1 Clinica - Psicosomatica - Del - Aparato - Digestivo
1 Clinica - Psicosomatica - Del - Aparato - Digestivo
1 Clinica - Psicosomatica - Del - Aparato - Digestivo
1. INTRODUCCIÓN
Hechos como la evacuación del intestino durante los estados de miedo agudo, o las contracciones
peristálticas que aparecen en las crisis de ansiedad, ponen en relieve una relación que aunque largamente
conocida, solo ha empezado a estudiarse científicamente desde la entrada de nuestro siglo. El vínculo
existente entre las variables de tipo psicológico (estrés, personalidad, estilo de vida...) y los trastornos del
sistema gastrointestinal serán el tema central de este capítulo. En él, haremos referencia sólo a aquellas
enfermedades como la úlcera péptica, el síndrome de intestino irritable, la enfermedad inflamatoria
intestinal o la dispepsia, en las que existen claros indicios de que su origen, curso o tratamiento puedan
enfocarse desde una óptica psicológica. Queremos así dejar claro que la Psicología no pretende una
explicación total de este tipo de problemas, sino más bien una aportación de conocimientos que han
demostrado ser válidos y útiles.
Los trastornos del sistema gastrointestinal son los más frecuentes en la población general, y se estima que
el 60% de ellos tiene un origen psicofisiológico. De entre estos, los dos más frecuentes son el Síndrome del
Intestino Irritable y la Enfermedad Ulcerosa Péptica. Existen, sin embargo, otras muchas enfermedades
como la dispepsia, la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa en las que si bien la influencia psicológica
es probada, su incidencia en la población es mucho menor. Así, en la consulta diaria de un
gastroenterólogo, más de la mitad de los casos atendidos poseen un carácter funcional. Es decir, son
cuadros en los que no aparecen indicios de ningún daño estructural del sistema digestivo. Esta situación se
ve afectada, además, por la mala respuesta al tratamiento médico convencional que este grupo de
trastornos parece tener. La farmacología y los cambios de dieta no son suficientes, y se hace pues
necesaria una aproximación interdisciplinar que ofrezca al paciente una respuesta integral a su problema.
La intervención psicológica debe, por otro lado, quedar respaldada por otro tipo de conocimientos, más
básicos que den peso teórico a sus logros. A este respecto, Folks y Kinne aíslan en una revisión muy
reciente de nuestro tema, cuatro áreas sobre las que se desarrolla la investigación actual:
1. Factores de personalidad.
2. Factores psicológicos.
3. Sucesos estresantes y sus interacciones con los parámetros biológicos, el sistema nervioso central,
y los parámetros psicosociales.
4. Desórdenes psiquiátricos como la ansiedad o la depresión, que preceden o son consecuencia de la
enfermedad gastrointestinal
No cabe duda de que estamos frente aun gran campo de intervención. Solo cabe ya esperar los frutos de
una estrecha colaboración profesional entre psicólogos y gastroenterólogos, tal y como viene ya tiempo
sucediendo con otras ramas del ejercicio de la Medicina. Sería también deseable una concienciación por
parte de la administración sanitaria de la mejora que supondría para el servicio que ofrecen, la inclusión de
servicios mixtos de profesionales de la salud, como ocurre en otros países.
2. APROXIMACIONES TEÓRICAS
Hablaremos a continuación de todas aquellas aproximaciones que, apoyándose en una base teórica firme,
han intentado explicar la relación que nos ocupa. Prácticamente todos los paradigmas de la psicología
contemporánea han aportado una explicación etiológica a este tipo de trastornos, y en la mayoría de los
casos con su consiguiente aplicación terapéutica. Expondremos ahora algunas de estas teorías,
pretendiendo con ello que el lector capte en un conjunto el desarrollo histórico de la psicología aplicada a
los trastornos gastrointestinales.
El rico simbolismo asociado con la alimentación, las heces, la defecación, la erogeneidad del ano, etc.,
añadido al hecho de que la función digestiva, y especialmente en su tramo final es sometida parcialmente a
control voluntario, predispone a este sistema a reacciones de conversión. Se han podido aislar patrones de
personalidad, que predispondrían a este tipo de trastornos.
Estos modelos animales, difíciles de probar en humanos, reciben el apoyo de los éxitos conseguidos en la
aplicación de la terapia conductual como el Biofeedback y contracondicionamiento. La principal contribución
de este paradigma de la psicología al campo de la gastroenterología fue sin duda el peso que los
experimentos otorgaron a una variable, el estrés, que aunque largamente conocida, había sido eclipsado
por explicaciones de tipo dinámico. Este será el punto de partida para infinidad de investigaciones
posteriores, que tratarían de dilucidar el peso real de esta afección tan común en nuestra sociedad.
Posteriormente se ha visto que el estrés agudo tiene también un efecto sobre la permeabilidad intestinal,
favoreciendo la apertura de las uniones celulares de la mucosa del intestino y permitiendo la secreción de
agua y electrolitos a la luz intestinal.
Recientemente se ha demostrado que el estrés también tiene efectos sobre el tono y las respuestas de
adaptación del estómago. En condiciones normales, cuando comemos, la llegada de nutrientes al duodeno
proximal al iniciarse el vaciamiento gástrico produce una relajación refleja del fondo del estómago que
permite que los alimentos se almacenen durante la comida, para ser posteriormente digeridos y triturados
antes de ser liberados al intestino delgado. Esta relajación permite que podamos comer rápidamente la
cantidad de alimentos que consideremos adecuada sin notar síntomas (molestias) abdominales. Está
descrito que el estrés físico agudo (inmersión de la mano en agua helada) inhibe la relajación refleja del
estómago en respuesta a nutrientes. Este efecto también se ha descrito en respuesta a situaciones de
ansiedad (simplemente mostrando al sujeto imágenes de caras horrorizadas durante la ingesta). La
inhibición de la relajación refleja del estómago inducida bien por estrés o ansiedad puede generar síntomas
postprandiales. Especialmente la sensación de saciedad precoz y la plenitud postprandial son los síntomas
que se han relacionado con la relajación deficiente del estómago.
De esta manera, el estrés, trastornos psiquiátricos y otros factores que mencionaremos pueden generar un
estado de alarma e hipervigilancia del paciente hacia sus fenómenos corporales, focalizando la atención
selectivamente hacia un órgano concreto, por ejemplo el estómago. Los factores psicosociales pueden
contribuir a alimentar la creencia de que cada pequeño síntoma que provenga de esta zona sea percibido
como de origen orgánico. Esto puede llegar a producir auténtico miedo a padecer una enfermedad grave
de origen orgánico, lo que generará mayor ansiedad, que a su vez puede acentuar los síntomas
epigástricos.
REACCIÓN
ESTRÉS
MANIFESTACIONES
CONDUCTUALES:
•Tabaco ALTERACIONES
•Alcohol
•Dieta irregular
FISIOLÓGICAS
•T. sueño
ÚLCERA GASTRODUODENAL
Figura 1
Partiendo de la consideración del estrés como un proceso interactivo entre el sujeto y su medio y
considerando la respuesta global del organismo (cognitiva, fisiológica y motora) ante situaciones
estresoras, así como las continuas interacciones entre los diversos aspectos implicados, Labrador ha
propuesto un modelo explicativo (figura 2) que pretende dar cuenta, de modo general, de la aparición de
los trastornos psicofisiológicos, y que presenta la ventaja de resultar más útil de cara a la intervención
terapéutica y al diseño de programas preventivos.
El desarrollo de un trastorno será tanto más probable cuanto mayor sea la frecuencia, intensidad o
duración de la respuesta de estrés. Pero también depende de los recursos de la persona, pues, si se ponen
en marcha estrategias eficaces para afrontar la situación de estrés, ésta se eliminará o se paliará y, en
consecuencia, se reducirá la activación fisiológica y cognitiva del organismo (en una palabra, cesará la
respuesta de estrés), disminuyendo por tanto la probabilidad de desarrollo de trastornos.
Whitehead y col., propusieron la hipótesis de conductas de enfermedad aprendidas para algunos pacientes
gastrointestinales. Así, estos sujetos “aprenden” estas conductas, como un interés patológico por la salud,
o la atención desmesurada a todos los síntomas, durante la infancia y la adolescencia. El reforzamiento
social es el mecanismo a través del cual se perpetúa este comportamiento, gracias a la mayor atención que
recibe la persona enferma.
Muchos profesionales optan por un acercamiento ecléctico a estos pacientes, y aceptan la influencia de
toda una constelación de variables como son el estrés y su afrontamiento, la personalidad, el rol de
enfermo y sus beneficios, etc.
Otro aspecto reseñable son los llamados sucesos estresantes de la vida diaria (“life-events”). Lógicamente,
la intensidad de estas circunstancias es variable y, aparte de factores objetivos, el impacto que produce en
la persona, tiene mucho que ver con la importancia que el individuo le otorga. Se ha demostrado que estos
“life-events” son importantes en el desarrollo de muchas enfermedades como, por ejemplo, en la
depresión. En estudios sobre enfermedades digestivas funcionales, se han evaluado los “life- events”, que
ocurren en las 38 semanas previas al inicio de la patología (no en el momento de consultar al médico,
porque pueden haber transcurrido semanas entre ambos sucesos). La razón de poner ese límite de 38
semanas es porque es suficientemente largo para incluir sucesos traumáticos de larga duración (como
pérdidas de seres queridos), pero no tan largo como para que existan problemas de olvido por parte del
paciente. Pues bien, cuando se analiza la presencia de estos sucesos traumáticos se observa que los
enfermos de SII los han experimentado durante este período en un 27% de los casos frente al 6% de los
pacientes con enfermedades orgánicas y el 7% de sujetos controles sanos de la comunidad. Estas cifras
son casi tan altas como las encontradas en sujetos que son hospitalizados tras intento de suicidio, donde
aparecen sucesos traumáticos en el 33% de los afectados. Es decir, la cuarta parte de los individuos que
desarrollan un SII, han experimentado, durante los meses previos a la enfermedad, sucesos muy
traumáticos que podrían, claramente, favorecer su desarrollo.
Sobre esta base, el modelo que proponen algunos autores es que una crisis personal puede conducir
directamente a síntomas abdominales (quizá por alteración de la movilidad del colon) y a síntomas
psiquiátricos tipo depresión y/o ansiedad. El trastorno psiquiátrico, a su vez, aumenta la alteración digestiva
porque altera aún más la función motora y/o porque disminuye el umbral del dolor en estas personas.
Los síntomas gastrointestinales pueden tomar diversas formas, y se pueden clasificar tanto por su
descripción (según sean agudos o crónicos, generales o localizados o se den en la parte alta o baja del
aparato digestivo), o por su etiología, (pueden ser funcionales u orgánicos). Normalmente, los distintos
tipos de trastornos suelen superponerse unos con otros, por lo que se hace necesario un cuidadoso estudio
de los síntomas, tanto de su gravedad como de sus apariciones o remisiones. Igualmente, es precisa en
este caso la evaluación y diagnóstico psicológicos, ya que como veremos, una gran mayoría de los
3. ÚLCERA GASTRODUODENAL
La enfermedad ulcerosa tiene una prevalencia aproximada en la población del 5 al 11%. Este porcentaje ha
ido disminuyendo a lo largo de los últimos 20 años. La razón varón/mujer era aproximadamente de 2:1
para las úlceras duodenales y de 1:1 para las úlceras gástricas; ahora, para las úlceras duodenales, ha
cambiado a 1:1. Este patrón se ha atribuido a un descenso de esta patología en hombre y un aumento en
mujeres. Esto puede ser debido al incremento del consumo de alcohol y tabaco en las mujeres; pero esto
no explica el descenso en los hombres.
Al hablar de enfermedad ulcerosa gastrointestinal hay que señalar que su etiología es multifactorial y que
según el tipo de úlcera de que se trate, la importancia de un factor u otro de los que se consideran
implicados puede variar. Así, se considera que influyen en su patogénesis: la proclividad genética, la
hipersecreción ácida (son las úlceras duodenales las que correlacionan mas con este factor), la disminución
de la resistencia de la mucosa epitelial (producida por infecciones, déficits alimentarios, tabaquismo,
consumo de alcohol, etc.) y el fallo del mecanismo de feedback regulador de la secreción ácida.
Generalmente, en la actualidad se admite que el estado emocional repercute sobre la actividad gástrica, y
que emociones concretas producen reacciones específicas. Así, emociones como ira-cólera, rabia, o
frustración se acompañan de incrementos en la actividad estomacal (en especial si la persona se calla y no
expresa esas emociones), mientras que los estados depresivos y el miedo producen el efecto contrario
(disminuyen la actividad del estómago). Estos cambios tienen lugar por acción del sistema nervioso central
(SNC), que modula la actividad gástrica a través de distintos sistemas. Así, a través del hipotálamo y la
médula, regula el sistema nervioso autónomo (SNA), cuyas ramas controlan, a su vez, y de forma
antagónica, el tracto gastrointestinal: la estimulación de la ramificación parasimpática incrementa la tasa de
secreción de jugos digestivos (saliva, pepsina...) y el ritmo de las contracciones peristálticas, mientras que
la estimulación de la ramificación simpática inhibe, de forma general, los procesos digestivos.
Por todo ello seria preciso, además de establecer perfiles fisiológicos para cada tipo de úlcera, determinar
estímulos ambientales y factores comportamentales y psicológicos que puedan influir en la etiopatogenia de
esta enfermedad.
En cualquier caso, hoy está generalmente aceptado que las úlceras pépticas están causadas por factores
diversos (genéticos o hereditarios, dieta, respuestas emocionales...), entre los cuales figura el estrés. Sin
embargo, no está claro qué porcentaje de úlcera se debe al estrés, ni en qué medida éste contribuye a la
aparición y desarrollo de una úlcera en un determinado individuo, ni las vías por las que puede llegar a
causar este trastorno. No obstante, respecto a este último punto, existen varias explicaciones plausibles
que cuentan con evidencia experimental entre las que destacamos, siguiendo a Sapolsky:
1. Efecto rebote de los ácidos: en periodos de estrés se activa el SNA simpático y se produce una
disminución de la secreción de ácidos gástricos, disminuyendo en consecuencia la secreción
mucosa y de bicarbonato. Cuando finaliza el periodo de estrés, pasa a activarse el SNA
parasimpático, que reemprende el proceso digestivo. Se produce entonces una nueva secreción de
ácido clorhídrico que encuentra al estómago “bajo de defensas”, por lo que puede producirse un
daño en las células estomacales a causa del efecto del ácido. Encontramos, pues, que en este
momento post-estrés la cantidad de ácido es la normal o habitual en la digestión, pero las paredes
del estómago no tienen la misma capacidad para defenderse. Así, pues, la repetición de estos
ciclos o de estos “rebotes” de los ácidos puede dar lugar a la aparición de úlceras.
2. Sobreproducción de ácido: se produce un fallo en el sistema de regulación del ácido. Este fallo
viene motivado en buena medida por factores genéticos, aunque puede verse considerablemente
agravado por el estrés.
3. Grave disminución del riego sanguíneo: ante situaciones de emergencia, el SNA simpático desvía
la sangre del estómago a zonas más “importantes” para hacer frente a la situación (brazos,
piernas...). Esta disminución drástica en el riego estomacal puede causar lesiones en el tejido por
dos razones:
a) Al disminuir el riego se elimina menor cantidad de ácido acumulado.
b) Por la disminución de oxígeno que conlleva la disminución del riego y el exceso de radicales
de oxígeno que se produce al volver el riego sanguíneo normal.
Asimismo, el estrés puede contribuir también al desarrollo de una úlcera al empeorar los efectos de los
otros factores (genéticos, dieta...). Incluso, en algunos casos, los sujetos sometidos a situaciones de estrés
ponen en marcha o incrementan la frecuencia de determinadas conductas que, por sus propias
características, contribuyen al desarrollo de la úlcera (fumar, ingerir alcohol, drogas o fármacos...).
Sin embargo, no parece existir evidencia sobre tipos específicos de estresores psicosociales que se
relacionen con la úlcera; es más, en el caso de que se pudiera establecer dicha relación, se trataría más de
factores facilitadores (presentes en algunos individuos, pero no en otros) que de factores claramente
desencadenantes.
Pero aun siendo importante la existencia de demandas ambientales excepcionales, no se trata de un factor
determinante, pues el efecto que éstas tendrán sobre una persona dependerá de la forma en que dicha
persona las perciba. Ante cualquiera de estas demandas, el individuo lleva a cabo una doble evaluación
cognitiva:
La evaluación automática cataloga la situación en términos muy simples, como aceptable o amenazante,
preparando en consecuencia al organismo, respectivamente, para recoger más información, o para
rechazarla o anularla. La consecuencia inmediata es la activación del organismo en una u otra dirección,
obviamente con un mayor desgaste cuanto más frecuente sea la percepción de la situación como
amenazante. A continuación se procede a la evaluación cognitiva controlada, que implica un procesamiento
central más complejo, y en la que se incluye un análisis de las demandas percibidas en la situación, de las
habilidades y recursos propios para afrontarla (evaluación primaria y secundaria, respectivamente, según la
terminología de Lazarus y Folkman, 1984) y de la organización de la acción y selección de la respuesta a
seguir para hacer frente a la situación.
Las alteraciones que pueden producirse en este punto son muy numerosas (por ej., identificación
inadecuada de las demandas, percepción desproporcionada del grado de amenaza, valoración inadecuada
de los recursos o carencia de éstos, inadecuada organización de la acción...). Las posibles alteraciones
cognitivas que pueden presentar las personas, bien en la evaluación automática, bien en la controlada, no
son específicas en el caso de las úlceras pépticas, sino que, por el contrario, son similares a las presentes
en personas que padecen otros trastornos asociados al estrés. No obstante, los resultados de diversos
estudios parecen indicar que, en el caso de las úlceras, resulta de gran relevancia la
certidumbre/incertidumbre sobre la aparición del estresor, siendo los efectos de éste más nocivos en
aquellos casos en los que el sujeto no puede predecir su aparición.
Se establecería así una situación de “conflicto” (ya apuntada por Alexander y Graham), pues, por un lado,
se evalúa la presencia de demandas ambientales excepcionales (y amenazantes) que activarían el
organismo, pero, por otro, no se ponen en marcha las conductas necesarias para reducir las demandas, es
más, ni tan siquiera se produce la expresión de las emociones. Así, el sujeto sufre pasivamente las
situaciones sin hacer nada especial por reducirlas. Se da, pues, una discrepancia entre la evaluación
efectuada cognitivamente y la acción real que el individuo pone en marcha. Además, en la línea de lo
apuntado por Pennebaker (1989), las emociones no expresadas actuarían como un estresor interno
mantenido, provocando una respuesta de activación continuada y mantenida con efectos acumulativos, con
la consiguiente facilitación del desarrollo de un trastorno, especialmente de aquellos orgánicamente
relacionados con las respuestas del eje endocrino de respuesta cuya latencia y período de persistencia son
mayores.
Aunque no existen datos concluyentes acerca de los efectos más o menos facilitadores de las respuestas de
afrontamiento activo, de escape-evitación o de pasividad, sí parece existir cierta evidencia acerca de los
efectos negativos para las úlceras de ciertas respuestas motoras de afrontamiento, en concreto, callarse,
inhibir o no expresar las emociones. Como se ha apuntado anteriormente, este tipo de conducta se
relaciona con el eje endocrino de respuestas fisiológicas al estrés, el cual tiene graves repercusiones en la
génesis y desarrollo de la úlcera, como precisaremos más adelante. Los efectos, en este caso, son más
notables en úlceras gástricas.
Mención especial merecen aquellas respuestas motoras que en algunos casos aparecen junto a las
respuestas de afrontamiento pasivo al estrés, y que implican por sí mismas la exposición a estresores
físicos que tienen claras repercusiones sobre el estado físico del organismo (por ej., fumar, ingerir alcohol,
drogas, fármacos...). Estas conductas facilitan notablemente el desarrollo de úlceras, pues, por un lado,
incrementan la intensidad o frecuencia de situaciones estresantes (en este caso estresores físicos), y, en
consecuencia, la respuesta de estrés, y, por otro, producen una agresión directa sobre el sistema
gastrointestinal. En consecuencia, suponen la presencia de factores adicionales de facilitación para el
desarrollo (o en su caso agravamiento) de la úlcera.
Quizá, el aspecto más claramente delimitado hasta la fecha sea el de la relación entre las respuestas
fisiológicas de estrés y la úlcera. Las respuestas fisiológicas de estrés afectan a todos los sistemas del
organismo, produciendo una activación general de éste que le prepara para la acción. De acuerdo con el
modelo de referencia, en estas respuestas conviene distinguir tres ejes. El eje I, o eje neural, que se
dispara de forma inmediata cuando se percibe una situación como estresante, y que está mediado
neurológicamente. En concreto, supone la activación del sistema nervioso somático (que no repercute en el
desarrollo de la úlcera) y de la rama simpática del SNA. La activación de esta última supone la movilización
inmediata de recursos para hacer frente “físicamente” al estresor (el organismo se prepara para “luchar”
contra él) y acondiciona al organismo para que esté en la mejor disposición posible en ese enfrentamiento.
Así, traslada los recursos de aquellas zonas u órganos implicados en tareas con funciones a largo plazo (por
ej., sistema reproductor, digestivo, de excreción...) a aquellos otros necesarios para la acción intensa que
está apunto de llevarse a cabo (brazos, piernas...). Respecto al sistema digestivo, de un modo general, el
SNA simpático inhibe su acción, hecho que en el plano gástrico se concreta en:
La activación del eje I se reduce de forma paulatina (en unos 15-30 minutos) si la situación de estrés
desaparece (por sí misma o por la acción de las estrategias de afrontamiento empleadas por el sujeto).
Pero si la situación se mantiene (bien por la propia persistencia del estresor, bien por la inoperancia de las
estrategias de afrontamiento puestas en marcha por el sujeto), el primer eje no puede funcionar mucho
El eje neuroendocrino implica la activación de la médula de las glándulas suprarrenales, con la consiguiente
secreción de catecolaminas que tienen efectos simpaticomiméticos sobre los distintos órganos (es decir,
similares a los producidos por la activación simpática). De este modo, y dada la mayor persistencia de la
acción de este eje su activación supone la continuación y agravamiento de los efectos producidos por la
acción simpática ( cese de movimientos, cese de secreción de ácidos...).
A pesar de todo ello, ciertas variables de personalidad son frecuentes en pacientes con úlcera
gastroduodenal. A modo de resumen, las principales son:
Gran cantidad de autores han utilizado el Inventario de Personalidad Multifásico de Minessotta (MMPI) para
estudiar las variables de personalidad en estos pacientes. Las conclusiones no distan mucho de otros
estudios con diferentes instrumentos, pero este se considera uno de los métodos de evaluación de la
personalidad mas útiles en cuanto que mide gran cantidad de variables que son significativas en la
enfermedad ulcerosa. Así, se ha encontrado un descenso en la escala interrogante (?) en relación a la
población normal, lo cual sugiere una buena cooperación en la realización de la prueba y por tanto un
acercamiento a la personalidad de estos sujetos. Se observa también un descenso en la fuerza del yo (Es) y
elevación de las escalas de Dependencia (Dy) y Control (Cn). Aparece también una elevación de la triada
neurótica -Hipocondría (Hs), Depresión (D) e Histeria (Hy)-, así como también se eleva la escala de
Introversión Social (Si).
Por otro lado, Overbeck y Biebl han descrito la tipología del enfermo de úlcera. Proponen la siguiente
clasificación del enfermo de úlcera:
1. Enfermo de úlcera “sano” psíquicamente: personalidades con buenas funciones del yo y relaciones
estables que, cuando están sometidos a una carga psicosocial masiva, con una fuerte regresión del
yo y resomatización, enferman de úlcera porque existe una determinada predisposición del
estómago como reacción psicosomática única.
2. Enfermo de úlcera “de carácter neurótico”: los enfermos de úlcera con carácter neurótico y
reacciones seudoindependientes o rasgos maniaco-depresivos, que sufren conflictos orales que
Freyberger distingue entre los enfermos de úlcera pasivos y los hiperactivos, atendiendo a su
comportamiento manifiesto:
Pero donde se ha producido mucha controversia ha sido con las úlceras que aparecen de forma gradual.
Éste solía ser un ámbito en el que todo el mundo, incluso los médicos, en seguida pensaba en el estrés
crónico. Pero una revolución ha cambiado de forma radical el pensamiento en torno a las úlceras.
Como cuenta muy bien Robert Sapolsky, esa revolución llegó con el descubrimiento, en 1983, de una
bacteria llamada Helicobacter pylori. Este microorganismo fue descubierto por un desconocido patólogo
australiano llamado Robin Warren. Él, a su vez, interesó a un colega aún más desconocido llamado Barry
Marshall, quien documentó que esta bacteria aparecía de forma sistemática en las biopsias de estómagos
de personas con úlceras duodenales e inflamación estomacal (gastritis). Teorizó que ésa era la verdadera
causa de la inflamación y las úlceras, lo anunció al mundo (gastroenterológico) en una conferencia, y casi
se rieron de él en la sala. Las úlceras las causaban la dieta, la genética, el estrés: no una bacteria. Todo el
mundo lo sabía. Y además, como el estómago es tan increíblemente ácido, con el ácido clorhídrico entre los
Marshall demostró que la bacteria causaba gastritis y úlceras en los ratones. Eso es fantástico, pero los
ratones funcionan de modo diferente a los humanos, dijeron todos. Así pues, en un gesto heroico digno de
una película, se tragó algunas muestras de Helicobactery se provocó una gastritis. Sin embargo, no hicieron
caso de Marshall. Finalmente, varios especialistas en la materia se cansaron de oírle hablar de la maldita
bacteria en los congresos, decidieron efectuar algunos experimentos para demostrar su error y
descubrieron que estaba absolutamente en lo cierto. Ello ayudó, sin duda, a que Marshall y Warren
recibieran el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 2005.
Resulta que el Helicobacter pylori es capaz de vivir en el entorno ácido del estómago, protegiéndose por
medio de una estructura particularmente resistente al ácido y envolviéndose en una capa de bicarbonato
protector. Y esta bacteria probablemente tiene mucho que ver con el 85 por 100 de las úlceras en la
población occidental (así como en el cáncer de estómago). Pero hay un “pequeño” problema
epidemiológico: casi el 100 por 100 de las personas del mundo desarrollado están infectadas de
Helicobacter (quizá sea la infección bacteriana crónica más común entre los seres humanos) pero sólo una
pequeña parte desarrolla úlcera.
Una vez que todo el mundo dentro de la especialidad se acostumbró a la idea de que Marshall y Warren
fuesen llevados sobre palanquines por su descubrimiento, aceptaron el Helicobacterde forma exagerada. Es
muy lógico, dado el deseo actual de la medicina de avanzar hacia rigurosos y reductivos modelos de
enfermedad (que entusiasman a la industria farmacéutica), en vez de ese inocuo rollo psicosomático. El
Center for Disease Control envió panfletos informativos (que seguramente fueron financiados por la misma
industria de antes) a todos los médicos de Estados Unidos, aconsejándoles que tratasen de quitarles de la
cabeza a sus pacientes la obsoleta idea de que el estrés tiene algo que ver con las úlceras pépticas. Los
médicos se congratularon de no tener que sentarse nunca más con sus pacientes ulcerosos, establecer
algún contacto ocular y preguntarles cómo iban sus vidas. En lo que un par de investigadores han
denominado la «helicobacterización» de la investigación sobre el estrés y las úlceras, el número de artículos
que relacionan el estrés con el origen de la úlcera ha caído en picado.
El problema es que toda la historia no puede limitarse a una bacteria. De entrada, hasta el 15 por 100 de
las úlceras de duodeno se forman en personas que no están infectadas de Helicobacter, o de cualquier otra
bacteria conocida relacionada con ella. Y algo más irrecusable, sólo alrededor del 10 por 100 de las
personas infectadas con la bacteria desarrollan úlceras. Tiene que ser el Helicobacter pylori y otra cosa. A
veces, ese algo más es un factor de riesgo en la forma de vida, alcohol, tabaco, saltarse el desayuno
habitualmente, tomar muchos fármacos antiinflamatorios no esteroideos como si fuesen golosinas. Quizás
Pues uno de los factores adicionales es el estrés. Estudio tras estudio, incluso los que se han llevado a cabo
después de la aparición de la bacteria (y muy a pesar de la industria de siempre, fabricante de
antimicrobianos anti-Helicobacter), muestran una mayor incidencia de la ulceración del duodeno en
personas que están ansiosas, deprimidas o sufren graves agentes estresantes vitales (prisión, guerra,
desastres naturales) o pequeños estresores diarios, como la incapacidad para tomar decisiones o ser
autónomo. Un análisis de la literatura existente al respecto muestra que entre el 30 y el 65 por 100 de las
úlceras pépticas obedecen en parte a factores psicosociales (es decir, estrés). El problema es que el estrés
hace que la gente beba y fume más. De modo que tal vez aumente el riesgo de desarrollar una úlcera sólo
por incrementar la incidencia de esos factores de riesgo asociados a la forma de vida. Pero aun después de
controlar esas variables, el propio estrés causa entre el doble y el triple del aumento del riesgo de una
úlcera.
Además, como revisaremos en profundidad a lo largo de este Curso, el estrés actúa como un potente
agente inmunosupresor, facilitando así el desarrollo de la bacteria (de todas las bacterias)
En resumen: el Helicobacter está relacionada con las úlceras, pero sólo en el contexto de sus interacciones
con estos otros factores, entre ellos el estrés.
Esto se puede demostrar de forma estadística si estudiamos a un millón de pacientes con úlcera. Haciendo
un meticuloso análisis matemático que tenga en cuenta la carga bacterial, los factores de riesgo asociados
al estilo de vida y el estrés (algo apropiadamente llamado un análisis multivariado), observaremos que las
úlceras pueden aparecer sólo con que tengamos un poco de uno de estos tres factores, siempre que
tengamos mucho de uno o los otros dos.
4. DISPEPSIA NO ULCEROSA
Este trastorno puede ir a veces acompañando a la úlcera gastroduodenal. En otras ocasiones no es así,
presentándose de forma aislada y denominándose en este caso dispepsia funcional, esencial o no ulcerosa
y, antiguamente, gastritis. Los síntomas suelen ser dolor, náuseas, hinchazón, ardores, regurgitación y
otras molestias en el canal digestivo siempre que no haya causa orgánica que los justifique.
Se ha hipotetizado que factores psicológicos son los responsables de este trastorno, llegando a
denominarse dispepsia nerviosa. Algunos autores habían hallado síntomas neuróticos, ansiosos y
depresivos en estos pacientes, pero utilizaron en su mayoría escalas de valores. Más tarde, Magni, Mario y
Especial influencia tienen aquí los eventos estresantes, ya que muchos estudios como el de Hui, Shiu y Lam
demuestran que estos pacientes tienen una alta incidencia de eventos vitales negativos como problemas
familiares o enfermedades médicas. Otros estudios aportan que cambios importantes en la vida de los
pacientes como pérdida del trabajo, matrimonio, embarazo, etc. son estresores importantes. Aun así, se
deben utilizar cuestionarios y escalas apropiadas que nos orienten acerca de la visión subjetiva por parte de
la persona de estos eventos, ya que como hemos mencionado en otras ocasiones, pueden ser estresantes
o no dependiendo de la visión positiva o negativa que el paciente tenga de ellos así como del ajuste y
adaptación de la persona a dichos eventos.
No existe un patrón de personalidad típico en este tipo de pacientes, siendo sus rasgos similares a otros
tipos de trastornos gastrointestinales funcionales u orgánicos en los que se suelen dar neuroticismo e
hipocondria. También se han señalado problemas a la hora de expresar los afectos así como problemas de
emoción, especialmente en forma de agresividad, lo cual puede ser consecuente en los altos niveles de
ansiedad antes comentados en estos pacientes.
Este síndrome se define como la alteración del habito intestinal (diarrea o estreñimiento, o ambos
alternativamente) y la presencia de dolor abdominal, en ausencia de una causa orgánica que justifique
tanto el dolor como la disfunción intestinal. Aún no se conoce ningún mecanismo fisiopatológico que
justifique totalmente este síndrome; sin embargo, los pacientes suelen presentar cambios en el patrón
fisiológico de actividad del colon distal: en pacientes con estreñimiento, la actividad contráctil del colon esta
disminuida, y en la diarrea aumentada.
Se estima que la prevalencia en la población del síndrome del intestino irritable (SII) es del 8 al 22%,
yendo en aumento durante los últimos 20 años. Se suele dar entre los 20 y los 40 años, siendo raro en la
adolescencia o después de los 60 años. El porcentaje de mujeres que refiere síntomas es mayor,
En nuestra experiencia, es muy frecuente su asociación con otros síntomas o síndromes de naturaleza
psicosomática, como exponemos en la tabla 1.
El síndrome del intestino irritable se cree asociado a trastornos en la motilidad influidos por factores
psicológicos. La base de esta afirmación esta en el hallazgo de algunos de estos factores en pacientes
cuyos síntomas tienden a aparecer y remitir durante el curso crónico de la enfermedad.
Dismenorrea …………………………….. 10 – 15 %
Fibromialgia ……………………………… 28 – 65 %
Cefalea ………………………………………….. 51 %
Dispaneuria …………………………………... 50 %
Tabla 1
Cuando los síntomas están presentes, lo cual supone para muchos la mayor parte del tiempo, los pacientes
deben restringir al menos un 40% de sus actividades diarias como ir al trabajo, hacer las tareas
domésticas, actividades de ocio, socialización o relaciones sexuales. Los hábitos alimenticios se ven también
seriamente afectados. Por todo ello, es preciso hacer una evaluación durante todo el proceso de la
enfermedad, no sólo de los síntomas sino también de todas aquellas actividades en las que el paciente
tiene alguna dificultad, así como de su aptitud para desenvolverse en la vida cotidiana. Igualmente es
necesario evaluar la percepción que posee de sus incapacidades, ya que esto supone para la mayoría una
perdida de seguridad, de independencia, de autoestima, etc.
Parece ser que el acontecimiento vital estresante que mas afecta a los hombres es el relacionado con el
trabajo, y en la mujer, con las preocupaciones familiares; se ha señalado también que la deprivación
temprana durante la infancia, como la perdida de uno de los padres por fallecimiento, divorcio o
separación, es uno de los factores precipitantes de los síntomas. Drossman et al., encontraron en sus
estudios que concretamente los pacientes con trastornos funcionales del intestino, solían tener una larga
historia de abusos sexuales y físicos. Mas tarde, este autor junto con Douglas y otros, compararon a este
tipo de pacientes con otro grupo diagnosticado de trastorno orgánico, encontrando que los primeros tenían
mayor numero de experiencias de prácticas y amenazas sexuales, así como de incesto o violación y
frecuentes abusos físicos. Igualmente, estudios previos han aportado datos de pacientes con historias de
deprivación y ruptura familiar.
a) El SII es un precursor de la enfermedad psiquiátrica. Para que esta hipótesis sea validada, deben
satisfacerse dos condiciones:
1. El tiempo de aparición de los síntomas del SII debe preceder al desarrollo de los síntomas
psiquiátricos.
2. Debe haber evidencia de que otros desórdenes gastrointestinales pueden dejar similares secuelas
psiquiátricas. Prácticamente no hay estudios que defiendan que los síntomas del SII precedan
temporalmente a los síntomas de humor o ansiedad. En cambio sí parece haberlos relativos al
Crohn o a la colitis ulcerosa las cuales suelen ir acompañadas de síntomas psiquiátricos.
b) El SII es una forma de expresión de la enfermedad psiquiátrica. Los requisitos para esta hipótesis son:
Por un lado, la mayoría de los estudios sugieren que el comienzo de la enfermedad psiquiátrica,
comúnmente precede al comienzo de los síntomas gastrointestinales. Por otro lado, los factores
psicológicos que caracterizan a estos pacientes son descritos por estudios poco fiables por ser las muestras
utilizadas poco representativas de la población total. Por ultimo, el tratamiento psiquiátrico parece reducir
la gravedad de los síntomas, pero no a largo plazo.
Por tanto, no existe una conclusión clara acerca de cual precede a cual, aunque la mayoría de los
investigadores se inclinan a pensar que es la segunda hipótesis la más razonable.
En cuanto a las características psicopatológicas encontradas en este tipo de pacientes son muy variadas, no
existiendo un perfil distintivo que los defina. Aun así, varios autores como Creed y Guthrie, Drossman et al.,
Whitehead et al., entre otros, encontraron que determinados rasgos como ansiedad, neuroticismo, histeria
o depresión son comunes en la mayoría de los pacientes con SII. Otros como Kingham y Dawson,
añadieron que también son relevantes los trastornos somatomorfos y el alcoholismo. Veamos aquellos que
parecen ser más relevantes:
a. Ansiedad
Concretamente en relación con la ansiedad, que parece jugar un importante papel, de hecho, estos
pacientes suelen puntuar alto en autoinformes de ansiedad; incluso autores como Lydiard, han encontrado
desórdenes relacionados con este factor, localizándose incluso ataques de pánico en varios de estos
pacientes.
b. Depresión
Existe una dificultad a tener en cuenta en la evaluación de la depresión en este tipo de pacientes, ya que
hay veces que entre los muchos signos de depresión se encuentran los trastornos gastrointestinales y en
especial diarrea, vómitos o estreñimiento; igualmente, dentro del SII podemos encontrar síntomas
depresivos. Por ello, es importante tener en cuenta a la hora de diagnosticar este síndrome, hacer una
evaluación precisa de los síntomas, así como de la evolución de la enfermedad, acontecimientos durante su
curso, remisiones y otras posibles variables que nos puedan ayudar a distinguirlo.
c. Somatización
Los pacientes con SII tienen tendencia a las quejas somáticas frecuentes y dispares. De hecho, en estudios
que han utilizado el MMPI, se afirma el hallazgo de puntuaciones altas en la escala de Hipocondría. Estos
pacientes presentan, además, un cierto grado de dificultad para habituarse a la cronicidad de los síntomas.
A la hora de evaluar el SII debemos tener en cuenta ante todo que se trata de una serie de conductas
desadaptativas, por lo que se debe prestar especial atención a los comportamientos que favorecen la
aparición de la enfermedad así como al origen familiar.
Latimer pone de manifiesto que estos pacientes presentan rasgos obsesivo-compulsivos y tendencia a la
culpa. También se han realizado estudios en relación a la agresividad, aunque siempre de forma indirecta,
encontrándose un mayor nivel de agresividad controlada entre estos pacientes, casi siempre dirigida a ellos
mismos. Hidalgo Rodrigo y cols., realizaron un interesante estudio que confirmaba la autoagresividad en
estos enfermos, descartando la posibilidad de que esta fuera debida a la cronicidad del trastorno. Este
factor se daba por igual en los dos sexos, existiendo también cierto nivel de heteroagresividad en los
varones.
En un estudio hecho con el MMPI por estos mismos autores, se confirman los datos ya expuestos.
1. Inseguridad e inmadurez.
2. Aislamiento e inhibición por escasa confianza en sus propias capacidades y posiblemente por la
dificultad ya comentada para habituarse a la cronicidad de los síntomas.
3. El aumento en la escala de psicastenia paralelamente al de la triada neurótica, hace que la
introversión adquiera el carácter intrapunitivo del que hablábamos y refleja, además, una tendencia
al control e inhibición de los impulsos.
Todos estos factores hacen comprensibles la mayor vulnerabilidad de estas personas a expresar sus
conflictos por vía somática. Habría, por tanto, al evaluar a estos pacientes, que identificar estos rasgos de
personalidad y en que medida son exteriorizados. Es necesario identificar antes de intervenir, ya que la
Este trastorno se refiere a dos tipos de patología: la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. La cirugía es
siempre necesaria cuando se dan de forma crónica los síntomas de pérdidas de sangre, diarrea, pérdida de
peso, y dolor abdominal. Cuando la enfermedad es crónica, sin remisiones, los síntomas suelen agravarse o
cesar en períodos de tiempo intermitentes, independientemente del tratamiento médico.
Comparando de forma general los dos tipos de patología, se observa que los pacientes con colitis ulcerosa
tienen mayor probabilidad de desarrollar un cáncer de colon que en la enfermedad de Crohn, aunque en la
actualidad, puede ser curada mediante coloctomía. En cambio, en la enfermedad de Crohn, aunque existen
menos posibilidades de que se desarrolle un cáncer, puede reaparecer de forma repentina e implacable tras
largos períodos de aparente remisión.
El trastorno intestinal inflamatorio ha sido siempre un misterio en cuanto a su etiología y el papel que
juegan los factores psicológicos. Veamos cada uno de estos trastornos y sus características peculiares.
En la mayoría de los pacientes que han enfermado por primera vez de colitis ulcerosa o han recaído, antes
de la manifestación física de la enfermedad se observa una actitud ante la vida de carácter depresivo con
una pérdida de objeto real o imaginaria. La efectividad patógena de la pérdida del objeto se comprende
teniendo en cuenta el siguiente trasfondo neurótico: a causa de diversos trastornos en el desarrollo de los
Dos son los factores emocionales principales que determinan si los pacientes con colitis ulcerosa superan
realmente la pérdida del objeto, y si con ello pueden prevenir un posible brote de la enfermedad o no: el
grado cuantitativo de los deseos de dependencia conscientes o inconscientes en la relación con las figuras
de referencia, así como la cantidad y calidad de las relaciones con objetos de que se disponga para sustituir
al objeto “perdido”. Cuanto más intensos sean los deseos de dependencia del paciente con colitis ulcerosa y
cuanto más lentamente se movilicen los contactos con el entorno que puedan restituirse, más rápidamente
la pérdida afectiva generará un efecto somático patógeno.
Otros autores también llevaron a cabo estudios en pacientes con la enfermedad de Crohn. Descubrieron
trastornos neuróticos similares a los observados en los pacientes con colitis ulcerosa. Los brotes de la
enfermedad intestinal inflamatoria también estaban precedidos con frecuencia de pérdidas de afectivas.
Como era de esperar, los pacientes con la enfermedad de Crohn destacan por ser emocionalmente frágiles
(con hipersensibilidad frente al fracaso) y depresivos, pero también por buscar relaciones de dependencia.
Estos deseos de dependencia indicaban también aquí un intenso deseo de recibir cuidados interpersonales-
protectores, que también conllevaba la disminución de los miedos subjetivos constantes a las recidivas de
su enfermedad. Sin embargo, la inestabilidad en el sentimiento de autoestima y los deseos de dependencia
no eran tan claramente distinguibles como en los pacientes con colitis ulcerosa. Estos trastornos en las
interacciones familiares contenían una psicodinámica similar a la de los pacientes con colitis ulcerosa, es
decir, unas formas de relación interpersonales referidas al objeto, así como un beneficio secundario por la
enfermedad tanto para el paciente como para su familia, dado que ésta intentaba hacer responsable a la
enfermedad intestinal inflamatoria crónica del paciente de la desaparición de la comunicación en la familia.
No obstante, los pacientes con enfermedad de Crohn y con colitis ulcerosa pueden distinguirse desde el
punto de vista fenomenológico. Mientras que los pacientes con colitis ulcerosa abandonan tarde el hogar
paterno y conservan estructuras de relación simbióticas, los pacientes con enfermedad de Crohn se
Se han descrito ciertas similitudes entre ambos grupos de pacientes con respecto a su huida de los
enfrentamientos agresivos y su incapacidad para permitirse experimentar ciertos sentimientos. Los
pacientes carecen muchas veces de una experiencia y un comportamiento conscientemente agresivo. A
pesar de tener disminuidas las facultades físicas, con frecuencia conservan su capacidad de rendimiento y
su voluntad de trabajar. Luban-Plozza y Meerloo hablan por ello del “suicidio intestinal”.
Las observaciones que se han hecho en estos pacientes acerca de rasgos psicopatológicos, se han basado
sólo en impresiones, ya que el diagnóstico psicológico es difícil y cuando diferentes métodos de evaluación
psicopatológica han sido usados, no se han encontrado criterios específicos. Se usan términos como
necesidad de dependencia, trastornos emocionales y rasgos histéricos para describir hallazgos psiquiátricos
en enfermos de Crohn. Aun así, parece estar claro que los enfermos afectados por esta enfermedad, a
diferencia de la colitis ulcerosa, suelen mostrar signos de ansiedad y depresión. Helzer, Chammas et al.,
mediante el uso de entrevistas estandarizadas y validadas, así como de criterios diagnósticos, encontraron
desórdenes de tipo depresivo y una significativa presencia de pensamientos obsesivos. Otros autores
habían hallado también estos rasgos anteriormente, aunque no se encontraron otras relaciones causales
entre la enfermedad y desórdenes psiquiátricos.
La evaluación en éste, como en otro tipo de trastornos, es importante realizarla tanto antes como después
del tratamiento. En los trastornos gastrointestinales, esta evaluación se hace especialmente importante
porque:
Por tanto, podemos establecer cuáles serán los objetivos de la evaluación en este tipo de trastornos:
1. Identificar la enfermedad como orgánica o funcional así como localizar el trastorno (en qué parte
del sistema digestivo se encuentra) y los síntomas con los que se manifiesta. Es importante
explorar aquí el historial médico y los posibles antecedentes familiares de la enfermedad.
2. Identificar la forma en que la persona percibe la enfermedad y si realmente tiene conciencia de
que está enfermo y que necesita tratamiento médico y/o psicológico.
3. Realizar una exploración exhaustiva acerca de las conductas que normalmente realiza el paciente
en diversas áreas como sueño, alimentación, sexualidad, relaciones sociales, trabajo, etc.,
identificándolas como adecuadas o inadecuadas.
4. Reconocer los sentimientos, ideas y preocupaciones del paciente acerca de sí mismo, de los demás
y de las situaciones, especialmente si éstas son estresantes; para esto último, tendremos que
explorar qué tipo de situaciones son las que él considera estresantes y porqué.
5. Averiguar las estrategias de que la persona dispone para afrontar tanto las ideas negativas como
las situaciones difíciles. Este punto es especialmente importante, pues en él nos centraremos luego
para intervenir y modificar ideas, actitudes y estrategias inadecuadas.
Para llevar a cabo estos objetivos, es preciso contar con la disposición del paciente, con la colaboración de
los médicos que les atienden y con instrumentos que nos permitan la exploración de dichos aspectos. Hay
que resaltar especialmente que la colaboración del paciente a veces es difícil de conseguir, ya que
frecuentemente les cuesta o no quieren reconocer que su enfermedad posee claras connotaciones
psicológicas y que necesitan del apoyo de psicólogos y psiquiatras además de llevar a cabo su tratamiento
médico.
Existen ciertos tipos de entrevista estructurada, como la Entrevista de Paykel, que evalúa las experiencias
vitales y su impacto negativo en el paciente durante los últimos 6 meses, como pueden ser cambios en el
matrimonio, en el trabajo, dificultades educacionales, económicas, enfermedades o accidentes de él o de su
familia, pérdidas, cambio de residencia, etc. También podemos utilizar otro tipo de entrevistas, como las
semiestructuradas.
Con respecto a los síntomas, se pueden utilizar listados o cuestionarios de síntomas para que el paciente
identifique los que padece, como la subescala de síntomas somáticos del Cuestionario de Síntomas de
Kellner. Existen también otros inventarios y cuestionarios para evaluar el dolor, pudiéndose evaluar: la
intensidad del dolor percibido, el impacto del dolor en la vida del paciente, las respuestas de otros al
paciente en la comunicación de su dolor, y el grado de interferencia de este dolor en las actividades diarias.
Un gran inconveniente que posee la aplicación de estos cuestionarios es que la mayoría no están adaptados
a la población española, o al menos no tenemos conocimiento de ello, por lo que es necesario tomar
precauciones a la hora de interpretar los resultados. Sería conveniente, por tanto, validar dichos
instrumentos de manera que puedan ser aplicables en nuestro país.
Posee un total de 36 ítems, a los que el sujeto contesta en una escala que va desde 1 (nunca), hasta 4
(usualmente). Estos ítems evalúan factores como sobrecarga, irritabilidad, escasez de disfrutes, fatiga,
preocupaciones y tensión. Existe un tipo General, en el que el paciente debe contestar según lo que ha
sentido en los dos últimos años, y otro Reciente, según el último mes.
Otros instrumentos de este mismo grupo son:
Específicamente para el caso de la depresión, debemos utilizar cuestionarios o escalas para detectarla, ya
que este tipo de pacientes tiende a padecer episodios depresivos o depresión severa. Para ello se suele
usar:
d) Evaluación de la personalidad
Puede utilizarse el MMPI también para estudiar el perfil de personalidad del paciente o el Cuestionario de
personalidad de Eysenck (EPQ). Para la evaluación de la agresividad, es muy útil el Cuestionario de
Hostilidad y Dirección de la Hostilidad de Caine (HDHQ), o la escala de hostilidad del Inventario de
Personalidad de Jackson. Los test proyectivos como el Test de Apercepción Temática de Murray o el
Rorschach nos orientan no sólo en la personalidad del paciente sino también en la percepción de su
situación, de su medio ambiente, etc.
Actualmente, sabemos que los dolores abdominales en la población aparentemente sana son muy
frecuentes, calculándose una prevalencia de alrededor del 25% en mujeres y del 16% en varones. En la
tabla 2 se resume la prevalencia encontrada en distintos estudios realizados en diferentes países.
Una vez que sabemos que la experiencia de estos síntomas es frecuente, la siguiente cuestión es analizar
cuantos de los pacientes que presentan malestar abdominal acuden al sistema sanitario. En algunos
estudios sobre prevalencia del Síndrome del Intestino Irritable (SII) se ha incluido un ítem preguntando si
el paciente ha consultado previamente al médico o no. Los resultados demuestran que sólo entre el 23% y
el 47% de los enfermos que padecen este trastorno han acudido al profesional de la salud.
Tabla 2
Por tanto, tenemos tres grupos bien definidos de pacientes: el primero consulta a su médico; el segundo
tiene síntomas y los recuerda, pero no consulta; el tercero, tiene molestias pero no las recuerda y, por
tanto, no consulta. Se analizó la intensidad subjetiva del dolor en cada grupo y se comprobó que el primero
tenía molestias significativamente más intensas que el segundo y este, a su vez, significativamente
superiores al tercero. Es decir, los pacientes que olvidaban las molestias parecía ser que la razón era su
baja intensidad. Los que las recordaban pero no consultaban presentaban una intensidad media. Por
último, los enfermos que consultaban padecían unas molestias mucho más intensas que los otros dos
grupos.
No obstante, en un análisis de regresión, la intensidad de los síntomas estaba lejos de explicar toda la
varianza. Otro de los factores importantes eran los niveles de ansiedad, que resultaban ser
significativamente más elevados en los enfermos que consultaban. También otros trabajos confirman que
los pacientes con SII muestran mayor frecuencia de trastornos psiquiátricos, en general, que los individuos
controles. Sin embargo, no está claro que es antes o después, cuál es la causa y cuál es el efecto: los
pacientes, cuando se les interroga, afirman que la causa de la ansiedad son sus molestias digestivas y no al
revés. Sin embargo, si esto fuese así, cabría esperar que los niveles de ansiedad, (medidos con
cuestionarios específicos) correlacionaran con la intensidad de los síntomas digestivos. Esto es, los
pacientes que manifiestan mayor ansiedad, tendrían que padecer mayor intensidad de síntomas. Sin
embargo, se demuestra que esto no es así: no hay ninguna correlación entre ansiedad y síntomas
digestivos, a excepción de la distensión abdominal, que si correlaciona. Por tanto, parece ser que la
ansiedad es previa al malestar digestivo.
Por último, hay otro aspecto importante. Los pacientes que consultan por SII cuando se les administran
cuestionarios específicos, son más propensos a admitir síntomas somáticos de cualquier otra enfermedad,
no sólo digestiva. Así, se confirma que estos pacientes tienden a consultas al médico antes que los
individuos controles, cuando presentan cualquier síntoma físico. Es decir, tienen tendencia a buscar ayuda
médica antes que la mayoría de las personas.
Uno de los mayores problemas en el manejo de los pacientes con trastornos funcionales digestivos es la
falta de una prueba que nos permita confirmar un diagnóstico positivo de la enfermedad. El paciente tiene
molestias abdominales y todas las pruebas que se le practican resultan negativas. Como los síntomas son
crónicos el paciente suele realizar varias consultas y frecuentemente se cuestiona si el médico no habrá
olvidado algo, y por esto no encuentra el mal orgánico que "en realidad" padece. Esto conlleva que a
menudo el médico se sienta cuestionado por el paciente y caiga en la tentación de contraatacar pensando
que los síntomas del paciente son imaginarios y tributarios exclusivamente de tratamiento psiquiátrico.
Esta pérdida de confianza mutua será el primer fracaso en el manejo exitoso del paciente funcional y
resultar en el inicio de un largo peregrinaje a través de distintos médicos, especialistas, paramédicos,
pruebas, etc., todo lo cual puede llegar a convertir la búsqueda de la causa de las molestias digestivas en el
centro sobre el que pivoten todas las actividades del paciente, con el consiguiente estrés y ansiedad que
ello comporta y la retroalimentación que éstos tendrán sobre la fisiología y los síntomas digestivos. Por ello,
la relación que se establezca entre el médico (y en muchas ocasiones, el psicólogo) y el paciente será de
gran relevancia en este tipo de trastornos, ya que ésta puede incidir directamente en una mejoría o
empeoramiento de la enfermedad. La relación terapeuta-paciente en los trastornos funcionales digestivos
debe tener en cuenta los siguientes puntos:
La posibilidad de intervención terapéutica da un sentido pleno a la Psicología dentro del marco de la Salud
y mas concretamente, de los problemas hasta ahora exclusivos de la Medicina. De poco serviría la inclusión
de un psicólogo en un grupo multidisciplinar si se limitara a exponer teorías etiológicas o a realizar estudios
postdictivos.
Si observamos de cerca las quejas de nuestros pacientes, nos daremos cuenta de que se hace alusión a
dos problemas distintos. Por un lado, aparecen referencias a los síntomas propios de su enfermedad, como
dolores estomacales o diarreas. Pero por otro lado, aparecen otras quejas, más propias del curso crónico
de la enfermedad que de ésta en sí. Nos referimos a los problemas sociales, laborales y emocionales
derivados de esa situación de enfermo crónico. Son así la ansiedad y la depresión bastante comunes no
Folks y Kinney resumen en varios puntos la importancia de los factores psicológicos a la hora de afrontar el
tratamiento de las enfermedades gastrointestinales:
Algunos médicos optan por el tratamiento farmacológico; así, es frecuente observar cómo pacientes que
habían sido diagnosticados de SII y crisis de ansiedad, mejoraban sus síntomas gastrointestinales tras un
tratamiento con ansiolíticos. Existe, sin embargo, la posibilidad de utilizar procedimientos psicológicos, que
aun atacando directamente los síntomas psicopatológicos, carecen de los peligrosos efectos secundarios de
la medicación.
La modificación de los estilos de vida de los pacientes se convierte en otra nueva área donde intervenir. Se
pretende la supresión de todas aquellas costumbres, sobre todo abusos de alcohol y tabaco, que pudieran
estar influyendo negativamente en el curso de la enfermedad. Se pretende a su vez la creación de nuevos
hábitos, como la atención al tratamiento médico prescrito (el cual suele ser abandonado con el tiempo), o
la modificación de la dieta hacia otra con un contenido más acorde con las posibilidades estomacales del
paciente. A este respecto parece que las sesiones de grupos de enfermos pueden ayudar a que los
pacientes se conciencien de las relaciones existentes entre su estilo de vida y el curso de su enfermedad.
Como vemos, las aportaciones de la Psicología al tratamiento de las enfermedades gastrointestinales son
amplias. Como ya dijimos, prácticamente todos los paradigmas se han acercado de un modo u otro a este
campo y de este acercamiento han ido apareciendo aplicaciones, no siempre afortunadas, pero que poco a
poco van abriendo el camino para nuevos estudios. Desde la Psicofarmacología hasta sofisticadas técnicas
de Psicoterapia Breve han sido utilizadas con el fin de suprimir los síntomas de estos pacientes y algunas de
ellas, como esta última, con gran éxito. Aun así estamos frente a un campo que está naciendo, pero
bastará solo una estrecha colaboración entre profesionales de la salud para que los resultados, tarde o
temprano, confirmen nuestras excelentes previsiones.
Con todo ello, y como ejemplo de intervención psicológica vamos a seleccionar el SII, porque
aproximadamente el 75% del total de pacientes con trastornos digestivos funcionales presentan este
síndrome.
1. Farmacología: los fármacos con los que se tiene mayor experiencia en el tratamiento de este
trastorno son los tricíclicos. Concretamente, se ha usado amitriptilina a dosis de 75 mg/día
nocturnas, a las que se llega tras tratar durante la primera semana con 25 mg/día y la segunda
semana con 50 mg/día. También se ha empleado desipramina y el antidepresivo tetracíclico
maprotilina con buenos resultados. Los factores que se asocian a buen pronóstico son edad joven
y extroversión como rasgo de personalidad. En los últimos años se han utilizado antidepresivos
serotoninérgicos y la impresión clínica es que son efectivos, aunque apenas hay estudios
controlados. Aparte de los antidepresivos, en los últimos tiempos se han preconizado fármacos del
tipo de los agonistas kappa agonistas y antagonistas de la serotonina y análogos de la
somatoestatina. Otros fármacos menos probados son antagonistas de la colecistoquinina como el
loxiglumide y el análogo de la hormona liberadora de gonadotropina, el leuprorelin. No hay datos
de eficacia de estos productos.
2. Psicoterapia: no hace falta una psicoterapia específica para estos pacientes, pero como en todos
los somatizadores o enfermedades psicosomáticas se recomienda la técnica de reatribución: tras
interrogar al paciente por los síntomas físicos, hay que preguntarle también por su situación
psicosocial. Después de una exploración física suficientemente amplia, se debe relacionar los
síntomas físicos y los psicológicos y renombrar la enfermedad como trastorno depresivo de
ansiedad o de adaptación. A partir de ahí, ofertarle tratamiento farmacológico. Además, a nivel de
atención primaria habría que ofrecerle técnicas sencillas de manejo del estrés como relajación o
técnicas de resolución de problemas.
1. Psicoterapia dinámica: para los autores psicodinámicos, el problema se centra en una alteración en el
desarrollo de las relaciones objetales durante la infancia: existen desajustes severos en la función
cuidadora durante los primeros años de la vida, y esto altera la capacidad autorregulatoria del niño. Para
compensar este déficit, se apega a otros significativos idealizados, cuya principal función es calmar su
tensión. La consecuencia es que son incapaces de establecer relaciones estrechas, estables y satisfactorias.
Sobre esta base, el tratamiento que proponen los psicoterapeutas dinámicos es una relación médico-
paciente intensa, personal e íntima. Guthie, aunque utiliza terapia breve, de sólo unas 7 sesiones de media,
recomienda una primera entrevista de una duración extremadamente larga e inusual: 3 horas. Taerk utiliza
una terapia de 2 años de duración, a razón de dos sesiones semanales. El objetivo es obtener un grado de
intimidad que permita que el paciente pueda discutir sus más íntimos sentimientos y miedos.
Esta relación tan intensa con el terapeuta, denominada “transferencia” en el lenguaje psicoanalista, se
convierte en un espejo donde el paciente va a volver a repetir las dificultades que tiene en las relaciones
interpersonales (incapacidad para formar relaciones satisfactorias, miedo a desarrollar relaciones duraderas
o incapacidad para adaptarse a la pérdida de seres queridos). Durante la terapia, el análisis de la
transferencia permite:
1. Comprender, gracias al espejo que supone el terapeuta, las distorsiones en las relaciones
interpersonales que le impiden desarrollar relaciones satisfactorias y que se encuentran en él.
2. Por otro lado, al reparar estas distorsiones con el terapeuta, supone una experiencia correctiva que
podrá trasladar al resto de relaciones.
Al modificar el tipo de relaciones que establece con otras personas, los síntomas disminuyen y hace poco
probable que puedan aparecer de nuevo en el futuro.
La psicoterapia dinámica ha demostrado su efectividad para el tratamiento del síndrome del intestino
irritable en múltiples estudios, que confirma nuestra propia experiencia con Psicoterapia Breve, en cuyo
marco hemos incluido recientemente la intervención con E.M.D.R. (Eye Movemente Desentizitation and
Reprocessing) en los casos, frecuentes, en los que hay antecedentes traumáticos.
1. Estímulos que provocan ansiedad: incluye cualquier síntoma físico o la información médica. Una
vez recibido este estímulo, el individuo empieza a prestar más atención a su cuerpo. La
consecuencia es que suele detectar nuevos síntomas que tienden a confirmar su sospecha inicial,
aumentando la ansiedad. Este fenómeno es bien conocido en las escuelas de medicina.
FOCO DE ANSIEDAD
“Puedo perder el control de los intestinos”
Figura 5
Factores mantenedores: una vez que se ha iniciado la enfermedad, ésta se mantiene en base a una serie
de factores que son:
1. Aumento de la actividad (arousal) fisiológica: Los pacientes con SII perciben molestias
abdominales, y se sienten ansiosos pensando que pueden perder el control sobre sus intestinos.
De esta forma, se incrementa el malestar y el dolor aumentando su miedo a la incontinencia.
2. Foco de atención: al focalizar la atención sobre el sistema digestivo, se percibe de forma más
intensa el dolor y las molestias abdominales aumentando todo el ciclo patológico.
A) Incorporar al paciente al tratamiento: muchos pacientes se resisten a ser tratados en salud mental. Es
una expectativa poco realista pensar que, inicialmente, van a aceptar la importancia de los factores
psicológicos. Por eso, no debe insistirse en este aspecto sino reconocer la evidencia de que el paciente
presenta molestias. Se le plantea que vamos a intentar un nuevo método de tratamiento. En cualquier
caso, podemos examinar la eficacia de los anteriores tratamientos preguntándole: ¿Cuánto tiempo lleva
siendo tratado con fármacos y por médicos no psiquiatras? ¿Ha sido efectivo? ¿Alguna vez ha puesto a
prueba la hipótesis sobre la importancia de los factores psicológicos en su enfermedad? Realizamos un
pacto para intentar este tratamiento durante un tiempo, pongamos 4-6 meses. Posteriormente, lo
evaluaremos y, si no ha habido resultados, siempre estamos a tiempo de volver a los tratamientos iniciales.
B) Revisar el esquema de la enfermedad que tiene el paciente: habitualmente, estos enfermos consideran
que padecen una enfermedad puramente física, que consiste en el descontrol del mecanismo de la
defecación. Además, están convencidos de que todos sus esfuerzos para controlar este funcionamiento, no
sólo es exitoso, sino que resulta imprescindible para su manejo social. Debemos intentar desafiar este
esquema y sustituirlo por el que hemos descrito anteriormente, todo ello en un tono empático y sin
confrontaciones.
C) Aumentar las actividades: generalmente, el mayor problema de estos enfermos es que han renunciado a
su actividad social, por el miedo a presentar incontinencia fecal. La incapacidad es tan intensa como la que
se observa en la agorafobia. Para ello, tenemos que analizar qué evidencia tiene el paciente de que va a
sufrir incontinencia. Los enfermos suelen contestar que muchas veces están “a punto” de perder el control
y que si hubiesen tardado 10 segundos más en alcanzar el baño, les hubiese ocurrido. Hay que pedirle que,
cada vez que tenga que ir al baño en un lugar seguro como el domicilio, que retenga durante unos 10
D) La flecha hacia abajo: el objetivo es eliminar los miedos del paciente a los síntomas. Para ello, se trata
de buscar las consecuencias últimas de la conducta temida como se ve en la tabla 3.
Podría haberse seguido más, pero suele ser suficiente para el paciente. Posteriormente, se le confronta con
la técnica de la inversión de roles, diciéndole: ¿Cómo se sentiría usted si a un amigo le pasase eso? El
enfermo suele replicar que sentiría gran simpatía por él, por lo mal que lo estaba pasando. Esto le permite
comprender que está magnificando las consecuencias de los síntomas.
Tabla 3
E) Mejorar su funcionamiento general: El paciente debe aprender una serie de estrategias para disminuir
las situaciones de estrés, que es el principal desencadenante de los síntomas. Para ello, debe ser capaz de
afrontar las situaciones de la vida diaria que, debido a su dificultades en las relaciones interpersonales, le
producen ansiedad. En este sentido, se recomiendan técnicas para mejorar la asertividad, de forma que
pueda expresar sentimientos y negarse a realizar actividades no deseadas. También se recomienda terapia
de resolución de problemas, cuyo objetivo es capacitarle para tomar decisiones en las situaciones de
3. Psicoterapia familiar o sistémica: según los terapeutas familiares y, concretamente Minuchin, las familias
en las que se presentan enfermedades psicosomáticas como el SII se caracterizan por:
4. Psicoterapia grupal: los pacientes con enfermedades digestivas funcionales no están preocupados por el
riesgo de muerte, como les ocurre a los enfermos cardiológicos funcionales o a los hipocondríacos. Su
problema es padecer un trastorno cuyos síntomas (dolor abdominal, diarrea, estreñimiento, náuseas y
vómitos) impiden llevar una vida normal. La mayoría de los grupos terapéuticos realizados con estos
pacientes presentan un fuerte componente educativo. Se identifican los síntomas físicos y se instruye a los
pacientes a realizar diarios que documenten la ingesta de comida y otros estresores que pueden tener
influencia en la sintomatología. Con esta información, se proponen cambios en las rutinas diarias.