Javiera Londoño
Javiera Londoño
Javiera Londoño
de esclavos en Antioquia
POR DANIELA JIMÉNEZ GONZÁLEZ | PUBLICADO EL 05 DE MARZO DE 2020
EN DEFINITIVA
Como parte del especial de Heroínas de Antioquia, rescatamos la memoria de Javiera Londoño
(1696-1757), la mujer considerada fundadora de El Retiro y libertadora de esclavos en Antioquia.
El baile, como el ritual de una familia en la intimidad de la casa, sucedía junto al fuego. Javiera
Londoño, esposa del sargento español Ignacio Castañeda, danzaba junto a sus esclavos y tocaba el
tambor en la puerta de la sala.
Para 1734 la pareja era propietaria de gran cantidad de minas y tierras en lo que hoy es el Oriente
antioqueño y el Valle de San Nicolás. Como terratenientes, ocuparon parte de los terrenos de lo
que ahora es El Retiro, antes propiedad del capitán Pedro de Torres y asiento de indígenas
tahamíes y quiramas.
Con sus esclavos exploraron las minas de este sector, conocido como Aventaderos de Guarzo. Sin
embargo, Javiera, hija de la elite de la Colonia que nació a finales del siglo XVII en Medellín (1696)
y se crió en Rionegro, veía mucho más en estos trabajadores, hombres y mujeres, que labraban el
campo y cuidaban la casa.
Como lo indica el historiador de la Universidad Nacional, Daniel Acevedo, del Centro Cultural de El
Retiro, ella supo ver, en ese otro con el que compartía sus labores cotidianas, a seres humanos y
no unas herramientas.
En la complicidad del hogar, en donde tenía cabida la danza junto al fuego, el chocolate y los
golpes de tambor, Javiera se vestía de collares y brazaletes de perlas, le contaba confidencias a sus
esclavas. Algunos registros apuntan a que ella se bañaba en el río, el mismo del que se extraía el
oro y los minerales, junto a sus trabajadores. Devota y religiosa, rezaba antes de dormir y tenía
una advocación favorita: la Virgen de nuestra Señora de los Dolores.
Algunos historiadores precisan que cuando estuvo con los esclavos en las minas construyó allí una
pequeña capilla donde tenía un oratorio. Había dos imágenes de Nuestra Señora de Los Dolores y
otra de San José, que hasta hoy se conservan en la Parroquia del mismo nombre, a la entrada de El
Retiro.
Los números no son precisos, dice Acevedo, porque en estos documentos aparecían solo los
nombres. “Decía, por ejemplo, la negra Francisca y sus hijos. ¿Cuántos hijos tenía? Podía ser de
uno hasta diez”.
Duque cita, además, al historiador Tomás Cadavid Restrepo, quien cuenta que “para Javiera
Londoño la libertadora no hay tributo que no sea pequeño. Conviene saber que la abnegada
matrona que libertó a sus esclavos y legó al morir ocho mil pesos para favorecer a las doncellas
pobres de Marinilla, Rionegro y Llanogrande fue motejada de loca, y que esta bella locura se
convirtió en la más cuerda y justa de las leyes”.
En esa casa hay una estatua, del escultor italiano Giuseppe Agelao, en la que una Javiera Londoño
de bronce se levanta cortando las cuerdas que atan a un hombre.
Javiera tenía sus minas de aluvión en los ríos Pantanillo y la quebrada La Agudelo, de donde
sacaban el oro al bateo y con los esclavos de esas obras empiezan a llegar los primeros colonos de
lo que hoy es el municipio de El Retiro. Su fundación oficial es en 1814, muchos años después de
su muerte.
Los esclavos que luego liberó vivían en ranchos, cerca al río donde trabajaban. Llevaban el apellido
Castañeda, como su esposo. Y añade Acevedo que “hoy todavía te encuentras en el pueblo con
muchos Castañedas, descendientes de esos primeros esclavos”.
En la carta en la que daba la orden Javiera les legó a estos hombres y mujeres sus minas para que
trabajaran en ellas y garantizaran su subsistencia.
Estos hombres y mujeres africanos no tenían nombres. Como reseña “Historia de Antioquia”, de
Jorge Orlando Melo, su vida estuvo siempre marcada por las etiquetas. Eran “negros” mientras
estaban apresados en los puertos de embarque. Eran “esclavos” y “piezas de Indias”. Si huían por
su libertad se convertían en “cimarrones” y si se organizaban con otros para pelear para librarse
del dominio eran “palenqueros”.
Posterior a su muerte lo único que se conserva de la imagen de Javiera es una pintura de 1817. Es
anónima. Un dibujo a lápiz, en carboncillo, de la mujer ya anciana. El maestro Jaime Guevara,
muralista, hizo un retrato en la Alcaldía de El Retiro el año pasado. Es la representación del acto de
la liberación, en donde Javiera es representada con un vestido blanco.
En el testamento en el que Javiera le da la libertad a toda su cuadrilla, deja, sin embargo, una
petición: Pide que cada año celebren una misa por el alma de su esposo y por la suya.
Cuando muere, muchos esclavos se quedan y otros se van al Suroeste buscando mejores
oportunidades, persiguiendo el oro. Los que se iban lejos, cada año, volvían en diciembre. Venían y
celebraban la misa. Era un momento de encuentro, de jolgorio, de celebración de la libertad; las
familias que no se veían se reencontraban.
Estos esclavos libertos mantuvieron la tradición por generaciones. Alrededor de la misa se prendía
la fiesta. Y allí, como un homenaje a estas primeros proclamas de liberación, es que se da el origen
de la llamada Fiesta de los negritos, tradicionales del El Retiro, del 26 al 29 de diciembre.
Para Acevedo, en una sociedad en la que los personajes que se relatan son los hombres, porque
eran quienes tenían acceso al poder político y social durante la Colonia, el testimonio de Javiera
Londoño es el de una mujer que supo ver con sensibilidad la realidad de los otros, antes relegados
a los márgenes de la Historia. Como antecedente de la libertad, su acto sensible fue incluso previo
a la Revolución Francesa (1789).
Antes de que el mundo comenzara a hablar de igualdad, Javiera ya tenía la certeza de que todo
acto de libertad es, por demás, la posibilidad de llevar un nombre y no una etiqueta —no más
esclavo o cimarrón, nunca más pieza de Indias—, el derecho a tener una familia y un terruño. La
posibilidad, innegociable, de salir de las sombras .