La Réplica de Fidel Castro
La Réplica de Fidel Castro
La Réplica de Fidel Castro
EL CASO OCHOA
2020
A
LA HISTORI A
No existe nada bueno ni malo; el pensamiento humano es el que todo lo hace parecer así.
Shakespeare
Arquelao
Sin la justicia, ¿qué son los reinos sino una partida de salteadores?
San Agustín
PRÓLOGO
El libro LA RÉPLICA DE FIDEL escrito por Armando García Morales1 presentará, capítulo por capítulo, un
conjunto de entrevistas, cuyas respuestas están basadas en el propio texto, LA VIDA OCULTA DE FIDEL
CASTRO, escrito por el exguardaespaldas del líder cubano durante 17 años, Juan Reinaldo Sánchez, y en las
contestaciones que Fidel Castro haya dado, sobre estos temas, a otros autores, sobre todo en el libro, FIDEL
CASTRO, BIOGRAFÍA A DOS VOCES O, CIEN HORAS CON FIDEL, cuarta edición, realizado con el
periodista español, establecido en Francia, Ignacio Ramonet.
Mientras leía el libro LA VIDA OCULTA DE FIDEL CASTRO, de Juan Reinaldo Sánchez, sentía la necesidad
de escuchar la réplica que la parte acusada daría. Pero no apareció ninguna contestación, entonces. Hoy pienso
que esta existe y está diseminada en diversas obras del líder cubano, Fidel Castro. Espero que el lector
encuentre en, LA RÉPLICA DE FIDEL, las impugnaciones que entonces no hallé.
Hallará en él una serie de encuentros con Juan Reinaldo Sánchez, de los cuales, este es el primero: tratará del
Caso Ochoa, general de división, Héroe de la República de Cuba, condenado y fusilado, junto con otros tres
miembros de la más alta jerarquía militar, en 1989, por el gobierno de Cuba, por estar implicados, en sus
relaciones con Pablo Escobar, y con el Cartel de Medellín, en el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos.
Editor
2 de agosto 2020
1Autor de los libros LOS VIRUS, LAS CÉLULAS Y USTED (www.amazon.es/dp/B08C2H3V4M) y EINSTEIN
VS. HITLER. 15 ENTREVISTAS INÉDITAS (www.amazon.es/dp/B08BKR65TP).
EL CASO OCHOA1
Cuba siempre ha sido un país productor y exportador de drogas. Ha vivido de la droga. Ha sido
respetada por la droga. Por todo el mundo. Tabaco, ron y café aparecen en distintos momentos de la
historia de esta isla, hacen su historia de 500 años junto al oro, escaso, el ganado y el azúcar, otra droga,
para muchos... Pero, ¿ha vivido el gobierno de Fidel Castro de la droga, de la droga mala, ilegal?
Reinaldo, en esta primera entrevista hablaremos del El caso Ochoa, tal y como lo trata usted en el
capítulo 15 de su libro La vida oculta de Fidel Castro.
Este general de división, Héroe de la República de Cuba, participó en múltiples operaciones dentro y
fuera de Cuba, y estuvo presente en la famosa batalla de Cuito Cuanavale (1987-1988) como jefe de la
misión militar de Cuba en Angola. Poco tiempo después, en 1989, sería condenado y fusilado en Cuba por
alta traición.
Reinaldo, ¿qué puede usted decir sobre el general Arnaldo Ochoa, su historia? ¿Qué representó para
usted?
Sí. Gracias a esta fantástica aventura,2 Fidel se granjeó un prestigio todavía mayor. Con todo, sería injusto no
hablar de lo sucedido a Arnaldo Ochoa.3 En Angola, su papel resultó crucial.
Considerado el mejor general cubano, había participado en todas, o casi todas, las peripecias de la epopeya
castrista.
Para mi generación, este militar de perfil aguileño y encanto irresistible constituía el ejemplo del perfecto
guerrillero. Presente en Sierra Maestra en el momento de la lucha contra Batista, en 1965 se encontró con Che
Guevara en el Congo, y al año siguiente en Venezuela, con el fin de organizar un foco guerrillero. Convertido
en un engranaje esencial de la Operación Carlota4 en Angola, en 1975, había estado asimismo al frente del
cuerpo expedicionario cubano en Etiopía durante la guerra del Ogaden (1977-1978), antes de convertirse, entre
1984 y 1986 —siempre a petición de Fidel—, en asesor especial del ministro de Defensa nicaragüense
Humberto Ortega, con el fin de ayudar a dicho país a rechazar los ataques de la Contra financiada por
Washington.
El militar más condecorado del país, este superdotado de la Revolución fue nombrado por Fidel «Héroe de la
República de Cuba», título que hasta el momento sólo él ostentaba. En 1987, cuando el ejército cubano se
encontraba en una posición delicada, a causa sobre todo de los errores soviéticos, fue nombrado jefe de la
misión militar cubana en Angola. Ahora bien, al llegar, este excelente estratega, que también era el mejor amigo
de Raúl Castro, se consideró en mejores condiciones que Fidel para juzgar la realidad del campo de batalla.
Durante la guerra de Angola, en los años ochenta, el general Arnaldo Ochoa, que se encontraba sobre el terreno,
se atrevió a contradecir las orientaciones militares del Jefe, que estaba en La Habana, a once mil kilómetros de
allí, proponiéndole otras opciones que se le antojaban mejores. Fidel jamás digirió aquel crimen de lesa
majestad. Creo que en buena parte ese hecho influyó en la condena a muerte de Ochoa en 1989.
Un día Ochoa propuso una pausa de ocho horas para permitir a los combatientes recuperarse, cuando el
Comandante quería reanudar el combate sin más dilación. En otra ocasión, al general se le metió en la cabeza
formular propuestas alternativas a las decisiones tácticas dictadas por el Jefe.
En el palacio o en la war room del MINFAR, oí a Fidel decir a Raúl cosas de este tenor: «Ochoa muestra
síntomas de incapacidad» (se sobreentiende: incapacidad intelectual), «Ochoa no es realista», o incluso «Ochoa
ya no tiene los pies plantados en el suelo».
En enero de 1988, en plena batalla de Cuito Cuanavale, el general fue convocado a La Habana: Fidel le ordenó
retirar todas las brigadas, salvo una, de la orilla oriental del Cuito. Sin embargo, de regreso en Angola, Ochoa se
abstuvo de ejecutar esa estrategia, que consideraba equivocada, y tomó otras decisiones, probablemente
mejores. Semanas después, Ochoa fue llamado a Luanda, y después a La Habana.
En mi fuero interno me sentía preocupado por él, pues hacía mucho que lo sabía: nadie, ni siquiera el «Héroe de
la República de Cuba», podía permitirse contradecir a Fidel. Hacerlo equivalía, en plazo más o menos breve, a
caer en desgracia. No obstante, distaba mucho de imaginar que la cuenta atrás de su vida ya había empezado.
Menos de un año después Arnaldo Ochoa era fusilado por un pelotón de ejecución. Por orden de Fidel.
“(…) no fue una decisión personal —responde Fidel—. Fue una decisión unánime del Consejo de Estado,
integrado por 31 miembros (…) Aquella reunión del Consejo de Estado cuando la Causa Uno fue pública,
transmitida en vivo por la televisión”. (Fidel Castro, biografía a dos voces, página 412).
“El caso Ochoa, en 1989, suscitó innumerables comentarios —le dice Ramonet—. En esa ocasión ustedes
aplicaron la pena de muerte, lo que causó una gran conmoción internacional y me imagino que también
en Cuba”.
“Sí. Nosotros tuvimos que fusilar a raíz de la famosa Causa Uno, cuando descubrimos graves actos de traición.
En eso no había alternativa, porque el país fue puesto en un grave riesgo, y nosotros teníamos que ser duros,
teníamos que serlo más con gente de nuestras propias filas que comprometieron al país y a la Revolución de
esa manera”. (Fidel Castro, biografía a dos voces. Página 403).
¿Cuáles son para usted los antecedentes del tráfico de drogas en Cuba? ¿Puede aportar prueba visible y/o
audible que lo pruebe en el caso de Fidel Castro?
Finales de 1988. Un día como cualquier otro transcurría en La Habana. En pocos minutos, mi vida iba a
cambiar.
Fidel había pasado la tarde leyendo y trabajando en su despacho, cuando de pronto asomó la cabeza en la
antecámara, donde yo me encontraba, para avisarme de que Abrantes estaba a punto de llegar.
El general José Abrantes, cincuentón, era por entonces ministro del Interior desde 1985, tras haber sido el jefe
de seguridad del Comandante en Jefe durante veinte años.
Fiel entre los fieles, formaba parte del grupo de personas que veían a diario al Jefe. Pertenecía asimismo al
círculo de las diez personas más cercanas al poder supremo, junto con Raúl Castro y los demás que el lector ya
conoce, pero cuyas funciones me permito recordar: José Miguel Miyar Barruecos, alias Chomy, secretario
particular de Fidel; su médico personal, Eugenio Selman; el diplomático Carlos Rafael Rodríguez; el maestro
del espionaje Manuel Piñeiro, alias Barbarroja, y también sus dos amigos, el escritor colombiano Gabriel García
Márquez, conocido como Gabo, y el geógrafo Antonio Núñez Jiménez.
Otra característica distinguía a Abrantes: junto con Raúl, era uno de los pocos que podían acceder al despacho
de Fidel sin pasar por la entrada principal del Palacio de la Revolución, sino que llegaban por detrás al
aparcamiento subterráneo y desde allí tomaban el ascensor que los conducía directamente al tercer piso.
Así pues, aquel día, hacia las cinco de la tarde, tras haber dejado el coche en el aparcamiento, José Abrantes
se presenta en la antecámara de Fidel.
Anuncio su llegada: «¡Comandante, aquí está el ministro!». Pues evidentemente nadie, ni siquiera su hermano
Raúl, entra en el despacho de Fidel sin haber sido anunciado. Cierro la doble puerta y acto seguido me instalo
en mi despacho (contiguo a la antecámara), donde se encuentran las pantallas que controlan el aparcamiento, el
ascensor y los pasillos, así como el armario que alberga las tres cerraduras que permiten abrir los micrófonos de
grabación ocultos en el falso techo del despacho de Fidel.
Un instante después, el Comandante vuelve sobre sus pasos, abre la puerta y me da esta instrucción: «¡Sánchez,
no grabes!».
Mientras los dos hombres conversan en privado, me dedico a mis asuntos, leo el Granma del día, ordeno los
papeles y consigno las últimas actividades del Líder Máximo en la libreta.
La entrevista se eterniza… Transcurre una hora, después dos. Cosa rara, Fidel no me pide que le sirva un
whiskicito ni ofrezca un cortadito a su interlocutor, que suele consumir bastantes. Nunca antes el ministro del
Interior había permanecido tanto rato en el despacho del Líder Máximo. De repente, tanto por curiosidad como
para matar el tiempo, me pongo los auriculares y giro la llave número 1 para oír lo que dicen al otro lado de la
pared.
¿No grabó?
Abrantes pide a Fidel autorización para acoger temporalmente en Cuba a ese traficante, que desea pasar una
semana de vacaciones en su país natal en compañía de sus padres, en Santa María del Mar, una playa situada
diecinueve kilómetros al este de La Habana, donde las aguas son azul turquesa y la arena fina como la harina.
Por esa escapada, precisa Abrantes, el lanchero pagará setenta y cinco mil dólares. Algo muy bien recibido en
tiempos de crisis económica…
Fidel no tiene nada en contra. Sin embargo, expresa una inquietud: ¿cómo pueden estar seguros de que los
padres del lanchero guardarán el secreto y no irán por ahí contando que han pasado una semana de vacaciones
cerca de La Habana con su hijo, que reside en Estados Unidos? El ministro tiene la solución: bastará con
hacerles creer que su hijo es un agente de información cubano infiltrado en Estados Unidos, y que su vida
correría grave peligro si no guardan secreto absoluto sobre su visita a Cuba. «Muy bien…», concluye Fidel, que
da su conformidad. Para terminar, Abrantes propone al Comandante que Antonio de la Guardia, llamado Tony,
un habitual de las misiones especiales, además de un héroe de las luchas de liberación en el Tercer Mundo, se
ocupe de organizar los detalles técnicos de la estancia. Tampoco en este caso el Comandante pone objeciones…
Estupefacto, incrédulo, petrificado, habría deseado creer que lo había oído mal o lo había soñado, pero,
lamentablemente, aquélla era la realidad. En pocos segundos, todo mi universo, todas mis ideas se vinieron
abajo. Me di cuenta de que el hombre al que había sacrificado mi vida desde siempre, el Líder al que veneraba
como a un dios y que a mis ojos era más importante que mi propia familia, estaba metido en el tráfico de
cocaína hasta el punto de dirigir operaciones ilegales a la manera de un verdadero padrino.
¿Qué hizo?
Aterrado, devolví los auriculares a su sitio y giré la llave para cortar el micrófono número 1, y de repente
experimenté una sensación de inmensa soledad…
Abrantes abandonó por fin el despacho, y en el momento en que cruzó el umbral, disimulé lo mejor que pude mi
preocupación.
Pero a partir de aquel instante, jamás volví a ver a Fidel Castro de la misma manera. Con todo, decidí guardar
para mí tan terrible secreto de Estado, del que no hablé a nadie, ni siquiera a mi mujer. No obstante, pese a que
intenté comportarme como un verdadero profesional y alejar aquella revelación de mi memoria, la decepción
perduraba.
“Pero Abrantes había dicho algo que para mí era clave —responde Fidel—. Si él dice la verdad en aquel
momento… Porque yo conocía, le advertí, yo había ordenado una investigación, porque ya veía algunos
cables…
”Yo mando a hacer una investigación —explica Fidel— porque estoy leyendo repetidamente ciertas noticias,
y llegaban unos datos que me intrigaban. Le pido a Abrantes una investigación sobre denuncias que llegaban
por cables hablando de aviones que aterrizaban en Varadero, y aunque me parecían falsas, como otras
muchas, le digo: «Investiga concretamente esto que se viene afirmando».
”Mando a buscar a alguien de allá, de Colombia —agrega—, que se llama Navarro Wolf, está vivo, era del
M-19, fue herido con una bomba, y fue curado aquí. Vino. No lo pude ver personalmente. Porque muchas
veces, atendiendo asuntos de gran trascendencia, el agobio de trabajo me impide atender otros que también
son importantes, aunque se tratara de algo no creíble. Navarro Wolf habla con algunos compañeros, y regresa
a Colombia. Tampoco Abrantes me advirtió que Navarro Wolff estaba a punto de regresar a su país.
”Pero da la casualidad que cuando viene Navarro Wolf, yo le pregunto a Abrantes: «¿Ya lo vieron? ¿Ha
dicho algo de importancia?». Me responde: «No, nada de trascendencia».
”Cuando Abrantes me dice a mí: «Nada de trascendencia», ya era en el momento en que nosotros estábamos
investigando faltas cometidas por Ochoa, que tenía una cuenta en el exterior cuyo objetivo no estaba muy
claro, y también otras irregularidades cometidas cuando era jefe de la misión militar cubana en Angola…
”Pero ¿cuál es la clave? Que Navarro Wolf le cuenta al compañero que habla con él que había rumores de
que gente de Pablo Escobar tenía contacto con Tony de La Guardia, el jefe de esa empresa (Departamento
MC), así textualmente.
”De ése no dice nada —de Tony de La Guardia—, y está discutiendo toda la operación y todas las
investigaciones contra la droga en que tenía implicada gente de él, lo mando a buscar y esa misma tarde le
digo: «Oye, Abrantes, aquí tengo el informe que dejó Navarro Wolf, ¿qué tú hiciste? ¿Tú no tienes copia?». Le
repito: «¿Tú no tienes copia?». Mandamos a buscar copia del informe y no lo tenía. «¿Pero, como tú no me
entregaste este informe, Abrantes?». No había explicación.
”Hay algo más, de ese informe él casi ni se acordaba. «¿Pero cómo es posible que tú no hayas dicho una
palabra?» Entonces le digo: «Busca, a ver, copias». No aparecen.
”Era indiscutible que el subconsciente del ministro jugó su papel. Aquel informe comprometía a gente de su
absoluta confianza, que él creía que eran campeones olímpicos de los negocios”. (Fidel Castro, biografía a dos
voces, capítulo 18).
Entre tanto, el Comandante, cuyo arte para el disimulo no constituye uno de sus menores talentos, reanudó su
trabajo como si no hubiera pasado nada.
Hay que comprender su lógica. Para él, el narcotráfico suponía un arma de lucha revolucionaria antes que un
medio de enriquecerse. Su razonamiento era el siguiente: si los yanquis eran lo bastante estúpidos para
consumir droga procedente de Colombia, no sólo no era su problema —al menos mientras no lo descubrieran—,
sino que además servía a sus objetivos revolucionarios en la medida en que la droga corrompía y
desestabilizaba la sociedad estadounidense. La guinda del pastel: era un medio de acumular dinero para
financiar la subversión. Así, a medida que el tráfico de cocaína se desarrollaba en Latinoamérica, la frontera
entre la guerrilla y el narcotráfico iba desapareciendo poco a poco. Lo que era cierto en Colombia también lo
era en Cuba. Por mi parte, jamás me plegué a admitir ese razonamiento retorcido, en contradicción absoluta con
mi ética revolucionaria.
“Lo peor es que los que se metieron en esto partían de la idea de que ayudaban a la República —responde
Fidel—. Como estábamos en un país bloqueado, y que a cada rato había que comprar una pieza de repuesto o
algo, había unas empresitas que se dedicaban a luchar contra el bloqueo, para comprar una pieza muy
importante en alguna industria, y la traían de contrabando. Sí, nosotros no aceptamos el bloqueo, es algo
ilegal, genocida. Y ellos entonces, a veces, vendían tabacos u otros productos cubanos, y pagaban las piezas.
Ellos hacían algunas operaciones, porque también cuando traían las piezas, las tenían que pagar, por
supuesto, y se las vendían a una empresa determinada, y tenían algunos ingresos. Eran ingresos que se usaban
para el Ministerio, para comunicaciones, transporte… Siempre el país ha estado muy estrecho en eso, pero
ellos tenían algunas empresitas de ésas, porque les habíamos prohibido ya que aquello se convirtiera en una
empresa importante; pero tenían esas empresitas, tenían experiencia.
”Ellos tenían esa tendencia, pero las crearon contra el bloqueo, y entonces tenían facilidades con los
guardafronteras, entrada, salida, y se les ocurrió un día la idea loca de entrar en contacto con algunos
contrabandistas.
”No sé cómo empezaría —agrega—; bueno, se sabe, están todos esos datos de algunos contrabandos, y le
entregaban el dinero al Ministerio; el Ministerio del Interior administraba y lo invertía fundamentalmente en
comprar piezas de repuesto y esas cosas”. (Fidel Castro, biografía a dos voces, capítulo 18).
El año 1989 empezó con la celebración del treinta aniversario del triunfo de la Revolución, ocurrido,
recordémoslo, un 1 de enero. Ahora bien, para el comunismo mundial ése fue el año de todos los peligros. En
China, los manifestantes se preparaban para desafiar a los tanques en la plaza de Tiananmen. En Europa, el
muro de Berlín estaba a punto de derrumbarse.
En cuanto a la isla de Cuba, ya privada de subvenciones soviéticas, se disponía a atravesar una crisis
existencial inédita. Debo decir que en la memoria colectiva de los cubanos el año 1989 corresponde no tanto al
de la caída del muro de Berlín como al de «el caso Ochoa». Esta especie de «caso Dreyfus del castrismo»6
subsistirá para siempre como una mancha indeleble en la historia de la Revolución cubana.
¿Por qué el caso Ochoa sería una mancha como lo fue, en su momento, el caso Dreyfus? ¿Ochoa era
inocente como sí lo fue Alfred Dreyfus en su caso?
Al término de un proceso estalinista televisado, que aún sigue atormentando todas las memorias, Arnaldo
Ochoa, héroe de la nación y el general más respetado de la isla, fue condenado y fusilado a modo de ejemplo
por tráfico de drogas, junto con otros tres miembros de la más alta jerarquía militar. En julio, al concluir un
proceso estaliniano, el glorioso general Arnaldo Ochoa sería fusilado junto con otros tres acusados, todos
considerados culpables de haber «mancillado la Revolución» y «traicionado a Fidel», a causa de un tráfico del
que se suponía que el Comandante en Jefe no sabía nada.
¿Por qué un proceso estaliniano? ¿Es qué eran inocentes? ¿Qué imparto tuvo este en la sociedad cubana?
El caso Ochoa causó un verdadero trauma nacional y se llevó consigo las últimas ilusiones del castrismo: en
Cuba, hay un antes y un después de 1989.
Para comprender el caso es preciso remontarse un poco al pasado, hasta la creación del Departamento MC en
1986, en un momento en que la ayuda económica de Moscú empezaba a agotarse. Colocado bajo la autoridad
del MININT, es decir, del ministro José Abrantes, y dirigido por el coronel Tony de la Guardia, el
Departamento MC tenía precisamente como razón de ser el generar dólares con la ayuda de empresas fantasma
con base sobre todo en Panamá, México y Nicaragua. De ahí su sobrenombre de Departamento «Moneda
Convertible», aun cuando dicha denominación, MC, no tenía al principio ninguna significación especial, sino
que correspondía, lisa y llanamente, a una nomenclatura militar alfabética.
Heredero del Departamento Z creado a principios de los años ochenta, el Departamento MC no escatimaba
medios y comerciaba con todo: tabaco, langostas y puros introducidos de contrabando en Estados Unidos; ropa
y electrodomésticos exportados a África; obras de arte y antigüedades introducidas en España; sin olvidar los
diamantes y el marfil traídos de África y revendidos en Latinoamérica u otros lugares. Ciertos comercios eran
legales, otros no.
¿Era secreto?
Ahora bien, la existencia del departamento no tenía en sí nada de secreta. Al contrario, el periódico oficial
Granma había explicado un día su misión en los siguientes términos: «Se trata de luchar contra el bloqueo —o
embargo— económico de Estados Unidos, en vigor desde 1962, con el fin de disponer de los medios para
procurarse productos como material médico, medicamentos, ordenadores, etc.».
¿Cómo funcionaba?
Lo que sí era misterioso, en cambio, era su funcionamiento, sus circuitos financieros, su contabilidad.
Gestionado en la opacidad, el desorden y la improvisación, el Departamento MC sólo tenía una exigencia:
hacerse pagar en dólares contantes y sonantes en países terceros, sobre todo Panamá, que siempre ha sido la
primera base de retaguardia de las actividades comerciales ilícitas cubanas en el reinado de Fidel Castro.
¿No hay cosas que para lograrse han de andar ocultas, como lo enseñó José Martí?
Era inevitable que, durante aquellos años y en aquella región, la ruta de los «filibusteros» de los departamentos
Z, y luego MC, se cruzara con la de los narcotraficantes colombianos, siempre en busca de dinero fácil. En
consecuencia, no es del todo casual que entre la población el Departamento MC recibiera muy pronto el
sobrenombre de «Marihuana y Cocaína».
Las primeras sospechas de los estadounidenses relativas a Cuba en este ámbito se remontan a los albores de los
años ochenta.
Fueron alimentadas por los testimonios de desertores de los diversos servicios de espionaje cubanos, altos
funcionarios del Gobierno panameño que trabajaban estrechamente con el presidente Manuel Noriega y
traficantes de droga detenidos en Florida, algunos de los cuales afirmaban que el régimen cubano estaba
conchabado con Pablo Escobar y su cártel de Medellín. A mediados de los años ochenta, artículos publicados en
la prensa estadounidense mencionaban el aumento del tráfico de drogas en Cuba, que servía de plataforma de
tránsito para el polvo blanco colombiano, así como la posibilidad de que los narcotraficantes estuvieran
relacionados con la cúpula del poder cubano.
Presintiendo la amenaza de un escándalo, y tal vez alertado a este respecto por los servicios de información
infiltrados en Estados Unidos, el Líder Máximo decide entonces adelantarse para cortar de raíz las posibles
sospechas concernientes a él. Con el fin de rehabilitarse, Fidel utiliza el periódico oficial Granma para informar
a los lectores de que se ha iniciado una investigación en abril.
Después, como jugador de ajedrez experto, da la vuelta a la partida por medio de lo que se llama un enroque.
¿Qué hace?
Bien situado para saber quiénes eran los oficiales cubanos mezclados en el narcotráfico, el 12 de junio ordena
detener a los gemelos Tony y Patricio de la Guardia, del Departamento MC, al general Arnaldo Ochoa, recién
llegado de Angola, y a otros nueve funcionarios superiores del MININT y dos del MINFAR. Una segunda
oleada de detenciones, semanas más tarde, incluye al ministro del Interior José Abrantes y, en el entorno de este
último, a dos generales y cuatro coroneles.
“Yo mando a hacer una investigación —responde Fidel—, porque estoy leyendo repetidamente ciertas
noticias, y llegaban unos datos que me intrigaban. Le pido a Abrantes una investigación sobre denuncias que
llegaban por cables hablando de aviones que aterrizaban en Varadero, y aunque me parecían falsas, como
otras muchas, le digo: «Investiga concretamente esto que se viene afirmando»”. (Fidel Castro, biografía a dos
voces, capítulo 18).
Tres semanas después empezó el doble proceso del general Ochoa. Al principio, el 25 de junio, el acusado
compareció solo, de uniforme, ante un tribunal militar de honor, en el cuarto piso del MINFAR, donde fue
degradado al rango de soldado raso en presencia de la totalidad del Estado Mayor, es decir, cuarenta y siete
generales. Más tarde, a partir del 30 de junio, el acusado fue conducido ante el tribunal militar especial, en
compañía de otros trece acusados, vestidos de civil como él, esta vez en la planta baja del edificio, en la Sala
Universal, la sala de proyecciones del MINFAR, transformada en sala de audiencias.
El conjunto del juicio fue bautizado Causa n.º 1/1989, mientras que el proceso contra el ministro del Interior
José Abrantes, que le siguió poco después, se llamó Causa n.º 2/1989.
Expeditivo, el proceso contra Ochoa duró cuatro días y quedará grabado para siempre en la memoria colectiva
de los cubanos como una de las mayores ignominias del interminable reinado de Fidel Castro Ruz.
¿Por qué ignominia? ¿Era inocente? ¿Careció de defensa? ¿No pudo defenderse a sí mismo en la
televisión un hombre tan valiente?
¡Y sin embargo, en la época, tanto en la prensa oficial como en la radio, el Gobierno se felicita por haber
llevado a cabo esta acción en nombre de la justicia! «El mundo entero observa estupefacto esta prueba
extraordinaria de coraje y moralidad», se puede leer y oír. «No está acostumbrado. Sólo una Revolución
auténtica, fuerte, inquebrantable y profunda es capaz de eso.» Maestro del cinismo, Fidel, al tiempo que se
manifiesta «consternado» por lo que finge descubrir, pretende que se trata «del proceso político y judicial más
limpio que quepa imaginar».
¿No lo fue? ¿Fue acusado y condenado un inocente? ¿Cómo transcurrió?
Evidentemente, la realidad es muy diferente. Instalado con toda comodidad en el despacho de Raúl, en el cuarto
piso del MINFAR, Fidel Castro sigue en directo, y en compañía de su hermano, todo el desarrollo de la Causa
n.º 1 y la Causa n.º 2 por los monitores de un circuito cerrado de vídeo. En efecto, ambos juicios son filmados
—razón por la cual pueden verse hoy amplios extractos en YouTube— y difundidos a todos los hogares
cubanos, si bien en diferido con el fin de permitir al régimen aplicar la censura en caso de que algunos
fragmentos se revelaran embarazosos.
Fidel dispone incluso de un sistema que le permite alertar con discreción al presidente del tribunal con la
ayuda de un piloto luminoso, con el fin de indicarle los momentos en que conviene proceder a la interrupción de
la sesión.
Todo esto lo he visto con mis propios ojos porque me encontraba presente, tanto delante de la puerta abierta
del despacho de Raúl como en el interior de la estancia. Cuando se producía una interrupción, Raúl me daba la
orden siguiente: «Avisa al jefe de la escolta de que los compañeros del proceso van a subir de un momento a
otro». Y en efecto, menos de cinco minutos después, el presidente del tribunal, el fiscal y los jurados desfilaban
por el cuarto piso del ministerio a fin de recibir las instrucciones de Fidel, quien, como siempre, lo orientaba y
dirigía todo, absolutamente todo.
Más tarde, en dos ocasiones, el Comandante admitió en público que por entonces había estado en contacto con
los miembros del tribunal, pero que, respetuoso con la separación de poderes, se había guardado mucho de
influirles. Cuando se conoce el modo de funcionar de Fidel, resulta evidente que tal afirmación no se sostiene ni
por un momento, por el contrario, revela el humor negro más absoluto.
¿Pudieron, finalmente, los fiscales demostrar que tanto Ochoa como el ministro del Interior José
Abrantes estaban implicados en el narcotráfico?
En el curso de la Causa n.º 1 (el proceso Ochoa) y la Causa n.º 2 (el proceso Abrantes), los fiscales demostraron
con facilidad la implicación de los acusados en el narcotráfico, la cual, en efecto, estaba probada.
Ciertamente, habría podido quedarme estupefacto por el hecho de que Ochoa, el héroe de la Revolución cubana,
se hubiera entregado al tráfico de drogas. Pero ¿qué podía hacer él, cuando era el jefe del Estado en persona
quien se hallaba en el origen de dicho tráfico, del mismo modo que presidía las demás operaciones de
contrabando (tabaco, electrodomésticos, marfil, etc.)? ¡Y todo esto, según su lógica, por el bien de la
Revolución!
¿No podía contradecirlo, proponer otras opciones y tomar otras decisiones contrarias a las del jefe del
Estado en persona, como sí hizo repetidamente en la guerra de Angola? ¿No podía formular propuestas
alternativas a las decisiones dictadas por el Jefe como en esa ocasión en África, en plena guerra?
“(…) estaban (Los hermanos Patricio y Tony de La Guardia) de jefes de esa empresita de que te hablé —
responde Fidel a Ignacio Ramonet—, que se llamaba MC, que era la que se encargaba de aquellas
operaciones”. (Fidel Castro, biografía a dos voces, capítulo 18).
De inmediato se me encendió una luz. Recordé haber acompañado a Fidel, Abrantes, Tony de la Guardia y
otros funcionarios del Departamento MC a ese hangar dos años atrás. Tras salir del palacio en un convoy de tres
vehículos, habíamos llegado, al cabo de una hora larga de trayecto, ante ese edificio, que se encuentra en el lado
derecho de la carretera panamericana. Ese día yo me había quedado en el exterior del edificio, mientras
Abrantes y Tony de la Guardia enseñaban a Fidel un supuesto depósito de botellas de ron y puros destinados a
la exportación. Después, apenas transcurrido un cuarto de hora desde nuestra llegada, habíamos vuelto sobre
nuestros pasos hacia el palacio presidencial.
¿Dice que ese día usted se había quedado en el exterior del edificio? ¿No vio la droga, entonces?
En aquel instante del proceso, me di cuenta de que dos años atrás Fidel no había ido a ver un depósito de ron y
puros —¿cómo, en efecto, un jefe de Estado podría perder tres horas en ir a ver algo tan trivial y carente de
interés?—, sino una provisión de polvo blanco que esperaba para ser enviado a Florida. Porque, como de
costumbre, el Comandante en Jefe, desconfiado respecto de sus subordinados y prudente hasta el extremo,
quería comprobarlo todo con sus propios ojos, hasta los menores detalles, con el fin de asegurarse de que se
habían tomado las mejores disposiciones para disimular la mercancía de contrabando.
“¿Cómo, en efecto, un jefe de Estado podría perder tres horas en ir a ver algo tan trivial y carente de
interés?”, pregunta usted.
“El Comandante en Jefe —se responde usted—, desconfiado respecto de sus subordinados y prudente hasta
el extremo, quería comprobarlo todo con sus propios ojos, hasta los menores detalles, con el fin de asegurarse
de que se habían tomado las mejores disposiciones para disimular la mercancía de contrabando”.
Todo lo anterior explica la dureza de los veredictos de las Causas n.º 1 y n.º 2.
“Sí. Nosotros tuvimos que fusilar a raíz de la famosa Causa Uno —responde Fidel—, cuando descubrimos
graves actos de traición. En eso no había alternativa, porque el país fue puesto en un grave riesgo, y nosotros
teníamos que ser duros, teníamos que serlo más con gente de nuestras propias filas que comprometieron al país
y a la Revolución de esa manera”. (Fidel Castro, biografía a dos voces. Página 403).
Al finalizar esas parodias de justicia, el 4 de julio de 1989, el general Arnaldo Ochoa, su edecán, el capitán
Jorge Martínez (ambos miembros del MINFAR), el coronel Tony de la Guardia y su subordinado, el mayor
Amado Padrón (ambos del MININT), fueron condenados a muerte por haber organizado el transporte de seis
toneladas de cocaína del cártel de Medellín hasta Estados Unidos y haber recibido a cambio 3,4 millones de
dólares. Tres semanas después, José Abrantes fue condenado a veinte años de cárcel, y los demás acusados a
penas inferiores. Acto seguido se produjo la mayor purga jamás organizada en el seno del ministerio: todos, o
casi todos, los dirigentes del MININT fueron destituidos y reemplazados.
No cabe la menor duda de que Fidel —y sólo él— tomó la decisión de enviar a Ochoa al pelotón de ejecución
y a Abrantes a la cárcel durante veinte años.
“(…) no fue una decisión personal —responde Fidel—. Fue una decisión unánime del Consejo de Estado,
integrado por 31 miembros (…) Aquella reunión del Consejo de Estado cuando la Causa Uno fue pública,
transmitida en vivo por la televisión”. (Fidel Castro, biografía a dos voces, página 412).
“Porque, realmente, una pena capital es elevada de oficio al Consejo de Estado, lo cual convierte al Consejo
de Estado en Tribunal Supremo colectivo. Esa responsabilidad podría tenerla en Europa una persona, pero es
colectiva, son 31 los miembros del Consejo de Estado”. (Fidel Castro, biografía a dos voces, página 504).
Fue en prisión donde este último, pese a su estado físico impecable, murió de un paro cardíaco en 1991, de
forma cuando menos sospechosa, al cabo de tan sólo dos años de encarcelamiento.
Al desembarazarse de ese par, el Líder Máximo eliminaba a dos hombres que sabían demasiado, personas con
las que había hablado de la cuestión ultrasensible del narcotráfico. Con Ochoa y Abrantes muertos, la cadena de
mando quedaba cortada, y con ella todo vínculo orgánico susceptible de relacionarlo con tan tenebroso negocio.
¿Tiene alguna prueba visible y audible de esas conversaciones sobre la cuestión ultrasensible del
narcotráfico? ¿Por qué ninguno de los condenados gritó la verdad al mundo durante los procesos
retransmitidos por la televisión?
Podría sorprender que, en el curso de dichos procesos retransmitidos por televisión, oficiales tan valerosos
como los cuatro condenados a muerte no se rebelaran en ningún momento para gritar la verdad al mundo. Sin
embargo, eso supondría no conocer bien el maquiavelismo de Fidel y la manera como el sistema cubano
manipula las conciencias. Entre bastidores, es evidente que los acusados recibieron el mensaje de que «teniendo
en cuenta los servicios prestados en el pasado, la Revolución se mostraría agradecida con ellos: ella no
abandonaba a sus hijos, y aunque el tribunal solicitara la pena máxima, mostraría buena voluntad en relación
con ellos y sus familias»… Lo cual equivalía a prometer a aquellos hombres que no serían ejecutados sino
indultados. Al menos, si admitían sus errores y afirmaban que merecían la pena capital. Cosa que hicieron…,
porque a hombres en la tesitura en que ellos se hallaban no les queda otra opción.
¿Es evidente que los acusados recibieron ese mensaje que “equivalía a prometer a aquellos hombres que
no serían ejecutados sino indultados”?
Ahora bien, el 9 de julio, es decir, cinco días después de la condena, Fidel convocó al Consejo de Estado con el
fin de «dar el cerrojazo» al proceso Ochoa, recabando así la responsabilidad de todos los dirigentes de la más
alta instancia del régimen, compuesta de veintinueve miembros, civiles y militares, ministros, miembros del
Partido Comunista, presidente de organización de masas, etc. Se trataba de ratificar la decisión del tribunal o,
por el contrario, conmutar la pena de muerte. Cada uno debía pronunciarse de manera individual, y todos
confirmaron la sentencia.
El Consejo de Estado ratificó la sentencia del tribunal de manera individual, por unanimidad, de manera
pública y en vivo por la televisión.
Vilma Espín, indiferente a la amistad que ella y su marido mantenían con Ochoa y su mujer, soltó esta frase
terrible: «¡Que la sentencia sea confirmada y ejecutada!». El jueves 13 de julio, hacia las dos de la madrugada,
los cuatro condenados a muerte fueron pasados por las armas.
A continuación se produce el episodio más penoso de mi carrera. En efecto, Fidel había exigido que la
ejecución de Ochoa y los otros tres condenados fuera filmada.
Al instante llevo el sobre a la Compañera, sin sospechar ni por un momento que pueda tratarse del vídeo de la
ejecución de Ochoa, y mucho menos que a Fidel, cual Drácula cualquiera, le gustaría contemplar semejante
espectáculo. Transcurren treinta minutos y Dalia vuelve con el vídeo en la mano. «El Jefe me ha dicho que los
compañeros deben ver este vídeo», me suelta, lo cual equivale a una orden. Transmito entonces el mensaje al
jefe de la escolta, el cual, a su vez, reúne a todo el mundo, es decir, a una quincena de personas, entre ellas los
chóferes y el médico personal de Fidel, Eugenio Selman. Después, alguien introduce la casete en el
magnetoscopio.
El vídeo carecía de banda sonora, lo que añadía una especie de irrealidad a la secuencia que empezamos a ver.
Sólo se veían unos vehículos llegar de noche a una cantera iluminada por focos. Más tarde supe que se trataba
del aeródromo de Baracoa, reservado a los dirigentes del régimen y situado al oeste de La Habana, allí donde
pocos años antes yo había asistido en dos ocasiones al embarque de cargamentos de armas clandestinas hacia
Nicaragua, en presencia de Fidel y Raúl.
Me han preguntado con frecuencia cuál fue el comportamiento de Ochoa ante la muerte. La respuesta es clara y
simple: fue de una dignidad excepcional.
Al salir del vehículo, caminó muy erguido. En el momento en que uno de los verdugos le propuso vendarle los
ojos, meneó la cabeza en señal de negativa. Y cuando se encontró ante el pelotón de ejecución, miró a la muerte
de frente. Pese a la ausencia de sonido, toda la secuencia permite calibrar su valentía. A sus verdugos, que no
aparecían en la imagen, les dijo algo que no se puede oír, aunque sí adivinar.
Sacando pecho, con el mentón elevado, es probable que les gritara algo así como «¡Adelante, no me
impresionáis!».
Evidentemente, no todos hicieron gala del orgulloso coraje de Ochoa. No obstante, Tony de la Guardia, quien
también acarreaba enorme experiencia a la espalda (tras haber sido miembro de la escolta del presidente
Allende en Chile, había participado en la campaña de Angola, en la toma del búnker de Somoza en Nicaragua y
en centenares de misiones secretas), se mostró innegablemente valeroso. No tanto como Ochoa, pero valeroso al
fin y al cabo.
Sin embargo, no se vino abajo en ningún momento de los últimos minutos de su vida.
Habría preferido no tener que relatar esa secuencia. Y nada más lejos de mi ánimo que emitir el menor juicio
sobre aquellos subalternos que, en el fondo, estaban pagando por Fidel. Ahora bien, en honor a la verdad me
veo obligado a referirla. Es preciso que todo el mundo sepa de lo que era capaz el Comandante con tal de
conservar el poder: no sólo de matar, sino también de humillar y aniquilar a hombres que lo habían servido con
devoción.
“Pienso —expresa Fidel— que a poca gente le dolió tanto como a todos nosotros lo que ocurrió con esos
fusilamientos de Ochoa, de Tony de La Guardia y de los otros dos”. (Fidel Castro, biografía a dos voces.
Página 503).
“Solo que aquellas actividades realizadas por personas —explica Fidel— que tenían responsabilidades muy
importantes, incluso grandes méritos —porque Ochoa era un hombre que adquirió grandes méritos en misiones
de la Revolución, en misiones internacionalistas—, de facto su actividad se vuelve un acto de traición, y el país
estuvo expuesto a acciones sumamente delicadas, y hasta sorpresivas, que podían ser de carácter político,
destructoras, o podían ser hasta de carácter militar, aunque fuera limitado. Se consideró que en nuestro país,
en esas condiciones, personas de una responsabilidad tal, además del carácter de esas responsabilidades, que
realizaran un acto de esa naturaleza, sería conceptuado como un acto de traición; no tenía un sentido político
(ya le conté que era una actividad de carácter común), pero se correspondía con un acto igual o peor que la
traición para el país. Por eso se le calificó de traición”. (Fidel Castro, biografía a dos voces. Páginas 502-
503).
“Fue un tipo de delito que tú no lo puedes conceptuar como político —agrega Fidel—, porque Ochoa nunca
tuvo ninguna manifestación de tipo político contra la Revolución. Y cuando se le arresta es porque no acaba de
franquearse sobre aquellos problemas y, al hacerse un registro a un capitán que fue ayudante suyo cuando
estuvo en Nicaragua, Jorge Martínez, aparece una tarjeta de un hotel de la ciudad de Medellín.
”Medellín, en Colombia.
”En el interrogatorio al oficial se le pregunta: «¿Qué significa esto?». Y dice que había recibido
instrucciones de Ochoa de viajar a Medellín y hacer contacto con Pablo Escobar.
”El más famoso traficante de drogas del mundo. Eso era ya de una enorme gravedad. Ponía al país en
peligro de que se le acusara de estar involucrado en el tráfico de drogas. Era muy serio el hecho de que un
oficial cubano se reuniera con Pablo Escobar”. (Fidel Castro, biografía a dos voces. Página 407).
“Sí. Nosotros tuvimos que fusilar7 a raíz de la famosa Causa Uno —explica Fidel—, cuando descubrimos
graves actos de traición. En eso no había alternativa, porque el país fue puesto en un grave riesgo, y nosotros
teníamos que ser duros, teníamos que serlo más con gente de nuestras propias filas que comprometieron al país
y a la Revolución de esa manera”. (Fidel Castro, biografía a dos voces. Página 403).
Gracias a usted.
1Aquí se le presentará información contrastada, e imparcial, para que usted, lector, pueda llegar, probablemente, a una conclusión
personal.
2 Cuito Cuanavale: esta batalla mítica supuso el enfrentamiento final entre Cuba y Sudáfrica. Duró seis meses, desde septiembre de
1987 hasta marzo de 1988, y entró en la historia como la mayor batalla militar librada en África desde la segunda guerra mundial. Este
Stalingrado africano, con tanques, helicópteros, aviones de caza y baterías de misiles, desembocó en un callejón sin salida. Nadie ganó
y todo el mundo reivindicó la victoria, pero los sudafricanos tuv ieron que admitir que jamás derrocarían por la vía militar al Gobierno
marxista de Luanda. Por lo tanto, aceptaron negociar la paz en los siguientes términos: Fidel repatriaría a su ejército a Cub a, pero a
condición de que la South African Defense Force (SADF) abandonara Namibia y concediera la independencia total a esta excolonia
alemana, colocada desde 1945 bajo protectorado sudafricano y que servía de Estado tapón con Angola.
Así pues, se proclamó la independencia de Namibia. En la misma época, el rég imen racista de Pretoria, bajo la presión internacional,
se vio obligado a hacer otras concesiones: la liberación de Nelson Mandela y la abolición del apartheid. Tres años después, Nelson
Mandela declaraba: «Cuito Cuanavale puso fin al mito de la invencibilidad del opresor blanco. Fue una victoria para toda África». (La
vida oculta de Fidel Castro. Juan Reinaldo Sánchez).
3 En junio de 1989 fue detenido el general de división Arnaldo Ochoa, de 49 años, Héroe de la República de Cuba, veterano de la
Sierra Maestra, donde combatió con Camilo Cienfuegos. Ochoa se había distinguido en la guerrilla de Venezuela y como jefe de la
misión militar cubana en Nicaragua, donde asesoraba al ejército del Gobierno sandinista de Nicaragua, y en las guerras de Etiopía y
de Angola. También fueron detenidos altos oficiales del Ministerio del Interior. Todos acusados de corrupción y narcotráfico. Fueron
juzgados —Causa 1/1989— por un tribunal militar que los declaró culpables y condenó a cuatro de ellos a pena de muerte por
fusilamiento «por alta traición a la patria», y a los demás a penas de prisión. El 9 de julio, el Consejo de Estado ratificó las condenas.
Cuatro días más tarde, el 13 de julio de 1989, el general Ochoa, el coronel Antonio (Tony) de La Guardia, el capitán Jorge Martínez y
el mayor Amado Padrón fueron fusilados. Acusados de complicidad, el Ministro del Interior José Abrantes y varios de sus
colaboradores fueron igualmente detenidos, juzgados —Causa 2/1989— y condenados a penas de prisión, José Abrantes, condenado a
20 años de detención, falleció en la cárcel el 21 de enero de 1991. (Fidel Castro, biografía a dos voces. Ignacio Ramonet).
4 Nombre en clave de la más justa, prolongada, masiva y exitosa campaña militar internacionalista de nuestro país. (Fidel Castro,
biografía a dos voces. Ignacio Ramonet).
6 A finales de 1894, el capitán del Ejército Francés Alfred Dreyfus (1859-1935), un ingeniero politécnico de origen judío-alsaciano,
fue acusado de haber entregado a los alemanes documentos secretos. Enjuiciado por un tribunal militar, fue condenado a prisión
perpetua y desterrado en la Colonia penal de la Isla del Diablo situada a 11 km de la costa de la Guayana francesa (Sudaméric a), por el
delito de alta traición. En ese momento tanto la opinión pública como la clase política francesas adoptaron una posición abiertamente
en contra de Dreyfus. Años después, tras ardua lucha, sería reivindicado.
Nosotros estamos ahora estudiando el delito y las causas del delito. Estamos haciendo estudios de todo tipo, científicos… Nos otros
necesitamos profundizar, y yo estoy satisfecho de los trabajos que estamos haciendo y de los estudios que estamos haciendo de todo
tipo. Hubo casos de crímenes tan horribles que, sin duda, alguien que estudió derecho sabe que hay un principio en derecho qu e el
hombre enajenado es inimputable. Nosotros estamos estudiando todo eso. Estamos estudiando los casos de enajenados mentales… En
los propios Estados Unidos hay un enorme número de personas con afecciones mentales. Y hay un principio jurídico; hay que
demostrar —¿y cómo se demuestra?— que una persona no ha cometido un delito bajo esas condiciones.
¿Cuántos estudios se han hecho acerca de las causas mentales del delito? Que bien pueden ser de origen genético, de tipo accidental,
accidentes que provocan problemas en las personas y los hacen violentos… ¿Cuáles son los factores genéticos o accidentales que
afectan el funcionamiento de la mente humana y que prácticamente convierten en monstruos a determinadas personas?
Nosotros hemos estado marchando a tono con esas realidades, con esa experiencia, con esos conceptos, y aquí jamás a nadie se le
castiga por venganza. Entre las sanciones tenemos también las cadenas perpetuas, que es una alternativa a la pena capital…
Pienso que avanzamos hacia un futuro, en nuestro país, en que estemos en condiciones de abolir la pena capital. Así que un día
estaremos entre esos países que han suprimido esa pena. Aspiramos a eso, a partir no de cosas simplemente filosóficas, sino d e un
sentido de justicia y de realidades. Ese es el estado actual de nuestros puntos de vista y nuestras posiciones con relación a la pena
capital. (Fidel Castro, biografía a dos voces. Página 422).