Casos Exitosos

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HISTORIA DE ARTURO CALLE

Los primeros años de su vida transcurrieron en el barrio Manrique, uno de los lugares más
icónicos y populares de Medellín. Más tarde, el joven se mudaría a una finca a las afueras
de la ciudad. Allí, él, junto con sus padres y sus nueve hermanos, pasaría el tiempo
estudiando y ayudando con las labores campestres.
Todos los atardeceres al llegar a casa, su padre solía traer consigo un pequeño regalo para
cada uno de sus hijos: un dulce, un chocolate o un juguete… Cualquier detalle era bueno
para entusiasmar a los chicos. Lamentablemente, debido a una dolencia pulmonar tuvo que
ir al médico y, tras una mala aplicación del procedimiento de anestesia general, el
señor Calle falleció prematuramente a sus 39 años. Esto hizo que, en su adolescencia,
Arturo se dedicara al estudio y al apoyo de su madre con las múltiples tareas de la finca,
para así sacar adelante a sus hermanos menores. Entre sus labores cotidianas estaba la
producción de frutas, hortalizas y flores. Todas las tardes, el chico se encargaba de
comercializar los productos en la plaza de mercado de la ciudad.
Con el tiempo, llegó a ser tan habilidoso en el arte de la venta que los demás productores de
la ciudad le solicitaban que vendiera también sus productos a cambio de un pago por sus
servicios. Le iba tan bien en el negocio que solía fallar muchísimo a la escuela.
“Arturo Calle era un monito de pelo un poco largo, pecoso, avispado...
un ser humano como todos, pero con visión. Me encantaban los
negocios, me fascinaba la plata.” -Dijo el empresario en una entrevista.

Ahorrando para iniciar su propio


negocio
Esta pasión por ser independiente lo llevó a buscar un empleo más formal a muy temprana
edad. Su meta era muy clara: debía trabajar duro y ahorrar al máximo su salario para poder
independizarse. De esta manera, se emplea como mecánico industrial en una fábrica de
confección de medias llamada “Hilandería Pepalfa”.
Día a día, pasaba sus horas manipulando herramientas, engrasado hasta el cuello y
observando y aprendiendo cuanto pudiera. Debido a su actitud frugal, se ganó la fama de
ser un poco tacaño entre los obreros de la fábrica, pues en lugar de irse a festejar y beber
aguardiente con ellos al finalizar la jornada, prefería ahorrar de su sueldo lo que le quedaba
tras aportar en su hogar; y, como pasaba casi todos los días uniformado, no gastaba mucho
dinero en prendas de vestir. Incluso, llegó a comprarle a sus compañeros, por un módico
precio, el atuendo básico de dotación. La única ocasión en la que se le veía arreglado y
elegante, era en la misa de los domingos; allí portaba sus limpios trajes y luego los doblaba
cuidadosamente para el próximo fin de semana. Para el joven, esto no era ser “tacaño”, sino
“aconductado”. Él tenía un objetivo claro, y estaba dispuesto a hacer los sacrificios que
fueran necesarios para lograrlo.
En el año 1965, recibe una oferta laboral de parte del padre de su prometida: mudarse a la
ciudad de Bogotá para administrar un almacén de camisas, en el sector comercial de San
Victorino. En este lugar trabajó de domingo a domingo como administrador, contador y
vendedor de las camisas que llegaban desde Medellín y Pereira. Siempre era el primero en
abrir y el ultimo en cerrar.
Para ahorrar dinero en este trabajo, almorzaba en el mismo almacén llevando sus alimentos
en un porta-comidas, y recorría todos los días la distancia de su hospedaje al local en
bicicleta, evitando así gastar demasiado.
Gracias a esta disciplina, en el año 1966 logra, por fin, su meta: poder emprender algo de
manera independiente. Con unos $13 mil pesos colombianos ahorrados, que en la
actualidad equivaldrían a unos $3.000 dólares, más un préstamo, el único que ha solicitado
en toda su vida, de $4.000 pesos, es decir, $1.000 dólares más, compró su primer local en
el mismo sector de San Victorino; un pequeño y antiguo almacén en el que aún se
percibían las huellas de un incendio y el cual él mismo había administrado con anterioridad.
En este lugar inaugura la tienda “Dante”, dedicada por completo a la ropa masculina.
Como su propósito era brindar una excelente calidad en sus prendas, solía viajar a Pereira y
Medellín para establecer acuerdos con las fábricas de confección. Gracias a esto, atrajo
rápidamente a un gran número de clientes y, en solo unos meses, pudo abrir una segunda
sucursal.

Creciendo con paciencia y disciplina


Tras dos años de trabajo, contaba con los recursos suficientes para abrir una tercera tienda;
fue entonces cuando uno de sus clientes más fieles le sugirió que titulara la marca con su
propio nombre, en lugar de “Dante”. El antioqueño consideró muy buena la idea, y por esa
razón las tiendas de ropa pasaron a llamarse “Arturo Calle”.
El cambio de nombre y la expansión trajeron gran prosperidad a su negocio, lo que lo
motivó a crear sus propias fábricas manufactureras, para así tener un mayor control de los
diseños y la calidad de los productos. Además, para el empresario era indispensable
desarrollar un estilo propio; su marca debía vender prendas masculinas verdaderamente
elegantes y exclusivas.
Gracias a la fabricación de productos propios y a brindar prendas de excelente calidad, para
finales de la década de los 90 la marca Arturo Calle logró posicionarse en importantes
centros comerciales de la ciudad, empezando por el centro comercial Unicentro. Después,
la expansión no fue solo local, sino departamental; y, con el pasar de los años, pudo llegar a
las ciudades de Cali y Medellín.
Una de las claves de su éxito, fue mantener uniformidad en sus locales. El empresario se
preocupaba por capacitar correctamente al personal para que sus tiendas se abrieran
siempre a una misma hora y para que la atención al cliente fuera excepcional.
Fueron más de 3 décadas de trabajo duro y constante en las que Arturo nunca perdió el
norte y siempre supo que, para ser grande, debía ser paciente. Así, finalmente la marca se
expandió por todo el territorio colombiano y, poco a poco, fue generando recordación entre
una base de clientes fieles que disfrutaban adquiriendo los elegantes productos que ofrecía.
En el 2011, los arquitectos Gabriel Arango y Miguel Soto inauguran la “Torre Arturo
Calle”, el edificio insigne de la compañía e icónico del norte de Bogotá, ubicado en
la Avenida Boyacá. Arturo quería que la torre ilustrara la evolución de la marca y fuera un
referente para futuras estructuras de la empresa. Además, en la torre se ubicaría el almacén
principal de la cadena, un espacio de 2.000 m2 en donde hoy en día se realizan la mayoría
de los lanzamientos de la marca.
Con la llegada del año 2012, el empresario asume un nuevo reto y logra hacer presencia en
el exterior, estableciéndose en Panamá.
Tras el éxito en suelo panameño, en el 2013 se establecen tres sucursales en Costa Rica y
una en El Salvador.
En el 2014, la empresa decide innovar, creando nuevas líneas de ropa. Con esta iniciativa
nace “Arturo Calle Kids”, la marca de ropa y accesorios para niños de 2 a 12 años. Este
proyecto tomó años de investigación y una inversión de $650 mil dólares.
En 2015, la compañía volvió a hacer un lanzamiento, esta vez se trataba de “AC Leather”,
una marca especializada en calzado y marroquinería a través de la cual se comercializan
zapatos, cinturones, chaquetas de cuero, billeteras, maletas, sombreros y manillas, todos
elaborados con cuero de la más alta calidad. Ese mismo año, llegaría “Belt Bar”, un
innovador formato que permite a los clientes la personalización de sus cinturones.
En el 2018, se desató cierta polémica luego de que usuarios de Internet difundieran que
algunos productos de la marca eran fabricados con telas importadas de China; sin embargo,
el empresario ha aclarado en varias ocasiones que esta práctica es necesaria porque la
producción local no da abasto para cubrir la demanda del sector textil.

Asumiendo los retos con


determinación
Con la inesperada llegada de la cuarentena global por el coronavirus en el 2020, Arturo
Calle tuvo que enfrentar grandes retos; entre ellos, mantener el sueldo de sus más
de 6000 trabajadores, a pesar de que las sucursales físicas de todas las ciudades tenían que
permanecer cerradas indefinidamente. Como medida de supervivencia, la compañía hizo
una alianza con Ecopetrol y Bio Bolsa, con el fin de fabricar 147 mil trajes de
protección para el personal de la salud. Esto le permitió generar un flujo de caja favorable
para mantener a su personal.
Además de la fabricación de trajes para el personal médico, la compañía tuvo que buscar
otras alternativas de venta, como el fortalecimiento de sus servicios digitales, centrando su
estrategia comercial en las ventas a través de Internet y con el uso de herramientas
como WhatsApp.
Actualmente, Arturo Calle tiene 82 años y, pese a sus más de 15 intervenciones
quirúrgicas, un marcapasos en el corazón y haber sufrido varios infartos, no para de
trabajar. Aunque está jubilado de su labor en la empresa y dejo su cargo a su hijo Carlos
Arturo, sigue siendo parte de la junta directiva y aporta en la toma de decisiones
importantes. Además, se dedica a apoyar iniciativas que fomenten la educación, la salud, la
economía y la adquisición de vivienda propia para sus trabajadores a través de
la “Fundación Arturo Calle”, la cual creó en 1981 y que a día de hoy ha ayudado cientos
de familias colombianas.
Su empresa, por su parte, tiene más de 100 sucursales en América del
Sur y Centroamérica, cuenta con más de 6 mil trabajadores y genera ingresos anuales de
más de $120 millones de dólares, consolidándose como una de las compañías más
importantes de la región.
Así concluimos la inspiradora historia de Arturo Calle, un hombre visionario y trabajador
que, con esfuerzo, paciencia, disciplina y determinación, logró crear uno de los emporios
más importantes del sector textil y de confecciones de América Latina. En sus propias
palabras:
“El don más importante para poder ser un empresario exitoso, es el
don de la paciencia. Hay que crecer lentamente, sin afán.”

RAPPI

Suele ser complicado que en la industria del entretenimiento un spin-off supere en


éxito al producto del cual nació. En general, se aprovecha un elemento de gran
popularidad o irrumpe con el objetivo de sacarle rédito a una idea poco
desarrollada.

En el mundo empresarial, Rappi puede definirse como un verdadero unicornio,


tanto por su valuación como también por su rareza de haber sido concebido como
un apéndice de otra compañía que luego se vio eclipsada por su crecimiento
imparable en toda la región.

Fundada en 2015 en Bogotá, inició su camino con el fin de aportarle una solución
logística a una plataforma tecnológica creada para el sector retail por los
colombianos Simón Borrero, Sebastián Mejía, Felipe Villamarín y Juan Pablo
Ortega.

Sin embargo, cuentan sus fundadores, los comentarios y pedidos de los


consumidores los llevaron a agregar diversas funcionalidades a la aplicación hasta
transformarla en un 'cortaplumas 4.0'.
De comida pasó a los víveres, luego a medicamentos y dinero en efectivo hasta
entregar "lo que sea". Sí, literalmente lo que sea. Los emprendedores tienen como
anécdota de cabecera la vez en que un grupo de amigos pidió a un repartidor para
que jugara un videojuego con ellos porque les faltaba un player.

Tras pisar fuerte en el negocio del delivery, recientemente intentó plantar bandera
en el rubro financiero como billetera virtual, procesadora de pagos y a través del
lanzamiento de su propia tarjeta con el característico bigote de la marca.

Si bien su modelo de empleo genera polémica debido al debate respecto de la


consideración o no de los riders como empleados, la compañía -que acumula varios
competidores en América latina- se volvió la más extendida a escala regional.

Actualmente opera en nueve mercados (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa


Rica, Ecuador, México, Perú y Uruguay) y cuenta con 10 millones de usuarios
activos por mes. A pesar de haber escalado a pasos agigantados, sus números aún
no muestran saldo a favor. "Parte de la visión de Rappi es construir un ecosistema",
explica Mejía.

Gracias a la Gran Manzana


Mejía y Borrero se conocen de su juventud en su Cali natal, pero sus caminos se
volverían a cruzar muchos años después, cada uno con un sendero recorrido.

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en locales de la Costa
El primero de ellos optó por hacer carrera fuera del territorio colombiano. Estudió
Administración en la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas
(ESADE) de Barcelona y luego continuó sus estudios en la capital española. En
2008 emprendió vuelo a Nueva York, donde se quedó seis años, hasta el momento
en el que apareció su socio.

Por otro lado, el actual CEO de Rappi se había puesto el traje de emprendedor
serial. Tras graduarse en Administración de Empresas en la Universidad de los
Andes, realizó un MBA en EADA Business School, en Cataluña. Su primer proyecto
fue un sitio con las plataformas electorales de los principales candidatos, y más
tarde lanzó una herramienta de recruitment llamada Ventrevista.

"Estaba en la universidad y con 700.000 pesos colombianos pagué un curso para


desarrollar páginas web, comencé a venderlas y el negocio fue creciendo", recuerda
Borrero. Esto rindió sus frutos y se transformó en Imaginamos, software studio que
llegó a tener más de 300 ingenieros. Uno de los primeros empleados fue
justamente el bogotano Villamarín.

Ambos se reencontraron en Nueva York y decidieron iniciar un emprendimiento.


Para esto sumaron a su compatriota oriundo de Bogotá. La idea que los movilizó
fue la de crear una plataforma para la venta online, algo que emulara la experiencia
de comprar en el supermercado con el "changuito" aunque en el mundo virtual.

De esta manera, en 2013, fundaron Grability, startup que consiguió clientes de la


talla de Walmart y El Corte Inglés. La firma se convertiría en la piedra fundacional
del gigante que estaba por venir.

La semilla del éxito


"Empezamos a darnos cuenta de que la tecnología funcionaba muy bien, pero había
barreras graves que no estaban siendo atacadas, sobre todo en América latina",
explica Mejía.

Y añade: "Hacer una entrega, cómo resolver la última milla y llevar productos en 30
o 60 minutos estaba lejos de ser resuelto porque en la región no teníamos una
infraestructura de logística". Entonces decidieron crearla de cero ellos mismos.

Los medios colombianos daban cuenta del éxito de Grability, uno de los potenciales
unicornios locales (el primero, ya que Colombia recién debutó en ese grupo en 2017
con LifeMiles, el programa de fidelización de la aerolínea Avianca).

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brote de coronavirus
A la vez, se referían a Rappi como el experimento de la sólida empresa tecnológica.
Primero comenzó con un puñado de repartidores llevando pedidos de locales de
barrio en Bogotá, no obstante, un feature se convirtió en clave para su verdadero
despegue.

"Lo valioso de Rappi no fue idea nuestra, sino de los propios usuarios", asegura
Borrero. La plataforma contaba con un espacio, un buzón de sugerencias, para que
los consumidores dejaran las suyas y asi mejorar el modelo de negocios. Los
emprendedores, grupo fundador al que se había sumado Juan Pablo Ortega,
notaron que el público les hacía pedidos que no habían contemplado, como
órdenes de restaurantes carentes de delivery, compras de supermercado y hasta
dinero en efectivo.
A los cuatro meses, se expandieron al mercado mexicano, donde Ortega se asentó
como country manager.

Lluvia de millones
El modelo de negocios detrás de Rappi fue lo que atrajo a los inversores. Su
estructura se basa en ejercer como un intermediador, una suerte de plataforma de
contacto entre los usuarios que tienen necesidades y un equipo de repartidores,
conocidos como "rappitenderos". A estos últimos los considera autónomos -y no
empleados de la compañía- bajo el argumento de que pueden conectarse y
desconectarse cuando quieran de la app para tomar pedidos.

La estrategia anclada en la idea de economía colaborativa implica menores costos


y, aunque al principio las cosas iban bien, también tenían competencia de otras
aplicaciones de delivery ya establecidas.

"Las metas eran difíciles, había empresas más grandes que nosotros. Entonces nos
íbamos a un parqueadero hasta la 1 de la mañana con un tablero y los 20
empleados de la empresa para ver cómo nos ingeniábamos para cumplir con los
objetivos de la semana. Con esa intensidad, cada uno daba lo máximo de sí mismo
y mucho de la cultura que se bajó a todos los empleados de Rappi está ahí", cuenta
Villamarín.

De acuerdo a la base de datos de Crunchbase, la firma obtuvo dos rondas semilla de


u$s120.000 por parte de Investo y Y Combinator, respectivamente.

En noviembre de 2016 consiguió u$s9 millones de Andreessen Horowitz y un mes


después logró una inyección de u$s53 millones de Sequoia Capital. Pero la más
importante fue la de agosto de 2018, liderada por DST, de u$s220 millones, que la
convirtió oficialmente en el segundo unicornio nacido en Colombia.

"Rappi no genera utilidades. Utilizamos todos los recursos para nuestra expansión
territorial, mejorar la tecnología y alcanzar nuevos talentos", apunta Mejía.

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"congelar" el valor en pesos
¿Qué ven los inversores? "La posibilidad de crear un emprendimiento de alto
impacto. Ellos son buenos en encontrar ciertos indicadores y patrones en empresas
de tecnología, características que hacen que las compañías crezcan a ese ritmo",
explica.

Hacia fines de 2019, contaba con más de 200.000 repartidores, exhibía un


crecimiento mensual de doble dígito y un ritmo de ventas de alrededor de u$s4
millones por mes.

Innovadores o explotadores
El core de su negocio también se volvió uno de los principales focos de protesta. En
varias filiales, los rappitenderos organizaron huelgas para que mejoren sus
condiciones laborales y, algunos, para ser considerados empleados de la compañía.

En la Argentina, hasta crearon su propio sindicato para tener representatividad


ante la empresa. El último paro en el país tuvo lugar en Córdoba, en diciembre
2019. La Justicia argentina actuó. Les solicitó a varias plataformas de delivery,
entre ellas Rappi, a que se registraran y cumplieran ciertas condiciones de
seguridad.

En Colombia no estuvieron exentos de conflicto. En septiembre, la


Superintendencia de Industria y Comercio le ordenó que respete las leyes de
comercio electrónico, al considerar que ofrece servicios más allá de la mera
intermediación.

Tres meses después, apuntó que la compañía no había cumplido con todo lo
solicitado y le requirió, por ejemplo, que modificara sus términos y condiciones,
aclarara el precio final de los bienes y mejorara su sistema de quejas.

"Algunos critican a Rappi como subempleo, pero funciona perfecto para la mayoría
de rappitenderos que usan la app los fines de semana y en la noche. Este modelo de
negocio no brinda oportunidad a otras horas del día, no se hizo para poder generar
ingresos a tiempo completo", se defiende Borrero.

Y añade: "Acá tenemos muy claras las condiciones de los rappitenderos: son
emprendedores independientes que pueden conectarse tres horas un domingo y no
conectarse por 15 días y no pasa nada. Lo que sí es cierto es que este modelo
funciona mucho mejor en países donde hay un índice de Gini alto".

Este coeficiente sirve para medir la desigualdad en cuanto a ingresos en los países.
Y, a pesar de los diversos frentes de conflicto, la empresa recibió un espaldarazo
clave de un gigante de las inversiones. Durante el segundo trimestre del año
pasado, el holding japonés SoftBank confirmó que inyectaría u$s1.000 millones en
Rappi como parte de su estrategia regional.

Pero esto no vino sin consecuencias, ya que en enero de este año anunciaron un
recorte del 6% en su plantilla global (aproximadamente 300 trabajadores). La
decisión, señalaron, formó parte del nuevo plan para enfocar sus inversiones en
tecnología y consumer experience.

SAJU

Iniciaron su empresa con $ 200.000, hoy facturan más de $ 1.000 millones y se


preparan para exportar a EE. UU.
Sajú es uno de los emprendimientos colombianos más innovadores pues
revolucionaron la industria de los accesorios para gafas y se abrieron campo en un
sector poco explorado en el país. Esta es su historia.
1/21/2021

Juan Pablo Pradilla, Juan Manuel Agudelo y Santiago Puentes, fundadores de Sajú.
Juan Pablo Pradilla, Juan Manuel Agudelo y Santiago Puentes, fundadores de Sajú.
- Foto: Cortesía Sajú
Seguramente a muchos amantes de las gafas y de los accesorios en general les ha
llamado la atención el rostro de un mico que tiene unas gafas negras muy
simpáticas unidas a un cordón azul que resalta.

Este es el logo de Sajú, una empresa 100 % colombiana que ha conquistado una
industria que muy pocos exploraron en el país y que se ha convertido en una
tendencia en los últimos años. Además, de ser un salvavidas con mucho estilo para
aquellos que pierden constantemente sus gafas.

Restaurantes: estas son las pérdidas que estiman por nuevos toques de queda

Son tres los fundadores: Juan Pablo Pradilla, Juan Manuel Agudelo y Santiago
Puentes. Pero Pradilla es el que tiene la historia clara de este emprendimiento.

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Luego de realizar un intercambio académico por Europa, Pradilla se dio cuenta que
en el viejo continente estaba surgiendo una moda muy particular. Varios jóvenes
llevaban un accesorio en su cuello que parecía un collar pero que en realidad era
una especie de cordón que daba soporte a sus gafas.

De forma espontánea, en una clase uno de sus compañeros se dio cuenta que él y
Puentes estaban hablando sobre el tema. “Nos dijo oigan están trayendo cordones
para gafas? y nosotros que no teníamos ni idea de estos le dijimos que sí que le
podíamos traer un prototipo”, contó Pradilla.

Así, sin tener idea de cómo se fabricaban los cordones en compañía del papá de
Pradilla que es publicista crearon el logo, luego fueron a San Victorino compraron
algunas cosas de bisutería, armaron su primer cuelga gafas y a los quince días de
anunciar el prototipo su compañero se convirtió en el primer cliente.

Emprendimiento colombiano venderá sus gafas hechas con tapas recicladas en


EEUU
Pradilla confiesa que estos accesorios no le gustaban, pero su mentalidad de
emprendedor lo llevó a comprender que si quería atraer más clientes y que su
producto fuera atractivo él mismo debía dar ejemplo. “Al principio fue difícil. No
vendíamos ni 30 al mes. Pero siempre tuvimos en mente que no era posible que
solamente los abuelos o personas adultas sintieran la necesidad de tener este
accesorio. Así que decidimos darle una nueva cara y arriesgarnos, al menos por un
tiempo”, contó.

Como todo estudiante universitario, Pradilla tuvo que concentrarse en sus prácticas
las cuales iba a realizar en Philip Morris. Allí tenía un puesto asegurado, dice. Pero
no se sentía contento.

Sajú emprendimiento colombiano.


En el 2019, Sajú vendió unos 700 millones de pesos. - Foto: Cortesía Sajú
De hecho, le expresó su inconformidad a su padre quien sin ningún prejuicio le
recomendó dejar ese futuro profesional asegurado y se lanzara de lleno al proyecto
empresarial que inició por golpe de suerte en la universidad.

Y así lo hizo. Probó con una página web. Los resultados fueron mejor de lo
esperado y pensó junto con su equipo de fundadores en que tenían que de alguna
manera participar en una feria y Buró se convirtió en la ideal.
Pero se toparon con el que sería su primer no. En el 2018, las fundadoras de este
espacio empresarial que ha tomado fuerza en los últimos años, no tenían mucha fe
en el proyecto de estos tres jóvenes y se negaron a darles un estand en la feria. Sin
embargo, ante la insistencia lograron tener un cupo y los resultados fueron
sorprendentes.

“Después de mucho tiempo nos enteramos que ellas no querían que nosotros nos
reventáramos. Y tenía toda la lógica, no vendíamos mucho y sí teníamos que pagar
cinco millones por el espacio. Sin embargo, ese día logramos vender $ 40 millones,
muchísimo más de lo que habíamos esperado”, dijo.

Las aceleradoras más reconocidas en el ámbito mundial son Y Combinator, 500


Startups y Techstars, pero solo son aceptadas entre 1 y 3 por ciento de las empresas
que se presentan.
Aceleradoras de startups: qué son y cómo trabajan en Colombia
Ese fue el empujón que necesitaron estos tres emprendedores para fundar
oficialmente Sajú, o como está inscrita la empresa Familia del Mono SAS. Desde
este logro, la compañía no ha parado de crecer.

En el 2019, Sajú vendió unos $ 700 millones, han crecido en su portafolio a tal
punto que hoy cuentan con más de 200 productos entre los que destacan los cuelga
gafas y diversos accesorios que buscan facilitar la vida de sus clientes.

Las pequeñas grandes ideas


Como muchas otras empresas, el 2020 pintaba muy bueno para Sajú. Tenían
grandes proyectos, entre ellos abrir más islas en diversos centros comerciales del
país para vender sus accesorios. Y la llegada del coronavirus volcó todo.

Marzo y abril fueron meses muy difíciles. Las ventas cayeron y según Padrilla
vieron morir todo lo que habían construido en los últimos dos años. En ese caos,
intentaron buscar alternativas para sobrevivir y llegaron a lanzar productos como
un gel antibacterial marca Sajú que venía con una manilla que le recordaba a cada
momento a los usuarios que debían aplicarse este producto. Fue un intento fallido.

Los cuelga gafas son los artículos más reconocidos de Sajú.


Los cuelga gafas son los artículos más reconocidos de Sajú. - Foto: Cortesía Sajú
El desanimo continuó pero el ingenio de estos jóvenes no se dejó llevar por el
desesperó, y al contrario, se encendió. “Teníamos una impresora 3D, Juan Manuel
se puso a experimentar con la máquina y de repente nos llegó con el primer
prototipo de salva orejas. Yo de inmediato le tomé fotos, lo subí a la página”, señaló
Pradilla.
Los salva orejas se vendieron como pan caliente. Es más, aseguran que fueron los
primeros en poner en el mercado este accesorio que buscaba dar un respiro a las
orejas de los ciudadanos del uso constante del tapabocas.

Esto los salvó y les permitió abrir paso a otros productos como los garfios, que
buscaban prevenir el contacto de los usuarios con algunas superficies como cajeros;
y su primera línea de gafas.

Así, con todo este proceso lograron cerrar el 2020 con ventas aproximadas en $
1.500 millones. Además lograron importantes hitos. Dieron los primeros pasos
para iniciar su expansión en Estados Unidos, la cual espera se consolide en este
2021. También se convirtieron en los primeros emprendedores en romper un
récord en A2censo, la plataforma de crowdfunding de la Bolsa de Valores de
Colombia, al recaudar $ 100 millones en siete horas.

En el marco de esta fecha, INNpulsa, la agencia del Gobierno que fomenta el


emprendimiento y la innovación en el país, destacó “el potencial emprendedor de
la mujer colombiana y su capacidad para transformar su vida y la de quienes la
rodean”.
Empresas fundadas por mujeres en Colombia aportaron cerca de 200 empleos
durante la pandemia
“Nuestra meta es volvernos los mejores cuelga gafas para ello nos estamos
preparando en mejorar nuestras técnicas de producción, lanzar nuevos productos y
seguir exportando al mundo productos 100 % colombianos”, dijo Pradilla.

Con la expansión a Estados Unidos que comenzará en La Florida y California, en


2021 Sajú espera vender más de un millón de dólares y seguir demostrando que
cuando se confía y se cree en una idea de negocio, por muy pequeña que parezca, el
éxito está al alcance de las manos.

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CREPES WAFFLES

El Colegio de Estudios Superiores de Administración CESA, realizó dentro del


ciclo de eventos académicos y de liderazgo de Entrevistas de Grandes Líderes, un
reconocimiento como empresarios del año a  Beatriz Fernández y a Eduardo
Macías, por su exitoso concepto de negocio: Crepes & Waffles.

Beatriz Fernández, junto con su esposo, crearon hace 30 años Crepes&Waffles,


una marca muy colombiana que hoy tiene cerca de 50 sucursales en diferentes
países a través de franquicias. Actualmente tiene puntos de venta en Bogotá,
Medellín, Cali, Cartagena, Pereira y Barranquilla, y a nivel internacional está en
Ecuador, Panamá, España, México, Perú y Venezuela. Lo que empezó como una
idea para salir adelante  se convirtió en un negocio exitoso y ejemplar que hoy se
consolida como uno de los restaurantes más visitados por los colombianos.

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La empresaria Beatriz Fernández compartió con los estudiantes experiencias y


curiosidades donde cuenta cómo llegó la receta de los waffles a sus manos,  a un
par de semanas de haber abierto el restaurante en el parqueadero de la casa de
su papá en 1980. Fue así como citó la frase de la señora que sin explicación
alguna se metió a su cocina: “Chinita, tus waffles son horrorosos¨. Cuenta que la
señora abrió la nevera, revolvió y  esculcó,  de pronto se volteó y sin ninguna
interrupción le dijo las siguientes palabras: ‘Yo soy experta en waffles, mi chinita, y
voy a traerte mi receta secreta”,  fórmula que todavía utilizan hoy. Aquí el menú de
Crepes & Waffles
Nunca la volvió a ver, ella simplemente decía “Esa persona debe ser Dios”. Fue
hasta 14 años después que la volvió a ver  en uno de sus restaurantes en el World
Trade Center, una vez la reconoció le dio un abrazo y comentó  que no tenía
forma de agradecerle lo que había hecho por ella, afirma que esa  generosidad es
parte de esta historia y de éste éxito.

Compartió  cómo ha llevado a la práctica un modelo empresarial de gestión


humana y de responsabilidad social con sus empleados, que no es muy común en
todas las empresas. Su creatividad y deseo de innovar han sido clave para
mantener lo que hoy en día es Crepes & Waffles, sin perder su identidad inicial.
Pendiente de detalles tales como no dejar envejecer la marca, de cuidar cada
elemento propio del restaurante, sorprender con nuevas propuestas, y como dice
Beatriz ¨alimentar el alma y el espíritu¨, se ha ganado el mérito a ser la empresaria
del año 2010.

Cada mañana Beatriz Fernández alienta a sus empleados a través de avantel con
mensajes de superación, de amor, de Dios y de la vida en general; a un ritmo de
Colombia con el himno de Crepes & Waffles, comienzan cada día llenos de
alegría, color y sabor.

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Así registra el consumo de snacks en Colombia y el mundo
Actualmente Crepes & Waffles es una empresa que se ha destacado  por su
posicionamiento y competitividad tanto en Colombia como en el exterior, a la vez
que se ha encargado de brindarles un desarrollo personal y laboral a sus
empleados con programas y cursos inspirados en su filosofía de hacer ARTE.

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