueden competir y coexistir en el transcurso de un tiempo,
constituyen los términos reales y últimos del conflicto. Tal es el carácter de la coyuntura actual
en la sociedad valenciana.
Sin embargo, la ideología tratará de estabilizar, como veremos, esta situación tensa, de
suyo insostenible. A fin de neutralizar el conflicto latente, será necesario conciliar y compatibi-
lizar de alguna forma las dos variedades en conflicto. Pero las mismas calificaciones sociales, al
consolidar la disimetría, hacen ilusoria esa compatibilización; lo que, según mostraremos, ex-
plica cómo el proceso acelerado de sustitución lingüística ha sido presidido justamente por ide-
ologías estáticas, que, extremando las desigualdades internas, abocarán a la sustitución.
Insistimos que la polaridad diglósica, al expresar una relación disimétrica, instaura fatal-
mente el desequilibrio. Este desequilibrio ha conducido en la práctica al cambio lingüístico y a
las demandas de normalización. El bilingüismo se ofrece como un tertium quid: una tercera al-
ternativa a las situaciones apuntadas. Pero en tanto que persista la situación desequilibrada
esa alternativa es en sí misma inviable, dado que supondrá el cambio lingüístico.
Marcel Cohen, refiriéndose a lo que él llama “bilingüismos de elementos en situación infe-
rior”, ha notado cómo las capas socialmente inferiores de lengua distinta se han convertido
históricamente en bilingües, y, al término, con la ruptura total de las conexiones originarias, el
bilingüismo casa para dar paso a la sustitución:
Los casos individuales, explica M. Cohen, son sobre todo los de criados, empleados, provee-
dores de señores u otros elementos dominantes, cuya lengua toman junto con su propia len-
gua materna [...]. Los casos colectivos pueden presentarse en los cultivadores en situación de
dependencia directa de los señores que poseen una lengua extranjera o adquirieron primero
una lengua nueva (como el latín en la Galia); en les esclavos; en las poblaciones trasplanta-
das par la fuerza: en los soldados o trabajadores reclutados en grupos numerosos...
Aunque con una terminología anticuada, reconocemos esta misma idea en la afirmación
clásica: “la lengua sigue al Imperio”, o en las palabras de aquel arzobispo que explicaba que
“cuando los pueblos están sujetos a un mismo imperio, los vasallos tienen la obligación de ha-
blar la lengua de sus dueños”. Todo ello constituye obviamente el problema general a las situa-
ciones lingüísticas fundadas en un tipo de relación jerárquica, y en este sentido, nuestra discu-
sión ha de mantenerse por el momento ajena al debate sobre el valor del idioma dominante
como lengua de comunicación más amplia (= Language of Wider Communication) o, más general-
mente, a la discusión de las cuestiones que surgen en la determinación de un segundo idioma
en las sociedades poseedoras de lenguas demográficamente reducidas.
Tengamos presente que es tan sólo, o muy principalmente, en el marco del bilingüismo
sustitutivo o diglósico donde queda planteado el problema y donde aparecerán las “cuestiones
de bilingüismo en el plano de enfrentamiento de lenguas”, para usar la expresión de Galí. Huel -
37
ga decir que el bilingüismo en sí mismo no supone cambio alguno, es el cambio el que supone
el bilingüismo, bien en una dirección normalizadora o bien orientado hacia la asimilación a la
lengua A. En este aspecto conviene recordar la distinción que el sociolingüista alemán Heinz
Kloss establecía recientemente entre el “bilingüismo sustitutivo” (= replacive bilingualism) y el
“bilingüismo diglósico”, dentro de la consideración práctica del asimilismo lingüístico. Es esen-
cial en esta consideración el hecho de la proximidad o distancia lingüística existente entre los
idiomas en contacto. En caso de lenguas alejadas (el bretón y el francés), la asimilación en fa -
vor de la lengua predominante da lugar a lo que H. Kloss designa “bilingüismo sustitutivo”. El
grupo lingüístico pasa del unilingüismo en la propia lengua al nuevo unilingüismo en la lengua
asimiladora mediante una situación intermedia de bilingüismo sustitutivo. Par el contrario, en
el caso de lenguas próximas (el occitano y el francés), la asimilación a la lengua A se produce a
través de la paulatina patuesización de la lengua B, es decir, mediante su fragmentación indefi-
nida y su compartimentalización como lengua exclusivamente popular o familiar. Hablamos en
tal situación de “bilingüismo diglósico”. Estos casos son claramente diferenciables del bilin-
güismo no integrador o del llamado “bilingüismo de masa”, impuesto por la multiplicación y el
desarrollo de los modernos medios de difusión, y cuyo aprendizaje obedece a una motivación
instrumental del segundo idioma. Ahora bien: tanto si estamos en presencia de un bilingüismo
diglósico o de un bilingüismo sustitutivo, veremos planteada aquella opción, que dará pie al
conflicto lingüístico. Podemos representarla en el siguiente gráfico:
cuando una lengua escrita en la escuela no es la lengua aprendida sobre las rodillas de la
madre y corre el peligro, por tanto, de ser escrita mal, un país siente rápidamente la necesi-
dad de escoger.
38
Orientación del aprendizaje. El esquema normalización/sustitución
Consideremos, como punto de partida, la existencia de dos direcciones o motivaciones bá -
sicamente distintas en el aprendizaje de un segundo idioma. Aprovechando la terminología su-
gerida a otro propósito por Wallace E. Lambert, distinguiremos entre una “motivación instru-
mental” y una “motivación integradora”.
La primera orientación (“instrumental”) refleja una valoración utilitaria, meramente
práctica, del segundo idioma. Pensemos en el aprendizaje de un idioma a fin de obtener un me -
jor status profesional o mejores ingresos económicos. En tal caso, es evidente que el deseo de
conocer un idioma no afecta en nada a la identidad sociocultural del individuo, que mantendrá
con toda seguridad su anterior actitud respecto al propio grupo lingüístico. Este sigue siendo
su grupo de referencia positivo. La dualidad lingüística no implica la sustitución. Tampoco
cabe esperar un conflicto interne en el individuo bilingüe. E1 uso “instrumental” de un segun -
do idioma vendría determinado, a nuestro juicio, por dos circunstancias. 1) Por la exigencia de
una lengua de comunicación más amplia (= Language of Wider Communication), principalmente
en las comunidades que poseen idiomas de difusión reducida, o, en cualquier caso, par la nece-
sidad de un segundo idioma “de relación” (= bilingüismo funcional). 2) Por el hecho de que el
segundo idioma funcione como lengua A en una determinada comunidad de lengua distinta (=
diglosia), siempre que el individuo mantenga igualmente el propio grupo lingüístico como grupo
de referencia positiva.
Existe, en segundo término, una “motivación integradora” siempre que el individuo
aprenda el segundo idioma con el propósito de incorporarse en otro grupo social y lingüístico,
abandonando el suyo originario. En tal supuesto, diremos que el exogrupo es el grupo lingüísti-
co de referencia positiva. Tales son los casos examinados de adopción del idioma A como medio
de ascenso social.
En términos de nuestro esquema normalización/sustitución, examinado en la primera
parte, podremos esbozar cuatro supuestos fundamentales en el aprendizaje de cada una de las
lenguas. El siguiente gráfico pretende, pues, responder a la pregunta: ¿Qué tipo de motivación
orienta el aprendizaje —y la enseñanza— del idioma A y del idioma B en un proceso de norma -
lización lingüística de B y en una situación de sustitución social a favor de A?
39
obvia el problema de la comunicación con los sectores que, en el dominio lingüístico propio,
han sustituido la lengua originaria en favor de A (= relación intracomunitaria).
1.2. Dentro del marco de una normalización, se crea, como contrapartida de la anterior, la
necesidad de una integración cultural a favor de B por parte de los hablantes del antiguo idio-
ma A. Sustitución que no significa, por lo dicho, la pérdida de esa lengua, que queda en condi -
ciones de idioma de relación.
2. La sustitución implica, coma ya subrayamos (2.1), el aprendizaje integrador de la lengua
A, en el contexto de una situación diglósica, por los sectores de lengua B, circunstancia que no
obsta para
2.2. el eventual uso de B (es decir, de la lengua originaria) en las relaciones con aquellos
que siguen utilizándola. En tal caso nos encontraremos con un uso instrumental del propio
idioma.
En el presente capítulo vamos a examinar sólo uno de estos supuestos: el de la sustitución
a favor de A.
El autoodio lingüístico
De entre este conjunto de respuestas, requiere una mayor atención el fenómeno de autoo-
dio (= self-hatred) lingüístico o de identificación con el grupo cultural dominante.
El autoodio está vinculado a las actitudes más familiares de incorporación y de identifica-
ción, de sumisión y de dominio. Este concepto ha sido, generalmente, eludido al analizar las
tensiones producidas dentro de las minorías étnicas o culturales, y nos sirve para poner de re-
lieve el hecho de que los conflictos culturales y las colisiones étnicas no sólo se producen entre
los grupos distintos en contacto, sino también dentro de ellos, es decir, entre sus mismos miem-
bros. Es de esta forma como en el seno de una minoría lingüística podremos encontrar subgru-
pos que adoptan posiciones antagónicas frente a problemas comunes.
El psicólogo G. W. Allport —siguiendo las investigaciones de Kurt Lewin— ha definido el
sentimiento de autoodio como “el sentimiento de vergüenza que puede tener alguien por pose-
er las cualidades que desprecia en su propio grupo, ya sean estas cualidades reales o imagina -
rias”. El mismo autor advierte que esta actitud puede estar subyacente en las tendencias asimi -
lacionistas y ser el factor que lleve al individuo a integrarse completamente en el grupo
dominante en el momento en que su nivel de posesiones, costumbres y lenguaje lo hagan indis-
tinguible de la mayoría. Teniendo en cuenta, por otra parte, que, a diferencia de los rasgos bio-
lógicos o físicos (color, estigma, etc.), les diferencias lingüísticas no suelen ser decisivas, y tam-
bién advirtiendo que los grupos de idiomas son grupos relativamente abiertos, podemos
convenir que el individuo que experimenta el sentimiento de autoodio lingüístico cuenta con
grandes posibilidades de hacerse finalmente indistinguible de la mayoría o del grupo cultural-
mente dominante y de cumplir su aspiración de abandonar el grupo originario.
Kurt Lewin, en un trabajo considerado justamente clásico, describe el autoodio entre los
judíos en los siguientes términos:
En un grupo que goza de menores privilegios, muchos de estos individuos se ven forzados,
sin embargo, a permanecer dentro del grupo. Como resultado, hallamos en todo grupo poco
privilegiado a cierto número de personas que se avergüenzan de su pertenencia. En el caso
de los judíos, un judío que está en esa situación tratará de alejarse todo lo posible de las co-
sas judías. En su escala de valores no asignará un lugar especialmente alto a los hábitos, apa-
riencias y actitudes que él considere como particulares de los judíos. Evidenciará un “chau-
vinismo negativo”.
40
Esta situación se ve muy agravada par el siguiente hecho: una persona para quien el balance
es negativo se apartará del centro de la vida judía todo la que se lo permita la mayoría exte-
rior. Permanecerá emplazado sobre esta barrera y estará en un constante estado de frustra-
ción. En realidad, estará más frustrado que aquellos miembros del grupo minoritario que se
mantienen psicológicamente bien dentro del grupo. La psicología experimental y la psicopa-
tología nos han enseñado que esa frustración lleva a un estado general de alta tensión con
una tendencia generalizada a la agresión. La agresión debería estar dirigida, lógicamente,
contra la mayoría, que es la que se opone a que el miembro del grupo deje su grupo. Sin em -
bargo, la mayoría tiene, a les ojos de estas personas, un status más alto. Además, la mayoría
es demasiado poderosa para que se la ataque. Los experimentos han mostrado que, en estas
condiciones, la agresión puede volverse contra el propio grupo o contra uno mismo.
No es, por cierto, un azar que el poeta se encare con la clase media, pues es precisamente
en este estrato de composición heterogénea donde las tensiones suelen alcanzar una particular
virulencia. Dentro de estos niveles, el autoodio es una forma extrema de respuesta a las lealta-
des en conflicto. Con elle queremos decir que, en términos generales, el autoodio no aparece
41
entre nosotros: 1) ni entre los individuos de la clase dirigente —por definición—, y 2) ni en los
estratos más bajos de la escala social, donde suele existir une conciencia lingüística bastante
espontánea. Precisando más, diremos que este fenómeno implica principalmente dos sectores:
1) los individuos económicamente ascendentes, que pueden ver en el idioma de origen un las-
tre pare su ingreso dentro de los estratos superiores, y 2) los sectores castellanófonos urbanos:
a) no incluidos en la clase superior, ni b) forasteros.
*****
Antes se mencionaron como actitudes, entre otras, la lealtad lingüística, el orgullo lingüístico y
el autoodio. Este concepto podía presentar inicialmente cierta circularidad: ¿en qué se nota que un
pueblo presenta lealtad lingüística? En que actúa en defensa de su lengua. Si se trata de una mino-
ría, por ejemplo, creará escuelas particulares en las que se enseñe su lengua, intentará conseguir
emisiones radiofónicas en su lengua o fundará un periódico comunitario. Y ¿por qué lo hace? Por-
que tiene lealtad lingüística. Luego la medición de actitudes se refinó a través de encuestas y, por
ejemplo en Québec, a través de técnicas como la matched guise technique: un mismo locutor graba-
ba un noticiero en inglés y en francés, se hacía escuchar la grabación a un grupo de estudiantes y
luego se les pedía que describieran al locutor. Si se trataba de hablantes anglófonos, por ejemplo,
describían de manera mucho más favorable al locutor inglés que al francés, sin saber que se trata-
ba de la misma persona. De allí se podía inferir una actitud favorable hacia el idioma propio.
En los últimos treinta años se fue desarrollando otro concepto: el de “representaciones socio-
lingüísticas” —algunos científicos hablan de “representaciones lingüísticas”, que probablemente
tenga mayor poder explicativo—. En la sociología del lenguaje el concepto nació ligado a la teoría de
las ideologías: estas representaciones son una suerte de pantalla ideológica que —como una lente
que distorsiona la visión— se “interpone” entre las prácticas lingüísticas reales y la conciencia so-
cial de esas prácticas. Es decir: la sociedad puede tener una conciencia distorsionada de su uso
real del lenguaje. Las representaciones tienen materialidad discursiva: están formadas por discur-
sos circulantes en la sociedad, e igual que en el caso de la ideología, puede haber discursos y con-
tradiscursos. Para ejemplificar: representaciones sociolingüísticas son “saber inglés permite con-
seguir trabajo”, “muy pocos hablan lenguas aborígenes”, “la Argentina es un país monolingüe”, “el
castellano es una deformación del español”, etc. De hecho, muchas de estas afirmaciones son fal-
sas o parcialmente verdaderas: si saber inglés permitiera conseguir trabajo sería fácil solucionar el
problema de la desocupación (es más verdadera la afirmación inversa: quienes ofrecen trabajo sue-
len exigir que el candidato sepa inglés, pero naturalmente no en los casos de, por ejemplo, obreros
de la construcción, una de las ramas con mayor índice de desempleo); hay más hablantes de len-
guas aborígenes de lo que la mayoría piensa (y muchos argentinos no conoce siquiera los nombres
de muchas de esas lenguas); en la Argentina, si bien hay un amplio monolingüismo castellano, se
hablan al menos once lenguas como lenguas del hogar; decir que el “castellano” es una deforma-
ción del “español” es desconocer que estas palabras designan la misma lengua, y quienes lo dicen
piensan en realidad que “la variedad argentina del español es inferior a la variedad de España”.
Pero —como toda ideología— estas representaciones influyen a la larga en la práctica: los sectores
sociales que están convencidos de que “el inglés permite conseguir trabajo” intentarán por todos
los medios aprender inglés o ejercer una presión sobre el sistema escolar para que sus hijos lo
aprendan; con “la Argentina es un país monolingüe” hablantes de lenguas aborígenes en zonas ur-
banas tenderán a negar su conocimiento de esas lenguas y sus hijos y nietos terminarán por no ha-
blarlas; con la valoración negativa del dialecto argentino habrá maestros que enseñarán el paradig-
ma verbal con el tuteo y sin el voseo, por más que en su práctica real voseen a los alumnos;
menos se darán cuenta de que “heladera”, “rulemán”, “tratativas” y “alicate” (como “cortaúñas”)
son argentinismos.
El poder explicativo de este concepto reside en que permite comprender las actitudes: si en
cierto momento histórico circulan determinadas ideas dominantes sobre las lenguas, la sociedad
42
adoptará ciertas actitudes respecto de ellas. Al mismo tiempo, permite explicar por qué determina-
das políticas lingüísticas tienen éxito y otras fracasan, e igualmente por qué una política lingüística
no depende solo del consenso social, sino que ese consenso se puede modificar poniendo en cir-
culación discursos que lo modifiquen, hecho que forma parte de la planificación del estatus. Así,
como se señaló, los sociolingüistas catalanes hicieron tempranamente un análisis ideológico de la
idea del bilingüismo como “riqueza”, señalando que esa calificación actuaba de pantalla ocultando
el conflicto. Por supuesto que las representaciones sociolingüísticas también influyen en quienes
toman decisiones en materia de política lingüística.
Claro que también la concepción psicológica de las representaciones depende de las posicio-
nes (o ideologías) científicas: quienes parten de la ciencia cognitiva “dura” sostienen que las repre-
sentaciones sociales son las individuales que comparte un gran número de personas, y la metodo-
logía para encontrarlas consistirá fundamentalmente en averiguar los valores máximos obtenidos
en encuestas; para tomar un ejemplo de otro campo: si conforma a las estadísticas la mayoría que
considera que el sida es transmitido por relaciones homosexuales, esa será la representación so-
cial de esa enfermedad. En cambio, quienes parten de la psicología sociogenética, como Lev
Vigotsky, tienen muchos más puntos de contacto con los sociolingüistas que las consideran ideoló-
gicas, pues según aquellos las representaciones (igual que todo signo) son primero sociales; meto-
dológicamente, por tanto, se pueden formular hipótesis acerca de cuáles son las representaciones
circulantes a partir del estudio de los discursos circulantes socialmente —leyes, opiniones de per-
sonas influyentes, libros de texto, gramáticas, etc.—, y las encuestas sirven para corroborar o refu-
tar esas hipótesis, y no para averiguarlas.
43
8. Las representaciones sociolingüísticas: elementos de definición
Henri Boyer
Extracto de Henri Boyer, Langues en conflit, París: L’Harmattan, 1991, pp. 39-44. Traducción de Roberto Bein.
Se puede razonablemente considerar que las representaciones de la lengua son sólo una
categoría de representaciones sociales: incluso si la noción de representación sociolingüística,
desde un punto de vista epistemológico, funciona de manera autónoma en ciertos sectores de
las ciencias del lenguaje, conviene referir la problemática de las representaciones a su campo
disciplinario original: la psicología social.
Se sabe que precisamente en psicología social la noción de “representación social” es una
noción central; se la considera “una forma de saber práctico que liga a un sujeto con un objeto”, “una
forma de conocimiento socialmente elaborada y compartida, que tiene un fin práctico y concu-
rre a la construcción de una realidad común a un conjunto social” (Jodelet, 1989). Ese funciona -
miento cognitivo es analizado por los psicosociólogos esencialmente en términos de estructu-
ración y regulación sociales. Así, según W. Doise (1985), la representación social es “una
instancia intermediaria entre concepto y percepción; [...] se sitúa sobre dimensiones de actitu-
des, de información y de imágenes; [...] contribuye a la formación de conductas y a la orienta -
ción de las comunicaciones sociales; [...] lleva a procesos de objetivación, clasificación y ancla-
je; [...] se caracteriza por una focalización sobre una relación social y una presión a la
inferencia; y, sobre todo, [...] se elabora en diferentes modalidades de comunicación: la difu -
sión, la propagación y la propaganda”. Y el mismo Doise considera, en otro estudio, que “es el
análisis de las regulaciones [sociales] lo que constituye el estudio propiamente dicho de las re -
presentaciones sociales” (Doise, 1988).
Así, “la representación social” [cumple] ciertas funciones en el mantenimiento de la iden -
tidad social y del equilibrio sociocognitivo ligado a ella (Jodelet, 1989): además de una “función
cognitiva esencial”, una “función de protección y de legitimación”, así como funciones “de
orientación de las conductas y comunicaciones, de justificación anticipada o retrospectiva de
las interacciones sociales o relaciones intergrupales” (Jodelet, 1989).
Lo que choca, sin embargo, en el discurso canónico sobre las representaciones sociales en
la psicología social francesa, además del estatuto polisémico de esa “noción-encrucijada” (Doi-
se 1985),1 es el hecho de que sea pensada fundamentalmente en el interior de una dinámica,
ciertamente, pero de una dinámica “suave”, si se me permite. El caso del tratamiento del este-
reotipo por parte de A. Arnault de la Menardière y G. de Montmollin (1985) es significativo al
respecto. Se trata, en efecto, del análisis del funcionamiento de una estructura cognitiva: “[Es]
el conjunto de rasgos atribuidos a un grupo (étnico, nacional, sexual, profesional) de personas,
resultante de una categorización [...] sin la cual el entorno no puede ser tratado, teniendo en
cuenta su complejidad” y que “parece [...] tener un papel de “guía” para el tratamiento de la
información relativa a una persona de la cual se conoce solamente la categoría social”. Se está
lejos de una aproximación ideológica al estereotipo; tendería a asociar más bien esa “actitud
mental” a los “prejuicios”, los “sentimientos negativos” y otros “juicios preconcebidos” y a ver
en el estereotipo del gitano, por ejemplo, un funcionamiento psicosocial problemático, pues “la
manera de definir y encerrar en un estereotipo termina por surtir efecto sobre aquellos que
son arbitrariamente su objeto; esas actitudes mentales, reforzadas por medidas abiertamente
1 Lo cual le permite a S. Ehrlich ironizar un poco: “La representación es como la meteorología. Delica -
damente etérea, es fuente de esperanza inquieta y de algunas satisfacciones. Presta servicios sin ser
verdaderamente fiable. Sospechamos vagamente cómo se la construye. No vemos en absoluto cómo
funciona. Y estamos casi seguros de que existe realmente” (Ehrlich, 1985).
44
represivas [...] engendran en ellos una actitud ambivalente frente a su propia cultura y su pro-
pia lengua” (Hancock, 1988). Retomaré esta cuestión del análisis del estereotipo (en términos
de representación fosilizada y estigmatizante), pero quisiera apuntar sin dilación lo que parece
caracterizar el análisis psicosocial de la “representación”: el hecho de que tienda a no insistir
en las dinámicas conflictivas en las cuales funcionan imágenes, actitudes y otras categorizacio-
nes más o menos estereotipadas.
Por añadidura, este análisis distingue bien la ideología de la representación social: “Con rela-
ción a los sistemas ideológicos, las representaciones sociales deben [...] ser estudiadas como sub-
sistemas que tienen, no obstante, un funcionamiento que les es propio y que las hace funcionar
también en otros campos o sistemas” (Doise, 1985). Aparece aquí una diferencia bastante impor-
tante entre los psicosociólogos y los sociolingüistas en el tratamiento de las representaciones. Sin
embargo, no habría que concluir que la psicología social rechaza tener en cuenta la dinámica in-
teraccional de las representaciones. Pues insiste, según se ha visto, en su dimensión “práctica”, a
la manera de Doise (1985), según el cual “las representaciones sociales son principios generadores de
tomas de posición ligadas a inserciones específicas en un conjunto de relaciones sociales y organizan los
procesos simbólicos que intervienen en esas relaciones”. Y si “la representación sirve para actuar sobre
el mundo y sobre los demás”, ese “carácter práctico, el hecho de que sea una reconstrucción del
objeto [...] implica un desfase con respecto a su referente”. Ese “desfase puede deberse igualmen-
te a la intervención especificadora de los valores y códigos colectivos, de las implicaciones perso-
nales y los compromisos sociales de los individuos” (Jodelet, 1989).
Este es un reconocimiento claro de que las representaciones se basan en desafíos y dece-
nas de conflictos. Sin embargo, me parece que, sobre todo en Francia, cierta sociología y cierta
sociolingüística se han inclinado por sacar de este tipo de observaciones todas las consecuen-
cias relativas al carácter “fundamentalmente dinámico, activo, conflictual, interactivo, de la
reconstrucción permanente de la realidad social” (Windisch, 1989), el cual engendra necesaria-
mente polarización y antagonismo, y a privilegiar esta dimensión de las “representaciones”.
Para retomar el caso del estereotipo, interesante en muchos aspectos, se puede evocar los
análisis ejemplares de W. Labov (1976), en particular sobre la estigmatización social de las for-
mas lingüísticas. Labov, según el cual el estereotipo “es un hecho social” observa “cuán varia-
das son las relaciones de los estereotipos con la realidad y cuán cambiantes aparecen los valo -
res sociales anejos a ellos”. Las consideraciones de Labov sobre el estereotipo referido al
“hablar cockney” fueron corroboradas por una encuesta realizada en una escuela de Londres,
donde se mostró claramente que un acento estigmatizado puede ser juzgado negativamente
por sus propios usuarios y que el funcionamiento del estereotipo está estrechamente ligado a
la estratificación social y a la posición de los sujetos.
De manera general, las “actitudes lingüísticas” y, por tanto, las representaciones de la/s
lengua/s y de su/s variación/es “forma parte del objeto de estudio de la sociolingüística”
(Garmadi, 1981). A ese respecto, el sociólogo Pierre Bourdieu (1982) es una referencia impor-
tante para el sociolingüista. Al considerar que hay que “incluir en lo real la representación de
lo real o, más exactamente, la lucha de las representaciones, en el sentido de imágenes menta -
les, pero también de manifestaciones sociales destinadas a manipular las imágenes mentales”,
ha contribuido a privilegiar un tratamiento dinámico de las representaciones sociales y, en
particular, las sociolingüísticas. Pues según él, “la lengua, el dialecto o el acento”, realidades
lingüísticas, “son objeto de representaciones mentales”, es decir, de actos de percepción y apre-
ciación, de conocimiento y reconocimiento, en los que los agentes invisten sus intereses y sus
presupuestos”. Bourdieu ha insistido sobre todo en la dimensión fundamentalmente polémica,
agresiva, de las actitudes, los prejuicios, los estereotipos, etc., y en el poder de las representa -
45
ciones sobre actos que son las categorizaciones y las nominaciones y sobre los desafíos de los
procesos de evaluación y, por ende, de estigmatización. Ha mostrado cómo las representacio-
nes participan de la violencia simbólica, de esa “forma de dominación que, superando la oposi-
ción que comúnmente se traza entre las relaciones de sentido y las relaciones de fuerza, entre
la comunicación y la dominación, se cumple sólo a través de la comunicación, bajo la cual se di -
simula”. Cómo, pues, las representaciones están en el centro de una “lucha ideológica entre los
grupos [...] y las clases sociales”. Por ejemplo, a propósito de la identidad, en particular la cul-
tural y lingüística, Bourdieu insiste en la “lucha colectiva para la subversión de las relaciones
de fuerza simbólica que apunta no a borrar los rasgos estigmatizados sino a revertir la escala
de los valores que las constituye como estigmas”. Pues “el estigma produce la revuelta contra
el estigma, que comienza por la reivindicación pública del estigma” (Bourdieu, 1980): así, la “li-
cencia lingüística” es ciertamente del orden de la representación”, de la “puesta en escena”
(Bourdieu, 1983). Por lo demás, esa “transgresión de normas oficiales”, como acto de resisten-
cia a las representaciones dominantes y por ende a la dominación (lingüística, por ejemplo),
“se dirige por lo menos tanto contra los dominados “ordinarios” que se le someten como con -
tra los dominantes o, a fortiori, contra la dominación en sí”.
Hay en Bourdieu una atención muy especial puesta en las dinámicas de las representaciones
cuando aboga por una “ciencia rigurosa de la sociolingüística espontánea que los agentes ponen
en marcha para anticipar las reacciones de los demás y para imponer la representación que quie-
ren dar de ellos mismos”, la cual “permitiría, entre otras cosas, comprender buena parte de lo
que, en la práctica lingüística, es objeto o producto de una intervención consciente, individual o
colectiva, espontánea o institucionalizada”; como por ejemplo todas las correcciones que los locu-
tores se imponen o que les imponen: en la familia o en la escuela, sobre la base del conocimiento
práctico, parcialmente grabado en el lenguaje mismo (“acento parisiense”, “marsellés”, “arraba-
lero”, etc.), correspondencias entre las diferencias lingüísticas y las diferencias sociales a partir
de una localización más o menos consciente de rasgos lingüísticos marcados o remarcados como
imperfectos o erróneos (sobre todo en las cartillas de costumbres lingüísticas del tipo “Diga... no
diga...”) o, por el contrario, como valorizadores y distinguidos”. (Bourdieu, 1983).
Esa dialéctica fundadora de la representación (que es siempre más o menos una evaluación)
y del comportamiento sociolingüísticos, muy presente en la obra de Bourdieu, su funcionamien-
to ideológico, están en el centro de la reflexión de los sociolingüistas del conflicto intercultural.
Bibliografia citada
Arnault de la Menardière, A. y G. de Montmollin (1985): “La représentation comme structure cognitive
en psychologie sociale”, Psychologie française, 30, 3/4.
Bourdieu, P. (1980): “L’identité et la représentation”, Actes de la recherche en sciences sociales, 35.
—— (1982): Ce que parler veut dire, París, Fayard.
—— (1983): “Vous avez dit ‘populaire’?”, Actes de la recherche en sciences sociales, 46.
Doise, W. (1985): “Les représentations sociales: définition d'un concept”, Connexions, 45.
—— (1988): “Les représentations sociales: un label de qualité”, Connexions, 51.
Ehrlich, S. (1985): “La notion de représentation: diversité et convergences”, Psychologie Française. t. 30, 3/4.
Garmadi, J. (1981): La sociolinguistique, París, PUF.
Hancock, I. (1988): “Le stéréotype du Gitan”, Études Tsiganes, 3.
Jodelet, D. (1989): “Représentations sociales: un domaine en expansion”, en Denise Jodelet (dir.), Les
représentations sociales, París, PUF.
Labov, W. (1976): Sociolinguistique, París, Éditions de Minuit.
Windisch, U. (1989): “Représentations sociales, sociologie et sociolinguistique”, en D. Jodelet (dir.). Les
représentations sociales, París, PUF.
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9. El fetiche lingüístico
Roberto Bein
Extracto de “Las lenguas como fetiche”, conferencia plenaria pronunciada en el Congreso Internacional
“Debates actuales: las teorías críticas de la literatura y la lingüística”, Actas publicadas en CD-ROM (eds. Jorge
Panesi y Susana Santos, Departamento de Letras, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2005).
Si bien el análisis de las representaciones sociolingüísticas permite dilucidar una parte im-
portante de los comportamientos lingüísticos de una comunidad, no aclara por completo por qué
representaciones manifiestamente falsas, como la de la virtud del conocimiento del inglés para
erradicar el desempleo, pueden cobrar tanta fuerza. La explicación posiblemente debamos bus-
carla en que esas representaciones y su fuerza persuasiva son de otra naturaleza que las de la ne-
cesidad de la enseñanza de las lenguas extranjeras en general: mientras que en otros casos hace
falta actuar sobre el estatus, en el caso del inglés ese estatus está asegurado por factores extralin-
güísticos, como su cualidad de exigencia laboral, su fuerte presencia en los medios de comunica-
ción y en la informática y la potencia económica de los países centrales angloparlantes. Por eso,
la propaganda a favor del inglés se confunde con el discurso publicitario de artículos considera-
dos socialmente imprescindibles: no hace falta decir que el inglés es útil, sino que tal o cual me-
todología, institución, edad de comienzo o carga horaria garantizan un mejor aprendizaje.
Por eso propongo complementar actitudes ante el lenguaje y representaciones sociolingüísticas
con un tercer concepto: el de fetiche lingüístico, entendido análogamente al fetiche de la mer-
cancía que Karl Marx desarrolló en El Capital. Según Marx, la realidad de los intercambios hace
pensar que 20 codos de lino equivalen a 10 libras de té porque ambos cuestan 2 onzas de oro y
que, por tanto, este valor es algo objetivo contenido en las mercancías, cuando en realidad se
trata de una igualdad en cierto momento histórico que depende de la maquinaria, de las rela -
ciones sociales de producción, del rendimiento de la tierra, etc. Dice Marx:
Lo enigmático de la forma mercancía consiste, pues, simplemente en que devuelve a los
hombres la imagen de los caracteres sociales de su propio trabajo deformados como caracte -
res materiales de los productos mismos del trabajo humano, como propiedades naturales so-
ciales de las cosas; y, en consecuencia, refleja también deformadamente la relación social de
los productores con el trabajo total en forma de una relación social entre objetos que exis-
tiera fuera de los productores.1
De manera análoga, a las lenguas se les atribuyen ciertas cualidades esenciales que son, en
realidad, un reflejo de las funciones que desempeñan en ciertas relaciones sociales de produc-
ción. Como a cualquier otro, al fetiche lingüístico se le atribuyen cualidades mágicas: se deposi -
ta en él la virtud de conseguir empleo, o la de reunificar una comunidad o la de hacer perdurar
una religión. Los discursos que informan estos fetiches suelen presentarse como discursos úni-
cos que impiden en buena medida la emergencia de otras opciones: en el terreno de las len-
guas, por ejemplo, dificultan la penetración de ideas alternativas, como la conveniencia de en -
señar portugués y lenguas aborígenes con miras a consolidar la unidad latinoamericana, o el
plurilingüismo como manera de propender a horizontes económicos y culturales diversifica-
dos. En otros términos: se cree que la utilidad de una lengua es un hecho objetivo porque en
cierto momento histórico es, por ejemplo, condición necesaria pero no suficiente para con-
seguir trabajo, sin que se perciba que se trata de una situación histórica determinada igual -
mente por variables socioeconómicas, políticas y culturales. Lo objetivo es que las empresas pi -
den inglés, con lo cual no es el dominio del inglés el que provee trabajo, sino que quienes
obtienen trabajo saben inglés y quienes lo ofrecen lo exigen.
1 La versión corresponde a la traducción de Manuel Sacristán publicada por Grijalbo en 1976.
47
10. Conflicto lingüístico y políticas lingüísticas
Klaus Bochmann y Falk Seiler
www.saw-leipzig.de/sawakade/10internet/sprachwi/bochmann1.html. Traducción de Mariana
Lanusse, adscripta, para la cátedra de Sociología del Lenguaje, septiembre de 2010.
1 En este contexto es, sin embargo, digno de mención que según Saussure las unidades lingüísticas no
solo tienen valor dentro del sistema (lengua) sino también en el habla. Con la conocida metáfora del
juego de ajedrez expresa que el valor de una figura no depende solamente de sus posibilidades cons -
tantes de movimiento, sino también del estado del juego y de su posición en el tablero. El concepto de
valor de Saussure así visto es, por lo tanto, más que solo una metáfora de la funcionalidad del sistema,
aun cuando precisamente en este punto Saussure no parezca claro.
48
mente también en el nivel del sistema lingüístico. A modo de ejemplo: la agramaticalidad no
hace imposible en todos los casos la producción de sentido. Por lo demás, hay comunidades lin-
güísticas que mantienen abiertas las fronteras sistemáticas entre las lenguas que utilizan. En
tales situaciones un concepto de valor lingüístico integrador podría ayudar a elucidar la cues -
tión ética, en última instancia, de cómo pueden acomodarse la conciencia del hablante y la del
lingüista en la situación de recopilación de datos. En el concepto de valor se muestra una vez
más que hay conceptos centrales de la lingüística que se pueden entender de modo distinto se -
gún se traten situaciones de monolingüismo o de multilingüismo (que a su vez pueden conside-
rarse bajo un aspecto del valor).
50
italiano se evita de modo bastante consecuente, igual que en la lingüística soviético-moldava se
pasó por alto sistemáticamente la relación con el rumano.
2.4.2. Críticas y quejas acerca de la pérdida de valor de la lengua propia en relación con las
interferencias de una lengua extranjera, cuyas consecuencias son declaradas como extranjeri-
zación, deformación, desnaturalización, perversión, corrupción, etc. En muchos casos se trata
de un “discurso poscolonial”, que señala los efectos de las relaciones coloniales o cuasi-colo-
niales de dominación. Es una neta discusión acerca del valor de cambio, en la que a menudo se
pierde de vista o se soslaya como molestia el hecho de que el valor de uso normalmente no se
vea perjudicado, sino que incluso se incremente gracias al enriquecimiento léxico. A pesar de
eso, los efectos en las políticas lingüísticas son con frecuencia intervenciones en el corpus lin-
güístico motivadas por el purismo (sobre todo la eliminación de “extranjerismos”).
2.4.3. A la inversa, en determinados casos generalmente hablantes no cultos toman el es-
caso valor de mercado de la lengua propia como prueba de su igualmente escaso valor de uso,
especialmente en el caso de las lenguas minoritarias (ver, por ejemplo, el sentimiento de infe -
rioridad lingüística de los sardos frente a los italianos, de los gallegos frente a los castellanos,
de los moldavos frente al ruso, de los gitanos romaníes frente a los hablantes de todas las len-
guas en contacto). El sentimiento de inferioridad lingüística de los dominados se corresponde
con el sentimiento de superioridad lingüística de los dominadores (muchas veces mayorita -
rios), quienes por su parte fundan esta pretendida superioridad de su “lengua de cultura” en
una rica tradición literaria o escrita, en normas abundantemente codificadas, en su uso poli-
funcional y, dado el caso, en su difusión internacional.
2.5. De todo lo anterior se desprende que la problemática de los valores es de especial sig -
nificación o incluso constitutiva para la política lingüística entendida como intervención en el
corpus y en el estatus de las lenguas y como optimización del valor de uso y/o de cambio de las
lenguas regida por intereses:
- adecuación del corpus lingüístico a condiciones modificadas de la comunicación (codifi-
cación y corrección de las normas, nomenclaturas de ámbitos administrativos, técnicos, co-
merciales, reformas ortográficas, etc.)
y/o
- adecuación del estatus a cambios en las condiciones sociales (admisión para nuevos ám-
bitos comunicativos de lenguas o variedades hasta entonces prohibidas o a lo sumo toleradas;
por ejemplo, lenguas de minorías, variedades dialectales en determinados ámbitos públicos,
apoyo a las lenguas de comunicación internacional, etc.). Aquí también cabe incluir pasos cuya
motivación es enteramente política o ideológica, como campañas puristas, la creación de len-
guas nuevas (bosnio, moldavo), etc.
51
11. Concepciones de política lingüística,
planificación del lenguaje y glotopolítica
La escuela sociolingüística catalana advirtió que el bilingüismo social y la diglosia no eran fru-
to de la evolución “natural” de una comunidad, sino consecuencia de procesos históricos y políti-
cos. Así, muchos indígenas sudamericanos cambiaron de lengua a consecuencia de la conquista
española y portuguesa. Por otra parte, tradicionalmente los estudios lingüísticos habían considera-
do que los cambios de las lenguas tenían tanto motivos internos, como la llamada “economía lin-
güística” (que las lenguas tienden a suprimir las distinciones que no necesitan, como la que había
entre la b bilabial oclusiva y la v labiodental fricativa en español) como externos: las migraciones,
los genocidios, las invasiones, y también los descubrimientos, las invenciones (“pararrayos”, “lá-
ser”), el conocimiento de nuevas realidades (“puma”, “ñandú”), la caída en desuso de palabras por
cambio de costumbres (“ebúrneo”, “candil”, “retracto entre coherederos”). Pero hasta hace unos
cuarenta años no se estudiaba científicamente otro factor: el hecho de que las lenguas cambian y
los hombres cambian de lengua también por decisiones, tomadas generalmente por gobiernos, sobre
el uso público de las lenguas. Esto es lo que llamamos política lingüística, que suele estudiarse en
el marco de la sociología del lenguaje. Y llamamos planificación lingüística (o “planificación del len-
guaje”) la puesta en práctica de una política lingüística. Un tercer término se introdujo hacia 1985:
glotopolítica, el cual, si bien en griego “glotta” significa “lengua”, como no muestra tan claramente
la diferencia entre “lengua” y “habla” en el sentido de Saussure, abarca tanto las acciones sobre la
lengua como sobre las prácticas discursivas, y no incluye únicamente las acciones estatales sino
también las de colectivos o personas con influencia pública, como por ejemplo las editoriales de
manuales de lengua argentinos que deciden incluir, o no, el voseo en el paradigma verbal. En cuan-
to a la (inter)disciplina que estudia las políticas lingüísticas, quienes usan “glotopolítica” suelen
proponer que también sea ese el nombre de esos estudios.
Otros dos conceptos importantes son los de planificación del corpus y planificación del esta-
tus. Mientras que el primero suele referirse a las medidas que se toman con relación a, por ejem-
plo, la ortografía, el léxico, la escritura, la selección de un dialecto para que funcione como están-
dar (como el habla culta madrileña en el caso de la Real Academia Española) —es decir, a acciones
que afectan al código—, el segundo tiene que ver con las medidas que promocionan una lengua, le
confieren un lugar determinado en la vida social (por ejemplo, declararla oficial o cooficial, como ha
sucedido con el guaraní en el Paraguay y con las lenguas regionales en España) o la defienden
(como lo hace la Unión Latina, en general frente al avance internacional del inglés).
52
12. Bases para la determinación de una política lingüística
de la Ciudad de Buenos Aires
Roberto Bein y Lía Varela
Extracto de un trabajo escrito en 1998 para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Introducción
Este trabajo está destinado a presentar un panorama de las condiciones y los alcances de
una política lingüística para la Ciudad de Buenos Aires, sobre todo en materia escolar.
Aspectos teóricos
Definición y alcances
Desde que hay historia, los hombres tomaron decisiones que afectaron el uso y la forma
de las lenguas. Así ocurrió en los tratos con otros pueblos, en los cultos religiosos, en las
universidades medievales, en las conquistas territoriales. Estas decisiones tomaron perfiles
más definidos en la modernidad con el surgimiento del Estado-nación, y tuvieron puntos de
inflexión en momentos de acontecimientos históricos importantes, como la Revolución
Francesa, el kemalismo en Turquía y la independencia de la India. Pero hace solo medio siglo
desde que estas decisiones son tomadas conscientemente con la formulación explícita de
políticas lingüísticas, en consonancia con factores como (a) los procesos de descolonización, la
constitución de nuevas entidades políticas y organizaciones supranacionales y la formación de
grandes núcleos urbanos multiculturales, que plantean nuevos problemas en el terreno
lingüístico y (b) la asunción general de que las decisiones sobre las lenguas son una cuestión
política con amplias consecuencias sobre el desarrollo nacional y regional, la construcción de
las identidades colectivas, el intercambio comercial, científico y cultural y el desenvolvimiento
cognitivo individual. Y no es sino en las últimas tres décadas que se han desarrollado
interdisciplinas que vinculan las ciencias del lenguaje con otras ciencias sociales y que
intentan dar respuesta a estos problemas y acompañan los procesos de tomas de decisiones.
Podemos definir la política lingüística, entonces, como “la determinación de las grandes
opciones en materia de relaciones entre las lenguas y la sociedad” (Calvet, 1997 1). Como las
otras, la política lingüística y la planificación a través de la cual se la pone en práctica son
generalmente ejercidas por gobiernos, directamente o por delegación. Así, en Francia y en el
Quebec (Canadá), por ejemplo, hay organismos de los respectivos gobiernos encargados de la
política lingüística; en los Estados Unidos de América las políticas se rigen tanto por leyes
federales y estatales como por la jurisprudencia en casos individuales que se constituyen en
antecedentes. En España, el marco general está establecido por el art. 3º de la Constitución
(oficialidad del español en todo el Estado y cooficialidad de las demás lenguas en sus
respectivas regiones), por leyes nacionales y sus reglamentaciones; en las comunidades
autónomas españolas, como Cataluña, el marco general no puede contradecirse con las
determinaciones panespañolas, pero se particulariza en su propia Constitución (el “Estatuto de
Autonomía”) y en leyes propias, y el gobierno autónomo tiene una Dirección de Política
Lingüística que supervisa la planificación. Al mismo tiempo, estas políticas están condicionadas
por los acuerdos sobre lenguas en el seno de la Unión Europea.
También en nuestro país ha habido acciones político-lingüísticas propias —no fijadas por
España— desde la Revolución de Mayo. Así, la Asamblea del año XIII publicó sus documentos en
castellano, guaraní, quechua y aymara “para la común inteligencia”; en otros momentos, el
2 Acciones de esta naturaleza son, por ejemplo, la convocatoria del Ministerio de Cultura y Educación
de la Nación al seminario “Multilingüismo, planificación lingüística y equidad” (diciembre de 1997) y
la aprobación del Acuerdo 15 sobre lenguas extranjeras por parte del Consejo Federal de Cultura y
Educación (mayo de 1998).
3 En Israel, por ejemplo, se ha logrado imponer el hebreo a una población que cincuenta años atrás ha-
blaba decenas de lenguas distintas con sistemas gráficos diversos; aquí privaron seguramente una vo-
luntad política de homogeneización, la necesidad de diferenciarse de los vecinos y una representación
étnica y religiosa de “pueblo judío”; en cambio en la India fracasó, en la misma época, el intento del
imponer el hindi como única lengua oficial y general, porque los hablantes de bengalí, urdu y otras
lenguas no aceptaron lo que consideraban la concesión de la hegemonía étnico-lingüística a los hindi.
54
necesariamente acompañada de acciones que corresponden a este campo de la política
lingüística.
4 Para que el “derecho a una educación bilingüe e intercultural” reconocido en el art. 75, ap. 17 de la
Constitución Nacional en verdad se pueda ejercer se debería formar a los maestros, crear los materia-
les de estudio correspondientes y hacer partícipe también a la cultura mayoritaria de la cultura mino-
ritaria.
55
13. Política lingüística liberal o dirigista,
práctica o simbólica, “in vivo” e “in vitro”
Una política lingüística puede ser liberal o prescriptiva, dirigista. Una política lingüística liberal
consiste en dejar que las cosas sigan su curso sin intervención del Estado. En ese sentido se pue-
de decir que los países de lenguas latinas (Francia, Italia, España), que cuentan con academias de
la lengua desde los siglos XVII-XVIII, tuvieron políticas mucho más dirigistas que Gran Bretaña y Ale-
mania, donde privó el “libre mercado” lingüístico. Baste recordar que no hay en inglés ni en alemán
un diccionario normativo como el de la Real Academia Española; en inglés, desde el siglo XIX los
norteamericanos no se rigieron por los diccionarios de Oxford o de Cambridge, sino por el Webster,
y que las diferencias abarcan tanto el léxico (lift/elevator) y la ortografía (behaviour/behavior) como
la sintaxis (yours sincerely/sincerely yours). En alemán funcionó como diccionario de referencia el
Duden, que era, sin embargo, una empresa particular; recién desde la última reforma ortográfica,
aún en curso, tiene un papel mayor el Institut für deutsche Sprache.
Claro está que según la potencia que tengan los países dominantes cuyas lenguas son domi-
nantes en el mundo, los países que no tengan una política lingüística propia se ven sometidos a la
influencia de la de otros países. Esta política se puede manifestar de manera directa (castellaniza-
ción de Galicia, el País Vasco, Cataluña y las colonias americanas de España) o a través de políti-
cas de promoción editorial e instituciones que enseñan las lenguas.
Llamamos política lingüística “práctica” aquella que se aplica en la realidad; la política lingüís-
tica “simbólica” es aquella que levantan como bandera nacionalista los movimientos y partidos que
no están en el poder. Así, durante la resistencia antifranquista los movimientos y partidos autono-
mistas vascos y catalanes propugnaban la vuelta al euskera y al catalán, respectivamente, pero
como no podían aplicar esa política, esta revestía carácter de símbolo.
Una política liberal lleva a que la gente solucione sus problemas de comunicación de alguna
manera: así surgen interlenguas (el “portuñol” en la frontera argentino-brasileña), criollos, pidgins,
se apela a terceras lenguas o la población termina por aprender la lengua (que se vuelve) dominan-
te. Esto es lo que Louis-Jean Calvet denomina política lingüística “in vivo”. Llama en cambio “in vi-
tro” la política que se piensa desde un despacho, desde un organismo gubernamental. Para que la
política “in vitro” tenga éxito no debe diferir demasiado de la política “in vivo”.
56
14. El modelo gravitacional
Louis-Jean Calvet y Lía Varela
Fragmento del artículo “Frente al fantasma que recorre el mundo. Las políticas lingüísticas de Francia y la
Argentina”, en Roberto Bein y Joachim Born (eds.), Políticas lingüísticas, norma e identidad: estudios de casos y
problemas teóricos en torno al castellano, el gallego, el portugués y lenguas minoritarias, Buenos Aires, Facultad
de Filosofía y Letras (UBA), 2001.
El modelo gravitacional (Calvet, 1999) parte del principio de que las lenguas están vincula-
das entre sí por hablantes bilingües, y presenta las situaciones plurilingües en forma de una
gravitación de lenguas periféricas alrededor de una lengua central, es decir, de una tendencia al
bilingüismo orientado hacia el centro. En Francia, por ejemplo, un bilingüe francés/bretón o
francés/alsaciano tiene todas las chances de ser de primera lengua bretona o alsaciana, del
mismo modo que un migrante bilingüe francés/árabe o francés/bambara es muy probablemen-
te de primera lengua árabe o bambara.
A su vez, las lenguas centrales de estos subgrupos pueden no estar ligadas entre sí (por
medio de bilingües}, sino estarlo todas ellas a una lengua súpercentral y las lenguas supercen -
trales pueden a su vez estar ligadas de la misma manera a una lengua hípercentral, núcleo del
“sistema gravitacional lingüístico”. Tenemos así un modelo de cuatro niveles que permite dar
cuenta de la situación mundial del siguiente modo:
En el nivel uno, una lengua hípercentral, que hoy en día es el inglés, pivote de todo el siste-
ma; los hablantes que la tienen como lengua primera tienden fuertemente al monolingüismo.
En el nivel dos, una decena de lenguas supercentrales (árabe, ruso, swahili, francés. hindi,
malayo, español, portugués, chino, etc.) cuyos hablantes que las tienen como lengua primera
tienden al monolingüismo o bien al bilingüismo con una lengua del mismo nivel (bilingüismo
horizontal) o con la del nivel uno (bilingüismo vertical). Desde luego, estas lenguas se hallan
entre las más habladas en el mundo. Pero este criterio cuantitativo no basta para conferir el es-
tatuto de lengua súpercentral: el alemán y el japonés, por ejemplo, que superan los cien millo-
nes de hablantes, no cumplen este papel.
En el nivel tres, un centenar de lenguas centrales (el wolof y el bambara en África, el que-
chua en América del Sur, el checo y el armenio en Europa del este, etc.), cuyos hablantes pre-
sentan una tendencia al bilingüismo con una lengua del nivel dos ( bilingüismo vertical).
En el nivel cuatro, lenguas periféricas cuyos hablantes tienden al plurilingüismo horizon-
tal y vertical.
El modelo se basa entonces en la organización de los bilingüismos verticales, de las len-
guas periféricas a la lengua hípercentral pasando por las lenguas centrales y supercentrales.
Cuanto más se va hacia el centro de este sistema gravitacional, mayor número de hablantes tie-
nen las lenguas y más sometidas están a variación hasta el punto en que se puede dudar de la
unidad de lenguas como el inglés, el francés, el español o el árabe, por ejemplo. El español en la
Argentina, como el portugués en Brasil o el francés en el Québec, son el resultado lingüístico de
fenómenos coloniales y se han desarrollado lejos del centro de producción de su norma (Ma-
drid, Lisboa, París). Pero, si bien la variación es evidente, la unidad se manifiesta a la vez en el
plano de las representaciones (la gente “piensa” o “pretende” hablar español, francés, etc.) y
en el plano institucional (el francés o el español son lenguas oficiales de la ONU, la UNESCO,
etc.), sin que la variación plantee problemas.
El sistema es, por cierto, un producto de la historia, y como tal está atravesado por fuerzas
sociales y políticas contradictorias. Así, una lengua periférica puede cambiar de gravitación: es
lo que está ocurriendo en Ruanda, por ejemplo, donde el kinyaruanda podría cambiar de len-
gua central, pasando del francés al inglés. La lengua hípercentral también puede cambiar, aun-
57
que con menor rapidez: el francés, por ejemplo, cedió su lugar al inglés a comienzos del siglo
XX. De manera más general, los factores de cambio en esta organización gravitacional son las
políticas lingüísticas nacionales, las reivindicaciones lingüísticas de los grupos minoritarios, el
militantismo, las eventuales políticas lingüísticas internacionales (por ejemplo, en el Mercosur
o la UE), las relaciones entre estas organizaciones internacionales y otras entidades económi-
cas y políticas (los Estados Unidos) y las relaciones de fuerzas económicas y políticas a escala
mundial. En esta perspectiva, los problemas de política lingüística podrían comprenderse como
problemas de gestión, en un territorio dado, del sistema gravitacional que, en el actual orden
global, afecta a todas las lenguas del mundo.
58