Corinto
Corinto
Corinto
Pero ¿por qué preferían los marineros esta ruta por tierra? Porque les ahorraba un peligroso viaje
de 320 kilómetros (200 millas) por las agitadas aguas de los cabos del sur del Peloponeso, donde
son frecuentes los temporales. En particular, deseaban evitar el cabo Maléas, del cual se decía:
“Cuando dobles Maléas, olvídate de tu casa”.
En tiempos del Imperio romano había dos muelles que se adentraban en el mar a modo de
herradura y creaban una entrada de entre 150 y 200 metros (450 y 600 pies) de ancho. El puerto
podía recibir embarcaciones de hasta 40 metros (130 pies) de largo. En su extremo suroeste se
han desenterrado restos de lo que se cree que era un santuario dedicado a la diosa Isis. Y en el
extremo contrario se ha encontrado un grupo de edificios que probablemente constituían un
templo de Afrodita. A ambas diosas se las consideraba las protectoras de los marineros.
Es posible que el dinámico comercio portuario haya influido mucho en que el apóstol Pablo
trabajara haciendo tiendas de campaña en Corinto (Hechos 18:1-3). Según el libro De viaje con
San Pablo, “cuando se acercaba el invierno, tenían los fabricantes de tiendas, que eran a la vez
fabricantes de velas y tejedores de lonas en Corinto, más trabajos y encargos casi de lo que podían
ejecutar. Con los dos puertos llenos de navíos anclados para el invierno y ansiosos de reequiparse,
mientras los puertos estaban cerrados, los vendedores de efectos navales de Lechaion [Lequeo] y
de Cencres [Cencreas] tendrían trabajo para casi todo hombre que fuera capaz de coser un trozo
de lona”.
Tras pasar más de dieciocho meses en Corinto, Pablo se embarcó en Cencreas rumbo a Éfeso
alrededor del año 52 de nuestra era (Hechos 18:18, 19). Se sabe que en algún momento de los
siguientes cuatro años se formó una congregación cristiana en el puerto de Cencreas porque,
según la Biblia, Pablo pidió a los hermanos romanos que ayudaran a Febe, una cristiana de la
congregación que se reunía allí (Romanos 16:1, 2).
Hoy día, quienes visitan la cala de Cencreas pueden nadar en sus cristalinas aguas entre las ruinas
del puerto sumergido. Pocos se imaginan cuánta actividad cristiana y comercial hubo allí hace
siglos. Lo mismo puede decirse de Lequeo, el otro puerto de Corinto, en la orilla occidental del
istmo.
Este camino contaba con aceras y muros dobles de protección, y discurría entre edificios
gubernamentales, templos y tiendas bajo pórticos de columnas. Por allí circulaban compradores,
vendedores, esclavos, hombres de negocios, e incluso ociosos con ganas de hablar. Sin duda, un
campo fértil para la predicación del apóstol Pablo.
Lequeo no solo era un puerto comercial: también era una importante base naval. Algunos afirman
que el trirreme —uno de los más poderosos barcos de guerra de la antigüedad— fue inventado
por el armador corintio Ameinocles en los astilleros de Lequeo alrededor del año 700 antes de
nuestra era. Este barco fue crucial para la gran victoria de los atenienses sobre la armada persa en
la batalla de Salamina (480 antes de nuestra era).
De aquel dinámico puerto, hoy no queda más que una serie de negras lagunas llenas de juncos.
Nadie diría que, siglos atrás, allí estuvo uno de los puertos más grandes del Mediterráneo.
Los puertos de Corinto no solo convirtieron a la ciudad en un importante centro marítimo,
sino que también la hicieron florecer económicamente. Por un lado, como el tráfico
marítimo atraía el comercio, los corintios lograron amasar enormes fortunas cobrando
elevadas tasas en los puertos y cuotas por el transporte de mercancías y barcos a través
del díolkos. A esto se sumaban los impuestos al tránsito por tierra. Tantos eran los
ingresos estatales recaudados en los mercados y los puertos, que a finales del siglo VII
antes de nuestra era se eximió a los ciudadanos corintios de pagar impuestos.
Otra fuente de ingresos la constituían los mercaderes que había en la ciudad, muchos de
los cuales se hicieron conocidos por su afición a los lujos desmedidos y a las juergas
inmorales. Los marineros que acudían a raudales a Corinto también la enriquecían, pues
según indica Estrabón, derrochaban su dinero. Además, la ciudad ofrecía multitud de
servicios, entre ellos la reparación de barcos. Los primitivos habitantes de Corinto no
eran griegos. Pero más tarde, los fenicios establecieron allí colonizadores que se
ocuparon de la fabricación de púrpura a partir de unos moluscos marinos.
Introdujeron también la fabricación de tejidos, cerámica y las armaduras.