El Aprendizaje y La Conducta Humana
El Aprendizaje y La Conducta Humana
El Aprendizaje y La Conducta Humana
EL APRENDIZAJE Y LA CONDUCTA
HUMANA
Se puede definir el aprendizaje como el proceso mediante el cual se origina o se modifica una actividad
respondiendo a una situación, siempre que los cambios no puedan ser atribuidos al crecimiento o al estado
temporal del organismo (como en la fatiga o bajo el efecto de las drogas). No todos los cambios de la
conducta pueden explicarse como aprendizaje, por lo que nuestra definición ha de ser precisada para
excluirlos.
Aprendizaje viene del latín apprehendere, que significa adquirir el conocimiento de un arte, oficio y otra cosa
a través del estudio o la experiencia. El aprendizaje es el conjunto de procesos a través de los cuales hacemos
nuestros una serie de conocimientos, conceptos, habilidades, etc. No comprende sólo los procesos
intelectuales o conceptúales, sino que también aprehendemos (hacemos nuestro) de la propia experiencia
vital, a menudo incluso de forma inconsciente. La conducta de cada cual es el resultado -aunque no
necesario- de un continuo proceso de aprendizaje, que se inicia con el nacimiento y que nunca termina
mientras vivimos. Existe un aprendizaje no sólo en la persona individual, sino también en cualquier tipo de
colectividades humanas e incluso animales; éstos no se comportan exclusivamente llevados por sus instintos,
sino que también aprenden de la observación de lo que hacen otros de su misma especie.
El aprendizaje implica la idea de una adquisición intrínseca, relativamente duradera, realizada por un
individuo y que tiene como consecuencia un cambio en su conducta o en sus vivencias. Es, por tanto, un
proceso que origina nuevos comportamientos o los modifica, a causa de las experiencias tenidas. Así, el
proceso del aprendizaje está íntimamente ligado a la adquisición de la conducta, por lo que el conductismo
ha realizado sus investigaciones atendiendo, precisamente, al proceso de aprendizaje, tanto en los animales
como en los hombres. Una conducta aprendida tiene más opciones de ser repetida que otra improvisada.
El aprendizaje puede ser considerado desde el punto de vista del desarrollo, porque nuestro conocimiento y
destrezas se van integrando a lo largo de nuestra vida; lo que somos capaces de hacer hoy no depende sólo de
nuestras capacidades naturales y nivel de madurez, sino también de lo que hemos aprendido en el pasado. El
aprendizaje es interactivo, puesto que se produce por medio del intercambio activo con el medio ambiente, y
la forma en que somos capaces de usar nuestros aprendizajes pasados depende de las circunstancias activas
del presente.
La mayor parte de los psicólogos que prefieren hacer hincapié en las relaciones estímulo-respuesta
interpretan el aprendizaje como la formación de hábitos, con lo que se refieren al aprendizaje asociativo, es
decir, la adquisición de un nexo entre un estímulo y una respuesta que no existía antes. Así, la designación
verbal de los objetos depende de una serie de hábitos verbales. Es posible interpretar toda la conducta
aprendida como si fuese esencialmente de la misma clase, incluyendo las actitudes, los modos de pensar y las
expresiones emocionales habituales. De acuerdo con esta interpretación, todo nuestro aprendizaje es
asociativo: solamente aprendemos hábitos.
Otros psicólogos no están convencidos de que sea más beneficioso tratar todo el aprendizaje como una
formación de hábitos. Se sienten impresionados por el papel del entendimiento en el aprendizaje, o hablando
más técnicamente, por el papel de los procesos cognoscitivos. Algunos creen que los resultados del
aprendizaje cognoscitivo, o aprendizaje del entendimiento, se pueden predecir a partir del conocimiento de
hábitos, mientras que otros creen que se tienen que añadir algunos principios nuevos para explicar lo que
hace el que aprende cuando utiliza de una manera sofisticada sus hábitos anteriores en situaciones nuevas.
1. Conductismo y aprendizaje
El conductismo parte de una concepción cientifista sobre la Psicología. Puesto que la ciencia debe versar
sobre fenómenos observables o, cuanto menos, que puedan ser cuantificados y analizados en condiciones
objetivas, no puede admitirse como objeto de estudio psicológico nada que no reúna tales condiciones.
Los primeros teóricos de este movimiento arremetieron contra la introspección como método y contra el
mentalismo como teoría. La primera consistía en analizar los estados internos de la mente para arrojar luz
sobre sus procesos. El segundo mantenía la suposición teórica de que nociones como mente, conciencia o
motivos eran entidades reales y objetivas que existían dentro del cerebro, las cuales constituían el objeto de
estudio directo de la investigación psicológica.
Watson abanderó la crítica a la Psicología dominante en su época, proponiendo un cambio en los métodos y
conceptos para realizar investigaciones puramente científicas. Como resultado de su crítica se desarrolló el
conductismo, el cual se fundamenta en las siguientes ideas:
a. Si la ciencia debe estudiar exclusivamente datos empíricos, el objeto de la Psicología tendrá que ser
observable.
c. Cuando observamos una conducta, podemos aislar en ella dos elementos. Por un lado, los estímulos
ambientales que impactan en el organismo, y, por otro, la respuesta que éste emite a continuación.
Tanto estímulos como respuestas son observables, cuantificables y susceptibles de ser utilizados en
experimentos científicos. Por tanto, si la Psicología es la ciencia de la conducta, deberá dedicarse al
estudio de las asociaciones entre Estímulos y Respuestas. Con frecuencia, dicha relación es
representanda esquemáticamente como E-R. Lo que sucede dentro del cerebro y no puede ser
observado mediante técnicas fisiológicas no interesa al psicólogo, ya que su análisis científico resulta
imposible.
d. El término científico de conducta designa un concepto más amplio que el de su uso coloquial. Así, la
conducta incluye todas las reacciones corporales que puedan ser medidas, aunque no puedan ser
observadas a simple vista.
e. Las investigaciones psicológicas deben orientarse hacia el descubrimiento de las leyes de la conducta,
sean éstas determinadas genéticamente o sean el resultado de aprendizajes individuales.
f. La conducta se consolida en forma de hábitos, los cuales permiten una mejor adaptación al ambiente.
g. Los experimentos prueban que la conducta es altamente modificable. Por lo tanto, deberán estudiarse
las técnicas más propicias para la modificación de conductas con el objetivo de aplicarlas en ámbitos
como la psicoterapia, la educación o el refuerzo de pautas sociales.
h. El lugar ideal para la experimentación es el laboratorio, ya que allí pueden ser controladas todas las
variables intervinientes. Cuando por motivos éticos no se pueda experimentar con humanos, las
pruebas se realizarán con animales. Según los conductistas, existen pocas diferencias entre unos y
otros en relación a un número elevado de conductas, por l oque las conclusiones obtenidas mediante
experiencias con animales pueden ser extrapoladas, salvo excepciones, al comportamiento humano.
i. Como consecuencia de las tesis anteriores, el conocimiento de las técnicas y leyes del aprendizaje,
tanto animal como humano, se convierte en el punto central de la Psicología. Su fin: condicionar y
predecir los comportamientos para mejorar las habilidades adaptativas de los organismos.
Aunque suele considerarse a Watson como creador teórico del movimiento, las primeras experiencias que
incorporaron técnicas puramente conductistas fueron las de Thorndike quien, junto con L. Morgan, formuló
la teoría del aprendizaje por ensayo y error. Ésta se fundamentaba en los experimentos llevados a cabo con
animales hambrientos a los que Thorndike introducía dentro de jaulas. Para salir de ellas, era necesario que el
animal aprendiera a tirar de un cordel o manipular un mecanismo que abría las puertas. En animal, excitado y
hambriento, efectuaba una serie de movimientos al azar (ensayos) hasta que, por causalidad, daba con la
solución propicia para salir. Una vez aprendida la conducta, desaparecían los ensayos.
Thorndike observó que las curvas de aprendizaje mostraban una clara disminución del tiempo necesario para
encontrar la solución según el número de veces que se hubiera ensayado el experimento. Formuló así la ley
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del ejercicio, según la cual aumenta la probabilidad de una respuesta en función de las veces que se haya
dado esa situación en el pasado.
También postuló la ley del efecto: la posibilidad de alcanzar un estado gratificante favorece la aparición de
una conducta. O si se prefiere, un comportamiento que va acompañado de una recompensa queda fortalecido,
es decir, tiende a repetirse. De esa manera se consolida el nexo entre situación y respuesta. En cambio, si la
situación se acompaña de un estado molesto, el nexo se debilita.
Thorndike se convirtió en pionero del conexionismo, una teoría que reducía todo el psiquismo humano a
puras asociaciones cerebrales, formadas como consecuencia de aprendizajes anteriores. Según él, incluso
procesos superiores como el razonamiento o el lenguaje se reducían a hábitos de conducta consolidados, bien
por la ley del Efecto, bien por la Ley del Ejercicio. Las asociaciones eran nexos entre Estímulos y
Respuestas, que habían sido grabados o inhibidos en el cerebro gracias a la satisfacción o al malestar que
provocaban respectivamente. Para Thorndike las asociaciones de estímulos y respuestas formaban un
conjunto de redes neuronales jerarquizadas que tendían a consolidarse o debilitarse según fueran gratificadas
nuestras conductas.
En las primeras décadas del siglo XX Watson se convirtió en el gran teórico del conductismo. Su radical
punto de vista le llevó a descartar por completo el estudio de los estados mentales y a interesarse
exclusivamente por el análisis experimental de la conducta. Algunas de sus opiniones provocaron
indignación entre sus colegas y también en la opinión pública. Así, por ejemplo, cuando afirmó que si le
dejaran a un niño recién nacido, y si no tuviera que preocuparse por problemas éticos derivados de los
experimentos, podría hacer de ese niño el tipo de persona adulta que él previamente hubiera programado. O
también cuando escribió: «El conductista no reconoce ninguna línea divisoria entre el animal y el hombre».
Su oposición frontal a cualquier tipo de mentalismo en Psicología le llevó a rechazar la Ley del Efecto, pues
argumentaba que los términos empleados por Thorndike ("estado gratificante", "malestar", etc.) eran
conceptos subjetivistas que no podían ser observados en un laboratorio. Por tanto, quedaban al margen de
una ciencia sobre la conducta. Si admitió, en cambio, la Ley del Ejercicio, derivándola hacia la fisiología.
Según Watson, la frecuencia o repetición de una conducta provocaba que las conexiones neuronales E-R se
reforzaran continuamente como fruto de esa repetición. Su aportación al conductismo consistió más en la
defensa teórica de sus postulados que en experimentos que descubriesen nuevas leyes sobre el aprendizaje.
El experimento consiste en que se da una luz (estímulo condicionado). El perro realiza algunos movimientos
exploratorios, pero no saliva. Después de unos segundos se pone la carne en polvo (estímulo
incondicionado). El perro está hambriento y come. Un aparato conectado alas glándulas salivales del perro
registra una salivación copiosa. Se hacen unas cuantas pruebas análogas en las cuales la luz va siempre
seguida por la carne, la carne va seguida por la salivación. (Este hecho de que el estímulo condicionado sea
seguido por el estímulo no condicionado y el reflejo se llama refuerzo). Después de varios refuerzos, el perro
saliva al darse la luz, aunque esta acción no vaya seguida por la comida. Cuando sucede esto, se ha
establecido un reflejo condicionado. El orden usual de los acontecimientos (estímulo condicionado/estímulo
no condicionado/respuesta) puede recordarse mejor si se piensa en el estímulo condicionado como una señal
de que el estímulo no condicionado está a punto de aparecer; en el ejemplo anterior la luz es una señal de que
la comida (estímulo no condicionado) está llegando. El reflejo condicionado puede considerarse como un
simple hábito porque: 1) se demuestra que existe una asociación entre un estímulo y un reflejo, y 2) porque
la asociación es aprendida.
El condicionamiento clásico puede ser definido, pues, como la formación (o reforzamiento) de una
asociación entre un estímulo condicionado y un reflejo por medio de la presentación repetida de un estímulo
condicionado en una relación controlada con un estímulo no condicionado. Al reflejo original ante el
estímulo no condicionado se le llama reflejo condicionado
Cuando el estímulo condicionado va seguido de un modo regular por el estímulo no condicionado y el reflejo
no condicionado, los reflejos condicionados ante el estímulo condicionado aparecen con mayor fuerza y con
mayor regularidad al repetirse dicha estimulación pareada. Al emparejamiento de los estímulos
condicionados y no condicionados se le llama refuerzo porque cualquier tendencia a aparecer del reflejo
condicionado es facilitada por la presencia del estímulo no condicionado, o por medio de pruebas reforzadas
si hay un intervalo de tiempo suficiente entre los estímulos condicionados y no condicionados, de modo que
el reflejo condicionado empieza antes que el no condicionado.
Una vez formado, el reflejo condicionado sufre cambios sistemáticos de fuerza, que dependen de los
dispositivos experimentales. Si el estímulo incondicionado se omite repetidas veces, de forma que no haya
refuerzo, la cantidad de reflejo condicionado disminuye gradualmente. A la repetición de el estímulo
condicionado sin refuerzo se le llama extinción. La disminución del reflejo durante la extinción no es una
mera desaparición pasiva del reflejo, sino que en vez de ello es una inhibición; es decir, una tendencia
contraria al reflejo, que puede extenderse a otros reflejos no incluidos en el condicionamiento original.
La extinción no destruye realmente el reflejo condicionado, pues al cabo de un período de descanso del
sujeto, el reflejo condicionado retorna, aun cuando no haya intervenido ningún refuerzo. Este retorno sin
refuerzo se llama recuperación espontánea y conduce a apoyar la interpretación de que las consecuencias de
la extinción son una especie de inhibición activa o de supresión del reflejo condicionado que no se debe
confundir con un olvido o una desaparición permanente del reflejo.
Skinner parte de una posición ambientalista: las conductas de los organismos están determinadas por las
condiciones ambientales. Si esto es así, transformando experimentalmente esas condiciones, se puede
modificar el comportamiento de los seres. Luego, el aprendizaje de nuevas conductas exige previamente una
modificación de las circunstancias ambientales que inciden sobre un ser en concreto. El fin último de Skinner
era la elaboración de una tecnología de la conducta que permitiera predecir, controlar y dirigir las acciones
de los humanos. Sus detractores le acusaron de totalitarismo por el afán de controlar o programas las
conductas individuales y sociales. Él se defendía diciendo que sólo cuando el hombre dominase totalmente
las leyes de la conducta podría programar una sociedad más feliz. Sus ideas sobre un mundo planificado
según procedimientos conductistas fueron plasmadas en su novela Walden Dos.
Skinner define la conducta como aquella parte del funcionamiento de un organismo que consiste en actuar o
en relacionarse con el mundo exterior. Ignora en ella cualquier influencia de las facultades psíquicas
interiores, puesto que, sin negar su existencia, dice que no pueden ser observadas ni controladas. En cambio,
le interesa resaltar los estímulos externos que condicionan el comportamiento.
Skinner propuso una distinción entre dos clases de conducta, a las que llamó conducta refleja y conducta
operante. La conducta refleja está directamente bajo el control del estímulo, como en los reflejos no
condicionados del condicionamiento clásico. La relación de la conducta operante con el estímulo es en cierto
modo diferente. Con frecuencia parece que la conducta es emitida, es decir, parece que es espontánea más
bien que un reflejo ante la estimulación.
La palabra operante deriva del hecho de que la conducta operante "opera" en el medio ambiente para
producir algún efecto. Por la misma razón a esta conducta se la llama a veces instrumental, porque produce
efectos, como lo hace una herramienta u otro instrumento. De aquí que al condicionamiento operante se le
conozca también con el nombre de condicionamiento instrumental.
Para producir el condicionamiento operante, se coloca una rata hambrienta en una caja. El interior de la caja
es liso a excepción de un barra sobresaliente que tiene un plato de comida debajo. Se puede encender una
pequeña bombilla por encima de la barra a discreción del experimentador.
Una vez sola en la caja, la rata se mueve con desasosiego y ocasionalmente oprime las patas contra la barra.
La presión con que empuja la barra define su nivel operante de presión de la barra antes del
condicionamiento.
Ahora el experimentador sujeta el depósito de alimento, de modo que cada vez que la rata presione la barra
caiga un montón de comida al plato. El animal come, y pronto presiona de nuevo la barra. La comida
refuerza la conducta de presionar.
Si se desconecta el depósito de la comida, de modo que al presionar la barra no caiga ya comida, la presión
de la barra disminuirá. Es decir, el reflejo operante sufre la extinción al no haber refuerzo, lo mismo que le
ocurría a un condicionamiento clásico.
Con este ejemplo delante, estamos preparadas para estudiar el significado de la conducta operante
condicionada. Como ya se ha indicado, se llama operante porque "opera" en el medio ambiente: la presión de
la rata sobre la barra produce o facilita el acceso a la comida. En el condicionamiento clásico el animal es
pasivo; se limita a esperar hasta que se le presenta el estímulo condicionado, el cual es seguido por el
estímulo no condicionado. En el condicionamiento operante el animal tiene que ser activo; no se puede
reforzar su conducta a menos que él haga algo.
El refuerzo intermitente consiste en que el reflejo es reforzado únicamente una fracción del tiempo que dura
la conducta a reforzar.
Un pichón aprende a picar en un lugar y tiene acceso a una pequeña cantidad de grano como refuerzo. Una
vez establecido este operante condicionado el pichón continuará picoteando en una proporción elevada y
relativamente uniforme, aunque reciba tan sólo unos pocos refuerzos
La importancia práctica del refuerzo intermitente es muy grande. La madre de un niño no está siempre
presente para premiarle por mirar a ambos lados antes de cruzar la calle. Pero la influencia de los refuerzos
es tal que persisten contra muchos no-refuerzos.
Pavlov observó que, una vez que un perro había aprendido a reaccionar ante un estímulo condicionado de
una manera digna de confianza, podía servir el estímulo condicionado para reforzar un reflejo condicionado
ante un nuevo estímulo. Supongamos que el animal aprende a salivar ante el agua burbujeante como estímulo
condicionado. Este es un reflejo condicionado de primer orden. Si una luz centelleante se le presenta luego
juntamente con el agua burbujeante, la luz al presentarla sola producirá el reflejo condicionado. Pavlov llamó
a este proceso condicionamiento de segundo orden. El estímulo condicionado del condicionamiento de
primer orden se ha convertido en un refuerzo secundario. Este tipo de refuerzo también puede existir en el
condicionamiento operante (además de en el condicionamiento clásico)
El principio general, válido tanto en el condicionamiento clásico como en el operante, puede enunciarse de la
manera siguiente: cualquier estímulo se puede convertir en estímulo reforzador mediante la asociación con
un estímulo reforzador.
Cuando una rata que está dentro de una caja de Skinner oprime una palanca, se enciende una luz, seguida
inmediatamente por la caída de un trozo de comida en la bandeja. Después de que varios grupos de animales
son condicionados de esta manera, recibiendo algunos más refuerzos que los demás, el reflejo se extingue en
la oscuridad. Es decir, cuando la rata oprime la palanca, no aparece ni la luz ni el alimento, e inmediatamente
el animal deja de oprimir la palanca.
Ahora se vuelve a conectar la luz, pero sin la comida. Cuando se descubre que al presionar la palanca
enciende la luz, la proporción de presión aumenta, venciendo la extinción aun cuando no siga la comida. De
donde se desprende que la luz ha adquirido cualidades reforzadoras secundarias.
El valor del refuerzo secundario deriva originalmente de la asociación con el refuerzo primario. Un rasgo del
refuerzo secundario muy importante para la conducta social humana es su amplio grado de generalización. El
principio se puede enunciar así: una vez establecido, un refuerzo secundario puede reforzar otros reflejos
aparte del reflejo usado durante su establecimiento original, y puede hacerlo con otros motivos que el que
prevaleció durante el aprendizaje original.
Un refuerzo secundario aumenta grandemente la cadena del posible condicionamiento. Si todo lo que
aprendemos tuviera que ser reforzado en secuencias estímulo - respuesta no aprendidas, las ocasiones de
aprender serían muy restringidas. Sin embargo, cualquier hábito, una vez aprendido, puede ser la base de
otros hábitos.
3. La psicología tiene como objetivo básico el descubrimiento de dichas leyes, las cuales pueden ser
verificables experimentalmente.
Llevado esto al límite, significa que cualquier persona será capaz de controlar el comportamiento de otras
personas para conseguir cualquier objetivo deseable, en la medida en que:
2. Posea una información fiable sobre las variables relevantes que actúan en la situación que le interesa.
3. Tenga poder para cambiar las variables relevantes en la forma deseada y en el momento oportuno.
Lo que Skinner descubrió es que el comportamiento es función de sus consecuencias, lo que puede traducirse
en la ley de Skinner: «Las consecuencias que siguen inmediatamente a una conducta que ha sido emitida en
un ambiente concreto, alteran la probabilidad de que dicha conducta ocurra de nuevo en este ambiente y en
otro de características parecidas». El ambiente no provoca comportamientos, sino que los selecciona,
manteniendo algunos, incrementando o eliminando otros.
de comportamiento estable, que permanece hasta que es sustituida por otra que satisface más o, lo que es
igual, que constituye una mejor adaptación al medio. El hombrees un producto del medio ambiente.
Por lo general, el hombre actúa para evitar el castigo, lo desagradable, y entonces se dice de él que es bueno,
y se alaba su dignidad y su libertad, pero el mérito no está en el hombre, sino en el medio, que es quien
castiga, y por eso es al medio al que se debería alabar, y no al hombre. De este modo, según Skinner, el
hombre se verá obligado a abandonar su último reducto diferencial (la conciencia, el yo interior) y aceptar la
cruda realidad: su comportamiento, lo mismo que el de los demás organismos, es función de una historia
genética y de unas contingencias ambientales. Además, «todavía está por ver lo que el hombre puede hacer
del hombre». Las conquistas del hombre son «tan dignas de admirar como un follaje en otoño».
El condicionamiento positivo reduce las necesidades o los impulsos eliminando los estímulos nocivos que
son originados por ellos. En el condicionamiento positivo, la inducción de la estimulación nociva es gradual,
su localización es difusa y la intensidad que alcanza no suele ser grande. Por el contrario, en el
condicionamiento negativo, la estimulación suele ser local y exteroceptiva, su grado de intensidad mayor, y
más rápida la aparición y remoción del dolor, que es lo que en este caso consiste el verdadero refuerzo.
2. condicionamiento de escape
El condicionamiento del primer tipo, en que la respuesta condicionada consiste en una respuesta de miedo,
ansiedad, etc., se produce cuando el sujeto no puede evitar la estimulación negativa. En el condicionamiento
de escape, al sujeto no le es posible evitar el estímulo nocivo, pero sí puede escapar de él y de ese modo
reducir su intensidad o eliminarlo eventualmente. El condicionamiento de evitación activa se asemeja al
anterior, excepto en que, tras la presentación de un estímulo discriminativo, el sujeto puede evitar la
estimulación aversiva con un operante adecuado. En el condicionamiento de evitación pasiva, vulgarmente
conocido por castigo, el sujeto evita el estímulo aversivo mediante la supresión de una respuesta en lugar de
mediante una respuesta de supresión.
1.3.2 El castigo
El castigo enseña a no hacer algo, a suprimir una respuesta, pero nada más; no ofrece formas alternativas de
conseguir el mismo refuerzo a través de operantes no punibles, o de sustituirlo por otros similares. Esta
negatividad cerrada hace del castigo un procedimiento de aprendizaje que con facilidad provoca procesos de
frustración que degradan la capacidad adaptativa del sujeto.
El factor más importante para que un castigo sea eficaz consiste en la intensidad del estímulo aversivo. Los
castigos débiles suprimen la respuesta indeseable durante muy corto lapso de tiempo. El manejo de
parámetros de intensidad intermedia, en unión de otros factores, constituye la zona óptima de efectividad del
castigo humano.
Entre estos otros factores a tener en cuenta está el de la proporcionalidad del estímulo aversivo con la fuerza
de operante a suprimir y con la gravedad "subjetiva" de la falta.
Afín al factor anterior es el de la consistencia con que se administra el castigo. Un castigo leve aplicado
consistentemente puede alcanzar altas cotas de efectividad.
Mientras el aprendizaje operante explica cómo se aprenden conductas que el niño realiza espontáneamente,
el aprendizaje vicario trata de explicar cómo se adquieren conductas nuevas que nunca antes había realizado
el sujeto. Y este modo de aprender afecta a un repertorio de actos humanos de tal entidad que lo convierte en
el aprendizaje social por excelencia. Pinillos lo expresa del siguiente modo: «Sería insensato pretender
enseñar a hablar a un niño normal por el procedimiento operante, o esperar a que espontáneamente o por
aproximaciones sucesivas emitiera una vez el operante del principio de Arquímedes para reforzarlo con un
caramelo».
En todas las culturas se utiliza la imitación como un instrumento esencial de socialización. Un ejemplo de
este papel socializador de la imitación es el comportamiento típico de una subcultura indígena de Guatemala.
Estos niños aprenden las conductas propias del rol adulto casi por completo mediante la imitación. A las
niñas se les da una jarra de agua, una escoba y una piedra de moler, que son versiones en miniatura de las
que utiliza su madre para ir a buscar agua, hacer las tareas de limpieza y moler el maíz con el que cocina.
Observando e imitando constantemente las actividades domésticas de la madre, que no le da apenas
instrucciones directas, las niñas adquieren pronto el repertorio de respuestas que su cultura asigna a su
género. Del mismo modo, los niños acompañan a su padre a la milpa, sembrado de maíz, y disponen de
versiones de tamaño pequeño de los utensilios utilizados para las tareas agrícolas.
Para que se produzca el aprendizaje vicario (imitativo), según Bandura, tienen que cumplirse tres
condiciones:
Decodificación: el observador tiene que comprender por qué el modelo realiza la conducta que va a ser
imitada por él. Es necesario que el niño o la niña que observa a su madre o a su padre realizar una
conducta entienda el valor de esa conducta en términos de causa-efecto, es decir, que entienda las
ventajas que obtiene el modelo como consecuencia de realizar la acción.
Evaluación: entendidas las consecuencias ventajosas que le produce al modelo la acción que está
realizando, el niño o niña hace un ejercicio de evaluación, valorando si le resulta conveniente llevar a
cabo esa misma acción. Si el observador hace una evaluación positiva, es decir, si considera que a él
también le producía beneficios actuar de ese modo, ya sólo será necesario un tercer elemento para que
la acción quede aprendida.
¿Qué características ha de tener un modelo para ser imitado? Bandura señala algunas: tener atractivo,
resultar creíbley por tanto inspirar confianza, y aparecer ante los ojos del observador como alguien poderoso.
Mediante esta teoría, Bandura pretende explicar el aprendizaje de comportamientos violentos. Bandura
acepta que la forma mejor y más efectiva para adquirir comportamientos agresivos es el aprendizaje directo,
es decir, que el sujeto que realiza esa conducta sea reforzado por ello, que haya practicado la violencia "con
éxito". Sin embargo, Bandura pone el acento en el aprendizaje indirecto del comportamiento agresivo. La
razón está en que el aprendizaje directo explica el afianzamiento de conductas violentas ya existentes en el
repertorio de la persona, es decir, una vez que el niño o la niña ha actuado ya con violencia. El aprendizaje
vicario, en cambio, pretende explicar la adquisición de conductas nuevas. Según esta teoría es suficiente
observar un espectáculo de violencia para que se produzca aprendizaje. La visión de la violencia supone un
doble aspecto: por un lado, la persona adquiere el conocimiento de formas de comportarse agresivamente;
por otro lado, experimenta un refuerzo vicario positivo o negativo, según que la conducta violenta sea
premiada o castigada.
Para probar su teoría Bandura realizó el siguiente experimento: preparó una habitación en donde los sujetos
del experimento podían ser observados sin que ellos tuviesen conciencia de ellos (cámara de Gessel). Llevó
a unos niños a esta habitación y les mostró unos juguetes con los que les prometió jugar después: un muñeco-
títere y otros juguetes más pequeños. En ese momento hizo que entrara en la habitación una maestra muy
significativa para ellos. La maestra jugó durante un minuto con los juguetes pequeños y durante nueve
minutos con el muñeco-títere al que insultaba y pegaba, regañándole por lo mal que se había portado.
Cuando la maestra salió de la habitación, los niños se quedaron con los juguetes. Los niños se comportaron
del mismo modo que la maestra. En cambio, otro grupo de niños que había observado a la maestra jugando
de forma pacífica, cuando se quedó en la cámara se comportó de forma no violenta. Tal como había
anunciado Bandura, se producía un aprendizaje vicario de la violencia.
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25/1/2021 El aprendizaje y la conducta humana
La teoría de Bandura explica la adquisición de comportamientos por imitación. Pero, ¿qué condiciones
facilitan que se produzca tal aprendizaje?. Según Leyens, estas condiciones son cuatro:
El afecto en la relación modelo-sujeto. Cuanto más positiva sea la relación entre el modelo y el
aprendiz, mayor será la imitación. Por ejemplo, los padres son fuente de satisfacción de necesidades
desde que el niño viene al mundo: le proporcionan seguridad, afecto, atención a sus necesidades
básicas,... De ahí que los comportamientos de los padres adquieran un valor de refuerzo positivo para
el niño, ya que son asociados con experiencias gratificantes para él.
La semejanza inicial entre el modelo y el sujeto. Se produce más imitación cuanto mayor sea la
semejanza inicial entre el sujeto y el modelo. Así, por ejemplo, un comportamiento es más imitado si
el modelo que lo produce tiene el mismo sexo que el sujeto que lo observa.
El estatus del modelo. Un modelo que se considera con más estatus social es más imitado que otro
considerado de más bajo estatus.
Los refuerzos vicariantes. Son los efectos positivos que obtiene el modelo, si la persona observa a su
modelo actuando y obteniendo consecuencias positivas de ese comportamiento, tenderá a imitarlo
aunque no sea él directamente quien haya obtenido el refuerzo.
Los gestaltistas tomaron su enfoque constructivista de Kant. Pensaban que el hombre cuenta con un sistema
nervioso innato que está preparado para organizar la experiencia sensible; nuestra mente se encarga de
construir una imagen del mundo que nos permita desenvolvernos en él, y participa activamente en la
interpretación de la experiencia.
Los gestaltistas prestaron una especial atención al aprendizaje. Comprobaron que la mente humana se
muestra sumamente activa a la hora de resolver problemas concretos, y que esto mismo ocurre en algunos
animales. Así, Köhler observó que los chimpancés eran capaces de encontrar soluciones "inteligentes" en
ciertas circunstancias. Colocaba en lo alto racimos de plátanos que ellos no podían alcanzar por sí mismos,
pero también les proporcionaba palos sueltos que se podían encajar unos con otros para hacer con ellos una
vara larga, o bien cajas que se podían apilar para subirse a ellas. Los chimpancés parecían reflexionar,
dudaban, de pronto tenían un insighty lograban solucionar el problema. Otros investigadores han conseguido
lo mismo con otros animales, en apariencia tan poco inteligentes como las palomas.
Lo que a los gestaltistas les interesaba resaltar era que antes de encontrar la solución a un problema, la
inteligencia necesita un periodo de tiempo de reflexión en el que se intenta alcanzar una comprensión global
de la situación o del asunto, se tienen en cuenta diversas informaciones, se establecen planes de acción con
metas y submetas, se elaboran ciertas estrategias de acuerdo con el aprendizaje previo. De esto se sigue:
1. Aprender no es simplemente adquirir ciertos hábitos mentales automáticos, como dirían los defensores
del funcionalismo psicológico.
2. La mente humana tampoco se limita a responder mecánicamente a ciertos estímulos, como afirmaban
los conductistas.
3. La conducta humana no es previsible ni automática. Entre el momento en que el hombre recibe un
estímulo y el momento en que se da una respuesta existen toda una serie de procesos mentales
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Lorenz ha estudiado particularmente el instinto de agresión, y sugiere que sólo en la especie humana, y
debido a que el hombre no tiene un armamento biológico lo suficientemente fuerte como para destruir a otro
hombre, los mecanismos inhibidores de la agresividad no se han desarrollado, de manera que la agresividad
humana intraespecífica es más fuerte que en ninguna otra especie animal, y tiene resultados más desastrosos
que en cualquiera de ellas.
Entre los descubrimientos de Lorenz destaca, por ejemplo, el de una especie de avispa excavadora que
encuentra y captura solamente abejas de miel. Sin ninguna experiencia previa, la avispa hembra de esta
especie excava un complicado túnel hasta encontrar a la abeja, la paraliza con un preciso aguijonazo en el
cuello, vuelve a su guarida y, cuanto tiene suficientes abejas, pone un huevo en una de ellas y sella la cámara.
Según los etólogos, este comportamiento tan especializado de esta avispa está dirigido por una programación
dada en sus genes desde el momento de su concepción. Este fenómeno se da de modo similar en otras
especies animales, en las que pueden observarse patrones fijos de conducta. Lorenz piensa que ignoramos,
sin embargo, demasiadas cosas sobre el modo en que nuestros comportamientos innatos se hallan codificados
en el genoma humano y no tenemos ni la menor idea de cómo modificar el genoma en orden a provocar
tendencias innatas más teleonómicas en relación con las actuales condiciones ambientales. Por otro lado, el
hombre no sólo dispone de su carga filogenética, sino que también posee un "mecanismo noológico" y
simbólico, más rápido que el genético, para suscitar, implantar y difundir nuevas pautas de conducta. En una
palabra: la educación y el aprendizaje debería conducir a la especie humana a una profunda revolución en el
modo de valorar las cosas y a la difusión de nuevos comportamientos.
En conclusión, en sus posiciones extremas, los defensores de este enfoque sostienen que los
comportamientos tardíos en la vida de los animales podrían no ser fruto del aprendizaje, sino de la
maduración del individuo, como sucede, por ejemplo, con el vuelo de las aves, que no requiere de ningún
aprendizaje, pero que se retrasa hasta que el polluelo tiene fuerza suficiente.
Lorenz, Tinbergen y von Frische señalaron cuatro mecanismos básicos con los que la programación genética
ayuda directamente a la supervivencia y adaptación de los animales:
Por un lado, muchos de los conocimientos y destrezas que los hombres adquirimos a lo largo de la vida, no
consisten en el simple refuerzo o extinción de una respuesta a un estímulo. Por otro lado, en estos
aprendizajes complejos intervienen estructuras adquisitivas de niveles y condiciones distintas que se integran
en hábitos de niveles múltiples, que obedecen leyes no siempre iguales a las propias de cada nivel.
La investigación psicológica de las destrezas estuvo presidida durante la primera mitad de siglo por la teoría
conductista del aprendizaje (E-R) que interpretaba la adquisición de las mismas en términos de cadenas de
estímulos y respuestas. Welfor, en 1958, describió así las certezas:
2. Son habilidades adquiridas en cuanto la comprensión del objeto y la forma de la acción se configuran
gradualmente en el curso de la experiencia reiterada.
3. Son procesos seriales en el sentido de que, dentro de la pauta o figura global de la destreza, muchos
procesos o acciones diferentes se ordenan y combinan en una secuencia temporal.
Sólo el ser humano tiene la capacidad de estimar subjetivamente la probabilidad de un suceso objetivo. Este
fenómeno se puede ilustrar con el siguiente ejemplo de Hake y Hornsteh. Se diseña un aparato con dos luces
y un botón. La tarea de los sujetos experimentales consiste en apretar el botón cada vez que piensen que la
segunda luz se iba a encender después de la primera. Todos los humanos comenzarán haciendo sus
predicciones más o menos al azar, para en seguida ajustar sus expectativas a las respectivas probabilidades de
las distintas secuencias de luces. A este fenómeno de correspondencia entre las expectativas y la
probabilidad objetiva de aparición de un estímulo se le conoce con el nombre de ajuste de probabilidades.
En este fenómeno se da una diferencia radical de comportamiento entre los animales y el hombre. Los
animales emplean la estrategia de la expectativa máxima, esto es, optan el 100 por 100 de las veces por
estímulos que, de hecho, aparecen menos veces. Esto suele dar lugar a que los animales suelan acertar más
veces que los hombres.
El aprendizaje por discriminaciones incidentales, esto es, no intencionadas, tiene lugar constantemente en la
conducta humana. El aprendizaje accidental no es cualitativamente diferente del deliberado; este último es
más efectivo porque la intención comporta de ordinario la ejecución de las operaciones discriminativas que
en el aprendizaje accidental sólo se llevan a cabo parcialmente.
El aprendizaje por discriminación invertida consiste en invertir las claves perceptivas que regulan una
respuesta. Si un sujeto aprende a oprimir un botón rojo para obtener un refuerzo, y uno verde para impedir un
shock, se verá obligado a invertir las claves adquiridas si de pronto el refuerzo se obtiene apretando el botón
verde, y el shock se evita oprimiendo el botón rojo. Cuando la inversión es muy complicada, el paso de unas
claves a otras puede llegar a hacerse imposible.
1. El desarrollo de una mayor capacidad innovadora, de una mayor plasticidad ontogénica, supone
también un incremento de los riesgos que los individuos han de afrontar como consecuencia de los
errores que se cometen durante el aprendizaje.
2. Las pautas de conducta aprendida que elabora cada individuo, al no estar grabadas genéticamente, no
pueden transmitirse a la generación filial por lo que los nuevos individuos tienen que reinventar su
conducta sin poder aprovechar lo aprendido por la generación anterior.
En estas circunstancias, la vida en grupo, además de proporcionar otro tipo de beneficios, puede facilitar el
desarrollo de una nueva modalidad de aprendizaje -el aprendizaje social- que permite suavizar los dos
inconvenientes anteriormente citados en contra de un mayor desarrollo cognitivo. Por aprendizaje social se
entiende el aprendizaje que se produce como consecuencia, al menos en parte, de la observación de la
conducta de otros individuos de la misma especie.
Aprendizaje por impronta: aprendizaje que se adquiere con rapidez en un determinado período de la
vida de un individuo y que se puede considerar social debido a que requiere la presencia de otro
animal. Ejemplo: el apego que se establece entre el progenitor-cría en muchas especies de aves y
mamíferos.
Condicionamiento clásico por observación: un individuo manifiesta una respuesta incondicionada ante
un estímulo después de que haya observado a otro individuo hacer lo mismo. Ejemplo: respuestas
instintivas de temor que manifiestan algunos primates ante estímulos desconocidos, inducidas por la
observación de reacciones de temor en otros individuos ante dichos estímulos.
Facilitación social mediante focalización de la atención: aprendizaje normal por ensayo y error que los
individuos desarrollan con facilidad debido a que observan a otros individuos interaccionar con el
objeto o sujeto implicado en el aprendizaje. Ejemplo: difusión entre los pájaros herrerillos de
Inglaterra de la costumbre de picotear la cubierta de estaño de las botellas de leche para poder
consumirla.
Imitación: modalidad típica de transmisión cultural en animales. Se trata de generar conducta nuevas,
que no son especie-específicas, mediante la observación y copia de la conducta exhibida por otros
individuos que se toman como modelos. Con respecto a la imitación de acciones las cosas distan de
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estar claras. La imitación de una acción requiere una gran capacidad de abstracción que para algunos
autores sólo parece al alcance de algunas especies de primates y de los delfines. Ejemplo: macacos de
Japón cuando una hembra -Imo- aprendió a lavar los boniatos proporcionados por los cuidadores en el
agua de un riachuelo cercano para quitarles la arena. Su conducta fue imitada al poco tiempo por otros
macacos compañeros de Imo.
Enseñanza: en la enseñanza el individuo que actúa como modelo debe procurar mediante demostración e
instrucción activa que se manifieste o no una determina la conducta en el individuo que aprende.
5. La Epistemología genética
Tal como la define su fundador, Jean Piaget, es una teoría del desarrollo del conocimiento, que «trata de
descubrir las raíces de los distintos tipos de conocimiento desde sus formas más elementales y seguir su
desarrollo en los niveles ulteriores, inclusive hasta el pensamiento científico». Piaget parte de la convicción
de que el conocimiento es una construcción continua, y de que la inteligencia no es más que una adaptación
del organismo al medio, a la vez que el resultado de un equilibrio entre las acciones del organismo sobre el
medio y de éste sobre el organismo. De aquí que el núcleo central de la epistemología genética consista en
una explicación del desarrollo de la inteligencia como un proceso según fases o génesis, cada una de las
cuales representa un estadio del equilibrio que se produce entre el organismo y el medio, a través de
determinados mecanismos de interrelación, como son la asimilación y la acomodación, a la vez que un
momento o fase de adaptación del organismo al medio. Estas diversas fases de equilibrio se caracterizan
como estructuras, porque organizan o estructuran la conducta del organismo en el trayecto de su adaptación.
Para explicar el origen del conocimiento, se han dado tradicionalmente dos explicaciones: la empirista y la
apriorista o innatista. Según la primera, el conocimiento proviene de fuera del organismo humano y el sujeto
aprende a recibirlo más o menos pasivamente; según la segunda, el conocimiento es una imposición de
estructuras internas del sujeto sobre los objetos. A la primera Piaget la ha llamado «génesis sin estructuras» y
a la segunda, «estructuras sin génesis». Frente a estas dos soluciones históricas, Piaget sostiene la postura
propia de que no hay estructuras que no provengan de otras estructuras, esto es sin génesis, y de que toda
génesis, o desarrollo, requiere una estructura previa. A su entender, el origen del conocimiento no se explica
suficientemente ni a partir de los objetos ni de los sujetos, ya constituidos e independientes los unos de los
otros; sino de ambos, y precisamente a partir de una casi total indiferenciación (de sujeto y objeto) al
comienzo de la vida del niño. Al nacer, el niño no tiene conciencia de sí mismo ni se percibe como sujeto ni
percibe las cosas como objetos; no hay, al comienzo, diferenciación entre sujeto y objeto. Uno y otro serán
resultado de una interacción mutua, que se logra a través de la acción o actuación del sujeto sobre los objetos
y de éstos sobre aquél. Puede decirse, según Piaget, que el pensamiento tiene su origen en las operaciones del
sujeto (operacionismo). En ese intercambio mutuo consiste exactamente el proceso adaptativo biológico,
que, en el aspecto psicológico, no es otra cosa que el desarrollo progresivo de la inteligencia. La adaptación
consiste en la sucesiva conformación de estructuras cognoscitivas, que son precisamente sucesivas
organizaciones de maneras de actuar el sujeto. Los mecanismos de transformación de estas estructuras
sucesivas son la asimilación y la acomodación. Asimilación es la acción del organismo sobre los objetos a
los que modifica, mientras que la acomodación es la modificación del sujeto causada por los objetos. Lo que
se modifica son precisamente los esquemas de acción. Un esquema es una manera constante de actuar, que
supone una organización de la inteligencia. Los esquemas propios de la acción de prensión de los niños
pequeños suponen cierto grado de inteligencia, en cuanto el niño no sólo sabe coger una cosa determinada
sino todas las parecidas, y sabe resolver, por tanto, los problemas de la prensión. La inteligencia, para Piaget,
igual que el instinto, no es más que una extensión adaptativa del órgano, mediante el cual se regulan las
relaciones con el medio. De ahí que pueda hablarse de las bases biológicas de la epistemología genética.
En el desarrollo del conjunto de estos esquemas de comportamiento, Piaget distingue dos grandes fases: la de
la inteligencia sensoriomotriz y la de la inteligencia conceptual. El desarrollo de la inteligencia
sensoriomotriz tiene lugar desde el nacimiento hasta los 18/24 meses. A partir de la modificación de los
reflejos innatos de la succión y de la prensión, el niño empieza a desarrollar su inteligencia, práctica y
manipulativa (sensoriomotriz), que consiste fundamentalmente en una diferenciación entre él y el mundo o
los objetos: los objetos externos se hacen independientes y estables y el niño puede actuar sobre ellos, y éstos
a la vez producen una acomodación en el niño, que consiste en la producción de nuevos esquemas de acción
con los que actúa sobre los objetos de manera más coordinada. Las principales adquisiciones de la
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inteligencia en este período son: la aparición de objetos permanentes, la del espacio, la de la sucesión
temporal de los acontecimientos y cierta relación de causalidad.
El período que va del nacimiento a la adquisición del lenguaje está marcado por un desarrollo mental
extraordinario. Se ignora a veces su importancia, ya que no va acompañado de palabras que permitan
seguir paso a paso el progreso de la inteligencia y de los sentimientos, como ocurrirá más tarde. No
por ello es menos decisivo para toda la evolución psíquica ulterior: consiste nada menos que en una
conquista, a través de las percepciones y los movimientos, de todo el universo práctico que rodea al
niño pequeño. Ahora bien, esta «asimilación sensoriomotriz» del mundo exterior inmediato, sufre, en
dieciocho meses o dos años, toda una revolución copernicana en pequeña escala: mientras que al
comienzo de este desarrollo el recién nacido lo refiere todo a sí mismo, o, más concretamente, a su
propio cuerpo, al final, es decir, cuando se inician el lenguaje y el pensamiento, se sitúa ya
prácticamente como un elemento o un cuerpo entre los demás, en un universo que ha construido poco
a poco y que ahora siente ya como algo exterior a él. Vamos a describir paso a paso las etapas de esta
revolución copernicana, en su doble aspecto de inteligencia y de vida afectiva nacientes.
Desde el primero de estos puntos de vista, pueden distinguirse, como ya hemos hecho más arriba, tres
estadios entre el nacimiento y el final de este período: el de los reflejos, el de la organización de las
percepciones y hábitos y el de la inteligencia sensoriomotriz propiamente dicha. En el momento del
nacimiento, la vida mental se reduce al ejercicio de aparatos reflejos, es decir, de coordinaciones
sensoriales y motrices montadas de forma absolutamente hereditaria que corresponden a tendencias
instintivas tales como la nutrición. Contentémonos con hacer notar, a este respecto, que estos reflejos,
en la medida en que interesan a conductas que habrán de desempeñar un papel en el desarrollo
psíquico ulterior, no tienen nada de esa pasividad mecánica que cabría atribuirles, sino que manifiestan
desde el principio una auténtica actividad, que prueba precisamente la existencia de una asimilación
sensoriomotriz precoz. En primer lugar, los reflejos de succión se afinan con el ejercicio: un recién
nacido mama mejor al cabo de una o dos semanas que al principio. Luego, conducen a
discriminaciones o reconocimientos prácticos fáciles de descubrir. Finalmente y sobre todo, dan lugar
a una especie de generalización de su actividad: el lactante no se contenta con chupar cuando mama,
sino que chupa también en el vacío, se chupa los dedos cuando los encuentra, después, cualquier
objeto que fortuitamente se le presente y, finalmente, coordina el movimiento de los brazos con la
succión hasta llevarse sistemáticamente, a veces desde el segundo mes, el pulgar a la boca. En una
palabra, asimila una parte de su universo a la succión, hasta el punto de que su comportamiento inicial
podría expresarse diciendo que, para él, el mundo es esencialmente una realidad susceptible de ser
chupada. Es cierto que, rápidamente, ese mismo universo habrá de convertirse en una realidad
susceptible de ser mirada, escuchada y, cuando los propios movimientos lo permitan, sacudida. Pero
estos diversos ejercicios reflejos, que son como el anuncio de la asimilación mental, habrán de
complicarse muy pronto al integrarse en hábitos y percepciones organizadas, es decir, que constituyen
el punto de partida de nuevas conductas, adquiridas con ayuda de la experiencia. La succión
sistemática del pulgar pertenece ya a ese segundo estadio, al igual que los gestos de volver la cabeza
en dirección a un ruido, o de seguir un objeto en movimiento, etc. Desde el punto de vista perceptivo,
se observa, desde que el niño empieza a sonreír [quinta semana y más, que reconoce a ciertas personas
por oposición a otras, etc. [pero no por esto debemos atribuirle la noción de persona o siquiera de
objeto: lo que reconoce son apariciones sensibles y animadas, y ello no prueba todavía nada con
respecto a su sustancialidad, ni con respecto a la disociación del yo y el universo exterior. Entre los
tres y los seis meses [generalmente hacia los cuatro meses y medio, el lactante comienza a coger lo que
ve, y esta capacidad de prensión, que más tarde será de manipulación, multiplica su poder de formar
nuevos hábitos. Ahora bien, ¿cómo se construyen esos conjuntos motores [hábitos nuevos, y esos
conjuntos perceptivos [al principio las dos clases de sistemas están unidos: puede hacerse referencia a
ellos hablando de «esquemas sensorio-motores»? El punto de partida es siempre un ciclo reflejo, pero
un ciclo cuyo ejercicio, en lugar de repetirse sin más, incorpora nuevos elementos y constituye con
ellos totalidades organizadas más amplias, merced a diferenciaciones progresivas. Ya luego, basta que
ciertos movimientos cualesquiera del lactante alcancen fortuitamente un resultado interesante -
interesante por ser asimilable a un esquema anterior- para que el sujeto reproduzca inmediatamente
esos nuevos movimientos: esta «reacción circular», como se la ha llamado, tiene un papel esencial en
el desarrollo sensoriomotor y representa una forma más evolucionada de asimilación. Pero lleguemos
al tercer estadio, que es mucho más importante aún para el ulterior desarrollo: el de la inteligencia
práctica o sensoriomotriz propiamente dicha. La inteligencia, en efecto, aparece mucho antes que el
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lenguaje, es decir, mucho antes que el pensamiento interior que supone el empleo de signos verbales
[del lenguaje interiorizado. Pero se trata de una inteligencia exclusivamente práctica, que se aplica a la
manipulación de los objetos y que no utiliza, en lugar de las palabras y los conceptos, más que
percepciones y movimientos organizados en «esquemas de acción». Coger un palo para atraer un
objeto que está un poco alejado, por ejemplo, es un acto de inteligencia [incluso bastante tardío: hacia
los dieciocho meses, puesto que un medio, que aquí es un verdadero instrumento, está coordinado con
un objeto propuesto de antemano, ha sido preciso comprender previamente la relación del bastón con
el objetivo para descubrir el medio. Un acto de inteligencia más precoz consistirá en atraer el objeto
tirando de la manta o del soporte sobre el que descansa [hacia el final del primer año; y podrían citarse
otros muchos ejemplos. Intentemos más bien averiguar cómo se construyen esos actos de inteligencia.
Pueden invocarse dos clases de factores. Primeramente, las conductas anteriores que se multiplican y
se diferencian cada vez más, hasta adquirir una flexibilidad suficiente para registrar los resultados de la
experiencia. Así es como, en sus «reacciones circulares», el bebé no se contenta ya con reproducir
simplemente los movimientos y los gestos que han producido un efecto interesante: los varía
intencionalmente para estudiar los resultados de esas variaciones, y se dedica así a verdaderas
exploraciones o «experiencias para ver». Todo el mundo ha podido observar, por ejemplo, el
comportamiento de los niños de doce meses aproximadamente que consiste en tirar al suelo los
objetos, ora en una dirección, ora en otra, para analizar las caídas y las trayectorias. Por otra parte, los
«esquemas» de acción, construidos ya al nivel del estadio precedente y multiplicados gracias a nuevas
conductas experimentales, se hacen susceptibles de coordinarse entre sí, por asimilación recíproca, a la
manera de lo que habrán de ser más tarde las nociones o conceptos del pensamiento propiamente
dicho. En efecto, una acción apta para ser repetida y generalizada a nuevas situaciones es comparable a
una especie de concepto sensoriomotor: y así es cómo, en presencia de un objeto nuevo para él, vemos
al bebé incorporarlo sucesivamente a cada uno de sus «esquemas de acción» [sacudirlo, frotarlo,
mecerlo, etc. como si se tratase de comprenderlo por el uso [es sabido que hacia los cinco y los seis
años los niños definen todavía los conceptos empezando por las palabras «es para»: una mesa «es para
escribir encima»; etc.. Existe, pues, una asimilación sensoriomotriz comparable a lo que será más tarde
la asimilación de lo real a través de las nociones y el pensamiento. Es, por tanto, natural que esos
diversos esquemas de acción se asimilen entre sí, es decir, se coordinen de tal forma que unos asignen
un objetivo a la acción total, mientras que otros le sirven de medios, y con esta coordinación,
comparable a las del estadio anterior, pero más móvil y flexible, se inicia la etapa de la inteligencia
práctica propiamente dicha.
Ahora bien, el resultado de ese desarrollo intelectual es efectivamente, como anunciábamos más
arriba, transformar la representación de las cosas, hasta el punto de hacer dar un giro completo o de
invertir la posición inicial del sujeto con respecto a ellas. En el punto de partida de la evolución mental
no existe seguramente ninguna diferenciación entre el yo y el mundo exterior, o sea, que las
impresiones vividas y percibidas no están ligadas ni a una conciencia personal sentida como un «yo»,
ni a unos objetos concebidos como exteriores: se dan sencillamente en un bloque indisociado, o como
desplegadas en un mismo plano, que no es interno, ni externo, sino que está a mitad de camino entre
estos dos polos, que sólo poco a poco irán oponiéndose entre sí. Pero, a causa precisamente de esa
indisociación primitiva, todo lo que es percibido está centrado en la propia actividad: el yo se halla al
principio en el centro de la realidad, precisamente porque no tiene conciencia de sí mismo, y el mundo
exterior se objetivará en la medida en que el yo se construya en tanto que actividad subjetiva o interior.
Dicho de otra forma, la conciencia empieza con un egocentrismo inconsciente e integral, mientras que
los progresos de la inteligencia sensoriomotriz desembocan en la construcción de un universo objetivo,
dentro del cual el propio cuerpo aparece como un elemento entre otros, y a este universo se opone la
vida interior, localizada en ese cuerpo propio. Cuatro procesos fundamentales caracterizan esta
revolución intelectual que se realiza durante los dos primeros años de la existencia; se trata de las
construcciones de las categorías del objeto y del espacio, de la causalidad y del tiempo, todas ellas,
naturalmente, como categorías prácticas o de acción pura, y no todavía como nociones del
pensamiento. El esquema práctico del objeto es la permanencia sustancial atribuida a los cuadros
sensoriales y, por consiguiente, de hecho, la creencia según la cual una figura percibida corresponde a
«algo» que seguirá existiendo aun cuando uno deje de percibirlo. Ahora bien, es fácil demostrar que
durante los primeros meses, el lactante no percibe objetos propiamente dichos, Reconoce ciertos
cuadros sensoriales familiares, eso sí, pero el hecho de reconocerlos cuando están presentes no
equivale en absoluto a situarlos en algún lugar cuando se hallan fuera del campo perceptivo. [...]
Hasta el final del primer año, el bebé no busca los objetos cuando acaban de salir de su campo de
percepción, y éste es el criterio que permite reconocer un principio de exteriorización del mundo
material. En resumen, la ausencia inicial de objetos sustanciales más la construcción de objetos fijos y
permanentes es un primer ejemplo de ese paso del egocentrismo integral primitivo a la elaboración
final de un universo exterior. La evolución del espacio práctico es enteramente solidaria de la
construcción de los objetos. Al principio, hay tantos espacios, no coordinados entre sí, como campos
sensoriales [espacios bucal, visual, táctil, etc. y cada uno de ellos está centrado en los movimientos y
actividad propios. El espacio visual, por ejemplo, no conoce al principio las mismas profundidades que
el niño habrá de construir más adelante. Al final del segundo año, en cambio, existe ya un espacio
general, que comprende a todos los demás, y que caracteriza las relaciones de los objetos entre sí y los
contiene en su totalidad, incluido el propio cuerpo. La elaboración del espacio se debe esencialmente a
la coordinación de los movimientos, y aquí se ve la estrecha relación que existe entre este desarrollo y
el de la inteligencia sensoriomotriz propiamente dicha. En su egocentrismo, la causalidad se halla al
principio relacionada con la propia actividad: consiste en la relación -que durante mucho tiempo
seguirá siendo fortuita para el sujeto- entre un resultado empírico y una acción cualquiera que lo ha
producido. Así es como, al tirar de los cordones que penden del techo de su cuna, el niño descubre el
derrumbamiento de todos los juguetes que alli estaban colgados, y ello le hará relacionar causalmente
la acción de tirar de los cordones y el efecto general de derrumbamiento. Ahora bien, inmediatamente
utilizará este esquema causal para actuar a distancia sobre cualquier cosa: tirará del cordón para hacer
continuar un balanceo que ha observado a dos metros de distancia, para hacer durar un silbido que ha
oído al fondo de la habitación, etc. Esta especie de causalidad mágica o «mágico-fenomenista» pone
bastante de manifiesto el egocentrismo causal primitivo. En el curso del segundo año, por el contrario,
el niño reconoce las relaciones de causalidad de los objetos entre sí: objetiviza y localiza, pues, las
causas. La objetivación de las series temporales es paralela a la de la causalidad. En suma, en todos los
terrenos encontramos esa especie de revolución copernicana que permite a la inteligencia
sensoriomotriz arrancar el espíritu naciente de su egocentrismo inconsciente radical para situarlo en un
«universo», por práctico y poco «meditado» que sea. (Seis estudios de psicología, pp. 19-28)
La segunda fase importante, la aparición de la inteligencia conceptual, se realiza en diversas etapas: tras la
aparición del lenguaje, o de la función simbólica que lo hace posible (18/24 meses) y hasta más o menos los
4 años, se desarrolla el pensamiento simbólico y preconceptual; desde los 4 a los 7/8 años, aproximadamente,
aparece el pensamiento intuitivo y preoperativo; de los 7/8 años a los 11/12 se extiende el período de las
operaciones concretas, u operaciones mentales sobre cosas que se manipulan o perciben; a los 11/12 años,
más o menos, y a lo largo de la adolescencia, aparece el período de las operaciones formales, que constituye
la inteligencia reflexiva propiamente dicha.
La adquisición del lenguaje, a finales del segundo año, y de la función simbólica en general, suponen un
desarrollo extraordinario de la inteligencia; a partir de este momento, la capacidad de actuar sobre los objetos
de una manera organizada se va interiorizando y se desprende de la necesidad de estar vinculada a la
manipulación directa de cosas concretas, que es de donde parten los inicios de la inteligencia. La inteligencia
es operativa porque es una prolongación de las acciones del sujeto sobre las cosas, pero las fases de su
desarrollo imponen que esta acción u operación se interiorice cada vez más; la capacidad simbólica del niño
facilita esta interiorización, porque permite operar no con cosas materiales, sino con representaciones de las
cosas materiales. Tras una fase excesivamente ligada aún a la manipulación directa de objetos y en la que el
niño sólo es capaz de preconceptos y razonamientos basados simplemente en la analogía, y no en la
deducción (de los 4 a los 7/8 años), aparece el denominado pensamiento operacional u operativo: la acción es
un pensamiento, que ya no es meramente intuición y se convierte en «operación», y esto sucede cuando las
acciones se convierten en transformaciones reversibles; la reversibilidad es la característica de la inteligencia
operatoria y sobre ella se fundan las estructuras lógicas elementales, que se desarrollan en este período. Se
añade a estas formas de pensar básicas, la adquisición de la idea de conservación de la sustancia de las cosas
y el peso.
La noción de operación se aplica a realidades muy diversas, aunque perfectamente definidas. Hay
operaciones lógicas, como las que entran en la composición de un sistema de conceptos o clases
[reunión de individuos o de relaciones, operaciones aritméticas [suma, multiplicación, etc., y sus
contrarias, operaciones geométricas [secciones, desplazamientos, etc., temporales [seriación de los
acontecimientos y, por tanto, de sucesión, y encajamiento de los intervalos, mecánicas, físicas, etc.
Una operación es, pues, en primer lugar, psicológicamente, una acción cualquiera [reunir individuos o
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unidades numéricas, desplazar, etc., cuya fuente es siempre motriz, perceptiva o intuitiva. Dichas
acciones que se hallan en el punto de partida de las operaciones tienen, pues, a su vez como raíces
esquemas sensoriomotores, experiencias afectivas o mentales [intuitivas y constituyen, antes de ser
operatorias, la propia materia de la inteligencia sensoriomotriz y, más tarde, de la intuición. ¿Cómo
explicar, por tanto, el paso de las intuiciones a las operaciones? Las primeras se transforman en
segundas a partir del momento en que constituyen sistemas de conjunto a la vez componibles y
reversibles. En otras palabras, y de una manera general, las acciones se hacen operatorias desde el
momento en que dos acciones del mismo tipo pueden componer una tercera acción que pertenezca
todavía al mismo tipo, y estas diversas acciones pueden invertirse o ser vueltas del revés; así es cómo
la acción de reunir [suma lógica o suma aritmética es una operación, porque varias reuniones sucesivas
equivalen a una sola reunión [composición de sumas y las reuniones pueden ser invertidas y
transformadas así en disociaciones [sustracciones. (o.c., pp. 76-77)
Un ejemplo particularmente claro es justamente el de la seriación cualitativa A B C..., etc. A cualquier edad,
un niño sabrá distinguir dos bastoncillos por su longitud y juzgar que el elemento B es más grande que A.
Pero ello no es, durante la primera infancia, más que una relación perceptiva o intuitiva, y no una operación
lógica. En efecto, si mostramos en primer lugar A B, y luego dos bastoncillos B C, pero ocultando A debajo
de la mesa, y preguntamos si A [que acaba, por lo tanto de ser comparado a B es más grande o más pequeño
que C [que está encima de la mesa con B, el niño se niega a contestar [siempre que las diferencias no sean
naturalmente demasiado grandes y no subsistan en la memoria ligadas a las imágenes-recuerdos y pide que le
sean mostrados juntos, porque no sabe deducir A C de A B y B C. Pero, ¿cuando sabrá efectuar esta
deducción? Cuando sepa construir una serie o escala de bastoncillos encima de la mesa y, cosa curiosa, no lo
consigue antes de los seis o siete años. Naturalmente, sabrá muy pronto ordenar bastoncillos de longitudes
muy distintas unas de otras: pero entonces construye simplemente una escalera, es decir, una figura
perceptiva. En cambio, si las longitudes no son muy diferentes y hay que comparar cada vez los elementos
dos a dos para ordenarlos, el niño pequeño empieza a colocarlos simplemente por parejas CE; AC; BD, etc.,
sin coordinar estas parejas entre sí; luego hace pequeñas series de tres o cuatro elementos, pero sigue sin
coordinarlas entre sí; luego consigue colocar la serie entera, pero de forma vacilante y por aproximación, y
no sabe intercalar nuevos elementos distintos, una vez construida la primera serie total. Finalmente, y ello no
antes de los seis años y medio o siete, descubre un método operatorio, que consiste en buscar primero el
elemento más pequeño de los que quedan, y así consigue construir su serie total sin aproximaciones ni
errores [y puede intercalar después nuevos elementos. Entonces es cuando se convierte, por el hecho mismo,
en capaz de razonamiento: A B:B C, luego A C. Ahora bien, inmediatamente se advierte que esta operación
supone la operación inversa [la reversibilidad operatoria. Cada término es concebido a la vez como más
pequeño que todos los que le siguen [relación y como más grande que todos los que le preceden [relación y
ello es lo que le permite al sujeto hallar su método de construcción, así como intercalar nuevos elementos
después que la primera serie total haya sido construida. (o.c., p. 79)
El desarrollo intelectual no está todavía completo: se ha liberado de la percepción inmediata de los objetos,
pero permanece aún ligado a ellos, porque opera con cosas concretas. Un niño de esta edad no sabe
responder a un problema que se formule de la siguiente manera: «Edith tiene los cabellos más oscuros que
Lili. Edith es más rubia que Suzanne; ¿cuál de las tres tiene los cabellos más oscuros?» El desarrollo de la
inteligencia se completa con la etapa de las operaciones formales, que tiene lugar hacia los 11/12 años. En
ella, el pensamiento se libera de lo material, concreto y real para referirse a lo posible, y ver, entre las
diversas posibilidades, aquéllas que se relacionan de un modo necesario. No se piensa sobre objetos, sino
sobre hipótesis, en las que el contenido no se tiene en cuenta propiamente, e importa sólo la forma.
Después de los once o doce años, el pensamiento formal se hace justamente posible, es decir, que las
operaciones lógicas comienzan a ser transpuestas del plano de la manipulación concreta al plano de las
meras ideas, expresadas en un lenguaje cualquiera [el lenguaje de las palabras o el de los símbolos
matemáticos, etc., pero sin el apoyo de la percepción, ni la experiencia, ni siquiera la creencia. Cuando
decimos, en el ejemplo que acabamos de citar: «Edith tiene los cabellos más oscuros que Lili, etc.»,
presentamos, en abstracto, efectivamente, a tres personajes ficticios, que no son más que simples
hipótesis para el pensamiento, y sobre estas hipótesis pedimos al niño que razone. El pensamiento
formal es, por lo tanto, «hipotético-deductivo», es decir, que es capaz de deducir las conclusiones que
hay que sacar de puras hipótesis, y no sólo de una observación real. Sus conclusiones son válidas aun
independientemente de su verdad de hecho, y es por ello por lo que esa forma de pensamiento
representa una dificultad y un trabajo mental mucho más grande que el pensamiento concreto. (o.c.,
pp. 96-97)
Entonces, como dice Piaget, la realidad entera se hace accesible a la inteligencia, que es el estado de
equilibrio al cual tienden todas las adaptaciones, tanto en el nivel sensoriomotor como en el cognoscitivo, así
como las restantes interacciones que existen entre el organismo y el medio, a través de la asimilación y la
acomodación.
6. La memoria y el olvido
Un aprendizaje cabal comporta la retención de lo adquirido y la posibilidad de poder recordarlo en alguna
manera. Recordar y olvidar pueden considerarse como el anverso y el reverso de un mismo proceso; el
olvido consiste en la diferencia entre lo que se retiene y lo que se aprendió.
Reconocimiento: no implica más que una cierta impresión de familiaridad; al percibir algo, el sujeto
tiene la impresnión de haberlo visto antes, pero acaso no es capaz de precisar dónde ni cuándo.
Reproducción: consiste en reproducir de forma más o menos literal lo aprendido anteriormente
Reaprendizaje: consiste en volver a aprender lo una vez ya aprendido.
Un fenómeno complementario del recuerdo es la llamada memoria reintegrativa, que añade al fenómeno del
reconocimiento y de la reproducción el recuerdo preciso de las circunstancias en que se efectuó el
aprendizaje originario. La reintegración o restablecimiento de la experiencia originaria surge en virtud de la
acción de claves parciales que inciden sobre el sujeto en un momento dado.
Para recordar, es necesario haber retenido previamente lo aprendido, lo cual exige una cierta forma de
almacenaje, donde la información adquirida queda depositada durante un período de tiempo más o menos
largo.
Podemos distinguir dos grandes tipos de memoria: memoria a corto plazo, y memoria a largo plazo.
Según los psicólogos, la MI está sometida a la ley del borrado por desuso, mientras la MLP almacena de
forma permanente la información que recibe.
La MLP se caracteriza por la perduración de sus huellas; una vez que un conocimiento es registrado por la
MLP permanece almacenado en ella para siempre. El que la adquisición retenida se actualice o no en forma
de recuerdo depende sobre todo de la presencia de las claves adecuadas.
Una vez transferida una información al almacén permanente de la MLP, su recuperación puede hacerse muy
difícil si fallan las claves precisas para efectuar el proceso de búsqueda.
Según la teoría del desuso, el aprendizaje deja una huella o engrama en el cerebro, que al no reiterarse por
sucesivos reaprendiajes va sufriendo los efectos naturales del metabolismo; con el paso del tiempo, esta
continua erosión acaba por borrar la huella cerebral correspondiente al recuerdo, y el olvido se produce.
Hay quien cree, por el contrario, que la causa del olvido no consiste tanto en el paso del tiempo como en lo
que ocurre en el intervalo que media entre la adquisición y el recuerdo. Así, Jenkins y Dallenbach
demostraron que el olvido es mayor durante la vigilia que durante el sueño, y McGeoch y McDonald que la
inhibición retroactiva perturba efectivamente el grado de recuerdo. Morgan y Underwood verificaron que la
inhibición proactiva interfiere con el recuerdo, y Ballard demostró que el aprendizaje mejora
espontáneamente durante los períodos de descanso.
Por su parte, las teorías del olvido motivado suponen que ciertos recuerdos son reprimidos porque su acceso
a la memoria provocaría graves conflictos en el sujeto. Según esta teoría los recuerdos permanecen intactos,
aunque reprimidos por una suerte de censura que le impide aflorar a la conciencia.
7. La motivación
7.1 Distinción entre motivación y voluntad
En el lenguaje ordinario, el término motivación se usa con frecuencia en relación con el de voluntad. Así
cuando alguien no ha hecho algo que debía hacer solemos pensar que no estaba motivado para hacerlo, o que
no lo quería hacer. Aparentemente puede parecer que ambos términos significan lo mismo, pero nada más
lejos de la realidad. De hecho, hasta cierto punto puede decirse que las investigaciones psicológicas sobre la
motivación humana han supuesto una crítica radical al concepto de voluntad.
Hasta principios de siglo algunas concepciones filosóficas mantenían que la voluntad era una característica o
propiedad de los seres humanos. O dicho de otro modo, que si un alumno no estudiaba, un drogadicto se
seguía drogando o un trabajador no rendía en su empresa, era sencillamente porque no querían hacerlo.
Sólo si nos sentimos motivados a hacer algo, nos decidiremos a actuar, por eso la motivación es la raíz que
explica nuestra conducta. El caso que nos cuenta Schopenhauer nos aporta bastante claridad al respecto.
Podemos traducirlo a nuestros días: si proponemos que al primero que esté en la puerta del Banco de España
mañana a las nueve le serán entregados veinte millones de pesetas, es muy probable que el más perezoso esté
allí a las seis de la mañana y algunos permanecerán a la espera toda la noche. Un trabajador realizará mejor
su trabajo si éste se encuentra bien remunerado, si está mal pagado, su rendimiento será más bajo.
Las diferentes teorías de la motivación vienen a explicarnos que un aprendizaje o una conducta determinada
pueden explicarse desde ciclos motivadores muy diferentes.
Según la teoría homeostática, la conducta del individuo se explica por la búsqueda del equilibrio. Ante una
carencia de sustancias necesarias para la vida o un exceso, el sujeto entra en una situación de desequilibrio.
Para liberarse de ella, el sujeto pone en marcha toda una serie de estructuras regulativas que le llevan a la
conducta apetitiva y finalmente a la conducta consumatoria con la que consigue la reequilibración.
Otra manera de ver las cosas es que un sujeto realice determinadas conductas motivado por una serie de
incentivos, determinantes externos que llevan al sujeto a realizar conductas determinadas para conseguirlos y
virtud de sus propiedades atractivas. Aquí la conducta se explica por un fin hedonista: conseguir el placer y
evitar el dolor.
La teoría psicoanalítica explica la conducta humana desde motivaciones que sintetizan la teoría de los
incentivos y la homeostática. La pulsión instintiva es la que moviliza al individuo para que su conducta la
oriente en la consecución del placer y la evitación del dolor y así recuperar el equilibrio.
Las expectativas también constituyen una serie de motivaciones para la conducta humana, alertan al
individuo anticipando refuerzos o también pueden reducir el ámbito de lo esperable. Con ello se explica que
el sujeto oriente su conducta en función de ellas.
8. Determinantes de la conducta
En nuestro comportamiento influyen nuestra personalidad y las situaciones en que nos encontramos. La
primera configura nuestro ser, las segundas constituyen nuestro estar. Por lo general, actuamos conforme a
nuestra manera de ser, pero también lo hacemos en función de nuestras circunstancias. ¿Cuál de los dos
aspectos resulta más importante en la conducta de las personas? Si sólo importase la primera, el modo de
actuar sería siempre similar; si sólo tuviésemos en cuenta la segunda, todos actuaríamos igual en las mismas
circunstancias y las predicciones sobre el comportamiento de cada uno no podrían basarse en la manera de
ser, al no poder contar con una personalidad estable.
La postura internalista dominó el panorama de la psicología hasta la década de los 709. según este enfoque:
La conducta manifiesta no es más que un reflejo de estructuras internas, no observables, pero que son
las verdaderas causas del comportamiento. En ese sentido, la conducta no tiene significado en sí
misma, es sólo un indicador de estructuras internas más profundas y difíciles de conocer.
La conducta tiene siempre una finalidad: persigue la consecución de unos objetivos que pueden ser
muy variados. Estará guiada, básicamente, por componentes orgánicos, motivacionales y emocionales.
Puesto que las estructuras internas son las que dan significado y definen al individuo, éstas se han
considerado básicamente estables: se configuran en los primeros años de la vida y se van desarrollando
a medida que el individuo va evolucionando.
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25/1/2021 El aprendizaje y la conducta humana
El individuo (su personalidad) es quien interviene en las situaciones particulares, por tanto es activo
frente a ellas: la causa última de la mayor parte de la conducta debe explicarse desde él, más que desde
la situación.
Algunas conductas parecen indicadores de rasgos de personalidad estables, pero aparecerán sólo ante
contextos semejantes; por tanto, en gran parte quedan explicadas por la situación, no por las
disposiciones internas de los sujetos; y
Los rasgos son términos que usan para describir la personalidad tanto los expertos como la gente en
general. En realidad representan conceptos para organizar el mundo, pero de este uso en el lenguaje no
necesariamente se derivan regularidades conductuales ni estructuras internas.
A partir de esta crítica, Mischel planteó un nuevo enfoque según el cual la personalidad se identifica con las
respuestas del sujeto (es decir, la conducta observable), y éstas, a su vez, quedan explicadas
fundamentalmente por las características de las situaciones. Las premisas de este nuevo enfoque podrían
resumirse en los siguientes principios:
La conducta manifiesta el único indicador observable de la personalidad; por tanto, para evaluar al
sujeto habremos de remitirnos exclusivamente al análisis de su conducta.
El comportamiento está guiado por las características de cada situación y la historia previa de
aprendizajes que el sujeto tiene en situaciones parecidas.
Puesto que las situaciones son las que dan significado a las respuestas del sujeto, sólo encontraremos
estabilidad y consistencia en las conductas de los individuos cuando el contexto sea idéntico o evoque
otras situaciones semejantes.
Las situaciones particulares son las que marcan las respuestas adecuadas; por tanto, el sujeto reacciona
frente a ellas: la causa última de la mayor parte de la conducta debe explicarse por los estímulos que
están presentes en cada contexto.
La personalidad viene definida en parte por las variables internas del sujeto y en parte por las
características de la situación, pero lo que más y mejor explica la causa del comportamiento del
individuo es la interacción entre cómo es y en qué situaciones está.
Para explicar la conducta de un sujeto han de tenerse en cuenta tanto las tendencias básicas del individuo
(elementos internos) como las características externas (elementos ambientales). De la interacción entre
ambas surgirá la conducta más característica de un individuo, que irá creando su propia historia de
aprendizajes y experiencias.
Las vinculadas a los resultados previsibles de la conducta. Los individuos, por nuestra propia historia de
aprendizajes, tenemos una idea sobre qué resultados se suelen obtener tras nuestras conductas. Esta
experiencia nos ayuda a la hora de evaluar una situación nueva, a anticipar o predecir cuáles pueden ser las
consecuencias de nuestras conductas.
Las consecuencias asociadas a determinados estímulos presentes en las situaciones. No todos los estímulos
de las situaciones aportan la misma información. Su influencia sobre las expectativas es clara en dos
sentidos: en primer lugar, porque el conjunto estimular configura una situación particular y, en segundo,
porque aprendemos a diferenciar que ciertos estímulos predicen con más frecuencia unos acontecimientos
que otros. Por ejemplo, el aula en un día de clase es un contexto bien conocido por los alumnos; pero no
todos los estímulos del contexto tienen el mismo significado: la iluminación, la temperatura o el color de las
paredes, en general, suelen ser menos informativos como estímulos que la cara del profesor, el lugar en el
que se coloca o un jersey nuevo de un compañero. Por ello, cuando uno de estos estímulos presenta
variaciones (un día que el profesor llega sonriente frente a otro en el que llega muy serio) da más
información que cualquier otro.
El tema de las atribuciones ha estado habitualmente relacionado con las explicaciones que los sujetos damos
a los resultados de nuestras conductas. Por ejemplo, frecuentemente imaginamos cuáles han sido las causas
que han hecho que, a pesar de nuestra voluntad de ayudar a un ciego a pasar la calle, alguien nos haya
reprochado que los hicimos para impresionar a los que nos veían. Las atribuciones que realizamos para
evaluar cada conducta y su resultado, a la postre, se han de convertir en nuevo conocimiento, nueva
información con la que modificar las expectativas para adaptarnos mejor a las futuras situaciones.
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