Sobre Rancière y Didi-Huberman
Sobre Rancière y Didi-Huberman
Sobre Rancière y Didi-Huberman
BETWEEN THE PARTAGE DU SENSIBLE AND THE IMAGE CRITIQUE. CONCERNING A DISCUSSION
BETWEEN JACQUES RANCIÈRE AND GEORGES DIDI-HUBERMAN
Gabriel Cabello
Universidad de Granada
gcabello@ugr.es
Resumen: El ánimo de este artículo es ofrecer las líneas de la discusión que, desde
hace unos años, vienen manteniendo Jacques Rancière y Georges Didi-Huberman. A
partir de la interpelación que este último hizo en el año 2013 a Rancière, recorremos
los textos en que se han ido posicionando para delinear los cruces y distanciamientos
entre un acercamiento a las imágenes vinculado, en última instancia, al libre juego
schilleriano como instrumento de suspensión del orden y como prefiguración de una
comunidad emancipada, y uno que proviene de una perspectiva antropológica enri-
quecida por el psicoanálisis, la fenomenología y la dialéctica, donde la atención a las
cristalizaciones sensibles es el punto de partida.
Abstract: The aim of this article is to present the lines of the discussion that Jacques
Rancière and Georges Didi-Huberman have been holding for some years now. Starting
from Didi-Huberman’s interpellation of Rancière in 2013, we go through the texts in
which the authors have been taking positions in order to delineate the intersections and
distances between two approaches: an approach to images that is ultimately indebted
to Schillerian free play as an instrument for the suspension of order and as prefiguration
of an emancipated community, and another that comes from an anthropological pers-
pective enriched by psychoanalysis, phenomenology and dialectics, where attention to
“sensitive crystallizations” is the starting point.
Rendre sensible. Esto es, volver la historia accesible a los sentidos o, más precisamen-
te, hacer accesible a los sentidos aquello que no aparece sino como una falla del sen-
tido, como un síntoma. Pues es a partir de esa falla como la historia puede ser vista no
como un continuum, sino con la mirada de quien, en el “ahora” del despertar, se frota
los ojos y percibe, como decía Walter Benjamin, la imagen del sueño en cuanto tal,
haciendo así posible su “legibilidad”. Para ser legible, sostiene por tanto Georges Di-
di-Huberman, la historia deberá primero volverse sensible, ofrecerse a los sentidos en
una suerte de cristal, en una imagen que lleve inscrito, como un síntoma, lo que se deja
ver como una grieta, como el efecto desplazado de algo inaccesible a la percepción.
Quien se entregue a su “lectura” tendrá que adoptar el modelo de la interpretación de
los sueños. Pues solo este modelo, que nace justamente de la disociación entre los
afectos y su representación, puede dar cuenta de esas inscripciones de la historia, de
esos “cristales de legibilidad” (Didi-Huberman, “Volver sensible/hacer sensible” 75)
de la historia que son las emociones. Y las emociones son la puerta de acceso a la
multiplicidad y heterogeneidad que constituyen las fusiones pasajeras del pueblo en
búsqueda de su identidad, que constituyen el pueblo-emoción.
división en partes, parts (Rancière, El reparto 9). De modo que la noción de partage du
sensible supone una “estetización de la política”, y tendrá una doble vertiente: se refiere
tanto a las condiciones de posibilidad del ver o del decir como a las políticas sensibles
específicas propias de las grandes formas estéticas (los signos sobre el plano, el des-
doblamiento que supone la escena teatral, el ritmo de la danza).
Proceder por singularidades, indicarlas para poder leerlas. El camino que tácitamente,
dice Didi-Huberman, parece haber emprendido Rancière, adopte o no las mediaciones
teóricas que aquel considera necesarias.
No parece que tal interpelación quedara en el aire. En ese mismo año, con ocasión de
un coloquio sobre la obra de Didi-Huberman, Rancière presentó una ponencia relativa
a la “política de las imágenes” del autor de L’image survivante1. Se trata con ella, nos
dice, de devolver a las imágenes una potencia política que tanto la crítica ideológica
que las consideraba mistificadoras como la denuncia barthesiana del sentido le habían
negado. Con tal fin, Didi-Huberman habría realizado fundamentalmente dos opera-
ciones. En primer lugar, la de disolver la distinción entre actividad y pasividad, entre
imágenes y acción. Según Rancière, la aparición del pueblo no tiene lugar en Didi-Hu-
berman bajo el modo de la subversión de un orden sensible, sino de la precariedad
visual transformada en gesto, en un dialéctico pathos activo (tal como se desarrollaría
en Peuples exposés), y donde las imágenes como formas visibles y como operacio-
nes figurales terminan “tomando posición” mediante el recurso a un tipo de imagen,
la imagen dialéctica benjaminiana, que, dice Rancière, “no posee ella misma nada
de visual incluso si un ángel le sirve de emblema” (“Images relues” 355)2. La segun-
da operación consistía en rastrear ese pathos activo allí donde la dialéctica marxista
había considerado mudas a las imágenes. Así, el trabajo de desmontaje/remontaje
que Didi-Huberman realiza de la dialéctica brechtiana en Quand les images prennent
position tendría para Rancière el fin de subvertir dicha dialéctica, en la que la imagen
no funcionaba más que como un cadáver textualmente descifrado. Al contrario de lo
que el propio James Agee pareció reconocer en las imágenes de Evans, las imágenes
del ABC de la guerra de un Brecht que desconfiaba del “aura” eran usadas justamente
como contrapunto mudo que oculta un nihilismo que solo el contraste con la explica-
ción textual es capaz de explicitar. Es decir, que el texto a la vez explicaría la imagen
y explicitaría su complicidad con el capitalismo: las placas metálicas que preparan los
obreros no pueden decir nada de la indiferencia del capital hacia la guerra aclarada
en el texto, que sugiere cómo las mismas placas servirán para blindar carros y para fa-
bricar los obuses que los atraviesen; la cabeza calcinada sobre un tanque del soldado
japonés no puede por sí sola contarnos que ha muerto por una banca japonesa que no
perdonará las deudas de su familia. Sin embargo, la referencia al “pobre Yorick” en el
epigrama que acompaña a esta segunda imagen permite a Didi-Huberman iniciar una
1 Los argumentos centrales de la ponencia de Rancière en aquel coloquio se encuentran recogidos en su texto
“Images relues: la méthode de Georges Didi-Huberman”, publicado por Emmanuel Alloa en 2017 (Penser l’image
III. Comment lire les images?, Dijon, Les presses du réel). Es esta publicación la que nos sirve aquí de referencia.
Que Rancière repita aquí este argumento tiene sin duda que ver con su crítica de
largo alcance a la “vivificación” de las imágenes, que se extendería desde la consis-
tencia de la imagen otorgada por el punctum barthesiano al llamado “pictorial turn”, y
que Rancière considera una prolongación de la teología romántica de la encarnación,
que, contra la separación de palabras y apariencias, reivindica “para toda imagen,
toda palabra, toda sensación, un cuerpo vivo” (Rancière, “Les images veulent-elles
vraiment vivre?” 262). Así, ante la pretensión de Mitchell de atribuir verdadera vida
deseante a las imágenes como resultado de una mutación en su estatus efectivo (la
cifrada por la figura del clon, nueva vida inseparable de sus imágenes y sus monstruos
maléficos, como la inofensiva oveja Dolly levantando miedos ancestrales), la respuesta
de Rancière ya insistió en que las imágenes, más que una ilusión pero menos que un
organismo vivo (su reino cesa allí donde hay un cuerpo), no requerían de vivificación
alguna: “puede ser que en efecto las imágenes no quieran nada, sino que se las deje
tranquilas, que no se las obligue a estar vivas…. […] Son los fabricantes de imágenes
los que quieren otra cosa, pero puede ser que les sea posible quererlo justamente
porque las imágenes mismas no quieren nada” (Rancière, “Les images veulent-elles
vraiment vivre?” 261)5.
Por un lado, mediante la contemplación estética. Los músculos del torso del Hér-
cules del Belvedere, que Winckelmann describe fundidos unos en otros como una ola
que cae y remonta en una repetición sin fin “que sustrae su movimiento a la oposición
entre activo y pasivo”, sirven aquí de cifra a la libertad de mirada heredera de Schiller.
Libertad que constituye el fundamento de una nueva comunidad sensible, desapare-
cida de la vida efectiva pero preservada “en la indiferencia de esos rostros de piedra
que no despiertan ninguna emoción y que no obligan a los que los miran a ninguna
emoción determinada” (Rancière, “Un levantamiento puede esconder otro” 57). Esa “li-
bre inactividad” de la mirada es en Rancière la marca de un disenso y una subversión,
como años antes describió ante el caso de un trabajador que suspende su actividad
física para mirar por la ventana y disfrutar de un jardín o de una vista pintoresca con
más goce de lo que lo haría el propietario de la casa (Rancière, El espectador emanci-
pado 63). Por otro lado, en la alteración del reparto puede tener lugar la teatralidad de
la vida efectiva, como en la suspensión desconectada del cálculo de fines en que, an-
tes de ser un dispositivo militar, consiste la barricada, y que introduce una alteración de
la distribución de lugares y ocupaciones. En imagen aparecida en el Illustrated London
News en julio de 1848, la detención del movimiento recuerda a una escena operística
que suspende la actividad ordenada, que hace de la barricada, antes que ninguna otra
cosa, un acto creador de tiempos y espacios específicos que permiten la aparición de
un pueblo distinto del programado.
Quizá la atención a Eisenstein sea también para Rancière un modo tácito de refe-
rirse a Georges Didi-Huberman, montador de la exposición. Y, en este sentido, quizá
sobre esa atención esté sobrevolando la tesis de Le spectateur émancipé, donde, si-
guiendo la lógica de Le maître ignorant, Rancière sostiene que el verdadero obstáculo
para el teatro político no es sino la pretensión de abolir la división entre escena activa
y público pasivo (como por vías distintas pretenderán Brecht o Artaud). Frente a ello,
se pregunta “si no es justamente la voluntad de suprimir la distancia la que crea la
distancia” (Rancière, El espectador emancipado 18). Y, con ello, si la emancipación no
comienza cuando se confirma que mirar es también una acción donde, como el alumno
que aprende gracias a la búsqueda que promueve la enseñanza, pero no aprende el
saber del maestro: pues quien mira —seleccionando, comparando, interpretando— di-
fumina esa frontera que confirma o transforma la distribución de posiciones. O, dicho
de otro modo: si, frente a los espectáculos o las instalaciones que pretenden no ser
espectáculos, no es conveniente simplemente afirmar que “las palabras son solo pa-
labras” (Rancière, El espectador emancipado 28). Y, podría añadirse, que las imágenes
no son más que imágenes. De lo que en cualquier caso no puede dudarse es de que
el modelo del espectador emancipado encaja mal con el montaje pedagógico. Y es así
como, finalmente, Rancière arriesga una interpretación de las brumas del tercer acto
del Potemkin como un coro antiguo, es decir, como una “barrera ideal separando que
separa al público de la representación”, separación desde la cual una mirada libre
puede responder o no “a solicitaciones que educan la manera ordinaria de ver y de
habitar un mundo” (Rancière, “Un levantamiento puede esconder otro” 60). Que esa
mirada libre, que marca para Rancière la autonomía de la experiencia estética (que no
del arte) hunde sus raíces en Kant, en el placer de experimentarse uno a sí mismo en
el libre juego de las facultades en tanto que afectado por la representación —y solo
ella—, parece claro. Y seguramente es también determinante en el hecho de que Ran-
cière sostenga que no hay atajo posible, desde las emociones o desde el montaje de
las emociones, entre la suspensión estética y la revuelta victoriosa, que necesita de
una armada organizada en torno a un fin. Quizá esa reconciliación (la de Schiller con
Blanqui, el “programa imposible”, dice, de la revolución marxista) sea posible en el
arte, señala: pero “el artista y las imágenes no se levantan”.
Fue en una carta fechada en mayo de 2016 cuando Didi-Huberman respondió directamen-
te a estas críticas. En el centro de su respuesta estará la separación que Rancière opera
entre imágenes y emociones y, tácitamente, entre imágenes y palabras. Separación que
para Didi-Huberman supone dar la espalda a la intrincación misma que constituyen las
imágenes: a su dimensión al mismo tiempo material y psíquica, semiótica y fenomenológi-
ca. Sobre los muros, en efecto, hay imágenes que no se levantan. Pero que las emociones
no estén incluidas en ellas no quiere decir que no estén implicadas en ellas. Imágenes y
emociones, argumenta, se entrelazan de un modo inseparable y complejo: se reúnen en
una implejidad. El término es de Hegel, y ya en 1985 Didi-Huberman lo usó para definir
la relación entre el rojo de las arterias, el azul de las venas y el amarillo (transparente) de
la piel que definía el encarnado: “Lo que Hegel denomina ein ideelles Ineinander es una
relación fundamental, un ideal que trenza, ‘unos con otros’, los tres colores primarios” (Di-
di-Huberman, La pintura encarnada 32). Esa relación de “lo uno en lo otro”, que implica un
movimiento a través de la piel para volver a la superficie (que es lo que vemos), es ahora
transferida a la relación de las imágenes con las emociones. Pues las imágenes remiten al
cuerpo, y este está animado por emociones, que a su vez reenvían al inconsciente:
[…] la imagen reclama lo sensible, pero lo sensible implica el cuerpo, el cuerpo se agita
con los gestos, los gestos vehiculan emociones, las emociones son inseparables del
Para que ese gesto emerja es necesario el trabajo de montaje que, por decirlo en
los términos de Rancière, constituye las páginas mismas de Images malgré tout (ellas
mismas un eco del movimiento con que Warburg relacionó los frescos de la capilla
Sasetti con las figuras de cera de la Annunziata). Pero este mismo hecho indica que los
gestos no provienen, como Rancière parece haber extraído de la lectura de Didi-Hu-
berman, de un fondo intemporal. El modo de supervivencia de los gestos tiene más
bien que ver con el estatuto de la imagen como imagen crítica. En primer lugar, porque
el gesto excede la historia del arte transmitida (la historia de las representaciones) en
la medida en que el cuerpo la precede, en que lo que proviene del pasado es también
actualidad de la sensación corporal. En segundo lugar, porque la supervivencia solo
emerge, a diferencia de lo que ocurre en la iconología de Panofsky, cuando las imáge-
nes son “leídas” a través de un montaje mediante el cual “toman posición”. De ahí que
el anacronismo de las imágenes no se refiera a lo intemporal, sino a una configuración
“a-cronológica” (Weigel, “The readability of images (and) of history” 43).
8 No está de más señalar aquí que Didi-Huberman ha venido mantenido una discusión sobre la dialéctica de
las imágenes en un contexto exactamente inverso, es decir, no en el de una filosofía entregada a defender la
autonomía de la experiencia estética, sino en el de la crítica axiomática propia del mundo del arte. Se trata de la
posición enfrentada que desde hace décadas mantiene, en relación con “lo informe” de Bataille, con Rosalind
Krauss e Yves-Alain Bois, quienes lo entenderían como lo contrario de la forma, a la que reducirían a una car-
icatura abstracta, y marcadamente antidialéctica. (Didi-Huberman, “Postface. L’inherence, l’oeil et les vies du
couteau”).
café absuelve de su mezquindad a la alegría del rico, cuya mirada, en tanto que la de
alguien que ya no tiene nada que mostrar al transeúnte absorto en la atmósfera brillante,
absuelve a su vez a la mirada del pobre de la suya.
9 “Romantisme, ambigüité, politique” está destinado a aparecer en el número monográfico sobre Jacques
Rancière que prepara la revista Europe. Agradecemos mucho a Georges Didi-Huberman que nos haya permitido
consultarlo antes de su publicación.
Bibliografía citada
Cabello, Gabriel. “Figura. Para acercar la Historia del Arte a la Antropología”. Revista
Sans Soleil. Estudios de la imagen, vol. 5, no.1, 2013, pp. 6-17.
____. Lo que vemos, lo que nos mira. Buenos Aires, Manantial, 1997 [Ce que nous vo-
yons, ce qui nous regarde. París, Minuit, 1992].
____. “Pour une anthropologie des singularités formelles. Remarque sur l’invention war-
burgienne”. Genèses, no. 24, 1966, pp. 145-163.
____. Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Buenos Aires,
Adriana Hidalgo Editora, 2011 [Devant le temps. Histoire de l’art et anachronisme
des images. París, Minuit, 2000].
____. Imágenes pese a todo. Memoria visual del holocausto. Barcelona, Paidós, 2004.
[Images malgré tout. París, Minuit, 2003].
____. Pueblos expuestos, pueblos figurantes. Buenos Aires, Manantial, 2014 [Peuples
exposés, peuples figurants. París, Minuit, 2012].
____. “Volver sensible/hacer sensible”. VVAA. ¿Que es un pueblo? Buenos Aires, Eterna
Cadencia Editora, 2014, pp. 69-100 [“Rendre sensible”. VVAA, Qu’est-ce qu’un
peuple? París, La fabrique, 2013, pp. 77-114]
____. “Les émotions en partage”. Georges Didi-Huberman, Désirer désobeir. Ce qui nous
soulève, 1. París, Minuit, 2019, pp. 293-302.
____. “Leer, una y otra vez, lo que nunca ha estado escrito”. Daniel Lesmes, Gabriel
Cabello, Jordi Massó (eds.), Georges Didi-Huberman, Imágenes, Historia, Pensa-
miento. Anthropos, no. 246, 2017, pp. 113-132 [“Lire, encore et toujours, ce qui n’a
jamais été écrit”. Emmanuel Alloa (éd.), Penser l’image III. Comment lire les images?
Dijon, Les presses du réel, 2017, pp. 369-391].
____. “Postface. L’inherence, l’oeil et les vies du couteau. Retour sur l’informe et la dia-
lectique”. Georges Didi-Huberman, La Ressemblance informe. París, Macula, pp.
422-480.
Massó Castilla, Jordi. “Las paradojas de la Historia del arte”. Daniel Lesmes, Gabriel
Cabello, Jordi Massó (eds.), Georges Didi-Huberman, Imágenes, Historia, Pensa-
miento. Anthropos, no. 246, 2017, pp. 101-112.
Rancière, Jacques. La nuit des prolétaires. Archives du rêve ouvrier. París, Fayard, 1981.
____. El reparto de lo sensible. Estética y política. Santiago de Chile, LOM ediciones, 2009
[Le partage du sensible. Esthétique et politique. París, La fabrique, 2000].
____. El destino de las imágenes. Buenos Aires, Prometeo Libros, 2011 [Le destin des
images. París, La fabrique, 2003].
____. El espectador emancipado. Buenos Aires, Manantial, 2010 [Le spectateur émanci-
pé. París, La fabrique, 2008].
____. “Les images veulent-elles vraiment vivre?”. Emmanuel Alloa (éd.), Penser l’image,
Dijon, Les presses du réel, 2011, pp. 249-263.
____. El hilo perdido. Ensayos sobre la ficción moderna. Buenos Aires, Manantial, 2015
[Le fil perdu. Essais sur la fiction moderne. París, La fabrique, 2014].
____. “Un levantamiento puede esconder otro”. Georges Didi-Huberman (éd.), Insurrec-
ciones. MNAC/Jeu de Paume, 2017, pp. 55-60 [“Un soulèvement peut en cacher
un autre”. Georges Didi-Huberman (éd.) Soulèvements. París, Éditions Gallimard/
Jeu de Paume, 2016, pp. 63-70].
Weigel, Sigrid. Cuerpo, imagen y espacio en Walter Benjamin: una relectura. Buenos Ai-
res, Paidós, 1999 [Body- and image-space. Re-reading Walter Benjamin. Londres/
Nueva York, Routledge, 1996].
____. Walter Benjamin. Images, the Creaturly, and the Holy. Stanford, Stanford University
Press, 2013.
____. “The readability of images (and) of history”. Angelaki. Journal of the theoretical hu-
manities, vol. 3, no. 4, 2018, pp.42-46.