La Pesadilla de La Felicidad Cilha 2020 Kelita Vanegas
La Pesadilla de La Felicidad Cilha 2020 Kelita Vanegas
La Pesadilla de La Felicidad Cilha 2020 Kelita Vanegas
Resumen: Se propone la idea de (in)felicidad como principio estético que define los
elementos compositivos de la novela La perra, de Pilar Quintana. Planteamos que a partir
de la indagación de un yo entristecido a causa de una “promesa de felicidad” deshecha,
la escritura da forma a una estética de la lejanía de lo deseado, que manifiesta en
imágenes de la desolación expone lo más íntimo de los personajes y los sucesos. El tono
de la narración produce una atmósfera densa: habitada por el alejamiento del deseo y la
huida de lo bello. Los lugares, el tiempo, el tema, los giros del lenguaje se constituyen
como epicentro simbólico de quien nada tiene, pero que arriesga todo en la búsqueda de
aquello que lo extravíe del tormento de lo cotidiano. La estética del deseo frustrado
significa la pérdida de la capacidad de producir un futuro y, a su vez, indaga el estado
infeliz del sujeto alienado que no deja de soñar, así los sueños muden en horror o
pesadilla.
Abstract: The idea of (un)happiness is proposed as the aesthetic principle that defines
the compositional elements of the novel La perra, by Pilar Quintana. We propose that
based upon the exploration of a saddened self because of an undone "promise of
happiness", the writing style shapes an aesthetic of the remoteness of what is desired,
13 Artículo derivado del proyecto de investigación “Tramas emocionales y sociedad percibida en la narrativa
colombiana reciente”, inscrito al plan de trabajo del grupo de investigación “Estudios Interdisciplinarios en
Literatura, Arte y Cultura” (EILAC), de la Universidad del Tolima, Colombia.
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which expressed through images of desolation, exposes the most intimate aspects of the
characters and the events. The tone of the narration produces a dense atmosphere:
inhabited by the remoteness of desire and the escape of beauty. The places, the time, the
topic, the turns of language are constituted as the symbolic epicenter of who possesses
nothing, but risks everything in pursuit of that something that will distance him from the
dread of routine. The aesthetics of the frustrated desire means the loss of the ability to
produce a future and, at the same time, it explores the unhappy state of the alienated
subject who does not stop dreaming, although dreams turn into horror or nightmare.
La voz de Yerma en el epígrafe anterior señala el rumbo temático que este texto
busca recorrer. Se percibe en el personaje de García Lorca no solo una
advertencia frente al deseo frustrado de ser madre sino también un profundo
martirio afectivo, que anticipa y determina el movimiento de la heroína a lo
largo del drama. La sangre convertida en veneno es metáfora del estado de
desdicha por la imposibilidad de la maternidad, por los hijos que nunca llegaron.
Un estado de desdicha manifiesto en la tristeza, la envidia, la vergüenza, la ira
y el miedo. Esta situación emocional femenina nos confronta, una vez más, en
La Perra (2017), de Pilar Quintana14. La lectura de La perra ubica al lector en el
yo íntimo de un personaje femenino que proyecta su felicidad en el rol de
madre. Con virtuosismo literario la escritora colombiana reinventa a Yerma el
14Pilar Quintana (1972) es escritora colombiana. Ha publicado varias novelas y libros de cuentos, entre estos,
Cosquillas en la lengua (2003), Conspiración iguana (2009), Coleccionistas de polvos raros (2010), Caperucita
se come al lobo (2012). La perra (2017) fue ganadora del emblemático premio Biblioteca de Narrativa
Colombiana, en su versión número IV.
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15 No nos interesa la felicidad personal o privada, aquella fruto de una alegría momentánea por un regalo o
situación individual favorable, este afecto es elaboración de la psicología o vivencia individual, y poco impacta
más allá del espacio personal. Nos enfocamos entonces en la felicidad como emoción pública y política, la
que resulta de los discursos, actos, exigencias, normas, imaginarios y disposiciones socioculturales, y que
tiene impacto y consecuencia en la esfera colectiva. La felicidad como emoción política se vuelve unidad de
medida de la calidad de vida, del bienestar o frustración de una persona y/o sociedad.
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16 Los enfoques de reflexión sobre las emociones son múltiples y complejos, entre estos han predominado
especialmente dos variantes; las comentamos de forma breve: la primera, entiende la emoción como impulso
visceral escindida de la conciencia, aunque se manifiesta en el cuerpo. Habitualmente, se explica como
especie de “energía nomádica” (Moraña, 2012), desterritorializada e impersonal (Massumi, 2000), que no
reconoce fronteras ni se somete a normas (Ticineto Clough y Halley, 2007; Gregg y Seigworth, 2010). Gran
parte de los estudios que dan forma al llamado “Giro afectivo” alimentan este enfoque. Sus posturas teóricas
tienden a rechazar cualquier elemento cognitivo, racional o histórico en la caracterización de los afectos.
Estos son producto de una fuerza instintiva, de una energía abstracta, que circula entre los cuerpos, los
atraviesa y sigue su curso. La segunda variante, cuestiona el rasgo presentista y universalista que los teóricos
anteriormente citados quieren dar a los afectos. Reconocen entonces el elemento histórico, moral y social
que los circunscribe, además de un rasgo racional o consciente. Asimismo, los términos afecto y emoción son
utilizados indistintamente, no se precisa diferencia conceptual entre estos (Rosenwein 2002, 2010; Ahmed,
2015; Boquet y Nagy, 2009, 2011; Nussbaum, 2008, 2014; Del Sarto, 2012; Peluffo, 2016).
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17Para profundizar en el tema de la (in)felicidad, el ennui, la tristeza y emociones relacionadas, desde varios
enfoques especializados, remitirse a: Nancy (2003), Bueno (2005), Peluffo (2005, 2016), Bauman (2009),
Nussbaum (2008, 2012, 2014), Camp (2011), Russell (2016), Ahmed (2019), entre otros.
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18La fiesta de quince años es un ritual social y religioso en Colombia (y en otros países latinoamericanos).
Cuando la jovencita llega a esta edad la familia realiza una gran celebración como buen presagio para la vida
adulta de la joven. Se acepta también que es la edad en que se le reconoce “en sociedad”, y es señal del paso
de la pubertad a la vida adulta.
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una posibilidad real no solo para el personaje sino también para el lector o
lectora19.
Con casi cuarenta años Damaris acudió al jaibaná, fue el último intento por
quedar embarazada. Después no ensayó más, se dijo que había llegado a la
edad “en que las mujeres se secan, como le había oído decir una vez a su tío
Eliécer (…) aunque ella siempre lo estuvo” (Quintana, 2017, págs. 25, 58).
Incluso, no vuelve a tener sexo con Rogelio, lo rechaza. Esto deja en claro que
los encuentros sexuales se reducían a la idea de la procreación; para Damaris el
placer y el disfrute sensual de los cuerpos parecen no hacer parte de la relación
de pareja. De cualquier modo, el reconocimiento de la pérdida frente a la
naturaleza del cuerpo propio intensifica la tristeza del personaje, y con esto la
cancelación de la esperanza de ser madre; durante dos décadas esta esperanza
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-Pero yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida, los ganados, los
árboles, las conversaciones; las mujeres no tenemos más que ésta de la
cría y el cuidado de la cría.
JUAN.-Todo el mundo no es igual. ¿Por qué no te traes un hijo de tu
hermano? Yo no me opongo.
YERMA.-No quiero cuidar hijos de otros. Me figuro que se me van a
helar los brazos de tenerlos (García Lorca, [1934], p. 17).
En los dos casos narrativos ambas mujeres son queridas y los cónyuges aceptan
seguir en pareja (aunque, parecen no dimensionar la tragedia de la esposa). A
la sazón, son ellas las que insisten contra toda posibilidad de sus vientres
estériles en ser madres. El llamado de atención que hace Yerma sobre la
ocupación de los hombres es indicativa del rol de género que cada quien debe
jugar en la relación marital y por ende frente al medio social, este aspecto
sumado a la “vergüenza como mujer” que expresa Damaris frente a su propia
infertilidad, conlleva a entender que tanto la actitud de Yerma como la de
Damaris frente al férreo deseo del embarazo, obedece más a la necesidad de
cumplir la función social como mujer casada que a una “inclinación maternal”20.
20Nótese que Yerma es publicada en 1934, y representa parte de las costumbres de la sociedad española de
ese momento. Es llamativo que en La perra haya la intención de reescribir Yerma (Quintana, 2018) y que en
tal propósito se recree también, con su matiz particular, un imaginario en torno al rol social que se espera
cumpla la mujer casada. Es asimismo característico, que sea la mujer misma quién más se aferra al deber
moral de ser madre, para sentirse orgullosa y feliz.
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A la vergüenza de Damaris por no poder dar a luz un hijo se suma la culpa por
“dejar morir” al niño de los Reyes. Se podría deducir, incluso, que el tormento
de Damaris es sentirse inepta en reponer a Nicolasito, quizás con un hijo propio
podría alivianar la culpa que la atraviesa y compensar de alguna manera lo
sucedido. La culpa la afana a demostrar a sus vecinos que es una mujer buena
y que debería cumplir siempre con su deber. Sin embargo, el deber
fundamental se le niega, no logra formar una familia. Su “vergüenza como
mujer” responde a este hecho; no ha sido capaz de mostrar a los demás su
maternidad. Recuérdese aquí, que la vergüenza como concepto es el
(auto)descubrimiento de una debilidad que infringe las características que la
sociedad dominante valora como deseables. Esta emoción punzante se dirige
al estado presente del yo y está estrechamente relacionada con un rasgo de la
persona (Nussbaum, 2014, pp. 434-455). La aflicción vergonzosa de Damaris se
deriva, por tanto, de la exigencia de los otros, del mundo de afuera y sus normas
sociales y culturales. Los silencios, las preguntas y opiniones incómodas de la
familia y los vecinos empujan al personaje a la desesperación. Son casi veinte
años de sentimiento de vergüenza, lo que lleva a la protagonista a
menospreciarse y sentirse inferior a su prima Luzmila y demás mujeres del
pueblo. En una crisis nerviosa, llorando, le confiesa a Rogelio: “de lo horrible
que era que todo el mundo pudiera tener hijos y ella no, de las cuchilladas que
sentía en el alma cada que veía una mujer preñada, un recién nacido o una
pareja con un niño” (Quintana, 2017, p. 22). Ella cree no responder a la medida
del ideal de mujer exigida por la cultura heteropatriarcal que la circunscribe21.
Incluso, le resulta inconcebible, no lo piensa siquiera, que sea Rogelio el estéril.
21No es nuestro objetivo discutir sobre la mirada heteropatriarcal acerca del rol de la mujer en la sociedad.
Pero, de manera abreviada, recordamos que, aún hoy, en diversas sociedades, se espera de ella la gestación
de los hijos, el cuidado de estos, la dedicación al hogar y el respeto al esposo. Recae sobre sus espaldas el
equilibrio de un hogar feliz.
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calan con mayor potencia debido al contexto que las enmarca, sabemos que
hombres y mujeres por estar inmersos desde la infancia en un grupo social que
defiende y labra un conjunto de emociones públicas, no pueden escindir
enteramente sus modos de ser ni sus hábitos de pensamiento de lo
aprehendido colectivamente (Nussbaum, 2014, pp. 15-25). De esta manera,
para la protagonista de La perra el principio de felicidad que la determina es un
principio ideológico inalcanzable, el cuerpo infecundo es incompatible con la
felicidad, por lo tanto, el “valor moral” de ser madre actúa con Damaris de
manera mezquina, la aplasta con todo su poder cultural. Ciertamente, la
felicidad para la heroína no es el deseo de una vida pretérita perdida. La
recordación del pasado vivido no es sino una cadena de sucesos trágicos, una
vida alimentada por la desgracia: el abandono del padre, el asesinato de la
madre, la caída en desgracia del tío que la crió, la muerte de Nicolasito, la
pobreza, etc. en estas condiciones es esperable que la felicidad se proyecte en
desear la vida de los otros; en envidiar, por ejemplo, a Nicolasito: “porque él
vivía con sus papás, el señor Luís Alfredo, que le decía ‘Campeón, vamos a hacer
un pulso’ y siempre lo dejaba ganar, y la señora Elvira, que sonreía cuando lo
veía llegar y le pasaba la mano por el pelo para organizárselo” (Quintana, 2017,
p. 99). O en querer tener varios hijos como su prima Luzmila. Empero, la
felicidad le resulta esquiva, hasta cuando adopta a Chirli, la perrita que doña
Elodia le regala.
22Para Ahmed (2019) los objetos no son tanto un “medio-de-felicidad”, sino, y especialmente, una “causa-
de-felicidad”. El objeto que percibimos como feliz es resultado justamente del hecho de causarnos placer o
bienestar por el hecho de tenerlo o lograrlo. Un aspecto que resulta mucho más potente que ver en el objeto
“un medio”, muchas veces se hacen o se tienen determinadas cosas que nos acercan a la felicidad sin
necesariamente causarla (págs. 72, 109).
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siempre deseó una hija llamada Chirli. Por estas circunstancias, cuando aparece
la perrita el personaje desborda sus afectos. Damaris tiene la sensación de que
Chirli sale a su encuentro porque existe ya en su mundo íntimo una
predisposición emocional. El objeto deseado no es neutral, recuerda Ahmed
(2019), pues siempre está investido de valor positivo (p. 80). Así entonces,
cuando nos emocionamos por algo lo estamos evaluando, y el valor de este
afecto se expresa en la forma como reaccionamos. Si lo que se experimenta es
amor, placer o felicidad, deseamos que ese algo, motivo de mi emoción, siga
siendo parte de mí. Adquirimos hábitos o cambiamos rutinas como respuesta
al deseo de tener en nuestra “esfera personal” aquello que me hace feliz.
Sin perder de vista que la perra no tiene el estatus humano de un hijo, Damaris
cuida al animal como si de un infante se tratase, a la rutina de reorganizar los
compromisos domésticos y a los difíciles viajes hacia el pueblo (bajo la lluvia,
nadando en marea alta) para comprar el alimento para Chirli, se suma la
clasificación de los espacios en la cabaña: no “la obligó a vivir debajo de [las
estacas de la casa] como a los otros perros. A la perra le dio un sitio en el
quiosco, donde estaría protegida de la lluvia y los perros tenían prohibida la
entrada” (Quintana, 2017, p. 41). Chirli así, no solo encarna el anhelo de ser
madre sino también, la vida cotidiana deseada. La protagonista disfruta de cada
nueva situación que le reclama el cuidado del animal. La percepción del “objeto
feliz”, de esta manera, se amplía en todo su sentido hacia el placer de vivir, la
felicidad no se reduce a la agradable sensación de tener a la perra, se amplía
hacia el logro de la vida anhelada, da base, aún más, a un proyecto vital a largo
plazo. Cuando la perra ya había cumplido los seis meses uno de los miedos que
acecha a Damaris es que se muera, le angustia el hecho de que sea de las
últimas de la misma camada. Sueña con verla crecer y que la acompañe por un
buen tiempo.
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El futuro fracturado
Sugiere Ahmed (2019) que la felicidad no solo es aquello que se desea, sino lo
que se obtiene a cambio de desear de manera apropiada. La relación entre
Damaris y Chirli va demostrando que para ser feliz es necesario orientar los
sentimientos en la dirección favorable. A pesar de los problemas que la perra
ocasiona a medida que va creciendo, el afecto hacia ella sigue intacto. Damaris
la excusa por las cosas dañadas, el desorden, las pillerías. Con todo y los
inconvenientes el personaje sigue proyectando sobre la perra su deseo de
cuidarla, de ser obedecida, de sentirse correspondida en sus afectos. Mas el
carácter promisorio y de expectativa que incorpora el fenómeno de la felicidad
puede hacer que las cosas se tornen decepcionantes. En efecto, en un
momento de la narración la percepción de la mujer hacia su perra da un giro
radical. Las emociones de Damaris cambian de rumbo. La voz narrativa en la
novela nos alerta sobre esta situación: “Damaris siguió mimando a la perra
hasta que se perdió en el monte” (Quintana, 2017, p. 49). A partir de este
anuncio asistimos a una especie de deterioro progresivo y acelerado de los
afectos positivos hacia Chirli. Cumpliendo con su instinto la perra empieza a irse
de la cabaña y a perderse por varios días en la selva con los demás perros. La
primera vez que esto sucede Damaris se hunde en una tristeza terrible, “su
ausencia le dolía en el pecho como si fuera una piedra. La echaba de menos a
todas horas” (Quintana, 2017, p. 60). Después de varias búsquedas infructuosas
adentro del monte la mujer pierde la esperanza de que su perra esté viva, pero,
el animal regresa treinta y tres días después. De nuevo, se juega acá con esta
cifra aciaga: treinta y tres días aguantó los latigazos del tío, hasta que el mar
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Ahora bien, si con en este primer regreso de Chirli la felicidad retorna a Damaris,
no sucede lo mismo con las demás fugas. El animal se escapa de nuevo y
Damaris se muestra más enojada que preocupada. En el segundo de los
regresos la regaña, le dice “perra mala”, la enlaza y le aconseja que debe ser
una perra obediente y no debería escaparse nunca más (pp. 69-70). No
obstante, no hay nada más vulnerable que cuidar de alguien porque nos obliga,
no solo a concentrar todas nuestras energías en algo que no somos nosotros,
sino también a cuidarlo de todo aquello que está más allá o fuera de nuestro
control (Ahmed, 2017, p. 373), incluso del control mismo de quien cuidamos;
Chirli por condición natural huye una vez más de la atención de Damaris y se
pierde por varias semanas. Es evidente que la protagonista no puede gobernar
sobre el comportamiento instintivo de la perra y frente a ello se siente
absolutamente desilusionada, no acepta la idea de que su Chirli no la obedezca
y toma las acciones de esta como una afrenta. El “objeto de la felicidad” se va
convirtiendo así en algo extraño que no extiende ya los buenos sentimientos de
la mujer, las expectativas puestas en el animal empiezan a alejarse junto con
sus constantes fugas y con esto la protagonista deja de sentir la felicidad como
la promesa de la maternidad cumplida en el momento en que puso sobre su
pecho a la perrita.
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(…) Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila, y óyelo
bien [a la Vieja concejera nº 1] y no te espantes de lo que digo: aunque
yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me
iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento,
porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que
llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón
(García Lorca, [1934]: Acto III).
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(…) enlazó a la perra por detrás (…) Jaló la soga para que el nudo se
apretara, pero en vez de detenerse (…) siguió apretando y apretando,
luchando con toda su fuerza mientras la perra se retorcía ante sus ojos,
que parecían no registrar lo que veían, que lo único que registraron
fueron las tetas hinchadas del animal.
“Estás preñada otra vez”, se dijo y siguió apretando con más ganas (…)
hasta mucho después de que la perra cayó extenuada, se hizo un ovillo y
dejó de moverse (Quintana, 2017, pp. 100-101).
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23
Valga acá la digresión, mas pensamos que la idea de la (in)felicidad podría esclarecer también el sentido
que toma la representación de la naturaleza en La perra. Notoriamente, la selva se vuelve un personaje más
en la novela, una entidad que ya no produce el efecto tranquilizador y de solaz que, por ejemplo, el Romántico
vio en los paisajes agrestes, sino que genera miedo y conmoción. El lugar que envuelve a Damaris es
amenazador, obra en la trama como una presencia siempre opresiva y retadora del diario vivir. Como lugar
donde suceden los hechos, la selva, junto al mar tempestuoso o el cielo denso, no solo ambientan el devenir
de Damaris, sino que a partir del hábil manejo de la “falacia patética” (Lodge, 2002, pp. 140-146) se convierten
en espejo y reflejo de la emocionalidad del personaje. Ante esta relación entre naturaleza y emociones,
interesante resulta recordar que la felicidad durante el Romanticismo toma el símbolo de la “flor azul”
(Novalis). La “flor azul” significa una felicidad siempre latente y nunca alcanzable, y por esto mismo una
promesa luminosa, una lejanía habitada por el deseo de lo bello (Han, 2019). De esta manera, cuando
observamos el simbolismo aciago y violento que toma la naturaleza en la novela de Quintana, se torna
inquietante que la “flor azul”, como esperanza de un más allá lleno de felicidad se extravíe entre el follaje
espeso, verde, oscuro, de una selva que todo lo devora, hasta los sueños y esperanzas de quien se atreve a
explorarla.
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de cumplir con el deber social de la mujer casada con la procreación de los hijos,
este tipo de deseo puede girar en la experiencia perturbadora de la negación
de la existencia propia cuando la naturaleza del cuerpo no está de nuestro lado.
Con la promesa del hijo como hecho incumplido y, por esto, desencadenante
de la tragedia, la narración exterioriza la angustia íntima de la mujer que no
logra ser madre; se expone en toda su complejidad el fenómeno de la
(in)felicidad como acto derivado del marco moral de la sociedad
heteropatriarcal, que proyecta el bienestar familiar en la capacidad
reproductiva. Una problemática ya indagada en el bellísimo drama de García
Lorca, Yerma [1934].
24 Este tema lo hemos trabajado en varios estudios, Vanegas Vásquez (2019a, 2019b, 2019c, 2020).
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de un trasfondo social y cultural que enmarca al sujeto. Este enfoque abre otras
rutas de acceso a la comprensión de las dinámicas del mundo contemporáneo;
especialmente, permite problematizar las realidades derivadas de la
manipulación de lo emocional colectivo. Seguimos la idea de Bartra (2012)
sobre la importancia que toman los afectos para indagar lo real en su
expresividad simbólica y vocabularios estéticos, dice el autor que el “estudio de
las emociones se impone sobre el análisis de las razones. Las texturas
sentimentales parecen más interesantes que los textos, los discursos y los
archivos” (pp. 19-20). La visibilidad que viene tomando lo emocional se
correlaciona con circunstancias socioculturales, procesos trasnacionales y
locales enlazados a las dinámicas de la globalización. Los nuevos contextos a
causa de la violencia extrema, el hiperconsumismo, la radicalización de lo
abyecto, la sobreexposición de muertes atroces, entre otros, reclaman otros
vocabularios que los signifiquen en la magnitud de su impacto en la cultura y la
sociedad. El lenguaje de las emociones se presta entonces como ruta potencial
para entender lo que nos atraviesa y avasalla en los ritmos sociales a los que
pertenecemos.
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