Poder Del Espíritu Santo - Charles H. Spurgeon
Poder Del Espíritu Santo - Charles H. Spurgeon
Poder Del Espíritu Santo - Charles H. Spurgeon
Un Amig o Poderoso
WITAKER HUOSE
Toda cita bíblica es extraída de la Biblia Versión Reina Valera revisión 1960.
ISBN: 0-88368-538-8
Impreso en los Estados Unidos de América
© 1998 por Whitaker House
Whitaker House
30 Hunt Valley Circle
New Kensington, PA 15068
Web site: www.whitakerhouse.com
Contenido
1. El Consolador
2. El Poder del Espíritu Santo
3. El Espíritu Santo, El Gran Maestro
4. La Obra del Espíritu Santo
5. El Pacto, Promesa del Espíritu
6. Miel en la Boca
1
El Consolador
Todo anhelo, todo gemido, toda angustia y agonía se cargaba sobre Él, y
como un médico sabio curaba toda herida con bálsamo. Tenía una solución
para cada caso y a menudo preparaba fuertes remedios para todos los
problemas. Debe haber sido dulce vivir con Cristo. Las angustias se
consideraban alegrías porque éstas daban la oportunidad de ir a Jesús para
que Él las curase. Si sólo hubiéramos podido reposar sobre el pecho de Jesús,
y nacer en esa época feliz. Escuchar Su amable voz y observar Su tierna
mirada mientras decía: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Cuando Él estaba a punto de morir, se debían cumplir grandes
profecías y propósitos. Jesús debía marcharse. Él debía sufrir a fin de
redimirnos del pecado. Era menester que El dormitara un tiempo para
perfumar la tumba.
Su resurrección aconteció para que algún día, nosotros, los muertos
en Cristo, resucitásemos primero, en cuerpos gloriosos. Ascendió a las alturas
para llevar cautiva la cautividad. Encadenó a los enemigos del infierno,
atándolos a las ruedas de su carro y los arrastró hasta las altas montañas del
cielo. Lo hizo para que experimenten una segunda derrota al enviarlos de las
alturas del cielo a las profundidades del infierno.
Jesús dijo: “Os conviene que me vaya; porque si no me fuese, el
Consolador” no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré” (Juan
16:7). Escuche con que dulzura Jesús habla “Y yo rogaré al Padre, y os dará
otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). Él
no desampararía a aquéllas pobres ovejas en el campo. No abandonaría a Sus
hijos ni los dejaría huérfanos. Antes de partir, Él ofreció palabras
consoladoras.
Existen diversos significados de la palabra griega que se traduce
Consolador. Los primeros traductores mantuvieron la palabra original en
griego transcribiéndola en nuestro alfabeto para formar la palabra
‘Paraclete”. Paracleto, significa Espíritu Santo y es el término en griego.
También posee otros significados como “amonestador” o “instructor”.
Habitualmente significa “abogado”, no obstante, el significado más común de
dicha palabra es “Consolador”. No se pude pasar por alto las demás
interpretaciones sin hacer algún comentario.
El Consola dor
El Consuelo
El consola do
2
El Poder del
Espíritu Santo
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo
de Dios.” (Lucas 1:35)
Él fue engendrado, según el Credo Apostólico, del Espíritu Santo. El
cuadro corporal del Señor Jesucristo fue obra maestra del Espíritu Santo.
Supongo que el cuerpo de Cristo excedió a todo otro en belleza y se
asemejaba al del primer hombre. Creo que es el tipo de cuerpo que
ascenderá a los cielos donde brillará en su máxima gloria. Aquella creación
con toda belleza y perfección fue modelada por el Espíritu. El Espíritu Santo
diseñó a Cristo y aquí nuevamente, surge otra instancia de la energía creativa
del Espíritu.
La Obra de la Resurrección
Una segunda manifestación del poder del Espíritu Santo se encuentra
en la resurrección del Señor Jesucristo. Si alguna vez estudió sobre el tema,
se habrá maravillado al observar cuán a menudo se le atribuye a sí mismo la
resurrección de Cristo. Mediante Su propio poder y soberanía no pudo ser
detenido por el yugo de muerte, pero debido a que voluntariamente entregó
Su vida, tuvo derecho a recuperarla. En otro pasaje bíblico el poder se
atribuye al Padre, “Le levantó de los muertos” (Hechos 13:34). Dios, el Padre
lo exaltó. Hay varios pasajes similares. No obstante, nuevamente, las
Escrituras establecen que Jesucristo fue resucitado por el Espíritu Santo.
Todo esto es verdadero. Él fue resucitado por el Padre porque el
Padre así lo ordenó. Se hizo justicia. Dios elaboró un mensaje oficial que
liberó a Jesús de la tumba. Cristo resucitó por Su propia majestad y poder
porque a Él le correspondía resucitar. El yugo de muerte no pudo detenerlo.
Sin embargo, resucitó después de tres días mediante el Espíritu y la energía
que recibió Su cuerpo mortal. Si usted quiere puede probarlo, abra su Biblia
nuevamente y lea lo siguiente:
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo
por los injustos, para llevamos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne,
pero vivificado en el Espíritu.”
(1 Pedro 3:18)
“Y si el Espíritu de aquél que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”
(Romanos 8:11)
Él hace audibles los truenos del Sinaí. Puede hacer que los dulces
susurros del Calvario penetren al alma. Tiene poder sobre el corazón del
hombre, y una prueba gloriosa acerca de la omnipotencia del Espíritu es que
Él gobierna en los corazones.
Sin embargo, si hubiere algo más obstinado que el corazón, sería la
voluntad. “Mi Señor Willbewill”, como lo llama Bunyan en su libro Guerra
Santa, es un joven que no será fácilmente quebrado. La voluntad,
especialmente en algunos hombres, es obstinada, y en todo hombre, si la
voluntad provoca oposición, no hay nada que hacer.
Algunos creen en el libre albedrío. Muchos suenan con el libre
albedrío. Libre albedrío. ¿Dónde se hallará? Hubo libre albedrío en el Huerto
de Edén, y qué desastre provocó. Echó a perder a todo el Paraíso, y lo
expulsó a Adán del huerto. Hubo libre albedrío en el cielo, pero expulsó al
glorioso arcángel y un tercio de las estrellas cayeron al abismo.
No obstante, algunos se jactan del libre albedrío. ¿Será que aquéllos
que creen en el libre albedrío tienen más autoridad sobre la voluntad de la
gente que yo mismo? Sé que no la tengo. Encuentro el viejo proverbio muy
verdadero: “Un hombre puede atraer al caballo hacia el agua, pero cien
hombres no pueden hacerlo beber”. Creo que ningún hombre tiene
autoridad sobre la voluntad del prójimo, pero el Espíritu Santo sí.
“Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder” (Sal.
110:3). Él hace que el pecador sin voluntad tenga tanta que busque con
ímpetu el Evangelio. Aquél que antes era obstinado, ahora corre a la cruz.
Aquél que se burlaba de Jesús, ahora se toma de Su misericordia; aquél que
no creía, ahora mediante el Espíritu Santo cree voluntariamente y con
entusiasmo. Lo hace con alegría y se regocija al oír el nombre de Jesús, y se
deleita en los mandamientos de Dios. El Espíritu Santo tiene autoridad sobre
la voluntad.
Existe algo peor que la voluntad. Tal vez adivine a qué me refiero. Es
más difícil quebrar la voluntad que quebrantar el corazón, pero hay algo que
excede la obstinación de la voluntad: la imaginación. Deseo que mi voluntad
esté sometida a la gracia divina. Sin embargo, temo que a veces mi
imaginación no esté sometida a Él. Aquéllos que tienen mucha imaginación
comprenden que resulta dificultoso controlarla. No se puede detener. Rompe
las riendas. Jamás la podrá controlar.
A menudo, la imaginación se eleva a Dios con tanto poder que las
alas del águila no la pueden igualar. Tiene tanta fuerza que hasta alcanza a
ver al Rey en su belleza y a la tierra lejana. Respecto a mí mismo, mi
imaginación me traslada a las puertas de hierro, a través del infinito
desconocido, a las mismas puertas de perla, y me lleva a descubrir la gloria.
La imaginación es igualmente potente hacia la otra dirección. Ella me
ha llevado a las viles profundidades y oscuridades de la tierra. Ha traído
pensamientos tan desagradables que mientras no podía evitarlos, me
horrorizaban. Estos pensamientos vienen y cuando la epidemia brota es
cuando más santo me siento, más devoto a Dios, y más sincero en oración.
Pero, yo me regocijo y sólo pienso: puedo clamar cuando la imaginación
viene sobre mí.
En el libro de Levítico, cuando la mujer clamó contra un acto vil que
se cometió, su vida no fue quitada. Lo mismo ocurre con los cristianos. Si
clama, hay esperanza. ¿Puede usted encadenar su imaginación? No, pero el
poder del Espíritu Santo sí puede lograrlo. Lo hará, lo hace aquí en la tierra
finalmente.
Mi intención fue hablar acerca del poder del Espíritu, y creo haberlo
logrado. Ahora debemos dedicar unos momentos a la deducción práctica.
Cristiano, el Espíritu es muy poderoso. ¿Qué deduce de esta realidad? Jamás
debe desconfiar del poder de Dios para elevarlo al cielo. Estas dulces palabras
han sido colocadas en mi alma:
Su mano Todopoderosa
Se alza para tu defensa;
¿Dónde está el poder que te puede alcanzar allí?
¿O que te puede sacar de allí?
Obtención de la Verda d
Se menciona la obtención de una meta. Esta es el conocimiento de
toda verdad. Sabemos que algunas personas estiman el conocimiento
doctrinal poco importante y de escasa utilidad. No comparto esta idea. Creo
que la ciencia de la crucifixión de Cristo y el juicio de las enseñanzas bíblicas
son sumamente valiosas. Es correcto que el ministerio cristiano no sólo debe
ser dinámico sino también instructivo. No debe ser sólo un despertar sino
una iluminación, y debe apelar tanto a las pasiones como al entendimiento.
No creo que el conocimiento doctrinal sea secundario. Estimo que constituye
una de las necesidades primarias en la vida cristiana; conocer la verdad y
luego practicarla. Creo que es innecesario decirle cuán importante es para
nosotros estar correctamente instruidos respecto al reino.
La naturaleza misma, una vez santificada por medio de la gracia,
produce en nosotros un gran anhelo de conocer toda la verdad. El hombre
natural se aparta e interfiere entremetiéndose con todo tipo de
conocimiento. Dios ha colocado un instinto en el hombre por el que lo hace
insatisfecho si no logra llegar al fondo del misterio. Nunca está contento
hasta que haya descubierto los secretos. Lo que se denomina curiosidad es
algo otorgado de parte de Dios. Nos impulsa a buscar el conocimiento de las
cosas naturales.
La curiosidad, santificada por el Espíritu, también se halla en
cuestiones referentes a la sabiduría y ciencia celestial. David dijo, “Bendice,
alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre” (Sal. 103:1). Si
somos curiosos, debemos emplear la curiosidad y desarrollarla en una
búsqueda tras la verdad. “Todo mi ser” santificado por el Espíritu debe
desarrollarse. Verdaderamente el hombre cristiano siente un intenso anhelo
de enterrar su ignorancia para recibir sabiduría. Si desea la sabiduría terrenal
en su estado natural, ¿cuánto más ardiente es el deseo de descubrir, si fuere
posible, los misterios sagrados de la Palabra de Dios? Un verdadero cristiano
constantemente lee y escudriña las Escrituras para constatar las verdades
cardinales más importantes.
No sólo debe desearse esto porque la naturaleza nos enseña, sino
porque el conocimiento de toda verdad es esencial para nuestro bienestar.
Calculo que muchas personas se han encontrado en aflicción durante su vida
por el hecho de que no contaban con una visión clara de las verdades. Por
ejemplo, muchas pobres almas bajo convicción se encuentran angustiadas
por mucho tiempo, pero si tuvieran a alguien que les instruyera acerca de la
gran cuestión sobre la justificación no ocurriría lo mismo. Algunos creyentes
se preocupan por no desviarse del camino, pero si conocieran en su alma el
magnífico consuelo de que somos preservados por la gracia de Dios mediante
la fe para salvación (1 Pedro 1), ya no se preocuparían por ello.
He encontrado algunas personas afligidas por el pecado
imperdonable. Sin embargo, si Dios nos instruye en esa doctrina y nos
muestra que ninguna conciencia despierta puede cometer aquel pecado,
porque una vez cometido, Dios nos entrega a una conciencia cauterizada;
nunca temeríamos después de ello, y toda la aflicción sería aliviada. Depende
de esto, cuanto más usted conoce la verdad de Dios (todo lo demás siendo de
igual importancia), más seguro estará como cristiano. Nada puede alumbrar
más su camino que una clara comprensión de lo divino.
El Evangelio desfigurado que se predica con demasiada frecuencia es
aquél que produce cristianos con rostros abatidos. Muéstreme la
congregación cuyos rostros brillan de gozo y sus ojos se iluminan al sonido
del Evangelio. Luego creeré que están recibiendo las propias palabras de
Dios. En vez de rostros llenos de gozo, a menudo usted verá congregaciones
llenas de melancolía cuyos rostros se asemejan a la amargura de las pobres
criaturas tragando medicinas. Esto ocurre debido a que la Palabra hablada les
horroriza por su legalismo en lugar de consolarlos mediante la gracia.
Amamos el Evangelio dinámico y creemos que toda verdad tiende a
consolar al cristiano. Nuevamente, sostengo que la obtención del
conocimiento de la verdad nos es útil en el mundo. No debemos ser egoístas.
Siempre debemos considerar si esto o aquello será beneficioso para el
prójimo. El conocimiento de toda verdad nos hará muy serviciales en este
mundo. Seremos médicos con talento que saben tomar las pobres almas
angustiadas, apartarlas, colocar el dedo sobre sus ojos y quitarles las escamas
para que la luz del cielo pueda consolarlas. No habrá ninguna persona, no
importa cuán peculiar ella sea, a quien nosotros no seamos capaces de
hablarle y confortarla.
Aquél que conoce la verdad es habitualmente el hombre más útil. Un
buen hermano presbiteriano me dijo el otro día, “Sé que Dios te bendijo en
gran manera con la salvación de almas, pero es un hecho extraordinario que
la mayoría de los hombres que conozco, casi sin excepción, han sido usados
para la salvación de almas y han profesado las importantes doctrinas de la
gracia de Dios”. La mayoría de los hombres bendecidos por Dios con
prosperidad en la iglesia, y todos los que han sufrido oposición han sido
quienes se han tomado de la gracia gratuita en todo momento, mediante la
salvación consumada de Cristo.
Nos es provista una persona. No es ningún otro que Dios y este Dios
es una persona. Esta persona es “Él, el Espíritu, el Espíritu de verdad” no
constituye una influencia sino una verdadera persona. “Pero cuando venga el
Espíritu de verdad; él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). Ahora, observe
esta guía y considere cuán apto es Él.
En primer lugar, Él es infalible. Conoce todo y es imposible que nos
haga desviar. Si cociera mi manga al saco de otro hombre, tal vez podrá
guiarme correctamente parte del camino, pero en algún momento se
equivocará y yo estaré errado en el camino. Pero si me entrego al Espíritu
Santo y solicito Su guía, no tengo temor de extraviarme.
Nuevamente, nos regocijamos en el Espíritu porque Él es eterno. Por
momentos caemos en dificultades y decimos: “¡Oh, si pudiera preguntarle
esto a mi pastor, él lo explicaría! Pero, vive tan lejos que no puedo visitarlo”.
Esto nos sorprende, y escudriñamos el texto, pero no podemos llegar a
ninguna conclusión.
Consultamos los comentarios bíblicos, y al devoto Thomas Scott,
como es sabido no hace ningún comentario al respecto si es un pasaje poco
claro. Entonces consultamos al consagrado Matthew Henry, y si es un pasaje
fácil seguramente lo explicará. Sin embargo, si fuere un texto difícil de
comprender es muy probable que no sea comentado. Inclusive el mismo Dr.
Gill, el más consistente de los comentaristas, en forma manifiesta, hasta
cierto punto evita la explicación de los pasajes que presentan dificultades.
No hay comentarista ni ministro alguno que le iguale, aún contamos
con el Espíritu Santo. Permítame contarle un pequeño secreto: Cuando no
logra comprender determinado texto, abra su Biblia, arrodíllese y ore por ese
texto. Si no se divide en átomos y se revela a sí mismo, intente nuevamente.
Si la oración no puede darle una explicación, es una de las cosas que Dios no
pretende que usted conozca, y puede estar contento de ignorarlo.
La oración es la clave que revela los misterios. La oración y la fe
constituyen sagrados candados que revelan secretos y obtienen maravillosos
tesoros. No hay escuela, cuando se trata de la educación santa, como la del
bendito Espíritu, ya que Él es un eterno maestro. Sólo debemos doblar las
rodillas y Él se pone a nuestro lado, el gran expositor de la verdad.
Sin embargo, existe algo acerca de la eficacia de esta guía que es
extraordinario, y no sé si se ha dado cuenta; el Espíritu Santo puede guiarnos
a una verdad. Entonces, el hombre puede guiarnos “hacia” una verdad, pero
sólo el Espíritu Santo puede guiamos “a” la verdad. Juan 16:13 dice, “a”.
Resalte esa palabra.
Lleva tiempo guiar a una persona hacia la elección de fe, pero, una
vez que triunfó en hacerle ver la verdad, aún usted no logró llevarlos “a” la
verdad. Puede mostrarles lo que simplemente se afirma en las Escrituras,
pero le darán sus espaldas y lo detestarán. Les revela otra gran verdad, pero
se han criado de otro modo y no pueden contestar sus argumentos. Dicen:
“Quizá el hombre esté acertado”, susurran tan bajo que ni la conciencia
puede oírlo; “Es contrario a mis prejuicios, no puedo aceptarlo”. Después de
que los haya guiado hacia la verdad y comprendan que hay verdad en ello,
cuán difícil es guiarlos “a” la verdad.
Muchos de mis oidores que son guiados “hacia” la realidad de su
depravación, sin embargo, no son llevados “a” ella y no la sienten. A algunos
de ustedes se les presenta la verdad que Dios nos ofrece diariamente. Sin
embargo, no se comprometen con ella para vivirla en una dependencia
continua del Espíritu Santo de Dios para recibir de Él. Métase en ella.
Un cristiano debe caminar en la verdad, así como camina un caracol
con su caparazón, habita en él además de cargarlo sobre sus hombros. Se
dice que el Espíritu Santo nos guiaría a toda verdad. Usted puede ser llevado
a una cámara donde se encuentra abundante oro y plata, pero no se hará
más rico, a menos que logre ingresar. Es obra del Espíritu Santo abrir la gran
puerta y llevarnos a la verdad para que nos metamos en ella. El querido
Rowland Hill expresó: “No sólo tómese de la verdad sino deje también que la
verdad lo tome a usted”.
Un Método S ug erido
No hay nada mejor que leer una Biblia iluminada. Puede leerla hasta
la eternidad y nunca aprender nada de ella, a menos que esté iluminada por
el Espíritu. Luego, las palabras resaltan como estrellas. El libro parece ser
hecho de hojas de oro. Cada letra brilla como un diamante. ¡Oh, es una
bendición leer una Biblia iluminada por el resplandor del Espíritu Santo!
¿Ha usted leído y estudiado la Biblia sólo para darse cuenta de que
sus ojos aún no fueron iluminados? Vaya y diga: “Oh Señor, ilumina la Biblia
para mí. Anhelo tener una Biblia interpretada. Ilumínala, y resplandece sobre
ella porque no puedo sacarle provecho a menos que tú me ilumines”.
Los ciegos pueden leer la Biblia con sus dedos, pero las almas ciegas
no pueden hacerlo. Queremos una luz para leer la Biblia, porque no se puede
leerla a oscuras. Entonces, el Espíritu Santo nos guía a toda verdad sugiriendo
ideas, dirigiendo nuestros pensamientos, e iluminando las Escrituras cuando
la leemos.
Una Evidencia
La obra del Espíritu Santo en el alma del hombre para que lo carnal
mengue es muy inesperada. Observará en las Escrituras que aún Isaías decía:
“¿Qué tengo que decir a voces?” (Is. 40:6), siendo sin duda un hombre
instruido por Dios. Tampoco él sabía que primero, debe existir una
experiencia preliminar de visitación para que el pueblo de Dios reciba
consuelo. Muchos predicadores del Evangelio se han olvidado, “De manera
que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos
justificados por la fe” (Gá. 3:24). Ellos sembraron en tierra sin frutos e infértil
y se olvidaron de que el arado debe quebrar los terrones (Oseas 10:11).
Hemos sembrado demasiado sin la aguja penetrante del poder convencedor
del Espíritu.
Los predicadores han intentado presentar al precioso Jesús, a los que
creen tener abundancia de bienes materiales. Es trabajo en vano. Nuestro
deber es predicar a Jesús a los pecadores complacientes también, pero
seguramente nunca han de aceptar a Jesús mientras sean altivos. Sólo un
enfermo da la bienvenida al médico. Es obra del Espíritu de Dios convencer al
hombre de pecado, y a menos que estén convencidos de ello, nunca serán
llevados a buscar la justicia que Dios ofrece mediante Jesucristo.
Sostengo que la verdadera obra de gracia en el corazón comienza con
la humillación. El Espíritu Santo no construye sobre los antiguos
fundamentos. Dios no edifica sobre la madera, la paja, y el rastrojo. Él viene
como el fuego y quema los ídolos orgullosos de la naturaleza. Rompe toda
estructura, toda lanza y quema nuestros carros con Su fuego. Cuando todo
fundamento de arena es derribado, no antes, él colocará en nuestras almas el
precioso fundamento de piedra, que Dios eligió.
¿No comprende qué es sabiduría divina que usted sea limpiado antes
de ser vestido? ¿Usaría la radiante y blanca justicia de Cristo por fuera y
ocultarías sus vestiduras sucias por dentro? No deben ser usadas. Ni un sólo
hilo de sus vestiduras debe permanecer. Dios no puede purificarlo sin antes
haberle mostrado su contaminación, de lo contrario, no daría valor a la
preciosa “sangre de Jesucristo su Hijo que nos limpia de todo pecado” (1 Juan
1:7), si primero no experimentase quebrantamiento por su impureza.
La obra convincente del Espíritu, donde quiera que se manifieste, es
inesperada y sorprendente, inclusive para un hijo de Dios en quien el proceso
aún debe continuarse. Comenzamos a construir aquello que el Espíritu de
Dios destruyó. Habiendo comenzado en el Espíritu, actuamos como si
debemos ser perfeccionados en la carne, entonces cuando nuestro
crecimiento equívoco tiene que ser nivelado a la altura de la tierra, estamos
tan atónitos como cuando la primera venda fue quitada de nuestros ojos.
Newton se hallaba en una situación parecida cuando escribió:
5
El Pa cto, Promesa del Espíritu
Pa la bra de Misericordia
Comenzaría diciendo qué es una palabra de misericordia, sin
embargo, fue dirigida a un pueblo sin misericordia. Fue dirigida a un pueblo
que había seguido su propio camino y negado el camino de Dios. Un pueblo
que había provocado en el Juez de toda la tierra algo más que una ira común.
El mismo en Ezequiel 36: 18 afirmó: “Y derramé mi ira sobre ellos”.
Este pueblo aun siendo castigado, hizo que el santo nombre de Dios sea
profanado donde quiera que iban. Había sido bendecido grandemente, sin
embargo, se abusaron de sus privilegios y se comportaron peor que aquéllos
que nunca conocieron al Señor. Pecaban descarada, voluntaria, orgullosa y
vanidosamente, a causa de esto provocaron al Señor en gran manera.
No obstante, Él les hizo una promesa como esta: “Pondré dentro de
vosotros mi Espíritu” (Ez. 36: 27). Seguramente, “cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia” (Ro. 5: 20). Evidentemente ésta es una palabra
misericordiosa, ya que la ley no establece nada de esta índole. Abra la ley de
Moisés y mire si hay alguna palabra allí tocante al derramar del Espíritu en el
hombre para que obedezca los estatutos de Dios. La ley incluye estos
estatutos, pero únicamente el Evangelio promete el Espíritu mediante el cual
los estatutos serán guardados.
La ley da órdenes y nos informa acerca de lo que Dios demanda de
nosotros, pero el Evangelio va más allá y nos indica que debemos acatar la
voluntad del Señor. Además, nos permite caminar en Sus caminos. Conforme
a la gracia: “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer,
por su buena voluntad” (Fil. 2: 13).
Una bendición tan maravillosa como ésta no puede llegar al hombre
por mérito. El hombre puede actuar como si mereciera una recompensa de
acuerdo con Su obra meritoria. Sin embargo, el Espíritu Santo nunca puede
remunerar al hombre por sus servicios humanos. La idea es casi una
blasfemia.
¿Merece el hombre el sacrificio de Cristo en su favor? ¿Quién soñaría
semejante cosa? ¿El hombre, merece que el Espíritu Santo more en él y lo
haga santo? La grandeza de la bendición lo ubica por encima del mérito. El
Espíritu nos es dado por gracia (una gracia infinita que excede todo lo que
hayamos imaginado). La sobreabundancia de la soberana gracia se hace más
clara aquí.
“Pondré dentro de vosotros mi Espíritu” (Ez. 36: 27), es una promesa
que está impregnada de gracia, así como la miel gotea del panal. Escuche la
música divina que emana de esta palabra de amor. Oigo la suave melodía de
la gracia, gracia, gracia y nada más que gracia. Alabado sea el Señor, quien
ofrece el Espíritu para que more en los pecadores.
Pa la bra Divina
Es también una palabra que une. Separa del mundo, pero lo une a
Dios. “Pondré dentro de vosotros mi Espíritu” (Ez. 36: 27). No es simplemente
“un” espíritu ni “el” espíritu sino “Su Espíritu”. Cuando el mismo Espíritu de
Dios viene a morar en nuestros cuerpos mortales, somos casi linaje del
Altísimo. Según 1 Co. 6: 19, “¿O ignoráis que sois templo del Espíritu Santo?”
¿Esto no lo hace al hombre sobresaliente? ¿Nunca se ha maravillado de usted
mismo? ¿Ha pensado en cómo este pobre cuerpo es considerado templo del
Espíritu Santo por la santificación, dedicación, y elevación a una condición
sagrada?
Entonces, ¿Somos unidos a Dios íntimamente? ¿Es el Señor nuestra
luz y nuestra vida mientras nuestros espíritus están sujetos al Espíritu divino?
“Pondré dentro de vosotros mi Espíritu” (Ez. 36: 27).
Dios mismo mora en usted. El Espíritu que resucitó a Cristo de entre
los muertos está en usted. Su vida está escondida en Cristo y el Espíritu lo
sella, unge y mora en usted. Por medio del Espíritu tenemos acceso al Padre.
Por medio del Espíritu somos adoptados y aprendemos a clamar: “Abba,
Padre”. Por medio del Espíritu, somos hechos copartícipes de la naturaleza
divina y tenemos comunión con la Trinidad, Santo Dios.
Pa la bra Condescendiente
Pa la bra Espiritua l
Pa la bra Efica z
Convicción
Purifica ción
Preserva ción
Consola ción
6
Miel en la Boca
“Él me glorificará” (Juan 16: 14). El Espíritu Santo nunca viene para
glorificarnos, o para glorificar a una denominación, o a un conjunto de
doctrinas sistemáticas. El viene a glorificar a Cristo. Si deseamos estar en
acuerdo con Él, debemos ministrar de manera que glorifique a Cristo.
Si mi objetivo no fuese precisamente glorificar a Cristo; no estaría de
acuerdo con el propósito del Espíritu Santo, y tampoco pretendería que me
ayude. No tendríamos las mismas metas. Por lo tanto, no aceptaría nada que
no sea simple, sincero, y que no sea para la gloria de Cristo.
¿El Espíritu Santo glorifica a Cristo? Es hermoso pensar que lo
glorifica por medio de Su revelación. Si quisiera honrar a un hombre, tal vez
le llevaría un presente para su hogar. Sin embargo, si quiere glorificar a
Cristo, debe ir a la casa de Cristo y tomar de Sus cosas, “las cosas de Cristo”.
Cuando alabamos al Señor, ¿qué hacemos? Simplemente expresamos
lo que Él es. “Tú eres esto y aquello”. No existe otra alabanza. No podemos
ofrecerle algo que no sea de Él, pero las alabanzas de Dios simplemente son
hechos acerca de Él.
Si desea alabar al Señor Jesucristo, cuéntele a la gente acerca de Él.
Tome lo de Cristo y muéstreselo a la gente. De esta manera, glorificará a
Cristo. Sé lo que hará. Hilvanará palabras, y les dará forma con elocuencia
hasta que haya logrado una encantadora pieza de literatura. Cuando lo haya
hecho, colóquelo en el horno y déjelo quemarse. Posiblemente cocine pan
para acompañarlo. Es mejor hablar a cerca de Jesús antes que inventar diez
mil palabras brillantes de alabanza respecto a Él. “El me glorificará; porque
tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16: 14).
Nuevamente, creo que el bendito Espíritu glorifica a Cristo
mostrándonos Sus cosas como pertenencias de Cristo. ¡Oh, el ser perdonado!
Sí, es gran cosa, pero hallar aquel perdón en sus llagas es aún mayor. ¡Oh, el
recibir paz! Sí, pero hallarla en la sangre de Su Cruz. Que las manchas de
sangre sean visibles sobre todas sus misericordias. Ellas están todas marcadas
con la sangre de la Cruz, sin embargo, a menudo pensamos en la dulzura del
pan o en la frescura de las aguas y nos olvidamos de dónde y cómo llegaron a
ser. Carecen de su máximo sabor.
Que haya venido de Cristo es lo mejor cosa respecto a lo mejor que
haya venido de Cristo. Que Él me haya salvado es de algún modo mejor que
haber sido salvo. Ir al cielo es una bendición, pero no sé si no es mejor estar
en Cristo y como consecuencia entrar al cielo.
Él mismo y aquello que viene de Él es lo mejor porque de Él proviene.
El Espíritu Santo glorifica a Cristo haciéndonos notar que las cosas de Cristo
son verdaderamente de Él, completamente de Cristo y aún están en conexión
con Cristo, y nosotros simplemente disfrutamos de ellas porque estamos
conectados con Cristo.
Luego dice: “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará
saber” (Juan 16: 14-15). Sí, el Espíritu Santo glorifica a Cristo, porque nos lo
revela. Muchas veces anhelé que los hombres distinguidos se pudieran
convertir. Deseaba que hubiera hombres como Milton que canten del amor
de Cristo; algunos hombres inteligentes que enseñasen literatura y filosofía, y
volcaran su talento para predicar el Evangelio.
¿Por qué ocurre esto? Bueno, porque el Espíritu Santo considera que
esa sería la mejor manera de glorificar a Cristo supremamente. Prefiere
aceptar a gente común y mostrarles las cosas de Cristo. Él glorifica a Cristo.
Bendito sea Su nombre, que mis ojos turbios miren Su infinita hermosura.
Que un desdichado como yo, que sabe de todo en lugar de conocer lo que
debo, necesita ser plenamente capaz de comprender cuál sea la anchura, la
longitud, la profundidad, y la altura y de conocer el amor de Cristo que
excede a todo conocimiento (Ef. 3: 18-19).
Ese joven inteligente en la escuela, no se debe a que el maestro lo
hizo una persona lista. Pero, hay uno que brilla como estudiante, y su madre
dijo que era el más dotado en la familia. Todos sus compañeros decían:
“¡Vaya, era uno de los menos inteligentes en la escuela! Parecía no tener
cerebro, pero nuestro maestro se las ingenió para llenarlo de sabiduría y le
reveló cosas que en el pasado no podría comprender”. De algún modo,
nuestra necedad, impotencia, y muerte espiritual obra hacia la glorificación
de Cristo, que es el propósito del Espíritu Santo, si es que Él nos revela las
cosas de Cristo.
Entonces, ya que la revelación de lo suyo es en honor a Cristo, Él nos
muestra las cosas de Cristo para que sean reveladas a otros. No podemos
hacer esto a menos que Él sea con nosotros para que los demás vean. Él
estará con usted mientras cuente acerca de lo que le enseñó y el Espíritu
Santo les revelará a los demás como así también a nosotros. Fluirá una
segunda influencia de este servicio, ya que seremos ayudados para utilizar los
medios pertinentes para revelar las cosas de Cristo a otros.
El Consola dor