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DIKAIOSYNE Nº 35

Universidad de Los Andes


Mérida – Venezuela
Enero-Diciembre, 2020
ISSN 1316-7939

DILEMAS DEL COSMOPOLITISMO DE KANT.


LA CUESTIÓN DE LA CIUDADANÍA GLOBAL

Omar Astorga1. María Guadalupe Llanes 2

Resumen
En la era de la globalización, numerosas circunstancias contribuyen a comple-
jizar lo ya muy multiforme, como las migraciones a escala cada vez mayor, la crisis
de la noción de Estado y la coexistencia de múltiples culturas en un solo lugar. La
idea de soberanía también se complica. En este artículo exploramos la propuesta de
Immanuel Kant, quien dedicó alguna de sus obras a la reflexión sobre la noción de
ciudadanía cosmopolita, y a la posibilidad de lograr una paz duradera entre Esta-
dos. Para ello, analizamos la distinción entre ciudadano e individuo; así como los
requisitos para la paz duradera: noción de república de repúblicas y reino de los
fines. Mostramos que el ciudadano cosmopolita kantiano tiene que ser ciudadano
de su tipo de república y del mundo como conglomerado de repúblicas relaciona-
das. Su perspectiva sigue siendo desafiante en nuestros días.

Palabras clave: ciudadano, cosmopolitismo, república, Kant, paz, derechos


humanos.

1
Escuela de Filosofía. Universidad Central de Venezuela. oastorga2001@gmail.com
2
Escuela de Filosofía. Universidad Central de Venezuela. lupellanes@gmail.com

Fecha de recepción: 4/9/2020


Fecha de aceptación: 30/9/2020
6

DILEMMAS OF KANT´S COSMOPOLITANISM.


THE QUESTION OF GLOBAL CITIZENSHIP

Abstract
In the age of globalization, numerous circumstances contribute to the complex-
ity of the already very multiform, such as migrations on a growing scale, the crisis
of the notion of State and the coexistence of multiple cultures in one place. The
idea of sovereignty is also complicated. In this article we explore the proposal of
Immanuel Kant, who dedicated some of his works to the reflection on the notion of
cosmopolitan citizenship, and to the possibility of achieving a lasting peace be-
tween states. To do this, we analyze the distinction between citizen and individual;
as well as the requirements for lasting peace: notion of republic of republics and
kingdom of ends. We show that the Kantian cosmopolitan citizen has to be a citi-
zen of his type of Republic and of the world as a conglomerate of related republics.
His perspective remains a challenge today.

Key words: citizen, cosmopolitanism, republic, Kant, peace, human rights.

Omar Astorga. María Guadalupe Llanes


DILEMAS DEL COSMOPOLITISMO DE KANT:
LA CUESTIÓN DE LA CIUDADANÍA GLOBAL
Revista Dikaiosyne Nº 35
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Introducción
«No he nacido para un solo rincón, mi patria
es todo el mundo» Séneca.

La globalización afecta todos los aspectos de la vida individual y social de los


seres humanos. Nuevas cuestiones ocupan la mente de los que estudian la comple-
jidad de las sociedades particulares y de la sociedad global, que ha dejado de ser
una utopía. En una época en que las relaciones intersubjetivas aumentan en canti-
dad y disminuyen en calidad, las fronteras parecen disolverse incluso en el marco
de las identidades nacionalistas. Un campesino de un remoto pueblo español que
sólo tiene treinta habitantes nos dirá orgulloso: Soy de Siurana -Tarragona y de
Europa. Y las leyes que regulan su vida son todas ellas: las de su pueblo, las de
España (aunque quiera obviarlas) y las de Europa.
Pero todavía es posible ir más allá y considerarse cosmopolita y, entonces, has-
ta el continente se queda pequeño. Martha Nussbaum propone un giro kantiano
para esta posición, la cual se resume en la cualidad de expandirse desde la situación
particular a la global, proponiendo que primero existen unos ―derechos humanos
básicos iguales‖ que se derivan del hecho de que cada uno de nosotros es ciuda-
dano «de un mundo de seres humanos y […] aunque se encuentren situados en los
Estados Unidos, tienen que compartir este mundo con los ciudadanos de otros paí-
ses»3; y luego están las convenciones del país donde se vive. El individuo, miem-
bro de la humanidad, se integra voluntariamente a las normas de un Estado particu-
lar sin perder sus derechos en tanto ser humano.
Otras circunstancias contribuyen a complejizar lo ya muy multiforme, como las
migraciones a escala cada vez mayor, la crisis de la noción de Estado y la coexis-
tencia de múltiples culturas en un solo lugar. La soberanía se complica en un mun-

3
Nussbaum, Martha, Los Límites del patriotismo, Ed. Paidós, Barcelona, 1999, pp. 16-17.
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do que se divide en grandes bloques de poder, sustituyendo el tradicional enfren-


tamiento entre dos superpotencias. La situación constituye un auténtico desafío que
ha reclamado, en vano, la atención por parte de las organizaciones mundiales que
tienen como compromiso velar por la paz. Solo en el momento en que estas organi-
zaciones adquieran mayor legitimidad y medios para la acción podrá considerarse
un organismo efectivamente global. La realidad político-social reclama que se fo-
mente el respeto por un derecho internacional ampliamente reconocido y estableci-
do como pilar en la lucha por la convivencia entre naciones. A la globalización de
la economía debería acompañar la expansión de la democracia. En este sentido, los
Estados harían muy bien en seguir el consejo de Kant: «El Estado […] requerirá
tácitamente —en secreto— a los filósofos, lo cual significa que les dejará expresar-
se libre y públicamente sobre las máximas generales de la guerra y de la paz […]
No quiero decir que el Estado deba dar la preferencia a los principios del filósofo
sobre las sentencias del jurista […] sino sólo que debe oírlos»4. Veremos precisa-
mente lo que el filósofo de Königsberg, considerando las tensiones que existen en
su obra, puede aportar a nuestra época, así como lo que opinan algunos de sus in-
térpretes.
Para ello, repasaremos el origen de la noción de ‗ciudadanía‘ y en particular la
de ‗ciudadano del mundo‘, siguiendo la obra de M. Nussbaum. En sus escritos
encontramos la bifurcación nacionalismo-patriotismo versus cosmopolitismo-
universalismo y vemos cómo Kant sigue constituyendo una buena fuente para con-
siderarla. Revisamos la distinción kantiana de ciudadano vs. individuo. Luego re-
pasamos brevemente los requisitos para la paz duradera siguiendo las hipótesis del
filósofo de Königsberg: la noción de república de repúblicas, la relación ente moral
y política y el reino de los fines, con el fin de examinar la pretensión de que el ciu-
dadano cosmopolita ha de ser concebido como ciudadano de su república y del
mundo como conglomerado de repúblicas relacionadas.

4
Kant, Immanuel, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Crítica de la razón
práctica, La paz perpetua, Buenos Aires, Editorial Porrúa, 1990, p. 235.
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1. El concepto de ciudadanía revisitado. El giro kantiano de Nussbaum y


el origen de las normas morales
La globalización y el cosmopolitismo suponen nuevas maneras de concebir la
ciudadanía; y por ello, el antiguo concepto de ‗ciudadanía‘ precisa ser reexamina-
do. Un ciudadano, para Kant, debe vivir tres tipos de ciudadanía, o, podríamos
decir: la ciudadanía es un concepto que incluye tres niveles y, por tanto, son tres las
―constituciones jurídicas‖ que rigen la vida de los ciudadanos: la jus civitatis que es
la del ―derecho político de los hombres reunidos en un pueblo‖, la jus gentium o
―derecho de gentes o de los Estados en sus relaciones mutuas‖ y la jus cosmopoli-
ticum, es decir, «los derechos de la humanidad, en los cuales hay que considerar a
los hombres…como ciudadanos de un Estado universal de todos los hombres».5
Entonces, ¿qué significa ser ciudadano cosmopolita (del griego kosmou po-
litês)? Pues bien, además de la escuela cínica, los que se ocuparon de pensar la
posibilidad de trascender la cualidad de ser ciudadano de una polis determinada, y
pertenecer a una ciudadanía de carácter universal, fueron los sabios estoicos. Ellos
trataron de fomentar la idea de que todos los hombres, sin excepciones, fueran con-
siderados como ciudadanos. Martha Nussbaum, rastrea el origen del término en su
ensayo Patriotismo y Cosmopolitismo6. Nos cuenta que Diógenes el cínico (412-
323 a.C.) pronunció la frase famosa: ―soy ciudadano del mundo‖ en una Grecia que
consideraba constitutiva de la naturaleza humana la pertenencia a la polis. Con tal
actitud, estaba rechazando los valores de la polis, y se ponía del lado de los sofistas
del siglo V a.C. que daban preeminencia a la naturaleza sobre la ciudadanía con
todas sus convenciones sociales. Podríamos afirmar que para Diógenes los anteojos
de la polis nublaban, en vez de esclarecer, la visión del mundo. El fundador de la
escuela cínica «rompió desde el uso del lenguaje figurado, la imagen tradicional

5
Kant, op.cit., pp. 221-222.
6
Nussbaum, Martha, (1999) pp. 13-29. Véase también ―Kant and Cosmopolitanism‖, en
The Cosmopolitanism reader, Edited by Garrette Walace Brown and David Held (Cam-
bridge: Polity Press, 2010), 27-43. Sobre la reivindicación del cosmopolitismo a partir de
Kant y de la tradición estoica, véase de José Javier Benéitez Prudencio, ―La ciudadanía
cosmopolita de Martha Nussbaum‖, Daimón. Revista Internacional de Filosofía, 3 (2010):
347-354.
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del hombre griego como sujeto que se veía a sí mismo como individuo local, con
tendencia a lo universal»7 (muy parecido al siuranense de nuestro ejemplo). Pero,
¿tiene esta posición algún eco en nuestros días? Trataremos de mostrar que Kant, si
bien se orienta a privilegiar la posibilidad del cosmopolitismo, no logra ofrecer las
bases políticas y jurídicas que lo hagan realizable.
Nacemos en una comunidad que es parte de una nación regida por un conjunto
de leyes que fueron creadas mucho antes de que llegáramos a la existencia, pero
también nacemos en el mundo donde las fronteras, como decía Séneca, las medi-
mos ―por el sol‖8. Podemos preguntar con Nussbaum: ¿de dónde se desprenden los
valores morales?, y responder que proceden de la consideración de la naturaleza
humana en general que, en tanto tal, pertenece a la comunidad universal de delibe-
ración, no solamente de las costumbres propias de la comunidad a la que pertene-
cemos. De la comunidad de deliberación se derivan los valores que se convierten
en principios, como, por ejemplo, la justicia. Y es responsabilidad de todos los
miembros de la especie defender esos valores por encima de las particularidades de
la comunidad en la que vivan. Veamos cómo lo expresa:

Diógenes sabía que la invitación a pensar como ciudadano del mundo


era, en cierto sentido, una invitación a exiliarse de la comodidad del pa-
triotismo y de su sentimentalismo fácil […] Evidentemente, ello no sig-
nifica que los estoicos propusieran la abolición de las formas de organi-
zación política locales y nacionales y la creación de un Estado mundial.
Su premisa era aún más radical: nuestra máxima lealtad no debe ser
otorgada a ninguna mera forma de gobierno, ni a ningún poder tempo-
ral, sino a la comunidad moral constituida por la comunidad de todos
los seres humanos. En este sentido, la idea del ciudadano del mundo es
la precursora y la fuente de la que emana la idea kantiana del ―reino de

7
Fredy Fernández Márquez, ―Patriotismo y cosmopolitismo en los procesos democráticos
de Martha Nussbaum‖, Analecta política, Vol. 1, No. 2 (2012) Medellín, p. 308.
8
Nussbaum, Martha, op.cit., p. 17.
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los fines‖, y ejerce una función similar a la hora de inspirar y regular la


conducta moral y política.9

Al dar preeminencia a las leyes de la naturaleza, las que nos corresponden a to-
dos por el hecho de ser humanos, sobre las de la Nación donde nacimos, la visión
de Nussbaum corre el riesgo de convertirse en un ―cosmopolitismo abstracto o
desarraigado‖, por lo que J. Martínez considera que «la ciudadanía humana no
tiene por qué suprimir la categoría de ciudadanía vinculada al Estado nación ni la
ciudadanía que enfatiza la participación y necesita para realizarse espacios sociopo-
líticos concretos […] es decir soy ciudadano del mundo y ciudadano de mi país». 10
Es precisamente a este respecto donde se bifurcan el ―nacionalismo-patriotismo,
del cosmopolitismo-universalismo‖ en la reflexión de Nussbaum11.
En otras palabras, encontramos dos extremos en esta cuestión: por una parte, el
nacionalismo y el patriotismo tienden, en principio, a recortar la visión que debe-
mos tener de la humanidad en general, y nos llevan a construir sesgadamente cual-
quier apreciación sobre el resto de los humanos. Todos conocemos los ejemplos
históricos de la barbarie a la que puede conducir un nacionalismo extremo. Y, por
otra parte, el cosmopolitismo absoluto nos desarraiga de la realidad social en la que
vivimos como individuos. La inclinación hacia cualquiera de los polos obstaculiza
la construcción, por parte de la ciudadanía, de una identidad universal. La preocu-
pación de los ciudadanos por vivir en una situación de paz, sin amenazas perma-
nentes a su vida, condujo al contrato social entre los individuos. En el siglo XVII
pensadores como Hobbes se ocuparon de teorizar sobre cómo lograr la paz civil en
función de la creación del Estado. No obstante, una vez agrupados los individuos
en diferentes Estados, es necesario lidiar con otro tipo de relaciones, mucho más
complejas, para mantener la paz interna y externa. Es imposible que una comuni-

9
M. Nussbaum, op.cit., pp. 17-18.
10
Julio L. Martínez Martínez S.J., ―Ciudadanía y migraciones‖, Corintios XIII, Revista de
teología y pastoral de la caridad, n° 131, Julio-Septiembre 2009, Madrid, Cáritas Española
Editores, p. 123.
11
Fredy Fernández M., op.cit., p. 309.
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dad no se vea afectada por los aconteceres de sus aledaños y, con mayor razón, si
están en guerra con ellos. Kant reflexionó ante esta circunstancia de carácter ético y
político, con miras a crear una fórmula de paz duradera entre los Estados. Esto
suponía un ordenamiento jurídico que traspasara las fronteras y fuera útil y acepta-
ble para todos los Estados implicados en tal orden. Con esta investigación como
norte, el filósofo de Königsberg escribió su famoso opúsculo La paz perpetua,
influyente en su época y que sigue teniendo vigencia tal como lo han mostrado
algunos de sus intérpretes.
Pues bien, en cuanto a la crítica mencionada, que señala la posible hiper-
abstracción de la noción de cosmopolitismo en Nussbaum, consideramos que el
cosmopolitismo no deviene abstracción ultrahumana si se piensa en el contexto de
la relación del individuo con sus problemas y formas de ser, con la comunidad
mayor que es la humanidad completa de la cual es miembro. Es decir, no se trata de
pensar abstractamente a una humanidad genérica ideal y derivar de allí una morali-
dad también ideal. De hecho, esto no lo proponen ni Nussbaum, ni Kant, quien
advertía que en la relación entre los Estados es más apreciable la maldad humana, y
el término derecho, si bien muy usado en la retórica pública, no tiene la efectividad
que sí se observa dentro de cada Estado. Aquí este filósofo señala que el camino
hacia la paz se encuentra amenazado. Desde una posición moral y ya no jurídica
apela a la idea de la confederación de Estados. Al postular el derecho cosmopolita,
expresado en la hospitalidad y visita basadas en el derecho originario a la superfi-
cie finita de la tierra, Kant, con cierta cautela, advierte que no se trata de una «re-
presentación fantasiosa ni extravagante, sino un complemento necesario del código
no escrito del derecho político y del derecho de gentes»12.
Por otro lado, la bifurcación expresada por Nussbaum se podría suavizar si-
guiendo una interpretación diferente; la que se propone a partir del uso kantiano del
concepto de patriotismo, al considerarlo más bien como «el gozne de efectiva
unión entre el derecho político estatal y el derecho cosmopolita, sosteniendo que la
culminación de la constitución republicana se encuentra vinculada en Kant con la

12
Kant, op.cit, p. 229.
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ampliación de los límites del derecho y la progresiva conversión de todos ‗los hijos
de la Tierra‘ en ciudadanos del mundo»13. No obstante, es necesario advertir que el
derecho estatal fue concebido por Kant a partir de la insociable sociabilidad y, en
definitiva, de la guerra.14 Y esto haría menos plausible la idea de colocar en un
mismo terreno dicho derecho con las aspiraciones cosmopolitas cuya concepción
supone el logro de la paz.15 Veamos cómo Kant asume este desafío.

2. Las condiciones de la paz perpetua

a. La noción de república de repúblicas


Recordemos que es muy diferente ser el simple integrante de una sociedad, un
individuo cualquiera, que ser ciudadano de una comunidad. Tanto el Estado como
la ciudadanía suponen ideas normativas cuyo fin es propiciar el paso de una aso-
ciación a una comunidad. Para Kant, el estatus de ciudadano es el que corresponde
a los miembros de una República, y ésta es imprescindible para que reinen la liber-
tad, la independencia y la igualdad de derechos y, en consecuencia, una situación
de paz duradera y estable. Pues el filósofo de Königsberg, en armonía en este punto
con Hobbes y en desacuerdo con Rousseau, aseveraba que la naturaleza humana se

13
Sánchez Madrid, Nuria, ―¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos
humanos? Algunas consideraciones críticas‖, Revista de Estudios Kantianos, Publicación
internacional de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española (SEKLE). Vol.1,
Núm. 2 (2016) pp. 191-206. Sánchez Madrid se refiere en este caso a la interpretación de
Kleingeld, P., ―Kant‘s Moral and Political Cosmopolitanism‖, en Philosophy Compass 11/1
(2016), 14-23.
14
Immanuel Kant, Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, en Filosofía de la
historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp.39-66.
15
Hasta cierto punto se podría decir que es un riesgo extrapolar el derecho estatal al escena-
rio cosmopolita. A menos que se acepte la idea de un cosmopolitismo parcial que supone
reconocer los valores específicos de las comunidades nacionales, y quizás ello suponga
alejarse mucho más de las expectativas que tenía Kant. Véanse al respecto las sugerentes
reflexiones de Kwame Anthony Appiah, ―Ethics in a World of Strangers: W.E.B. Du Bois
and the Spirit of Cosmopolitanism‖, en AA.VV., Justice, Governance, Cosmopolitanism,
and the Politics of Difference, Berlin, Humboldt-Universität zu Berlin, Department of Eng-
lish and American Studies, 2007, pp.15-44.
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inclina inevitablemente hacia la guerra. La paz hay que quererla intencionalmente,


es una conquista de la voluntad basada, de entrada, en el republicanismo, donde la
soberanía reposa en tres poderes separados, el ejecutivo, el legislativo y el judi-
cial. 16
Además, en una república, piensa Kant, todo súbdito tiene que ser un ciuda-
dano y los que gobiernan son conciudadanos de los súbditos; juntos reflexionan
sobre los costos de la guerra y deciden voluntariamente evitarla.

La constitución republicana, además de la pureza de su origen, que


brota de la clara fuente del concepto de derecho, tiene la ventaja de
ser la más propicia para llegar al anhelado fin: la paz perpetua. He
aquí los motivos de ello. En la constitución republicana no puede por
menos de ser necesario el consentimiento de los ciudadanos para de-
clarar la guerra […] En cambio, en una constitución en la cual el
súbdito no es ciudadano, en una constitución no republicana, la gue-
rra es la cosa más sencilla del mundo. El jefe del Estado no es un
conciudadano, sino un amo, y la guerra no perturba en lo más míni-
mo su vida regalada.17

Es importante recordar aquí que en La paz perpetua se reconocen dos formas


de gobierno: «la ‗republicana‘ o la ‗despótica‘». Y se sostiene que mientras «el
‗republicanismo‘ es el principio político de la separación del poder ejecutivo —
gobierno— y del poder legislativo; el despotismo es el principio del gobierno del
Estado por leyes que el propio gobernante ha dado»18. Luego se dice que la demo-
cracia es un despotismo, y no es representativa, pues «funda un poder ejecutivo en

16
Dice Kant: ―El estado de paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturale-
za (status naturalis), que es más bien un estado de guerra, es decir, un estado en el que, si
bien las hostilidades no se han declarado, sí existe una constante amenaza. El estado de paz
debe, por tanto, ser instaurado‖. La Paz Perpetua, sección segunda, proemio.
17
Kant, op.cit. 1990, pp. 222-223.
18
Ibid., p. 223.
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el que todos deciden sobre uno y hasta a veces contra uno […] todos, por tanto,
deciden, sin ser en realidad todos, lo cual es una contradicción de la voluntad gene-
ral consigo misma y con la libertad».19 Esta distinción puede sonar incomprensible
fuera del contexto de finales del siglo XVIII donde predominaba la idea del despo-
tismo ilustrado. Hoy consideramos al despotismo del siglo XVIII como un absolu-
tismo, un ideal de la monarquía que buscaba el bien del pueblo sin el pueblo y
donde la separación de poderes era inconcebible. No obstante, mutatis mutandi, la
república kantiana equivale, sin duda, a la democracia representativa de nuestro
tiempo. Es por ello que algunos intérpretes hablan de democracia donde Kant es-
cribe ―república‖: «La idea de república‖, dice, por ejemplo, Juan Carlos Velasco,
―no sólo es composible con la de democracia, al menos en su forma representativa,
sino que como ya advirtieron contemporáneos de Kant, son términos difícilmente
separables»20. Un poco más adelante añade:

La condición (necesaria) de la paz es una constitución republicana


o, dicho con otras palabras, la democracia, si nos atrevemos a tra-
ducir el término kantiano de modo infiel en cuanto a su literalidad,
pero completamente fiel respecto a su sentido político actual. La
democracia se presenta entonces como el medio más adecuado,
tanto para la regulación de conflictos como para su prevención, en
orden a lograr una paz firme y duradera21.

Al igual que un imperativo de la razón conduce a los humanos a salir de su na-


turaleza salvaje y preservar su vida individual mediante un primigenio contrato
social y constituirse en ciudadanos de un Estado que tenga la forma de república,

19
Ibídem.
20
Velasco, Juan Carlos, ―Ayer y hoy del cosmopolitismo kantiano‖, Isegoría/ 16 (1997)
Instituto de Filosofía ISIC, Madrid, p. 99.
21
Ibídem.
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los Estados deben unirse en la legislación superior de una república universal o en


una federación de Estados 22 para evitar la guerra entre ellos:

Para los Estados, en sus mutuas relaciones, no hay, en razón, ningu-


na otra manera de salir de la situación anárquica, origen de continuas
guerras, que sacrificar, como hacen los individuos, su salvaje liber-
tad sin freno y reducirse a públicas leyes coactivas, constituyendo así
un Estado de naciones —civitas gentium— que, aumentando sin ce-
sar, llegue por fin a contener en su seno todos los pueblos de la tie-
rra. Pero si no quieren esto, […] entonces, para no perderlo todo, en
lugar de la idea positiva de una república universal puede acudirse al
recurso negativo de una federación de pueblos que, mantenida y ex-
tendida sin cesar, evite las guerras…23

Es valiosa la advertencia de Sánchez cuando afirma que «todas las exhortacio-


nes a la extensión de la legalidad republicana y sus mecanismos de garantía a la
totalidad del planeta no pueden servirse del recurso a la coacción»24, y añade que
en Kant encontramos múltiples niveles ―en el planteamiento de la ley y los dere-
chos‖25. Es decir, no es aplicable el mecanismo de coacción que funciona a nivel de
individuos dentro de una república particular, a la compleja unidad de varias repú-
blicas en una federación, o a todo el mundo convertido en una comunidad republi-
cana de repúblicas. A menos que un pueblo pueda formar parte de una confedera-
ción si muestra madurez política, mientras que los que no tienen esa madurez no
pueden establecer relaciones consensuadas legales con otros estados. Así que, para
que una república forme parte de una federación de repúblicas tiene que tener el

22
Para lograr una paz estable, ―tres son las principales propuestas kantianas al respecto: la
formación de gobiernos democráticos, la instauración de una federación de Estados libres y
la constitución de un derecho cosmopolita‖. Velasco, Juan Carlos, op.cit., p. 91.
23
Kant, op.cit, 1990, p. 227.
24
Sánchez, Nuria. (2016) p. 194.
25
Ibid.
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suficiente desarrollo ético-político para ser capaz de adoptar, consensualmente, un


conjunto de leyes que regirán a las repúblicas unidas, sin sentir que tales leyes son
represivas o que coaccionan su modo de relación.
El problema consiste en dilucidar cuáles leyes, morales o jurídicas, predominan
sobre las otras a la hora de tener que resolver un problema individual, estatal o
interestatal; y cómo lograr que tantos grupos de legislaciones no entren en conflic-
tos que conduzcan a imposibles jurisprudencias, o a una guerra en el peor de los
casos. Esto supone plantearse un marco más general, a saber, la conexión entre
moral y política.

b. La relación entre moral y política.


Es conveniente destacar que Kant piensa en la posibilidad de que la ley moral
sea aplicable en el ámbito cosmopolita. La humanidad como un todo se rige por
unas leyes morales universales que preservan los derechos humanos y sirven de
mediadoras con la legislación de cada Estado. Tal como afirma Lucy Carrillo:

Según Kant, ninguna nación o confederación de naciones puede con-


sentir o cometer ninguna injusticia ni violar los derechos del más mi-
serable de los seres humanos en aras del mantenimiento o aumento del
propio poder. En esto consiste la idea kantiana de que la ley moral
opere a través de las leyes públicas, y que Kant comprende como el
problema de la mediación entre el universalismo de la ley moral y el
particularismo de la legalidad de cada Estado. Para Kant es claro que
el trato que debe dar un Estado a sus ciudadanos no es asunto que
pueda estar expuesto a libres prerrogativas: Los derechos de los ciu-
dadanos se fundan en los derechos humanos; no se contradicen, sino
que se implican mutuamente. 26

26
Carrillo Carrillo, Lucy, ―El concepto kantiano de ciudadanía‖ Instituto de Filosofía, Uni-
versidad de Antioquia. Medellín, Colombia, 2010, p.106.
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La humanidad está por encima de la ciudadanía así como lo moral sobre lo po-
lítico. Una nación no puede cometer una injusticia contra uno de sus súbditos si
existe una ley moral cosmopolita que garantice la uniforme aplicación de la justicia
a cada ser humano. Desde el punto de vista de la omnicomunidad humana, todos
los hombres tienen los mismos derechos fundamentales. Es sencillo entender cómo
esta propuesta kantiana favorece la paz entre los pueblos, aunque no haya garantía
de que un determinado Estado acepte una ley moral universal por encima de sus
leyes ciudadanas, como se puede constatar históricamente. En otro texto hemos
planteado, teniendo presente las reflexiones de Habermas, que «el camino trazado
por Kant está lleno de dificultades que, si bien no hacen imposible pensar en las
vías que conducen hacia la paz perpetua, suponen un conjunto de obstáculos para
concebir sus condiciones de posibilidad».27
No obstante, al considerar el alcance de los derechos, encontramos que el mero
hecho de ser humano garantiza el derecho a tener derechos, «porque un individuo
sólo puede albergar la esperanza de que se le respeten sus derechos si cuenta con el
título de ciudadanía que le confiere un estado particular».28 Esto constituye, según
Carrillo, el escollo que encuentra Arendt, a saber, que es desde su condición de
ciudadano de algún estado particular que a un individuo le es reconocido o no el
derecho a tener derechos, derivado del hecho de ser humano. De alguna manera la
pertenencia a la ciudadanía de un estado particular se torna condición sine qua non
para tener derechos humanos y no al revés. No obstante, Kant estableció de otra
manera el vínculo entre los derechos humanos y los derechos ciudadanos. No se
trata de que un Estado particular tenga el deber de reconocer la ley moral cosmopo-
lita como un imperativo que funciona únicamente hacia el interior de su territorio y
sobre la población que lo ocupa, presuponiendo que las consecuencias del recono-

27
Astorga, Omar, ―Kant y el derecho cosmopolita. ¿Qué significa ser ciudadano del mun-
do?‖, en José Luis Villacañas, Julia Muñoz y Nuria Sánchez Madrid (Coord.). El ethos del
republicanismo cosmopolita. Perspectivas euroamericanas sobre Kant, Peter Lang Edito-
res, 2020 (en prensa). Véase de Jürgen Habermas La inclusión del otro. Estudios de teoría
política, Barcelona, Paidós, 1999, pp.147-170.
28
Carrillo, Lucy, op.cit, p.106.
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cimiento o desconocimiento de los derechos humanos y la aplicación de las corres-


pondientes leyes para preservarlos, las sufren los habitantes de ese Estado. Más
bien, Kant hace énfasis en los efectos que tal modo de acción tendría sobre los
otros Estados de la comunidad humana. Eleva la propuesta de la confederación
mundial de Estados regida por el derecho internacional, con consecuencias que
aparentemente serían claras para la relación entre sus miembros.
En este punto es necesario advertir que no hay en Kant un tránsito diáfano del
derecho internacional al derecho cosmopolita. Constanza Núñez comenta la opi-
nión de Habermas al respecto: ―otro elemento que para Habermas permite explicar
las contradicciones del modelo jurídico cosmopolita kantiano es la unión concep-
tual que realiza entre soberanía, pueblo y Estado‖. 29 Y añade que Kant identifica la
idea de derecho cosmopolita con la de república mundial. Habermas, a pesar de
estos problemas, no renuncia a concebir también un modelo cosmopolita, pero
piensa que lo mejora al fundamentarlo en la noción de soberanía compartida, en
vez de la soberanía indivisible kantiana.
Para Kant la soberanía de un Estado no debe encarnar la autoridad última del
derecho, es decir, no puede evadir los derechos humanos recogidos en el derecho
cosmopolita, que está presente con una sola fórmula en todos los Estados. El dere-
cho cosmopolita supone una superación del derecho internacional que controla
Estados inestables en estado de naturaleza (que ya vimos tiende a la guerra). El
derecho a tener derechos arendtiano, entonces, no depende del hecho de ser ciuda-
dano de un Estado particular. Está inscrito en la naturaleza de cada individuo antes
de convertirse en ciudadano de un país y súbdito de una república. Así, Kant re-
suelve el problema antes de que Arendt lo planteara. No es el ciudadano el que

29
Núñez Donald, Constanza, ―Habermas y el constitucionalismo cosmopolita: una recons-
trucción argumentativa‖, Revista Anales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
Universidad Nacional de La Plata. UNLP. Año 15/Nº 48-2018. Anual. Impresa ISSN 0075-
7411-Electrónica, p.1.133. En el caso de Rawls valga señalar que al proponer una actuali-
zación del clásico derecho de gentes se propone el controversial asunto de la incorporación
de pueblos que no han alcanzado un desarrollo político liberal. Véase al respecto John
Rawls, El derecho de gentes y “Una revisión de la idea de razón pública”, Barcelona,
Paidós, 2001, pp.101-104.
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reclama su derecho a tener derechos. El ser humano que posee esencialmente ese
derecho es el que, además, decide ser ciudadano de una república particular.
Valga destacar la posición de Dante Augusto Palma (en contraste con las inter-
pretaciones de Habermas y Ralws), quien afirma que «Kant se inclina por la Con-
federación sólo en el contexto del Derecho de Gentes y que, una vez dentro del
ámbito del Derecho cosmopolita, el de Königsberg pregonaría por la superación de
ésta en la forma de una República mundial[…]En el Derecho cosmopolita, […] las
entidades ontológicamente privilegiadas, en cuanto a ser depositarias de derechos,
son los individuos‖30. Esto es lo que, a nuestro parecer, quiere indicar Kant cuando
expresa que la idea de un derecho de ciudadanía mundial no es una fantasía jurídi-
ca. Es decir, el derecho cosmopolita es una elevación del derecho internacional (de
gentes). Es pertinente aclarar que en ningún momento Kant propone que todos los
Estados se fundan en uno sólo, como una especie de monarquía total. Se trata de
que los tres grupos: individuos en un Estado, Estados entre sí e individuos de la
humanidad, cohabiten ordenadamente.
Kant establece en el tercer artículo definitivo de La paz perpetua, que ―El dere-
cho de ciudadanía mundial debe limitarse a las condiciones de una universal hospi-
talidad‖, entendiendo por ‗hospitalidad‘: ―el derecho de un extranjero a no recibir
un trato hostil por el mero hecho de haber llegado al territorio de otro‖ 31. Se trata
de afirmaciones que muestran, sin embargo, un notable contraste con los masivos
procesos migratorios que se han producido en diversas regiones del planeta. 32 Ha-
bermas señala otros problemas en la teoría kantiana del derecho cosmopolita. Por
ejemplo, repasa algunas muestras históricas que demuestran que las predicciones
de Kant no se cumplieron. Y nos dice que está comprobado estadísticamente que

30
Palma, Dante Augusto, ―¿Confederación de Estados o República mundial? Aportes para
una exégesis del proyecto cosmopolita de Kant‖, Res Publica, Revista de Filosofía Política
de la Universidad de Murcia, N°25, 2011, pp. 2-3.
31
Kant, I., op.cit, 1990, p. 227.
32
Véase, por ejemplo, Guerra González, María del Rosario y Sánchez Matías, Maribel,
―¿Es posible pensar la migración y el refugio desde la hospitalidad kantiana?‖, en REMHU,
Revista Interdisciplinar de movilidad humana, Brasilia, v. 26, n. 53, ago. 2018, pp. 205-
218.
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las repúblicas no tienen una historia que refleje menos guerras que otras organiza-
ciones políticas. Tampoco considera realista la pretensión kantiana de que un grupo
de Estados, en estado de naturaleza, inclinados a la guerra, puedan cesar en sus
contiendas por motivos morales 33. Pero al final de su análisis, Habermas también
propone, como vimos, un derecho cosmopolita y la creación de una Constitución
—en este punto va más allá de Kant— para que haya un vínculo jurídico entre los
Estados. La ventaja consistiría en poder sancionar a los Estados que no cumplan
con la Constitución. 34
No obstante, como bien acota Juan Carlos Velasco parafraseando a Rawls,
«hay comunidades culturales y nacionales que representan valores tan radicalmente
diferentes que no parece posible construir en el mundo, considerado globalmente,
un orden político respaldado por la fuerza del derecho cuya estructura básica fuese
aceptable para todos»35. Es decir, la creación de tal Constitución pensada por Ha-
bermas parece utópica en el mundo real. O, como diría Kant, para que una Consti-
tución cosmopolita fuera aceptada por todos los Estados, estos deberían tener plena
madurez política —como vimos— y la realidad es que nunca se ha cumplido seme-
jante ideal.

c. La paz cosmopolita en el reino de los fines.

Recordemos que en una república kantiana los súbditos son colegisladores y


que Kant no fusiona el orden de lo legal con el orden de lo moral. Se trata más bien
de una situación jerárquica entre leyes y valores que es libre, consensual y racio-
nalmente decidida por los colegisladores en cada Estado. Todo ciudadano debe
cumplir lo que ordena la ley pública pues él mismo lo ha decidido libremente, y esa
ley pública está en armonía con los derechos humanos, que acepta también racio-
nalmente. La moralidad se ocupa de las intenciones del obrar y la ley debe condu-

33
Jürgen Habermas, op.cit., cit., pp.147-170.
34
Una clara insistencia en favor del constitucionalismo global se halla en Luigi Ferrajoli,
Constitucionalismo más allá del estado, Madrid, Trotta, 2018.
35
Velasco, Juan Carlos (1997) p. 14.
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cir al bien común. Como explica oportunamente Granado: «Al considerar la paz
perpetua como un proceso‖ de ―preservación de la identidad moral de los actores,
la fórmula cosmopolita comunitaria desafía las tendencias homogeneizadoras y
uniformizadoras»36. Así pensada, tomando en cuenta la naturaleza humana racio-
nal-moral, la constitución del Estado particular como parte de una república cos-
mopolita, tiene la pretensión fundamental de otorgar sentido a la vida del indivi-
duo. La base moral de la doctrina política de los derechos humanos, según Kant, se
articula sobre las formulaciones del imperativo categórico37 en el reino de los fi-
nes38, en el que ha de constituirse la comunidad humana. Recordemos que cada ser
humano debe ser tratado como un fin en sí mismo, y en el cumplimiento de este
requerimiento se obtienen dos consecuencias positivas para la vida en sociedad, a
saber: la libertad de cada individuo se restringe en el punto en que toca la libertad
de los demás y los intereses personales se subordinan al interés común. Sobre este
asunto, Lucy Carrillo nos dice que «la idea de un reino de fines es la idea de una
comunidad de seres razonables unidos por leyes objetivas que hacen valer la exis-
tencia de cada uno en tanto fin en sí mismo, a la vez que hacen valer también lo útil
para todos, en tanto medios».39

36
Granado Almena, Víctor, ―Cosmopolitismo, Paz y Democracia: repensando el lugar
kantiano de la política en un mundo global‖, Con-Textos Kantianos, International Journal
of Philosophy, N.° 3, Junio, 2016, p. 511.
37
Véase al respecto Rivera Castro, Faviola, ―El imperativo categórico en la Fundamenta-
ción de la metafísica de las costumbres, México, UNAM, Revista Digital Universitaria, 10
de diciembre 2004, Volumen 5, Número 11, p. 3).
38
En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres Kant dice: ―Por reino entiendo
el enlace sistemático de distintos seres racionales por leyes comunes. Mas como las leyes
determinan los fines, según su validez universal, resultará que, si prescindimos de las dife-
rencias personales de los seres racionales y asimismo de todo contenido de sus fines priva-
dos, podrá pensarse un todo de todos los fines (tanto de los seres racionales como fines en
sí, como también de los propios fines que cada cual puede proponerse) en enlace sistemáti-
co; es decir, un reino de los fines[…]Un ser racional pertenece al reino de los fines como
miembro de él, cuando forma en él como legislador universal, pero también como sujeto a
esas leyes. Pertenece al reino como jefe cuando como legislador no está sometido a ninguna
voluntad de otro‖ (Kant, op.cit, 1990, p. 47).
39
Carrillo, Lucy, op.cit., pp. 104-105.
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La tercera formulación del imperativo categórico libera a la voluntad de la su-


misión a leyes que no se originan por su propio designio, y la convierte en la ―le-
gisladora universal‖ que no se somete por interés egoísta a ningún deber ciuda-
dano, sino que es «una voluntad legisladora por medio de todas sus máximas uni-
versalmente»40, siendo este, así, un imperativo ―incondicionado‖. En otras pala-
bras, según Kant: «si hay un imperativo categórico (esto es, una ley para toda vo-
luntad de un ser racional), solo podrá mandar que se haga todo por la máxima de
una voluntad tal que pueda tenerse a sí misma al mismo tiempo como universal-
mente legisladora respecto del objeto; pues sólo entonces es incondicionado el
principio práctico y el imperativo a que obedece». 41

Hemos considerado, brevemente, la relación entre moralidad y política que


plantea Kant y que ha sido objeto de discusión por algunos filósofos de nuestro
tiempo. Decíamos al principio, y vamos a repetirlo, que los valores morales, según
Nussbaum, se desprenden de la consideración de la naturaleza humana en general
que, en tanto tal, pertenece a la comunidad universal de deliberación, no de las
costumbres propias de la comunidad a la que pertenecemos. De la comunidad de
deliberación se derivan los valores que se convierten en principios, como por
ejemplo la justicia. La república cosmopolita kantiana busca hacer valer el reino de
los fines, es decir, «una comunidad de seres razonables unidos por leyes objetivas
que hacen valer la existencia de cada uno en tanto fin en sí mismo, a la vez que
hacen valer también lo útil para todos, en tanto medios»42. Así concebido, el dere-
cho cosmopolita kantiano y la idea de una ciudadanía global no ha sido una reali-
dad, ni en su tiempo ni en el nuestro, pero constituye el desafío de construir una
sociedad capaz de producir un estado de paz estable entre ciudadanos que sean
realmente libres y con capacidad de autolegislarse bajo la pretensión de que la bús-

40
Kant, op.cit, 1990, p. 47.
41
Ibid.
42
Carrillo, Lucy, op.cit., p.105.
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queda del bien no quede anclada al egoísmo individualista, «sino a la progresiva


organización de los ciudadanos de la Tierra dentro de la especie y para la especie
como un sistema unificado de un modo cosmopolita»43. Ese desafío, a su vez,
siempre tendrá que ser evaluado teniendo presente las tendencias antagónicas que
llevan a hacerlo pensar como una utopía. Kant estaba consciente de la persistencia
de estas tendencias, propias de la naturaleza humana. Desde sus reflexiones sobre
la historia desde un punto de vista cosmopolita hasta sus escritos antropológicos,
pasando por sus investigaciones metafísicas, es visible la tensión que se aprecia
entre la búsqueda de la paz perpetua y el reconocimiento de las tendencias conflic-
tivas inherentes a la naturaleza humana.

Caracas, agosto, 2020

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