Notas de Mercantil I
Notas de Mercantil I
Notas de Mercantil I
FACULTAD DE DERECHO
(PARTE GENERAL)
UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) v
FACULTAD DE DERECHO
Versión de mayo de 2015
vi ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
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Notas de Derecho Mercantil (Parte General) vii
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viii ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
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Versión de mayo de 2015
x ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
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Notas de Derecho Mercantil (Parte General) xi
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ABREVIATURAS
CC — Código Civil
CdC — Código de Comercio
DF — Disposición Final
ESUNARP — Estatuto de la SUNARP, aprobado por R.S. 135-2002-JUS, del 11
de julio.
LSNARP — L. 26366, del 4 de octubre de 1994, del Sistema Nacional de los
Registros Públicos.
RI — Reglamento de las Inscripciones, aprobado por Resolución de la
Sala Plena de la Corte Suprema de la República de 17 de
diciembre de 1936.
RIPJ — Reglamento de Inscripciones del Registro de Personas Jurídicas,
aprobado por Resolucion 038-2013-SUNARP/SN, del 15 de
febrero.
RM — Registro Mercantil
RGRP — Reglamento General de los Registros Públicos, TUO aprobado por
Res. 126-2012-SUNARP/SN, del 18 de mayo.
RRM — Reglamento del Registro Mercantil, aprobado por Resolución de la
Sala Plena de la Corte Suprema de la República de 15 de mayo de
1969.
RRS — Reglamento del Registro de Sociedades, aprobado por Res. 200-
2001-SUNARP/SN, del 24 de julio.
TP — Título Preliminar
INTRODUCCIÓN
SUMARIO: I. ORIGEN E HISTORIA DEL DERECHO MERCANTIL.— 1. La historicidad del
Derecho Mercantil. 2. Origen del Derecho Mercantil: el Derecho estatutario. 3. La
Edad Moderna y la estatización del Derecho Mercantil. 4. El Derecho Mercantil
ilustrado y el “acto de comercio”. 5. Crisis de la noción moderna del Derecho
Mercantil. II. DELIMITACIÓN DEL DERECHO MERCANTIL.— 6. La teoría de la empresa.
7. Significado económico de la noción de empresa. 8. Qué es el Derecho
Mercantil. 9. Caracteres del Derecho Mercantil. 10. Tendencias actuales del
Derecho Mercantil. 11. Contenido del Derecho Mercantil. III. FUENTES DEL
DERECHO MERCANTIL.— 12. La cuestión de las leyes orgánicas y tratados. 13. Los
usos mercantiles. 14. Las fuentes indirectas. 15. El Código de Comercio y la
legislación mercantil vigente. IV. CONSTITUCIÓN ECONÓMICA Y DERECHO
MERCANTIL.— 16. La Constitución económica. 17. Sistemas económicos.
18. Modelos económicos. 19. La Constitución económica peruana. 20. La libertad
de empresa como derecho constitucional: su fundamento. 21. Contenido de la
libertad de empresa. 22. Delimitación de la libertad de empresa: sus límites y la
cuestión del “contenido esencial”. 23. El orden constitucional y el sistema
económico. 24. Pautas constitucionales para resolver tensiones económicas.
1 ASCARELLI, Tullio; Iniciación al estudio del Derecho Mercantil, trad. de la 3ª ed. italiana por Evelio
Verdera y Tuells, Bosch, Barcelona, 1964, p. 31.
2 GARRIGUES, Joaquín; Tratado de Derecho Mercantil, Revista de Derecho Mercantil, Madrid, 1947, t.
I, vol. 1, pp. 5-6. LANGLE, Emilio; Manual de Derecho Mercantil Español, Bosch, Barcelona, 1950, t. I,
pp. 54-55. VIVANTE, César; Instituciones de Derecho Comercial, trad. de Ruggero Mazzi, Reus,
Madrid, 1928, pp. 3-9. ASCARELLI, Iniciación…, cit., pp. 29-31. AULETTA, Giuseppe, y SALANITRO,
Niccolò; Diritto Commerciale, 8ª ed., Giuffrè, Milàn, 1993, pp. 1-5. SCHMIDT, Karsten; Derecho
Comercial, trad. de la 3ª ed. alemana de Federico E. G. Werner, con la supervisión de Rafael Manóvil,
Astrea, Buenos Aires, 1997, pp. 41-42.
3 Iniciación..., cit., pp. 29-31.
— 1—
Versión de mayo de 2015
§1 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
4 Sobre la distinción entre common law y equity en Derecho anglosajón, pueden verse exposiciones
sencillas y claras en: FARNSWORTH, E. Allan; Introduzione al sistema giuridico degli Stati Uniti
d’America (trad. de Renato Clarizia), Giuffrè, Milán, 1979, pp. 96-99. W ILLIAMS, Glanville; Learning the
Law, 11ª ed., Stevens, Londres, 1982, pp. 24-30. FRANCHIS, Francesco DE; Dizionario giuridico/ Law
Dictionary, Giuffrè, Milán, 1984, t. 1, pp. 35-38 (de la Introduzione) y voz equity. Yo mismo he
abordado someramente la cuestión en “Génesis y consolidación de las Mareva injunctions del
Derecho inglés”, 20 ADM (2003), pp. 173-232 (pp. 182-185), y en “Perfección del contrato e inicio de
la sociedad (partnership) en el Derecho inglés”, en 3 REDUP (2002), pp. 277-305 (pp. 286-287,
especialmente por nota n. 26).
5 “Qué es y qué debe ser el Derecho mercantil”, publicado originalmente en 71 RDM (1959), pp. 7-59,
y reeditado en su colección de artículos titulada Temas de Derecho Vivo, Tecnos, Madrid, 1978, pp.
37-94; las ideas glosadas están en la p. 81 de éste. Las mismas ideas las recoge más
resumidamente en su Curso de Derecho Mercantil, reimpresión de la 7ª ed., Temis, Bogotá, 1987, t. I,
pp. 27-28. La doctrina española sigue en esto a GARRIGUES. ASÍ, BROSETA PONT, Manuel; Manual de
Derecho Mercantil, 9ª ed., Tecnos, Madrid, 1991, pp. 50-51. Lo mismo en SÁNCHEZ CALERO,
Fernando; Instituciones de Derecho Mercantil, 21ª ed., McGraw-Hill, Madrid, 1998, t. I, pp. 15-16. Por
último, JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Guillermo (Coord.); Derecho Mercantil, 3ª ed., Ariel, Barcelona, 1995, vol. 1,
pp. 3 y ss., especialmente en la p. 5, y también en la p. 30 (secciones a cargo de Manuel OLIVENCIA
RUIZ: en adelante, citaré esta obra y las demás de su tipo que, conservando una unidad de plan, han
sido compuestas por partes reconocibles por diferentes autores, refiriéndome sólo al título de toda la
publicación, precedida del nombre de su Coordinador o Director y, según sea el caso, el del autor de
la sección citada, detrás de una barra oblicua; en este caso, la cita correspondiente sería: JIMÉNEZ/
OLIVENCIA, Derecho Mercantil, etc.).
6 Algo diversa, quizás, es la posición de VICENT CHULIÁ, para quien el significado histórico del Derecho
Mercantil vendría definido por la existencia de una determinada materia progresivamente cambiante a
lo largo de ocho siglos de evolución, que plantea una exigencia de institucionalización con arreglo a
criterios de igualdad, como valor que ha de ser tutelado y realizado históricamente. Vid. su
Compendio crítico de Derecho Mercantil, ….
7 LANGLE, Manual..., cit., t. I, pp. 55-56.
2 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §2
8 Vid. ASCARELLI, Iniciación..., cit., p. 31; JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1, pp. 5-6; SÁNCHEZ
CALERO, Instituciones..., cit., vol 1, p. 4.
9 JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol.1, p. 6.
FACULTAD DE DERECHO 3
Versión de mayo de 2015
§3 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
4 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §3
Por otra parte, el comercio florece en una nueva expansión mercantil. Muchas
instituciones jurídicas nacidas en el tráfico mercantil se extienden a otros sectores
económicos, y enriquecen otros ámbitos distintos al comercio.
El carácter del Derecho Mercantil de este periodo puede resumirse en que15:
1) La ley pasa a ser su fuente principal; los usos quedan en un segundo plano.
2) Además de sufrir esa “legalización”, el Derecho se estatiza, pues el Estado se
reserva la potestad legislativa.
3) El criterio de delimitación del Derecho Mercantil sigue siendo subjetivo y
profesional; pero su ámbito se va ampliando progresivamente a otros sujetos no
comerciantes y a actividades económicas distintas del comercio.
4) Su inicial uniformidad internacional cede ante un progresivo nacionalismo.
El Perú se incorpora a la cultura occidental —y, por tanto, comienza la historia de
nuestro Derecho Mercantil— precisamente en los primeros tiempos de este periodo.
A imitación de las principales ciudades mercantiles de la Metrópoli, el 21 de febrero
de 1613 se instala el Tribunal del Consulado de Lima. Era éste un organismo
gremial, que reunía a los comerciantes de la ciudad. Por prerrogativa real, tenía
funciones de administración de justicia en asuntos mercantiles, con jurisdicción
propia y proceso sumario. Hasta la Pragmática del Comercio Libre de 1778, en las
posesiones españolas de América, sólo Lima y México contaron con esa institución.
Las Ordenanzas del Tribunal del Consulado de Lima fueron dictadas el 30 de marzo
de 1627, y reeditadas en 1630, 1635, 1680, 1768 y 182016. Aparte de ellas, las
normas mercantiles más importantes eran las Ordenanzas de Bilbao (promulgadas
en 1737) y el Libro IX de la Novísima Recopilación17.
En plena Guerra de la Independencia, un Decreto del 6 de marzo de 1822 intentó
suprimir el Tribunal del Consulado y reemplazarlo por la Cámara de Comercio del
Perú. La Ley del 26 de noviembre de 1829 dio marcha atrás. Como jurisdicción
especial en materia mercantil, el Tribunal del Consulado de Lima subsistió hasta
bien entrado el s. XIX, regulándose por sus Ordenanzas originales en cuanto no
fuesen contrarias a la Constitución y demás leyes de la República18.
Comercial, 11ª ed., Grijley, Lima, 2004, t. I, p. 55 (n. 36). También BASADRE, “La Cámara...”, cit., p.
18 BASADRE, “La Cámara...”, cit., p. …
FACULTAD DE DERECHO 5
Versión de mayo de 2015
§4 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
nombrada en 1801. El primer proyecto, muy imperfecto, recibió observaciones que llenaban tres
volúmenes. En 1806 el Emperador (Napoleón), irritado por ciertos escándalos financieros, exige la
discusión inmediata del proyecto. Después de ser revisado por el Consejo de Estado (1806-1807), se
presentó para ser votado en el Cuerpo legislativo, que lo hizo en cinco leyes distintas, reunidas en un
solo Código por la ley del 15 de setiembre de 1807. Se determinó su entrada en vigencia a partir del
1° de enero de 1808. Por eso se le data indiferentemente en 1807 o en 1808. Vid. RIPERT, Georges y
ROBLOT, René; Traité de Droit Commercial, 16ª ed., LGDJ, París, 1996, t. 1, pp. 14-15 (n. 26).
22 JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1, p. 9.
24 A diferencia del Code Civil, el Code de Commerce no rompió radicalmente con el Antiguo Régimen,
del que conservó, entre otros rasgos, los Tribunales especiales de comercio. Al tratar de su
competencia, el Código incluía, además de los litigios entre comerciantes, una lista enunciativa de
“actos de comercio”, fueran o no comerciantes los intervinientes. Con no poca lógica, se entendió que
estaban sometidos también a la legislación mercantil. Cf. ASCARELLI, Iniciación..., cit., p. 69-70.
6 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §4
de comercio, realizado por cualquier persona, aunque sólo sea ocasionalmente. Esta
expansión era más bien modesta en la práctica, pues los actos mercantiles
“ocasionales” suelen ser marginales; no se trata, pues, de un cambio radical. Sin
embargo, como afirmación de la superación de un sistema jurídico diferenciado
según las categorías sociales, resulta profundamente innovador25.
La extensión y progresiva objetivación del Derecho Mercantil responde a una
objetivación general del Derecho. La ley se aplica a los actos objetivamente
considerados, prescindiendo de la cualificación subjetiva; un derecho uniforme para
todos sustituye los derechos diversos para cada clase26. El carácter objetivo del
nuevo Derecho Mercantil queda subrayado sobre todo en la doctrina, en la
jurisprudencia y en las imitaciones y emulaciones de la codificación francesa.
Entre esas emulaciones se cuentan precisamente los dos Códigos de Comercio que
se han sucedido en nuestro país.
El primero de ellos fue adoptado por Ley del 10 de enero de 1853. En realidad, se
asumió como CdC de la República el español de 1829, obra de Pedro SAINZ DE
ANDINO, con las modificaciones que le introdujo el Consejo de Estado, consultando al
Tribunal del Consulado. Tales modificaciones fueron bastante importantes en este
primer Código, y no meramente cosméticas, pero se conservó la sustancia del
modelo. La Ley del 30 de abril de 1853 ordenó que empezara a regir el 15 de junio
de 185327. Este Código no derogó la legislación anterior que no lo contradijera28, por
lo que hasta la entrada en vigencia del CdC actual, la doctrina mercantil peruana
solía citar las leyes virreinales para aclarar los puntos oscuros de la nueva norma29.
En realidad, el Código de 1853 tuvo un cierto carácter “mixto”: ni subjetivo en el
sentido corporativo, ni del todo objetivo30. Entre los factores subjetivos, destaca la
definición del comerciante del art. 1 CdC ant., completada por el inc. 2 de su art. 4:
“Son comerciantes los que egercen actos de comercio, fundando en el tráfico
mercantil, su profesión habitual y ordinaria”.
“No se reputan comerciantes para el efecto de gozar de los beneficios y
prerogativas que se conceden á estos en razón de su profesión: (…) Los que
omitan inscribirse en la matrícula de los comerciantes”31.
28 MONTOYA, Derecho Comercial, cit., Tomo I, p. 55 (n. 36). El art. 1269 CdC ant. dice: “Quedan
derogadas las Ordenanzas y demás leyes mercantiles, que estén en contradicción con este Código”
(énfasis añadido). La conclusión del español, en cambio, redactada en la persona del Rey, era más
directa y abarcante: “derogo todas las leyes, decretos, órdenes y reglamentos que regian hasta el dia
en las materias y asuntos de comercio, y especialmente todas las ordenanzas particulares de los
Consulados del Reino, queriendo que se tengan para desde hoy en adelante por derogadas y
revocadas, y que no produzcan efecto alguno en juicio ni fuera de él, y que solo se observe y cumpla
cuanto en este Código va prescrito y decretado”.
29 Por ejemplo, en ELMORE, Alberto; Tratado de Derecho Comercial, Torres Aguirre, Lima, 1888-1899.
30 Vid. JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1, p. 15, para el CdC es.
31 El CdC español de 1829 recogía estas mismas ideas, pero condensadas en su art. 1: “Se reputan
en derecho comerciantes, los que teniendo capacidad legal para ejercer el comercio, se han inscrito
FACULTAD DE DERECHO 7
Versión de mayo de 2015
§4 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
sobre la fianza; arts. 517 y 533 CdC ant., para las libranzas a la orden y las cartas-órdenes de crédito;
incluso, sorprendentemente, para que la letra de cambio surta sus plenos efectos mercantiles: art.
391 CdC ant. Prácticamente los únicos contratos que con toda claridad podían ser mercantiles sin
que fuera comerciante ninguno de los intervinientes eran: la sociedad, la compraventa y la permuta (y
aun en este último caso por puro efecto de la habitual remisión al régimen de la compraventa)
33 EM del CdC, n. 1. Publicada por Miguel Antonio DE LA LAMA, en Código de Comercio y Ley procesal
8 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §4
36 Ibid., en p. 4.
37 Para las sociedades, la de constitución “con arreglo a las disposiciones de este Código”, según el
ant. art. 124 CdC; y para las letras de cambio, según el ant. art. 435 CdC.
38 A otros “actos de comercio”, en el caso del préstamo, según el inc. 2 del ant. art. 305 CdC; a la
reventa con ánimo de lucro, en el de la compraventa y la permuta, según el ant. art. 320 CdC.
39 Para el transporte terrestre, que sean “mercaderías o cualesquiera efectos de comercio”, según el
para la fianza, según el ant. art. 430 CdC; y para las cartas-órdenes de crédito, según el art. 557 CdC.
41 Así, sea aisladamente o concurriendo con algún criterio adicional: para la comisión, según el art.
237 CdC; para el contrato de trabajo, antes de la independización del Derecho Laboral, según los
arts. 275, 286 y 293 CdC; para el depósito, según el inc. 1 del ant. art. 297 CdC; para el préstamo,
según el inc. 1 del ant. art. 305 CdC; para el transporte terrestre, según el inc. 2 del ant. art. 344 CdC;
para el seguro, según el art. 375 CdC; para las cartas-órdenes de crédito, según el art. 557 CdC, y
para las cuentas corrientes, según el art. 564 CdC.
42 JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1, pp. 17-18.
FACULTAD DE DERECHO 9
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§5 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
43 Traité élémentaire de Droit commercial, à l’exclusion du Droit maritime, 4ª ed., A. Rousseau, París,
1910, pp. 5-6 (n. 7) y 13 (n. 14).
44 JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1, pp. 19-20.
45 VIVANTE, César; Derecho Mercantil, trad., prólogo y notas de Francisco BLANCO CONSTANS, ed.
facsimilar por el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal de México (2003) de la de La
España Moderna, Madrid, s.f. (pero de 1929), pp. 41-42 (n. 4).
46 LYON-CAEN, Charles, y RENAULT, Louis; Manuel de droit commercial, spécialement destiné aux
étudiants des Facultés de droit, 10ª ed., LGDJ, París, 1910, pp. 24-26 (n. 20). Los autores, por cierto,
son conscientes de que esta “solución” (si se le puede llamar así) condena el “listado legal” del actos
de comercio a ser taxativo en la práctica, y con ello al propio Derecho Mercantil a permanecer
básicamente “congelado” ante la evolución futura del mercado y de la sociedad. Abandonando en
parte su propia coherencia interna, sin embargo, postulan la posibilidad de extender analógicamente
los casos expresamente contemplados en la ley a otros semejantes (p. 26, n. 21).
47 El tenor vigente del párr. 2 del art. 1 HGB hace de esta misma idea de una actividad económica
que, por su tipo o alcance, no puede prescindir de una explotación “conducida en forma mercantil”,
10 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §5
49 LLEBOT MAJÓ, José Oriol; “Doctrina y teoría de la empresa en el Derecho Mercantil”, en 220 RDM
FACULTAD DE DERECHO 11
Versión de mayo de 2015
§6 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
radica el criterio definitorio del Derecho Mercantil, tal como fue concebido por Carl
WIELAND. Se recurre así, como elemento delimitador del Derecho Mercantil, a un
concepto propio de la economía: la empresa como combinación de fuerzas
económicas —de factores de producción, capital y trabajo—, para la obtención de
una ganancia (potencialmente) ilimitada.
La empresa es una realidad del campo de las organizaciones, un organismo
estructurado y dirigido con arreglo a un plan. Al erigirse en núcleo esencial de la
materia mercantil y elemento definidor del Derecho Mercantil, desplaza de esa
función a las clases de personas y de actos. El Derecho Mercantil seguirá
estudiando el estatuto de una clase de personas y el régimen de una clase de actos;
pero estos elementos subjetivos y objetivos se calificarán por su vinculación con la
empresa como organización: los titulares de empresas (los empresarios) y los actos
de empresa forman parte del Derecho Mercantil por su conexión con la organización
económica. La teoría de W IELAND va a tener profundas repercusiones en toda la
doctrina posterior, lo que la acredita como la aportación más importante al moderno
concepto del Derecho Mercantil53. Ella responde a las anomalías presentes en el
viejo sistema y, además, sus soluciones son mejores que las sustentadas por las
otras doctrinas.
Por ejemplo, la generalización de algunas instituciones mercantiles como la letra de
cambio, convertida en un acto objetivo de comercio, no conlleva su sustracción del
contenido de esta rama del Derecho, pues ella sólo puede explicarse en función de
las exigencias de la realidad económica (la empresa) que constituye la materia del
Derecho Mercantil54. Esto último explica también la intrascendencia de los procesos
de unificación del Derecho Privado, pues el sentido de las instituciones formalmente
unificadas sólo podrá descubrirse en la satisfacción de las mencionadas exigencias.
En fin, esta doctrina permite explicar también la extensión de la materia mercantil
implícita en la distinción entre comercio en sentido económico y comercio en sentido
jurídico55.
La doctrina de W IELAND es introducida en Italia por Lorenzo MOSSA, quien la
desarrolla y extiende. A MOSSA también le preocupa hallar el nexo que permita dar
coherencia al conjunto de instituciones y normativas que forman el contenido del
Derecho Mercantil, pero advierte desde el principio que ni todas las empresas están
contempladas por el Derecho Mercantil (por ejemplo, las empresas agrarias,
empresas artesanales, etc.), ni el Derecho Mercantil es el único sector del
ordenamiento jurídico que las considera. Esta observación lo llevó a señalar que el
Derecho Mercantil sólo puede identificarse con el derecho de las empresas
mercantiles. Sin embargo esta precisión vino a introducir de nuevo el viejo problema
FACULTAD DE DERECHO 13
Versión de mayo de 2015
§6 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
56 SCHÄFFLE, Albert; Die Nationalökonomie oder Allgemeine Wirtshaftslehre, Leipzig, Otto Spamer,
1861, pp. 179-180 (§ 124): “Die Unternehmung ist die «Verbindung mehrerer Einzelwirthschaften zum
Zweck der Erzeugung für allgemeine Bedürfnisse Dritter.» (L. Stein.) Vermöge der Unternehmung tritt
das Kapital und die Arbeitskraft (Güter- und persönliches Kapital) verschiedener Einzelwirthschaften
unter Eine Leitung zum Zwecke der einen oder anderen Produktion zusammen, um, was die stets
gespannte Triebfeder jeder Einzelwirthschaft is, einen Gewinn zu machen, welcher, in verschiedener
Proportion je nach der Art der Unternehmungsform, als Zins, Lohn und Unternehmungsgewinn sich
vertheilt. Das Wesen der Unternehmung ist also die Zusammenleitung der wirthschaftlichen Elemente
verschiedener Privatwirthschaften zu einer gemeinsamen Einkommensquelle. Unternehmungen giebt
es nur da nicht, wo es keine Menschengemeinschaft giebt, wo jede Privatwirthschaft noch für sich est,
wo man weder mit einander, noch für einander erzeugt”. Como se advierte, la cita interna es de un tal
L. Stein, probablemente otro economista de la misma época.
57 Según GONDRA (Derecho Mercantil I, Introducción, p. 46), quien afirma que W IELAND se basaba
Leipzig, 1921, I, citado por LLEBOT MAJÓ, “Doctrina...”, cit., p. 333, por nota al pie, es: “(...)
Unternehmung ist Einsatz wirtschaftlicher Kräfte zur Erzielung einer ungemessenen
Vermögensvermehrung”. Posteriormente la doctrina iría depurando este concepto de empresa, de
modo que ya no se considera como parte de su definición el ánimo de lucro ínsito en las fórmulas de
SCHÄFFLE y de W IELAND. Así, para GIERKE, Julius VON y SANDROCK, Otto; Handels- und
Wirtschaftsrecht, 9ª ed., Walter de Gruyter, Berlin, 1975, p. 181, “Unternehmen ist der durch Gewerbe
(...) geschaffene Tätigkeitsbereich mit den ihm (...) ein- und angegliederten Sachen und Rechten,
einschließlich der zu ihm gehörenden Schulden” (“empresa es el ámbito de actividad creado mediante
su mismo ejercicio, con las cosas y derechos vinculadas al mismo, incluyendo las deudas que le
competen”), definición que aparte de adoptar una perspectiva más fucional, prescinde del propósito
de lucro. Desde una perspectiva más bien “objetivista”, pero igualmente ajena al propósito de lucro,
14 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §7
puede citarse la definición de RAISCH (cit. por CANARIS; Handelsrecht, 23ª ed., C.H. Beck, Múnich, p.
33): “die organisierte Wirtschaftseinheit, mittels derer der Unternehmer am Markt auftritt” (“la unidad
económica organizada mediante la cual el empresario participa en el mercado”).
59 LLEBOT MAJÓ, “Doctrina...”, cit. p. 333.
60 Para todo este apartado, vid. LLEBOT MAJÓ, “Doctrina...”, cit., pp. 351-366, que por partes
61 Describir los efectos que la estructura del mercado tiene en el comportamiento de las empresas
resulta útil para determinar los efectos que sobre esta estructura produce la aplicación del régimen
jurídico de defensa de la competencia. En consecuencia, el modelo neoclásico arroja mucha luz
acerca de las normas que regulan el mercado (derecho de la competencia y disciplinas relacionadas,
como el derecho de la propiedad intelectual) y las relaciones de los empresarios entre sí (contratos
mercantiles de cambio) y con los consumidores (contratación en masa, derecho del consumo), pero
deja en la sombra aspectos tan fundamentales del Derecho Mercantil como los vinculados a la
organización misma de la empresa (aspectos laborales, contratos mercantiles asociativos y de
colaboración, Derecho societario, grupos de empresarios, Derecho concursal).
62 El modelo contractual de la empresa tiene su origen en la teoría que se podría llamar “de
sustitución del mercado”, formulada por Ronald COASE. Según él, “outside the firm, price movements
direct production, which is coordinated through a series of exchange transactions on the market.
Within the firm these market transactions are eliminated, and in place of the complicated market
structure with exchange transactions is substituted the entrepreneur-coordinator, who directs
production. It is clear that these are alternative methods of coordinating production” (COASE, Ronald;
The Firm, the market and the Law, The University of Chicago Press, 1988, pp. 35-36, cit. por LLEBOT
MAJÓ, “Doctrina...”, cit., p. 356, por nota). Para COASE, tal sustitución se debe a la preponderancia de
los costos de contratar en el mercado (costos de transacción) sobre los de organizar la empresa, que
son básicamente los de supervisar el trabajo de sus miembros. La formulación definitiva del modelo
contractual de la empresa la realizan en pasos sucesivos dos equipos: ALCHIAN y DEMSETZ primero
(“Production, information costs, and economic organization”, en American Economics Review, 1972,
pp. 777-795, cit. por LLEBOT MAJÓ, “Doctrina...”, cit., p. 358), y JENSEN y MECKLING después (“Theory
of the firm: managerial behavior, agency costs and ownership structure”, en Journal of Finance and
Economics, vol. 3, 1976, pp. 305-360, cit. por LLEBOT MAJÓ, “Doctrina...”, cit., p. 361). Para ellos no es
que la empresa sustituya la contratación en el mercado por la dirección del empresario, como si ésta
no proviniera del contrato, sino que consideran más correcto contemplar ambos modos de organizar
la producción como la sustitución de unos contratos por otros. Cada uno de esos modos comporta
estructuras contractuales de carácter y contenido distintos, y la elección que se haga determinará los
16 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §8
costos de producción. O sea que la empresa no es esencialmente distinta del mercado, sino una
modalidad peculiar suya.
63 Que sin embargo respondería más o menos al Estado-planificador-integral-de-la-producción de las
ideologías comunistas. La experiencia histórica arroja abundante luz sobre la (nula) viabilidad práctica
de tal “modelo”, con independencia de sus aun más fundamentales problemas filosóficos.
64 Baste mencionar, como botón de muestra, la afirmación del art. 130 Const. ant. de 1979: “Las
empresas, cualquiera sea su modalidad, son unidades de producción...”. Otro ejemplo puede verse
en la definición de “empresa” contenida en el art. 1 de la derogada LRP aprobada por D.Leg. 845:
“Toda organización económica y autónoma en la que confluyen los factores de la producción, capital
y trabajo, con el objeto de producir bienes o prestar servicios, establecida de hecho o constituida en el
país al amparo de cualquiera de las modalidades contempladas en la legislación nacional”.
FACULTAD DE DERECHO 17
Versión de mayo de 2015
§8 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
65 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 18. FERRI, Giuseppe; Manuale di Diritto Commerciale, 10ª
ed. (a cargo de C. Angelici y G.B. Ferri), UTET, Turín, 1997, p. 13 (n. 7). URÍA, Rodrigo; Derecho
Mercantil, 26ª ed., Marcial Pons, Madrid, 1999, p. 5 (n. 2). JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1,
pp. 24-25 y 31-34 (con una visión más comprehensiva, que incluye también un aspecto objetivo en el
concepto). RIPERT/ ROBLOT, Traité..., cit., t. 1, pp. 6-7 (n. 9), quienes primero definen de manera
objetiva el Derecho Mercantil (p. 1), pero luego admiten que en realidad es un derecho sobre todo
profesional. SCHMIDT, Derecho Comercial, cit., p. 11, quien lidera en Alemania una importante
tendencia (otros autores se aferran al estricto concepto legal de Kaufmann, “comerciante”) que
presenta el Derecho Mercantil como el derecho profesional externo de los empresarios (sin el
Derecho de sociedades).
66 Vid., por ejemplo, lo dicho supra, en nota n. 54, sobre los títulos valores.
67 SCHMIDT, Derecho..., cit., pp. 11-13; JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1, p. 25; URÍA,
Derecho..., cit., p. 7 (n. 3); SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 18. Sin embargo, como puede
verse todavía en las normas de nuestro CdC, esta materia era originalmente parte del Derecho
Mercantil, como el contrato de trabajo con un empleador no comerciante era parte del Derecho Civil.
68 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., pp. 20-21. En contra, FERRI, Manuale..., cit., pp. 47-53 (nn. 21
18 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §9
función tradicionalmente protectora del tráfico, ante todo, como una función
protectora de los intereses de los comerciantes72.
En parte como consecuencia de la tendencia anterior, hay también una creciente
penetración de la administración pública en la supervisión y control del buen
funcionamiento del mercado en general (funciones de defensa de la competencia y
de protección al consumidor de instituciones públicas como Indecopi), y del normal
desarrollo de algunas actividades mercantiles en especial73. Es válido anotar que
esta penetración administrativa en el campo de la supervisión pública de la actividad
privada se da a pesar, o quizás precisamente como consecuencia, de un retroceso
de las tendencias intervencionistas del Estado en la economía, mediante la
intervención directa de la empresa pública.
Asimismo, al hilo de los avances técnicos, se ha producido también una tecnificación
del tráfico, que en no pocas ocasiones ha significado también su despersonalización
cada vez mayor (cosa que por otro lado puede parecer una consecuencia inevitable
de la economía de masas). Las nuevas tecnologías han dado lugar, por ejemplo, a
nuevas técnicas de contratación mercantil, mediante el uso de mensajes
electrónicos. Estos desarrollos han significado en algunos casos también la crisis de
algunas técnicas tradicionales, como el soporte físico de los títulos valores,
sustituidos cada vez en mayor número por las llamadas “anotaciones en cuenta”.
En clara tensión con la tendencia a la penetración administrativa en el Derecho
Mercantil, se manifiesta otra en sentido diverso que refuerza la unidad del derecho
privado, especialmente en el campo de las obligaciones y contratos. Esta tendencia
a la unificación del Derecho privado, que es, como he dicho ya, uno de los factores
del desarrollo del Derecho Mercantil desde fines del siglo XIX, se manifiesta en
algunos países en una unificación legislativa, sea de todo (CC italiano), sea de parte
sustancial del Derecho Mercantil con el Derecho Civil (Código suizo de las
obligaciones), bajo el signo, en realidad, de una suerte de mercantilización de las
instituciones civiles.
En cualquier caso, la unificación legislativa del derecho privado, partiendo de la
distinción de las nociones de derecho y ley (o norma), no significa por sí misma la
pérdida de autonomía del Derecho Mercantil74. El hecho, evidente, de que el
Derecho Mercantil podría dejar de existir aunque no desapareciera la empresa,
como que no existió durante la mayor parte de la historia, no implica la desaparición
de las instituciones mercantiles (más bien al contrario, presupone su generalización),
orientadas a dar seguridad y fluidez al intercambio económico. Pero así como todas
sus ventajas no pueden echarse por la borda por el prurito de unificar, tampoco
puede obligarse a todo el mundo a someterse al mayor riesgo que dichas
instituciones entrañan, mercantilizando indiscriminadamente el Derecho Civil. Si la
unificación del derecho privado fuera posible respetando estos dos límites, en mi
FACULTAD DE DERECHO 21
Versión de mayo de 2015
§11 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
opinión, no habría nada que objetar a ello. Lo que pasa es que en cuanto se estudia
el dilema con realismo y, a la vez, con un mínimo de profundidad, se advierte que
semejante objetivo es casi imposible de alcanzar en la práctica.
11. Contenido del Derecho Mercantil.
Se puede dividir el contenido tradicional del Derecho Mercantil en las siguientes
áreas y materias75:
1) Nociones introductorias y generales: definición del Derecho Mercantil, ámbito de
aplicación, fuentes, etc.
2) Parte General y Estatuto del Comerciante: reglas generales acerca de los
comerciantes; el comerciante individual y las sociedades, con sus obligaciones
profesionales tradicionales (registro y contabilidad).
3) Obligaciones mercantiles: reglas generales acerca de las obligaciones y los
contratos mercantiles; títulos valores; contratos mercantiles específicos.
4) Derecho concursal: quiebra y suspensión de pagos del comerciante.
5) Derecho marítimo.
Hay que anotar que esta enunciación de materias no sigue exactamente la
sistemática del CdC, aunque sí recoge todos sus contenidos.
A lo largo especialmente del siglo XX se han ido añadiendo temas nuevos. En primer
lugar, hay que incluir en la Parte General una visión sintética de los principios
generales reguladores del mercado, según las reglas de la Constitución económica,
incluyendo un sumario recorrido por el nuevo Derecho de la competencia
(comprendiendo lo relativo a la represión de la competencia desleal y a la defensa
de la libre competencia), los temas de acceso al mercado y de la protección al
consumidor. Igualmente sería necesario incluir el régimen del fondo empresarial
como objeto de derechos y de tráfico jurídico, así como la propiedad industrial, como
uno de los elementos fundamentales de la organización empresarial de nuestros
días. Finalmente, además del Derecho Marítimo, hoy habría que tratar de una serie
de nuevos derechos sectoriales, tales como el Derecho Bancario, Bursátil,
Aeronáutico, etc. Todo ello sin contar la multitud de variaciones en el tratamiento de
las instituciones tradicionales, como la evolución de los títulos valores, de
sociedades, nuevos contratos mercantiles, comercio electrónico, etc.
75Vid. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 22.; JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho..., cit., vol. 1, p. 34;
RIPERT/ROBLOT, Traité..., cit., t. 1, p. 9 (nn.13 y 14).
22 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §12
jerarquía entre la ley ordinaria y la orgánica: lo cierto es que en este último libro no trata propiamente
de este tema.
77 STC del 12 de agosto de 2005, (2004) AI 22, FFJJ 12-16 (apartado VI).
78 En realidad, la Const. no menciona el tema en la sección correspondiente a los tratados, que sin
embargo sí son mencionados expresamente en la enumeración de “normas con rango de ley” contra
las que procede la acción de inconstitucionalidad (art. 200, inc. 4, Const.). La STC del 27 de octubre
de 1999, en el asunto Ana Elena Townsend Diez Canseco y otros c. Alberto Fujimori Fujimori
(Presidente de la República) y Carlota Valenzuela de Puelles (Ministra de Justicia), (1999) AC 1277,
nn. 7 y 8, adopta esta misma interpretación.
79 Vid. CIURLIZZA, Javier, “La inserción y jerarquía de los tratados en la Const. de 1993: retrocesos y
conflictos”, en Análisis Constitucional, vol. II, Comisión Andina de Juristas, pp. 65-83.
24 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §12
80 HÅKANSSON NIETO, Carlos; Curso de Derecho Constitucional, Palestra, Lima, 2009, p. 229. El
énfasis es añadido. El autor no se ocupa con carácter general de la jerarquía de los tratados (su
exposición se centra especialmente en los tratados sobre derechos humanos), pero en la p. 234
afirma de pasada que lo usual es que tengan jerarquía de ley.
81 El TC ha resumido su doctrina sobre el sistema de fuentes y formas normativas en el ordenamiento
constitucional peruano en su STC del 24 de abril del 2006, recaída en el caso Gobierno Regional de
San Martín c. Congreso de la República, (2004) AI 47, la cual coincide en lo fundamental con las
posiciones que defiendo en este apartado, aunque considero altamente discutibles algunas de sus
conclusiones sobre otros aspectos de la cuestión.
FACULTAD DE DERECHO 25
Versión de mayo de 2015
§13 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
26 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §13
La vigencia de los usos locales está admitida en el CdC, cuyo art. 2 habla de los
usos “generalmente observados en cada plaza” (énfasis añadido). Esto lleva a
concluir que los usos de ámbito más restringido tienen aplicación preferente sobre
los más generales, puesto que de lo contrario los usos locales tenderían a
desaparecer rápidamente, desalojados por los que alcanzasen una mayor difusión.
Una especialidad adicional de la costumbre como fuente del derecho, y por lo tanto
de los usos mercantiles, es la necesidad que tiene de ser probada. Mientras para las
demás fuentes normativas rige el principio iura novit curia (art. VII del TP del CPC),
en el caso de los usos mercantiles, por su carácter profesional y muchas veces local,
requieren tradicionalmente de prueba ante el órgano jurisdiccional 82. Las Cámaras
de Comercio de cada lugar pueden auxiliar al juez en la identificación de la
existencia y del contenido de los usos mercantiles aplicables al caso.
14. Las fuentes indirectas.
Las fuentes indirectas del derecho son llamadas así a causa de que no tienen por
función propia atribuir el derecho, sino tan sólo la de determinarlo para el caso
concreto (jurisprudencia, equidad) o desarrollar y sistematizar las reglas adecuadas
para ello (doctrina). Sólo excepcionalmente83 la jurisprudencia puede atribuir un
derecho en sentido estricto, mientras las otras dos fuentes indirectas mencionadas
no lo hacen nunca. Estas “fuentes”, sin embargo, tienen también un papel
preponderante en el Derecho Mercantil, debido precisamente, como ha dicho
MONTOYA MANFREDI a propósito de la jurisprudencia84, a que esta rama del Derecho
no está tan íntegramente configurada por la legislación como las demás.
La jurisprudencia es la actividad de los jueces por la que resuelven el conflicto
surgido entre las partes acerca de la atribución de algún derecho y, por extensión, el
conjunto de sus decisiones. En la medida en que estas decisiones resuelvan los
casos sometidos a su conocimiento de una manera constantemente similar para
situaciones similares, va ayudando a configurar una forma usual de entender y
aplicar las fuentes normativas. De este modo integra su contenido en aquello que
tengan de ambiguo, oscuro, no definido, o simplemente inaplicable debido a la
variación de las circunstancias.
Precisamente, la equidad, para los clásicos, es la cualidad o virtud que permite al
hombre corregir la justicia legal (la que procede de la atribución de los derechos
debida a la legislación positiva) mediante la justicia natural, según las peculiaridades
del caso concreto. Es, pues, la herramienta de que se sirve la jurisprudencia para
hallar el derecho cuando la ley es insuficiente.
La doctrina, como fácilmente puede deducirse del camino que he seguido para
definir y acotar el ámbito del Derecho Mercantil, presta un servicio inestimable tanto
82 Véase, por ejemplo, el art. 1381 CC, sobre la necesidad de probar la costumbre y a quién
corresponde esa carga. La idea está recogida con carácter general en el art. 190 CPC, que declara
pertinentes, además de los medios probatorios dirigidos a establecer los hechos, los que tienen por
finalidad demostrar la costumbre, cuando en ésta se funda la pretensión.
83 Casi siempre per accidens, como consecuencia indirecta del principio de cosa juzgada, en caso de
errores judiciales; otras veces, las menos, como función que le es atribuida por la ley, cuando las
sentencias tienen carácter constitutivo.
84 MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, p. 36 (n. 29).
28 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §15
8) en 2002, la nueva LGM derogó los arts. 315 a 319 CdC, que constituían el Título
II de la Sección V de su Libro II, sobre prenda mercantil, unificada con la civil a
partir de ese momento en su propio articulado;
9) poco después, el mismo año, la LMP derogó y sustituyó los arts. 116 a 123 CdC,
constitutivos de la Sección VII de su Libro I, sobre rematadores y martilleros;
10) en 2012, la LCS derogó y sustituyó los arts. 375 a 429 CdC, que formaban la
Sección VIII de su Libro II, sobre el contrato de seguro, así como el art. 965 CdC,
relativo a la prescripción de ese mismo contrato y del préstamo a la gruesa.
Se han dado además otras leyes especiales que regulan instituciones nuevas,
especialmente a partir de 1990. He aquí un breve recorrido por la legislación
mercantil peruana vigente más importante:
1) El CdC, vigente desde julio de 1902, contiene aún la regulación general del
empresario (comerciante) individual y de los “actos de comercio”; las obligaciones
formales del empresario (contabilidad y registro); las reglas generales sobre
contratos y obligaciones mercantiles; la regulación específica de algunos
contratos típicos mercantiles y la regulación del comercio marítimo.
En cuanto a las personas jurídicas y a otros sujetos cuya consideración es relevante
para el ejercicio de la actividad empresarial, aparte de la regulación general del CdC,
se debe tener en cuenta:
2) La Decisión 292 de la Comisión del Acuerdo de Cartagena sobre Empresas
Multinacionales Andinas (del 20 de marzo de 1991).
3) La Ley General de Sociedades (L. 26887, modificada por LL. 26931, 26948,
26977, 26985, 27146, 27219, 27237, 27287 y 27303, 27388, 27610, 27649,
27673, 28160, 28233, 28370), que regula las sociedades mercantiles junto con
las civiles y algunos contratos asociativos, en un solo texto.
4) La Ley de la Empresa Individual de Responsabilidad Limitada (D.L. 21621, de
1976, modificada por LL. 26312, 26380, 26634, 27075 y 27144), sobre esta
forma no societaria de persona jurídica mercantil.
5) El D.Leg. 1031, que promueve la eficiencia en la actividad empresarial del
Estado, complementada por la L. 27170, del Fondo Nacional de Financiamiento
de la Actividad Empresarial del Estado (FONAFE).
6) La Ley de la Empresa de Propiedad Social (D.L. 20598) y la Ley General de
Cooperativas (D.Leg. 85, cuyo TUO fue aprobado por el D.S. 74-90-TR).
7) El Código de Protección y Defensa del Consumidor (L. 29571, de 2010).
Las normas que regulan el mercado como marco de acción del empresario:
8) La Decisión 608 de la Comunidad Andina, de 29 de marzo de 2005, sobre
protección y promoción de la libre competencia en la Comunidad Andina.
9) La Decisión 291 de la Comisión de la Comunidad Andina, que establece el
tratamiento común a los capitales extranjeros.
10) La Decisión 230, que permite la corrección de las restricciones del mercado en
general.
FACULTAD DE DERECHO 31
Versión de mayo de 2015
§15 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
32 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §16
88 RODRÍGUEZ PIÑEIRO, Miguel; “Las bases constitucionales del Derecho privado”, en BULLARD, Alfredo,
y FERNÁNDEZ, Gastón (Ed.); Derecho Civil Patrimonial, Fondo Editorial PUC, Lima, 1997, pp. 23 y ss.
89 MENÉNDEZ, Aurelio; Constitución, sistema económico y Derecho Mercantil, Universidad Autónoma
de Madrid, Madrid, 1982, p. 19. ARAGÓN, Manuel; “Constitución económica y libertad de empresa”, en
IGLESIAS PARADA, Juan Luis (Coord.) ET AL.; Estudios Jurídicos en Homenaje al Profesor Aurelio
Menéndez, Civitas, Madrid, 1996, t. I, pp. 163-180 (pp. 164-166). También RODRÍGUEZ PIÑEIRO, cit., p.
23.
FACULTAD DE DERECHO 33
Versión de mayo de 2015
§16 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
90 En francés: “Dejen hacer, dejen pasar, que el mundo camina por sí solo”. La frase entera, que fuera
en realidad paulatinamente ampliada en el entorno de los fisiócratas franceses del s. XVIII, se suele
atribuir a Jacques Claude Marie Vincent de Gournay (1712-1759), que ocupó el cargo de intendente
de comercio de Francia a partir de 1751.
91 BLUME FORTINI, Ernesto, “La Constitución Económica peruana y el Derecho de la Competencia”, en
34 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §17
los “modelos” que dentro de ese sistema tienen cabida94. Aquí procuraré ocuparme
de la Constitución económica y su relación con el Derecho Mercantil ciñéndome a la
dinámica de los derechos fundamentales y a las reglas y límites establecidos a la
actuación de los poderes públicos en la actividad económica.
17. Sistemas económicos.
No obstante, los sistemas y modelos económicos condicionan real y decisivamente
los aspectos más propiamente constitucionales de la vida económica, por lo que voy
a introducir en apretado resumen la sistematización que hace CIDONCHA95 de los
posibles “sistemas económicos”, que se definirían en virtud de dos parámetros o
factores:
1) quién controla los medios de producción, que pueden estar en manos privadas,
en cuyo caso se habla de capitalismo, o públicas, lo que da lugar al socialismo; y
2) cuál es su criterio de coordinación de las decisiones económicas, también con
dos posibles manifestaciones: coordinación espontánea de decisiones
independientes (economía de mercado), y planificación central a cargo de una
autoridad pública (economía dirigida).
De la interacción de estos factores surgen cuatro “sistemas económicos” posibles:
1) Combinar propiedad privada y mercado da lugar a una economía capitalista de
mercado, cuyo trípode definitorio se completa con la libertad de empresa. Es el
sistema actualmente seguido en casi todo el mundo.
2) Propiedad privada más dirigismo estatal da lugar a la economía capitalista
dirigida. Los sistemas económicos del nazismo y del fascismo de entreguerras,
así como el español entre el final de su Guerra Civil y los años ’50, responden
más o menos a esta descripción, aunque en los tres casos el “dirigismo”, más
que a una planificación central, respondía al elemento corporativista de sus
respectivas ideologías (por lo demás, muy diferentes entre sí). También es un
sistema muy seguido en periodos de crisis aguda, y muchas veces la expresión
“economía de guerra” puede ser un sinónimo de este sistema.
3) Combinar propiedad pública y mercado da lugar al llamado socialismo de
mercado. Este sistema también se puso en práctica ocasionalmente: en la Unión
Soviética de la Nueva Economía Política de Lenin (entre guerras), así como en
la Yugoslavia socialista pero no soviética de Tito. El peculiar sistema ecléctico
de China a partir de Deng Xiao Ping también pueden inscribirse en este sistema,
que cada vez se acerca más a una auténtica economía capitalista de mercado.
94 Véase GARCÍA BELAUNDE, Domingo; “La Constitución económica peruana (la dimensión económica
formal)”, en 20 Revista Peruana de Derecho de la Empresa (1986), pp. 1-18. TORRES Y TORRES LARA,
Carlos; “El sistema, el modelo y el pluralismo empresarial en la Constitución”, en 20 Revista Peruana
de Derecho de la Empresa (1986), pp. 85-95. OCHOA CARDICH, César; “Economía y Constitución: la
influencia del pensamiento neoliberal en el modelo económico de la Constitución Peruana de 1979”,
en EGUIGUREN PRAELI, Francisco (Dir.); La Constitución Peruana de 1979 y sus problemas de
aplicación, Cultural Cuzco, Lima, 1987, pp. 613 y ss.
95 CIDONCHA, Antonio; La libertad de empresa, Thomson-Civitas, Cizur Menor, 2006, pp. 60-67, que
4) Por último, propiedad pública más dirigismo estatal (que a su vez supone la
sujeción de las personas a las decisiones económicas del Estado) definen la
economía socialista dirigida. Este es el sistema que aplicó el “socialismo real” de
la Unión Soviética, la China de Mao Tse Tung, etc., y que condujo al fracaso del
bloque del Este y a la debacle del imperio soviético. Tras la caída del Muro de
Berlín, se ha mantenido en vigor en muy pocos países: Cuba (que parece haber
empezado una tímida flexibilización) y Corea del Norte son los principales.
Se trata de “sistemas” que sólo aparecen “puros” en el papel; en la realidad,
siempre, todos ellos se han dado y se seguirán dando mezclados, más o menos, con
elementos de los otros sistemas. Además, no todos son compatibles con las
exigencias jurídicas y antropológicas de un orden económico auténticamente
“constitucional” (en el que el poder está limitado por el derecho), o incluso de la mera
dignidad humana. De hecho, al ser la única que incluye los dos derechos
fundamentales básicos en materia económica (propiedad privada y libertad de
empresa), sólo la economía capitalista de mercado cumple esas exigencias, aunque
de suyo no garantiza un verdadero constitucionalismo. Por eso no es sorprendente
que sea el que recoge nuestra Constitución.
18. Modelos económicos.
Ahora bien, dentro de un sistema de “economía (capitalista) de mercado”, tal como
lo acabo de definir, caben “modelos económicos”, o tendencias de política
económica, muy distintos entre sí. Hay principalmente dos grandes tendencias96:
1) La economía “liberal” de mercado. Más bien “las” economías liberales de
mercado, pues entre ellas se pueden subdistinguir dos:
a. La economía liberal de mercado “pura” o “neoliberal”, que es una reedición
del liberalismo económico clásico con tanto laissez faire como es posible,
teniendo en cuenta las adquisiciones de la ciencia económica moderna
sobre las “fallas de mercado”, y la necesidad de cierta (mínima) intervención
estatal para corregirlas (legislación y policía antimonopólica, p. ej.: en todo
caso, la intervención será siempre y únicamente pro mercado).
b. El segundo “submodelo” es la economía “social” de mercado en su versión
original, que es la propugnada por la Escuela de Friburgo de postguerra.
Básicamente, es una economía liberal, pero admite la posibilidad y hasta la
necesidad de actuaciones públicas más allá de lo estrictamente “pro
mercado”, para paliar el eventual impacto negativo de éste en ciertos
sectores sociales más vulnerables; eso sí: sin alterar el modelo, y con
sujeción al principio de subsidiariedad (llamémosles intervenciones praeter
mercado, sin llegar a ser contra mercado).
2) La llamada “tercera vía”, economía “mixta” de mercado, economía de mercado
“dirigida” o “comunitarista”, o también, con expresión adventicia y ambigua,
economía “social” de mercado. En un marco fundamental de economía de
mercado, admite como cosa “normal” (y desde luego sin necesidad de sujetarse
al principio de subsidiariedad) la intervención pública en la economía para
96 CIDONCHA, La libertad de empresa, cit., 69-71 (vid. en nota n. 29 ibi un posible tercer “modelo”, más
ilusorio que real).
36 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §19
97 Cfr. GARCÍA BELAUNDE, “La Constitución…”, cit., p. 18; TORRES Y TORRES LARA, “El sistema…”, pp.
86-87 y 90-92.
98 Cfr. OCHOA CARDICH, César, “Bases fundamentales de la Constitución económica de 1993”, en
Análisis Constitucional, vol. II, Comisión Andina de Juristas, pp. 85-95 (p. 86). BLUME, “La
Constitución…”, cit., p. 32
99 Véase BLUME, “La Constitución…”, cit. Algunos trabajos también inciden en el regimen
FACULTAD DE DERECHO 37
Versión de mayo de 2015
§20 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
Desde este punto de vista, son dos, en mi opinión, las principales instituciones
constitucionales que sientan las bases de nuestro ordenamiento mercantil:
1) la libertad de empresa, y
2) el marco institucional de la llamada “economía social de mercado”.
Ellas resumen, en materia de ordenación económica, las dos líneas fundamentales
de toda regulación constitucional:
1) el reconocimiento y protección de los derechos y libertades fundamentales de la
persona, y
2) la delimitación y distribución de las potestades públicas del Estado en la materia.
La perspectiva específica del Derecho Mercantil, más que proteger situaciones,
ordena actividades económicas. Por eso, si bien presupone derechos más generales
y básicos (la propiedad, el contrato), parte de una consideración dinámica de lo
económico: la libre iniciativa (que da lugar a la empresa) y su marco institucional.
20. La libertad de empresa como derecho constitucional: su fundamento.
La actividad empresarial, raíz y eje del Derecho Mercantil, es expresión y ejercicio de
un derecho fundamental: la libertad de empresa. El estudio constitucional de la
libertad de empresa pasa por precisar:
1) su fundamento,
2) su contenido, y
3) sus límites.
Respecto del fundamento, como sucede con todos los verdaderos derechos
fundamentales, en último término siempre se encontrará la naturaleza del hombre y
la intrínseca dignidad personal de todo ser humano101, cuya defensa y respeto son
“el fin supremo de la sociedad y del Estado” (art. 3 Const.). Pero una respuesta más
concreta (y más útil) requiere identificar el fundamento próximo de la libertad de
empresa. Dicho de otro modo, hay que concretar qué aspecto de la condición
humana reclama el reconocimiento universal de la libertad de empresa. Cuestión
que no se ha de confundir con el problema, bien diferente, de precisar la forma de
deducir la libertad de empresa allí donde no está reconocida expresamente102.
la clasificación de los derechos naturales (los derechos fundamentales son derechos naturales) en
“primarios” y “derivados”, según HERVADA, Javier; Introducción crítica al derecho natural, Udep, Piura,
1999, pp. 113-114. En definitiva, la libertad de empresa es un verdadero derecho fundamental, pero
sólo uno derivado. Si también clasificamos los derechos fundamentales en “originarios” y
“subsiguientes” (pp. 111 y ss.), deberíamos considerar la libertad de empresa (en cuanto libertad de
iniciativa económica) como originaria, aunque muchas de sus manifestaciones sólo se entiendan
como derechos subsiguientes (“supuesta una concreta organización política, jurídica y económica”).
104 HERVADA, cit., pp. 114-115.
105 DE LA CUESTA RUTE, José María; “Ensayo sobre tipos de empresa y tipos de sociedades
106 JUAN PABLO II; Sollicitudo rei socialis, Carta Encíclica, 1988, n. 15 (con énfasis en el original).
107 PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ»; Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2004, n. 336.
108 STC del 16 de noviembre de 2007, en el caso Elek Karsay Riszanyi c. el Ministerio de Salud,
40 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §21
111 STC del 18 de abril de 2007, en el caso Empresa de Transportes Expreso Internacional Palomino
SAC c. Ministerio de Transportes y Comunicaciones, (2006) AA 4637, FJ 37.
112 Loja Mori c. Municipalidad de Lima, (2004) AA 3330, FJ 13. El Tribunal cita al efecto un trabajo de
Baldo Kresalja Rosselló, publicado en el Libro Homenaje a Jorge Avendaño, que no he podido
consultar directamente. Las mismas ideas las ha repetido en multitud de otros casos; vid. por todos:
Gobierno Provincial de Huarmey c. Congreso de la República, (2005) AI 1 (STC del 6 de junio de
2005), FJ 46; Compañía Cervecera Ambev Peru SAC c. Quinta Sala Civil de la Corte Superior de
Justicia de Lima y Otro, (2006) AA 1209 (STC del 14 de marzo de 2006), FJ 38.
113 ARIÑO ORTIZ, Gaspar; “Servicio público y libertad de empresa. La delegación del Gobierno en el
sistema eléctrico”, p. 89, en AA.VV.; Libro Homenaje al Profesor José Luis Villar Palasí, Civitas,
Madrid, 1989, pp. 75 y ss.
114 DE LA CUESTA, cit., p. 674; ARIÑO, cit., p. 89. Cfr. ARAGÓN, cit., p. 180.
FACULTAD DE DERECHO 41
Versión de mayo de 2015
§22 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
118 DE OTTO Y PARDO, Ignacio; “La regulación del ejercicio de los derechos y libertades: la garantía de
Ahora bien, más allá de estos dos puntos, y del hecho evidente de que el concepto
de “contenido esencial” es aplicable y ha sido aplicado por el TC en numerosas
ocasiones119 a los derechos fundamentales garantizados en nuestra propia Carta
Magna (aunque ella no lo mencione), casi todo son controversias alrededor de él.
Las cuestiones problemáticas a este propósito se presentan en dos niveles 120: uno
general, para determinar el significado preciso de la garantía del contenido esencial
de cualquier derecho fundamental; y uno particularmente referido al contenido
esencial de la libertad de empresa en especial, visto el hecho innegable de que se
trata de un derecho fundamental fuertemente limitable (mucho más que otros, por el
mismo hecho de ser un derecho fundamental derivado, y no primario 121).
Pasando de momento por alto el primer problema o grupo de problemas (los del
nivel general), la tarea de individualizar concretamente el contenido esencial de la
libertad de empresa debe enfrentar y explicar varias dificultades122:
1) el hecho de que no cabe considerarla incompatible con la existencia de muy
diferentes grados de libertad para las diferentes empresas o (más bien) los
distintos tipos de empresa;
2) de que, por lo tanto, no hay un contenido esencial constitucionalmente
garantizado de cada actividad empresarial concreta; y
3) de que el poder público puede apoyarse en muchos y muy diversos títulos de
intervención para limitar legítimamente este derecho.
En este problemático contexto, y partiendo del análisis de la relación entre empresa
y mercado (tomado éste en un sentido estrictamente jurídico), algunos han creído
hallar la solución en “una particular aplicación del principio de igualdad”, que
conlleva “la necesidad de que todas las empresas disfruten del mismo grado de
libertad en razón de la clase a la que pertenecen (…), de manera que todas ellas
DE OTTO Y PARDO, Ignacio; Derechos fundamentales y Constitución, Civitas, Madrid, 1992, pp. 95-172
(p. 126).
119 El concepto aparece por primera vez en el FJ 4º del voto singular de los Magistrados Francisco
Acosta Sánchez y José García Marcelo en la STC del 20 de diciembre de 1996, en el caso 36
Congresistas c. Congreso de la República (L. 26592), (1996) AI 3. A partir de la STC del 3 de enero
de 1997, expedida en el caso 33 Congresistas c. Congreso de la República (L. 26637), (1996) AI 4,
FFJJ 3.1 (para los derechos fundamentales) y 3.3 (para las garantías institucionales) el concepto
pasa a formar parte de la doctrina, por así decir, oficial del TC. SSTC recientes que lo mencionan: la
del 7 de mayo de 2013, caso Bertha Yupanqui de Bellido c. Oficina de Normalización Previsional
(ONP), (2013) PA 46; y del 28 de mayo de 2013, caso Kelly Sánchez Pévez c. Superintendencia
Nacional de Administración Tributaria (Sunat), (2011) PA 3208. Por cierto que su adopción está más
que justificada si entendemos que no es en el fondo sino una “obviedad dogmática”, en la medida en
que la Constitución no protege los derechos fundamentales como “meras referencias lingüísticas que
han de llenarse como buenamente se pueda, sino que expresan ideas concretas (…) que es
obligatorio identificar y respetar”, como dice TOUBES MUÑIZ, Joaquín; “Regulación constitucional de los
derechos fundamentales y objeción de conciencia sobrevenida”, en 21-I Doxa (1998), pp. 301-313 (p.
303).
120 Cfr. CIDOCHA, cit., pp. 263-264.
122 RUBIO LLORENTE, Francisco; “La libertad de empresa en la Constitución”, en Estudios Menéndez,
cit., t. I, pp. 431-446 (pp. 441-442). Vid. también ARAGÓN, cit., p. 173; ARIÑO, cit., p. 91.
FACULTAD DE DERECHO 43
Versión de mayo de 2015
§22 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
129 Cfr. el art. 110 Const. de 1979, aunque no es allí una planificación “central”, sino “concertada”.
44 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §22
130 ARAGÓN, cit., pp. 178-180; DE LA CUESTA, cit., pp. 673-677. Vid. también ARIÑO, cit., p. 92, aunque
habría que decir que el supuesto concreto al que se refiere este autor —empresas privadas de
explotación de los servicios públicos en régimen de concesión— es discutible que se halle, todo él,
dentro del ámbito propio de la libertad de empresa propiamente dicho, lo que explicaría en parte las
magras conclusiones a las que llega.
131 ARAGÓN, cit., p. 180; cfr. DE LA CUESTA, cit., pp. 675-676. Desde este punto de vista, además del
derecho fundamental de libertad de empresa, la propia empresa privada podría considerarse como
una garantía institucional o de instituto, como lo son el mercado mismo y la competencia económica.
132 GÓMEZ-FERRER MORANT, Rafael; “Libertad de empresa y cuota de pantalla”, en Estudios
134 Como he dicho más arriba, en efecto, sólo se protege de manera absoluta la libertad de empresa
135 Los énfasis los he añadido para resaltar los elementos de la redacción que claramente indican una
situación excepcional.
46 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §22
FACULTAD DE DERECHO 47
Versión de mayo de 2015
§23 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
139 Me refiero al Banco Central de Reserva, para toda la política monetaria, según los arts. 83 a 86
Estas decisiones constitucionales y las normas que las ponen en práctica establecen
las “pautas” para resolver (ya que no las resuelve directamente) diversas tensiones
que pueden presentarse entre los partícipes de la vida económica (poderes públicos
y particulares)140. Las soluciones efectivas se darán, a nivel general, mediante el
ejercicio de las potestades legislaltivas y reglamentarias y, a nivel singular, mediante
el de las potestades de aplicación normativa, en especial de la jurisdicción. De
hecho, la Constitución económica peruana es bastante flexible y abierta, pero dentro
de unos límites concretos que no es lícito traspasar.
En lo que sigue me voy a concentrar en el desarrollo de las dos primeras de estas
“decisiones fundamentales” sobre el orden económico constitucional, pues la tercera
(al menos en su manifestación “territorial”, que sería la más interesante), amén de
que tiene en la propia Constitución un alcance muy limitado, se encuentra de hecho
subdesarrollada en su aplicación infraconstitucional.
Es evidente que, entre los “sistemas económicos” que más arriba he expuesto como
posibles en teoría, nuestra Constitución vigente se decanta, y además lo hace
explícitamente, por el sistema capitalista de mercado. Y no obsta lo más mínimo
para llegar a esa conclusión la omisión del término “capitalismo”, hecho que se
explica sobradamente por las connotaciones peyorativas que ha adquirido el término
en el lenguaje común, porque esa conclusión es inevitable si se tiene en cuenta el
conjunto del texto constitucional que, además de acoger la “economía (social) de
mercado”, protege la “propiedad privada” y la “libertad de empresa” como derechos
fundamentales. Ya he manifestado mi opinión, asimismo, acerca de que, entre los
distintos “modelos económicos” que tal sistema puede admitir, la Constitución
peruana de 1979 (que seguía en esto a la española de 1978) era lo bastante abierta
como para admitir realizaciones políticas dentro de todo el espectro de los modelos
propiamente liberales y comunitaristas de economía de mercado (no las economías
de mercado “socializadas”, que son ilusorias). Como ya he dicho, la Constitución de
1993 dio un viraje hacia un sistema más rígido (y sobre todo más claro) en su opción
liberal que, en mi opinión, sólo admite moverse dentro del ámbito de los modelos
estrictamente “liberales”, cerrando la posibilidad de adoptar políticas económicas de
economía de mercado mixta141. Considero que la piedra de toque que impone esta
conclusión ineludible es la consagración expresa del principio de subsidiariedad de
la actividad económica empresarial del Estado en el art. 63 Const. En otras palabras,
el modelo económico al que nuestra Constitución se refiere como “economía social
de mercado” es la primera (y original) de ese nombre, que aunque admite las
intervenciones públicas imprescindibles para humanizar el modelo a favor de los
más desfavorecidos de la sociedad, es claramente liberal.
Esto significa que la organización económica está confiada en primer lugar a la
iniciativa privada, pero en un marco institucional que reconoce un sitio para la acción
del Estado en la economía, en su misión de orientar el desarrollo del país. Este
142 Vid. sobre el principio de subsidiariedad la misma STC del 11 de noviembre de 2003 en Nesta c. el
Gobierno, (2003) AI 8, FFJJ 19 a 25. Concretamente, los aspectos que desarrollo en el texto estarían
incluidos en la allí llamada “subsidiariedad horizontal”.
143 Cfr. PEREIRA, En defensa…, cit., pp. 166-171, que incluye también una tercera etapa, denominada
“Estado Asistencial” o “Estado Providencia”, al que no incluyo aquí, sin embargo, porque como el
propio autor dice, apenas puede decirse que se trate de un “Estado de Derecho”.
144 Cfr. CIDONCHA, La libertad de empresa, cit., pp. 87-88.
50 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §24
FACULTAD DE DERECHO 51
Versión de mayo de 2015
§24 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
I. Parte
El empresario
y otros sujetos del Derecho Mercantil
CAPÍTULO 1
EL EMPRESARIO
SUMARIO: I. EL EMPRESARIO.— 25. Acepciones jurídicas del término “empresa”.
26. El empresario en el CdC y en la legislación mercantil peruana. 27. Efectos de
la calificación como empresario. 28. El estatuto del empresario y de su actividad
profesional. II. PRINCIPALES CLASES DE EMPRESARIOS Y ADQUISICIÓN DE SU
CONDICIÓN.— 29. Planteamiento general. 30. El “empresario por el ejercicio” y sus
notas características. 31. El “empresario por la forma”. 32. Los “empresarios”
presuntos, aparentes, ocultos e interpuestos. 33. Ejercicio de la empresa por
extranjeros. 34. Ejercicio de la empresa por personas jurídicas irregulares.
35. Inhabilitaciones e incompatibilidades para ejercer la empresa. III. OTRAS
CLASES DE EMPRESARIOS.— 36. Personas naturales y jurídicas. 37. Empresarios
públicos y privados. 38. Microempresarios, pequeños empresarios y demás
empresarios. 39. Empresarios por ramo de actividad: casos dudosos.
IV. EJERCICIO DE LA EMPRESA POR PERSONAS NATURALES.— 40. Capacidad legal
para ejercer la empresa. 41. Casos en que un incapaz puede ser titular de una
empresa. 42. Ejercicio de la empresa por persona casada. V. PÉRDIDA DE LA
CONDICIÓN DE EMPRESARIO.— 43. Planteamiento. 44. Personas naturales.
45. Personas jurídicas.
I. EL EMPRESARIO
25. Acepciones jurídicas del término “empresa”.
El uso jurídico del término “empresa” en la legislación, en la doctrina y en la
jurisprudencia, adolece de cierta ambigüedad. Y esto ocurre en nuestro país, y
también en casi todas partes. Con más exactitud, habría que decir que “empresa”,
como el propio nombre del “derecho”, es una voz “análoga”, esto es, que se refiere
no sólo a uno, sino a varios significados, pero que están relacionados entre sí (no es
un término meramente “equívoco”). La palabra se usa, al menos, en tres sentidos
importantes, que conviene distinguir claramente1:
1) En sentido funcional o dinámico, la empresa es la misma actividad de
organización, cuyo agente es el empresario. Desde el punto de vista del modelo
económico neoclásico de la empresa, como ya he dicho2, esa actividad se puede
definir como “la organización estable de los medios materiales y personales para
la producción o mediación de bienes y servicios para el mercado”.
2) En sentido objetivo, la empresa es el resultado de esa actividad, en cuanto se
materializa en unas estructuras y relaciones más o menos estables, que
comprenden también un sustrato patrimonial, y que permiten concebir al conjunto
como un bien, susceptible de valoración económica y atribuido al empresario
1 Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 46-49, cuya exposición sigo de cerca en lo
externo, y URÍA, Derecho…, cit., n. 20, con cuyo sistema coincide más el fondo de las ideas que
expongo en el texto. Vid. también GARRIGUES, Tratado…, cit., t.I, vol. 1, pp. 28-29; FERRI, Manuale…,
cit., pp. 38-43.
2 Vid. § 7, en pp. 14 y ss., supra.
— 57 —
Versión de mayo de 2015
§25 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
45 (y ss.).
6 Sin ir más lejos, remite claramente a este sentido el uso de “empresa” en los arts. 193 y 424, inc. 1,
CdC. Nuestro ordenamiento reconoce, asimismo, al menos tres tipos o formas de persona jurídica
mercantil (de “empresario”, por tanto) cuya denominación legal usa, sin embargo, el término
“empresa” ensentido subjetivo: la Empresa de Propiedad Social (D.L. 20598), la Empresa Individual
de Responsabilidad Limitada (D.L. 21621), y la Empresa Multinacional Andina, que en realidad es un
subtipo de Sociedad Anónima (Decisión 292 de la CAN).
7 Vid. por todas las siguientes EE.SS.: del 29 de noviembre de 2012, (2012) Cas. 3620, en el caso
Banco de Crédito del Perú S.A.A. c. Constructora e Inmobiliaria “La Esperanza” S.A. y otros, FFJJ 4°
y 6°; del 21 de noviembre de 2012, (2012) Cas. 3698, en el caso Blanca Cecilia Delgado Pardo
Figueroa c. Scotiabank Perú S.A.A. y otro, FJ 4°; del 18 de junio de 2010, (2009) Cas. 4830, en el
caso Jesús Gumer Licas De la Cruz c. Compañía de Exportación y Negocios Generales S.A., FJ 5°.
8 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit. vol. 1, pp. 49-50; FERRI, Manuale…, cit., pp. 38-39.
58 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §26
10 Vid. el § 15, en p. 8, supra. Concretamente, dice JIMÉNEZ/ OLIVENCIA, Derecho…, cit., vol. 1, p. 18,
hablando del Código español: “La fórmula, no obstante, resulta de difícil aplicación, porque el Código
no ha descendido a caracterizar las notas objetivas que pueden calificar un acto como «de
comercio». Los criterios utilizados son incongruentes y diversos; lo primero, porque pese a la
proclamada indiferencia del autor, el Código recurre frecuentemente a la presencia de un comerciante
para definir un «acto de comercio» (...); lo segundo, porque, además del criterio subjetivo, el Código
utiliza otros datos, múltiples y distintos, para calificar de mercantiles los actos que comprende en su
contenido (...). La variedad de estos criterios impide inducir un concepto objetivo de actos de
comercio y, en consecuencia, aplicar con exactitud la fórmula analógica del artículo 2”.
11 EM, n. 1.
12 Art. 1 CdC fr. de 1807: “Sont commerçants ceux qui exercent des actes de commerce et en font
leur profession habituelle”. Art. 1 CdC es. de 1829: “Se reputan en derecho comerciantes, los que
teniendo capacidad legal para ejercer el comercio, se han inscrito en la matrícula de comerciantes, y
FACULTAD DE DERECHO 59
Versión de mayo de 2015
§26 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
¿Cuáles son, pues, esos “efectos” a que se refiere el Código? Es lógico suponer que
el CdC no define al comerciante por alguna razón arbitraria, sino porque se aplicarán
las normas de este cuerpo especial de leyes precisamente a los sujetos así
definidos, aunque aparentemente el texto sólo diga expresamente que su campo de
regulación son los actos de comercio (art. 2 CdC). Así lo interpreta la doctrina
unánimemente, que siempre ha entendido, aun en las épocas de mayor auge de la
teoría objetivista del Derecho Mercantil, que además de los actos de comercio, se
regía por la ley mercantil la misma condición profesional del comerciante (requisitos,
adquisición y pérdida, deberes profesionales, etc.). Por eso considero necesario
completar el sentido del primer artículo del Código con la indicación expresa de que
también se rigen por la ley mercantil todos esos extremos. Indicación, por cierto,
que, como el resto de las referencias al “comercio” y al “comerciante”, deberían
expresarse actualmente con el lenguaje de la “empresa” y del “empresario”, según el
razonamiento que desarrollo más adelante en este apartado.
Otra cosa que pone de relieve la simple lectura del precepto es que en realidad
define como “comerciantes” (es decir, “empresarios”) a dos tipos completamente
diferentes de personas o, mejor dicho, considera “comerciantes” a una serie de
personas mediante dos mecanismos completamente direrentes:
1) uno material (“comerciante por el ejercicio”); y
2) otro meramente formal (“comerciante por la forma”), aplicable exclusivamente,
como es lógico, a las personas jurídicas.
Es evidente, a mi modo de ver, que el concepto primario o rector es el primero
(“comerciante por el ejercicio”), y que el “comerciante por la forma” sólo tiene sentido
en la medida en que toda la institución jurídica formal, y su manifestación al público
mediante los mecanismos registrales, está destinada, desde su propio diseño legal,
a facilitar el ejercicio del “comercio”, según el contenido de la primera noción.
Lo cierto es que, como se ve en el texto del art. 1 CdC, la idea clave utilizada, al
menos explícitamente, por nuestro Código mercantil para referirse al sujeto de las
relaciones jurídicas sometidas a su régimen es la de “comerciante”, no la de
“empresario”; y los referentes “objetivos” desde los cuales dichos sujetos vienen
regulados son, aparentemente, el “comercio” y el “acto de comercio”, no la
“empresa” ni los “actos de empresa”. No obstante, opino que el sistema
legislativamente positivizado puede y debe reconstruirse mediante el recurso a la
noción de empresa y a la de empresario, que expresan mejor y más exactamente lo
que el texto decimonónico de nuestro Código llama “comercio” y “comerciante”.
Para comenzar, la descripción del comerciante que da el art. 1 CdC no es ni
pretende ser precisa:
tienen por ocupacion habitual y ordinaria el tráfico mercantil, fundando en él su estado político”. Art. 1
CdC peruano de 1853: “Son comerciantes los que egercen (sic) actos de comercio, fundando en el
tráfico mercantil, su profesión habitual y ordinaria”. Art. 4 ADHGB de 1861 (los tres primeros arts. se
refieren únicamente a la ordenación de las fuentes del Derecho Mercantil, sin niguna referencia a su
contenido): “Als Kaufmann im Sinne dieses Gestzbuch ist anzusehen, wer gewerbsmäßig
Handelsgeschäfte betreibt” (“Se ha de considerar comerciante, en el sentido de este Código, a quien
explota profesionalmente actos de comercio”). Art. CdC it. de 1865: “Sono commercianti quelli che
esercitano atti di commercio e ne fanno la loro professione abituale”.
60 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §26
16 Cfr. GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol 1, pp. 10-12; SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p.
50.
17 Se intuye en algunos pasajes del Código y de su EM el intento del legislador de trazar el límite de lo
comercial sobre la línea del ánimo de lucro, o bien el ánimo de lucro combinado con alguna otra
característica. lo que daría como resultado que toda persona que realice su actividad con afán de
ganancia sería comerciante. Más adelante me propongo explicar por qué el ánimo de lucro no sólo no
puede bastar para caracterizar al empresario o comerciante, sino que ni siquiera es necesario que
exista para convenir en esa calificación. Según la mentalidad actual, no es cierto que sólo o
principalmente los comerciantes o empresarios obren habitualmente con ánimo de lucro, porque tal
lógica se ha extendido a todos los sectores y a casi todas (si no todas) las personas, en el ejercicio de
actividades económicas. Si se insistiera en este camino de caracterización del Derecho Mercantil, se
terminaría afirmando que el CdC (y el Derecho Mercantil) se habría convertido en realidad en el
Derecho privado patrimonial común, afirmación que es evidentemente falsa. Felizmente el legislador
no se atrevió a expresar con claridad esta idea.
18 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 50-51. Entre los textos legales posteriores al CdC
que siguen esta tendencia en el Perú, están: los DD.LL. 20598 (Ley de la Empresa de Propiedad
Social) y 21621 (Ley de la Empresa Individual de Responsabilidad Limitada), la Decisión 292 de la
Junta de la Comunidad Andina (sobre la Empresa Multinacional Andina), el D.L. 26116 (Ley de
Reestructuración Empresarial, sustituida por la Ley de Reestructuración Patrimonial aprobada por
FACULTAD DE DERECHO 61
Versión de mayo de 2015
§26 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
Decreto Legislativo 845, y luego por la L. 27287, General del Sistema Concursal), el D.L. 26126 (Ley
Orgánica de la CONASEV), toda la legislación reguladora de la competencia en el mercado, etc.
19 Arts. 182, incs. 2 y 3; 192; 193; 196, inc. 1; 277; 279; y 280 (por no mencionar artículos derogados,
una profesión o trabajo”. A su vez, dedicar significa “consagrar, destinar algo al culto religioso o
también a un fin o uso profano”, y también “emplear, destinar, aplicar”.
21 Cfr. lo que digo al respecto en el § 30, en pp. 61 y ss., y especialmente la nota n. 38, en p. 62, infra.
22 MENÉNDEZ, Aurelio (Dir.); Lecciones de Derecho Mercantil, 2ª ed., Thomson-Civitas, Cizur Menor,
62 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §27
28 Con sistemática en parte diferente, véase SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 52-53.
También MONTOYA, Derecho Comercial, cit, t. I, pp. 93-94 (n. 52), resalta la importancia que tiene la
calificación como empresario en los sistemas, como el nuestro, en los que existe una legislación
mercantil especial.
FACULTAD DE DERECHO 63
Versión de mayo de 2015
§28 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
29 BROSETA PONT, Manuel, y MARTÍNEZ SANZ, Fernando; Manual de Derecho Mercantil; 13ª ed.,
Tecnos, Madrid, 2006, vol. I, pp. 104-105.
30 Recojo, a grandes rasgos, los temas que SÁNCHEZ CALERO trata en la Segunda Parte (Régimen de
64 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §29
4) Los deberes profesionales del empresario que no son sólo los de tipo formal
(contabilidad y registro), sino también las exigencias más de fondo relativas a la
transparencia o publicidad, orden o racionalidad de la explotación y lealtad. Este
último deber se desenvuelve en el denominado “marco normativo general del
mercado” o “Derecho de la competencia” (libre y leal).
5) Una visión sumaria de la calificación como actos de comercio de los hechos y
actos jurídicos insertos en la actividad empresarial, esto es, como hechos
generadores de relaciones y demás consecuencias jurídicas sometidas al
régimen especial de Derecho privado que conocemos como Derecho Mercantil.
31 Lo cual tiene luego también repercusiones muy directas en el modo como se pierde esa condición;
vid. §§ 43, 44 y 45, en pp. 86 y ss., infra.
FACULTAD DE DERECHO 65
Versión de mayo de 2015
§29 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
condición de empresario desde que se pueda decir que cumple con esas notas
características, a saber:
1) Ejercicio de una actividad de organización de medios personales y materiales
para producir o mediar bienes y servicios.
2) Ejercicio profesional de dicha actividad.
3) Ejercicio de dicha actividad en nombre propio: jurídicamente no es empresario el
gerente o administrador de la empresa, sino la persona natural o jurídica (la
sociedad anónima, por ejemplo) en cuyo nombre actúa.
4) Destino del resultado al mercado: no hay empresa donde sólo se produce para el
autoconsumo.
Así pues, toda persona, natural o jurídica, con o sin ánimo de lucro, que ejerza la
empresa adquiere la condición profesional de empresario. No es necesario, como
regla general, contar con ninguna autorización administrativa previa; ni siquiera un
mero registro, pues, como explicaré más adelante32, el Registro Mercantil no es
constitutivo de la condición de empresario. Antes bien, ésta se adquiere, como
establece el art. 1 CdC, por el mero ejercicio de la empresa. Vale como ejercicio en
este sentido el hecho de encargar a otro el ejercicio de la actividad empresarial, e
incluso el mero hecho de que un representante legal la ejerza en nombre y por
cuenta de uno33.
Adviértase sólo que el requisito de capacidad legal exigido por el art. 1 CdC, inc. 1,
no representa un problema para ninguna persona jurídica, mercantil o no, puesto
que, si se entiende como mera capacidad de ejercicio, el asunto se resuelve por el
simple hecho de que toda persona jurídica posee esta capacidad en plenitud, al
menos en la esfera patrimonial. La capacidad legal, como expondré en una sección
posterior, plantea cuestiones de importancia para la adquisición de la condición de
empresario exclusivamente en el caso de las personas naturales 34, y aun en ellas no
porque sea propiamente un “requisito”, sino porque su ausencia plantea exigencias
especiales en orden a la “imputación” de la actividad al incapaz.
En cambio, la adquisición de la condición de empresario, cuando se trata de una
persona jurídica mercantil, se reduce al mismo hecho de adquirir personalidad como
persona jurídica mercantil, esto es, al acto de inscripción en el Registro Mercantil (o
Registro jurídico que les corresponda en cada caso).
Ahora bien, junto a estos dos casos principales, es necesario enumerar también dos
supuestos en los que la condición jurídica de “empresario” se atribuye a un sujeto, al
menos para ciertos efectos más o menos limitados, más bien a título de
“presunción”, cuando no de “sanción”:
1) el empresario presunto (cfr. art. 2 CdC), y
2) el llamado “empresario aparente”.
66 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §30
35 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 53-55 (aunque el autor incluye el destino al
mercado dentro de la profesionalidad de la actividad); MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., pp. 42-44.
36 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 53-54.
38 GARRIGUES, Tratado…, cit., t.I, vol. 1, p. 348: “La fórmula legal es poco afortunada, como resultado
FACULTAD DE DERECHO 67
Versión de mayo de 2015
§30 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
40 ES del 3 de abril de 1973, (1973) Boletín Judicial 8-10, p. 345; cit. por MONTOYA, Derecho
Comercial, cit., t. I, p. 100 (n. 60).
41 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 55. En el mismo sentido, MONTOYA, Derecho
68 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §31
FACULTAD DE DERECHO 69
Versión de mayo de 2015
§31 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
45Cfr. sin embargo la aplicación supletoria de la legislación sobre sociedades mercantiles a todas las
cooperativas primarias y centrales cooperativas, por disposición del inc. 1 del art. 116 LCoop.
46 Según el Considerando 9º LEPS el ámbito jurídico propio al que pertenecería esta forma
empresarial sería el “Derecho Social” (sea lo que sea lo que eso quiere decir): “Que este Sector por
su naturaleza y motivación es diferenciable de los Sectores Público y Privado requiriendo una
legislación especial que constituya el Derecho Social”.
70 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §32
47 Cfr. el Considerandos 6º y 7º LEPS: “Que las formas asociativas de Propiedad Social de los medios
de producción aseguran la solidaridad del hombre…” y “Que es necesario que tales formas de
asociación se estructuren y articulen de modo que constituyan…” (los énfasis son añadidos).
48 Vid. al respecto el § 39, en pp. 77 y ss., infra.
49 Cfr. también el art. IV.8 TP CPDC, que en parte está destinado a cumplir, en el ámbito de la
protección al consumidor, funciones semejantes a las del art. 3 CdC. Vid. al respecto los párrafos
finales del § 69, en pp. 136 y ss., infra.
FACULTAD DE DERECHO 71
Versión de mayo de 2015
§32 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
efectos jurídicos50. Otros hechos que han sido señalados51 como indicios concretos
que también son aptos para desencadenar esa presunción son:
1) el pago de tributos empresariales;
2) la inscripción en entidades gremiales; y
3) la adopción de marcas de fábrica.
Entiendo, sin embargo, que el “pago de contribuciones” o tributos propios de los
empresarios (por ejemplo, el Impuesto a la Renta de 3ª categoría, o el IGV), o
incluso la mera presentación de las declaraciones conducentes a ello, podría
desencadenar la presunción de ejercicio de la empresa, como mucho, respecto de la
Administración Tributaria, y sólo respecto de ésta, pues se trata de hechos de los
que ella debe guardar completa reserva ante terceros. En cambio, asociar una
concreta actividad económica de naturaleza empresarial al propio número de
Registro Único del Contribuyente (RUC), al momento de inscribirse en ese registro
administrativo, por ser un dato que sí está destinado a ser puesto en conocimiento
del público, sí sería apto por sí solo, en mi opinión, para generar la presunción de
que trata el art. 3 CdC, con efecto general.
La presunción del art. 3 CdC en sí misma considerara opera para bien y para mal,
en beneficio, indistintamente, del propio empresario presunto y de los terceros que
se relacionan con él. Y tanto el uno como los otros tienen también la oportunidad de
desactivar la presunción mediante una adecuada prueba en contrario, si así
conviniera a sus intereses. Precisamente, la gran diferencia entre el empresario
meramente presunto y el empresario por la forma es que éste “se presume” (si se
quiere hablar así: en realidad tal ejercicio es irrelevante para atribuir la
consecuencia) que ejerce la empresa con presunción iuris et de iure, de modo
irrefutable, mientras que la presunción del art. 3 CdC es iuris tantum, y por lo tanto
refutable mediante una adecuada prueba en contrario.
Mas no siempre será suficiente que el “empresario presunto” pruebe de cualquier
manera que en verdad no ejercía la empresa, para que pueda eludir las
consecuencias derivadas de la regulación mercantil de los actos a propósito de los
cuales dio a entender que era empresario; esto, se entiende, respecto de las
desfavorables para él y favorables para la otra parte. Ello dependerá, en realidad, de
si en las circunstancias del caso concreto, la realidad (que el sujeto no ejerce la
empresa ni, por tanto, es verdaderamente un empresario), enmascarada por los
actos del “empresario presunto” (que más bien es un no empresario), fue o debió ser
conocida por la otra parte. Si esto no es así, nos hallaríamos en un supuesto de
72 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §32
52 GIERKE/ SANDROCK, Handels- und Wirtschaftsrecht, cit., pp. 162-169 (§ 12). En las pp. 162-165 trata
del Scheinkaufmann en virtud del registro (erróneo), respecto del cual los arts. 5 y 15 HGB protegen
una apariencia pública, cuya finalidad ha sido interpretada como dirigida a eliminar las incertidumbres
de todos los interesados (incluyendo el propio “empresario” aparente); en cambio, el “empresario”
estrictamente aparente en los términos del texto (y que los autores tratan en las pp. 165 y ss.) es un
supuesto de responsabilidad por la apariencia creada ante terceros de buena fe, razón por la cual los
únicos que pueden invocarla son dichos terceros de buena fe, y no el propio empresario “aparente”.
53 O, como dicen GIERKE/ SANDROCK, op. cit., p. 165: “las personas que, con o sin inscripción de una
Firma en el Registro Mercantil, se presentan, en contra de la verdad, como plenos o como pequeños
comerciantes, responden ante los terceros de buena fe en la misma medida que si fueran plenos o
pequeños comerciantes, en todo aquello que exijan en las circunstancias la lealtad y la buena fe”.
54 Vid., sin embargo, la distinción que hacen GIERKE/ SANDROCK, op. cit., pp. 167-168, de los casos en
que el empresario aparente se haya presentado como tal dolosamente (en los que en ningún caso
puede invocar los derechos o privilegios que le corresponderían de haber sido realmente el
empresario que no es) de aquellos otros en los que esa apariencia haya sido creada imputablemente,
pero sin dolo, en los que es posible que ante el tercero que confió en la apariencia pueda a su vez
exigir derechos y facultades según la apariencia creada, pues en ese caso tampoco sería conforme a
la buena fe que el tercero se negase a reconocerlos.
55 Vid. § 53, en p. 103, infra.
FACULTAD DE DERECHO 73
Versión de mayo de 2015
§33 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
56 En sentido contrario, MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, p. 101 (n. 61), quienes consideran que
lo dispuesto en el artículo 15 del Código de Comercio sigue vigente, y en consecuencia la capacidad
de las personas naturales para ejercer la empresa se debe determinar con arreglo a la ley de su
nacionalidad.
74 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §33
En cambio, los efectos de los actos que celebren se sujetan a la ley expresamente
pactada por las partes, y a falta de pacto, a la del lugar en donde han de cumplirse
las prestaciones; la ley del lugar de celebración sólo se admite como factor residual
de conexión (art. 2095 CC).
Lo dispuesto por el art. 15 CdC sobre la sujeción de los actos celebrados por
extranjeros en el Perú sólo puede entenderse que continúa siendo aplicable a los
aspectos formales de tales actos. Pero, incluso desde este punto de vista, se ha de
admitir también la relativización del locus regit actum que introduce el art. 2094 CC,
de modo que el acto sería válido incluso si, incumpliendo las formalidades que le
impone la ley peruana, la lex causae lo reputa válido en la forma en que se celebró.
En resumen, se puede decir que los extranjeros y los nacionales gozan de igualdad
de trato para el ejercicio de todas las actividades económicas, incluida la empresa,
según el art. 63 Const. y las leyes que la desarrollan. Pero el propio artículo
constitucional citado admite que se introduzcan limitaciones temporales en
respuesta a medidas proteccionistas de otros países. Pero esto supone introducir la
limitación, que debe ser específica (no genérica), por ley (o al menos norma con
rango legal), que necesariamente debe ser temporal, y estar materialmente exigida
por la protección del interés nacional (la necesidad debe existir, así como una
relación efectiva entre ella y la medida limitativa, superando el test de
proporcionalidad). Asimismo, el art. 72 Const. permite introducir algunas
restricciones, también temporales, a la adquisición, posesión, explotación y
transferencia de determinados bienes por razones de seguridad nacional. Es
evidente que disposiciones con carácter tan permanente como la prohibición de que
el capitán o patrón de un buque sea extranjero (art. 622 CdC) y otras por el estilo
que están desperdigadas por nuestra legislación mercantil vigente son incompatibles
con estas normas constitucionales.
Ahora bien, no deben interpretarse las normas citadas como autorizaciones para que
la ley haga distinciones de tratamiento económico exclusivamente sobre la base de
criterios de nacionalidad, ya que estas restricciones pueden afectar también a los
nacionales cuando, en el caso del art. 63 Const., importen bienes procedentes de
países que aplican medidas proteccionistas y, en el caso del art. 72 Const., la
seguridad nacional exija restringir derechos económicos no sólo a personas
extranjeras, sino también a los peruanos (posesión de ciertos bienes, por ejemplo de
armas de guerra).
La única limitación de los derechos económicos de un extranjero admisible
constitucionalmente sólo sobre la base de la condición de extranjero del afectado es
la prevista en el art. 71 Const., que restringe directamente la posibilidad de que los
extranjeros puedan poseer propiedades prediales y derechos de explotación de
recursos naturales en determinadas zonas del territorio nacional, lo que
naturalmente implica (pero sólo indirectamente) el ejercicio de las empresas
vinculadas a esas propiedades.
FACULTAD DE DERECHO 75
Versión de mayo de 2015
§34 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
76 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §35
jurídica (o sus integrantes o fundadores) son los verdaderos titulares del interés
gestionado, como porque dichos titulares usualmente habrán tenido pleno control
sobre la causa de la irregularidad, con la consiguiente responsabilidad.
En conclusión, y aunque la ley no lo diga, además de la responsabilidad transitoria
de quienes actúen en nombre de la persona jurídica en proceso de constitución (art.
77 CC y arts. 6 y 7 LGS), esto es, antes de que se produzca la irregularidad
propiamente dicha por no haberse vencido el plazo de inscripción, los miembros o
fundadores de la entidad no inscrita responden con todo su patrimonio y en forma
solidaria, como titulares comunes de la actividad emprendida, hasta que se obtenga
la personalidad jurídica.
35. Inhabilitaciones e incompatibilidades para ejercer la empresa.
Los arts. 13 y 14 CdC prohíben el ejercicio de la empresa (“no podrán ejercer el
comercio”, o “la profesión mercantil”) a algunas personas. Propiamente se trata de
incompatibilidades de ejercicio de una actividad, no de incapacidades, que son
cosas diversas58:
1) La exigencia de capacidad está pensada principalmente, aunque no únicamente,
como una forma de protección de quien se halla en esa situación, siendo
relevante, pero secundario, el interés de los terceros.
2) La incompatibilidad o prohibición, por el contrario, afecta a personas que, teniendo
por sí mismas capacidad legal para ello, la ley quiere excluir del ejercicio de la
empresa para proteger el interés público o el de terceros.
Como tales, las prohibiciones establecidas al ejercicio de la empresa no acarrean la
sanción de invalidez o ineficacia de los actos celebrados en dicho ejercicio, salvo
que la ley lo disponga expresamente en algún caso particular59. La sanción habitual
por la violación de la prohibición:
1) tendrá normalmente un carácter más bien administrativo o penal; o bien,
2) acarreará consigo una responsabilidad civil agravada (por dolo o culpa
inexcusable) en caso de que su infracción cause o contribuya a causar un daño.
Las prohibiciones, según las clasificaciones más aceptadas60, pueden ser:
1) de derecho público o de derecho privado, según el interés tutelado por la norma
prohibitiva; y
2) absolutas o relativas, según el alcance mayor o menor de la prohibición.
Nuestro CdC sigue preferentemente el segundo criterio como estrategia de
ordenación sistemática de esta materia, pues en su art. 13 recoge los principales
supuestos de prohibición absoluta y en su art. 14 los de prohibición relativa.
58 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 76-77. También JIMÉNEZ SÁNCHEZ (Coord.),
Derecho…, cit., vol. 1, p. 98 (capítulo a cargo de Rafael ILLESCAS ORTIZ).
59 Por ejemplo, el artículo 1366 del Código Civil resta eficacia a los contratos de adquisición de
derechos reales celebrados por algunas personas en ciertas circunstancias, que en algunos casos
coinciden con las inhabilitaciones del Código de Comercio. SÁNCHEZ CALERO, loc. cit. en la nota
anterior menciona un caso semejante en la legislación de seguros española.
60 JIMÉNEZ/ ILLESCAS, Derecho…, cit., vol. 1, p. 98.
FACULTAD DE DERECHO 77
Versión de mayo de 2015
§35 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
61Así considera MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I,pp. 96-97 (n. 54), éste y los demás casos
contemplados en el art. 13 CdC, lo cual me parece erróneo, como digo en el texto.
78 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §35
62 Coinciden con esta apreciación SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 78-79 (citando la
STS del 30 de junio de 1978, [1978] RJ 2629); RIPERT/ ROBLOT, Traité..., cit., t. 1, p. 161 (n. 2531), que
no consideran la quiebra entre las incapacidades, sino entre las incompatibilités et déchéances; entre
otros.
63 Cfr. MONTOYA, loc. cit., aunque interpretan la diferencia entre los dos casos (que entiende como
incapacidades en sentiod estricto, o poco menos) como que la primera es reversible y la segunda no,
olvidando la regulación de la rehabilitación del quebrado en el art. 101 LGSC.
FACULTAD DE DERECHO 79
Versión de mayo de 2015
§35 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
64Esta norma completa lo que he dicho más arriba acerca del alcance de la inhabilitación para ejercer
la empresa derivada de determinadas sanciones penales, precisando implícitamente que toda
condena específicamente dictada por causa de estos delitos (concursales) sí que trae como
consecuencia automática la inhabilitación general para ejercer la empresa.
80 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §36
FACULTAD DE DERECHO 81
Versión de mayo de 2015
§37 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
70 Según la ES del 3 de abril de 1973, citada en nota n. 40, en p. 62, supra, no se considera
82 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §38
71 Si quiere fundar una sociedad mercantil por ejemplo, no es exigible el requisito de la pluralidad de
socios: art. 4 LGS.
72 La 5ª de las Disposiciones Complementarias, Transitorias y Finales de la LFONAFE dispone que se
deroguen “los Decretos Leyes N°s 25470 y 25487, el Decreto de Urgencia N° 043-96, los Decretos
Legislativos N°s 801 y 849, así como las disposiciones de la Ley N° 24948, Ley de la Actividad
Empresarial del Estado, y otras que se opongan a lo establecido por la presente Ley”. La
desafortunada redacción de esta norma llevó a algunos a concluir (así, la compilación de normas
legales del “Sistema Peruano de Información Jurídica” publicada periódicamente en soporte óptico
por el Poder Judicial) que todas las disposiciones de la LAEE quedaban derogadas. Lo cierto es que
la norma sólo se refería a las disposiciones de la LAEE y de otras leyes “que se opongan a lo
establecido” en la primera. Era realmente problemático saber hasta qué punto las disposiciones de la
LAEE seguían en vigor hasta su definitiva derogación por la LPEAEE.
FACULTAD DE DERECHO 83
Versión de mayo de 2015
§38 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
73 No obstante esta amplia descripción de posibles “rubros” empresariales de las MYPES, la DCF 3ª
LPCFM excluye expresamente de sus beneficios (no menciona los de la LMYPE misma) a los “bares,
discotecas, juegos de azar y afines”.
74 Equivalente a S/. 570 000, con el valor vigente de S/. 3 800 por UIT.
84 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §39
FACULTAD DE DERECHO 85
Versión de mayo de 2015
§39 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
Es más que dudoso que esto siga siendo así hoy en día. El único supuesto en el
que, habiendo verdadera empresa, está claro que el empresario está (más o
menos78) excluido de la aplicación general del Derecho Mercantil es el de las
sociedades civiles, que por algo reciben esa denominación en contraste con las
demás (que son “mercantiles”), bajo la LGS. Pero, en ese caso, la exclusión con
toda propiedad se basa en la elección positiva de unas formas societarias concretas,
que son las dos designadas con el nombre de Sociedad Civil (la ordinaria y la de
responsabilidad limitada: art. 296 LGS), elección que presupone, para ser posible, el
cumplimiento del requisito material de que la empresa se explote “mediante el
ejercicio personal de una profesión, oficio, pericia, práctica u otro tipo de actividades
personales por alguno, algunos o todos los socios” (art. 295 LGS).
Fuera de ese supuesto, las normas que regulan actualmente a los empresarios
artesanales79 y a los agropecuarios80 parecen implicar su sometimiento al régimen
mercantil general, aun cuando sea perfectamente admisible que se trate de sectores
especialmente ricos en usos, costumbres e incluso instituciones legales peculiares o
propias.
También tienen un régimen propio, pero que en este caso siempre ha tenido un
carácter claramente mercantil, los empresarios marítimos, los bancarios, financieros
y de seguros, los intermediarios de valores y bastantes otros.
Pese a que la regla general es de igualdad ante la ley entre todos los tipos de
empresarios en todos los aspectos, como una garantía derivada de la libertad de
78 Pues, como explícitamente recoge el art. 302 LGS para las actas y registros contables, hay una
serie de aspectos en los que el régimen de las sociedades civiles será sin embargo exactamente el
mismo que establecen las normas mercantiles para todos los empresarios. Lo mismo se ha de decir
del deber de registro y publicidad, y en particular del deber de competencia libre y leal, y de respeto al
consumidor, protegido por el Derecho de la competencia en sentido lato. En último análisis,
prácticamente el único sector del ordenamiento mercantil que no les reaulta aplicable a estos
empresarios viene a ser el régimen mercantil de las obligaciones y los contratos, aunque no hay que
olvidar que es un sector muy amplio y muy importante del ordenamiento mercantil.
79 L. 29073, de 23 de julio de 2007, del Artesano y del Desarrollo de la Actividad Artesanal (LADAA).
El art. 3 reconoce que la “actividad artesanal” (art. 2) puede ser objeto de una “empresa”, lo que
parece implicar sometimiento al régimen mercantil general. De hecho, el art. 8 LADAA parece
considerar “empresas artesanales” (es decir, empresarios) a todos los artesanos, sean personas
naturales o jurídicas. Sin embargo, para poder gozar de los beneficios de la ley, las personas jurídicas
deben estar “compuestas por artesanos”, lo que implica que deben cumplir los requisitos para poder
constituirse como sociedad civil (art. 295 LGS), aunque no necesariamente lo tengan que hacer. Las
líneas generales de regulación y los beneficios que se conceden se asemejan mucho a las que he
mencionado a propósito de la LMYPE (que, por otra parte, casi con seguridad les será aplicable por
derecho propio a la mayoría de estos empresarios).
80 Ley de Promoción y Desarrollo Agrario, D. Leg. 2, del 17 de noviembre de 1980: también es
legislación (administrativa) de fomento, aunque su art. 3 reconoce que la actividad agraria se puede
realizar bajo cualquier “forma empresarial”, y garantiza las libertades empresariales basicas en varios
de sus arts. Abarca incluso la agroindustria (art. 29 LPDA). Ley de Promoción de las Inversiones en el
Sector Agrario (LPISA), D. Leg. 653 (lo que queda de él tras la derogación casi íntegra de sus cinco
primeros títulos), del 30 de julio de 1991, liberaliza (esta vez de verdad) todo el sector. El efecto
parece ser, en todo, que en la medida en que haya actividad empresarial, y salvo especialidad agraria
puntual, la actividad agraria se somete al régimen mercantil general (y finalmente civil), como
cualquier otra. Acerca de la posible aplicación de la LMYPE y la LPCFM a los empresarios agrarios,
según la DCF 7ª LPCFM ello sólo es posible en relación con las microempresas agrarias (no las
pequeñas empresas).
86 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §40
FACULTAD DE DERECHO 87
Versión de mayo de 2015
§41 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
continuación, presente también en el CdC español del que lo tomó el peruano, y el segundo que,
pese a no estar contemplado en su Código, como no lo está en el nuestro, está admitido en el
Reglamento del Registro Mercantil de su país.
88 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §42
nombrar uno o más factores o gerentes que hagan sus veces, con
consentimiento del consejo de familia.
2) Además, es evidente que la incapacidad sobrevenida del empresario, esto es, la
pérdida de capacidad de ejercicio debida a cualquier causa posterior al inicio de
la actividad empresarial no determina por ese solo hecho que la empresa deba
quedar abandonada o ser liquidada. En ese caso, el incapaz continuará su
empresa a través de su representante legal, debiendo aplicarse analógicamente
la solución del art. 5 CdC arriba expuesta y las disposiciones del CC sobre los
llamados a ejercer la representación legal de quien deviene incapaz.
3) El supuesto de adquisición inter vivos pero a título gratuito (donación de fondo
empresarial) es tan semejante al de la adquisición mortis causa prevista en el art.
5 CdC, que es evidente que también debe ser asimilado a él.
4) Inicio de actividad empresarial por el representante del incapaz: de acuerdo al
CC87 no existe ningún impedimento para que el representante legal del incapaz
destine el dinero u otros bienes del sometido a su guarda al inicio de una
empresa o a la adquisición de una en marcha, con la condición de que ello sea
autorizado por el juez, con audiencia del consejo de familia y del propio incapaz,
si éste tuviera discernimiento.
5) Según el art. 457 CC, los padres de un menor de edad capaz de discernimiento
pueden autorizarlo “para dedicarse a un trabajo, ocupación, industria u oficio”. El
art. 532, inc. 4, del mismo Código permite al tutor conceder la misma
autorización, pero con intervención del Juez. Entiendo que estas normas incluyen
la posibilidad de autorizar al menor para el ejercicio de la empresa, que no es
sino una profesión más para estos efectos88.
Se ve así cómo la evolución legislativa posterior, especialmente el CC de 1984, ha
variado notablemente el tratamiento que originalmente daba el CdC a la cuestión de
si un incapaz podía ejercer el comercio. Hoy en día la respuesta es afirmativa, tanto
si se trata de continuar una empresa en marcha, como si se pretende iniciar una
nueva por cuenta del incapaz, siempre que se cumpla con los trámites que la ley
establece en protección de los intereses de éste.
42. Ejercicio de la empresa por persona casada.
El CdC exigía autorización del marido para que su mujer pudiera dedicarse al
ejercicio del comercio y los arts. 6 al 12 CdC originalmente estaban dedicados a
87 Vid. arts. 447, 453 y 448, inciso 8, del CC, inciso éste último que sólo se explica si se entiende que
se trata de una edificación iniciada con el carácter de empresa. Estas normas, establecidas en
principio para los padres, valen también para los tutores y curadores por disposición de los arts. 524,
531, 532 y 568 CC.
88 Esta posibilidad plantea algunas cuestiones interesantes desde el punto de vista de la
FACULTAD DE DERECHO 89
Versión de mayo de 2015
§42 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
regular el ejercicio del comercio por la mujer casada89. Esta exigencia, criticada
como incompatible con el principio de igualdad ante la ley del marido y de la mujer,
fue tácitamente derogada por la Const. de 1979, y luego explícitamente por la 1ª
Disp. Derogatoria del CPC de 1992. Sin embargo el hecho del matrimonio sigue
teniendo importantes consecuencias para el ejercicio de la empresa y de cualquier
otra profesión, ya no sólo para la mujer, sino también para el marido. Examinaré a
continuación cuáles son estas consecuencias, según lo dispuesto en el CC de 1984.
El art. 293 CC establece que, para ejercer cualquier profesión o industria permitidos
por la ley, así como efectuar cualquier trabajo fuera del hogar, la persona casada
deberá contar con el asentimiento expreso o tácito de su cónyuge. Se interpreta
comúnmente que, a falta de prohibición expresa, se presume concedido el
asentimiento tácito90. Ello implica que, existiendo prohibición expresa, el ejercicio de
cualquiera de esas actividades, y por tanto de la empresa91, significa la violación de
una de las obligaciones que acarrea el estado matrimonial. No interesa descender
aquí a las consecuencias que este incumplimiento pueda tener en el plano de las
relaciones personales entre los cónyuges, que es materia propia del Derecho de
familia. Limitaré mi análisis tan sólo a los efectos patrimoniales, y por tanto
mercantiles, de que una persona casada decidiera dedicarse a la empresa, con o sin
autorización. Para ello debemos considerar los dos regímenes patrimoniales a que
puede dar lugar el matrimonio:
1) el de separación de bienes, y
2) el de sociedad de gananciales, siendo éste último el normal.
El régimen de separación de bienes implica la total independencia de los cónyuges
en lo económico. Cada uno puede usar y administrar todos sus bienes con absoluta
libertad, sin que existan bienes comunes, ni otras obligaciones con la familia que la
de destinar los recursos necesarios para la marcha normal del hogar, según sus
respectivas posibilidades (art. 300 CC). En otras palabras, para efectos del ejercicio
de la empresa por cualquiera de los cónyuges, la situación es la misma que si el
empresario no estuviera casado: responde de todas sus deudas con todos sus
bienes propios (art. 328 CC), y sólo con ellos, esté o no autorizado por su cónyuge.
No cumplir la prohibición expresa de ocuparse de una empresa no acarrea ningún
efecto mercantil (aunque pueda tenerlo en el ámbito propio del Derecho de familia).
La situación es distinta en el caso del régimen de sociedad de gananciales. En dicho
régimen patrimonial, cada uno de los cónyuges tiene unos bienes propios, sobre los
89 Vid. para este tema SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 73-75. España, como se sabe,
tiene un Código de Comercio muy parecido al nuestro del que fue la principal fuente inspiradora, y ha
seguido en este tema una evolución semejante a la de nuestro ordenamiento.
90 El derogado art. 7 CdC así lo decía expresamente, ciñéndose al caso de la mujer: “Se presumirá
autorizada para comerciar la mujer casada que ejerciera el comercio”. Y la EM ad loc. explicita la
razón, al indicar que “la notoriedad del tráfico en que la mujer se ocupa habitualmente, implica por
necesidad la autorización del marido”: se está refiriendo al carácter profesional de la empresa, en su
dimensión de publicidad o notoria manifestación exterior.
91 En nuestro país, MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, p. 97 (n. 55), tratan muy sumariamente el
tema del ejercicio de la empresa por persona casada. Explícitamente consideran que el concepto
genérico de profesión comprende la del comerciante. Sólo parece necesario añadir que “comerciante”
debe leerse como “empresario”.
90 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §42
que conserva todos los derechos del propietario (arts. 303 al 306 CC), pero se va
formando una especie de “patrimonio” o, mejor (porque no es un patrimonio
separado), un bloque patrimonial autónomo, común a los dos esposos, con:
1) los frutos y productos de los bienes propios, y
2) con el rendimiento del trabajo de los cónyuges (art. 310 CC).
En un matrimonio con régimen de sociedad de gananciales, existen, entonces, hasta
tres bloques patrimoniales que hay que considerar:
1) el propio del marido,
2) el propio de la mujer, y
3) los bienes comunes o gananciales propiamente dichos.
Entre estos tres bloques patrimoniales, en principio distintos, existen unas relaciones
económicas que el CC intenta esclarecer (con relativo éxito).
En cuanto a la empresa, una consecuencia lógica de lo que acabo de exponer es la
recogida en el inc. 6 del art. 302 CC. Dicha norma reconoce que una empresa puede
tener la calidad:
1) de bien propio de uno de los cónyuges, o
2) de bien común de la sociedad de gananciales.
Si se trata de una empresa común, es evidente que debe de haberse llevado a cabo
con autorización de ambos esposos o, en su defecto, con la autorización supletoria
del Juez. En ese caso, responderán de las obligaciones surgidas de la empresa
tanto los bienes sociales, como, a falta o por insuficiencia de ellos, los propios de
ambos esposos (art. 322 CC). La razón de tales consecuencias es bastante clara: el
“empresario”, en ese caso, no es ninguno de los cónyuges aisladamente
considerado, sino esa especie de sujeto imperfecto de derechos que es la sociedad
conyugal (que no tiene personalidad jurídica, sin embargo); una “sociedad”, se
podría decir, de responsabilidad ilimitada.
Pero, ¿qué pasa cuando uno de los cónyuges se dedica a la empresa a título
exclusivamente personal, siendo el régimen patrimonial del matrimonio el de
sociedad de gananciales? Me estoy refiriendo ahora, naturalmente, al caso de que la
empresa sea “bien propio” de uno de los cónyuges, y no “bien social”. En tales
circunstancias se pueden presentar dos supuestos distintos:
1) El primero es el de un empresario casado que realiza la actividad autorizado,
tácita o expresamente, por su cónyuge. En tal caso, aunque las deudas
contraídas en ejercicio de la empresa no sean, estrictamente hablando, de la
sociedad conyugal, ha de entenderse que lo fueron “en provecho de la familia” (si
no, no hubiera sido autorizado)92.
92 Además de la razón apuntada en el texto, es posible argumentar una razón estrictamente jurídica y
totalmente objetiva para concluir que las deudas contraídas por un empresario en el ejercicio de la
empresa, cuando dicho ejercicio está autorizado por el otro cónyuge, han sido adquiridas en provecho
de la familia en todos los casos. Así, de acuerdo al art. 310 CC, los bienes (la ganancia) “que
cualquiera de los cónyuges adquiera por su trabajo, industria o profesión” (que en este caso sería la
FACULTAD DE DERECHO 91
Versión de mayo de 2015
§43 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
empresa) son bienes sociales, afectados en primerísimo lugar “al sostenimiento de la familia y la
educación de los hijos comunes” (inc. 1 del art. 316 CC).
93 Sin duda, cabe pensar en una simulación de la prohibición, la cual, una vez probada, carecerá de
toda eficacia, y se aplicarán las consecuencias de un caso de actividad permitida. Se trata sin
embargo de una hipótesis bastante inverosímil (y por tanto para hacerla valer se debe exigir un alto
estándar probatorio), pues la misma limitación de la responsabilidad a los bienes propios del cónyuge
empresario se puede conseguir sin mayor complicación mediante el mecanismo, público y totalmente
legal, de cambio de régimen patrimonial del matrimonio a uno de separación de patrimonios.
94 Con algunas variantes, este tema está tomado de SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp.
80-81. En el medio nacional, véase MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, pp. 100-101 (n. 60).
92 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §44
Estos aspectos son regulados con más o menos cuidado por las leyes fiscales y
laborales, pero no tanto por las mercantiles, excepto en el caso de las sociedades y
en las situaciones de concurso.
Pues bien, el empresario puede cesar en su actividad:
1) en uso de su más elemental derecho de libertad de empresa, en su aspecto de
libertad de salida del mercado (cese voluntario); o
2) por una diversidad de otras causas involuntarias (muerte, liquidación coactiva,
etc.).
Por otro lado, y precisamente en virtud de su carácter profesional y duradero y de su
ordinaria objetivación en una organización más o menos estable, lo habitual es que
ese cese no se produzca instantáneamente. Por el contrario, normalmente hay que
liquidar las relaciones jurídicas que han surgido en su ejercicio. No obstante, a veces
el cese en la condición de empresario puede producirse de forma más simple,
cuando implica la simultánea transferencia del fondo empresarial a otro titular, sea
que éste adquiera esa condición ex novo por ese hecho, o que, ya teniéndola,
simplemente se haga cargo de la empresa del transferente. Así pues, desde este
punto de vista, la pérdida de la condición de empresario puede darse:
1) previa liquidación del negocio, o
2) sin ella.
En el primer caso, no puede entenderse que el momento en que la empresa cesa es
pura y simplemente cuando el empresario deja de hacer nuevas operaciones
encuadradas en ella, sino cuando termina la liquidación de su negocio, con el pago
de todos sus acreedores mercantiles. En el segundo caso puede ser preciso
determinar si, y en qué medida, cada uno de los titulares responde por las
obligaciones, según éstas hayan sido incurridas antes o después de la transferencia.
44. Personas naturales.
Las causas del cese en la condición de empresario, si se trata de personas físicas,
son:
1) Fallecimiento del empresario. En ese caso el fondo empresarial se transfiere a
sus herederos, quienes pueden continuar la empresa o liquidarla.
2) Quiebra o liquidación concursal, u otra forma de liquidación coactiva (por
ejemplo, por atentar la empresa contra el orden público), del fondo empresarial.
Nada impide que, transcurrido el periodo de rehabilitación del quebrado, y de no
quedar ulteriormente inhabilitado por decisión del Juez penal, la persona pueda
emprender después un nuevo negocio y volver a adquirir la condición de
empresario.
3) Cese voluntario del empresario, previa su liquidación, que normalmente se
llevará a cabo sin intervención judicial.
4) Cese voluntario del empresario, pero por transferencia de su negocio inter vivos.
Como es fácil de advertir, los dos primeros casos representan supuestos de cese
involuntario de la actividad empresarial, y los dos últimos lo contrario; por su parte, el
FACULTAD DE DERECHO 93
Versión de mayo de 2015
§45 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
95 También cabe pensar, sin embargo, en la transformación de la persona jurídica mercantil en otra
forma no mercantil, lo cual —siempre mediando la previa liquidación de todas las relaciones jurídicas
mercantiles (anteriores a la transformación)— le haría también perder la condición de empresario.
94 UNIVERSIDAD DE PIURA
UNIVERSIDAD DE PIURA
Facultad de Derecho
CAPÍTULO 2
COLABORADORES DEL EMPRESARIO
SUMARIO: I. PLANTEAMIENTO.— 46. Los colaboradores del empresario y sus clases.
II. LOS AUXILIARES DEL EMPRESARIO.— 47. Los auxiliares del empresario en
general. 48. Factor mercantil: noción. 49. Distinción de las figuras del factor y del
Prokurist germánico. 50. La asimilación doctrinal del factor al Prokurist. 51. La
“evolución implícita” del régimen legal del factor. 52. El contenido del poder del
factor. 53. El poder del factor: ejercicio, delegación y extinción. 54. Otros
dependientes del empresario. 55. Casos específicos. III. ALGUNOS
COLABORADORES INDEPENDIENTES.— 56. Noción. 57. Estatuto profesional de los
rematadores o martilleros. 58. Crítica constitucional del estatuto profesional del
martillero público. 59. Relación de los rematadores o martilleros con sus clientes.
60. Almacenes generales de depósito.
I. PLANTEAMIENTO
46. Los colaboradores del empresario y sus clases.
El empresario desarrolla su actividad con el auxilio de otras personas, a las que se
denomina genéricamente colaboradores del empresario1. Dentro de esta categoría
amplia se distingue entre:
1) los colaboradores dependientes (llamados también auxiliares del empresario), y
2) los independientes2.
En nuestro medio, hay quien hace una distinción, en parte diferente, entre las
“instituciones auxiliares del comercio” (más o menos equivalente a los colaboradores
no dependientes) y los “auxiliares del comerciante”3. Prefiero la terminología
tradicional, porque:
1) ni todos los colaboradores independientes son “instituciones” (algunos son
empresarios físicos);
2) ni tampoco suelen ayudar al “comercio” en abstracto, sino más bien lo normal es
que colaboren con un empresario particular con ocasión de algún contrato de
colaboración empresarial.
1 MENÉNDEZ MENÉNDEZ, Aurelio; “Auxiliares del empresario”, en 72 RDM (1959), pp. 269-305 (p. 269);
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 204.
2 MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., pp. 269-270; SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., ibid.
3 Vid. MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, pp. 107-108 y ss. (nn. 63 y ss.). El autor (y ahora
también sus hijos y continuadores) parece que quería seguir en esto a GARRIGUES, Curso..., cit., t. I,
pp. 51-52 (Cap. II), pero olvidaba que en esa sección el Profesor español trata preferentemente de las
instituciones públicas que sirven al interés general del comercio, aclarando que es un tema más
propio del Derecho Administrativo, y que en cambio trata de los auxiliares y demás colaboradores a
que aquí haré referencia en los Caps. XIII y XIV de su obra (t. II). Vid. más detalles en GARRIGUES,
Tratado…, cit., t. I, vol. 1, pp. 68 y ss.
— 95 —
Versión de mayo de 2015
§47 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
A pesar de lo que acabo de decir, opino que la noción de “instituciones auxiliares del
comercio”, o mejor, de instituciones auxiliares de la empresa, puede ser útil para
distinguir, dentro de la categoría de los colaboradores independientes del
empresario, un grupo de entidades que, a diferencia de los demás colaboradores, no
ayudan a los empresarios mediante la representación en la celebración de los
contratos y demás actos jurídicos propios del giro de cada uno, sino que más bien
proporcionan un marco o ámbito apropiado:
1) para la celebración de contratos (Bolsas de Valores, Bolsas de Productos y
Ferias; también, en los ámbitos bancario y bursátil, las Cámaras y Centros de
compensación multilateral); o
2) para la discusión y solución de los problemas de los empresarios, sea entre sí o
en su relación con los poderes públicos y demás grupos sociales (Cámaras de
Comercio, Centros de Conciliación y de Arbitraje)4.
4 Contra el proceder de MONTOYA, sin embargo, no considero que puedan ser considerados
“colaboradores del empresario” los organismos públicos relacionados con el mercado o con algún
sector específico, tema que, como él mismo reconoce, es más propio del Derecho Administrativo. No
los incluyo dentro de este tema porque, aunque de hecho y a la larga terminen haciéndolo, su función
no es auxiliar al empresario o colaborar con él, sino regular, fiscalizar, controlar sus actividades
(conceptos bastante distintos). Quizás los Registros Públicos, de los que trataré en su lugar, se
podrían considerar una excepción a esta última observación.
5 MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., p. 270.
96 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §47
11 MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., p. 301. El autor en realidad se refiere a los Códigos
españoles de 1829 y 1885, adoptados con algunas modificaciones por el Perú, respectivamente, en
1853 y 1902. Los textos son prácticamente idénticos. De hecho, en lo referente a la materia que se
aborda en el texto la única diferencia, aparte de la numeración, es que el Código español de 1829
distinguía entre “factor” y “mancebo”, mientras que el peruano de 1853 lo hacía entre “factor” y
“dependiente”. Por lo demás, el “dependiente” peruano tenía exactamente el mismo contenido que el
“mancebo” español. En consecuencia, la doctrina del Profesor español puede aplicarse prácticamente
sin necesidad de precisión alguna. Otra disposición afectada por el problema que vengo comentando
es el actual art. 287 CdC, nueva redacción del art. 135 CdC ant. (art. 191 CdC es. de 1829), que era
mucho más preciso y útil. El art. 287 CdC parece extender a los mancebos únicamente lo poco que
dice el artículo anterior sobre los dependientes. El art. 135 CdC ant., en cambio, extendía a los
dependientes (incluidos los actuales mancebos) toda una serie de disposiciones sobre los factores.
Entre ellas mencionaba expresamente el art. 123 CdC ant. (art. 179 CdC es. de 1829), antecedente
del actual art. 281 CdC, y de redacción casi idéntica (cfr. MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit.,
p. 303, nota n. 35). De resultas de ello, una lectura poco cuidadosa de estas normas podría dar la
impresión de que el art. 281 CdC y sus normas sobre la actuación en nombre propio del factor no son
aplicables a los dependientes y mancebos, cuando la conclusión correcta es justo la contraria.
12 MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., p. 303 (en nota n. 35), critica precisamente ese artículo
(su número es el 293, en el CdC es.) porque de ese modo “desdibuja” la distinción entre
dependientes y mancebos. Creo que todo es mucho más sencillo si se entiende que no hay tal
distinción, sino que se trata sólo de la introducción de un nuevo término que, como sinónimo que es,
FACULTAD DE DERECHO 97
Versión de mayo de 2015
§48 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
es intercambiable con el otro en cualquier posición, que es a grandes rasgos lo que vengo a proponer
en el texto.
13 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 205-206; BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual…, cit., vol. I,
p. 120. Todo lo más, el “mancebo de comercio” podría representar una categoría específica de
“dependientes de empresa”, con facultades para vender y percibir el importe de las ventas en el
establecimiento, que es como lo pinta MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., pp. 302-303.
14 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 206-207. El autor se refiere al art. 283 CdC es.,
que tiene el mismo texto. Vid. también MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., p. 282.
15 MENÉNDEZ, ibid.
98 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §48
21 Así, SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 206; BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual…, cit., vol. 1,
FACULTAD DE DERECHO 99
Versión de mayo de 2015
§49 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
sacar consecuencias útiles en orden a determinar el contenido legal del poder del
factor, como veremos en los apartados siguientes.
49. Distinción de las figuras del factor y del Prokurist germánico.
El factor tiene siempre, necesariamente22, un poder general, sea expreso o tácito,
escrito u oral. Dentro de nuestro ordenamiento, la idea de apoderamiento general
está formulada en el art. 277 CdC23, cuando se refiere al gerente de una empresa o
establecimiento “autorizado para administrarlo, dirigirlo y contratar sobre las cosas
concernientes a él”. La norma destaca las notas que permiten la calificación como
factor, que principalmente consisten en el hecho de estar autorizado para:
1) dirigir el establecimiento, y
2) contratar sobre las cosas a él concercientes24.
La configuración del poder general mercantil y de sus especialidades respecto del
apoderamiento de Derecho Civil sigue dos modelos diferentes en la tradición jurídica
de origen romano-germánico:
1) uno es el “factor” de los ordenamientos jurídicos neolatinos (Italia, Francia y
España);
2) el otro es el “Prokurist” germánico, introducido en el s. XIX en las codificaciones
mercantiles de esa área cultural, tomándola al parecer de la práctica mercantil25.
En las legislaciones del ámbito latino de la tradición jurídica romano-germánica la
figura del factor se ha caracterizado por dos notas26, más o menos derivadas del
institor del Derecho Romano27:
25 Digo “al parecer”, porque aunque así lo asegura MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., p. 284,
la impresión que queda al leer la literatura jurídica alemana que comenta el ADHGB de 1861 poco
después de su promulgación es que se trata de una invención completamente novedosa (quizás
acogiendo sugerencias doctrinales anteriores) de ese cuerpo legal. Así: LAUTENSCHLAGER, Carl; Das
Allgemeine deutsche Handelsgesetzbuch nebst dem württembergischen Einführungsgesetz vom 13.
August 1865, Kröner, Stuttgart, 1865, p. 34 (Com. al art. 41 ADHGB): “Gerade hierin liegt das
Characteristische der Prokura des Handelsgesetzbuches, verglichen mit dem bisherigen Recht,
wornach der Prokurist sachlich dem nunmehrigen Generalhandlungsbevollmächtigten gleichstand”
(“Justo aquí está lo característico de la Prokura del Código de comercio, en comparación con el
Derecho anterior, según el cual el Prokurist equivalía objetivamente al apoderado general de
comercio actual”). ENDEMANN, Wilhelm; Das deutsche Handelsrecht, Bangel & Schmitt, Heidelberg,
1865, p. 131: “Unter diesem Namen, welcher früher nur eine andere Bezeichnung für das
kaufmännische, seinem Umfange nach sehr wechselnde Mandat darstellte, wird jetzt diejenige
Befugniß zur Stellvertretung verstanden, welche nach außen hin, dem Publikum gegenüber,
unbeschränkt und unbeschränkbar ist” (“Bajo este nombre, que antes representaba sólo otra
designación para el mandato mercantil, sumamente variable desde el punto de vista de su contenido,
se entiende ahora aquel apoderamiento que, hacia fuera y de cara al público, es ilimitado e
ilimitable”).
26 MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., pp. 283-284.
27 D.14.3.3: “Institor appellatus est ex eo, quod negotio gerendo instet: nec multum facit, tabernae sit
praepositus an cuilibet alii negotiationi”. Sobre el institor romano, vid. D’ORS, Álvaro; Derecho privado
romano, 10ª ed. rev., Eunsa, 2004, pp. 318-319 (§ 231). También el Derecho alemán recoge una
Segundo Tomo, Imprenta de la Real Compañía, Madrid, 1825 (el pasaje citado aparece en la p. 545).
29 Lab. 1.4.1 (énfasis en el original).
31 Lab. 1.4.6.
32 Lab. 1.4.17.
33 Lab. 1.4.20.
34 Lab. 1.4.22.
aunque sea sin él, queda obligado el Señor y no el factor”35. “De lo cual se
sigue, que cuando el factor contrae, o hace contrato simplemente, sin hacer
mención del oficio, siendo sobre cosa perteneciente a él, es visto y se dice
contraer en lo tocante al oficio, y por su razón; mas contrayendo, o haciendo
contrato sobre cosa diversa, lo contrario se ha de decir (…). Y así, siendo el
factor nombrado, y puesto por el Señor para una sola manera de negociación,
o cosa, o por usarla en una parte solamente en ella, y no en otra, le puede
obligar”36.
La Prokura alemana37, en cambio (de la que recibe su nombre el Prokurist), lleva
hasta sus últimas consecuencias la abstracción del negocio de apoderamiento que
ya se advierte en la figura del factor. El apoderamiento del Prokurist es mucho más
extenso que el de aquél, pues alcanza no solamente al tráfico concreto de la
empresa encomendada, sino a cualquier otra actividad que el ejercicio de la
profesión mercantil lleve consigo38. Además, el ámbito de este poder es ilimitado
(salvo por las reservas expresamente previstas en la propia ley) e ilimitable, en el
sentido de que cualquier limitación, incluso si llegase a constar en el Registro (cosa
que en principio no debe ocurrir, pues tales limitaciones no son inscribibles), es
inoponible a los terceros39, ni aunque éstos hayan conocido de hecho la limitación
(mala fe o falta de buena fe subjetiva), porque aun en ese caso tenían todo el
derecho de actuar sobre la base del contenido legal y típico del poder otorgado. La
única forma de impedir ese efecto pasaría por oponer con éxito la acción o la
excepción de dolo, y por lo tanto probar la deslealtad o mala fe objetiva del tercero
contratante en daño del representado (algo muy próximo, si no idéntico, a una
colusión dolosa del tercero con el Prokurist en fraude del principal). Todo ello
potenciado por la eficacia material de la publicidad registral40.
50. La asimilación doctrinal del factor al Prokurist.
No cabe la menor duda acerca de que el régimen del poder originalmente delineado
en el CdC, por su historia legislativa, sus antecedentes, y el propio tenor de las
normas (aunque es cierto que éste no es todo lo claro que sería de desear), se
inserta en la gran tradición del “factor mercantil” de los ordenamientos neolatinos 41, y
no en la innovación que supone la Prokura germánica. Ello no obstante, tales
normas han sido interpretadas por GARRIGUES —y más adelante por otros autores
que siguieron su parecer, arrastrados por su prestigio— en un sentido que las
35 Lab. 1.4.32.
36 Lab. 1.4.33.
37 CANARIS, Handelsrecht, cit., pp. 284-297; SCHMIDT, Derecho comercial, cit., pp. 480-502.
38 § 49 HGB: “(1) Die Prokura ermächtigt zu allen Arten von gerichtlichen und außergerichtlichen
Geschäften und Rechtshandlungen, die der Betrieb eines Handelsgewerbes mit sich bringt” (“La
Prokura confiere poder para todo tipo de negocios y actos jurídicos judiciales y extrajudiciales que
trae consigo la explotación de una empresa comercial”). El párr. 2° de la norma precisa que sólo
comprenderá el poder para la enajenación o el gravamen de predios si así se declara especialmente.
39 Parr. 1° del § 50 HGB.
40 § 53 HGB. El poder del apoderado general de comercio, en cambio, no puede acceder al Registro.
aproxima muchísimo, si no las identifica, con las que regulan esta segunda y más
novedosa figura42. Concretamente, según dicho autor:
“[L]a ley dota al poder del factor de una extensión fija (contenido típico), de
modo que todo tercero pueda saber, sin necesidad de particular indagación,
en qué medida queda obligado el comerciante por su factor (…). Al tercero
debe bastarle saber por el Registro que la persona con quien contrata, por ser
factor de un comerciante, está dotado de un poder general, para que, sin
temor a reproche de mala fe, pueda confiadamente cerrar con él todos los
contratos propios de la negociación de aquel establecimiento”43.
A la objeción de que el art. 277 CdC (art. 283 CdC es.) admite expresamente la
posibilidad de modular la amplitud del poder, “con más o menos facultades, según
haya tenido por conveniente el propietario”, opone GARRIGUES una peculiar
“interpretación sistemática” del CdC, especialmente de los arts. 280 y 281 CdC (arts.
286 y 287 CdC es.), que lo lleva a concluir que la limitación de las facultades del
factor sólo afecta a las relaciones internas entre el factor y el principal:
“Para las relaciones externas, en cambio, vale también en nuestro Derecho el
dogma de la ilimitabilidad del poder del factor, aunque no se haya formulado
expresamente en el C. de c.”44.
Según esta postura, el empresario puede, desde luego, poner al poder del factor
todas las limitaciones que estime convenientes. Éstas tendrán plena eficacia en la
relación interna, pero si afectan al contenido esencial de la calidad de factor serían
inoponibles a terceros45. Tal poder tendría, pues, un contenido mínimo: la facultad de
realizar todos los actos propios del giro, y los demás necesarios para administrar
adecuadamente la empresa o el establecimiento que se le ha encomendado (art.
280 del Código).
Lo cierto es que el tenor concreto de nuestras normas mercantiles se muestra ajeno
a la concepción delineada, prácticamente calcada de la Prokura alemana. La idea de
contenido mínimo del poder, ilimitable con efecto ante tercero, se construye a partir
del art. 280 CdC, que en realidad está exclusivamente referido al factor notorio. Tal
nota n. 6, aparentemente el único manual importante que sigue suscribiendo hasta hoy la posición de
GARRIGUES); VICENT CHULIÁ, Compendio…, cit., t. I, vol. 1, p. 251 (con una fundamentación distinta y
más aceptable, basada en la responsabilidad por la apariencia, según la cual la apariencia concreta
basada en los hechos que acompañaron a la actuación representativa prevalece sobre la del
Registro); y LANGLE, Manual…, cit., t. I, p. 761. La posición de éste último, algo más moderada
(plantea la eficacia incluso contra terceros de las limitaciones inscritas en el Registro Mercantil,
siempre que no desnaturalicen la figura del factor), sirvió quizás de punto de partida al planteamiento
—iniciado por URÍA, Derecho Mercantil, cit., pp. 51-52 (p. 38 y ss. de la 1ª ed. de 1958), y sostenida
con éxito por MENÉNDEZ, “Auxiliares del empresario”, cit., en 1959— de la doctrina que siguen ahora
en España la mayoría de los autores: JIMÉNEZ/ ANGULO, Derecho Mercantil, vol. 2, p. 259; BROSETA/
MARTÍNEZ, Manual…, cit., pp. 113-114; MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., pp. 67-69. Resume bien
las distintas tesis y sus adhesiones EIZAGUIRRE, José María DE; Derecho Mercantil, 4ª ed., Thomson –
Civitas, Cizur Menor, 2005, pp. 308-312. En el Perú siguió la tesis de GARRIGUES, aparentemente sin
reparo ni precisión alguna, MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, p. 121 (n. 75).
45 MONTOYA, loc. cit.
institución es, si se examina con cuidado, una clara y típica manifestación del
principio de protección de la confianza depositada razonablemente en una
apariencia jurídica generada de manera imputable por el responsable (en este caso
el principal)46. Según esto, dicha protección se tiene que detener necesariamente en
el límite de la buena fe (subjetiva) del tercero, es decir, en el efectivo
desconocimiento por éste de las restricciones impuestas al poder por el principal47.
Es más, de acuerdo con sus antecedentes históricos y la declarada intención del
legislador de no apartarse de ellos en lo fundamental48, en el texto original del CdC
se establece un contenido del poder del factor que ciertamente puede calificarse de
“mínimo”, pero sólo con carácter presuntivo: en condiciones normales, debía bastar
al principal probar la realidad de la limitación y su carácter previo a la actuación
representativa para que no se le pudiera imputar lo hecho por el factor. Las
limitaciones probadas al contenido presuntivo mínimo del poder resultaban
inoponibles al tercero (que hubiera actuado de buena fe, es decir, sin conocerlas de
hecho) únicamente para el caso especial del factor notorio.
En ese mismo contexto original, a su vez, el factor notorio se inscribe en los
parámetros tradicionales de nombramiento tácito y apariencia pública. Dichos
parámetros resultaban excluidos casi por definición (entre otros supuestos posibles)
si mediaba publicidad registral del poder y de sus limitaciones, a tenor del art. 29
CdC y demás preceptos que regulan los efectos de la publicidad material positiva49.
Este último rasgo viene a tener en los textos originales pertinentes un carácter
prácticamente absoluto, pues no hace ninguna distinción en cuanto a la aptitud de
los distintos destinatarios de la norma para tener efectivo conocimiento del contenido
de las inscripciones en el RM. Por eso mismo, pueden darse situaciones en las que,
desde el punto de vista del Derecho Mercantil más moderno, resulte dudosamente
razonable la presunción iuris et de iure de conocimiento de esas inscripciones, como
cuando el factor celebra con consumidores contratos ordinariamente comprendidos
en su factoría, pero para los cuales tiene restricciones explícitas en sus poderes
inscritos.
51. La “evolución implícita” del régimen legal del factor.
Ahora bien, no deja de ser cierto que la evolución legislativa posterior, influida en no
desdeñable medida precisamente por la doctrina de GARRIGUES, a la que me acabo
de referir, ha modificado de manera importante los parámetros iniciales dentro de los
cuales la ley mercantil delineaba el contenido del poder del factor.
50 Los énfasis son añadidos. Esta norma fue refundida en la LGS ant. de 1985, que la reprodujo en el
art. 344 LGS ant. De modo paralelo, el art. 298 LSM (reproducido en el art. 345 LGS ant.) exigía una
representación equivalente para la inscripción de una sucursal en el Perú de cualquier sociedad
constituida en el extranjero, aunque en ese caso la sanción a la existencia de limitaciones consistía
en la exclusión del Registro, no en la directa inoponibilidad de las mismas.
51 Cfr. nota n. 21, en p. 93, supra, y texto al que se refiere.
52 Art. 16 RRM, por remisión al art. 145 del Reglamento de las Inscripciones de 1936: “En el asiento
de inscripción de los mandatos se expresará: (…) las facultades que por el poder se conceden; (…) el
término de su duración y todos los datos para el conocimiento pleno de la extensión del poder”.
53 Inc. f del art. 25 RRM: “En la hoja correspondiente a cada sociedad se inscribirán: (…) [l]as
limitaciones a las facultades de los representantes de la sociedad”. Art. 75 RRM: “En el asiento en
que inscriba el mandato mercantil se dejará constancia de las facultades otorgadas, salvo que éstas,
consten del contrato, del estatuto o del Reglamento del Directorio que se hubiera inscrito; si son
varios los apoderados, debe indicarse si están facultados para actuar independientemente o en forma
conjunta o solidaria”. Vid. también el art. 74 RRM, para la inscripción de los poderes de los
encargados de cada sucursal.
54 Los únicos casos en el que claramente se usa para referirse a los administradores de sociedades
de otro tipo son: el inc. 4 del art. 299 LGS (Sociedades Civiles), 354 LGS (al administrador de
cualquier sociedad en trance de fusión) y 379 LGS (lo mismo para la escisión). Cuando la
designación de “gerente” aparece en otras normas aplicables en general a todos los tipos societarios,
integra expresiones como “el gerente o los administradores” (arts. 14 y 410 LGS), “cualquier socio,
director, o gerente” (art. 409 LGS) o “los directores, administradores, gerentes y representantes en
general” (art. 413 LGS).
55 Cfr. párr. 2° del art. 185 LGS. Vid. también los arts. 121, 129, 136 a 138, 158, 167, 188, 237, 245 y
247 LGS.
56En todo caso, si la remisión fuera más bien al régimen del “gerente general” de, específicamente, la
sociedad anónima, lo que digo en el texto a continuación no perdería nada de su validez, porque
también al gerente de, específicamente, una sociedad anónima le son aplicables las normas, más
generales, a las que me refiero en el texto.
60 Con lo cual no se aplica al factor la excepción de la última parte del art. 948 CC, sobre la
adquisición de bienes muebles a non domino, pues resulta ser un “depositario infiel”: el tercero que de
buena fe recibe el bien de parte del factor adquiere la propiedad.
61 En XIX Revista del Foro (1932), pp. 312 a 313. La sentencia recae sobre el juicio entre el Concejo
Municipal de Ancón y el Sr. Lizandro Proaño sobre la aprobación de las cuentas de la gestión
encargada por el primero al segundo para el cobro de la merced conductiva de los predios
arrendados a diversas personas. La controversia versaba sobre la inclusión o no, entre los adeudos
de Proaño, de una serie de sumas efectivamente cobradas por un empleado suyo habitualmente
encargado de eso, que, habiendo sido despedido por su patrón, aprovechó para embolsarse lo que
por cuenta de él había percibido de los inquilinos. La Corte, de acuerdo con el Dictamen Fiscal, aplicó
a este supuesto, que no es propiamente un factor, lo dispuesto por el art. 280 CdC.
62 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 210. También MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t.
I, p. 121 (n. 75). Este autor añade que, tratándose de una representación íntimamente vinculada al
establecimiento o a la empresa, más que a la persona del representado, tampoco se extingue por la
cesión del negocio (es decir, que en un caso tal el adquirente se sustituye en la posición del anterior
titular; vid. lo que se dice en el § 168, en p. 323, infra, sobre la transferencia del negocio y de sus
elementos, concretamente sobre la transferencia de los contratos de trabajo).
terceros de buena fe imponen que no se haya de perjudicar por limitaciones del poder de
representación que no hayan podido conocer, ni racionalmente prever”; STS del 22 de noviembre de
1989, [1989] RJ 4776, citada por SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 211 (en nota n. 9).
Véase también la ES del 5 de agosto de 1932, citada supra en nota n. 61.
66 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, pp. 212-213.
Productos y de las Sociedades Agentes de Bolsa; o si se trata del Derecho bancario, de las Cámaras
de Compensación.
70 SAMANAMÚ (Manual…, cit., pp. 110-113), Andrés LEÓN MONTALBÁN (Derecho Comercial Peruano, 2ª
ed., EJ, Lima, 1964, pp. 140-142), y MONTOYA MANFREDI (Derecho Comercial, cit., n. 73 de las
ediciones anteriores) comentaban las derogadas disposiciones del CdC y del Reglamento de 1914.
71 En la última ed. que he manejado de la obra de MONTOYA, sus hijos han intentado actualizar el
apartado según las nuevas normas (t. I, pp. 117-119), con resultados no del todo satisfactorios. Para
los remates judiciales en el Distrito Judicial de Lima rige también el Manual de Procedimiento de
Remates de Bienes Muebles e Inmuebles, aprobado por Res. Administrativa de la Corte Superior de
Justicia de Lima 167-2005-CED-CSJLI-PJ, del 24 de agosto (publicada el 27).
77El inc. 2 del art. 6 LMP dice erróneamente “gozar plenamente de los derechos civiles” que, como es
algo que corresponde a toda persona por el mero hecho de serlo (art. 3 CC), no puede servir para
distinguir entre quienes pueden ejercer una actividad y quienes no. Es obvio que el legislador quiso
referirse a la “capacidad de ejercicio” (arts. 42 y ss. CC), y no a la de goce, como aclara el inc. 1 del
art. 10 LMP (“los que no pueden ejercer el comercio o disponer de sus bienes”).
78 La norma dice “domicilio real en el departamento o en uno de los departamentos de su
competencia”, pero desde que la L. 28371 alteró la redacción del art. 5 LMP a fin de que todo
martillero público tenga competencia nacional, el requisito se entiende como lo expreso en el texto.
12) que haya depositado un monto igual a 1.5 UIT a favor del Estado, en garantía de
que responderá de los daños y perjuicios que ocasione en ejercicio de sus
funciones (inc. 11 del art. 6 LMP).
58. Crítica constitucional del estatuto profesional del martillero público.
Los requisitos recogidos en los nn. 1) a 3), 5), 6), 9) y 10) de la enumeración
precedente, y especialmente los de los nn. 1), 2), 3) y 9), son en mi opinión
sumamente criticables desde una perspectiva constitucional. Ciertamente, antes de
exponer los términos de dicha crítica, conviene advertir la importancia que la propia
ley confiere a la participación de los martilleros en las subastas públicas. Para esto,
a su vez, y necesariamente, hay que distinguir con claridad los dos tipos de eventos
de cuya conducción se encarga el martillero:
i. los que se producen a instancias de una autoridad pública (judicial o
administrativa) y en un contexto asimismo jurídico-público, por un lado; y
ii. los que consisten en la ejecución de un encargo enteramente privado, por otro.
La primera de estas funciones, si no directamente de carácter público, es evidente
que está vinculada con las funciones propiamente públicas, con carácter auxiliar. En
esa medida, y para esos efectos, pueden resultar justificadas algunos de los
requisitos que exige la LMP para ejercer como martillero público; en concreto:
1) la nacionalidad peruana,
2) no hallarse en estado de quiebra dolosa o fraudulenta,
3) no haber sido condenado por delito doloso en los últimos 10 años, y
4) la exigencia de título profesional universitario.
Pero no ocurre lo mismo con todas ellas y, concretamente, con los extremos que no
acabo de mencionar de los nn. 1), 2), 9) y 3) de la enumeración precedente. Todas
ellas, en mi opinión, incluso desde el punto vista la regulación de una función
pública, son absolutamente irracionales y atentan directamente contra diversas
disposiciones constitucionales, en especial contra el derecho-principio de igualdad
(in. 2 del art. 2 Const.):
1) ¿A santo de qué hay que ser peruano de nacimiento para ser Martillero Público?
¿Es que acaso hay peruanos de segunda categoría, aunque sean sólo
naturalizados?
2) Y si uno adquiere la plenitud de derechos civiles a los 18 años (arts. 30 Const. y
42 CC), ¿quién es la LMP para impedir a los ciudadanos que todavía no han
cumplido 25 años el ejercicio del cargo de martillero o subastador?
3) La prohibición de ejercer tales funciones a los eclesiásticos es todavía más
problemática, y desde luego se puede considerar no sólo una discriminación
inconstitucional, sino una interferencia completamente inaceptable del Estado en
la organización interna de las confesiones religiosas. Además, ¿quién define lo
que es un “eclesiástico”? Aun en la Iglesia Católica, que tiene un ordenamiento
jurídico propio bastante completo y desarrollado, y un marco claro de
cooperación y coordinación con el Estado (Acuerdo celebrado entre la Santa
Sede y la República del Perú, ratificado por D.L. 23211), cabría dudar si entran
en la categoría, por ejemplo, los sacristanes, o los seminaristas. ¿Qué no ocurrirá
79 Así, CARPIO SARDÓN, Luis Andrés; La libertad religiosa en el Perú. Derecho eclesiástico del Estado,
Universidad de Piura, Piura, 1999, pp. 260-264, analiza el rechazo del Constituyente a una propuesta
dirigida a limitar la elegibilidad como Congresistas (actual art. 91 Const.) de “los miembros del clero y
de cargos jerárquicos de las confesiones religiosas”, por resultar incompatible con los derechos
fundamentales de igualdad y de libertad religiosa. Si esto fue determinante para no limitar a nivel
constitucional los derechos políticos de una persona en virtud de los cargos que ocupe en su
confesión religiosa, mucho menos puede aceptarse una limitación legal de derechos por esa misma
razón. El aspecto institucional que implica la libertad religiosa viene mencionado por el autor en las
pp. 194-195, “Este «ejercicio público de todas las confesiones» es concebido en la Constitución como
una realidad de carácter institucional, es decir, como «religión», «credo», «iglesia» o «confesión
religiosa»”. Apuntan en la misma línea las conclusiones que saca de la interrelación de los arts. 2
(incs. 2 y 3) y 50 Const. MOSQUERA MONELOS, Susana; La libertad de conciencia y religión en el
ordenamiento jurídico peruano, Palestra, Lima, 2005, p. 210: “[L]a colaboración, o apoyo, que el
Estado ofrece a lo religioso, no ha de (…) [sustituir] al propio aparato eclesiástico en la toma de
decisiones relevantes para el orden interno de la Iglesia católica, sino que ese enfoque
cooperacionista ha de garantizar una esfera de independencia y autonomía para ambas instituciones,
la esfera religiosa y la esfera pública o estatal han de colaborar sin interferirse mutuamente”. Y en la
p. 287 completa: “De la autonomía reconocida a las entidades religiosas se deriva un triple haz de
facultades, se trata de una capacidad genérica de organización interna de la entidad que implica a su
vez una facultad auto normativa, puesto que la persona jurídica creará sus propios estatutos y
regulación interna; una facultad de autogobierno, consecuencia de la anterior que implica una libertad
plena en la designación de los órganos de dirección de la entidad; y una facultad de autogestión y
administración”.
80 Cfr. la STC del 13 de julio de 2007, recaída en el caso Jorge Santistevan de Noriega y otros c.
Congreso de la República (art. 24 L. 28278, de Radio y Televisión), (2007) PI 13, donde se declaró
inconstitucional la limitación a un máximo del 40% de la participación de los extranjeros en el capital
social de las empresas de radio y televisión.
81 La LMP prefiere una terminología “procedimental” al regular la misma materia en su art. 24, único
contenido en el Capítulo I (“Procedimiento de Remate o Subasta Pública”) del Título IV
(“Procedimiento de Remate”). Cfr. MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, pp. 118-119 (n. 73).
82 LBS designa la Ley 26702, General del Sistema Financiero y del Sistema de Seguros y Orgánica
instituciones, el aduanero (GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 1, p. 119, n. 66), porque tiene poca
incidencia en la regulación positiva peruana actual, al menos fuera del ámbito de aplicación de las
normas especiales promulgadas para ellos.
84 MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. I, pp. 113-114 (n. 70).
85 Cfr. las menciones que hacía el RAGD ant. a la coordinación del Ministerio de Hacienda (hoy
Ministerio de Economía y Finanzas) con las Superintendencias de Aduana y de Banca y Seguros.
Actualmente la supervisión de los almacenes generales de depósito está en la órbita de la SBS, en
calidad de “empresas de servicios complementarios y conexos” (art. 17 LBS). El art. 242.2 LTV aclara
el papel que compete a Aduanas respecto de los depósitos aduaneros autorizados.
86 Cfr. arts. 20 y 21 RAGD, en varios incisos de cada uno, así como en los Anexos 1 y 3; en su
CAPÍTULO 3
EL CONSUMIDOR
I. EL CONSUMIDOR, EL DERECHO DEL CONSUMO Y EL DERECHO MERCANTIL.—
61. Planteamiento tradicional: el “acto mixto”. 62. El problema de la asimetría
informativa y organizativa. 63. El consumerismo y los “derechos fundamentales”
del consumidor. 64. Derecho Mercantil y Derecho del consumo. II. EL CONSUMIDOR
Y OTROS SUJETOS ASIMILADOS.— 65. La noción de consumidor: planteamiento.
66. El consumidor como destinatario final. 67. Exclusión de los adquirentes con fin
profesional. 68. La personalidad del consumidor. 69. La noción de consumidor
como una “posición” relativa al proveedor. 70. Diversidad de consumidores según
su vínculo con el proveedor. 71. Microempresarios y otros sujetos asimilados al
consumidor. III. LA PROTECCIÓN DISPENSADA AL CONSUMIDOR.— 72. Presupuesto: la
relación de consumo. 73. El producto objeto de la relación de consumo. 74. El
servicio prestado al consumidor. 75. El deber de diligencia del consumidor.
76. Derechos de los consumidores y posibles infracciones. 77. El procedimiento
administrativo. 78. Las sanciones y las medidas correctivas. 79. Jurisdicción civil y
penal.
1 GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; “Los sujetos fundamentales del Derecho Mercantil: el empresario
(ii). El consumidor”, Leccion VIª de sus Apuntes de Derecho Mercantil 1, pro manuscripto, La Coruña,
2009, p. 34, citando a LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 8.
2 Ibid., citando las obras de los autores anglosajones R. G. Lipsey y M. M. Greenfield.
— 121 —
Versión de mayo de 2015
§61 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
3 MIRANDA, “La contratación mercantil…”, cit., p. 37. Según el autor, que cita al efecto a Ángel Rojo,
sería más exacto caracterizar el “acto mixto” como aquél que cumple los requisitos del acto de
comercio (inserción en la empresa) para una de las partes pero no para la otra.
4 Parece ser la opinión de MORALES ACOSTA, Alonso; Los grandes cambios en el derecho privado
conduciría la teoría de los “actos de circulación” de THALLER, dentro de la doctrina clásica del acto de
comercio puramente objetivo.
6 Vid. § 64, en pp. 122 y ss., infra.
7 GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; Derecho Mercantil de obligaciones. Parte General, Marcial Pons,
13 Ibid.
materia de Defensa de la Competencia, Indecopi Sello Editorial, Lima, 1999, p. 235. COMISIÓN DE
PROTECCIÓN AL CONSUMIDOR DEL INDECOPI; Lineamientos sobre Protección al Consumidor, aprobados
por Res. 001-2001-LIN-CPC/INDECOPI, del 7 de junio de 2001 (en adelante, CPC, Lineamientos
(2001)), p. 13. COMISIÓN DE PROTECCIÓN AL CONSUMIDOR DEL INDECOPI; Lineamientos 2006 de la
124 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §63
21 Esta exposición histórica sigue gran parte de la de OVALLE FAVELA, José; “Los derechos de los
consumidores”, en IV-12 Revista de Derecho Privado (2005), México, pp. 75-111 (pp. 76-81).
FACULTAD DE DERECHO 125
Versión de mayo de 2015
§63 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
22 Periodista y escritor estadounidense (1878-1968), ganador del Premio Pulitzer en 1943 por su
alegato antinazi Los dientes del dragón. En 1904 elaboró un reportaje sobre las malas prácticas de la
industria alimentaria para el periódico Appeal to Reason. Convertido en el bestseller de ficción La
jungla (1906), provocó un enorme revuelo internacional. Su influjo fue decisivo para la puesta en
marcha de las leyes que cito a continuación en el texto.
23 BARKAN, Ilyse D.; “Industry invites regulation: the passage of the Pure Food and Drug Act of 1906”,
en 75-1 American Journal of Public Health (1984), pp. 18-26 (p. 22): “Los tónicos populares
[nostrums] contenían con frecuencia fármacos narcóticos o adictivos, como cocaína, opio y morfina, y
no eran etiquetados como tales. Estas medicinas, como Grandma's Secret y Nurses' and Mothers'
Treasures, eran recomendadas para apaciguar a los niños, pero con frecuencia se demostraban
fatales. Como quedó señalado en el Registro del Congreso: «Grandma's Secret es otro apaciguador
de niños. Mató al pequeño hijo de Mr. y Mrs. Nankivell, de Shamokin, Pennsylvania»".
24 El desastre de la sulfanilamida fue un caso de intoxicación masiva ocurrido en los Estados Unidos
en 1937, que causó la muerte de más de 100 personas. Massengill Company, fabricante de
productos farmacéuticos, creó una preparación de sulfanilamida con dietilenglicol (DEG) como
solvente, que llamó Elixir Sulfanilamide. El DEG es venenoso para el ser humano, pero Harold
Watkins, jefe farmacéutico y químico de la empresa, no lo sabía (aunque era ya un hecho bien
conocido). La compañía no realizó prueba alguna con animales, ya que no existía reglamentación que
lo requiriese como precaución antes de la comercialización de nuevas drogas. La compañía comenzó
a vender y distribuir el preparado en septiembre de 1937. El 11 de octubre, se informó de varias
muertes causadas por el medicamento. Se notificó a la Administración y se llevó a cabo una extensa
búsqueda para recuperar la medicina. Un proyecto de investigación comprobó que el excipiente DEG
era responsable de las muertes. La compañía Massengill tuvo que pagar una multa mínima, y eso
sólo porque la Pure Food and Drug Act prohibía llamar "elixir" una preparación que no contenía
alcohol.
25 A partir del 27 de julio de 1935, amas de casa negras y de origen polaco comenzaron a organizar
piquetes contra las carnicerías de la ciudad de Hamtramck, cerca de Detroit, llevando pancartas en
las que exigían un recorte de los precios de la carne del 20% en toda la ciudad y poner fin a los
precios uniformes en los barrios negros. Los carniceros de Hamtramck reconocieron infelizmente que
el boicot había sido efectivo en un 95%. La huelga se extendería rápidamente en los días sucesivos a
Detroit y otras ciudades, hasta adquirir una importancia nacional.
26 Jurista y político estadounidense, nacido de padres libaneses en 1934. Su activismo a favor de la
década de 1950, pero el mayor impacto lo alcanzó con la publicación, en 1965, del estudio Unsafe at
any speed (“Inseguro a cualquier velocidad”), en el que denunciaba la inseguridad general de los
automóviles de consumo masivo producidos por la industria estadounidense. El alegato de Nader a
favor de la seguridad de los automóviles y la publicidad generada por el libro, junto con la
preocupación por el aumento de las muertes debidas a los accidentes de tráfico, contribuyeron a la
aprobación unánime, en 1966, de la National Traffic and Motor Vehicle Safety Act (Ley sobre la
Seguridad del Tráfico Nacional y de los Vehículos a Motor).
27 La talidomida es un fármaco que fue comercializado entre los años 1958 y 1963 como sedante y
como calmante de las náuseas habituales en las mujeres durante los tres primeros meses de
embarazo (hiperemesis gravídica). Tuvo un gran éxito ya que aparentemente no causaba casi ningún
efecto secundario y, en caso de ingestión masiva, no era letal. Sin embargo, el medicamento provocó
miles de nacimientos de bebés afectados, entre otras malformaciones, de una anomalía congénita
llamada focomelia, caracterizada por la ausencia o severa atrofia de las extremidades. Al
comprobarse que efectivamente provocaba malformaciones congénitas, el medicamento fue retirado
con más o menos prisa en los países donde se había comercializado bajo diferentes nombres.
28 Consultado en W OOLLEY, John T. y PETERS, Gerhard; The American Presidency Project, Santa
CALERO.
FACULTAD DE DERECHO 127
Versión de mayo de 2015
§63 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
31 Para una visión sintética del origen, desarrollo, objetivos y sectores del Derecho del consumo, así
como su influencia en el Derecho Mercantil y otros sectores, así como una crítica de su pretendida
autonomía como rama jurídica diferenciada, véase GONDRA, Derecho Mercantil..., cit., pp. 97-110.
Gran parte del análisis que sigue, incluso en la propia redacción de varios segmentos del texto, lo he
construido a partir de ideas expuestas por el Prof. José Luis GARCÍA-PITA en “Los sujetos
fundamentales…”, cit., pp. 55-65. Sin embargo, asumo íntegramente la responsabilidad por el estado
en que las presento aquí, y en particular, por los errores que se me hubieran podido deslizar.
32 BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, Alberto; “Reflexiones críticas sobre la protección de los consumidores
palabras de LACRUZ, Elementos de Derecho Civil, cit., t. I, vol. 1, p. 32, acerca de que “el Derecho
mercantil, el laboral y, acaso, el agrario, son hoy, en distinta medida, Derechos especiales, en cuanto
disciplina de una parcela concreta de la actividad humana”.
FACULTAD DE DERECHO 129
Versión de mayo de 2015
§64 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
su vez sigue y en gran medida resume a GARCÍA-PITA Y LASTRES, José Luis; “Unha visión mercantilista
da reforma procesual (con especial referencia ós procesos declarativos e especiais)”, en VV.AA.;
Congreso de Dereito Procesual de Galicia: a reforma da Xustiza Civil, Xunta de Galicia –
Universidade da Coruña – Consejo General del Poder Judicial – Escola Galega de Administración
Pública, A Coruña, 1999, pp. 91-160-
mercantiles y la protección de los consumidores, J.M. Bosch, Barcelona, 1994, pp. 18 y s. También
REYES LÓPEZ, María José; Derecho del consumo. La protección del consumidor en los contratos de
compraventa de viviendas, de arrendamiento de obra y financiación. Comentarios, legislación y
jurisprudencia, Editora General de Derecho, Valencia, 1993, p. 26.
FACULTAD DE DERECHO 131
Versión de mayo de 2015
§64 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
teleológicamente las leyes y costumbres, allí donde las haya, según lo que sea más
favorable al consumidor. En ese sentido, más que un Derecho especial, viene a ser
un agregado jurídico interdisciplinar40 o transversal.
Pero lo anterior no basta, en mi opinión, para crear una rama especial y autónoma
del ordenamiento jurídico, porque más allá de ese principio general y de su
legislación especial propia, el Derecho del consumo no posee unas fuentes
diferentes, ni en lo material ni en lo formal, de las de otras ramas del ordenamiento
jurídico; en especial, no prevé un sistema de fuentes diferente del del Derecho
Mercantil. A diferencia de éste, el Derecho del consumo carece de un sistema propio
de ordenación de las fuentes. A pesar de alguna opinión en contrario41, no creo que
se pueda ver en los arts. II y V.2 CPDC normas reguladores del sistema de fuentes
aplicable a las relaciones de consumo. En realidad, dichos preceptos no admiten
comparación con el art. 2 CdC, porque no incluye fuentes formales (ley, costumbre y
principios generales) distintas de las previstas en el Derecho común y en el
Mercantil, ni tampoco establece entre ellas (como sí hace el precepto mercantil
citado) un orden propio de prelación. Siendo esto así, el Derecho del consumo
tampoco relega a un plano subsidiario o supletorio las fuentes instrumentales del
Derecho Mercantil general, de modo que las normas específicas de protección de
los consumidores se aplican paritaria y simultáneamente con ellas. Cabría, sí, hablar
de una cierta vectorialidad que matiza y limita la paridad de que acabo de hablar, en
el sentido de que ésta concurre y se afirma o, por el contrario, decae y se deja de
lado, según que esas normas resulten más o menos favorables —carácter
teleológico del Derecho del consumo— a los consumidores y usuarios. En ese
sentido, puede hablarse sin duda de una especialidad de preceptos (lex specialis),
pero no de una especialidad de fuentes ni, en consecuencia, de una rama o
disciplina especial del Derecho (ius speciale).
En conclusión, no parece que el Derecho del consumo sea un Derecho especial
propiamente dicho, una rama especial del Derecho, al modo en que lo son el
Derecho Mercantil o el Laboral. Llegados a este punto, se vuelve a plantear en toda
su crudeza la cuestión de la posición del Derecho del consumo en el conjunto de las
disciplinas jurídicas y, en particular, las relaciones que guarda con el Derecho
Mercantil. De hecho, salta a la vista la evidente proximidad entre éste y el Derecho
del consumo, desde que la relación de consumo se traba casi por definición entre un
empresario y un consumidor. Se trata, por tanto, de una relación empresarial
(concretamente, un “acto mixto”) que, por eso mismo, se incardina claramente en el
Derecho Mercantil. Y a falta de exclusión expresa y de motivos determinantes para
40 GÓMEZ CALERO, Juan; Los derechos de los consumidores y usuarios, Dykinson, Madrid, 1994, p.
27, quien califica al Derecho de los consumidores como “emergente y multidisciplinar”.
41 Vid., sobre la base del ant. art. 7 LGDCU es., funcionalmente más o menos equivalente a nuestro
art. II CPDC, FONT GALÁN, Juan Ignacio; “Capítulo 2. El Derecho del consumidor entre códigos y
Constitución: lugar de encuentro del Derecho civil y el Derecho mercantil”, en VV. AA.; Curso sobre el
Nuevo Derecho del Consumidor, Ministerio de Sanidad y Consumo – Instituto Nacional del Consumo,
Madrid, 1990, pp. 48 y s. GÓMEZ CALERO, Los derechos de los consumidores…, cit., p. 75. El ant. art.
7 LGDCU es. (cuyo contenido ha pasado al art. 19 de su nuevo Texto Refundido) rezaba: “Los
legítimos intereses económicos y sociales de los consumidores y usuarios deberán ser respetados en
los términos establecidos en esta Ley, aplicándose además lo previsto en las normas civiles y
mercantiles y en las que regulan el comercio exterior e interior y el régimen de autorización de cada
producto o servicio”.
cláusulas abusivas y protección al consumidor, Depalma, Buenos Aires, 1985, pp. 39-41, quienes
proponen que la noción de “consumidor” se va precisando sobre la base de cuatro rasgos
acumulativos: su posición terminal en el circuito económico (consumidor final); su comparecencia a la
relación de consumo como “sujeto aislado” (por lo que no serían nunca “consumidores” sus
asociaciones); su condición de “sujeto medio”, con ingresos modestos y sin discernimiento económico
y jurídico suficiente; y su enfrentamiento en la concreta relación de consumo con un profesional o
empresario. El primer y el tercer rasgos, como se ve, coinciden con los exigidos por nuestro
ordenamiento; el segundo tiene cierto paralelismo con la discusión acerca de la posibilidad de
considerar “consumidores” a ciertas personas jurídicas, o al menos extenderles la protección
conferida a ellos; al tercer rasgo señalado por los autores, a mi modo de ver, lo suple con creces la
exigencia al consumidor simplemente de una diligencia ordinaria, con funciones más reguladoras que
delimitadoras. Vid. sobre este último punto el § 75, en pp. 146 y ss.
45 Como lo es también del art. 2 del Código de Defensa del Consumidor bra.; el párr. I del art. 2 de la
Ley Federal de Protección al Consumidor mex.; el art. 1 de la Ley de Defensa del Consumidor arg.; el
FACULTAD DE DERECHO 133
Versión de mayo de 2015
§66 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
numeral 1 del inc. 2 del art. 1 de la Ley de Protección a los Derechos de los Consumidores chi.; el art.
2 de la Ley de Relaciones de Consumo uruguaya. Así ocurría también con el texto original del ant. art.
2.1 de la Ley General de Defensa de los Consumidores y Usuarios es., sustituido luego, siguiendo
una tendencia introducida por el Derecho comunitario europeo, por una noción basada en la idea de
“parte no profesional”, semejante a la definición vigente en nuestro país entre 2008 y 2010 (D. Leg.
1045).
46 Cfr. GARCÍA-PITA, Derecho Mercantil…, cit., p. 264, comentando el ant. art. 25 LGDCU es. De todas
maneras, como expongo en la nota n. 71, en p. 136, infra, no parece que tal tratamiento restrictivo se
justifique en el caso concreto de la responsabilidad civil extracontractual por los defectos de los
productos puestos en el mercado, aspecto que, de lege ferenda, quizás debiera quedar fuera del
ámbito específico de la protección al consumidor.
47 Vid. § 70, en pp. 135 y ss., infra.
48 Imprecisa, porque por ejemplo en los “servicios de ahorro y crédito” (los del sistema financiero),
como ocurre también en el cambio de monedas, el “precio” suele estar representado más bien por un
spread, o diferencia entre las tarifas o tipos de cambio activos y los pasivos; el cliente sigue siendo
“consumidor” aunque no pague ningún “precio en dinero” perfectamente diferenciado.
FACULTAD DE DERECHO 135
Versión de mayo de 2015
§68 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
que tal sujeto no está sometido en este caso a la asimetría informativa que la Ley
ha tomado como fundamento último de su sistema de protección.
Consecuencia importante de estas dos precisiones sobre el ámbito de protección del
CPDC es que, por el mismo motivo, dejan de quedar amparados por el sistema de
protección al consumidor los casos llamados de uso mixto, que son aquéllos en los
que el producto o servicio es adquirido, a la vez, para fines profesionales y para fines
de consumo personal, familiar o del entorno social de la misma persona. Este es
quizá el caso más importante comprendido en la última exclusión, en la que la
posible asimetría informativa no alcanza el nivel necesario para desencadenar la
protección establecida por el CPDC.
Una interesante consideración que se desprende de todo lo dicho hasta aquí es que
la condición de consumidor atribuida a un sujeto es siempre ocasional; es una
condición subjetiva de índole funcional, que se ha de acreditar en cada concreta
operación o relación, según sea el destino o finalidad económica que el adquirente o
usuario pretenda dar al producto o servicio adquirido, usado o disfrutado 49. La
condición de consumidor no es, pues, un status (como sí lo es el de empresario), no
tiene carácter permanente, sino que responde a un determinado rol social. Nadie es
consumidor, sino que se comporta o actúa como consumidor en ciertos ámbitos, o
se le asigna ese papel50.
68. La personalidad del consumidor.
El art. IV.1.1 TP del CPDC afirma explícitamente que pueden ser consumidores:
1) las personas naturales; y
2) las personas jurídicas.
El primer caso no merece mayor comentario, dado que lo mínimo que naturalmente
se espera de cualquier noción de consumidor es que comprenda al menos a las
personas naturales, en su rol de “destinatarios finales” de la actividad empresarial.
En cambio, la presencia de las personas jurídicas en una definición de consumidor
basada en la idea de “destinatario final” ha constituido una anomalía más o menos
perturbadora, ya desde la primera promulgación del la LPC ant. (D. Leg. 716, de
1991).
Ciertamente, su inclusión permitió, por una parte, llegar a una solución
materialmente satisfactoria en algunos casos en que ello hubiera sido muy difícil de
otra manera. Por ejemplo, cuando la Comisión amparó como consumidora a una
asociación religiosa, confundida por su Banco con otra de denominación similar,
error que determinó que se le cancelara indebidamente una cuenta de ahorros51.
49 MIRANDA SERRANO, Luis María; “La protección de los consumidores en la contratación: aspectos
generales”, en MIRANDA SERRANO, Luis María, VELA TORRES, Pedro José, y PRÍES PICARDO, Adolfo; La
contratación mercantil. Disposiciones generales. Proteccion de los consumidores, Marcial Pons,
Madrid – Barcelona, 2006, pp. 179-221 (p. 195).
50 Ibid., pp. 195-196.
51 (2001) CPC 677, citada por ESPINOZA ESPINOZA, Juan (Dir); Ley de Protección al Consumidor.
Por otra parte, sin embargo, fue también la rendija por la que se coló la tendencia
interpretativa que terminó por diluir jurisprudencialmente la noción de consumidor
hasta desembocar en la nebulosa noción de “parte no profesional” que introdujo la
reforma del año 2008 (D. Leg. 1045)52. Así, en De Col Ingenieros SA c. Inchcape
Motors Perú SA53, el Tribunal del Indecopi llegó a declarar que una sociedad
anónima (es decir, un empresario por la forma54) era “consumidor” sólo porque el
automóvil BMW que adquirió de la denunciada no se incorporó íntegramente en su
proceso productivo, sino que se destinó también al uso personal y familiar de su
gerente general, Sr. Giacomo De Col Cafferata. Parte esencial de la motivación de
esta resolución se basó precisamente en la mención de las “personas jurídicas”
(indebidamente equiparadas a “empresas”) que hacía la definición de consumidor en
la primera redacción de esa Ley:
“Si las empresas (sic) no pudieran ser consideradas como consumidores
finales, resultaría incomprensible la referencia a las mismas en al art. 3 de la
Ley de protección al Consumidor”55.
En mi opinión, la única forma coherente de entender la mención de las “personas
jurídicas” es restringirla a aquéllas que constituyan el vehículo mediante el cual un
grupo de personas naturales encauce sus relaciones de consumo como,
estrictamente, “destinatarios finales” de los bienes o servicios. Esto era así ya en la
redación original de la LPC, pero es importante recalcarlo ahora, en el contexto del
CPDC actualmente vigente, a fin de evitar que vuelvan a difuminarse los límites de la
noción de consumidor como ocurrió en el pasado reciente, en perjuicio potencial no
sólo de la seguridad jurídica (que ya sería bastante), sino también del eficiente
funcionamiento del mercado.
Según lo anterior, quedarían desde luego automáticamente excluidas de la
posibilidad de ser consideradas “consumidores” (al menos en el sentido propio del
art. IV.1.1 TP CPDC) todas las personas jurídicas con forma mercantil, y cualquier
otro empresario que actúe en esa condición, como deja meridianamente claro la
repetida exclusión de quienes actúen en su propio ámbito profesional o, incluso,
quienes adquieran bienes o servicios normalmente destinados a la explotación de su
actividad como proveedores.
Por lo tanto, las personas jurídicas incluidas en la definición de consumidor son, más
bien:
1) entidades necesariamente no lucrativas;
2) cuyos fines no exijan por sí mismos una organización económica profesional;
52 La cual sin embargo eliminó, paradójicamente, la referencia a las personas jurídicas de la definición
de consumidor del art. 3 LPC ant.
53 (2000) TDC 336.
55 (2000) TDC 336, n. III de la parte considerativa. Para entender en su alcance exacto la crítica que
hago de esta resolución debe atenderse a que, en mi opinión, el Sr. De Col como persona natural
que, efectivamente, “utilizaba o disfrutaba el bien como destinatario final”, sí que estaba sin duda
protegido por la LPC ant., pero siempre que actuase a título particular, no interponiendo su empresa.
Sinceramente, creo que fue un error procedimental de su abogado, que la Sala no tenía por qué
ayudarle a corregir, y mucho menos a costa de desfigurar el sentido de la Ley.
FACULTAD DE DERECHO 137
Versión de mayo de 2015
§69 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
3) ni la tengan de hecho.
Sin pretensión de exhaustividad, podrían enumerarse, por ejemplo:
1) las propias asociaciones de consumidores (aunque probablemente no en todos
los casos);
2) muchas fundaciones y comités de beneficencia;
3) las entidades eclesiásticas, las cofradías y demás personas jurídicas de fines
estrictamente religiosos;
4) los clubes de fanáticos de un hobby;
5) entidades dedicadas a la organización de actividades de tiempo libre, etc.
Naturalmente, en todos los casos, siempre y cuando no actúen de hecho como
empresarios o, en general, intermediarios profesionales.
69. La noción de consumidor como una “posición” relativa al proveedor.
Hay un rasgo definitorio de la noción de consumidor que suelen señalar la doctrina56,
la jurisprudencia y la legislación de algunos ordenamientos comparados, y que a
primera vista no está recogido en la definición de “consumidor” de nuestro CPDC57:
sólo se es consumidor cuando se actúa ante alguien que proporciona el producto o
servicio con carácter profesional, o sea (al menos por regla general), ante un
empresario. Ahora bien, la posible impresión de que la noción legal de consumidor
no depende del concepto de empresario sería claramente equivocada. En realidad,
el concepto de “consumidor” del CPDC está claramente vinculado a la existencia de
una relación del sujeto así calificado con un empresario-proveedor, como se deduce
de otras disposiciones de la Ley.
Los consumidores sólo son tales cuando se enfrentan a un “proveedor”, porque sólo
en ese caso se da “estructuralmente” la desigualdad de posición contractual que
exige una protección privilegiada de sus intereses58. Pese a ser “destinatario final”
del bien, y a actuar “fuera de su ámbito profesional”, el que le compra a su vecino su
casa no se tiene a sí mismo como un “consumidor” , ni tampoco lo considera así el
ordenamiento59. El propio art. III.1 TP CPDC lo deja claro, al defender a los
consumidores no en cualquier situación, sino únicamente cuando:
56 Así, por ejemplo, MIRANDA, “La protección…”, cit., p. 198. También STIGLITZ/ STIGLITZ, Contratos por
adhesión…, cit., pp. 39-41, para quienes la delimitación de la noción de “consumidor” necesariamente
hace referencia, entre otros rasgos, a su enfrentamiento en la concreta relación de consumo con un
profesional o empresario.
57 Vid. no obstante la mención del proveedor en el art. IV.1.2 TP CPDC, a propósito de la extensión a
los microempresarios de la protección propia del consumidor, y en el art. IV.5 TP CPDC, como parte
de la definición de “relación de consumo”.
58 En este sentido, el editor de la Compilación Precedentes de Observancia Obligatoria en materia de
Defensa de la Competencia, Indecopi Sello Editorial, Lima, 1999, p. 235, comenta que “la aplicación
de las reglas de protección al consumidor (...) se fundamenta en la asimetría de información existente
entre los proveedores y consumidores. Los problemas que la legislación de protección al consumidor
pretende enfrentar parten de la premisa [de] que una categoría de agentes económicos —los
proveedores— se encuentra en una posición ventajosa frente a la otra —los consumidores o
usuarios— como resultado de su capacidad para adquirir y procesar información, consecuencia de su
experiencia y de su situación frente al proceso productivo”.
59 MIRANDA, “La protección…”, cit., p. 198.
60 El énfasis es añadido. La última salvedad ha de entenderse referida sobre todo, a mi parecer, al art.
III.3 TP CPDC, que establece excepciones a la necesidad de que la relación de consumo tenga
carácter oneroso (necesidad que resulta más que discutible, por lo demás).
61 Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., 25ª ed., vol. I, p. 21, aunque, sobre la base de la ley
española, sólo indica que la normativa en defensa de los consumidores y usuarios tutela a “los
demandantes de los bienes o servicios ofrecidos por los empresarios (y también los profesionales)”.
62 Sobre la cual remito, para más detalles, a los §§ 30 y 31, en pp. 61 y ss., supra.
4) el meramente expuesto.
Las dos primeras categorías surgen directamente de la fórmula con que el art. IV.1.1
TP CPDC define a los consumidores. Si éstos son los que “adquieren, utilizan o
disfrutan (…) productos o servicios (…) en beneficio propio o de su grupo familiar o
social”, el consumidor directo será el que “adquiere” o contrata directamente los
productos o servicios con el proveedor; consumidor indirecto será, a su vez, el que
de hecho los “utiliza o disfruta” legítimamente, aunque no haya contratado
personalmente65.
Pero esa definición debe ser interpretada e integrada con el art. III.1 TP CPDC:
“El presente Código protege al consumidor, se encuentre directa o
indirectamente expuesto o comprendido por una relación de consumo o en
una etapa preliminar a ésta” (énfasis añadidos).
La idea de un consumidor que se encuentra todavía en una “etapa preliminar a una
relación de consumo”, es decir, antes de que ésta se instaure definitivamente
mediante el contrato correspondiente, constituye lo que la doctrina y la
jurisprudencia ha venido denominando el “consumidor equiparado”, o también, en
decisiones más antiguas, “consumidor potencial”66. Este concepto ha servido para
encauzar toda la protección precontractual del consumidor; por ejemplo:
1) cuando alguien sufre un accidente antes de contratar con el proveedor (pero, se
entiende, en un espacio o contexto controlado por éste último, y que comprende
los elementos que, como causa adecuada, causaron el accidente);
2) cuando se trata de defectos en la información precontractual que el Código
obliga a proporcionar al consumidor;
3) las situaciones en que un consumidor es afectado por una publicidad falsa o
engañosa; o
4) cuando las tratativas o negociaciones le causan un daño por no ser
objetivamente conformes a la buena fe67.
Ahora bien, el art. III.1 TP CPDC extiende la protección del Código no sólo a estos
“consumidores equiparados”, sino también a todos los que se encuentren directa o
indirectamente “expuestos a una relación de consumo”. No es difícil advertir, como
65 Así, en el caso Cheenyi EIRL c. Konica SA, (1996) TDC 101, el Tribunal de Indecopi declaró que
“una persona puede entrar en contacto con un bien o un servicio de muchas maneras sin
necesariamente haberlo adquirido directamente como propietario o sin que incluso medie una
relación contractual con el proveedor. Así, por ejemplo, una persona puede recibir prestado o
regalado un producto de quien lo adquirió, que, posteriormente resulte defectuoso. Lo mismo ocurriría
con el caso del padre que compra juguetes para sus hijos. Si bien los hijos no son parte de la relación
contractual con el proveedor, sí son consumidores de los juguetes. Nada justifica distinguir estos
supuestos del de un consumidor – comprador”.
66 Término construido jurisprudencialemente por los órganos resolutivos del Indecopi sobre la base de
lo que disponía el art. 40 LPC ant., introducido por la L. 27311, que confería una legitimación ad
causam al consumidor “que potencialmente pudiera verse afectado” por las infracciones, lo que fue
interpretado como llevando implícita una extensión material de la protección conferida por la Ley a
quienes pudieran ser considerados “consumidores potenciales”.
67 CASTAÑEDA VINCES, Jenny; Expediente de protección al consumidor, sobre idoneidad del servicio,
Informe Final para la obtención del título de Abogada, Universidad de Piura, Piura, 2011, p. 92.
FACULTAD DE DERECHO 141
Versión de mayo de 2015
§70 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
en efecto lo ha hecho notar algún autor68, que dependiendo cómo se entienda, este
último concepto puede englobar íntegramente todos los supuestos a los que se
alude con las expresiones “consumidor directo”, “consumidor indirecto” y
“consumidor equiparado”, así como algunas más. Se ha defendido, por tanto, de
modo bastante plausible, que el verdadero y único concepto de “consumidor”
debería reducirse a señalar a todo aquél que, independientemente de que se
concrete (o no) una relación de consumo, se encuentra directa o indirectamente
expuesto a ella, como destinatario final69.
Ahora bien, no se puede excluir a priori que un análisis más detenido de los
alcances de estas normas del CPDC resulte en una diferente atribución de derechos
y deberes a cada una de esas “categorías”. Por esa razón, y para no prejuzgar esos
resultados ni perjudicar innecesariamente la claridad de la exposición, preferiré
llamar aquí a esas tres primeras “categorías” de consumidores con un único
concepto: consumidores primarios, y reservaré la expresión consumidor expuesto a
quienes sólo puedan quedar incluidos en las protección del CPDC en virtud de la
norma del art. III.1 TP CPDC.
En concreto, a mi modo de ver, la principal utilidad de esta “categoría” del
consumidor expuesto es la de extender la protección del CPDC a todos los que
forman con el consumidor primario ese “grupo familiar o social” de que habla el art.
IV.1.1 TP CPDC, aun sin contratar, ni usar o disfrutar de hecho el producto o
servicio, ni estar propiamente en una etapa preliminar a la contratación. En mi
opinión, sería claramente injusto excluir a estas personas del ámbito de protección
del Código, dado que conforman una sola unidad familiar con el “consumidor
primario”, o forman parte del mismo ámbito vital, generando así, por decirlo de
alguna manera, el contexto natural del acto mismo de consumo. De hecho,
precisamente por esa razón, esas personas pueden ser considerados “destinatarios”
en un sentido amplio del producto o servicio70. Y es que carecería de sentido que
proteger o no, por ejemplo, a la enamorada del muchacho que compra dos botellas
de gaseosa para tomarlas juntos, dependa del hecho, completamente aleatorio, de
que la botella que explotó, causándoles daños a ambos, fuera precisamente la que
le tocó a ella (para poder decir que “usó o disfrutó del bien”), y no aquélla de que iba
68 Cfr. ESPINOZA ESPINOZA, Juan; “Primeras reflexiones a propósito del Código de Protección y
Defensa del Consumidor”, en 202 Actualidad Jurídica (2010), p. 15.
69 Ibid.
caso Cheenyi c. Konica, (1996) TDC 101, citado más arriba, el Tribunal del Indecopi afirmó que “se
considera como consumidor o usuario (...) a la persona natural o jurídica que adquiere, utiliza o
disfruta un producto o un servicio para fines personales, familiares o de su entorno social inmediato”
(énfasis añadido); finalmente pone los ejemplos de quienes reciben de regalo de los bienes
comprados por otro, que ya he citado: “por ejemplo, una persona puede recibir prestado o regalado
un producto de quien lo adquirió, que, posteriormente resulte defectuoso. Lo mismo ocurriría con el
caso del padre que compra juguetes para sus hijos. Si bien los hijos no son parte de la relación
contractual con el proveedor, sí son consumidores de los juguetes. Nada justifica distinguir estos
supuestos del de un consumidor – comprador”. El razonamiento, lo mismo que la propia inclusión en
la definición de “consumidor” del art. IV.1.1 TP CPDC de la frase “en beneficio propio o de su grupo
familiar o social”, sin decirlo directamente, apuntan a entender que tanto quien adquiere, usa o
disfruta el producto o servicio como todos los miembros del grupo familiar o social “en beneficio” del
cual (o en conexión con el cual) se produce dicha adquisición, uso o disfrute, quedan comprendidos
en la protección dispensada por el Código.
a beber él (que sí estaría cubierto en ambos casos, por ser “quien adquirió” el
producto). Esta aclaración, entonces, es especialmente importante para la
responsabilidad por daños, pues de no hacerse, estas personas podrían quedar
reducidas a la categoría de meros bystanders71.
De todos modos, considero que se ha de hacer una salvedad a esta aceptación
general que todo lo anterior supone del concepto básico de “consumidor” como
“sujeto expuesto a una relación de consumo como su destinatario final”, y es que la
“exposición a una relación de consumo” en cuestión debe ser imputable al
“proveedor” en condiciones de adecuación, esto es, “normal y previsiblemente”. De
hecho, el art 104 CPDC admite en todo caso que la ruptura de esa adecuación (en la
forma de caso fortuito, fuerza mayor, hecho determinante de tercero o imprudencia
del propio consumidor) constituye plena y legítima excusa a la responsabilidad
administrativa del proveedor. El concepto de consumidor queda, así, confinado
dentro de unos límites razonables.
Se puede concluir que la condición de consumidor, además de ser un mero rol social
contingente, ocasionalmente dependiente de cada concreta relación de consumo, y
no un status jurídico permanente, depende más como posición jurídica especial de lo
que hace o deja de hacer el proveedor empresario que del propio consumidor. Y es
que el efecto total de todo lo anterior consiste en que, para poder calificar a alguien
como consumidor:
1) primero debe poder decirse que un empresario o proveedor profesional le destinó
efectivamente o debió destinar su producto o servicio, o algún aspecto de su
actividad económica, de manera tal que le resultaba imputable a éste, en
condiciones de adecuación, garantizar plenamente a dicho destinatario contra los
riesgos derivados de esa exposición a la actividad empresarial, o al menos tomar
precauciones adecuadas para ello (el “consumidor” debe ser “destinatario” de los
productos o servicios del proveedor); y
2) sólo después cobra relevancia, para que dicha calificación se mantenga, que no
se pruebe que el sujeto así caracterizado prolongó o continuó la distribución
71 Vid. § 66, en p. 130, supra. En sentido semejante (bajo la redacción original de la LPC ant.)
KOSSUTH, “Algunas consideraciones…”, cit., pp. 81-82, aunque con una amplitud (proteger a toda
víctima del daño causado por el producto defectuoso, incluidos los verdaderos bystanders) que,
independientemente de su carácter deseable de lege ferenda, considero que era (y sigue siendo)
incompatible con el carácter específico del CPDC. En todo caso, el problema surge del hecho de que
en nuestro país (como en otros) la especial responsabilidad objetiva por los daños causados por
productos defectuosos constituye un capítulo de la protección específicamente dispensada al
consumidor. En otros países se considera más bien un ámbito particular y un desarrollo del derecho
de la responsabilidad civil extracontractual empresarial. Cuando la responsabilidad por productos
defectuosos se independiza de la protección al consumidor, no existe esta limitación del círculo de
posibles sujetos pasivos del daño, limitación que, hay que reconocerlo, constituye un obstáculo serio
a la completa internalización de los costos de los accidentes causados por los defectos de los
productos. En esta línea, muchos ordenamientos han independizado la cuestión de la responsabilidad
por productos defectuosos de la protección al consumidor, de manera que incluso los verdaderos
bystanders y aun otros empresarios quedaría protegidos por ella. Esa es la perspectiva de la L.
22/1994 española, sobre responsabilidad por productos defectuosos, ahora consolidada
(paradójicamente) en el Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios y otras leyes complementarias, pero conservando su ámbito de aplicación más amplio. Vid.
breve comentario de ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., p. 25.
FACULTAD DE DERECHO 143
Versión de mayo de 2015
§71 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
económica del producto o servicio en cualquier forma (el “consumidor” debe ser
destinatario “final” de dichos productos o servicios).
En definitiva, lo anterior demuestra, a mi modo de ver, que la protección del
consumidor no es sino un sector o capítulo de la regulación jurídica de la actividad
empresarial, que hace parte de su objeto de estudio el Derecho Mercantil.
71. Microempresarios y otros sujetos asimilados al consumidor.
Como ya he dicho, el CPDC extiende a otros sujetos —que hay que dejar muy claro
que en realidad no son consumidores— la protección pensada, en principio, sólo
para éstos. El propio art. IV.1.2 TP CPDC establece la extensión más importante al
insertar en la definición de consumidor a:
“Los microempresarios que evidencien una situación de asimetría informativa
con el proveedor respecto de aquellos productos o servicios que no formen
parte del giro propio del negocio”.
La filosofía detrás de esta extensión de la protección establecida por el CPDC es la
misma que inspiró la reforma de la noción de consumidor del D. Leg. 1045 del año
2008, fundado únicamente en la idea de “adquirente no profesional” o más bien
“menos profesional”. De hecho, las decisiones jurisprudenciales como Reynaldo
Moquillaza S.R.L. c. Milne & Co. S.A.72, que sirvieron de antecedente al cambio de
paradigma, tratan casi siempre de extender la noción de consumidor a otros
72 (2003) TDC 422. La denunciante había comprado un auto para uso de su gerente en actividades
propias de la empresa, y también para su uso personal fuera de horas de trabajo. El vehículo
presentaba ruidos y vibraciones excesivos al transitar por terrenos accidentados. Una pericia
encontró una eficiencia de suspensión muy por debajo de lo normal. La denunciada hizo hincapié en
que la denunciante no calificaba como consumidor, por ser un empresario (incluso por su misma
forma de SRL). Como se ve, el caso es muy parecido a De Col c. Inchcape, comentado supra. Esta
vez el Tribunal justificó la inclusión de la denunciante en el concepto de consumidor de la LPC ant.
considerando que: “la Protección al Consumidor es un instrumento de superación de la desigualdad
(…). En este orden de ideas, (…) utilizar un producto como «consumidor final» no significa
necesariamente que dicho producto se encuentre reservado al uso personal del adquirente sino que
puede haber sido adquirido para un uso colectivo, ya sea la familia o un grupo social inmediato. Del
mismo modo, la noción de consumidor —interpretada tomando en cuenta la función moderadora de
la desigualdad de la Protección al Consumidor— también permite considerar como «consumidor
final» al pequeño empresario cuando adquiere o utiliza bienes o servicios por las necesidades de su
actividad empresarial, en ciertos casos específicos. Ello debido a la situación de desigualdad en que
se encuentra el pequeño empresario frente al proveedor, situación equiparable a aquella en la que se
encuentra cualquier particular” (n. III.1 de la parte considerativa). La resolución intenta justificar la
igualación del consumidor a la parte de hecho en desventaja informativa en la transacción concreta
con una cita de BOURGOIGNIE, Thierry; Elementos para una Teoría del Derecho de Consumo,
Gobierno Vasco, Vitoria, 1994, p. 39: “La situación del pequeño comerciante, inducido a realizar
adquisiciones o a suscribir contratos de empresa por las necesidades de su actividad profesional, es
parecida a la del consumidor que contrata con fines privados. Dicha situación forma parte, según la
teoría económica, de la esfera del consumo: el profesional en cuestión constituye el último eslabón
del ciclo de la vida económica del bien y del servicio y se encuentra, dada su falta de especialización
y la ausencia de poder real de negociación derivada de la reducida dimensión de su empresa, en las
mismas condiciones de desequilibrio y de sumisión en los modos de producción”. Discrepo del
análisis de este autor, que en su afán de extender la noción de consumidor abre más, y más agudos
interrogantes de los que resuelve. De hecho, la idea de “cese de toda actividad de producción,
transformación o distribución en relación al mismo bien o de toda prestación relativa al mismo servicio
en el ámbito comercial o profesional” (pp. 37 y ss.), base de su teoría, me parece incapaz de delimitar
de un modo mínimamente claro la noción de consumidor de la de un adquirente profesional.
73 Como hacía (en aquel momento, a mi modo de ver, contra legem) ESPINOZA/ ESPINOZA, Com. al inc.
a del art. 3 LPC, cit., aunque siguiendo toda una tendencia doctrinal y legislativa más nutrida que
acertada. Es la línea, por ejemplo, de DE LA CUESTA RUTE, José María (Dir.), y VALPUESTA
GASTAMINZA, Eduardo (Coord.); Contratos mercantiles, 2ª ed., Editorial Bosch, Barcelona, 2009, t. I,
pp. 87-89.
74 Por eso, un “Diagnóstico y Propuesta” para el “Fortalecimiento del Sistema de Protección al
Consumidor” del Indecopi dice que sobre las pequeñas y medianas empresas (Pymes) “puede
debatirse (…) si sería necesario incorporarlas transitoriamente al régimen de protección al
consumidor en razón de que el problema de asimetría de la información se presenta también en la
realidad de las Pymes, aún cuando en abstracto pertenezcan a la categoría de proveedor”. Vid.
Documento de Trabajo 001-2000, en separata especial de El Peruano del 15 de marzo de 2000, p.
40. El énfasis añadido manifiesta el deseo de superación definitiva de la desigualdad informativa (o
aumento de profesionalidad) que habría que incentivar entre los empresarios de toda dimensión, a
favor del buen funcionamiento del mercado en su conjunto y, finalmente, de los “auténticos”
consumidores.
75 La jurisprudencia de Indecopi, desde el comienzo, ha llegado espontánea y se puede decir que
de este concepto que hace la LMYPE. Vid. por todas las resoluciones recaídas en: Golonorte S.A. c.
Mapfre Perú Compañía de Seguros y Reaseguros S.A., (2009) 2368 SC2, FJ 13; Colegio Parroquial
Mixto San Pedro Chanel c. Turismo Civa S.A.C., (2010) 1547 SC2, FFJJ 8 y 9; Angelus S.A.C. c.
Rímac Internacional Compañía de Seguros y Reaseguros, (2011) 2589 SC2, FJ 29 (primer fallo sobre
el tema bajo el CPDC); y Representaciones y Servicios A & M E.I.R.L. c. Yell Perú S.A.C., (2011) SC2
2188, FFJJ 22 y 23 del fallo de la mayoría (al parecer, el primero que responde positivamente a la
cuestión de si el empresario denunciante merecía la protección de la LPC ant., en su versión final).
76 Vid. § 38, en pp. 72 y ss., supra.
77 Vid. la resolución del recién citado caso A & M c. Yell Perú, (2011) SC2 2188, FFJJ 24 y 25.
79 Y, en ese contexto, comparto la opinión expresada en su voto en discordia por el Prof. Hernando
MONTOYA ALBERTI, miembro de la Sala, y su conclusión de que en el caso concreto A & M EIRL no
calificaba como microempresario protegido.
1) cuando se trata de una persona jurídica de forma mercantil, el giro propio del
negocio equivale al “objeto social” (arts. 11 LGS y 15 LEIRL);
2) para otros empresarios inscritos en el RM, a “la clase de comercio u operaciones
a que se dedique” (inc. 2 del art. 21 CdC);
3) para los empresarios no inscritos, puede darse valor a los datos del Registro
administrativo de la SUNAT, como ha venido haciendo de manera constante la
jurisprudencia del Indecopi; y
4) a falta o por insuficiencia de todo lo anterior, habrá que investigar los objetos de
hecho “comprendidos en el giro y tráfico del establecimiento” (cfr. art. 280 CdC).
Por su parte, la asimetría informativa en que se debe encontrar el microempresario
denunciante se establece en la medida en que conste que la transacción materia de
controversia era desusada, o al menos esporádica, en su actividad económica
efectiva. Aunque requiera de parte del microempresario denunciante una
transparencia sin duda inusualmente rigurosa acerca de sus actividades, es bastante
claro, en mi opinión (y aunque la jurisprudencia actualmente dominante diga otra
cosa), que la norma en cuestión le impone la carga de la prueba también sobre este
requisito. El CPDC, como ya ocurría con la LPC ant. a partir de la reforma de 2008,
recalca esa atribución de la carga de la prueba al exigir que el microempresario
interesado “evidencie” dicha asimetría.
Desde luego, que se trate de una condición distinta y acumulativa, configuradora de
un supuesto excepcional de protección y de interpretación restrictiva requiere de los
órganos resolutivos del Indecopi que resistan con decisión la previsible presión de
los interesados para que se presuma la existencia de este tercer requisito siempre
que conste el segundo (adquisición ajena al giro propio del negocio).
Lamentablemente, la Sala de Defensa de la Competencia n. 2 del Tribunal de
Indecopi, en el ya (repetidamente) citado caso A & M c. Yell Perú80, ha caído
precisamente en esa tentación cuando concluye explícitamente:
“se presumirá iuris tantum que respecto de los productos y servicios no
relacionados con el giro propio del negocio del microempresario denunciante,
este se encuentra en asimetría informativa frente al correspondiente
proveedor; sin perjuicio de que dicho proveedor pueda acreditar lo contrario”.
Aunque a este caso se aplicaba aún la LPC ant., es previsible que el Tribunal de
Indecopi siga esta misma interpretación respecto del actualmente vigente CPDC,
puesto que los términos en los que regula este aspecto son exactamente los mismos
que ya traía la norma anterior.
Antes de terminar este apartado y esta sección sobre el consumidor y los sujetos a
él asimilados, conviene tener en cuenta que el CPDC también puede ser invocado
por quienes, sin ser consumidores propiamente dichos ni microempresarios reciben
una legitimación procedimental para ello en circunstancias bien determinadas, sin
llegar a tener, empero, una protección sustantiva propia:
1) las asociaciones de consumidores (art. IV.6 TP CPDC), que sólo representan a
sus asociados, o colaboran para proteger los intereses colectivos o difusos de los
consumidores; y
2) los “proveedores” que hayan pagado el daño causado al consumidor por los
defectos no introducidos por ellos mismos en los productos que distribuyan,
cuando actúen en la “vía de regreso” (párr. 2°, in fine, del art. 101 CPDC).
81 Cfr. lo que bajo la vigencia de la LPC ant. afirmó el Tribunal de Indecopi en Comisión de Protección
al Consumidor c. Empresa de Transportes Miguel Segundo Ciccia Vásquez E.I.R.L. (Civa) (1998)
TDC 221, acerca de que el ámbito de aplicación de la LPC descansaba sobre el trípode conceptual
constituido por las nociones de “consumidor”, de “proveedor” y de “bienes y servicios”.
82 Vid. §§ 65 y ss, en pp. 127 y ss., supra. Para el microempresario y las condiciones en las que se
Incluir en la definición los tres últimos pares de conceptos equivale a subrayar que
son “productos” todos los “bienes”, pues cada uno de ellos puede servir como una
summa divisio de las cosas que es posible comprender en la primera noción, sin
admitir tercio excluido.
Ahora bien, el propio CPDC sí que excluye implícitamente los “servicios” —que
desde un punto de vista generalísimo y de principio son también “bienes”— de la
noción de “producto”, pues los define y regula aparte (art. IV.4 CPDC). Pese a ello
no encuentro razón alguna para no entender, como explícitamente aclaran algunas
normas extranjeras86, que la noción de “producto” comprende también los bienes
“que entran en el marco de una relación de servicios” (por ejemplo, la carne que le
sirven a un comensal en un restaurante, o el aceite que utiliza un mecánico para
afinar el motor de un automóvil). De hecho, así se deduce del tratamiento que da a
los “servicios de reparación” el art. 23 CPDC.
Existe o ha existido doctrinalmente cierta discusión acerca de si son “productos”:
1) las “energías” (la electricidad87, por ejemplo), en la misma medida que las “cosas”
corporales o los “bienes” simplemente inmateriales.
2) Los “productos naturales”, en la misma medida que los “fabricados”.
3) También se discute la posibilidad de incluir como productos las partes y tejidos
del cuerpo humano, utilizados para transplantes de órganos y transfusiones.
Puesto que el CC enumera entre los bienes muebles (art. 886, inc. 2) “las fuerzas
naturales susceptibles de apropiación”, parece claro que nuestro ordenamiento
incluye las energías en la noción de “producto”, concretamente como “bien mueble”
(y obviamente “producido” en las centrales generadoras)88.
Por otro lado, pienso que la posible discusión relativa al carácter de “producido” de
los bienes en cuestión ha quedado superada con la eliminación de esa palabra en la
nueva definición del CPDC, que habla simplemente de “bienes”, tanto de origen
nacional como extranjero89. Alguien podría insistir en que la propia palabra con que
bienes “producidos o no en el país”. Estas palabras originales planteaban la duda de si los bienes han
de ser siempre “producidos”, o caben también los “naturales”. En efecto, se podía interpretar —y era
lo más razonable—, que la frase exigía que en todo caso los “productos” hayan sido —valga la
redundancia— “producidos” (entendiendo por tales los “generados mediante una significativa
intervención humana”), ya sea en el país o en el extranjero. Según esto, se haría una exclusión de los
bienes meramente naturales que sean resultado de una actividad puramente extractiva. Pero era
posible otra interpretación (quizá implícita en ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., p. 22,
y luego también, específicamente para los tejidos humanos, en p. 24) que, poniendo el énfasis en las
palabras “producidos o no”, tuviese el efecto de abarcar en la noción de “producto” incluso los bienes
150 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §74
“no producidos” o naturales. Pero justamente esta interpretación resultaba insostenible, pues requería
por eso mismo entender que la definición de “producto” excluía a los productos extranjeros.
90 Así, dice ALBALADEJO, Derecho Civil I…, cit., p . 503, que “la amputación, destrucción o disposición
de miembros u órganos” y “la transferencia a otro de poder sobre ellos (…) versaría sobre algo que,
como el cuerpo humano (entero, y cada una de las partes que lo componen), está fuera del
comercio”. Es éste un punto que ALCÁNTARA, “«Defectos» en los productos…”, cit., pp. 22-24, pasa
enteramente por alto para concluir (con excesiva ligereza, a mi entender) que están incluidos en el
concepto de “producto”, en el contexto de nuestro ordenamiento.
91 No lo es verdadera y propiamente porque, de entrada, resultaría circular, al apoyarse ella misma en
Günther; “El mito del consumidor razonable”, en 202 Actualidad Jurídica (2010), pp. 19-26. En el
mismo sentido, BACA ONETO, Víctor Sebastian; Protección al consumidor. Análisis de las funciones del
Indecopi a la luz de las decisiones de sus órganos resolutivos, Indecopi, Lima, 2013, p. 33, donde
dice que “si la cláusula es abusiva, incluso el más negligente de los consumidores goza de
protección” (si bien no puedo compartir su conclusión de que entonces el estándar es útil en algos
casos, e innecesario en otros).
95 (1996) TDC 85, inc. a del art. SEGUNDO de su parte resolutiva. Los énfasis son añadidos. Los
órganos resolutivos de Indecopi han seguido usando este estándar sin solución de continuidad, antes
y después de la reforma de 2008; vid. por todos: Segundo Plascencia Bazán c. Banco Continental,
(2004) TDC 906; y Mario Carlos Aníbal Nugent N’egrillo c. Lan Perú S.A., (2008) TDC 866.
FACULTAD DE DERECHO 153
Versión de mayo de 2015
§75 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
“se presume que todo proveedor ofrece como una garantía implícita, que el
bien o servicio materia de la transacción comercial con el consumidor es
idóneo para los fines y usos previsibles para los que normalmente se
adquieren éstos en el mercado, según lo que esperaría un consumidor
razonable, considerando las condiciones en las cuales los productos fueron
adquiridos o los servicios contratados (…). Sin embargo, si las condiciones y
términos puestos en conocimiento del consumidor o que hubieran sido
conocibles usando la diligencia ordinaria por parte de este (…) excluyen o
limitan de manera expresa los alcances de la garantía implícita, estas
exclusiones o limitaciones serán oponibles a los consumidores”.
La función de este estándar es modular la protección conferida por las normas de
protección al consumidor en la solución de los casos concretos y, por tanto, el
alcance de lo que objetiva o subjetivamente se imputaba al proveedor en sus
relaciones con el consumidor, según las expectativas previsibles por quien actúa con
la diligencia que es de esperar en las circunstancias. Que el estándar de medición
sea el “consumidor razonable” y su “diligencia ordinaria” (expresiones sinónimas, en
realidad96) significa:
1) por un lado, que no se supedita la protección de la ley a que el consumidor
observe la conducta de un “consumidor experto o excesivamente exigente y
cuidadoso o de uno racional, calculador y frío capaz de analizar cada detalle de
las opciones que se le presentan”; pero también,
2) por otro lado, que tampoco se protegerá al consumidor negligente o inepto que,
habiendo estado en condiciones de eludir o conjurar el peligro de un modo
sencillo y poco costoso para él mismo y para toda la sociedad (por ejemplo,
leyendo la información que se le ofrece antes de contratar), simplemente no lo ha
hecho97.
Se trata de un concepto perfectamente legítimo, aunque no estuviera explícitamente
recogido en las normas de protección al consumidor, pues no hace más que
concretar para ese ámbito el estándar de diligencia genérico recogido en el art. 1314
CC y en el art. 57 CdC. Es más, la afirmación de que dicho estándar no está de
hecho recogido en el CPDC es más que discutible, pues éste aplica explícitamente
al consumidor, respectivamente:
1) El mismo estándar de “diligencia ordinaria” (inc. e del art. 29 CPDC), y
2) la posible imputación de “imprudencia” (art. 104 CPDC).
La primera de esas normas trata específicamente sobre cómo deben estar
redactadas las informaciones de los proveedores sobre los riesgos y la peligrosidad
de los productos y servicios. En ese sentido, podría ser tomada como una aplicación
puntual o excepcional del concepto.
La segunda norma, sin embargo, tiene un alcance mucho mayor, pues contribuye a
señalar los límites generales dentro de los cuales la infracción es imputada
objetivamente al proveedor, al permitirle liberarse de responsabilidad administrativa
siempre que demuestre que la afectación fue producto, en realidad, de la
98 Cfr. el tenor del art. 1.3 del Anteproyecto de CPDC del año 2009: “Para interpretar el
comportamiento de estos agentes en el mercado, se tomará como referencia el parámetro de un
consumidor ordinario, no especializado y que el proveedor haya actuado conforme al principio de
buena fe y de razonabilidad”.
99 STIGLITZ/ STIGLITZ, Contratos por adhesión…, cit., pp. 39-41.
100 Cfr. la durísima crítica que hace a este modelo BULLARD, Alfredo; “¿Es el consumidor un idiota? El
falso dilema entre el consumidor razonable y el consumidor ordinario”, en 10 RCPI (2010), pp. 5-58.
101 Ibib., pp. 8-9.
102 Esto podría interpretarse como una “ley sancionadora en blanco”, lo cual a su vez podría ser
tachado como una violación del principio de legalidad de las infracciones administrativas, en su
vertiente de tipicidad (incs. 1 y 4 del art. 230 LPAG). El Anteproyecto del CPDC publicado en
Separata Especial del DOEP del 18 de octubre de 2009 intentaba hacer (art. 108) una lista taxativa
de conductas infractoras que hubiera evitado este inconveniente. Al parecer, se llegó a la conclusión
de que era imposible limitar a un mínimo razonable la cantidad y dimensión de los vacíos de
punibilidad que este procedimiento legislativo comportaba, sobre todo teniendo en cuenta la elección
de técnica legislativa previamente adoptada de supeditar la protección del interés concreto del
consumidor en la vía administrativa a la previa imposición de una sanción al proveedor.
106No lo sería, en cambio, si el hecho de imponer una multa inferior al máximo del tramo inferior (que
según lo que digo en el texto, debe interpretarse al mismo tiempo como el mínimo de cada tramo
superior) fuera el resultado de valorar elementos que permitan mitigar la sanción ex post facto, a
modo de derecho sancionador “premial”. Por ejemplo, por haber emprendido acciones de mitigación
del daño y su reparación espontánea, una vez cometida la infracción. Pero como es fácil de advertir,
esos hechos no cambian la gravedad intrínseca de la infracción misma cometida con anterioridad,
que en abstracto merecerá una sanción “x”, la cual puede luego dejarse reducida a un mínimo o
quizás incluso eliminada del todo en atención a la buena conducta posterior del infractor.
puede entender especialmente implícito en el art. VI.6 TP CPDC, los incs. g y h del
art. 1 CPDC y el inc. f del art. 50 CPDC (si se prohíbe limitar por contrato los
derechos procesales del consumidor, tampoco lo va a hacer directamente la ley).
II. Parte
Régimen de la actividad empresarial
CAPÍTULO 1
LA “ACTIVIDAD” DE EMPRESA Y LOS “ACTOS DE COMERCIO”
SUMARIO: I. EL “ACTO DE COMERCIO” Y EL DERECHO MERCANTIL ACTUAL.— 80. El
planteamiento tradicional del “acto de comercio” y sus problemas.
81. Replanteamiento: los “actos” y la “actividad” de empresa. 82. La mercantilidad
como problema de inserción en la empresa. II. RÉGIMEN DE LOS “ACTOS” Y RÉGIMEN
DE LA “ ACTIVIDAD”.— 83. Planteamiento general. 84. El Derecho mercantil de
obligaciones (remisión). 85. Los “deberes profesionales” del empresario y sus
manifestaciones. 86. Manifestaciones no registrales del deber de transparencia.
2 GARCÍA-PITA, Derecho Mercantil…, cit., p. 361, citando un trabajo suyo anterior, publicado en 14
CDC (1994), pp. 60 y ss., que no he podido consultar directamente.
3 Así, GARCÍA CALDERÓN, Código de Comercio…, cit., en la nota al ant. art. 124 CdC, en p. 74.
4 Sólo con la LSM de 1966 se introdujeron en nuestro ordenamiento las sociedades comerciales de
7 Vid. mucho más detalles sobre la mercantilidad de los títulos valores y la inserción de esa institución
Así pues, en el ratione mercaturae que cualifica al propio ius mercatorum se advierte
ya el germen de la doctrina de los “actos de comercio”. Es más, continúa GARRIGUES,
como la propia condición del “comerciante” suele depender de lo que hace (“actos
de comercio”)11, aparentemente la única manera de calificarlo como tal
“comerciante” conforme a un “sistema subjetivista puro” sería acudir exclusivamente
al dato formal de la inscripción en la corporación o gremio (o registro público); pero
incluso entonces, para poder exigir o permitir esa inscripción habrá que tener
presente la realización ciertos “actos” o, al menos, el propósito manifiesto de
llevarlos a cabo12.
A dilemas semejantes, pero de signo contrario, se enfrentan los sistemas objetivistas
a ultranza. Así, ni el ordenamiento mercantil más fundamentalista en su pretendido
carácter objetivo puede dejar de regular situaciones e instituciones irreductibles a la
idea de “acto de comercio”, como el propio status de comerciante o empresario, la
personalidad jurídica de las sociedades mercantiles y sus alcances, las
repercusiones personales de la condición de empresario y viceversa (por ejemplo, si
está casado, o no), etc. Mucho menos puede limitarse esa regulación únicamente a
los “actos de comercio” totalmente objetivos, e independientemente de su realización
por un empresario.
Por ejemplo, carecería de sentido que el Derecho Mercantil sólo regulase el contrato
de sociedad (en sus “tipos” mercantiles), y se desentendiese completamente de los
contratos que a su vez celebre la sociedad constituida cuando no pudieran ser
calificados como “mercantiles” conforme a algún criterio objetivo; menos aun que
algunas compraventas y títulos valores —entre otros negocios, quizás, calificados
como mercantiles de manera totalmente objetiva— en los que intervenga esa misma
sociedad tengan una regulación mercantil, cuando sean “mercantiles” según criterios
puramente objetivos, y otra, puramente civil, en los demás casos. El conjunto
normativo resultante en semejante hipótesis no merecería el nombre de Derecho
Mercantil o Derecho privado especial, pues no pasaría de ser un conjunto
heterogéneo de contratos que, en determinadas circunstancias objetivas (por otro
lado, distintas en cada caso) se sujetan a unas pocas normas peculiares, diferentes
de las que normalmente regularían el mismo negocio.
Así pues, la identidad del Derecho Mercantil como tal necesariamente exige tener en
cuenta, al menos, el llamado “acto de comercio subjetivo”: el que lo es por ser
realizado por un empresario en ejercicio de la empresa (independientemente de que
lo llame o no con el mismo nombre).
Ocurre, entonces, que la calificación del sujeto como “comerciante” depende, o
parece depender, de la calificación como “actos de comercio” de las operaciones a
las que se dedica; y que la calificación de éstas como tales puede depender, a su
vez, de su realización por un “comerciante”:
Sujeto ↔ Acto
Hay pues, aparentemente, una implicación recíproca. Podría surgir la sospecha de
que estemos ante un círculo vicioso, razonamiento circular o petición de principio.
13 Citado implícitamente por Lord Diplock en su opinion para la sentencia de la Cámara de los Lores
en Siskina (owners of cargo lately laden on board) v Distos Cia. Naviera S.A. (The Siskina), [1977] All
ER 803, en p. 825.
14 Vid. § 8, en p. 17, supra. Cfr. también GARCÍA-PITA, Derecho Mercantil…, cit. pp. 343-344: “el
califican como mercantiles aquellos contratos [y demás actos] que surgen en las
relaciones a que da lugar el ejercicio de una empresa”15. Es decir, la mercantilidad
del hecho, como la de cualquier otra institución mercantil, procede de su conexión
con el “ejercicio de la empresa”, entendiendo por ésta una “actividad” (conjunto o
sucesión de “actos” ordenados, en este caso, por su finalidad).
Hay quienes discuten la pertinencia de esta calificación. Sostienen, por ejemplo, que
según el propio art. 2 CdC, “serán mercantiles los contratos regulados en el Código
de Comercio [u otras leyes especiales, habría que añadir] y los que sean de
naturaleza análoga”. Afirman que en su art. 2 “el Código de Comercio recoge unos
actos de comercio, no actos mercantiles o de empresa”. Y según su interpretación,
“no todos los actos mercantiles [es decir, actos de empresa] son actos de comercio
ni se pueden englobar en lo previsto en el Código de Comercio y leyes especiales o
ser actos análogos”16. Dicha opinión, que depende de cierta lectura literal del CdC,
da lugar a más problemas de los que resuelve, como creo haber demostrado ya17, y
por lo tanto es preferible seguir la opinión primeramente expuesta, pues la noción de
“comercio” de los artículos 1 y 2 del CdC no ha de tomarse en sentido estricto, sino
como sinónimo de lo que actualmente se denomina “empresa”.
Es correcto decir por lo tanto, con SÁNCHEZ CALERO18, que “la participación de un
empresario y la vinculación del contrato a su actividad profesional (...) determinan si
un contrato es mercantil”. Pero si tal afirmación se entiende como una exigencia de
que una de las partes en el contrato, al menos, sea necesariamente empresario,
sería ciertamente contraria a lo que expresamente dispone el art. 2 CdC. Y es que la
realización del acto por un empresario expresa solamente el grupo de casos más
“normal” de “contrato mercantil”.
De hecho, en el cuerpo del CdC ya sólo quedan contratos cuya mercantilidad se
asocia a que sea “comerciante” (es decir, “empresario”) al menos una de las partes:
1) Así ocurre, de manera expresa, en el caso de los contratos de comisión (art. 237
CdC) y de cuenta corriente (art. 564), cuya propia estructura, por otro lado, sólo
tiene sentido cuando la cuenta es llevada por un empresario19.
19 Hasta hace muy poco éste era también el caso del contrato de seguro (ant. art. 375 CdC),
recientemente derogado por la Ley 29946, del 26 de noviembre de 2012, del Contrato de Seguro
(LCS). La LCS no establece expresamente la necesidad de que el asegurador sea empresario, pero
ello va implícito en numerosas normas: así, todas aquellas en las que con toda naturalidad se habla
del asegurador como “empresa” (cfr. arts. 26, 40, 41 y 74 LCS, así como sus 4ª y 8ª DCFM), en la
alusión a su “local comercial” (art. 41 LCS), en las que menciona diversas prácticas de
comercialización por su parte (arts. 6, 26, 37 y 41 LCS), y, sobre todo, en la notable referencia a los
usos del comercio y a la costumbre mercantil de la Regla 8ª del art. IV LCS.
FACULTAD DE DERECHO 171
Versión de mayo de 2015
§82 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
2) Implícitamente sigue la misma regla para las cartas-órdenes de crédito (art. 557),
puesto que la operación que tiene por objeto sólo puede ser mercantil si uno de
los tres intervinientes es empresario.
3) Lo mismo cabía decir del (inexplicablemente derogado) contrato de transporte
(ant. art. 344), pues aparte de que el supuesto de un porteador no empresario
será muy excepcional, sólo puede tener por objeto “mercaderías” si el cargador
es comerciante o actúa por cuenta de un comerciante. De hecho, respecto de
este contrato, y estando aún vigente el ant. art. 344 CdC que, al menos
literalmente, hubiera permitido en algún caso calificar el contrato como mercantil
con independencia de la condición empresarial de las partes, llegó a afirmar
nuestra Corte Suprema un principio que, generalizado, viene a decir exactamente
lo que vengo defendiendo20:
“la relación fáctica establecida es típicamente mercantil, por ser todos los
partícipes comerciantes y los contratos celebrados de naturaleza
comercial”.
4) La transferencia de créditos mercantiles (art. 342 CdC) es un caso aparte porque
más que una regulación del contrato por el que se transfiere el crédito existe una
regulación de la obligación o crédito mercantil en el supuesto de que sea cedido.
En todo caso, el crédito al que se refiere sólo podrá ser mercantil si se cumple
respecto de él el criterio de mercantilidad propio de todas las obligaciones.
5) La “excepción” más duradera a la regla de que un contrato es mercantil en la
medida en que sea empresario al menos una de sus partes, actuando en su
condición de tal, fue el contrato de prenda, refundido y definitivamente unificado
con la civil (y otras operaciones de garantía) hace ya algún tiempo en la Ley de
Garantía Mobiliaria (LGM), por lo que el problema sistemático ya no se plantea
respecto de él. Según el ant. art. 315 CdC, era mercantil la prenda que tuviera
por objeto asegurar el cumplimiento de una obligación de comercio. Pero, aún
así, la obligación sólo podía ser mercantil o de comercio si procedía de un
contrato mercantil, es decir, de un contrato en el que una de las partes, al menos,
fuera empresario. Como el contrato de prenda se concierta entre el acreedor
prendario y el constituyente de la prenda, que puede ser distinto del deudor
prendario, cabía pensar que un acreedor no empresario de un deudor empresario
celebrara con otro no empresario un contrato de prenda por el que éste último
empeña a favor del primero un bien mueble para garantizar la obligación
mercantil del empresario. Tal prenda, de acuerdo a lo que establecía el artículo
glosado, era un contrato mercantil, pese a no ser empresario ninguna de las
partes (en el contrato de prenda). Esta “anomalía”, sin embargo, se explicaba
fácilmente por el principio de que lo accesorio (el contrato de prenda) sigue la
condición de lo principal (la obligación mercantil). Además, se hubiera podido
argumentar que esa operación sí se inscribe de alguna manera en la actividad
del empresario deudor, puesto que el constituyente de la prenda tiene al menos
la expectativa de subrogarse en los derechos del acreedor prendario contra el
deudor empresario.
21 GARCÍA-PITA, Derecho Mercantil…, cit. pp. 356-361 (especialmente 361-362) y 363-367; MIRANDA,
“La contratación mercantil…”, cit., pp. 35-36.
22 Pienso en la hipótesis de un traspaso de la empresa hereditaria por parte de los herederos del
empresario causante, sin que ninguno de éstos en ningún momento haya asumido el ejercicio de la
actividad en nombre propio ni, por lo tanto, haya adquirido propiamente la condición de empresario.
Cfr. § 157, en pp. 301 y s., y § 163, en pp. 315 y ss., y infra.
FACULTAD DE DERECHO 173
Versión de mayo de 2015
§83 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
que estos deberes son como las reglas propias que la empresa, como cualquier otra
profesión o arte, exige para su recto ejercicio, al menos en el aspecto formal: las
reglas cuya observancia determinan, en cuanto a la actuación formal externa (no en
cuanto a la correcta adopción de las decisiones de fondo), el buen hacer mercantil. Y
es que, como he explicado ya, la profesionalidad del empresario, además de su
capa más externa, que es la “habitualidad”, implica varias cosas más:
1) Una exteriorización o manifestación más o menos pública (en cuanto “dato”, algo
que es indesligable de la idea de “hacer profesión” de una actividad); la principal
manifestación de este deber de “publicidad” o transparencia, pero no la única24,
es el deber de inscripción en el Registro Mercantil, objeto del Derecho registral
mercantil25.
2) Una racionalidad o conformidad a un plan, cuya materialización está
precisamente en la documentación de la empresa, objeto principalmente del
Derecho contable26.
3) Por su parte, el deber de lealtad al sistema u organización económica de la
sociedad en que dicha actividad se desenvuelve (que no es otro que el sistema
de mercado), con la debida atención a los intereses legítimos de cada uno de los
que participan en él, es una exigencia deóntica ineludible de la “dedicación”
estable a la actividad empresarial. La sistematización de este deber corresponde
principalmente al Derecho de la competencia27.
86. Manifestaciones no registrales del deber de transparencia.
Hay quien ha intentado ordenar la materia de los “deberes profesionales del
empresario” en su conjunto en torno a un concepto muy amplio de “publicidad”:
1) Por un lado, la publicidad mínima que requiere el ejercicio de la empresa en
nombre propio. En algunos ordenamientos, como el alemán, esto da lugar a una
publicidad del nombre, o “firma”, con un régimen general unitario y con
características propias28.
2) Además de esa publicidad básica de la propia actividad, estaría toda la
publicidad registral al alcance del empresario en su actividad29.
3) Por último, se postula un nexo de la propia contabilidad y de los restantes
documentos de la empresa con esa “publicidad”, aunque reconociendo que es
sumamente tenue30.
Ahora bien, todos los terceros vinculados con un empresario ciertamente están
interesados en que la dirección de la empresa se vea respaldada por una
28 SCHMIDT, Derecho Comercial, cit., pp. 359 y ss. En el ordenamiento peruano, como en el resto de
ordenamientos latinos, esos mismos fines se alcanzan con la protección del nombre civil, del nombre
de las personas jurídicas (regulados separadamente) y del nombre comercial como signo distintivo.
29 SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 357.
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 3, pp. 1350-1351, por considerar lo relacionado con el nombre o
la “firma” del empresario más como un derecho integrado en la organización empresarial que como
un deber vinculado al ejercicio profesional de la actividad. En otras palabras, contempla el asunto, al
igual que nuestra legislación, como una cuestión de propiedad industrial (nombre comercial como
signo distintivo) o de derecho de la personalidad (derecho al nombre). El régimen de la denominación
de las personas jurídicas mercantiles debe ser esclarecido en el contexto del Derecho societario.
34 BEAUMONT CALLIRGOS, Ricardo; Comentarios a la Ley General de Sociedades, 4ª ed. revisada,
corregida y actualizada, Gaceta Jurírica, Lima, 2004, p. 146 (esta obra se citará en adelante como
BEAUMONT, Com. al art. NN LGS, indicando en lugar de “NN” el número del artículo comentado),
comentando precisamente el art. 42 LGS, pone de relieve la ausencia de sanción prevista para el
incumplimiento por la sociedad de este deber genérico, defecto en el que no incurre, por ejemplo, el
art. 43 LGS a que me refiero en el texto a continuación. Ahora bien, como todo deber genérico para el
“correcto y regular” ejercicio de la actividad empresarial, su inobservancia se ha de entender
automáticamente como una negligencia o incumplimiento de deber de cuidado, que en la medida en
que contribuya a causar un daño en condiciones de adecuación, abrirá la puerta a la procedencia de
la pretensión de responsabilidad contractual o extracontractual correspondiente. Eventualmente se
podrían dar en este caso también las consecuencias a que aludo al final de la enumeración (sub n. 5,
infra), acerca de la ocultación imputable de la condición de empresario.
FACULTAD DE DERECHO 177
Versión de mayo de 2015
§86 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
jurídicas mercantiles (cfr. art. 43 LGS y art. 12 LEIRL), tales como los avisos de
convocatoria a la Junta General de Accionistas (arts. 116 a 119 y 258 LGS), los
aumentos de capital (art. 211 LGS), los acuerdos relativos a la reorganización de
las sociedades (arts. 337, 355, 374 y 380 LGS), la disolución (art. 412 LGS) y el
balance de liquidación (art. 419 LGS). La sanción que acarrea el incumplimiento
de este deber es que el plazo de ejercicio de los derechos de los terceros o de
los socios que puedan verse afectados por esos actos societarios se prorroga
hasta que se lleve a cabo la publicación (párr. 3° del art. 43 LGS).
3) Algunos supuestos, más o menos dispersos por el ordenamiento, que tienen en
común el hecho de “manipular” esa publicidad básica o elemental que consiste
en el ejercicio de la actividad empresarial “en nombre propio”. Estas
transgresiones del deber de transparencia dan lugar a los supuestos, ya vistos,
de los “empresarios” aparente y oculto, y del empresario interpuesto35.
4) A los supuestos anteriores habría que agregar, a mi modo de ver, los que
implican la utilización disfuncional de la representación (en sentido amplio) en el
ejercicio de la empresa, o “actuar en nombre de otro”:
a. los casos en que alguien actúa “en nombre de” un empresario que
simplemente no existe, como cuando una sociedad es irregular desde su
origen (arts. 423 y 424 LGS); y
b. aquellos en que alguien actúa en nombre de un empresario que sí existe,
pero invocando un poder que nunca tuvo, o que ya no tiene, o excediéndose
de las facultades que sí tiene (siempre que no se trate de una limitación
inoponible al tercero); se trata, como es obvio, de los casos de representación
inoficiosa o de falsus procurator en sentido amplio (cfr. art. 161 CC; 2° párr.
del art. 240 CdC; arts. 279 y 280 CdC, a contrario).
5) Por último, los casos en que alguien que sí es empresario disimula esa condición
en el acto concreto, con fines, por ejemplo:
a. de eludir las responsabilidades que le competerían ante el consumidor, al
presentarse como mero proveedor civil u ocasional; o
b. de servirse de derechos que el ordenamiento sólo ha querido conceder a los
consumidores, haciéndose pasar por uno de ellos.
Los casos del primer grupo constituirían otro supuesto de responsabilidad por la
apariencia, además del caso del “empresario” aparente. Averiguada la verdad, y
amparándose el consumidor en ella, el proveedor puede y debe responder como
tal; mas no podrá él mismo oponer sus propios derechos como empresario (por
ejemplo, la mora automática de su deudor), a menos que la parte engañada
invoque primero la protección de las leyes mercantiles, pues aquí esta
responsabilidad opera en sentido inverso: quien imputablemente ha creado la
apariencia de no ser empresario no puede según buena fe ir contra sus propios
actos (venire contra factum proprium non valet). Un caso del segundo grupo
simplemente cofiguraría un fraude a la contraparte en la relación jurídica.
Algo parecido a lo discutido en este apartado para el deber de transparencia ocurre
también con los de orden y de buena fe en el ejercicio de la actividad empresarial.
CAPÍTULO 2
EL REGISTRO MERCANTIL
SUMARIO: I. EN GENERAL.— 87. Noción y origen. 88. Regulación positiva peruana
sobre el Registro Mercantil y su evolución. 89. Funciones del Registro Mercantil.
90. Objeto y finalidad del Registro Mercantil. 91. Principios registrales. 92. Registro
Mercantil, Registro de Buques y Registro de la Propiedad. II. ORGANIZACIÓN DEL
REGISTRO MERCANTIL Y PROCEDIMIENTO.— 93. Organización funcional y jerárquica
del Registro Mercantil. 94. Organización territorial del Registro Mercantil.
95. Organización material del Registro Mercantil. 96. Procedimiento de inscripción.
III. LA INSCRIPCIÓN DEL EMPRESARIO Y SUS EFECTOS.— 97. Actos inscribibles.
98. Actos de inscripción preceptiva y de inscripción potestativa. 99. Inscripciones
constitutivas y declarativas. 100. Publicidad material.
I. EN GENERAL
87. Noción y origen.
Un registro es:
1) un conjunto de datos conservados con algún fin; y también,
2) por extensión, la institución que los reúne, los conserva y los destina a su fin.
Un registro público tiene como finalidad dar a conocer al público la información que
contiene.
Hay varios registros públicos abiertos al acceso de los empresarios y al
conocimiento de los terceros; por ejemplo:
1) el Registro de Marcas,
2) el de Invenciones,
3) el Registro de Bienes Muebles, o
4) el de la Propiedad Inmueble, etc.
Pero, sin duda, el principal instrumento de publicidad propio de los empresarios en
su actividad es el Registro Mercantil (RM), que es también un registro público, cuyo
objeto es la inscripción de los propios empresarios, individuales o colectivos, y los
actos y negocios que la Ley indica1.
Según GARRIGUES2, el origen remoto del RM hay que buscarlo en la matrícula de los
gremios y de las corporaciones en la Edad Media. Al comienzo, la inscripción se
hace con fines internos; más tarde, se orienta al exterior: para el conocimiento de los
terceros. En ese momento puede señalarse el punto de partida de las formas
actuales de publicidad registral mercantil.
Desde que la inscripción de estos datos dejó de ser llevada por los propios
comerciantes reunidos en sus corporaciones, el RM es una organización de la
Administración pública, una organización estatal. En ese sentido, se puede tomar
como una de las primeras manifestaciones de la intervención —coadyuvante en este
caso— de la Administración pública en el tráfico mercantil, esencialmente privado.
88. Regulación positiva peruana sobre el Registro Mercantil y su evolución.
En general, en el Derecho peruano3, la regulación del RM ha seguido un doble
desarrollo:
1) una extensión de su ámbito, que ha pasado de ocuparse exclusivamente de los
comerciantes a incluir una serie de hechos y documentos relevantes de su
actividad; y
2) una profundización de sus efectos jurídicos para venir a ser un mecanismo de
publicidad material, cuyos asientos pueden oponerse a todas las personas, como
si en efecto los conociesen (incluso si así no fuera realmente).
El CdC de 1902 no se limita a extender, respecto de su antecedente de 1853, la lista
de hechos y relaciones jurídicas pasibles de inscripción, sino que profundiza en la
significación jurídica de ésta. La principal muestra de ello es que recoge
expresamente la formulación de los efectos de la publicidad material.
El régimen básico del RM está contenido en:
1) los arts. 16 a 32 CdC, aunque los arts. 27 y 28 CdC carecen de aplicación4, por
referirse a instituciones jurídicas desaparecidas (la dote y los bienes parafernales
de la mujer);
2) el Reglamento del Registro de Sociedades (RRS); y
3) el Reglamento del Registro Mercantil (RRM).
De este último, tras la aprobación del RRS, sólo queda vigente lo relativo al Libro de
Comerciantes, es decir, a los empresarios físicos (DF 5ª RRS).
El CC de 1936 recogió en su regulación general de los Registros Públicos la
mención del RM y del Registro de Buques, como dos registros distintos5 (art. 1036),
pese a que el CdC —al cual por lo demás remitía el CC ant. como fuente de su
regulación— consideraba a éste como parte de aquél: como un libro especial del
propio RM (art. 16 CdC, 2º párr.). Por eso el Reglamento de las Inscripciones (RI) de
1936, que tiene vigencia todavía aunque ya no le queda apenas materia mercantil 6,
3 Véase GARRIGUES, Tratado…, cit. , t. I, vol. 3, pp. 1487-1488. La legislación mercantil peruana ha
seguido constantemente el modelo español muy de cerca, como ya he tenido ocasión de ilustrar en
capítulos anteriores. Por ello no puede extrañar que el resumen de la evolución del Registro Mercantil
español que hace el autor citado sea perfectamente aplicable al Perú.
4 En concordancia, también, con la derogación del inc. 9 del art. 21 CdC que, junto con la de los incs.
7 y 8 del mismo artículo (referidos a la concesión y revocación de la licencia marital para que la mujer
casada se dedicase al comercio) hizo el CPC de 1993.
5 NORIEGA QUIROZ, Rafael; Derecho Registral Mercantil, p. 9, Librería y Editorial Bolivariana, Trujillo
1971; LEÓN MONTALBÁN, Derecho Comercial, cit., pp. 87-88; MONTOYA, Derecho comercial, cit., t. I, p.
428 (n. 300).
6 La última innovación ha provenido del RRS, que ha derogado las normas del RI que subsistían
relativas a la inscripción de sociedades civiles; cfr. DF 5ª RRS. Sí siguen vigentes las disposiciones
del RI sobre el Registro de Buques.
182 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §88
7 Por lo tanto no comentaré en este lugar el art. 22 CdC se refiere exclusivamente al Registro de
Buques y a las anotaciones que se han de hacer en él.
8 Lo he consultado por el texto publicado en el Código Procesal Civil y Código Civil de la Editora
Normas Legales, Trujillo 1994, Volumen II, pp. 669 y ss. (p. 671).
FACULTAD DE DERECHO 183
Versión de mayo de 2015
§89 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
9 En Francia, por ejemplo, según reseñan RIPERT/ ROBLOT, Traité…, cit., t. 1, pp. 139-141 (nn. 219-
220), el registro de comercio no existía hasta el periodo de entreguerras, y desde 1919 hasta 1953
tuvo un carácter meramente administrativo.
10 Cit., p. 671.
11 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 3, pp. 1502-1503. También SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p.
406.
12 SCHMIDT, loc. cit.
14 Cfr. D.L. 19893, del 22 de enero de 1973, Ley del Registro Comercial (LRC), modificada por
D.L. 22974, del 10 de abril de 1980; su Reglamento (RRC) se aprobó por D.S. 095-85-ICTI-CO, del
19 de julio.
15 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 3, pp. 1492-1495.
empresario. Sin embargo no todos los sucesos en los que puede existir ese interés
son inscribibles. Normalmente, sólo se da publicidad registral a ciertas relaciones
jurídicas que conllevan una situación de responsabilidad del empresario20.
En este contexto se puede concluir que:
1) La finalidad próxima o inmediata de la publicidad registral es dar certidumbre a
las relaciones de responsabilidad del empresario21.
2) La finalidad mediata del Registro es la protección del empresario y la del tercero.
Esto último puede resumirse, a su vez, diciendo que
1) la inscripción (positiva) siempre “favorece” al empresario y “perjudica” al tercero,
es decir, le hace oponible lo inscrito;
2) mientras que la no inscripción de algo “favorece” al tercero (que puede darlo por
no existente, si ello lo beneficia), y “perjudica” al empresario (que carece de un
medio seguro de obtener la oponibilidad ante los terceros, velis nolis, de un
hecho relativo a asu empresa)22.
91. Principios registrales.
El funcionamiento de los registros con carácter jurídico se sujeta a una serie de
principios generales denominados principios registrales. De ellos son fundamentales,
para poder hablar de registros jurídicos:
1) el principio de publicidad material, según el cual se presume sin admitirse prueba
en contrario que todos conocen el contenido de las inscripciones (art. I TP RGRP
y art. 2012 CC); y
2) el principio de fe registral, según el cual el tercero que de buena fe adquiere
derechos al amparo del contenido literal de las inscripciones registrales mantiene
su adquisición sin que ella pueda ser perjudicada por circunstancias, anteriores o
posteriores, que no consten en los registros (art. VIII TP RGRP, art. 26 CdC y art.
2014 CC).
Pero el Derecho registral, sobre la base fundamentalmente del desarrollo del
Derecho hipotecario, ha desarrollado otros principios relativos a la vinculación de las
inscripciones con el conjunto del ordenamiento jurídico, que el RGRP ha hecho
aplicables a todos los registros comprendidos en su ámbito, inclusive el RM:
3) el principio de legalidad registral, según el cual sólo se extenderá una inscripción
cuando, previa calificación del Registrador, el título respectivo se adecue a los
precedentes que obran en el Registro y a las normas jurídicas que rigen para el
acto o contrato respectivos (art. V TP RGRP y art. 2011 CC); y
4) el principio de legitimidad o legitimación, según el cual el contenido de una
inscripción se presume cierto y produce todos sus efectos mientras no se
rectifique o se declare judicialmente su invalidez (art. VII TP RGRP y art. 2013
CC).
27 El mismo artículo prevé la facultad de los Gerentes Registrales y Jefes Zonales para conceder con
alcance general (para todas las inscripciones de un Área, Zona o, incluso, de todo el país) prórrogas
de hasta 60 días adicionales a los previstos para los casos concretos.
3) En otros casos, en cambio, sí se exige que el acto conste por escritura pública
(inc. 5 del art. 21 CdC y art. 5 LGS).
En cuanto a su contenido, sólo son inscribibles los hechos que se refieren o que
modifican la existencia o la condición del empresario, no todos los que se refieren a
la actividad empresarial. Son inscribibles, por tanto:
1) los actos referidos a la estructura del empresario (por ejemplo, los órganos de la
persona jurídica);
2) algunos de los que afectan a la estructura de la empresa misma (giro del
negocio, constitución de sucursales);
3) concesión, modificación y revocación de poderes voluntarios;
4) reglas de funcionamiento (estatutos), etc.
Los actos inscribibles en el RM están especificados con bastante detalle en el art. 21
del CdC, y en los arts. 5 a 22 RRM (empresarios individuales), y 3 y 9 RRS
(sociedades). Otras leyes, como el Código Procesal Civil, la LGS o la LGSC, añaden
algunos otros hechos inscribibles en el RM.
98. Actos de inscripción preceptiva y de inscripción potestativa.
A su vez los actos inscribibles pueden ser:
1) de inscripción preceptiva o
2) de inscripción potestativa.
Son de inscripción preceptiva los que la ley manda inscribir bajo la amenaza de
alguna sanción, siquiera sea condicionada. Es voluntaria o potestativa la inscripción
de los actos cuando la ley no impone ninguna sanción por el defecto de inscripción.
Contra lo que podría pensarse, en los registros meramente administrativos las
inscripciones suelen ser preceptivas (su incumplimiento hace incurrir al obligado en
sanciones administrativas, generalmente de multa), mientras que en los registros
jurídicos, como el RM, a veces son preceptivas y otras muchas son potestativas.
Pero incluso cuando la inscripción es preceptiva, la eventual sanción no suele tener
naturaleza administrativa, sino civil (se incurre en responsabilidades calificadas ante
terceros).
La regla general en el ordenamiento peruano es que las inscripciones de los
empresarios físicos son potestativas y las de los empresarios institucionales
preceptivas (art. 17 CdC)31.
Ahora bien, hay que distinguir:
1) la amenaza de una sanción que he mencionado más arriba para (todas) las
inscripciones preceptivas;
2) del hecho de que la ley condicione la adquisición de un derecho o beneficio a la
previa inscripción del empresario o de alguno de sus actos.
31 En Alemania la situación es diversa: la regla general es que todos los actos registrables son de
inscripción obligatoria y sólo en muy contados supuestos la inscripción es potestativa. Ver al respecto
SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 400.
Cuando la ley prevé una inscripción subsumible sólo en el segundo supuesto, pero
no en el primero, se dice que se trata de una carga de inscripción, que en sentido
estricto no implica obligación ni deber alguno de inscribirse. Esto es en realidad lo
que ocurre con el empresario físico. Si éste, por tanto, no se inscribe, no comete
ninguna infracción, ni su omisión se puede calificar de ilícita o antijurídica en ningún
sentido. Estrictamente hablando, conserva la plena libertad jurídica de inscribirse o
no. Sin embargo, como la inscripción era una carga, dejar de inscribirse sí trae para
el empresario físico ciertos efectos; o, mejor dicho, deja de reportarle las
consecuencias, normalmente muy de su interés, que habría conseguido de haberse
inscrito. Éstas pueden llegar a ser importantísimas, puesto que el empresario no
inscrito no se beneficiará de los efectos legales del Registro (art. 18 CdC).
En ese sentido:
“[E]l Código declara ante todo, de acuerdo con el principio de libertad
profesional, voluntaria la inscripción personal de los comerciantes,
estimulándola, sin embargo, eficazmente por medios indirectos”32.
De manera general, puede decirse que, si un hecho está previsto en una norma
como registrable en el RM (o en cualquier otro registro jurídico), su inscripción tendrá
como mínimo la condición de carga. Si no fuera así, no se trataría de una inscripción
jurídicamente relevante para el Derecho registral.
Por otro lado, entre las inscripciones preceptivas, hay que distinguir a su vez:
1) las simplemente preceptivas,
2) de las inscripciones obligatorias en sentido estricto.
Y es que no todo deber es una obligación en sentido propio. Ésta no sólo es un
deber, sino que además es exigible por alguien en concreto, que está legitimado
para requerir su cumplimiento; es más, el incumplimiento de una obligación se
sanciona con una responsabilidad patrimonial ante el sujeto activo (acreedor),
incluso si el débito es incoercible in natura, como ocurre a veces.
En muchas ocasiones, lo que incluso la ley, la jurisprudencia o la doctrina
denominan obligación de inscribirse no es sino un simple deber jurídico, inexigible en
sí mismo. Como tampoco es una mera carga, su incumplimiento sí resulta
antijurídico, y puede dar lugar a sanciones. Pero muchas veces nadie puede exigir
su cumplimiento in concreto. Por eso, normalmente las sanciones por el
incumplimiento de los simples deberes se supeditan, además, a un resultado dañoso
ulterior, con el que se vinculan como parte de los deberes de cuidado33.
El uso de estos términos puede a veces resultar engañoso. Es el caso, por ejemplo,
del artículo 17 del CdC, cuando dice que la inscripción es “obligatoria para las
sociedades” (énfasis añadido). En realidad, una sociedad no inscrita no tiene
personalidad jurídica alguna, por lo que difícilmente se puede decir que tenga una
Constitutivas son las inscripciones que dan eficacia jurídica al acto o hecho al que se
refieren, mientras que son sólo declarativas las que dan a conocer algún hecho o
acto que existe y es eficaz independientemente del registro.
Es evidente que todas las inscripciones en los registros administrativos son
meramente declarativas, mientras que las practicadas en los registros jurídicos
pueden ser declarativas (si los actos a que se refieren adquieren su validez propia
inter partes, aun antes de ser inscritos) o constitutivas (si el hecho o derecho al que
se refieren sólo se puede considerar jurídicamente existente una vez practicada la
inscripción).
Conforme a esta clasificación, se suele decir, por ejemplo, que:
1) la inscripción de una persona jurídica es constitutiva, puesto que antes de dicha
inscripción no existe como tal persona jurídica, no adquiere personalidad; y que,
2) en cambio, la inscripción de un mandato es declarativa, en la medida en la que la
relación contractual entre las partes, los derechos y obligaciones que cada una
asume por el contrato, son perfectamente válidas entre las partes sin que se
requiera para ello la inscripción.
Sin embargo, como pone de manifiesto SCHMIDT36, esta clasificación, así usada, en
lugar de gozar de la virtud de la sencillez, a veces puede pecar de simplista. Y es
que el carácter constitutivo o meramente declarativo de una inscripción es relativo en
cada caso a ciertos efectos, y puede ser el contrario respecto de otros.
Por ejemplo:
1) Es cierto que la inscripción de la sociedad es constitutiva, si se entiende que esto
se predica de la personalidad jurídica de dicha sociedad. Pero sería erróneo
decirlo de la sociedad en cuanto contrato; como cualquier contrato, ésta obliga a
los socios desde que se produce el consentimiento. Respecto del efecto
contractual de la sociedad, por tanto, su inscripción es meramente declarativa.
2) Y a la inversa, en relación con la oponibilidad del poder de que pueda gozar un
mandatario, la inscripción será constitutiva, aunque la relación contractual entre
él y su mandante sólo sea declarada, no constituida, por la inscripción.
De modo que sólo de unos pocos actos se puede decir que el registro sea
plenamente constitutivo; parece ser el caso, por ejemplo, de la constitución de una
EIRL. Por otro lado, sólo los registros administrativos se pueden calificar de
puramente declarativos, pues al menos la oponibilidad que trae consigo la publicidad
material es siempre efecto propio de toda inscripción en un registro juídico.
100. Publicidad material.
Como registro jurídico que es, el efecto principal de las inscripciones en el Registro
Mercantil es el de otorgar la publicidad material y la fe registral, que se han
mencionado en un apartado anterior37. Se podría decir, con GARRIGUES38, que toda
la significación jurídica del RM se concreta en tales efectos, de tal modo que, una
vez inscrito un hecho, se supone conocido por todos los terceros, mientras que,
personal como el RM. En el mismo sentido, GONZALES BARRÓN, Gunther; Tratado de Derecho
Registral Mercantil – Registro de Sociedades, Jurista, Lima, 2002, p. 35. El autor ve recogida esta
diferencia en el art. IV TP RRS: “La inexactitud o invalidez de los asientos de inscripción del Registro
no perjudicará al tercero que de buena fe hubiere celebrado actos jurídicos sobre la base de los
mismos, siempre que las causas de dicha inexactitud o invalidez no consten en los asientos
registrales”.
42 Cfr. art. 9 LGS, cuando supedita el efecto a que el afectado consienta la inclusión de su nombre en
la razón social. Con más detalles y ejemplos, aunque en un contexto en que la inscripción de un
empresario físico sí es preceptiva, véase SCHMIDT, Derecho comercial, cit., pp. 427 a 437.
FACULTAD DE DERECHO 197
Versión de mayo de 2015
UNIVERSIDAD DE PIURA
Facultad de Derecho
CAPÍTULO 3
DOCUMENTACIÓN Y CUENTAS DE LA EMPRESA
SUMARIO: I. DOCUMENTACIÓN DE LA EMPRESA.— 101. Planteamiento general: los
libros de empresa y sus clases. 102. Formalidades comunes de los libros de
empresa. 103. Reserva, exhibición y comunicación de la documentación
empresarial. 104. Efectos probatorios de los libros de empresa. 105. Conservación
de los libros de empresa. II. LA CONTABILIDAD DE LA EMPRESA.— 106. Noción,
métodos y funciones de la contabilidad. 107. Noción y fuentes del Derecho
contable. 108. Derecho contable y Derecho de los balances. 109. Elementos,
criterios de reconocimiento y bases de medición. 110. Principios del derecho
contable material.
I. DOCUMENTACIÓN DE LA EMPRESA
101. Planteamiento general: los libros de empresa y sus clases.
Desde siempre los comerciantes y demás empresarios ordenados, para poder
apreciar rápidamente el estado de su negocio, han procurado documentar
adecuadamente su vida mercantil1: guardar las cartas que reciben, conservar copia
de las que envían, formular balances cada cierto tiempo, llevar cuenta de sus
operaciones en libros adecuados, etc. Pero la ley ha tenido además en cuenta el
interés de los terceros que se relacionan con el empresario para imponer de modo
general este deber mediante las actuales normas relativas a la contabilidad y al resto
de la documentación mercantil, lo cual explica su carácter coactivo2.
Los libros de empresa son de dos grandes tipos3:
1) libros de contabilidad, y
2) libros de actas.
Pero la ley se refiere también a algunos otros aspectos de la documentación
mercantil, como la exigencia de conservar cuidadosa y ordenadamente la
correspondencia del empresario relativa a su empresa (cfr. arts. 42 y 43 CdC).
Unos y otros libros pueden ser, a su vez:
1 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 3, pp. 1351-1353; SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., 29ª ed.,
vol. I, pp. 155-156. Ahora bien, según CERAMI, Pietro, DI PORTO, Andrea, y PETRUCCI, Aldo; Diritto
commerciale romano. Profilo storico, 2ª ed., Giappichelli, Turín, 2004, pp. 122, 172 y 182-186, ya en
el Derecho Romano se pueden encontrar claros antecedentes de una regulación legal más o menos
minuciosa de la documentación empresarial, al menos en algunos sectores, como el bancario. Vid. al
respecto los siguientes pasajes del Digesto: D.2.13.4.5 (Ulpiano); D.2.13.6 (idem); D.2.13.7.pr
(Paulo); D.2.13.8.pr (idem); D.2.13.10.2 y 3 (Gayo); D.5.1.45.pr (Papiniano).
2 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 3, p. 1351; siguiéndolo, MONTOYA, Derecho comercial, cit., t. I, p.
que algunas leyes pueden pedir a determinados tipos de empresarios, como los libros de matrícula de
acciones que deben llevar las sociedades por acciones.
— 199 —
Versión de mayo de 2015
§101 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
1) preceptivos o
2) potestativos.
Son potestativos o voluntarios todos los libros no preceptivos que el empresario
decida llevar (art. 34 CdC)4. En realidad, la llevanza de los libros de empresa
preceptivos no es propiamente hablando una verdadera obligación, sino un simple
deber, en sede mercantil. Digo esto, porque no es exigible en sí misma, pero su
omisión puede contribuir a configurar determinados supuestos de responsabilidad
civil5. Así ocurre, por ejemplo, en caso de quiebra; o si de esa manera se perjudican
los derechos de los consumidores. Desde el punto de vista jurídico-administrativo,
en cambio, puede ser una obligación en sentido estricto; por ejemplo, ante la
Administración Tributaria (inc. 4 del art. 87 CT) o ante la autoriad administrativa de
trabajo (DS 001-98-TR).
Son libros preceptivos (art. 33 CdC):
1) Los libros de actas, para las personas jurídicas (párr. 2°); y
además, para todos los empresarios, algunos libros de contabilidad, como
2) el libro de inventarios y balances (inc. 1);
3) el libro diario (inc. 2);
4) el libro mayor (inc. 3);
5) y los demás libros que ordenen las leyes especiales (inc. 5).
El Código también señala como necesario el libro copiador de cartas y telegramas
(inc. 4 del art. 33 CdC), que no es un libro de contabilidad, sino, como su nombre
indica, uno destinado a transcribir íntegramente todas las cartas y telegramas que el
empresario envíe sobre su tráfico (art. 41 CdC). Por razones obvias, el libro copiador
ha caído en el más completo desuso6, al menos en su aspecto formal originario,
pues ha sido sustituido por las copias de cargo de sus comunicaciones, que
conservan los empresarios en sus archivos. Semejante modo de conservar la
correspondencia era ya desde un principio el previsto en el CdC para la recibida por
el comerciante (art. 42 CdC):
“Conservarán los comerciantes cuidadosamente, en legajos y ordenados, las
cartas y despachos telegráficos que recibieren, relativos a sus
negociaciones”.
Además de la contabilidad, las personas jurídicas —sean o no mercantiles— deben
llevar libros de actas porque —a diferencia de las personas naturales, que se
expresan con su sola actividad voluntaria— no tienen por naturaleza una voluntad
propia, sino que se les atribuye la de sus órganos.
Un acta es el documento escrito en el que se hace constar uno o más actos, o bien,
más analíticamente, un “[d]ocumento escrito en el que se hace una relación más o
menos extensa de las deliberaciones y acuerdos tomados en una reunión,
asamblea, junta, consejo o corporación”7.
Concretamente, las actas que deben llevar las personas jurídicas documentan los
actos de deliberación de sus órganos, de los cuales resultan o se forman los
acuerdos que se tienen por expresión de la voluntad de la persona jurídica, a través
de los mecanismos detallados en los Estatutos. En los libros de actas regularmente
llevados se consigna esa voluntad de manera indubitable.
Los demás libros preceptivos son todos libros contables:
1) el libro de inventarios y balances es aquél en el que se hacen constar
inicialmente todos los bienes y derechos del activo y todas las deudas y
obligaciones del pasivo con los que el empresario, persona natural o jurídica,
inicia sus operaciones (el inventario), y además, periódicamente, el estado en
que quedan esas mismas cuentas patrimoniales de resultas de las operaciones
diarias del giro durante el periodo que media entre el inventario (o, de ser el caso,
el último balance anotado) y la fecha de corte establecida (los balances
generales; cfr. art. 37 CdC)8;
2) el libro diario es aquél en el que se van asentando día por día, y por su orden,
todas las operaciones del empresario relativas a su giro o tráfico (cfr. art. 38
CdC)9; y
3) el libro mayor es aquél en el que, por debe y haber, el empresario debe trasladar,
sujetándose a riguroso orden de fechas, todas las anotaciones que consten en el
diario con cada una de las personas u objetos bajo cuyos nombres estén abiertas
(cfr. art. 39 CdC)10.
Entre “los demás libros que ordenen las leyes especiales” (inc. 5 del art. 33 CdC),
uno impuesto hoy por hoy como preceptivo con alcance general a todos los
empresarios, aunque no por la legislación mercantil sino por la laboral, es el libro de
planillas de sueldos y salarios11.
10 Cfr. también DRAE, cit., entrada “libro mayor” en la voz “libro”, aunque habla impropiamente de
extendida prácticamente a la totalidad de los empleadores por las modificaciones introducidas por el
DS 008-2011-TR), por el DS 018-2007-TR. Es discutible que en su origen estas normas, de rango
meramente reglamentario, tuvieran adecuada cobertura legal; y no parece seguro que tal defecto
haya quedado del todo superado por la implícita “legalización” de esta obligación que supone su
explícita mención en diversas normas de rango legal, tales como el art. 25 del TUO de la L. 27866,
del Trabajo Portuario (precisamente por su carácter meramente sectorial), entre otras.
FACULTAD DE DERECHO 201
Versión de mayo de 2015
§102 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
15 Así lo reconoce expresamente, por ejemplo, el nuevo art. 32.1 del CdC es.
17 Limitación que sigue en pleno vigor en España, de donde la adoptó originalmente nuestra
legislación: vid. EYZAGUIRRE, José María DE; Derecho Mercantil, 4ª ed., Thomson – Civitas, Cizur
Menor (Navarra), 2005, p. 288.
18 Limitación asimismo subsistente en la legislación española: ibid.
24 Cfr. especialmente el inc. 1 del art. 238 CPC, sobre el principio de prueba escrita: “Cuando un
escrito no produce en el Juez convicción por sí mismo, requiriendo ser complementado por otros
medios probatorios, es un principio de prueba escrita, siempre que (…) el escrito emane de la
persona a quien se opone, o a quien representa o haya representado” (énfasis añadido). Este efecto
probatorio especial de la documentación empresarial probablemente deba considerarse hoy en día
derogado en la legislación española, modelo original de la nuestra, dado que su CdC fuer reformado
en este punto, y actualmente remite simplemente a que dicha documentación será valorado por los
jueces conforme a las reglas generales del derecho. Cfr. al respecto DE EYZAGUIRRE, Derecho
Mercantil, cit., p. 286.
25 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 3, pp. 1360-1363. De todos modos, vid. la relativización práctica
de esta doctrina, según la expone DE EYZAGUIRRE, Derecho Mercantil, cit., pp. 285-286.
29 Ibid. Vid. sin embargo DE EYZAGUIRRE, Derecho Mercantil, cit., p. 283 (nota n. 57 y texto al que se
2) la otra (que es la diferencia entre un precio y otro) se lleva, sea acreditándola (si
el precio de venta es mayor al de adquisición) o debitándola (si es menor), a la
cuenta de resultados.
Es evidente que este procedimiento hace que las cuentas se controlen
recíprocamente unas a otras, lo que permite evitar o advertir y corregir los errores
con facilidad. Pero además, lo que es más importante, da al empresario un
conocimiento exacto en cada momento del estado de cada cuenta, permitiéndole
hacer un “inventario virtual” de todos sus bienes a través de la contabilidad, que es
precisamente lo que es un balance. Así, la contabilidad por partida doble pone de
manifiesto todas las variaciones de los elementos del balance, razón por la cual se la
ha podido definir como “el balance en movimiento”31.
En principio, el art. 34 (“…según el sistema de contabilidad que adopten”) y el párr.
1° del art. 38 (“…una o varias cuentas cuentas consecutivas, según el sistema de
contabilidad que se adopte”) CdC dejan en libertad al empresario para que adopte el
método o sistema de contabilidad que prefiera. Y ciertamente, dentro de los amplios
parámetros que señala, el grado de libertad de los empresarios en la llevanza de su
contabilidad es sumamente grande. Pero desde que el Código exige, junto al libro de
inventarios y balances y al diario32, un libro mayor, en el que manda abrir cuentas no
sólo personales, sino también reales (art. 39 CdC: “Las cuentas con cada objeto o
persona en particular, se abrirán…”), sea cual sea el sistema concreto de
contabilidad elegido por el empresario, necesariamente deberá tratarse de una
contabilidad “por partida doble”33. Esta exigencia, que en sí misma puede
considerarse “formal”, es importante, como veremos, con vistas a la regulación
“material” de la contabilidad.
La necesidad de llevar las cuentas se impone al empresario en función de un triple
interés34:
1) en interés del propio empresario, para una adecuada organización empresarial y
una correcta toma de decisiones de gestión;
2) en interés (privado) de los terceros que mantienen relaciones económicas con el
empresario, sean acreedores, los mismos socios (de una sociedad mercantil, que
a este respecto pueden ser considerados una categoría especial de terceros) u
otros (como los potenciales adquirentes de la empresa); y
3) en interés público, por razones tributarias, de fiscalización de la actividad (en
especial en algunos ramos más sensibles), y de correcta gestión y calificación de
una potencial situación concursal del empresario.
Del primer interés se deduce una función interna de la contabilidad, que es la
primera en aparecer históricamente35, pero que a lo mucho podría fundar para ella el
34 BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual…, cit., vol. 1, p. 105; DE EYZAGUIRRE, Derecho Mercantil, cit., pp. 264-
265.
35 MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 77.
concepto y fuentes del Derecho contable”, en Estudios Jurídicos en homenaje al Profesor Aurelio
Menéndez, Civitas, Madrid, 1996, t. I, pp. 605 y ss. También GARRETA SUCH, José María; Introducción
al Derecho contable, Marcial Pons, Madrid, 1994.
39 Cfr. GARRETA, Introducción…, cit., p. 37.
41 Para el caso concreto de las sociedades anónimas su vigencia estaba ya reconocida desde 1998
en el art. 223 LGS: “Los estados financieros se preparan y presentan de conformidad con las
disposiciones legales sobre la materia y con principios de contabilidad generalmente aceptados en el
país”.
42 “En el registro sistemático de la totalidad de los hechos financieros y económicos, los responsables
del registro no pueden dejar de registrar, procesar y presentar la información contable por
insuficiencia o inexistencia de la legislación. En tales casos se debe aplicar en forma supletoria los
Principios Contables Generalmente Aceptados y de preferencia los aceptados en la Contabilidad
Peruana”.
43 En realidad, el PCGE fue aprobado en su versión original por Res. 41-2010-EF/94, pero a los pocos
meses, y antes de que el PCGE entrase en vigencia, la Res. 43-2010-EF/94 aprobó una nueva
versión con algunas modificaciones. De hecho, el carácter “obligatorio” (es decir, preceptivo) del
PCGE no se deriva directamente de la Res. 43-2010-EF/94, sino del art. 1 de la Res. 41-2010-EF/94.
44 Actualmente vigentes en nuestro país: el “Marco Conceptual para la Preparación y Presentación de
los Estados Financieros” (que es como una Introducción al conjunto de las NIC) y las NIC nn. 1, 2, 7,
8, 10, 11, 12, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 23, 24, 26, 27, 28, 29, 31, 32, 33, 34, 36, 38, 39, 40 y 41. Muchas
de ellas tienen un ámbito de aplicación más bien específico, como también ocurre con las NIIF, etc.
45 Que es la nueva denominación de las Normas que aprueba el IASB. Actualmente están vigentes en
oficializadas en el Perú caso por caso mediante resoluciones del CNC. De hecho, el
PCGE expresamente se supedita a sí mismo, en caso de incompatibilidad, a lo que
dispongan las NIC o NIIF aplicables50.
Para completar esta somera panorámica de la normativa contable de alcance
“general” hay que hacer alusión, aunque se trate formalmente de normas de alcance
“particular”, a las no poco importantes normas que en esta materia sanciona la
legislación sobre sociedades anónimas, en especial en los arts. 221 a 233 LGS. Y
no sólo porque en la práctica la categoría más frecuente de empresario formalmente
presente en el mercado sean precisamente este tipo de sociedades, sino porque
además será frecuentemente posible utilizar esas normas (de rango legal) para la
interpretación e integración de los muy escasos y no siempre diáfanos preceptos de
alcance general contenidos en el CdC y la LGSNC51.
108. Derecho contable y Derecho de los balances.
El Derecho contable se puede dividir en52:
1) Derecho de la contabilidad formal, y
2) Derecho de la contabilidad material, o Derecho de los balances.
El primero se refiere a la representación externa de los acontecimientos del negocio,
esto es al deber legal de llevar las cuentas cumpliendo ciertos requisitos: qué libros
se han de llevar y con qué formalidades, así como el uso adecuado de los mismos 53.
El segundo se refiere principalmente al correcto cálculo mercantil del resultado del
negocio54, esto es, cómo asegurar que lo escrito en los libros de cuentas coincida
con la realidad que pretende reflejar55. Acerca de la contabilidad formal, baste aquí
remitir a las formalidades comunes a todos los libros de empresa de que he tratado
en la sección anterior56.
Desde el punto de vista material, la misión fundamental de la contabilidad mercantil
consiste en determinar el resultado económico de la empresa, cuyo correcto
51 Vid. un ejemplo de una utilización semejante en GARRIGUES, Tratado…, cit., t. 1, vol. 1, pp. 307-309
(n. 163).
52 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 3, p. 1354; DE EYZAGUIRRE, Derecho Mercantil, cit., pp. 273-275,
aunque manifiesta que, dada la evolución del Derecho contable europeo, de la mano de una serie de
normas comunitarias en la materia, una división semejante (mas no idéntica) y más exactamente
correspondiente a la regulación positiva sería la que distingue entre la llevanza de los libros y la
formulación de las cuentas anuales. Dado que en nuestro país las consideraciones de derecho
positivo comunitario que alega el autor no son aplicables, el modelo de sistematización que sigo en
este trabajo es el primero.
53 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 1, p. 299 (n. 160).
54 Ibid.
Semejante finalidad tenía el (más detallado y preciso) art. 251 de la LGS ant., el
cual, a falta de un Plan Contable preceptivo para todos los empresarios, contenía
una suerte de esquema básico de las partidas mínimas componentes del balance,
con expresa salvedad, en su penúltimo párr. de que “[l]a relación de partidas o
cuentas de este artículo no es limitativa”62.
Hoy en día la respuesta, más completa y precisa, y con una técnica más depurada (y
por lo tanto, seguramente de mayor utilidad), se puede encontrar en los llamados
“elementos de los estados financieros” y sus criterios de “reconocimiento”, tal como
vienen definidos en el PCGE63. De acuerdo con estas disposiciones:
1) Los “elementos del balance” (o sea, los conceptos que deben ser llevados a él) ,
según sus definiciones y su desagregación en cuentas, subcuentas, divisionarias
y subdivisionarias que detalla el propio PCGE en su Parte II 64, son
concretamente:
a. el activo,
b. el pasivo y
c. el patrimonio neto.
2) Y los “criterios de reconocimiento” (esto es, las razones que permiten discriminar
cuándo un elemento debe ser contabilizado) son65:
a. que la partida cumpla la definición del elemento correspondiente;
b. que sea probable que cualquier beneficio económico asociado con la partida
llegue a la empresa o salga de ella; y
c. que la partida tenga un costo o valor que pueda ser medido con fiabilidad.
Este último punto nos lleva a la cuestión de las normas de valoración que se han de
seguir en la contabilización de los distintos elementos de los estados financieros, y
en especial del balance. También en esta materia la respuesta detallada y completa
se ha de buscar en el PCGE66 y, con mayor precisión aun, en las NIC y en las NIIF.
62 Similar función cumplía, respecto del estado de pérdidas y ganancias, el art. 253 LGS ant., el cual
también aclaraba que se trataba de una “información mínima”.
63 Compendiosamente, en su Parte I, D, n. 3 (pp. 8 y 9); con algo más de detalle en los diversos
apartados de la Parte III, pero en todo caso remitiendo para un desarrollo completo y detallado de la
materia a las NIC y NIIF correspondientes.
64 Similar papel de “elementos” cumplen en el PCGE, respecto del estado de ganancias y pérdidas,
los conceptos de ingresos y gastos, que por lo demás se sujetan a los mismos criterios abstractos de
valoración. En cambio, el PCGE no establece elementos exclusivos del estado de flujos de efectivo
(parte también de los estados financieros anuales), que más bien combina algunos del balance
general con otros del estado de ganancias y pérdidas.
65 PCGE, Parte I, D, n. 3 (p. 9).
66 Parte I, D, n. 3 (pp. 9-10), donde enuncia y define de modo genérico las distintas “bases de
medición, o determinación de los importes monetarios en los que se reconocen los elementos de los
estados financieros” posibles: costo histórico, costo corriente, valor realizable o de liquidación, valor
presente y valor razonable. Más específicamente para cada elemento, la Parte III señala las bases de
medición más apropiada para cada partida en las distintas circunstancias.
FACULTAD DE DERECHO 213
Versión de mayo de 2015
§109 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
Pero existen también algunas pocas disposiciones de rango legal que dan cierta
orientación acerca del modo correcto de proceder para llevar a cabo la valoración
correspondiente.
En primer lugar, el inc. 1 del art. 37 CdC dispone que el empresario debe consignar
en el activo de su inventario inicial (y en virtud del párr. 2°, la misma norma es
aplicable a los balances anuales) una serie de elementos “apreciados en su valor
real”, norma a todas luces demasiado genérica. El ant. art. 175 CdC traía también en
su último párrafo unas reglas especiales para el balance de la sociedad anónima en
caso de disminución del capital social67. Las normas de valoración para la sociedad
anónima se multiplicaron en el art. 252 LGS ant., en cuyos 6 incs. se detallaban
distintos criterios de valoración para varios elementos del activo. En la actual LGS (y
teniendo en cuenta que el PCGE se ocupa en detalle de todos estos aspectos) tales
normas específicas de valoración se han reducido a lo dispuesto por el art. 228 LGS
sobre la amortización y revalorización del activo. La idea que inspiró todas esas
normas es la de evitar la sobrevaloración del activo, lo cual podría traer consigo un
daño a los acreedores, al facilitar la distribución en concepto de beneficios de lo que
realmente es parte del capital (cfr. lo dispuesto aún por los arts. 40, 83 y 230 LGS), o
una reducción real del patrimonio por debajo del límite consentido por la ley (cfr. inc.
4 del art. 407 y art. 220 LGS)68.
Cuando hay normas específicas que responden al mismo criterio que otra genérica,
las primeras pueden y deben servir para interpretar el sentido de ésta. Resulta, por
tanto, natural acudir a lo que dispone el actual art. 228 LGS para precisar lo que el
art. 37 CdC quiere decir con su criterio de apreciación de los elementos del activo
“en su valor real”69. Dicho “valor real”, tratándose de “inmuebles, muebles,
instalaciones y demás bienes del activo” fijo70, será “su valor de adquisición o de
costo ajustado por inflación cuando sea aplicable”, y “amortizados o depreciados
anualmente en proporción al tiempo de su vida útil y a la disminución de valor que
sufran por su uso o disfrute”.
¿Cabe generalizar de ahí cuál es el “valor real” de los elementos del balance en los
demás casos? Según GARRIGUES, apenas cabe ir más allá de precisar que por “valor
real”, en cuanto contrapuesto a “personal” o subjetivo, es un valor “objetivo”, esto es,
uno válido por igual para cualquier persona, en virtud de criterios justificables
objetivamente de acuerdo a las circunstancias: la clase de empresa de que se trate,
la naturaleza del objeto que se valora, su función dentro de aquélla y la finalidad del
balance71. En definitiva, el valor real del art. 37 CdC no formula ninguna regla
concreta, sino que más bien remite a criterios tradicionales de contabilidad que no
67 Ambas normas, que proceden de los arts. 37 y 168 CdC es., son comentadas por el Prof.
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. 1, vol. 1, pp. 307-309 (n. 163), cuyo análisis sigo en gran parte.
68 Cfr. GARRIGUES, Tratado…, cit., t. 1, vol. 1, p. 307 (n. 163).
70 Ésta (que se trata de los bienes del activo fijo) es una precisión importante, aunque no se halle
literalmente presente en el art. 228 LGS, porque para el activo circulante, que por definición están
destinados a ser transferidos a la brevedad, carecería totalmente de sentido hablar de amortización.
71 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. 1, vol. 1, p. 308 (n. 163).
son rígidos, sino que se adaptan la índole variada de las empresas y a las
cambiantes exigencias de la realidad72; o sea, a los principios contables.
En mi opinión, el criterio de “valor real” del art. 37 CdC equivale sustancialmente al
evocado por la segunda frase del párr. 1° del art. 221 LGS, cuando dispone que de
los estados financieros anuales (y singularmente del balance) “debe resultar, con
claridad y precisión, la situación económica y financiera [del empresario], el estado
de sus negocios y los resultados obtenidos en el ejercicio vencido”, que no es otro
que el primero y principal de esos “principios contables”: el principio de imagen fiel o
de representación razonable.
Veamos, pues, en qué consiste dicho principio, y cómo su realización o verificación
es normalmente el resultado de aplicar los demás principios contables.
110. Principios del derecho contable material.
Como acabo de decir, el principio contable primero y principal es el de imagen fiel,
también conocido como principio de fidelidad, de veracidad73 o de representación
razonable. Es el primero y principal, porque todos los demás elementos y reglas de
contabilidad material se dirigen a hacer posible esa adecuación de las anotaciones
contables a la realidad en que consiste la “imagen fiel”, y a ella se subordinan; por
eso mismo, se presume (porque así suele ocurrir) que ella es precisamente el efecto
natural de aplicar sistemática y regularmente los (demás) principios contables 74. Por
tanto, para hacer realidad este objetivo-principio de fidelidad deben darse a su vez
las “características cualitativas de los estados financieros”75, consideradas a veces
otros tantos principios contables, o agrupados como uno solo bajo la denominación
“principio de claridad”76. Dichas características son:
1) la comprensibilidad, por la que, si es razonablemente posible, “[l]a información de
los estados financieros debe ser fácilmente comprensible por usuarios con
conocimiento razonable de las actividades económicas y del mundo de los
negocios, así como de su contabilidad, y con voluntad de estudiar la información
con razonable diligencia”77;
2) la relevancia, importancia relativa o materialidad, por la que la contabilidad debe
reflejar toda la información que, “si se omite o se presenta de manera errónea,
puede influir en las decisiones económicas de los usuarios (…) tomadas a partir
de los estados financieros”78, y sólo ella;
3) la fiabilidad, por la que, si es razonablemente posible, “[l]a información debe
encontrarse libre de errores materiales, sesgos o prejuicios (debe ser neutral)
para que sea útil, y los usuarios puedan confiar en ella”79;
General Contable de ese mismo país. Algo similar afirma nuestro PCGE, Parte I, D, n. 3 (p. 8).
75 PCGE, Parte I, D, n. 3 (pp. 6-8).
76 JIMÉNEZ/ MORÁN, Derecho Mercantil, cit., vol. I, p. 122, siguiendo el actual art. 34.2 CdC es.
79 Ibid.
80 Cfr. Parte I, D, n. 3 (pp. 7-8), más bien como una “restricción a la información relevante y fiable”.
81 JIMÉNEZ/ MORÁN, Derecho Mercantil, cit., vol. I, pp. 122-124.
CAPÍTULO 4
EL DERECHO DE LA COMPETENCIA
SUMARIO: I. EL DERECHO DE LA COMPETENCIA EN GENERAL Y SU SISTEMA.—
111. Planteamiento e introducción. 112. Una construcción artificiosa.
113. Trasfondo de la teoría dualista mayoritaria. 114. La tesis de Fikentscher.
115. Críticas al modelo. 116. El “modelo social” y sus consecuencias.
117. Reconstrucción y propuesta. II. CONTEXTUALIZACIÓN DE LA DESLEALTAD
CONCURRENCIAL.— 118. Preliminar: la licitud del daño concurrencial. 119. La libre
imitación de iniciativas empresariales. III. ÁMBITO DE APLICACIÓN.— 120. Ámbito
subjetivo de aplicación. 121. Ámbito objetivo de aplicación: los “actos de
concurrencia”. 122. La llamada “relación de competencia”. 123. La excepción de
“competencia prohibida” y sus adherencias. 124. Otras exclusiones. 125. Ámbito
de aplicación territorial. IV. LOS ACTOS DE COMPETENCIA DESLEAL.— 126. La
cláusula general. 127. Modalidades de actos de competencia desleal y su
clasificación. V. PUBLICIDAD DESLEAL.— 128. Generalidades. 129. Noción de
publicidad comercial. 130. Caracteres de la publicidad comercial. 131. Mensajes
públicos que no son publicidad comercial. 132. Posibles responsables del ilícito
publicitario. 133. Distribución de las responsabilidades. 134. Criterios de análisis
de la publicidad comercial. 135. La exigencia de lealtad y los principios
publicitarios. 136. Los principios publicitarios de autenticidad y veracidad. 137. Los
principios publicitarios de adecuación social y legalidad. VI. LOS PROCEDIMIENTOS Y
LAS SANCIONES.— 138. Aspectos orgánicos. 139. El procedimiento administrativo.
140. Las sanciones y las medidas correctivas. 141. Jurisdicción civil y penal.
— 217 —
Versión de mayo de 2015
§111 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
1 Telefónica del Perú S.A.A. c. Mactel Electrónica E.I.R.L., (2006) TDC 347, resolución de última
instancia del 17 de marzo de 2006.
2 En lo que sigue de esta sección resumo el contenido y presento sintéticamente (y espero que de
una forma más didáctica) las conclusiones de mi trabajo “La disciplina de la lealtad concurrencial
como Derecho de la competencia general”, en 10 REDUP (2009), pp. 65-92.
3 Estas cuestiones —si no exactamente en la misma forma, al menos en su núcleo— son casi un
lugar común al intentar esclarecer el sistema del Derecho de la competencia. Así, FIKENTSCHER,
Wolfgang; Recht und wirtschaftliche Freiheit. Band 1: Die Freiheit des Wettbewerbs, Mohr-Siebeck,
Tubinga, 1992, p. 50. En las pp. 50-79 de la obra recoge un trabajo anterior suyo (“Das Verhältnis von
Kartellrecht und Recht des unlauteren Wettbewerbs im deutschen und europäischen Recht”,
publicado en GRUR, 1966, pp. 161 y ss.) sobre el tema, con especial referencia al Derecho alemán,
al europeo comunitario, y a su mutua relación. Vid. también FONT GALÁN, Juan Ignacio, y MIRANDA
SERRANO, Luis María; “Defensa de la competencia y competencia desleal: conexiones funcionales y
disfuncionales”, en FONT GALÁN, Juan Ignacio, y PINO ABAD, Manuel (Coords.); Estudios de Derecho
de la competencia, Universidad de Córdoba – Marcial Pons, Madrid – Barcelona, 2005, pp. 11-48 (pp.
15-17, en cuanto al planteamiento). MÁRQUEZ LOBILLO, Patricia; “Falseamiento de la libre competencia
por actos desleales”, en FONT/ PINO, Estudios…, cit., pp. 217-227 (pp. 217-218). ILLESCAS ORTIZ,
Rafael; “La tutela de la lealtad en la actividad competidora: esbozo de la Ley 3/1991, de Competencia
Desleal”, en ORTIZ BLANCO, Luis, y COHEN, Simón; Derecho de la competencia europeo y español.
Curso de iniciación, Dykinson, Madrid, 1999, pp. 291-295 (pp. 292-293). Vid. en nuestro medio
(aunque el autor es español) SAINZ DE AJA, Borja; “El Derecho de la competencia desleal”, en
PASQUEL, Enrique, PATRÓN, Carlos A., y PÉREZ-COSTA, Gabriela (Comps.); El Derecho de la
competencia desleal, UPC, Lima, 2006, pp. 25-56 (pp. 33-36). Cfr., por contraste, NIHOUL, Paul;
Introducción al Derecho de la competencia. Posición de las autoridades, de los consumidores y de las
empresas, trad. de Andrés Aguayo, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2005, pp. 21-29,
para quien la contraposición es más bien cultural e histórica, lo que explicaría tanto las tensiones
entre ambos sectores, como su compatibilidad de fondo.
(…). [N]o parece, sin embargo, incorrecto dividirlo o clasificarlo sólo en dos
(…): la de la competencia desleal y la antitrust. La razón es fácil de
entender: según una opinión muy generalizada, las disciplinas de la
publicidad comercial y del comercio interior se integran, en realidad, en la
disciplina general de la deslealtad concurrencial. Por eso se dice que la Ley
de Competencia Desleal (LCD) no es la única fuente del Derecho de la
competencia desleal (…); junto a ella se citan fundamentalmente otras dos:
de un lado, la Ley General de Publicidad (…), que regula la publicidad
desleal, esto es, las deslealtades concurrenciales puestas en práctica a
través de la publicidad comercial. De otro lado, la Ley de Ordenación del
Comercio Minorista (…) y el amplio conjunto de Leyes (…), que regulan
determinadas prácticas comerciales (…)” 4.
Gráficamente:
4 FONT GALÁN, Juan Ignacio, y MIRANDA SERRANO, Luis María; Competencia desleal y antitrust:
sistema de ilícitos, Marcial Pons, Madrid – Barcelona, 2005, p.11, en nota 4 (con énfasis en el
original; referencias omitidas). La Resolución del Tribunal del INDECOPI en Telefónica del Perú
S.A.A. c. Mactel Electrónica E.I.R.L., (2006) TDC 347, cita este mismo pasaje con una selección un
poco diferente en su n. III.1. Cfr. el cuadro similar de FIKENTSCHER, loc. cit.
5 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 119 (los énfasis son añadidos).
6 Cfr. FIKENTSCHER, Recht und wirtschaftliche Freiheit…, cit., p. 57, para quien libertad y lealtad,
“aunque formalmente contrapuestas, tienen que integrarse en un objetivo común”.
7 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 119. Cfr. la función de asegurar el “si” de la libertad
económica misma que le asigna FIKENTSCHER, Recht und wirtschaftliche Freiheit…, cit., p. 56.
8 Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. 1, p. 119. Cfr. la función de control del “cómo” se
ejerce la libertad económica que señala FIKENTSCHER, Recht und wirtschaftliche Freiheit…, cit., p. 56.
9 FONT/ MIRANDA, Competencia…, cit., pp. 39-43. En mi opinión, esta teoría carece completamente de
términos que la presente Ley establece para las conductas prohibidas, de los actos de competencia
desleal siempre y cuando concurran las siguientes circunstancias: a) Que ese acto de competencia
desleal distorsione gravemente las condiciones de competencia en el mercado. b) Que esa grave
distorsión afecte al interés público”. Vid. ROBLES MARTÍN-LABORDA, Antonio; “Libre competencia y
competencia desleal: de nuevo sobre el art. 7 LDC”, en FONT/ PINO, cit., pp. 235-245. También
MÁRQUEZ, “Falseamiento…”, cit.; SAINZ, “El Derecho de la competencia desleal”, cit., p. 34
(especulando erróneamente sobre su posible admisión en el Perú bajo el inc. f del art. 5 LLC ant.).
11 Otra vez, el art. 15.2 de la LCD es. parece responder a esta idea; de hecho, la ha inspirado en no
poca medida: “Tendrá también la consideración de desleal la simple infracción de normas jurídicas
que tengan por objeto la regulación de la actividad concurrencial”. Vid. en SAINZ, “El Derecho de la
competencia desleal”, cit., pp. 34-35, donde traza el origen de la doctrina en una SAP de Barcelona
del 1 de diciembre de 2004. En mi opinión, la norma de la LCD es. se refiere más bien a la infracción
de las normas de ordenación del comercio interior (días y horas de atención, zonas restringidas a
ciertas actividades, etc.). A la misma conclusión llega PALAU RAMÍREZ, Felipe; Descuentos
promocionales. Un análisis desde el Derecho contra la competencia desleal y la normativa de
ordenación del comercio, Idelco – Marcial Pons, Madrid – Barcelona, 1998, pp. 110 y 133.
Digo que tales “puentes” refuerzan la idea de fractura porque sólo hacen falta allí
donde naturalmente media una profunda sima o abismo, no una fluida continuidad.
113. Trasfondo de la teoría dualista mayoritaria.
Este planteamiento “dualista” de la conformación del Derecho de la competencia
tiene, en mi opinión, al menos tres órdenes de explicaciones:
1) históricas;
2) legales y administrativas; y
3) constitucionales
Las razones probablemente más determinantes están en el primer orden de
explicaciones, es decir, en el distinto origen histórico de cada uno de los dos ámbitos
comúnmente reconocidos del Derecho de la competencia12.
En efecto, el antecedente más remoto del Derecho de la competencia desleal está
en los reglamentos gremiales del Antiguo Régimen, que no fomentaban,
precisamente, sino más bien limitaban la competencia13. Su primera elaboración
“moderna” (ya con un reconocimiento general de la “libertad de comercio e
industria”) se halla en la jurisprudencia francesa del s. XIX, basada en la
responsabilidad general por daño injusto del art. 1382 CC fr.14
De esa misma evolución proviene la primera Gesetz zur Bekämpfung des unlauteren
Wettbewerbs (UWG) alemana15, de 1896, antecedente de la UWG del 7 de junio de
1909, que introdujo por primera vez llamada “cláusula general” de deslealtad:
“A quien en el tráfico de los negocios con fines de competencia emprende
acciones que atentan contra las buenas costumbres pueden serle
demandadas la cesación y la reparación”16.
La Conferencia de La Haya de 1925 hizo lo propio en el nuevo art. 10bis CUPPI:
“Constituye acto de competencia desleal todo acto de competencia contrario a
los usos honestos en materia industrial o comercial”.
12 Cfr. FIKENTSCHER, Recht und wirtschaftliche Freiheit…, cit., pp. 51-55, centrado casi exclusivamente
en la evolución del ordenamiento alemán.
13 FONT GALÁN, Juan Ignacio; Constitución económica y Derecho de la competencia, Tecnos, Madrid,
1987, pp. 70-77. Vid. también las irónicas referencias de Alfredo BULLARD en el Prólogo a PASQUEL/
PATRÓN/ PÉREZ-COSTA, El Derecho de la competencia…, cit., pp. 11-19, fustigando (no siempre con
suficiente motivo) la supervivencia de este espíritu “corporativista” e incluso “cartelizador”, mediante el
llamado “modelo profesional” de la competencia desleal, en alguna jurisprudencia actual.
14 VICENT CHULIÁ, Introducción…, cit., p. 655. Con esta línea jurisprudencial aparece la acción de
cesación, remedio principal, en la práctica, del Derecho de la competencia desleal, así como el
planteamiento “privatista” del Derecho de la competencia desleal y su administración por los
tribunales ordinarios, a que me referiré más adelante.
15 “Ley para la persecución de la competencia desleal”. Cfr. FIKENTSCHER, Recht und wirtschaftliche
Freiheit…, cit., p. 51; FONT, Constitución económica…, cit., pp. 91 y 94; SAINZ, “El Derecho de la
competencia desleal”, cit., pp. 30-31.
16 § 1 UWG de 1909 (la UWG actualmente vigente es de 2004): “Wer im geschäftlichen Verkehre zu
Zwecken des Wettbewerbes Handlungen vornimmt, die gegen die guten Sitten verstoßen, kann auf
Unterlassung und Schadensersatz in Anspruch genommen werden”.
FACULTAD DE DERECHO 221
Versión de mayo de 2015
§113 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
17 FIKENTSCHER, Recht und wirtschaftliche Freiheit…, cit., p. 51. Se discute con (quizá excesivo)
apasionamiento cuál es el bien jurídico protegido en el Derecho de la competencia desleal por la
“cláusula general”. Cuanto más se consideren los intereses de todos los partícipes en el tráfico y de
toda la comunidad, tanto más fácilmente hallará un contraste con las buenas costumbres, honestidad
o buena fe. Vid. FIKENTSCHER, op. cit., p. 52. Nuestra cláusula general de deslealtad (art. 6.2 LCD) no
toma como criterio las “buenas costumbres” ni la “honestidad”, sino la “buena fe” en el mercado, que
debe interpretarse en sentido objetivo, esto es, como norma o estándar de conducta objetivamente
exigible conforme a las circunstancias (entre ellas, al entorno institucional de la economía), sentido, si
no idéntico, muy semejante al que menciona el autor en p. 52, citando a Baumbach y Hefermehl. Con
ello, nuestro Derecho positivo se ha puesto fuera del alcance de la crítica que, sobre la base de su
propia legislación, basada en el estándar de las “buenas costumbres”, dirige el autor a quienes en
Alemania consideraban íntegramente sometidas a la UWG todas las conductas que más tarde
vinieron a ser reprimidas por la GWB (pp. 57-60), notablemente a propósito del célebre “caso de la
gasolinera de Benrath” resuelto por el Tribunal Imperial en 1931 (RGZ 134, 342).
18 Sobre el Derecho antitrust estadounidense, con una útil y muy clara panorámica, vid. GARCÍA
trade or commerce among the several States, or with foreign nations, is declared to be illegal” (énfasis
inverso añadido).
20 221 US 1 (1911)
28 Art. 1 LCD: “La presente Ley reprime todo acto o conducta de competencia desleal que tenga por
efecto, real o potencial, afectar o impedir el adecuado funcionamiento del proceso competitivo”; art.
7.2 LCD: “Tampoco será necesario acreditar que dicho acto genere un daño efectivo en perjuicio de
otro concurrente, los consumidores o el orden público económico, bastando constatar que la
generación de dicho daño sea potencial” (énfasis añadidos).
29 La LRCA vigente distingue dos grupos de ilícitos, según dos umbrales de represión distintos: los
sujetos a “prohibición absoluta” (arts. 8 y 11.2 LRCA), ilícitos sancionados como meramente de
conducta (o de peligro abstracto), y los de “prohibición relativa”, para cuya sanción el art. 9 LRCA
exige peligro concreto. La situación era distinta bajo el art. 3 LLC ant., que exigía el mismo umbral de
represión para todas las conductas anticompetitivas como ilícitos de resultado: “Están prohibidos y
serán sancionados, de conformidad con las normas de la presente Ley, los actos o conductas,
relacionados con actividades económicas, que constituyen abuso de una posición de dominio en el
mercado o que limiten, restrinjan o distorsionen la libre competencia, de modo que se generen
perjuicios para el interés económico general, en el territorio nacional”. Los arts. 5 (abuso de posición
de dominio) y 6 (prácticas restrictivas) LLC ant. sancionaban también la “tentativa”, si el resultado no
verificado hubiera podido verificarse (peligro concreto). El uso del art. 3 LLC como tipo básico único
del ilícito antitrust, del que los arts. 5 y 6 LLC eran simples concreciones, fue acogido por el
INDECOPI en su Resolución del 4 de junio de 2004, en Central Unitaria de Trabajadores del Perú
(CUT) y Javier Diez Canseco Cisneros c. AFP Horizonte, AFP Integra, AFP Unión Vida, Profuturo
AFP y Asociación de las AFP, (2004) TDC 225, n. IV.1 de la parte considerativa.
30 FONT/ MIRANDA, Competencia…, cit., p. 60.
32 Sobre la proximidad semántica, sin llegar a la perfecta sinonimia, de los términos castellanos
“competencia” y “concurrencia”, y su posible explotación en la discusión académica, vid. la larga nota
al pie n. 1 en FONT, Constitución económica…, cit., pp. 23-25.
33 TORRES VÁSQUEZ, Aníbal; Introducción al Derecho. Teoría general del Derecho, 3ª ed., Idemsa,
35 Terminología tomada de Aurelio Menéndez (La competencia desleal, Civitas, Madrid, 1988, texto
que no he podido consultar directamente), como ocurre también con KRESALJA, Baldo; “Comentarios
al Decreto Ley 26122 sobre represión de la competencia desleal”, en 47 Derecho (1993), pp. 13-86
(pp. 16-21). Cfr. también SAINZ, “El Derecho de la competencia desleal”, cit., pp. 25-33. URÍA, Rodrigo.
Derecho Mercantil, 26ª ed., Marcial Pons, Madrid – Barcelona, 1999, pp. 134-135 (n. 115).
36 Una somera descripción de la evolución de la legislación peruana sobre la competencia desleal
puede verse en DURAND CARRIÓN, Julio; Tutela jurídica del consumidor y de la competencia, San
Marcos, Lima, 1995, pp. 147-165.
37 Cfr. KRESALJA, “Comentarios…”, cit., p. 36. POSADO DE SAN ANTONIO, Miryam; “Los presupuestos
económicos del Derecho de la competencia”, en ORTIZ/ COHEN, Derecho de la competencia…, cit., pp.
29-36.
38 KRESALJA, “Comentarios…”, cit., pp. 80-81. BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO, Alberto; “Significado de la
40 (2006) TDC 347, n. III.2, párr. 6º, con referencia al art. 1 LRDC ant., cuyo referente era “la libre
competencia en las actividades económicas”.
41 SAINZ, “El Derecho de la competencia desleal”, cit., pp. 31-33; cfr. FIKENTSCHER, Recht und
wirtschaftliche Freiheit…, cit., pp. 52-53 (aunque no usa la terminología del “modelo social”, etc.).
42 (2006) TDC 347, n. III.1, párr. 6º (con énfasis en el original). He omitido entre paréntesis la palabra
“publicitaria” para hacer más evidente la adecuación del mismo razonamiento del Tribunal para incluir
en el ámbito de la LRCD ant. no sólo la LPDC ant., sino también la LLC ant. El art. 6 LRCD ant.
228 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §117
corresponde con el art. 6.2 de la nueva LCD. La inclusión de los ilícitos publicitarios ex LPDC ant. en
el ámbito de aplicación de la LRCD ant. que propugnaba el TDC en este pronunciamiento ha sido
expresamente consagrado en el art. 6.1 LCD, y desarrollada en sus arts. 16 a 23.
43 El art. 1 LRCD ant. era aún más claro, pues declaraba que dicha ley tenía “por objeto evitar,
los productos y servicios con los cuales concurren al mercado49. Ahora bien, es
obvio que en una economía social de mercado la actuación descrita puede y suele
representar una pérdida de oportunidades para sus competidores —esto es, un
daño—, que sin embargo no puede constituir por sí mismo ni un acto de
competencia desleal50 ni ningún otro tipo de acto ilícito, pues precisamente en ello
consiste el “proceso competitivo” cuyo “adecuado funcionamiento” pretende proteger
la LCD (art. 1)51. Como ha declarado el Tribunal de Defensa de la Competencia:
“Los agentes económicos (ofertantes) que participan en el mercado se
encuentran en constante lucha por la captación de clientes, proveedores e,
incluso, trabajadores. Esta lucha no sólo es lícita, sino además deseable y
fortalecida en un sistema de libre competencia, pues redunda en la óptima
asignación de recursos y la maximización del bienestar de los consumidores.
Ello, constituye la esencia de la competencia (…). [T]odo agente que
interviene en el mercado es consciente de la existencia de este riesgo por la
presencia de otros competidores (…). En ese sentido, todo agente también es
consciente de que las consecuencias que ello traería, es decir, la posible
pérdida de ingresos o, incluso, la posible salida del mercado, es una sanción
a la menor eficiencia”52.
Por lo tanto, en palabras de la Secretaría General de la Comunidad Andina, la
disciplina de la competencia desleal
“parte de asumir que el daño causado al competidor es un hecho lícito a
menos que dicho daño sea producido fuera de los límites de la buena fe
comercial y de las normas de corrección que deben regir las actividades
económicas. El daño producido por la natural pérdida de mercado generado
por efecto de la introducción de otro competidor en él, es lo que en doctrina se
conoce como «daño concurrencial». Este daño es lícito, es deseable y por
ello, no se penaliza. Así pues, debe distinguirse el daño generado por un acto
de competencia desleal del simple daño concurrencial”53.
El Derecho de la competencia no protege la ineficiencia; ni siquiera confiere una
tutela jurídica al competidor respecto a su clientela, sus trabajadores y proveedores
de bienes, servicios y capitales, factores que están, todos ellos, sujetos a la
dinámica del mercado, y cuya pérdida ante ofertas más atractivas procedentes de
otros competidores es un riesgo natural y previsible54. Pretender lo contrario “sería
obligar a las empresas a mantener relaciones comerciales estáticas e ineficientes,
49 Lineamientos sobre Competencia Desleal y Publicidad Comercial aprobados mediante Res. 001-
2001-LIN-CCD/INDECOPI, de 5 dejulio, n. 1.3.2, p. 5.
50 Cfr. Lineamientos…, cit., pp. 5-6.
51 Cfr. también los arts. 11.2 (licitud de ciertos actos prima facie denigratorios), 12.2 (idem de actos de
comparación y equiparación) y 15.2 (idem de ciertas interferencias en las relaciones contractuales del
competidor) LCD, cuya ratio normativa procede precisamente de la consideración positiva, en
principio, del daño concurrencial.
52 Resolución del 27 de marzo de 1998, en el caso Hotelequip S.A. c. Hogar S.A., (1998) TDC 86.
55 Ibid., p. 7.
56 Cfr. Hotelequip c. Hogar, (1998) TDC 86, cuyo texto original lleva implícita la teoría, que criticaré
más tarde, de que la única competencia leal es la basada en la eficiencia producida por el esfuerzo
propio.
57 ASINFAR c. Colombia, 1055 GO 1, loc. cit.
59 (2005) TDC 1091, art. 3º de su parte resolutiva. El precedente de observancia obligatoria aprobado
comprende un 5° numeral o inciso referido a cómo debe verificar la autoridad administrativa los
elementos objeto de imitación y su pertinencia para evaluar su posible relevancia anticoncurrencial;
omito reproducirlo aquí por su carácter más bien procedimental.
Sin embargo, (…) debe ser ejercido respetando los límites que el
ordenamiento jurídico establece.
2.- Un primer límite a la imitación consiste en el respeto que los concurrentes
en el mercado deben tener por los derechos de propiedad intelectual (…).
3.- Un segundo límite (…) consiste en el “deber de diferenciación” (…) exigido
por las normas que reprimen la competencia desleal y significa que, (…) los
concurrentes tienen (…) la obligación de evitar, en observancia de la buena fe
comercial, que alguna imitación sea capaz de: i) generar confusión respecto
del origen empresarial de los bienes o servicios que colocan en el mercado,
así como sobre los establecimientos utilizados para tal fin; ii) conllevar que el
concurrente imitado no pueda diferenciarse o afirmarse en el mercado por
causa de una imitación sistemática; o, iii) significar una explotación indebida
de la reputación que corresponde a otro concurrente en el mercado (…).
4.- En particular, (…) cabe precisar que la confusión puede ser de tres tipos:
(…) La confusión directa ocurre cuando los consumidores pueden asumir que
los bienes, servicios o establecimientos de un concurrente en el mercado
guardan identidad con los que corresponden a otro concurrente (…). La
confusión indirecta ocurre cuando los consumidores pueden diferenciar
claramente bienes, servicios o establecimientos distintos, pero pueden
pensar, equivocadamente, que pertenecen al mismo concurrente en el
mercado (…). La confusión en la modalidad de riesgo de asociación ocurre
cuando los consumidores pueden diferenciar los bienes, servicios o
establecimientos de un concurrente en el mercado frente a los de otro
concurrente, pero pueden, como consecuencia de la similitud existente entre
algunos elementos que caracterizan las ofertas de ambos, considerar que
entre estos existe vinculación económica u organizativa (…).
Más allá de la violación de derechos de propiedad intelectual, está claro que el
principal límite del “derecho a imitar” está en el riesgo de confundibilidad directa,
indirecta o por asociación, o sea, en la perturbación o entorpecimiento de la
transparencia del mercado. El mismo orden de preocupaciones late en la prohibición
de la imitación sistemática, en cuanto impide indebidamente la diferenciación del
otro. Incluso cuando se dice que la imitación no debe tampoco permitir el
aprovechamiento indebido de la reputación ajena, estamos en el fondo ante el
mismo tipo de perturbación del mercado, pues para obtener un “endoso” de
reputación del otro, la imitación tiene que haber tenido previa y necesariamente, en
mi opinión, un cierto efecto de confusión o, al menos, de asociación.
Muy distinto sería el caso si se quisiera ampliar la prohibición de imitación a los
casos en de mero aprovechamiento del esfuerzo ajeno, como ocurrió en la
Resolución del TDC en el caso Estudio Caballero Bustamante SRL c. Instituto de
Investigación El Pacífico EIRL y otros60. En este caso, el denunciante imputó a los
60 (2004) TDC 445. Vid. una furibunda crítica de este fallo en EZCURRA, Huáscar; “La cláusula general
prohibitiva”, en PASQUEL/ PATRÓN/ PÉREZ-COSTA, El Derecho de la competencia…, cit., pp. 77-117. En
mi opinión, el autor yerra en algunos extremos de su crítica, que resulta excesiva, en particular, en
cuanto cuestiona la virtualidad tipificadora que tiene de por sí la cláusula general, o su capacidad de
fundamentar el juicio de deslealtad en casos meramente “análogos” y no idénticos a los tipos
específicos recogidos en la LCD. De hecho esta posibilidad la preveía explícitamente en su art. 7, in
fine, la LRCD ant., que es la norma bajo la cual se juzgó el caso y escribe el autor.
FACULTAD DE DERECHO 233
Versión de mayo de 2015
§119 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
autor, que fue abogado de los denunciados en el procedimiento, desarrolla allí con más detalle el
argumento, fundándose en algunos pasajes de los Lineamientos…, cit., como el que aparece en pp.
10-11: “La cláusula general sólo es aplicable cuando el hecho materia de denuncia no se encuentra
tipificado expresamente en la ley. Por esta razón, en aquellos casos en que las conductas
denunciadas se encuentren contenidas en alguno de los artículos de la ley, la Comisión declarará
improcedente la denuncia por infracción al artículo 6º (cláusula general) , y se pronunciará respecto
de los supuestos tipificados”.
64 (2004) TDC 445, art. 6° de la parte resolutiva.
añadir la “pequeña cláusula general” de la LRCD ant. —y pienso que la lógica del
razonamiento es perfectamente válido bajo la ley actual, que no la reproduce— es
que cuanto más se pareciera el hecho enjuiciado a uno de los tipos específicos
previstos en otras disposiciones de la Ley, tanto más fácilmente deberá considerarse
desleal bajo la cláusula general67. Pero tanto si se halla tal parecido como si no, sólo
se puede juzgar el acto como desleal si el acto encaja, más allá de toda duda
razonable, en la descripción propia de la cláusula general.
Ahora bien, si el argumento de la defensa era erróneo, el criterio conforme al cual la
Comisión y el Tribunal ampliaron la censura de deslealtad de los actos de imitación
venía a ser aun peor. Si aquél tendía, en la práctica, a vaciar de contenido a la
cláusula general, éste anulaba completamente al art. 4 LRCD ant. y el derecho a
imitar las iniciativas empresariales ajenas que no estuvieran protegidas por un
derecho de exclusiva ni tendieran a opacar la transparencia de los mercados, como
ocurría en el caso examinado. El art. 4 LRCD ant. decía:
“No se considerará como acto de competencia desleal la imitación de
prestaciones o iniciativas empresariales ajenas, salvo en lo que en esta Ley
se dispone o en lo que lesione o infrinja un derecho de exclusiva reconocido
por la Ley”.
La norma claramente establece, para los actos de imitación, un régimen peculiar, al
que no puede aplicarse sin más la posibilidad de ampliar mediante analogía los
supuestos específicamente previstos como desleales, implícita en la cláusula
general y (casi) explícita en la antigua “pequeña cláusula general”. En este ámbito,
precisamente por la intervención del “derecho a imitar” las iniciativas empresariales,
la regla es la licitud y la excepción la ilicitud de la imitación.
En ese sentido, es del todo cierto que la Comisión, y luego el Tribunal, debieron
conducirse con pies de plomo antes de ampliar los casos, concretamente, de
imitación desleal específicamente previstos en la LRCD ant. En particular, sancionar
los actos de imitación de trabajos ajenos no protegidos por derechos de propiedad
intelectual como “aprovechamiento indebido del esfuerzo ajeno” (no de su
reputación) supone ampliar el alcance reconocido a la facultad de los agentes
económicos para impedir a otros aprovechar conocimientos relativos a sus
actividades profesionales, mucho más allá de lo previsto en las normas de propiedad
industrial; supone, en definitiva, crear nuevos derechos de exclusiva en un ámbito
donde, por elección del propio legislador de la propiedad industrial, se ha decidido
67 Y no más difícilmente, como venía a decir, de modo contrario a la intuición natural (y a la simple
lógica), la defensa de los denunciados, tal como se la desarrolla en EZCURRA, “La cláusula general…”,
cit., pp. 105-106. Este argumento, aplicado así, en general, termina por vaciar prácticamente de
contenido a la cláusula general, y resulta contradictoria con la previa aceptación de la misma como
suficiente, en principio, para satisfacer las exigencias del principio de tipicidad y legalidad de las
infracciones administrativas del art. 230 LPAG. Digo “aplicado en general”, porque creo que a la
defensa no le faltaba razón en el caso concreto, pero únicamente como referido específicamente a
los actos de imitación, que estaban sometidos a un régimen especial propio fundado en el art. 4
LRCD ant. y en la lógica del sistema de protección del Derecho de la competencia desleal, y hacían
inaplicable el (en general correcto) criterio interpretativo de la Comisión y del Tribunal en ese
específico ámbito. En cualquier caso, erró al formular su argumento con excesiva amplitud, cuando
debía haber puesto el énfasis en la especificidad de los criterios de deslealtad aplicables a los actos
de imitación, según el tenor de la propia ley, y el sentido último de sus disposiciones, tal como
expongo en el texto.
FACULTAD DE DERECHO 235
Versión de mayo de 2015
§120 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
68 Vid. sobre los temas desarrollados en este apartado TOVAR MENA, Teresa; “Ámbito de aplicación
subjetivo de las normas de competencia desleal”, en www.echecopar.com (2008).
69 DRAE, voz “actividad”, 4ª acepción (las anteriores resultan claramente inaplicables).
70 Incluso aunque no tengan ningún interés en adquirirlo nunca, como puede ser el caso de los
“intermediarios ocasionales”, que actúan en el mercado con el mismo espíritu y propósito que los
empresarios, pero aprovechando sólo una única oportunidad de negocio. Así, BAYLOS CORROZA,
Hermenegildo; Tratado de Derecho Industrial, 2ª ed., Civitas, Madrid, 1993, p. 345, citando una
opinión del Prof. José Manuel Otero Lastres, tomada de una fuente que no identifica ni, por tanto, he
podido verificar directamente. Entiendo en el mismo sentido lo que afirma TOVAR, “Ámbito
subjetivo…”, cit., párr. 3° del n. 3, a la luz de la cita y ejemplos que hace por nota n. 16 ad loc.
71 Norma que, como bien apunta TOVAR, “Ámbito subjetivo…”, cit., nota n. 18, requiere urgentemente
einer Person mit dem Ziel, zugunsten des eigenen oder eines fremden Unternehmens den Absatz
oder den Bezug von Waren oder die Erbringung oder den Bezug von Dienstleistungen, einschließlich
unbeweglicher Sachen, Rechte und Verpflichtungen zu fördern”.
FACULTAD DE DERECHO 239
Versión de mayo de 2015
§121 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
76 § 2.1 UWG n. F.: “Im Sinne dieses Gesetzes bedeutet «geschäftliche Handlung» jedes Verhalten
einer Person zugunsten des eigenen oder eines fremden Unternehmens vor, bei oder nach einem
Geschäftsabschluss, das mit der Förderung des Absatzes oder des Bezugs von Waren oder
Dienstleistungen oder mit dem Abschluss oder der Durchführung eines Vertrags über Waren oder
Dienstleistungen objektiv zusammenhängt; als Waren gelten auch Grundstücke, als Dienstleistungen
auch Rechte und Verpflichtungen”.
77 BGH del 15 de enero de 2009, exp. n. I ZR 141/ 06, n. mg. 14: el concepto definido por la nueva
consumidores, que es uno de los puntos fundamentales de la reforma alemana, está más clara y
vigorosamente cubierto en nuestro país por el CPDC y demás normas del Derecho del consumo.
2) el proselitismo religioso;
3) la promoción de valores o conductas de interés general, como por ejemplo la
correcta observancia de las reglas de tránsito, etc.; y
4) el ejercicio de los derechos de información, opinión y expresión (p. ej. artística o
científica) en sentido estricto.
Pero el texto del art. 2 LCD puntualiza que no sólo son actos de competencia los que
tienen esa finalidad (deliberadamente), sino también los actos que tienen ese efecto
(objetivamente). La precisión responde a una necesidad obvia. Ya la jurisprudencia
alemana tuvo que interpretar en un sentido extensivo y objetivante el ant. § 2 UWG,
que sólo hablaba de “propósito” o “finalidad” (Ziel), de modo que la “intención”
(Absicht) de promover una oferta de servicios no tiene que ser la única ni la esencial
en la conducta, bastando que no quede completamente relegada por detrás de todos
los demás motivos79, y que en cualquier conducta empresarial objetivamente
adecuada para promover la oferta o la demanda de bienes o servicios se presume
de hecho la intención correspondiente80. Como es obvio, la nueva redacción de
dicha norma, con su noción de “relación objetiva” con la promoción de la actividad,
ha superado completamente esta dificultad.
De manera semejante, en Productos Rema S.A. c. Luz del Sur S.A. el Tribunal de
Indecopi estimó que existía un acto de competencia desleal “general” (y por lo tanto,
un “acto de competencia”, aunque no tenía el sentido “publicitario” que había
denunciado el afectado) cuando una distribuidora de electricidad repartió, con la
finalidad de prevenir accidentes eléctricos81 —finalidad, por lo tanto, que no sólo no
era “publicitaria”, sino que tampoco era meramente “concurrencial”—, unos folletos
en que aparecían los productos del denunciante, envueltos en llamas y con la marca
visible (aunque con gran dificultad)82.
Ahora bien, este elemento que se describe como “efecto objetivamente competitivo”,
al margen de la correspondiente intención subjetiva, no puede entenderse en un
sentido puramente fáctico o externo: hace falta la concurrencia de algún criterio que
permita su imputación a la persona sobre quien se pretende cargar la
responsabilidad administrativa. Esto puede ilustrarse bien, pensando en lo que falta
al incompleto razonamiento del Tribunal precisamente en el caso de Rema c. Luz del
Sur, aunque allí se dirigía más bien a determinar las condiciones en que un acto
puede tener un “propósito o efecto” específicamente publicitario, y no sólo
mencionadas en el texto. Al parecer, en el caso Warner Lambert c. Revista Además y otros, (1999) 14
TDC, resolución recaída en el Exp. n. 189-1998/CPC que no he podido consultar directamente, el
Tribunal de INDECOPI señaló que un medio de comunicación social, cuando realiza una función
informativa —uno de los casos comprendidos en el numeral 4) de la enumeración del texto—,
tampoco queda sujeto a la normativa de competencia desleal, lo que no perjudica el derecho del
afectado a perseguir las acciones civiles o penales correspondientes, de acuerdo a o establecido en
el inc. 4 del art. 2 Const. Aun así, la Sala dejó a salvo la posibilidad de sancionar a los medios de
comunicación social por actos de competencia desleal cuando infrinjan disposiciones como las que
regulan su intervención publicitaria en materia de horarios, cigarrillos, etc. Noticia tomada de TOVAR,
“Ámbito subjetivo…”, cit., nota n. 14.
82 (1996) TDC 96, rectificado en (1996) TDC 103.
86 Lineamientos…, cit., p. 9.
87 KRESALJA, “Comentarios…”, cit., p. 32.
88 Concretamente, bajo la ley derogada, la “inducción a la infracción contractual” (art. 16 LRCD ant.).
89 Panini S.p.A., Panini GmbH, Panini France S.A., Panini Brasil, Panini España S.A., Panini
Nederlands B.V., Panini UK Ltd. y Asociación Distribuidora Las Américas c. Corporación Gráfica
Navarrete S.A., Editorial Navarrete S.R.L. y Distribuidora Navarrete S.A., (1999) TDC 245, n. III.8.
90 (1997) TDC 347, n. 4 del art. 4° de la parte resolutiva.
Con todo, en el sistema de la Ley anterior la afirmación de que “se considerará acto
de competencia desleal grave el que se encuentre específicamente dirigido a alejar
o sustraer ilícitamente la clientela de un competidor” (párr. 2° del art. 5 LRCD ant.)
llevó a la doctrina a afirmar que la existencia efectiva de una “relación de
competencia” en el acto de competencia desleal tenía el efecto de abrir la puerta a
considerarlos infracciones “graves”91. Estas disposiciones han desaparecido de la
nueva LCD. Ya no hay indicación expresa de mayor gravedad por producirse la
infracción en el contexto de una relación de competencia: en todo caso, tendría que
justificarse esa mayor gravedad con base en los criterios generales de graduación
de la gravedad de las infracciones previstos en el art. 52 LCD. Tampoco hay
necesidad de que tal relación exista para que la inducción a la infracción contractual
se considere desleal: el art. 15.1 LCD se refiere en general a “otro agente
económico” donde el art. 16 LRCD ant. hablaba de “competidor”. Es más, el art. 28.2
LCD expresamente declara:
“Quien presente una denuncia de parte no requerirá acreditar la condición de
competidor o consumidor vinculado al denunciado, bastando únicamente que
se repute afectado efectiva o potencialmente por el acto de competencia
desleal que denuncia” (énfasis añadido).
Sin embargo, la relación de competencia forma parte ahora del tipo específico de
deslealtad consistente en actos de comparación indebida, parte de cuya descripción
hace referencia a una “oferta competidora” (art. 12 LCD):
“Los actos de comparación consisten en la presentación de las ventajas de la
oferta propia frente a la oferta competidora” (énfasis añadido)92.
La exigencia no deja de tener lógica, pues no parecería tener mucho sentido hacer
comparaciones con ofertas de quienes no son competidores en sentido estricto. En
todo caso, y fuera de esos supuestos específicos, la regla general es que no hace
ninguna falta establecer entre el denunciante o afectado y el denunciado o infractor
ninguna relación de competencia. Incluso, desde el punto de vista de la legitimación
activa para presentar la denuncia de parte por un acto de competencia desleal,
como dice el art. 28.2 que he citado más arriba, lo único que se exige es que el
denunciante “se repute afectado efectiva o potencialmente”; en otras palabras, no
hace falta más que el genérico “interés para obrar” que se necesita para ejercitar o
contestar una acción de cualquier tipo (art. VI TP CC).
123. La excepción de “competencia prohibida” y sus adherencias.
La otra cuestión clásica respecto del ámbito de aplicación del Derecho de represión
de la competencia desleal es la de la exclusión de su ámbito de los supuestos de
“competencia prohibida”. En realidad, la LCD vigente no dice en ninguna parte que
no deba aplicarse a los casos en los que un agente económico entre indebidamente
a un mercado al que está prohibido entrar, que viene a ser la cuestión de que me
voy a ocupar ahora. Sí lo decía el art. 2, párr. 2°, del anteproyecto 93 de 2005, que
rezaba así:
“La competencia prohibida es la actividad económica que no es posible de
acuerdo con el ordenamiento legal vigente. La Ley no es aplicable a las
conductas que constituyen competencia prohibida”.
Otro anteproyecto94 posterior, del año 2008, es aun más claro en su art. 2.2:
“Esta Ley no se aplica sobre las conductas que constituyen actos de
competencia prohibida, entendida como aquella actividad económica que, en
sí misma, no se encuentra permitida por el ordenamiento jurídico vigente. La
realización informal de una actividad económica permitida no constituye
competencia prohibida”.
Ciertamente, puede y debe considerarse implícita la exclusión de los supuestos de
competencia prohibida en el tenor del art. 1 LCD, cuando refiere la función represiva
de la Ley específicamente a las conductas que puedan “afectar o impedir el
adecuado funcionamiento del proceso competitivo”. Si de lo que se trata es de
controlar el “funcionamiento adecuado” de un ámbito sujeto, por principio, al proceso
competitivo, entonces no es objeto de la ley controlar la efectiva abstención de
competir en aquellos ámbitos en que, por estar prohibida la competencia, ni siquiera
se contempla la existencia de un proceso competitivo. En este sentido, es
indudablemente correcto distinguir95, dentro del género de la competencia ilícita, dos
especies distintas de ilícito, a saber:
1) la competencia prohibida y
2) la competencia desleal.
Toda competencia desleal, por tanto, es ciertamente ilícita, pero no toda la
competencia ilícita es desleal96.
Ahora bien, aceptado lo anterior como premisa general, debo señalar que la forma
concreta como la desarrolla y explica la doctrina —y, en parte, también la
jurisprudencia— no es del todo acertada. Y es que ese desarrollo y esa explicación
terminan considerando como de “competencia prohibida” (y por lo tanto, excluyendo
del ámbito posible de la competencia desleal) demasiados supuestos, y éstos
excesivamente variados y heterogéneos, de modo que la concepción resultante de
la competencia prohibida viene a ser en mi opinión claramente excesiva y errónea.
Así, en el caso Empresa Multinacional de Hidrocarburos E.I.R.L. (EMHI) c. Llama
proyectosSDC/ProyectoLRCD.pdf.
95 Así, aunque caen en los errores e imprecisiones que expongo a continuación en el texto,
GARRIGUES, Tratado…, cit. t. I, vol. 1, p. 286; BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual de Derecho Mercantil, cit.,
vol. I, p. 187 (en nota n. 1); BAYLOS, Tratado…, cit., pp. 327-329. En nuestro medio, MONTOYA,
Derecho Comercial, cit., t. I, p. 542; y KRESALJA, Baldo; “Comentarios…”, cit., pp. 21-22 (éste, citando
expresamente a BAYLOS).
96 BAYLOS, Tratado…, cit., p. 329.
97 (1996) TRI-SDC 53, del 18 de setiembre de 1996 (publicada en El Peruano del 3 de octubre).
Curiosamente, la resolución (n. III.1 de la parte considerativa) considera como un supuesto autónomo
de “competencia ilícita”, al mismo nivel que la “competencia prohibida” y la “competencia desleal”, la
que se realiza infringiendo derechos de propiedad industrial que confieren una exclusiva de
explotación a otro agente privado en el mercado. Otros autores y decisiones jurisprudenciales suelen
incluir tales supuestos también como de “competencia prohibida”. Así, por ejemplo, CASTILLO W ONG,
Maribel; “Competencia prohibida y competencia desleal”, en www.teleley.com/
contenlegal.php?idm=1502 (consultado el 5 de junio de 2013), n. 2.1.1, comentando la resolución del
Tribunal, los considera concretamente como de competencia prohibida “por precepto legal”.
98 KRESALJA, “Comentarios…”, cit., p. 21.
99 (1996) TRI-SDC 53, n. I (Antecedentes). La referencia a que la cuestión pertenece más bien a la
disciplina de acceso al mercado constituye, me parece, una cita no acreditada, quizás por hacerla de
memoria, de BAYLOS, Tratado…, cit., p. 328, nota n. 500. Me lleva a pensar así que este autor hace
ese comentario en un sentido que es casi exactamente contrario al que le da el Tribunal en su
resolución, pues la idea que quiere expresar BAYLOS es que no se trataría de un caso de
“competencia prohibida”, y como tal excluido a priori del ámbito de aplicación de la disciplina de la
lealtad concurrencial, sino más bien de una “regulación de acceso a un mercado” (permitido). En el
246 UNIVERSIDAD DE PIURA
Notas de Derecho Mercantil (Parte General) §123
modo de plantear el asunto dicho autor, entonces, está implícito, creo, que dados los requisitos
especiales para ello (ventaja competitiva significativa y aprovechamiento de ella para competir), la
infracción de esas regulaciones puede dar lugar a un acto de competencia desleal en la modalidad de
infracción de normas.
100 No excluyo que la Comisión y luego el Tribunal hayan adoptado el amplísimo concepto de
competencia prohibida implícito en el precedente que cito a continuación en el texto bajo la sospecha
de que la denuncia de competencia desleal pretendiera en realidad favorecer una turbia posición
monopólica de hecho (no legal, pero sí administrativamente favorecida), pues resultaba llamativo que
la denunciante fuera el único operador al que la Dirección General de Hidrocarburos había extendido
hasta ese momento la autorización ad experimentum para vender GLP automotor prevista en la 4ª DT
del D.S. 01-94-EM. De hecho, la Comisión ofició a la Comisión de Libre Competencia para que
iniciara una investigación sobre este caso, dentro del marco legal de su competencia. Sin embargo,
que esta forma de ver las cosas era realmente una convicción arraigada en los órganos resolutivos de
Indecopi en ese momento queda ilustrado por el hecho de que existiera un precedente anterior
resuelto en el mismo sentido, en el caso Asociación Peruana de Empresas Aéreas (APEA) c. Fuerza
Aérea del Perú (FAP) y Transportes Aéreos Nacionales Selva (TANS), (1994) CRCD 13.
101 (1996) TRI-SDC 53, art. 2° de su parte resolutiva. Abundan es este modo de concebir la
104 (2004) TDC 493, n. III.2 (párr. 13°). Cfr. § 20, en p. 37, supra.
105 (2004) TDC 493, n. III.2 (párr. 14°).
106 (2004) TDC 493, n. III.2 (párr. 15°).
107 (2004) TDC 493, art. 4° de la parte resolutiva. El n. 1 del precedente (del que se podría prescindir
completamente) pretende contextualizar las afirmaciones que siguen mediante una suerte de
paráfrasis (no especialmente lograda ni ilustrativa) de la cláusula general. A su vez los nn. 4 y 5 (en la
redacción definitiva que les confiere la resolución del Tribunal en Asociación GLP c. Alfa Gas, (2005)
TDC 566) se refieren específicamente a los actos de competencia desleal mediante infracción de
normas.
108 Asociación GLP c. Alfa Gas, (2005) TDC 566; Asociación GLP c. Anta Gas, (2005) CCD 15;
Quimpac S.A. c. Productos Esmi S.A.C. (Prodesmi), (2008) CCD 163.
109 Vid. § 35, en p. 79, supra.
110 Cfr. el art. 282 CdC, sobre la obligación del factor de no competir con su principal, que comento
Hurtado, Giuliana García Pflucker y Sensormax S.A.C., (2008) 704 TDC. El caso es comentado por
SAMANIEGO PIMENTEL, Percy; “Competencia del trabajador sin consentimiento del empleador.
¿Competencia desleal o competencia prohibida?”, 181 Actualidad Jurídica (2008), pp. 384-387.
115 (2008) 704 TDC, Sumilla, in fine, y nn. 32-40 y 42-44 de la parte considerativa.
125 Así, GARRIGUES, Tratado…, cit. t. I, vol. 1, p. 286; BAYLOS, Tratado…, cit., pp. 327-329; BROSETA/
MARTÍNEZ, Manual de Derecho Mercantil, cit., vol. I, p. 187 (en nota n. 1); KRESALJA, “Comentarios…”,
cit., pp. 21-22.
126 DÍEZ-PICAZO, Luis; Fundamentos del Derecho Civil patrimonial. Volumen segundo: las relaciones
jurídicas obligaorias, 5ª ed., Civitas, Madrid, 1996, p. 249: “No puede ser objeto de una obligación
negativa una omisión a la que el promitente viniera ya obligado por otra causa, como es, por ejemplo,
el cumplimiento de un deber legal”. Cfr. también ALTERINI, Atilio Aníbal, AMEAL, Oscar José, y LÓPEZ
CABANA, Roberto M.; Derecho de obligaciones civiles y comerciales, reimp., Abeledo-Perrot, Buenos
Aires, 1996, p. 28 (n. 47), citando un texto de PLANIOL donde distingue la obligación de no hacer de
los genéricos deberes de abstención (incluído el respeto a los derechos reales de los demás), porque
“cuando la obligación es de no hacer, disminuye sobre un punto concreto las facultades legales del
deudor: su obligación le impide hacer una cosa que le sería permitida según el Derecho común”
(énfasis añadido).
127 Hay dos aparentes excepciones a esta afirmación, que no lo son realmente:
caso, puede ocurrir que la actividad sólo se pueda llevar a cabo explotando o
utilizando bienes públicos, caso en el cual no hay monopolio legal, sino una especie
de monopolio natural, a favor del Estado, el cual podría (y probablemente debería)
organizar la utilización de tales bienes por parte de las empresas privadas,
emulando condiciones de competencia, mediante las oportunas concesiones
administrativas. A mi modo de ver, es así como pueden surgir, de modo
constitucionalmente legítimo, los llamados “mercados regulados” de “servicios
públicos”, esto es, en el los casos aludidos en el n. 2. En cambio, el “servicio público”
en sentido estricto, en el que es la propia actividad el objeto de la publicatio o
reserva en exclusiva a la Administración, está completamente ausente de nuestro
ordenamiento constitucional; más aun, puesto que la actividad como tal es
materialmente empresarial (organizada profesionalmente y dirigida al público), se les
aplica la absoluta prohibición de monopolios legales del art. 61 Const. De hecho, los
casos que con más claridad podrían ser calificados en nuestro país como “servicios
públicos”, en el sentido en que usan el concepto los preceptos constitucionales, son
los de salud y educación; pues bien, ambos están explícitamente permitidos a los
particulares por la propia Constitución, y englobados tanto dentro de su libertad de
empresa (art. 11 Const., para los servicios de salud; arts. 13, 15, 17 y 18 Const. para
la educación y la libertad de enseñanza) como de otros derechos constitucionales
(tales como la libertad científica, de trabajo y de iniciativa económica: incs. 8, 15 y 17
del art. 2 Const.). En esos campos se podría afirmar, como mucho, que el Estado
tiene excepcionalmente una legítima iniciativa, sin necesidad de observar
estrictamente las condiciones de subsidiariedad del art. 60 Const, pero de ninguna
manera se puede decir que se trate de ámbitos de “competencia prohibida”.
Un ejemplo del primer tipo de “servicio público” (vinculado a la explotación o
aprovechamiento de bienes públicos) ocurre con las telecomunicaciones (el espectro
electromagnético es de titularidad pública), o la distribución de energía eléctrica (los
1) La reserva al Estado (en la persona de sus institutos armados) de la adquisición, uso, posesión y
disposición de todas las “armas de guerra” (art. 175 Const.). No es excepción a lo dicho en el
texto, en primer lugar, porque aunque constituyera una verdadera excepción a la regla de fondo,
al estar contenida directamente en el propio texto constitucional, no podría resultar a su vez
inconstitucional. Pero es que además no reserva realmente al Estado la actividad empresarial que
recaiga sobre tales objetos, sino sólo su adquisición, uso y posesión: el mercado (interno) como
tal está absolutamente proscrito, al Estado y a los particulares; y en la medida en que el art. 175
Const. permite la empresa específicamente manufacturera, la permite también a los particulares.
2) La reserva al Estado de la adquisición, comercialización y elaboración industrial de la hoja de
coca. El supuesto fue directamente abordado y calificado como de “competencia prohibida
absoluta” en el caso EMHI c. Llama Gas, (1996) TRI-SDC 53, n. III.2: “Un supuesto claro de lo
que sería una competencia prohibida absoluta es el que ocurre con la compra de la hoja de coca.
A fin de combatir y controlar el narcotráfico la ley ha concedido la exclusividad en la compra de la
hoja de coca de los campesinos a una empresa del Estado. Esto quiere decir que está prohibido
competir con esta empresa en dicha compra. Si los narcotraficantes adquieren hoja de coca, la
empresa estatal no podrá denunciar un acto de competencia desleal por violación de normas,
pues no se trata de alguien que compite deslealmente, sino de alguien que no debería estar
compitiendo en dicho mercado; la sanción que corresponde no es pues una multa por
competencia desleal, sino que las autoridades competentes impidan que siga desarrollando la
actividad en el mercado. Este caso se encuentra, obviamente, fuera del campo de acción de la
Comisión”. Vid. también los Lineamientos…, cit., p. 31 (n. 2.4.1)). Ahora bien, eso mismo
demuestra que no es verdaderamente un monopolio (más exactamente, un monopsonio) legal
reservado al Estado sobre un objeto de lícito comercio, sino una salida excepcionalmente lícita
para lo que en casi todos los demás casos sería un delito de tráfico ilícito de drogas (art. 296 CP).
FACULTAD DE DERECHO 253
Versión de mayo de 2015
§123 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
cables de luz tienen que pasar por las vías públicas128). La técnica de la concesión
implica que en realidad la materia no forma parte de la libertad de empresa, sino que
pertenece originariamente al Estado, pero éste permite a los privados ejercer la
actividad en condiciones de igualdad, emulando condiciones de competencia (de
hecho, tiene que haber competencia en el acceso a la concesión, mediante licitación
o concurso público). Pero hablando con propiedad, no hay aquí derecho a competir:
la competencia está prohibida, y el mercado existe solo en la medida en que lo crean
artificialmente los mecanismos administrativos de concesión. Sin embargo, es
importante entender qué fase de la actividad entra en el campo de la competencia
prohibida: la del acceso mediante la concesión, y sólo ella. Una vez obtenida la
concesión, sin embargo, la observancia de las reglas de competencia, sea ésta
entendida en sentido estricto, con los otros concesionarios (si los hay), o en el
sentido amplio de la concurrencia con los demás agentes económicos y
consumidores, sí que puede y debe ser controlada, en su caso, mediante las normas
de represión de los distintos ilícitos concurrenciales.
Por lo que se refiere a los casos contemplados en el n. 4 (bienes inmateriales en
régimen de propiedad intelectual), hay que decir en primer lugar que, aunque se
tratase de “monopolios legales” —como suele caracterizar estos derechos en un
sentido amplio la doctrina, cosa que es discutible si se toman los términos en un
sentido más estricto—, se trataría de casos específicamente amparados por el inc. 8
del art. 2 Const., cuando reconoce el derecho de “propiedad” de los “creadores”
intelectuales, artísticos, técnicos y científicos sobre esas mismas “creaciones” y “a su
producto”. Dicho esto, hay que hacer algunas distinciones relevantes a este respecto
entre los diferentes derechos de propiedad intelectual. En primer lugar, la violación
de los derechos de propiedad industrial sobre signos distintivos (marcas, lemas y
nombres comerciales, e incluso denominaciones de origen), en cuanto constituyen
comportamientos intrínsecamente aptos para causar confusión en el consumidor y
restar transparencia al mercado, no sólo no son competencia prohibida, sino que
constituyen el ejemplo más genuino y original de competencia desleal. Ello no
impide que su control esté encomendado a órganos de Indecopi especializados
(concretamente, a la Dirección de Signos Distintivos), distintos de la Comisión de
Represión de la Competencia Desleal y sus delegadas, que deben inhibirse. Pero en
el sistema de nuestras leyes reguladoras del mercado, el sentido de esta peculiar
distribución de competencias se explica también por el hecho de que el Derecho de
la propiedad industrial tutela en una medida mucho más amplia que el de la
competencia los intereses exclusivamente particulares de los titulares de esos
derechos, intereses del mismo tipo de los que intervienen en todo mecanismo de
defensa de la propiedad privada. Como veremos en seguida, la protección de
intereses exclusivamente individuales está excluida del ámbito de aplicación de la
LCD. Precisamente, la violación de los demás derechos intelectuales (derecho de
autor y derechos conexos y derechos de propiedad industrial sobre invenciones y
diseños de aplicación industrial) no está entre los supuestos de competencia
128 Lo dicho en el texto no se aplicaría a la actividad empresarial de transporte público, porque las
vías públicas no son sólo bienes de dominio público, sino incluso de uso público, y precisamente para
transitar por ellas. Por esa razón, creo que su uso no puede depender de ninguna concesión
administrativa. Y no se puede decir que ello sería permisible para permitir su explotación empresarial,
porque, al menos en el caso del transporte, el empresario haría uso de ellas precisamente en la
misma forma en que tienen derecho a hacer uso de ella todos los ciudadanos.
prohibida, sino que en todo caso deben quedar fuera del ámbito de aplicación de la
LCD por esa última causal (protección de intereses exclusivamente individuales).
En algunos países, especialmente europeos, se ha planteado el problema
denominado de la “paracomercialidad”, como una forma –como mínimo– de
competencia desleal, pero que (para sus partidarios) lo deseable sería que
constituyera un capítulo específico de “competencia prohibida” expresamente129. Se
trata de la explotación de una empresa por entidades dedicadas a actividades
altruistas o sin fines de lucro, en perjuicio potencial de los “comerciantes regulares”
que concurren en el mercado correspondiente. En mi opinión este pretendido
problema constituye un falso dilema. Salvo específica regulación legal en contrario,
todo el mundo puede llevar a cabo cualquier actividad empresarial; es más, la
exclusión legal tendría que estar justificada constitucionalmente, porque, como la
libertad de empresa es un derecho fundamental, no se puede limitar arbitrariamente
ni de cualquier manera. Como he expuesto en otro lugar130, en todo caso tendría que
respetarse el contenido constitucional, y el motivo de afectación tiene que ser
proporcionado y estar adecuadamente justificado. No hay ningún motivo para
impedir a ninguna persona, por muy ONG o sin ánimo de lucro que sea, que realice
actividades empresariales. Lo que pasa es que, al emprender esas actividades,
debe asumir todas sus consecuencias, incluidas las tributarias131. Nadie les puede
impedir dedicarse a la empresa por el mero hecho de no ser una de las entidades
específicamente diseñadas para realizarla, como pueden ser las sociedades
mercantiles. Es decir, la forma mercantil de determinadas personas jurídicas no
excluye a las demás personas, naturales o jurídicas, de la posibilidad de llevar a
cabo actividad empresarial. No es un requisito positivo, para poder dedicarse a la
empresa, tener forma mercantil. Eso sería incompatible con la libertad de empresa.
Sí hay algunas normas sectoriales específicas que reservan tal o cual ramo de
actividad empresarial específico a uno o algunos tipos de personas jurídicas
mercantiles. Por ejemplo, para emprender la actividad bancaria, hay que ser
sociedad anónima, contar con un capital mínimo, etc. Son exigencias específicas de
la ley que sólo pueden justificarse en determinados casos particulares. En cambio,
no hay ni puede haber norma alguna que diga que las personas que no sean
sociedades mercantiles no puedan dedicarse a ninguna empresa.
En resumen, la exclusión por competencia prohibida tendría que limitarse a la
prohibición pura y simple del propio mercado, ya sea porque interviene un monopolio
natural del Estado sobre bienes públicos (cuya explotación se encauza a través de la
técnica administrativa de la concesión), o bien porque simplemente está proscrito
llevar a cabo la actividad en cuestión: tráfico ilícito de drogas, trata de blancas,
comercio de esclavos o de órganos humanos, etc. Pero por eso mismo, este
concepto de exclusión debe ser interpretado restrictivamente, porque la regla es que
toda actividad económica que no sea contraria a la dignidad humana está permitida
(lo exige el derecho constitucional a la libertad de iniciativa económica).
124. Otras exclusiones.
Aparte de la excepción de competencia prohibida a que me acabo de referir, es
necesario reconocer la existencia de cierto número de exclusiones adicionales del
ámbito de aplicación de la LCD. En concreto, en este apartado me voy a referir a la
exclusión de:
1) las meras infracciones a la legislación general;
2) la violación de derechos e intereses de protección estrictamente individuales;
3) las llamadas infracciones de bagatela, y
4) finalmente examinaré la posibilidad de excluir los denominados abusos de
acción en nuestro ordenamiento de la competencia desleal.
Como precisó la jurisprudencia alemana ya durante la vigencia de la UWG de
1909132, no es función del Derecho de la competencia, ni por tanto de la LCD,
sancionar en general las infracciones a la legislación o al ordenamiento en general.
De hecho, las normas que imponen requisitos técnicos, medidas de seguridad, etc.,
incluso para llevar a cabo actividades empresariales privadas, tienen sus propios
mecanismos de tutela o, en su caso, los previstos con carácter general en el
Derecho Administrativo. Así pues, el mero hecho de infringir esas normas nunca
puede suponer competencia desleal por sí mismo.
Ahora bien, la propia LCD en su art. 14 (cfr. art. 17 LRCD ant.) tipifica ciertos actos
de competencia desleal por violación de normas de este tipo. Pero como se
desprende del texto mismo de la norma, dicho tipo anticoncurrencial requiere
específicamente que, además de incurrir en esa infracción, el sujeto:
1) haya obtenido una ventaja competitiva significativa, y
2) se haya valido de ella.
Para que esto pueda darse, según la jurisprudencia alemana, se requiere que la
norma infringida tenga, al menos secundariamente, una función protectora de la
competencia133: sólo así adquiriría relevancia concurrencial.
Lo anterior no se refiere únicamente a las normas técnico-administrativas: el
Derecho de la competencia tampoco tiene por función la protección de intereses
estrictamente individuales, como pueden tenerla las normas del Derecho privado
patrimonial común o incluso el Derecho del consumo134. Me refiero, también con la
132 BGH del 25 de abril de 2002, I ZR 250/ 00, BGHZ 150, 343 (trabajos eléctricos); BGH del 26 de
setiembre de 2002, I ZR 293/ 99, (2003) GRUR, 164 y (2003) WRP, 262 (reciclado de autos
antiguos); BGH del 15 de mayo de 2003, I ZR 292/ 00, (2003) GRUR, 969, y (2003) WRP, 1350
(subasta de servicios de metrología); BGH del 3 de julio de 2003, I ZR 211/ 01, (2003) GRUR, 971, y
(2003) WRP, 1347 (servicio de ofertas telefónicas); BGH del 2 de octubre de 2003, I ZR 117/ 01
(servicios de apoyo médico). Cfr. también OLG Hamm del 12 de diciembre de 2005, 4 U 145/06 (con
la nueva UWG).
133 BGH del 25 de abril de 2002, I ZR 250/ 00, BGHZ 150, 343, párr. n. 24.
134 Punto en el que éste, como ya insinué (cfr. § 117, en pp. 220 y ss., supra), se separa y distingue
137 Ejemplo tomado de SAINZ, “El Derecho de la competencia desleal”, cit., pp. 44-47, que caracteriza
el supuesto como uno de “infracción de una cláusula puzzle”.
138 SAINZ, “El Derecho de la competencia desleal”, cit., p. 46, propone la posibilidad de explorar una
posible aplicación de las normas sobre contratos a favor de tercero (cfr. art. 1457 CC); en mi opinión,
un camino más seguro sería el ejercicio, respecto de los derechos del organizador de la red, de la
acción subrogatoria u oblicua regulada en el inc. 4 del art. 1219 CC.
139 Aunque también aquí existiría la posibilidad, aún más excepcional, de aplicar la conocida doctrina
del levantamiento del velo de la personalidad jurídica para alcanzar en sede de puro Derecho privado
la satisfacción del interés lesionado.
140 En el mismo sentido, en cuanto al resultado, SAINZ, “El Derecho de la competencia desleal”, cit.,
pp. 46-47.
141 En ese sentido, no comparto completamente la distinción de SAINZ, “El Derecho de la competencia
desleal”, cit., p. 44, a propósito del art. 15 de la LRCD ant., para quien la deslealtad de este acto no
tendría en realidad nada que ver con la infracción del contrato, sino con el interés general en
preservar el secreto ajeno. En mi opinión, es cierto que no basta para fundamentar el carácter de acto
de competencia desleal la violación del interés privado del acreedor de la obligación de
confidencialidad, sino que es necesario que de alguna manera se vea afectado el interés general;
pero al mismo tiempo está claro que tal acto nunca podría comprometer ese interés general si, previa
y simultáneamente, no existiera el deber de confidencialidad como obligación concreta a favor de un
concreto titular, como también manifiesta el tipo legal del art. 13 LCD (y manifestaba el del art. 15
LRCD ant.) al requerir que la divulgación o explotación se haga “sin la autorización de su titular”.
FACULTAD DE DERECHO 259
Versión de mayo de 2015
§124 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
Otro conjunto de conductas excluidas del control bajo la LCD es naturalmente lo que
los alemanes denominan infracciones de bagatela (Bagatellverletzungen), esto es,
aquellos actos que, reuniendo por lo demás los elementos constitutivos de un acto
de competencia desleal, no superan sin embargo el umbral mínimo de protección
que la Ley pretende establecer. En Alemania, el ant. § 3 UWG estaba redactado en
términos que excluían la posibilidad de condenar al demandado por actos de
competencia desleal que sólo hubieran causado al demandado perjuicios
“negligibles” (unerheblich, “banales, insignificantes”). La idea era perseguir sólo
medidas concurrenciales de cierto peso, de modo que una infracción sería
considerada “bagatela” siempre que no tuviera efectos dignos de mención en la
libertad de oferta de los competidores, o en la libertad de elección de los
consumidores. Ahora bien, aunque la nueva redacción del § 3.1 UWG habla más
bien de perseguir únicamente los actos que causen perjuicios “sensibles” (spürbar,
“notables, perceptibles”), todo parece indicar que se trata simplemente de una
modificación de estilo (para evitar una doble negación), permaneciendo inalterado el
concepto subyacente142.
Ahora bien, el modelo alemán resulta un término de comparación inapropiado
precisamente a la hora de determinar el umbral de protección relevante. Esto es en
gran medida consecuencia de las profundas diferencias de carácter que median
entre la regulación de la competencia desleal que hace nuestra legislación y la
alemana. En concreto, mientras que en Alemania la competencia desleal se regula
como fundamento de una pretensión privada de indemnización y cesación, a
iniciativa de parte, y en virtud de un mínimo resultado efectiva o inminentemente
dañoso, nuestra legislación configura el ilícito desleal con carácter general como:
1) una infracción administrativa,
2) perseguible de oficio,
3) de carácter objetivo, y
4) de mero peligro143.
Esto último se deduce con claridad del art. 7.2 LCD:
“Tampoco será necesario acreditar que dicho acto genere un daño efectivo en
perjuicio de otro concurrente, los consumidores o el orden público económico,
bastando constatar que la generación de dicho daño sea potencial”.
Daño “potencial” significa tan sólo aquél que puede producirse. La ilicitud del acto no
depende, por tanto, de que se verifique un daño o perjuicio a la competencia, o a los
competidores, otros empresarios o consumidores, sino meramente de que la acción
sea adecuada para producir tal daño144. La lucha contra la competencia desleal no
sería eficaz si no pudiera prevenir las incorrecciones en la pugna concurrencial145,
interviniendo incluso antes de que el daño se verifique o sea inminente. Pero el
142 Así, el BGH del 15 de enero de 2009, exp. n. I ZR 141/ 06, n. mg. 21, al utilizar ambas expresiones
como intercambiables.
143 SAINZ, “El Derecho de la competencia desleal”, cit., p. 48.
144 Ibid.
145 GARCÍA MENÉNDEZ, Sebastián Alfredo; Competencia desleal: actos de desorganización del
peligro de que se habla, ¿es un peligro concreto o basta con el mero peligro
abstracto? En mi opinión todo el contexto de la represión administrativa de la
competencia desleal apunta con claridad a que se trata de lo segundo, esto es, la
mera aptitud de la conducta para que, si se repite o se generaliza, generar daños
significativos a otros partícipes en el mercado o al propio sistema de competencia
practicable institucionalizado.
Ahora bien, que el umbral de ilicitud sea por regla general el de peligro abstracto no
impide que para determinados tipos particulares de actos de competencia desleal se
puedan establecer otros umbrales más exigentes, como ocurre concretamente con
los actos de competencia desleal por infracción normativa, que a tenor del art. 14.1
LCD (cfr. ya el art. 17 LRCD ant.) requieren la obtención por el infractor de una
“ventaja significativa” y su aprovechamiento, lo cual constituye ya, sin duda, un
concreto “resultado”, aunque no necesariamente suponga un “daño” (por lo que
viene a ser, en mi opinión, más bien un ilícito de peligro concreto). Haciendo a su
vez excepción a esta excepción, el art. 14.3 LCD sanciona la mera actividad
empresarial pública ilegal, sin requerir la presencia de la consabida “ventaja
significativa”.
Por otro lado es importante precisar para qué efectos es relevante el umbral de mero
peligro que acabo de señalar: para la orden de cesación del acto y para su sanción
administrativa (multa). Evidentemente el mero peligro no puede justificar la condena
a pagar daños y perjuicios, cuyo presupuesto ineludible es siempre la existencia de
un daño cierto, que deberá ser materia de prueba satisfactoria en sede judicial. Lo
mismo cabe decir (aunque éstas sí se han de ventilar en sede administrativa) de las
medidas correctivas que, como su nombre indica, requieren un concreto efecto
anticoncurrencial que sea necesario corregir.
Un último supuesto en el que se pone la UWG alemana, y que resulta ilustrativo
examinar en el contexto de nuestro ordenamiento, es el del abuso de las acciones
de competencia desleal. Concretamente, el § 8.4 UWG dispone:
“El ejercicio de las pretensiones descritas en el párrafo 1 es improcedente
cuando, atendiendo a todas las circunstancias, resulta abusivo, en especial
cuando sirve preponderantemente al intento de hacer nacer una pretensión al
resarcimiento de costas o costos procesales contra el infractor”146.
Hay en Alemania copiosa jurisprudencia sobre esta disposición147, o su antecedente,
el § 13.5 UWG de 1909, en la redacción que le dio una reforma de 1986. Mas la
configuración técnica de los ilícitos desleales en nuestro país es notoriamente
distinta, como repetidamente hemos ido comprobando. No sólo el umbral de
protección es diferente, sino que la inicitativa de la persecución es en nuestro
ordenamiento directamente pública, y no privada, como allá. El “abuso de acción”
alemán acepta y presupone que, aunque sí hay infracción (o, mejor dicho, la hubo),
146 “Die Geltendmachung der in Absatz 1 bezeichneten Ansprüche ist unzulässig, wenn sie unter
Berücksichtigung der gesamten Umstände missbräuchlich ist, insbesondere wenn sie vorwiegend
dazu dient, gegen den Zuwiderhandelnden einen Anspruch auf Ersatz von Aufwendungen oder
Kosten der Rechtsverfolgung entstehen zu lassen”.
147 Vid. por todos, RENNER, Cornelius; “Abmahnung – Blaues Auge oder Beinbruch? Die
el propósito real del denunciante (con la dificultad de prueba que ello conlleva) es a
su vez crear un costo, obstáculo o contratiempo que perjudique al competidor de
manera desproporcionada a la entidad o dimensión de su propia infracción. Cuando
el interés y la legitimidad de la persecución del ilícito es directamente público, no es
tan sencillo desestimar a limine el procedimiento por un presunto abuso de acción
del denunciante. Éste, en sentido estricto, ni siquiera es propiamente “parte” en el
procedimiento. Esto hace, en mi opinión, que sea imposible considerar el abuso
ostensible de la acción como una exclusión implícita, aunque podría ser tenida en
cuenta para denegar o limitar las medidas correctivas o la condena de costos y
costas solicitada. En todo caso, en supuestos de ese tipo, quien haya sido
denunciado abusivamente podría recurrir a la responsabilidad civil por denuncia
temeraria (art. 58.2 LCD; art. 7 D. Leg. 807) —que más bien presupone que no
había infracción ni motivos razonables para suponerla—, o a la norma de derecho
común que proscribe el abuso del derecho con alcance general (art. II TP CC).
125. Ámbito de aplicación territorial.
El art. 4 LCD define así su ámbito de aplicación territorial:
“La presente Ley es de aplicación sobre cualquier acto de competencia
desleal que produzca o pueda producir efectos en todo o en parte del territorio
nacional, aun cuando dicho acto se haya originado en el extranjero”.
Esta norma supone un cambio de perspectiva respecto del art. 3 LRCD ant., según
el cual las autoridades peruanas competentes sólo reprimían los actos de
competencia desleal que se realizaran en el Perú, o si se realizaban en el extranjero,
sólo cuando estaban conectadas a la importación de bienes al Perú, y se
manifestaban en ese momento148. Bajo la nueva Ley, el lugar de comisión de la
conducta es indiferente, siempre que sus efectos se manifiesten o puedan
manifestarse dañosamente en el Perú. Como dice la EM del primer proyecto de la
LCD, “la aplicación de la legislación sobre represión de la competencia desleal
centra el análisis en el ámbito geográfico sobre el cual pueden tener efectos los
actos de competencia desleal que realizan las empresas, independientemente de
que [éstas] sean nacionales o extranjeras”.
En realidad, la nueva Ley contiene a la vez una ampliación (se reprimirán también
actos realizados en el extranjero que de cualquier manera produzcan o puedan
producir efectos en el Perú, y no sólo a través de una operación de importación de
bienes) y una reducción (no se sancionarán los actos cometidos en el Perú, pero
cuyos efectos sólo se produzcan o puedan producirse en el extranjero 149) del ámbito
territorial de la represión de la competencia desleal bajo la Ley peruana.
Por otro lado, la nueva Ley silencia completamente la exclusión expresa que hacía la
LRCD ant. de las prácticas de importación a precios de dumping o con subsidios
públicos (por referencia al D.S. 133-91-EF, única norma que regía entonces la
materia). Puesto que la nueva Ley de Organización y Funciones del Indecopi,
aprobada por D.Leg. 1033, muy poco antes de la promulgación y publicación de la
149
Cfr. sin embargo lo previsto en la DF 3ª, en orden a la colaboración en la investigación de actos de
competencia desleal cometidos desde el Perú, pero con efectos en países extranjeros con los que
nuestro país mantiene acuerdos comerciales o de integración.
150 También para KRESALJA, “Comentarios…”, cit., p. 31, en nota n. 4, valerse del dumping y subsidios
constituye un “clásico” acto de competencia desleal en el comercio internacional.
151 KRESALJA, “Comentarios...”, cit., pp. 25 (antecedentes de Derecho comparado) y 35.
V. PUBLICIDAD DESLEAL
128. Generalidades.
Según he explicado ya, las reglas de la publicidad comercial pertenecen al ámbito
del Derecho de la competencia desleal, en cuanto Derecho de la competencia
“general”. De hecho, la LCD incorpora íntegramente en su propio texto la materia
que antes regulaban por separado las “Normas de la Publicidad en Defensa del
Consumidor” aprobadas por D. Leg. 691 (LPDC), y su Reglamento, el D.S. 020-94-
ITINCI (RPDC). La LCD dedica el Subcapítulo IV (arts. 16 a 18 LDC, sobre las
infracciones publicitarias mismas) del Capítulo II del Título II y todo el Título III (arts.
19 a 23 LDC, sobre sus criterios de evaluación) a regular casi toda la materia, con
algunas otras disposiciones (en especial el art. 59 LCD, cuyas definiciones sólo son
aplicables al ámbito publicitario) dispersas en diversas partes de su articulado. Los
Lineamientos sobre Competencia Desleal y Publicidad Comercial, aprobados153 bajo
la legislación anterior por la CCD del Indecopi, no sólo resultan muy ilustrativos, sino
que pueden seguir teniendo cierta indirecta función interpretativa e integradora de
lagunas normativas (cfr. art. 9 D. Leg. 807)154.
Todo ilícito publicitario es un acto de competencia desleal, mas no todo acto de
competencia desleal será un ilícito publicitario, ni siquiera aunque se sirviera de
medios “publicitarios” (en sentido amplio) para su comisión. Como dijo el Tribunal de
Defensa de la Competencia en Telefónica c. Mactel, “cualquier vulneración del
principio de lealtad publicitaria devendrá necesariamente en un acto de competencia
desleal, que contará con la particularidad de haberse materializado en el terreno
publicitario”155. De todos modos, tienen ciertas especialidades vinculadas al medio
de comisión, incluyendo algunas reglas particulares de aplicación.
La represión de los actos de competencia desleal cometidos mediante la actividad
publicitaria o ilícitos publicitarios gira alrededor de:
1) el concepto de anuncio o acto de publicidad comercial, por un lado, y
2) los posibles sujetos responsables de los ilícitos publicitarios (anunciante, agencia
de publicidad y medio de difusión), por otro.
129. Noción de publicidad comercial.
La LPDC ant. carecía de una definición operativa de “publicidad comercial”. En
cuanto a “anuncio”, simplemente decía que la palabra debía entenderse en su más
amplio sentido (cfr. párr. 2º del art. 1 LPDC ant.), refiriéndose a la irrelevancia de los
medios de difusión empleados. Este vacío lo cubrió el Tribunal de Defensa de la
Competencia en el caso Rema c. Luz del Sur156. Rema, fabricante de enchufes,
153 Lineamientos…, cit.; los lineamientos sobre publicidad comercial se recogen en el n. 3, pp. 34 y ss.
154 Vid. también el ABC de preguntas y respuestas sobre la regulación publicitaria encargado por la
Comisión y disponible en <www.indecopi.gob.pe/destacado-competencia-comisiones-ccd-inforUtil>.
155 (2006) TDC 347, n. III.1, párr. 7º.
denunció por publicidad denigratoria (art. 7 LPDC ant.) a Luz del Sur, distribuidora
de electricidad, por los hechos que ya he mencionado más arriba157. El Tribunal
desestimó la denuncia por ilícito publicitario y halló, en cambio, un acto de
competencia desleal “general”, basándose en la siguiente definición jurisprudencial
de “publicidad comercial”:
“[C]onstituye publicidad comercial cualquier forma de comunicación pública
que tenga por finalidad o como efecto fomentar, directa o indirectamente, la
adquisición de bienes o la contratación de servicios, captando o desviando las
preferencias de los consumidores”158.
No hay que hacer mucho esfuerzo para reconocer aquí la clara impronta de la Ley
General de Publicidad española que, de hecho, cita la propia Resolución159:
“toda forma de comunicación realizada por una persona física o jurídica,
pública o privada, en el ejercicio de una actividad comercial, industrial,
artesanal o profesional, con el fin de promover de forma directa o indirecta la
contratación de bienes muebles o inmuebles, servicios, derechos y
obligaciones”160.
Sustancialmente la misma definición (algo más desarrollada) ha sido recogida en el
inc. d del art. 59 LDC:
“Publicidad: a toda forma de comunicación difundida a través de cualquier
medio o soporte, y objetivamente apta o dirigida a promover, directa o
indirectamente, la imagen, marcas, productos o servicios de una persona,
empresa o entidad en el ejercicio de su actividad comercial, industrial o
profesional, en el marco de una actividad de concurrencia, promoviendo la
contratación o la realización de transacciones para satisfacer sus intereses
empresariales”.
La Comisión de Represión de la Competencia Desleal precisa, en sus
Lineamientos161, que de estas definiciones se deducen dos requisitos de la
publicidad comercial:
(i) que debe tratarse de una comunicación pública, es decir, dirigida a un público
constituido por personas indeterminadas como potenciales clientes; y
(ii) que debe tener como “propósito o efecto” fomentar en el destinatario del
mensaje el consumo o adquisición de los bienes o la contratación de los
servicios anunciados, esto es, debe ser persuasiva.
En mi opinión, en este “elenco” falta hacer explícito un tercer carácter esencial de la
publicidad comercial, que también sería necesario enumerar de manera expresa:
(iii) que el mensaje no está dirigido a cualquier público, sino específicamente a
quienes la LPDC (párr. 5º del art. 1) denominaba —a todas luces
162 Esto se deducía ya de la definición de “anuncio” del 2º párr. del art. 1 LPDC: “La palabra
«anuncio» debe entenderse en su más amplio sentido, comprendiendo inclusive la publicidad en
envases, etiquetas y material de punto de venta”. Actualmente, el inc. b del art. 59 LCD define el
“anuncio” simplemente como “la unidad de difusión publicitaria”.
163 Cfr. Tabacalera Nacional S.A. c. International Tobacco (Overseas) Ltd. – Sucursal del Perú, (1996)
CCD 100. La denunciada incluyó, dentro de las cajetillas de sus productos, unas tarjetas en las que
se procuraba inducir al consumidor a seguir adquiriendo en el futuro los referidos productos. La
Comisión calificó tales tarjetas como “anuncios” y sancionó a la denunciada por incumplir, respecto de
ellas, las normas de publicidad de productos de tabaco. Otros casos en los que se aprecia la
irrelevancia de los medios de difusión utilizados, siempre que sean aptos para hacer público el
mensaje son: Comisión c. Germán Salazar Tamayo, Clínica Día Láser y Clínica Saint Germain, (1999)
TDC 212 (páginas amarillas de una guía telefónica); Eli Lilly Interamerica Inc., Sucursal del Perú c.
Tecnofarma S.A., (1998) TDC 72 (literatura médica de soporte distribuida a profesionales de salud);
Cable Star S.A. c. Telefónica del Perú S.A.A., (1998) CCD 60 (mailing); Expreso Cruz del Sur S.A. c.
Day Cars Import S.R.Ltda., (1997) CCD 21 (facsímil).
164 Industria Nacional de Baldosas Acústicas S.A. c. A.I.S. Perú S.A. y Ventanas Listas S.A., (2000)
CCD 4. Concretamente, la Comisión consideró que eran “consumidores” para los efectos de la LPDC
las personas dedicadas a instalar los techos acústicos anunciados.
165 La LCD ha prescindido, loablemente, de la peculiar noción de “consumidor” de la LPDC, pero —y
esto no es tan loable— no la ha sustituido expresamente por ningún otro concepto en las funciones
que ella antes cumplía. Ahora toda referencia al consumidor en la LCD debe entenderse como lo
define el art. III.1 TP CPDC, o sea, en sentido estricto.
FACULTAD DE DERECHO 267
Versión de mayo de 2015
§130 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
dirige, por decirlo así, en la “línea vertical descendente” (en la dirección que va
del productor al consumidor, o sea, la de los outputs de la empresa, la de la
demanda o clientela), no la que se puede hacer en la “línea ascendente” (o sea,
en la dirección que va del productor a los factores de producción, la de los inputs;
por ejemplo, convocatorias a licitación para contratar con proveedores, ofertas de
trabajo, etc.)166. En este segundo ámbito puede ciertamente haber competencia
desleal, pero no ilícito publicitario.
Me parece que cuando la actual definición de “publicidad” (inc. d del art. 59 LCD)
puntualiza que ésta debe ser “objetivamente apta o dirigida a promover, directa o
indirectamente, la imagen, marcas, productos o servicios de una persona,
empresa o entidad en el ejercicio de su actividad comercial, industrial o
profesional” (énfasis añadidos), está tratando de perseguir exactamente los
mismos fines a que servía la noción de “consumidor” de la LPDC ant. Pero donde
queda más clara la precisión es en la definición de la “finalidad publicitaria” como
criterio de interpretación de los anuncios, recogida en el art. 21.1 LCD, donde
exige tener en cuenta que la publicidad “es un instrumento para promover en el
destinatario de su mensaje, de forma directa o indirecta, la contratación o el
consumo de bienes o servicios” (énfasis añadidos).
3) Se trata de comunicación persuasiva, es decir, desde el punto de vista del
anunciante, su finalidad es promover no sólo la imagen o la aceptación abstracta
del empresario y de sus prestaciones, sino específicamente “la contratación o la
realización de transacciones para satisfacer sus intereses empresariales” (inc. d
del art. 59 LCD).
A esto se refiere básicamente el Tribunal de Defensa de la Competencia cuando
habla de “comunicación pública que tenga por finalidad o como efecto fomentar,
directa o indirectamente, la adquisición de bienes o la contratación de servicios,
captando o desviando las preferencias de los consumidores”167. El Tribunal
justificó que, según su definición, baste un simple “efecto” publicitario en “que
pueden presentarse anuncios que, sin tener por finalidad captar o desviar las
166 Así, ESPINOZA ESPINOZA, Juan, y STUCCHI LÓPEZ RAYGADA, Pierino (Dirs.); Normas de la publicidad.
Comentarios. Precedentes jurisprudenciales, Rodhas, Lima, 2006, p. 25 (en el Com. al párr. 1° del art.
1 LPDC ant., a cargo de José Antonio BEZADA; en adelante, esta obra la citaré del siguiente modo:
ESPINOZA & STUCCHI/ AUTOR, Com. al [párr. y° del] art. xx LPDC). En contra, STUCCHI LÓPEZ RAYGADA,
Pierino; “Aplicación de los principios de licitud sobre los diferentes tipos de publicidad comercial”, en
34 I&V (2007), pp. 179-200 (p. 179): “Generalmente, se conoce a la publicidad en su manifestación
dirigida a los demandantes, reales o potenciales, de bienes y servicios que, por ser consumidores
intermedios o finales, pueden ser informados o persuadidos para realizar una transacción que les
permita realizar una adquisición. Sin embargo, también existe publicidad cuando un demandante de
bienes y servicios dirige una comunicación a oferentes reales o potenciales para lograr que éstos
decidan venderle o prestarle los bienes o servicios que requiere” (énfasis añadido). En mi opinión,
este modo de ver, que bajo la ley actual me sigue pareciendo inapropiado, era directamente contrario
a las normas positivas de la LPDC, bajo cuya vigencia escribe todavía el autor.
167 Cfr. nota n. 158, en p. 260, supra. Los énfasis son añadidos. La resolución cometía originalmente
un evidente lapsus, al incluir a continuación de “desviar” el inciso “de manera indebida” (entre comas),
el cual, si se lee literalmente, tendería a excluir del concepto de publicidad comercial precisamente a
la publicidad lícita, lo que es evidentemente absurdo. El error es tan obvio que, como dije también
más arriba, tuvo que ser expresamente rectificado por el Tribunal en (1996) TDC 103. Lo malo es que
la rectificación ha dejado redactado el precente de un modo que podría dar lugar a los problemas a
los que me refiero en el texto, y en la nota n. 170, infra.
168 Productos Rema c. Luz del Sur, (1996) TDC 96, n. III.1, párrs. 7º y 8º.
169 Cfr. notas nn. 84 y 85, en p. 235, supra.
170 Precisamente a eso se dirigía, a mi entender, la inserción de la expresión “de manera indebida” en
la redacción original del precedente adoptado en la Resolución que vengo comentando (cfr. nota n.
167, supra), pero debió hacerse de tal modo que sólo afectase al “efecto”, y no al “propósito”.
171 Lineamientos…, cit., p. 34, en nota n. 199; cfr. BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual de Derecho Mercantil,
178 (1996) TDC 96, nn. III.4 y III.5 de la parte considerativa, y art. 1º de la parte resolutiva.
179 ESPINOZA & STUCCHI/ BEZADA, Com. al párr. 1° del art. 1 LPDC, p. 28. Los anuncios mencionados
por el autor fueron realmente difundidos (los recuerdo claramente), pero no parecen haber sido objeto
de ningún procedimiento administrativo o judicial.
FACULTAD DE DERECHO 271
Versión de mayo de 2015
§132 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
Ahora bien, y antes de entrar en esa justificación, ¿por qué cambiar la definición de
la Ley anterior si permitía llegar a resultados adecuados desde el punto de vista de
la atribución de responsabilidades? La razón está en que es posible que un anuncio
promocione los productos o servicios de un empresario sin que éste haya
intervenido en absoluto, ni directa ni indirectamente, en la actividad publicitaria, ni
haya dado su autorización para la utilización de su nombre o su marca. Esto ocurrió,
por ejemplo, en el caso Academia Preuniversitaria Integral c. Academias
Preuniversitarias Cenit, La Merced y Los Profesionales183, referido a unos anuncios
que promocionaban conjuntamente los servicios de tres academias preuniversitarias,
una de las cuales pudo demostrar que ni estaba interesada en prestar sus servicios
en el lugar donde se difundían los anuncios, ni había dado su consentimiento para
aparecer en la campaña. De hecho, el Tribunal de Indecopi decidió, en Denueve
S.A. c. Olga Esther Portal Paniagua184, que es parte de la carga de la prueba que
corresponde al denunciante demostrar que el denunciado ha incurrido en la
conducta publicitaria ilícita, en el sentido de que exista al menos un “nexo causal”
(sería más exacto hablar de la “imputación objetiva”) entre el anuncio y el
denunciado. Pero esa vinculación sí se encontró, por ejemplo, entre un fabricante de
bebidas gaseosas y los anuncios elaborados y difundidos por encargo de su
concesionaria de distribución (la cual también tiene, como es obvio, la condición de
anunciante), en DEMUS – Estudio para la Defensa de los Derechos de la Mujer y
Comisión c. Compañía Embotelladora del Pacífico S.A., BBDO Perú S.A. y Pepsico
Inc.185. En esta línea, se puede afirmar que a la legislación anterior le faltaba una
indicación clara de que, para que alguien pueda responder como anunciante,
además de hacerse la publicidad “en su interés”, era necesario individualizar un
criterio de imputación conforme al cual perteneciera a su esfera de competencias
hacerse cargo de ella y de sus consecuencias186.
A este fin debería servir, en mi opinión, la nueva definición de “anunciante” del inc. c
del art. 59 LCD, tomada básicamente de la Ley chilena de Protección al Consumidor
para “aclarar” y “precisar” —pero no cambiar— la definición anteriormente en
vigor187. Lo que pasa es que ese intento de “aclarar y precisar” no está
particularmente bien conseguido con la nueva formulación. Y es que precisamente lo
que faltaba “aclarar o precisar” en la Ley anterior, esto es, el criterio concreto de
imputación del anuncio a la persona en cuyo interés se difunde, queda expresado en
la nueva definición únicamente mediante las palabras “que, por medio de la difusión
186 Cfr. ESPINOZA & STUCCHI/ FERNÁNDEZ MALDONADO, Com. al párr. 7° del art. 1 LPDC, cit., pp. 78 y 81
19496, de Protección del Consumidor, define como “Anunciante: el proveedor de bienes, prestador de
servicios o entidad que, por medio de la publicidad, se propone ilustrar al público acerca de la
naturaleza, características, propiedades o atributos de los bienes o servicios cuya producción,
intermediación o prestación constituye el objeto de su actividad, o motivarlo a su adquisición”.
FACULTAD DE DERECHO 273
Versión de mayo de 2015
§132 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
188 El énfasis es añadido. Exactamente el qué se propone (que en la definición viene a continuación),
como ya dije más arriba, tiene más que ver, en mi opinión, con la noción de “anuncio” o de “publicidad
comercial” que con la de “anunciante”. Lo que ocurre es que, por un lado, se trata de contenidos que
están ya repetidos por la propia LCD en la sede correspondiente y, por otro lado, no están
expresados en este lugar de manera más clara que allí (sino acaso al contrario), por lo que no me ha
parecido necesario referirme antes a estos elementos.
189 DRAE, voz “agencia”, 3ª acepción: “Empresa destinada a gestionar asuntos ajenos o a prestar
determinados servicios” (énfasis añadido), y a continuación pone como ejemplo, precisamente, a las
agencias de publicidad y a las de seguros.
190 Esta definición proviene directamente del inc. b del art. 2 RPDC: “toda empresa que brinde
servicios en cualquiera de las formas a través de las cuales es factible dirigirse a una pluralidad de
personas para comunicar un mensaje comercial, ya sea de manera personalizada o impersonal, por
medio de correspondencia, televisión radio, teléfono, facsímil, periódicos, revistas, afiches, volantes o
cualquier otro medio análogo, que operan o se editan en el país”. Se trataba de una (muy necesaria)
reglamentación “correctiva” del párr. 8° del art. 1 LPDC ant.: “todas las empresas que brinden
servicios de carácter audibles (sic), audiovisuales y/o impresos, de acuerdo con el Reglamento y que
operan o se editan en el país”.
191 (1999) TDC 203, donde precisa que “medio de comunicación” se refiere a “toda actividad a través
de la cual se pueda difundir un mensaje publicitario determinado, ya sea de manera personalizada o
impersonal”.
192 Vid. § 125, en pp. 255 y ss., supra.
193 Vid. Comisión c. Empresa Periodística Nacional S.A., Editora Sport S.A. y Compañía Impresora
Peruana S.A., (1999) TDC 190 (publicidad de llamadas telefónicas de contenido erótico), y Comisión
y British American Tobacco (South America) Ltd. Sucursal del Perú c. B&G del Perú S.A.C.,
Tabacalera Nacional S.A., Municipalidades Distritales de Magdalena del Mar, Barranco, Santa Anita,
Jesús María y Ate-Vitarte, y Punto Visual S.A., (1999) TDC 203 (publicidad de cigarrillos).
FACULTAD DE DERECHO 275
Versión de mayo de 2015
§133 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
1) Que el anuncio resulte ilícito por lo que dice respecto de las características
propias o intrínsecas del producto o servicio anunciado, como en Consorcio de
Alimentos Fabril Pacífico S.A. y Nicolini Hermanos S.A. c. Compañía
Transcontinental del Perú S.A. y Publicitas / IMAA Inc. de Publicidad S.A. 194,
donde se afirmaba que ¾ de kilo de arroz de la marca del anunciante rinden en
volumen más que un kilo de arroz a granel, sin que pudiera demostrarse la
veracidad de tal afirmación: en tales casos responderá sólo el anunciante, y no la
agencia de publicidad ni el medio de comunicación, porque el primero es el único
que controla la información relevante.
2) Que el anuncio resulte ilícito respecto del “contenido publicitario distinto de las
características propias del bien o servicio anunciado”, caso en el cual responden
tanto el anunciante como la agencia publicitaria (art. 23.3 LCD), pues ambos
tienen acceso a dicha información en pie de igualdad195. Bajo la Ley anterior, que
contenía una declaración semejante (párr. 2° del art. 13 LPDC ant.), en Comisión
c. Tabacalera Nacional S.A. y Mc Cann – Erickson Corporation Publicidad
S.A.196, el Tribunal interpretó que el estándar legal se refería a las características
extrínsecas del producto o los recursos expresivos utilizados para transmitir el
mensaje, como cuando se omite una información formalmente requerida por la
ley en la publicidad sobre determinados productos.
Pero también es posible que la infracción consista o se cometa a través del modo de
divulgación empleado, infringiendo alguna “norma de difusión”. Se entiende por tal
(inc. g del art. 59 LCD):
“[T]oda norma referida a las características, modalidades y prohibiciones de la
divulgación al público de la publicidad, con excepción de aquéllas referidas a
la ubicación física de anuncios, las cuales tienen finalidad de orden
urbanístico y no de regulación del mensaje publicitario”.
Las normas de difusión suelen ser particulares de determinados tipos de anuncio:
1) horarios y zonas vedadas a la publicidad de productos de tabaco;
2) las restricciones impuestas a la publicidad de “servicios para adúlt(er)os”, etc.
Cuando la infracción consiste en la inobservancia de una de ellas, son responsables
tanto el titular del medio de comunicación como el mismo anunciante (art. 23.2 LCD),
pero no tiene por qué responder la agencia de publicidad.
La LCD aún hace otro cambio respecto de la anterior. El art. 13 LPDC ant.
establecía la responsabilidad solidaria del anunciante y del publicista, cuando
194 (1997) TDC 14. En este caso, el Tribunal revocó la resolución de la Comisión en la parte que
sancionaba también a la agencia de publicidad.
195 En el Proyecto del año 2005 se exoneraba de toda responsabilidad a la agencia publicitaria, lo cual
publicidad de cigarrillos.
respondían ambos. Ello suponía considerar que había una sola infracción y una
sanción única, cuyo pago correspondía solidariamente a ambos. La nueva Ley deja
muy claro que la responsabilidad de cada interviniente corre siempre por cuerda
separada de la de los demás (arts. 23.2 y 23.3 LCD, in fine). En otras palabras,
ahora la Ley considera que cada sujeto comete una infracción distinta, en cuanto al
aspecto de la publicidad que corre bajo su cuidado, y responde separadamente por
ella. Lo que pasa es que al anunciante se impone el papel de supervisar todo el
proceso publicitario, y la responsabilidad por todos sus aspectos.
134. Criterios de análisis de la publicidad comercial.
El art. 21 LCD establece una serie de criterios que deben seguir los interesados y las
autoridades competentes en la interpretación y aplicación de las normas que regulan
la publicidad comercial, y en el análisis y juzgamiento de los propios anuncios
publicitarios. Tales criterios se pueden resumir en tres principios:
1) finalidad publicitaria,
2) análisis superficial, e
3) integridad.
Por el criterio de la finalidad publicitaria (art. 21.1 LCD):
“La publicidad es evaluada por la autoridad teniendo en cuenta que es un
instrumento para promover en el destinatario de su mensaje, de forma directa
o indirecta, la contratación o el consumo de bienes o servicios”.
Según la EM del Proyecto de la LCD, la justificación de esta norma se hace reposar
en la necesidad de modular la protección de la Ley según el público objetivo que sea
destinatario de la publicidad. A mi modo de ver, la norma trata más bien de
manifestar el motivo por el que se justifica asumir, al interpretar el mensaje
publicitario, que el destinatario adopta o debería adoptar normalmente una “actitud
prudente” y de cierta “desconfianza” acerca de lo que el mensaje le comunica, que
todo receptor razonable de la publicidad entiende como “interesado”197. En su
resolución para el caso Comisión de la ORI Cusco c. Hotelería Peruana S.A.C 198, el
Tribunal del Indecopi, sin mencionar explícitamente esta disposición (pero
reproduciendo literalmente parte de su contenido), ha usado la expresión “finalidad
publicitaria” para insistir en la necesidad de mantener un criterio amplio en la
calificación de lo que es o no publicidad, sin limitarse a los formatos publicitarios
clásicos o más conocidos:
“[L]a autoridad administrativa no puede restringirse a evaluar únicamente
los anuncios publicitarios tradicionales que contengan un determinado
paradigma de contenido informativo, pues ello contradice la creatividad
inherente a los diversos tipos de mensajes inmersos en los anuncios
publicitarios, requiriéndose únicamente que el instrumento informativo
tenga una finalidad publicitaria directa o indirecta, esto es, el objeto de
promover la adquisición o contratación de bienes o servicios”199.
contraste entre esta parte del análisis del Tribunal y su negativa rotunda e incondicional a calificar
FACULTAD DE DERECHO 277
Versión de mayo de 2015
§134 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
como anuncio (o incluso como simple acto concurrencial) a la emisión de boletas de venta y demás
comprobantes de pago, independientemente de su contenido, tal como se desprende de los nn. 9 a
19 de la misma Resolución. El Tribunal tuvo el mismo criterio negativo en numerosos
pronunciamientos anteriores, como: Comisión de la ORI Cusco c. Inversión Hotelerea Melany’s
S.A.C., (2012) SC1 478, párrs. nn. 7-18; Comisión de la ORI Cusco c. Taypikala Hotel Cusco E.I.R.L.,
(2012) SC1 479 párrs. nn. 7-18; Comisión de la ORI Cusco c. Reservas CPM S.A.C., (2012) SC1 738,
párrs. nn. 6-17; Comisión de la ORI Cusco c. Julio César Pérez Huanca, (2012) SC1 773, párrs. nn.
11-18, entre otras.
200 Cfr. Lineamientos…, cit., p. 44, parafraseando de cerca la primera parte del precedente de
Ni unas ni otras debe nunca causar error o confusión, pero sólo las primeras dan
lugar propiamente al deber de sustanciación previa. Naturalmente, los anuncios no
siempre, probablemente ni siquiera en la mayoría de los casos, presentan
únicamente uno de los dos tipos de afirmaciones. En este sentido, se puede hablar
de anuncios o mensajes mixtos.
Ahora bien, en el caso Solvering Peruana c. Silesia Perú205, el contexto concreto del
anuncio obligaba, en opinión de la Comisión, a acreditar adecuadamente una
afirmación prima facie tan subjetiva como “mejor producto a mejor precio”.
También puede faltarse al principio de veracidad por omisión de información
relevante. Qué quiere decir información relevante fue precisado por el Tribunal en el
caso Comisión c. Banco Sudamericano206, donde determinó que un dato es
relevante, y debe por tanto ser incluido en el anuncio, si:
1) lo omitido no es previsible por un “consumidor” (o sea, un cliente potencial)
razonable, según los usos y costumbres; o
2) la omisión desnaturaliza las condiciones de la oferta.
Cfr. Comisión c. Ripley, (1999) CCD 12 (¿?): televisor + 2 meses gratis de cable “¡y
2 años pagados!”.
Los Lineamientos desarrollan algunas exigencias particulares de la veracidad en
determinados supuestos especiales:
1) En el caso de publicidad de precios, ofertas y promociones, había que tener en
cuenta los arts. 22 LPDC ant., 11 RPDC ant. y 22 LPC ant. (correspondiente a
los arts. 12 a 17 CPDC actual). Esto supone, entre otras cosas, en caso de
ofertas promocionales, una obligación de informar sobre el número máximo o
mínimo de unidades, los límites temporales de la oferta (clara y precisamente
definidos, de modo que no cumpliría la exigencia, por ejemplo, “hasta que se
acabe el stock”), las restricciones aplicables (y si no se informan, la oferta carece
de ellas, y el ofertante debe cumplir en cualquier caso). Cuando sea previsible
que eventos fuera del control del anunciante restrinjan la aplicación de la oferta,
no deben usarse afirmaciones categóricas, se deben adoptar las medidas
pertinentes que limiten la incidencia de tales eventos, etc.207
2) Para la publicidad de productos peligrosos había que tener en cuenta lo previsto
por el art. 4.2 LPDC ant. En primer lugar, hay que partir de que el concepto de
producto peligroso para efectos de la aplicación de estas exigencias (no
necesariamente bajo las disposiciones del CPDC, por ejemplo) es excepcional o,
al menos, que no hace referencia a un supuesto ordinario de aplicación de la ley.
Se trata de aquellos productos que representan un peligro extraordinario y
grave, no evitable con la diligencia ordinaria que se pone al utilizar o manipular
los demás productos. Por ejemplo, los venenos, insecticidas, etc. Ahora bien, no
es viable incluir en la publicidad todas las advertencias posibles, o siquiera
incluso las meramente pertinentes, que por lo demás están también, o deberían
estar, en los manuales de uso del producto. Sólo deberán incluirse en la
publicidad las advertencias sobre los peligros que no sean previsibles para un
destinatario de la publicidad razonable, o éste no pueda evitar usando la
diligencia ordinaria. No es necesario informar en la publicidad, por ejemplo,
sobre los riesgos que sólo pueden verificarse si el usuario utiliza
indadecuadamente el producto208.
137. Los principios publicitarios de adecuación social y legalidad.
En la LPDC ant. no estaban adecuadamente distinguidos los principios de
adecuación social y de legalidad, regulados ambos en el art. 3 LPDC ant., aunque
podía entenderse que al primero se refería especialemente el párr. 2° de dicha
norma, mientras que los párrs. 1° y 3° estaban más vinculados al principio de
legalidad. La LCD actual dedica un artículo diferenciado a cada uno de ellos: el art.
18 LCD al principio de adecuación social y el art. 17 LCD al de legalidad. De todos
modos, como veremos, es difícil discriminarlos netamente en cada una de sus
manifestaciones concretas, ya que están íntimamente relacionados, como por lo
demás ocurre con todos los principios publicitarios.
Bajo la vigencia del art. 3 LPDC ant. se solía denominar al primero de ellos como
“principio de no discriminación”, puesto que el párr. 2° del art. 3 LPDC ant. ponía el
énfasis en que los anuncios no debían favorecer ni estimular ninguna clase de
ofensa o discriminación racial, sexual, social, política o religiosa, y mucho menos
contenerla o ser vehículo de ella (cfr. párr. 1° del art. 3 LPDC ant.). Pero ya entonces
se interpretaba de manera amplia el principio, en la línea de no incluir, instrumentar
ni incitar no sólo a la discriminación, sino tampoco a ninguna conducta ilegal o
antisocial, que viene a ser el contenido de la fórmula más general del principio de
adecuación social, recogido en el art. 18 LCD. El inc. b) de dicha norma precisa,
además de los extremos ya señalados, que también contraría este principio la
promoción de servicios de contenido erótico a un público distinto del adulto. En una
precisión que implica una regulación específica de este tipo de publicidad 209, se
dispone que su difusión sólo está permitida en prensa escrita de circulación
restringida para adultos y, en el caso de radio o televisión, en el horario de una a
cinco horas de la madrugada.
Es importante precisar que el principio de adecuación social no prohíbe el mero
hecho de presentar conductas discriminatorias o de otro modo antisociales, sino más
bien los de210:
1) comunicarlas (esto es, servir de vehículo para su perpetración),
2) favorecerlas o estimularlas.
Lo que resulta prohibido así son las “frases o imágenes que objetivamente generen
en el mundo real conductas” antisociales211. El Tribunal determinó, por ejemplo, que
estimulaba conductas antisociales en el sentido indicado un anuncio publicitario de
208 Cfr. el caso Baldosas Acústicas c. AIS y Ventanas Listas, (2000) TDC 213.
209 Cfr. lo que digo más abajo sobre el principio de legalidad.
210 Cfr. DEMUS c. Savoy Brands y McCann Erickson, (1997) TDC 283.
Las medidas correctivas que puede imponer el Indecopi cuando encuentra un acto
de competencia desleal se dirigen en todos los casos, a diferencia de las que se
pueden dictar en el procedimiento de protección al consumidor (que pueden ir
dirigidas a satisfacer el interés concreto del consumidor), únicamente “a restablecer
la leal competencia en el mercado” (art. 55 LCD). Salvo que a su vez sea posible
concederlas como medidas correctivas reparadoras en un procedimiento de
protección al consumidor, las medidas resarcitorias a favor de los particulares que se
hayan visto afectados están, en este ámbito, del todo reservadas al Poder Judicial.
Lo que sí puede hacer el propio Indecopi es imponer multas coercitivas para obtener
el cumplimiento de las medidas que haya impuesto, sean cautelares o correctivas
(arts. 56 y 57 LCD, respectivamente).
141. Jurisdicción civil y penal.
No ha sido posible, en virtud del principio de tipicidad penal, considerar delito todo
acto de competencia desleal, puesto que, como he expuesto, su definición es
extremadamente abierta. Sin embargo, algunos de los actos tipificados como de
competencia desleal sí eran considerados delitos en el Código Penal, y perseguidos
como tales, hasta la última reforma importante del Derecho de la competencia, que
despenalizó dichos supuestos. En ese sentido, la opción del legislador ha sido la de
limitarse a la persecución y sanción administrativa de los actos de competencia
desleal, salvo que se trate de actos que constituyan de por sí algun otro delito
común (como puede ocurrir con las denigraciones desleales, que fácilmente pueden
constituir difamaciones).
Por otro lado, el que obtenga administrativamente la declaración de un acto como
desleal puede pedir en la vía civil ordinaria la reparación de los daños y perjuicios
ocasionados (art. 58.1 LCD). Lo mismo puede hacer quien haya sido denunciado
falsa o temerariamente (art. 58.2 LCD).
CAPÍTULO 5
DEFENSA DE LA LIBRE COMPETENCIA
SUMARIO: I. ÁMBITO DE APLICACIÓN.— 142. Ámbito de aplicación objetivo: actos de
“efecto exclusorio”. 143. Sujetos comprendidos y ámbito terrirorial. II. ELEMENTOS
COMUNES DEL ANÁLISIS DE LAS INFRACCIONES.— 144. El mercado relevante. 145. La
posición de dominio. 146. Las prohibiciones absolutas y relativas. III. PRÁCTICAS
PROHIBIDAS.— 147. Abuso de posición de dominio. 148. Prácticas colusorias
“horizontales”. 149. Prácticas colusorias “verticales”. IV. CONSECUENCIAS DE LAS
INFRACCIONES Y PROCEDIMIENTO.— 150. Consecuencias de las infracciones.
I. ÁMBITO DE APLICACIÓN
142. Ámbito de aplicación objetivo: actos de “efecto exclusorio”.
En este capítulo me voy a referir especialmente a las normas de defensa de la libre
competencia o Derecho antitrust, es decir, a los casos en los que la ley reprime las
llamadas restricciones de la libre competencia. Y lo primero que hay que decir es
que en este ámbito sí se debe entender la “competencia” en su sentido estricto o
restringido, y no en el amplio o extensivo de “concurrencia”. En efecto, las prácticas
que persigue el Derecho antitrust peruano, en su diseño actual, son siempre y
únicamente actos o hechos que afecten o puedan afectar esa dimensión “horizontal”
de la competencia. Doctrina1 y jurisprudencia2 usan la expresión “conductas
exclusorias” para aludir específicamente a ellas, en contraposición a las
“explotativas”, que podrían también estar dirigidas a explotar, lesionar o de otro
modo aprovecharse indebidamente de los consumidores u otros agentes
económicos con los que no se compite directamente en sentido estricto.
Esto no siempre se entendió necesariamente así. Bajo la anterior Ley de Libre
Competencia (LLC ant., D.Leg. 701, de 1991), precisamente en CUT y Diez
Canseco c. las AFP3, el Tribunal de Indecopi, siguiendo los antecedentes europeos
La distinción —como se deduce del amplio desarrollo que allí mismo introduce el Tribunal, citando al
español Germán Coloma, al Bundeskartellamt alemán, a la francesa Marie Malaurie-Vignal y al
británico DG. Goyder— procede de la doctrina y la práctica europeas de la competencia.
3 (2004) TDC 225, loc. cit.
— 287 —
Versión de mayo de 2015
§142 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
que inspiraron originalmente nuestra legislación, interpretó que el tipo del ilícito
denominado “abuso de posición de dominio”, tal como quedaba configurado de la
combinación del tipo general del art. 3 LLC ant. con el art. 5 LLC ant., era lo bastante
amplio para englobar no sólo las “conductas exclusorias”, sino también las
“explotativas”, incluyendo entre ellas como un caso más el cobro de “precios
excesivos” por el detentador de la posición dominante. Como reacción a la amplitud
con que esa decisión interpretó los alcances del ilícito de abuso de posición de
dominio4, la nueva Ley de Represión de Conductas Anticompetitivas (LRCA, D. Leg.
1034), que sustituyó a la LLC ant. en 2008, el art. 10.2 LRCA introduce su lista
enunciativa de conductas que pueden constituir abuso de posición de dominio con la
siguiente “salvedad”:
“El abuso de posición de dominio en el mercado podrá consistir en
conductas de efecto exclusorio…” (énfasis añadido).
A la luz de esta disposición, queda claro que las referencias a la prohibición y
sanción de “conductas anticompetitivas” (art. 1 LRCA), a “restringir de manera
indebida la competencia” (art. 10.1 LRCA) y a “restringir, impedir o falsear la libre
competencia” (arts. 11.1 y 12.1 LRCA) aluden única y exclusivamente a la afectación
real o potencial de la “competencia en sentido estricto”, o dicho de otra manera, de
la “competencia horizontal” solamente5. Ya no quedan comprendidas en los alcances
de la normativa antitrust las llamadas conductas opresivas o explotativas, sin que
ello excluya (ni tampoco prejuzgue) la posibilidad, a la luz de la reconstrucción
unitaria del Derecho de la competencia que asumo en el capítulo precedente, de que
ellas puedan quedar englobadas en la interdicción de la cláusula general de
deslealtad concurrencial6.
Ahora bien, ni la LLC ant. prohibía ni perseguía el hecho mismo del monopolio u
oligopolio (se entiende, suponiendo que el oligopolio no esté cartelizado), ni lo hace
así la nueva LRCA. Un monopolio o un oligopolio pueden existir sin que ello implique
necesariamente una infracción, si el o los empresarios que se hallan en esa
situación la han alcanzado en el ejercicio de una libre y leal competencia, y mientras
4 Cfr. los comentarios de RUIZ DÍAZ, Gonzalo; “La nueva Ley de Represión de Conductas
Anticompetitivas: acotando la discrecionalidad de la autoridad de competencia”, en 12 RCPI (2011),
pp. 163-182 (pp. 174-175), donde hace específica referencia a este caso y a sus posibles
implicaciones como razones fundamentales del cambio legislativo. Vid. también ADRIANZÉN, “El
control de precios…”, cit., pp. 46-61.
5 Coincide sustancialmente con este análisis, RUIZ, “La nueva Ley…”, cit., pp. 169-177. De todos
modos, determinar cuándo una conducta (sobre todo una unilateral) ha tenido o podido tener “efecto
exclusorio” dista de ser una tare sencilla, como pone de manifiesto TOVAR MENA, Teresa v.; “En busca
de la piedra filosofal: ¿existe el estándar ideal para analizar conductas unilaterales exclusorias?”, en
12 RCPI (2011), pp. 95-138.
6 Lo cual de alguna manera responde a la ambivalente valoración que de este cambio legislativo da
RUIZ, “La nueva Ley…”, cit., p. 177: “Si bien un aspecto favorable de la Ley 1034, es el haber excluido
del universo de conductas sancionables por la autoridad de competencia el caso de los llamados
«precios excesivos-abusivos», consideramos que es menos claro el beneficio de haber eliminado de
su ámbito de competencia (…) las ventas atadas con efecto explotativo. En particular, en esta sección
se han citado dos casos de ventas atadas con efecto explotativo, que en su momento fueron
considerados «emblemáticos» por determinados sectores de la opinión pública”. Los casos
“emblemáticos” a los que se refiere son: Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios (ASPEC)
c. Los Portales S.A. y Corporación Peruana de Aeropuertos y Aviación Comercial S.A. (CORPAC),
(1995) CLC 57; y AFP Integra S.A. c. Colegio de Abogados de Loreto, (1998) CLC 12.
7 Incluso en el modelo norteamericano, donde la § 2 ShAA persigue a todo aquél que “monopolice (...)
cualquier parte del comercio o intercambio entre los diversos Estados o con naciones extranjeras”, se
interpreta el ilícito requiere la “adquisición o conservación deliberada de ese poder [monopolístico],
por contraste con su crecimiento o desarrollo como consecuencia de ofrecer un producto superior,
olfato para los negocios o accidente histórico” (United States v. Grinell Corp. et Al., 384 U.S. 563
(1966), pp. 570-71: “the willful acquisition or maintenance of that [monopoly] power as distinguished
from growth or development as a consequence of a superior product, business acumen, or historic
accident”). Aun así, el tipo estadounidense de “monopolización” es notablemente más restrictivo que
el peruano (y europeo) de “abuso de posición de dominio”, bajo la cual el mero hecho de adquirir un
poder monopólico, incluso deliberadamente, no es ni debe considerarse en sí mismo ilícito.
8 Aunque la LLC ant. no distinguía entre el segundo y el tercer grupo de casos, que entraban todos en
participación en el capital social como modalidad de ayuda pública a las empresas, Escola Galega de
Administración Pública, Santiago de Compostela, 2002, pp. 48-74.
10 El último es el Proyecto de Ley de Control de Concentraciones Económicas n. 972/2011,
presentado en abril de 2012 por la Comisión de Defensa del Consumidor del Congreso. Señala por
FACULTAD DE DERECHO 289
Versión de mayo de 2015
§142 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
extenso las deficiencias, contradicciones y limitaciones de esta inicitativa ROLDÁN BARRAZA, Nicole;
“Control de Fusiones: evaluando la conveniencia de su aplicación en el Perú”, en RAE Jurisprudencia
(diciembre de 2012), pp. 43-66. Al mismo tiempo, hace un extensivo estudio del control de
concentraciones como política de competencia en general, y en algunas experiencias extranjeras
(concretamente, en Estados Unidos y Chile) que resulta informativo, pese a un sesgo clara y quizás
excesivamente crítico. Un análisis más panorámico y menos profundo de la lógica del control de
concentraciones dentro de las políticas de competencia, pero quizás por eso mismo más ilustrativo,
puede verse en BULLARD, Derecho y Economía, cit., pp. 657-659, dentro del capítulo denominado
“Las políticas de competencia: ¿por qué y para qué?”, pp. 637-663. De ese trabajo se deduce que el
autor ve la renuncia a implementar este tipo de políticas en nuestro Derecho antitrust positivo en
función sólo de factores contingentes, que no sería nada extraño que varíen, conforme se conslida el
crecimiento económico y se hagan más importantes las dimensiones absolutas de nuestro mercado.
Vid. otro documentado alegato en contra del establecimiento de un control generalizado de
concentraciones empresariales en RUIZ D., Gonzalo; “Control de concentraciones versus regulación
de conductas: ¿complementos o sustitutos?”, en 5 BLAC (1998), pp. 60-71.
11 Sobre este régimen especial, vid.: REBAZA, Alberto; “El control de adquisiciones y fusiones en la
nueva Ley Antimonopolio del sector eléctrico: una raya más al tigre del intervencionismo”, en 36
Thêmis (1997), pp. 91-101. CARRANO TARRILLO, Ítalo F.; “La Ley antimonopolios y antioligopolio del
sector eléctrico: ¿deben controlarse las fusiones y adquisiciones en el mercado de la electricidad?”,
en 4-1 BLAC (1998), pp. 48-51. SALINAS RIVAS, Sergio; “La Ley antimonopolio y antioligopolio en el
sector eléctrico: ¿sobrerregulando el mercado?”, en 33 I&V (2006), pp. 151-160.
que ella misma define12. Concuerdo con quienes critican como “poco feliz” formular
la exención como “aquella conducta que es consecuencia de lo dispuesto en una
norma legal” (énfasis añadido), puesto que tal expresión deja demasiado abierta la
posibilidad de que se interprete que no sólo están exentas las conductas
específicamente permitidas por la ley (como debería ser), sino también aquéllas que
aprovechan (con toda probabilidad, abusivamente) un poder de mercado propiciado
o facilitado por un marco regulatorio quizás imperfectamente definido 13. Y para más
males, la frase final del párr. 1° del art. 3 LRCA puede interpretarse como una
“patente de corso” para perpetuar y profundizar la ya demasiado extendida y
sumamente dañina práctica del bienintencionado “funcionario concertador” (es decir,
para “convencer”, o más bien “presionar”, a los empresarios para que bajen sus
precios al consumidor), que inopinadamente facilita y consolida un canal de posibles
futuras concertaciones menos santas14.
El párr. 2° del art. 3 LRCA contiene una específica autorización para que los órganos
funcionales del Indecopi encargados de la política de competencia ejerzan la
llamada “abogacía de la competencia”, con la finalidad de procurar mediante las vías
políticas apropiadas la reforma del ordenamiento jurídico, cuando en algún caso las
leyes no favorecen sino que perjudican a la libre competencia15.
143. Sujetos comprendidos y ámbito terrirorial.
Según el art. 2.1 LRCA, las normas antitrust se aplican a:
“[L]as personas naturales o jurídicas, sociedades irregulares, patrimonios
autónomos u otras entidades de derecho público o privado, estatales o no,
con o sin fines de lucro, que en el mercado oferten o demanden bienes o
servicios o cuyos asociados, afiliados, agremiados o integrantes realicen
dicha actividad”.
Es fácil de apreciar que la redacción de esta norma es casi idéntica a la de la
primera frase del art. 3.1 LCD. Valen aquí, por tanto, las afirmaciones que ya hice en
su momento16 acerca de su aparente alcance literal, excesivamente amplio. Como
con la propia LCD (de la que la Ley antitrust, como he expuesto17, no es sino un
subsistema), sólo será posible aplicar su reproche a quien pueda y deba observar la
buena fe empresarial (cfr. art. 6.2 LCD), entendiendo “empresarial” con cierta
amplitud; o sea:
Indecopi en el caso CUT y Diez Canseco c. las AFP, (2004) TDC 225, decisión del Tribunal en la que
ciertamente no es la coherencia lo que más brilla, pues tras defender que sí podía in abstracto
controlar las llamadas “conductas explotativas” (incluso las definidas en función de una mera fijación
de “precios excesivos”), declara improcedente la denuncia debido a que en el caso concreto la
conducta venía facilitada por una posición de dominio (conjunta) derivada de una regulación legal (la
del sector asegurador) que imponía importantes barreras de acceso al mercado.
14 ZÚÑIGA, “Comentarios a la LRCA”, cit., pp. 218-219.
18 Que ya había sido adelantado bajo la LLC ant. por el precedente de observancia obligatoria
aprobado en Comisión c. Asociación Peruana de Avicultura y Otras, (1997) TDC 276, del 19 de
noviembre (publicada el 27), párr. n. 5.1: “las entidades gremiales se encuentran comprendidas
dentro del ámbito de aplicación (...) [de la LLC] en tanto su actuación incide —directa o
indirectamente— en el desarrollo de las actividades económicas de sus agremiados”.
19 Carlos León Madalengoitia c. el Colegio Químico Farmacéutico y Otra, (1997) TDC 229, del 12 de
prácticas colusorias horizontales, vid. el análisis que hace de la noción de “grupo económico” DEZA
SANDOVAL, Tommy; “Análisis de las prácticas colusorias horizontales contenidas en la Ley de
Represión de Conductas Anticompetitivas a la luz de la jurisprudencia europea”, en 9 RCPI (2009),
pp. 31-62 (pp. 40-42).
25 Así, FIGARI/ GÓMEZ/ ZÚÑIGA, “Hacia una metodología…”, cit., p. 154. Al parecer en el mismo sentido,
RUIZ, “La nueva Ley…”, cit., p. 165, aunque se refiere al tema de un modo puramente incidental:
“Dependiendo de los resultados de este análisis, una empresa puede resultar ostentando o no una
posición dominante en el mercado, una operación de concentración puede ser aprobada o
cuestionada, entre otros” (énfasis añadidos). También el inc. b del art. 25.3 LRCA alude al mercado
FACULTAD DE DERECHO 293
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§144 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
A regular el mercado relevante, sobre el cual la LLC ant. guardaba completo silencio,
la nueva Ley dedica una disposición de nuevo cuño, que compendia las
conclusiones de la doctrina y de la jurisprudencia precedentes. En concreto, el art.
6.1 LRCA distingue dos aspectos o dimensiones del mercado relevante:
1) el llamado mercado de producto, y
2) el mercado geográfico o territorial.
Una consideración importante, antes de entrar a analizar cada uno de estos
aspectos o dimensiones de la noción de mercado relevante, es advertir que los
empresarios denunciados por presunta infracción de la legislación antitrust siempre
van a tender a proponer los límites más amplios posibles para el mercado relevante,
de modo que su propio poder en ese mercado “ampliado” tienda a diluirse y, en todo
caso, sea más difícil de probar que se afectó o pudo afectar seriamente la
competencia en ese mercado26.
Además, para la determinación de ambos aspectos la metodología usual pasa por
plantearse la hipótesis de un “aumento pequeño, pero significativo y no transitorio”
en el precio del producto respecto del cual se plantea la posible conducta
anticompetitiva. Razones vinculadas a los fines del análisis y a la “movilidad de
factores”.
El art. 6.2 LRCA define de la siguiente manera el mercado de producto:
“El mercado de producto relevante es, por lo general, el bien o servicio
materia de la conducta investigada y sus sustitutos. Para el análisis de
sustitución, la autoridad de competencia evaluará, entre otros factores, las
preferencias de los clientes o consumidores; las características, usos y
precios de los posibles sustitutos; así como las posibilidades tecnológicas
y el tiempo requerido para la sustitución”.
La norma usa dos expresiones que relativizan lo que ella misma dispone. En primer
lugar, dice lo que se ha de entender por “mercado de producto”, pero sólo “por lo
general”, lo que llevaría naturalmente a entender que quizá en algún caso “especial”
la definición enunciada a continuación no sería aplicable. Luego enumera una serie
de criterios de análisis para determinar el carácter de “sustitutos” de los productos o
servicios involucrados, pero precisa que ellos serán evaluados “entre otros factores”,
lo que naturalmente implica que puede muy bien haber otros criterios, que permitan
una determinación más precisa de ese extremo. La “relativización” que introduce el
inciso “entre otros factores” a la lista de criterios de análisis la convierte en
meramente enunciativa o ejemplificativa, estrategia legislativa que puede muy bien
ser —como de hecho lo es en este caso, en mi opinión— en sí misma irreprochable.
31 Doctrina con la que claramente comulga (y que no sería raro que provenga de) BULLARD, Derecho y
Economía, cit., pp. 703-707. No hay que confundir esta noción de “sustituibilidad de la oferta” con la
que analizan FIGARI/ GÓMEZ/ ZÚÑIGA, “Hacia una metodología…”, cit., pp. 166-170, y que responde a
una ampliación excepcional del análisis del mercado de producto según la metodología utilizada por
la agencia de competencia europea (y como parte del análisis del poder de mercado por las agencias
de competencia estadounidenses), pues en ese caso se trata de la posibilidad de que los oferentes
habituales de otros productos que no son considerados sustitutos razonables del investigado puedan
sin embargo variar su producción de modo inmediato y a bajo costo para producir precisamente el
producto investigado (o un sustituto cercano). En ese caso, el producto de referencia sigue siendo el
FACULTAD DE DERECHO 295
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§144 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
una posición de dominio en la compra, era necesario evaluar las opciones que tenía
el vendedor de girar su aparato productivo, a bajo costo, hacia la producción de
otros bienes o servicios32. Sea lo que fuere de la controversia concreta, lo cierto es
que la noción legal de mercado de producto, gracias a la timidez del legislador, sigue
prácticamente donde estaba antes de la reforma, y todas las opciones que venía
discutiendo la doctrina siguen igualmente abiertas ante el tenor literal de la norma.
Por su parte, el art. 6.3 LRCA define el mercado geográfico de la siguiente manera:
“El mercado geográfico relevante es el conjunto de zonas geográficas
donde están ubicadas las fuentes alternativas de aprovisionamiento del
producto relevante. Para determinar las alternativas de aprovisionamiento,
la autoridad de competencia evaluará, entre otros factores, los costos de
transporte y las barreras al comercio existentes”.
Sobre este mercado geográfico, se ha dicho que su análisis
“se centra en determinar cuál es el costo de adquirir en el lugar analizado
el producto relevante proveniente de otra área geográfica, de tal manera
que dicho producto satisfaga la demanda a niveles competitivos. En suma,
determinar cuál es la oferta que satisface las necesidades de los
consumidores del producto relevante”33.
En ese sentido, para definir el mercado geográfico relevante no sólo ha de evaluarse
la capacidad o incapacidad de los proveedores alternativos para atender al cliente,
sino también las este último para abastecerse de distintos proveedores34.
En definitiva, el mercado geográfico relevante será la zona en la que, suponiendo la
existencia de un único vendedor (o comprador) del producto relevante, éste podría
imponer un aumento (o disminución) de precios pequeño, pero significativo y no
transitorio, sin perder por ello una cuota de mercado tal, que convierta en no rentable
su conducta35. Para determinar esto, se han desarrollado dos tipos de indicadores36:
1) los estáticos, que miden los flujos comerciales reales entre dos o más zonas, y
2) dinámicos, que intentan medir la movilidad potencial de la oferta y la demanda.
34 Ibid.
35 Ibid.
36 Cfr. FIGARI/ GÓMEZ/ ZÚÑIGA, “Hacia una metodología…”, cit., p. 173. Cfr. también CELANI, Marcelo, y
44 “Se entiende que una o varias empresas gozan de una posición de dominio en el mercado, cuando
pueden actuar de modo independiente con prescindencia de sus competidores, compradores, clientes
o proveedores (…)”.
45 ROJAS, “El abuso de la posición de dominio…”, cit., pp. 92-94.
46 Por eso, FERNÁNDEZ-BACA, Jorge; “La Ley Antimonopolio: ¿por qué y cómo aplicarla?”, en 21
Thêmis (1992), pp. 87-92, entre muchos otros, dice que más que el monopolio en sí lo que importa es
poner atención a los mercados donde existen condiciones para fijar precios monopólicos.
47 IDEM, op. cit., p. 93.
48 “Se entiende que (…) debido a factores tales como la participación significativa de las empresas en
los mercados respectivos, las características de la oferta y la demanda de los bienes o servicios, el
desarrollo tecnológico o servicios involucrados, el acceso de competidores a fuentes de
financiamiento y suministros, así como redes de distribución”.
49 FEDERAL TRADE COMMISSION (FTC) y UNITED STATES DEPARTMENT OF JUSTICE (DOJ); Antitrust
guidelines for collaborations among competitors, Washington D.C., 2000, p. 3. GAGLIUFFI PIERCECHI,
Ivo; “La evaluación de las conductas anticompetitivas bajo la regla per se o la regla de la razón”, en
12 RCPI (2011), pp. 139-162 (p. 152). MERCANT, Juan Manuel; “Conceptos claves para analizar las
normas de defensa de la competencia”, en 21-2 BLAC (2006), pp. 59-76 (p. 65). BELIKOVA, Ksenia;
“La protección jurídica de la competencia en los países del Mercosur”, en 27 BLAC (2010), pp. 59-73
(p. 67). BULLARD, Derecho y Economía, cit., pp. 655-657.
50 435 US 679 (1978).
51 435 US 679 (en p. 692): “There are, thus, two complementary categories of antitrust analysis. In the
first category are agreements whose nature and necessary effect are so plainly anticompetitive that no
elaborate study of the industry is needed to establish their illegality – they are "illegal per se." In the
second category are agreements whose competitive effect can only be evaluated by analyzing the
facts peculiar to the business, the history of the restraint, and the reasons why it was imposed. In
either event, the purpose of the analysis is to form a judgment about the competitive significance of
the restraint; it is not to decide whether a policy favoring competition is in the public interest, or in the
interest of the members of an industry. Subject to exceptions defined by statute, that policy decision
has been made by the Congress”.
52 (1997) TDC 276.
recogida en el texto, incluía un listado de formas de abuso que debía considerarse taxativo, desde
que el inc.f) del art. 5 sólo consideraba la posibilidad de que queden comprendidos en el mismo
concepto del primer párrafo “otros casos de efecto equivalente que sean tipificados por decreto
supremo refrendado por el Presidente del Consejo de Ministros y por los Ministros de Economía y
Finanzas, de Justicia y de Industria, Comercio Interior, Turismo e Integración”. En ese sentido, véase
ABANTO VÁSQUEZ, Manuel; “Introducción al Derecho Penal de la competencia. Análisis histórico y
FACULTAD DE DERECHO 301
Versión de mayo de 2015
§147 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
inciso que sanciona genéricamente los otros supuestos “que tengan efecto
equivalente”.
Los casos tipificados de abuso son:
1) La negativa injustificada de satisfacer requerimientos de compra o de venta de
productos o prestación de servicios en el mercado local (art. 5 LLC, inc. a). El
calificativo de “injustificada” implica para el presunto infractor la posibilidad de
alegar motivos razonables para la negativa, tales como la limitación real de su
capacidad productiva, el incumplimiento de obligaciones anteriores por parte del
oferente o solicitante, etc.
2) La discriminación de precios o de otras condiciones de la oferta o demanda, que
supone la aplicación de condiciones desiguales para prestaciones equivalentes,
que coloca a unos competidores en situación desventajosa frente a otros (art. 5
LLC, inc. b). Se ha interpretado que este supuesto contiene en realidad dos
casos distintos: los llamados precios predatorios, que ocurren cuando quien goza
de posición dominante en un mercado aplica las ganancias monopólicas
obtenidas en él para subvencionar el precio al que ofrece productos o servicios
en otro mercado en el cual sí experimenta competencia, perjudicando así a sus
competidores en éste (se trataría de una especie de dumping interno); y el caso
de discriminación propiamente dicha en perjuicio de los clientes o proveedores
del empresario que goza de posición de dominio, favoreciendo a unos y
perjudicando a otros. Se debe destacar que el uso de la palabra “discriminación”
implica que no toda diferencia de trato está prohibida, sino sólo las diferencias
injustificadas.
3) Las cláusulas de atadura, que suponen la subordinación de la celebración de
determinado contrato a la aceptación de prestaciones suplementarias que, por su
naturaleza o con arreglo a la costumbre mercantil no guardan relación con dicho
contrato (art. 5 LLC, inc. c). Se trata, por ejemplo, de los casos en los que quien
goza de posición de dominio en la venta de ciertos productos (por ejemplo un
auto) obliga a quien desea adquirirlos a comprar también otros productos que no
guardan relación con el primero (por ejemplo, un teléfono celular) que justifique la
atadura. Como hay casos en los que las cláusulas de atadura son razonables
(por ejemplo, el servicio de mantenimiento para las ventas de ciertos bienes, para
garantizar el buen uso del producto, o la conservación de un secreto industrial),
son admitidas siempre que tengan una justificación adecuada.
comparativo del Decreto Legislativo 701”, en 47 Derecho (1994), pp. 253 y ss. El autor, desde un
punto de vista jurídico penal, considera la existencia de la “clausula general” como potencialmente
peligrosa y propone eliminarla, sin perjuicio de ampliar la lista de tipos específicos (p. 286). Sin
embargo, el art. 11 del D.Leg. 807 siguió un camino de reforma diametralmente opuesto, al derogar
algunos de los tipos específicos del art. 5 LLC (incs. d y e) y modificar el inc. f, cuyo texto vigente es
“Otros casos de efecto equivalente”, lo que supone conferir plena discrecionalidad a la autoridad
administrativa para apreciar la existencia o no de violaciones no específicamente tipificadas, pero que
quepan en la definición de la cláusula general. Dado que el art. 232 del Código Penal sanciona el
delito de “abuso de poder económico” por remisión a la “ley de la materia” (es decir, la LLC), queda
por ver si la noción genérica de “abuso de posición dominante” del párrafo primero del art. 5 LLC es lo
suficientemente estricta para satisfacer las exigencias del principio de legalidad penal.
58 Véase sobre el sentido original y la evolución posterior del texto del art. 6 LLC la nota 57 supra
(incluyendo los comentarios de ABANTO VÁSQUEZ, Manuel, “Introducción…”, cit., pp. 276-284), aunque
en el caso del art. 6, a diferencia del art. 5, la modificación introducida por el D.Leg. 807 no redujo,
sino que amplió la lista de supuestos típicos.
59 Comisión c. Asociación Peruana de Avicultura, (1997) TDC 276, n. 5.3: “De acuerdo a las normas
contenidas en el Decreto Legislativo 701, las concertaciones de precios, reparto de mercado, reparto
de cuotas de producción y limitación o control de la producción deben sancionarse de acuerdo a la
regla per se. Ello implica que la sola realización de la práctica prohibida constituye una infracción
administrativa a la que se debe aplicar la sanción legalmente prevista. En ese sentido, para
considerar configurada la infracción no es necesario tener en cuenta los efectos perjudiciales de la
práctica en el mercado, o su razonabilidad, es decir, el hecho de que la práctica sea o no idónea para
producir los efectos perjudiciales mencionados”. Este texto, interpretado a contrario, junto con otras
expresiones explícitas contenidas en los considerandos de la Resolución, permiten también deducir el
sentido de la regla “de la razón”.
FACULTAD DE DERECHO 303
Versión de mayo de 2015
§148 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
61 Ibid.
62 En el segundo caso, el art. 19 LLC incorpora como requisito de procedibilidad para el ejercicio de la
acción penal la denuncia previa de la Comisión del INDECOPI.
63 Actualmente el valor de la UIT está fijado en S/. 3 600,00
todas las facultades de negociación que fuesen necesarias para establecer los
términos del ofrecimiento (art. 26.1 LRCA). El compromiso de exoneración de
sanción es suscrito por el interesado y la Secretaría Técnica y debe contener la
obligación de guardar reserva sobre el origen de las pruebas aportadas. La
suscripción del compromiso y el cumplimiento de lo acordado exonera de sanción al
interesado respecto de la conducta llevada a cabo, sin que la Comisión, ni ninguna
otra autoridad administrativa o jurisdiccional, puedan seguirle o iniciarle
procedimiento administrativo o proceso judicial por los mismos hechos (art. 26.2
LRCA). Si son varios los agentes económicos que solicitan la exoneración de
sanción, sólo el primero que haya aportado pruebas de la existencia de la conducta
anticompetitiva y de la identidad de los infractores, será beneficiado con la
exoneración (pr. del art. 26.3 LRCA). Esto implica, en mi opinión, que una
presentación conjunta y coordinada entre varios agentes involucrados en la
conducta permitiría obtener el beneficio a todos ellos.
Otros agentes económicos que aporten información relevante podrán ser
beneficiados con la reducción de la multa, si dicha información es distinta a la que
posee la autoridad de competencia, ya sea por propias investigaciones o por la
solicitud de exoneración presentada con anterioridad (art. 26.3 LRCA, in fine).
El compromiso de cese es el que ofrecen el presunto o presuntos responsables de la
infracción, con la propuesta firme de interrumpir los hechos investigados o a la
modificación de uno o más aspectos relacionados con ellos (art. 25.1 LRCA). Para
evaluar la solicitud, la Secretaría Técnica considerará el cumplimiento concurrente
de las siguientes condiciones (art. 25.3 LRCA):
1) Que todos o parte de los sujetos investigados reconozcan los cargos imputados,
al menos en parte. El reconocimiento debe resultar verosímil a la luz de los
medios de prueba que obren en el expediente o que hayan sido aportados por
las partes en el marco del procedimiento de aprobación del compromiso de cese.
2) Que sea verosímil que la conducta anticompetitiva reconocida por los agentes
económicos investigados no haya causado, ni vaya a causar, una grave
afectación al bienestar de los consumidores. Para ello, se podrá tomar en cuenta
indicios como: el tamaño del mercado relevante, la duración de la conducta, el
bien o servicio objeto de la conducta, el número de empresas o consumidores
afectados, entre otros factores.
3) Y que los solicitantes ofrezcan medidas correctivas que permitan verificar el cese
de la práctica anticompetitiva denunciada y que garanticen que no habrá
reincidencia. Adicionalmente, podrán ofrecerse medidas complementarias que
evidencien el propósito de enmienda de los infractores.
La Secretaría Técnica evaluará la propuesta y, en caso de estimarla satisfactoria,
propondrá a la Comisión la suspensión del procedimiento administrativo principal,
sugiriendo las medidas pertinentes con el objeto de verificar el cumplimiento del
compromiso. La Comisión decide la aprobación o denegatoria de la propuesta,
declarando la ley inimpugnable su pronunciamiento, debido a su naturaleza
eminentemente discrecional (art. 25.4 LRCA). En caso de incumplimiento de un
compromiso aprobado, se reiniciará el procedimiento de oficio o a petición de parte
(art. 25.5 LRCA).
III. Parte
El fondo empresarial
CAPÍTULO 1
UNIDAD Y PLURALIDAD DEL FONDO EMPRESARIAL.
SUMARIO: I. COMPOSICIÓN DEL FONDO EMPRESARIAL.— 152. Noción de fondo
empresarial. 153. El fondo empresarial y sus elementos. 154. Valoración del fondo
empresarial. II. UNIDAD Y PLURALIDAD DEL EMPRESARIO, EL PATRIMONIO Y EL FONDO
EMPRESARIAL.— 155. “Patrimonio” empresarial, “patrimonio” privado y unidad
patrimonial. 156. Diversidad de fondos empresariales de un solo titular.
157. Cotitularidad del fondo empresarial. III. EL FONDO EMPRESARIAL DE
ORGANIZACIÓN COMPLEJA.— 158. Centros de explotación, establecimientos y
divisiones. 159. El establecimiento principal. 160. Sucursales y otros
establecimientos secundarios.
1 He publicado el material que compone la mayor parte de este capítulo y la primera sección del
siguiente en “El fondo empresarial como objeto de derechos”, en 8 JuS Doctrina & Práctica (2008),
pp. 509-525.
2 Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., vol. I, pp. 186-187; FERRI, Manuale..., cit., p. 221. Ambos
autores hablan de “conjunto de bienes”. El art. 644 del interesante CdC hondureño describe el fondo
empresarial, al que regula sin más con el nombre de “empresa” y alrededor del cual estructura la
integridad del Derecho Mercantil como rama especial del ordenamiento positivo de ese país, como “el
conjunto coordinado de trabajo, de elementos materiales y de valores incorpóreos, para ofrecer al
público, con propósito de lucro y de manera sistemática, bienes o servicios”, calificándolo a
continuación, en el art. 646, como “bien mueble”. Sin perjuicio de algunos elementos discutibles de
esa aproximación, dicha noción es interesante para poner de relieve que no necesariamente todos los
elementos del fondo empresarial tienen que ser “bienes”: podrían ser simples “elementos
patrimoniales”, a veces de signo negativo, como las deudas; o incluso elementos sin individualidad
jurídica propia, si se toman aisladamente del conjunto del que forman parte. Por ello en el texto se
prefiere el término “cosas”, tomado en un sentido amplísimo, como todo aquello que puede ser
atribuido al titular de la empresa (y que obviamente pueda formar parte de una explotación mercantil).
Un análisis detallado y rico en fundamentación doctrinal del CdC hondureño aquí citado puede verse
en GUTIÉRREZ, Laureano; Derecho Mercantil. La empresa., Astrea, Buenos Aires, 1985.
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Versión de mayo de 2015
§152 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
3 Pues las únicas posibilidades que quedan son que el fondo empresarial no sea ningún conjunto
patrimonial o sea un conjunto de puros pasivos, cosas, ambas, evidentemente falsas.
4 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. I, p. 187. Cfr. también AULETTA/ SALANITRO, Diritto
mg. 154).
6 Sobre este aspecto, vid. § 154, en p. 297, infra.
Traité..., cit., p. 435; FERRI, Manuale..., cit., p. 225 (quien omite los elementos pasivos y las relaciones
jurídicas en curso, por considerarlo contrario a la noción legal de azienda del Codice Civile);
MONTOYA, Derecho..., cit., pp. 93 y ss. (aunque este autor mezcla varios planos de estructuración de
la empresa, lo que hace poco útil su enumeración). En el Perú las normas vigentes que se refieren a
contratos sobre fondos en marcha contemplan para todos los efectos los elementos pasivos, tanto
desde el punto de vista mercantil (L. 2259, y arts. 378 y 391 LGS) como desde el punto de vista
tributario (art. 2, numeral 7, inc. b, del Reglamento de la Ley del IGV, D.S. 029-94-EF, modificado por
el D.S. 064-2000-EF).
10 FERRI, Manuale..., cit., p. 225; SCHMIDT, Derecho..., cit., p. 169.
consideran a la clientela como un elemento del fondo de comercio, porque “el fondo no es otra cosa
que el derecho a una clientela. Si no hubiera clientela, no habría fondo de comercio”.
16 URÍA, Derecho..., cit., p. 39, quien concluye que se trata simplemente de “una cualidad del
establecimiento, inseparable de él”. También para FERRI (Manuale..., cit., p. 223) “se habla del
avviamento como de un modo de ser o de una cualidad del fondo empresarial, más que de un
elemento suyo”.
17 Cfr. art. 27 LGS, sobre la necesidad de valorar motivadamente los aportes no dinerarios; art. 28
LGS, sobre la posibilidad de que un fondo empresarial se objeto del aporte; y art. 76 LGS, sobre la
revisión de la valoración inicialmente hecha.
18 SCHMIDT, Derecho..., cit., p. 73. En este sentido, la valorización de un fondo empresarial presenta
dificultades semejantes (aunque probablemente sean aun mayores) a la de los signos distintivos.
19 SCHMIDT, Derecho..., cit., p. 74. También VÁSQUEZ GARCÍA, Juan José; “Valoración de empresas:
especial refrencia al inmovilizado inmaterial” (en JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Guillermo (Coord.); Negocios
sobre derechos no incorporados a títulos valores y sobre relaciones jurídicas especiales, Civitas,
Madrid, 1992, pp. 151 y ss.), p. 156.
20 SCHMIDT, Derecho..., cit., p. 74.
En el segundo par de criterios, que se relaciona con el anterior pero sin confundirse
con él, se enfrentan los conceptos de:
1) el valor de la empresa en marcha (o valor de conjunto), y
2) el valor de liquidación (valor de parcelamiento o de realización).
Es razonable que todos estos criterios de valoración den resultados relativamente
distintos pese a referirse al mismo fondo empresarial. El problema jurídico consiste
en saber si el sentido de la norma que se quiere aplicar, su finalidad, exige una
determinada clase de análisis21. Por ejemplo, si se trata de determinar si un
empresario ha sufrido pérdidas patrimoniales que deban significar su declaración de
insolvencia (art. 5 LRP), como la insolvencia puede terminar fácilmente en la
liquidación de la empresa, no sería razonable prescindir del recurso a valores de
liquidación. Pero deben ser combinados con un pronóstico de futuro, pues se trata
precisamente de saber si la empresa puede ser continuada o si, en caso contrario, el
producto de su liquidación cubre las deudas. En cambio, para determinar una
indemnización por expropiación o la compensación del socio saliente, lo que está en
juego es el valor del negocio en marcha como unidad, en cuyo caso los valores de
liquidación no son útiles22.
21 SCHMIDT, Derecho..., cit., p. 74; VÁSQUEZ GARCÍA, “Valoración...”, cit., pp. 154 y 158-159, hablando
más en general de la finalidad que preside el proceso de evaluación, ya que este autor se centra en la
valoración de la empresa para efectos de información privados, en contraste con SCHMIDT, que se
pone en casos de valoración de empresas en el contexto de procesos judiciales.
22 Cfr. SCHMIDT, Derecho..., cit., pp. 74-75.
condición del “consumidor” que resulta protegido por la LPC (art. 3, inc. a) hay que
apreciar si el denunciante obró, en la adquisición o disfrute del bien o servicio, “en un
ámbito ajeno a una actividad empresarial o profesional”, es decir, como no
proveedor24. Que el sujeto no se comportó como proveedor quiere decir que no
afectó el bien o servicio a la finalidad de un fondo empresarial propio 25. La noción de
patrimonio empresarial tiene igualmente importantes efectos en el Derecho Laboral y
en el Tributario.
La posibilidad de distinguir uno y otro conjuntos de elementos patrimoniales es
evidente en el caso de las personas naturales que ejercen la empresa, que siempre
tienen ámbitos de actividad ajenos al ejercicio de la empresa. Para los empresarios
institucionales la distinguibilidad del patrimonio empresarial del resto de su
patrimonio será más bien excepcional: sólo será posible tratándose de personas
jurídicas no mercantiles, pues todo el patrimonio de la persona jurídica mercantil
está necesariamente afectado a la explotación de la empresa.
De todos modos, como ya he adelantado, la independencia del fondo empresarial no
va tan lejos que de las deudas del negocio sólo responda el “patrimonio empresarial”
y de las privadas sólo el “patrimonio privado”. Más bien, en ambos casos el
empresario es deudor de todo el pasivo, del cual responde todo su patrimonio 26.
Esto es consecuencia del principio de unidad patrimonial27 que informa nuestro
sistema jurídico. La posibilidad de que un mismo sujeto tenga dos o más patrimonios
separados es algo admitido sólo muy excepcionalmente28.
27 Sobre el principio de unidad patrimonial: DÍEZ-PICAZO, Luis; Fundamentos del Derecho Civil
Patrimonial. Volumen primero: Introducción. Teoría del contrato, 5ª ed., Civitas, Madrid, 1996, p. 39,
para quien el patrimonio es el conjunto de relaciones jurídicas (de contenido económico) “a las cuales
el ordenamiento dota de la necesaria unidad por estar sujetas a un régimen unitario de poder y
responsabilidad”. También TRABUCCHI, Alberto; Istituzioni di Diritto Civile, 40ª ed., Cedam, Padua,
2001, p. 430 (§ 171). Sobre la base del mismo principio de unidad patrimonial, RIPERT/ ROBLOT,
Traité..., cit., t. 1, p. 431, rechazan la conceptción del fondo empresarial como universitas iuris o como
“patrimonio de afectación” (lo cual supone entender que toda universalidad iuris debe necesariamente
ser un patrimonio separado, algo que no está nada claro).
28 TRABUCCHI, loc. cit. Como es obvio, las personas jurídicas no pueden considerarse entre las
excepciones que menciono en el texto. Verdaderos patrimonios separados reconocidos por nuestro
ordenamiento son: las sucesiones indivisas (arts. 872 CC, 57 CPC, y 2.2 LGSC, in fine), pero sólo
cuando el heredero responde intra vires hereditatis (art. 661 CC) y cuando los acreedores de la
sucesión se oponen a la partición de la herencia (art. 875 CC); los fideicomisos bancarios (arts. 241 a
274 LBS), y los de titulización de valores mobiliarios (arts. 301 a 323 LMV). La sociedad de
gananciales (cfr. arts. 301 y ss. CC), en mi opinión, no lo es, pese a ser expresamente llamadas
“patrimonios autónomos” en algunas normas (arts. 57 CPC y 2.2 LGSC), pues la noción estricta de
“patrimonio separado” implica una incomunicabilidad de relaciones patrimoniales desmentida por los
arts. 307, 308, 309, 316 y 317 CC y 14 LGSC. En ninguno de estos casos la separación se hace
31 En contra, GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 1, p. 267, que expresamente admite que el mismo
titular explote diferentes negocios, cada uno de los cuales constituiría una empresa distinta.
32 RIPERT/ROBLOT, Traité..., cit., p. 434. Cfr. §§ 158 a 160, en pp. 316 y ss., infra.
33 Sin embargo en estos supuestos se plantea el difícil problema de distinguir la titularidad común de
bienes (en este caso, del fondo empresarial) y la sociedad, o al menos alguna forma de asociación
para la explotación. Sobre este punto, vid. DÍEZ-PICAZO, Fundamentos del Derecho Civil patrimonial.
Volumen tercero: las relaciones jurídico-reales, 5ª ed., Civitas, Madrid, 1996, pp. 906 y ss.
34 RIPERT/ROBLOT, Traité..., cit., pp. 460 a 464.
36 Casos que pueden asimilarse a la “exploitation du fonds dans un magasin collectif de commerçants
indépendants” de que hablan RIPERT/ROBLOT, Traité..., cit., p. 446, aunque en tales casos previstos
en el derecho francés el colectivo de comerciantes suele constituir una persona jurídica.
44 Aludido también, con la denominación directa de “domicilio”, en el inc. 4 del art. 21 y en los arts. 38
y 206 CdC.
45 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 1, p. 266; BERCOVITZ, Apuntes…, cit., pp. 189-190; FERRI,
47 Cfr. FERRI, Manuale…, cit., p. 141. En todo caso, de no coincidir, alguna vez puede haber
dificultades para discernir si debe primar la sede registralmente declarada al inscribir la sociedad en el
RM o la sede de su administración y dirección efectiva; cfr. BERCOVITZ, Apuntes…, cit., p. 190. En
todo caso, el mismo tipo de discordancia puede darse entre el establecimiento, principal o secundario,
declarado e inscrito formalmente en el RM por el empresario individual y la sede desde donde
efectivamente dirige su empresa.
48 BROX, Handelsrecht..., p. 63 (n.mg. 155); cfr. FERRI, Manuale…, cit., p. 141.
49 GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 1, p. 266-267; MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 128;
aunque llama “sucursal” a toda sede o establecimiento secundario, distinguiéndolo más bien de los
“simples locales accesorios”, que carecen de sustantividad jurídica propia (entiéndase, autonomía de
gestión y capacidad de llevar adelante operaciones propias). Esto se entiende porque en el momento
en que escribe (1947) en el ordenamiento positivo español no se habían precisado aún (lo serían no
mucho después) los caracteres distintivos de la sucursal, como establecimiento secundario típico.
59 SCHMIDT, Derecho..., cit., pp. 78-79. Noción similar en GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 1, p. 268.
60 Cfr. MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 129, y BERCOVITZ, Apuntes…, cit., p. 191, ambos con
distintas suyas, por tratarse de giros completamente diversos 62. Sin embargo,
como ya dije63, me parece que esta última distinción resulta engañosa en la
práctica, pues no tiene apenas consecuencias y podría enmascarar la comunidad
de riesgos a que de hecho se someten ambas explotaciones.
2) Una sucursal se da sólo cuando existe cierta independencia o, mejor, autonomía
organizativa y de gestión64, dentro de su carácter esencialmente subordinado y
dependiente del establecimiento principal65 y, en último término, del propio
empresario, que es el único sujeto de derecho. Los puntos de referencia para
determinar tal autonomía son la autorización conferida al que dirige el
establecimiento para actuar hacia fuera de manera independiente (art. 396 LGS:
“…dotada de representación legal permanente y goza de autonomía de gestión
en el ámbito de las actividades que la principal le asigna…”), así como una
organización similar a la de la sede principal (p. ej. cuentas bancarias
independientes, contabilidad propia, etc.). En otras palabras, presupone el
nombramiento de un representante que lo dirija con las facultades de un factor
(arts. 399 y 400 LGS; cfr. art. 277 CdC; inc. c del art. 148 RRS), elemento tan
importante que así como sin él no se puede constituir la sucursal, su
desaparición sobrevenida y no subsanada dentro de los 90 días puede dar lugar
a su cancelación de oficio o a pedido de persona interesada (art. 401 LGS y art.
155 RRS).
Dicha autonomía falta en las reparticiones subordinadas y dependientes de la
empresa que sólo localizan negocios auxiliares (p. ej. puntos de venta, oficinas
de entrega, puntos de distribución, almacenes, etc.): meros “locales
accesorios”66.
3) Finalmente, se requiere una separación espacial duradera de la sede principal
(art. 396 LGS: “…en lugar distinto de su domicilio…”)67. Puede hallarse en la
misma población, pero no bastaría una oficina en los mismos edificios, o sólo
durante la celebración de la Feria del Pacífico u otro evento comercial semejante.
Desde el punto de vista formal, la sucursal se constituye mediante su inscripción en
el Registro Mercantil, tanto del lugar de inscripción del propio empresario como del
lugar de funcionamiento de la sucursal (art. 21, inc. 4, CdC; art. 398 LGS; inc. f del
art. 5 y art. 22 RRM; arts. 147 y 148 RRS), y desaparece cuando se inscribe su
cancelación, voluntaria (art. 402 LGS y art. 149 RRS) o forzosa (art. 401 LGS).
Aunque éste sea el caso más frecuente, es obvio que no sólo las sociedades
pueden establecer sucursales, sino cualquier empresario68. De hecho, el inc. f del
art. 5 y el art. 22 RRM se refieren específicamente a las sucursales de las personas
66 SCHMIDT, Derecho..., cit., p. 79; GARRIGUES, Tratado…, cit., t. I, vol. 1, p. 267; MENÉNDEZ/ ROJO,
CAPÍTULO 2
EL FONDO EMPRESARIAL EN EL TRÁFICO JURÍDICO
SUMARIO: I. EL FONDO EMPRESARIAL COMO OBJETO DE DERECHOS.—
161. Planteamiento: teorías sobre la naturaleza del fondo como unidad. 162. Las
“partes integrantes” y los “accesorios de la empresa”. 163. Negocios y relaciones
jurídicas sobre el fondo empresarial. II. COMPRAVENTA Y OTROS CONTRATOS DE
TRANSFERENCIA DEL NEGOCIO.— 164. Transferencias definitivas y temporales del
fondo empresarial. 165. Fomalidades del título de transferencia. 166. Obligaciones
de saneamiento. 167. La “entrega” de la empresa. 168. Transmisión de las deudas
y contratos en curso. 169. Las cesiones temporales del fondo empresarial en
particular. III. CONTRATOS DE CONSERVACIÓN Y DE GARANTÍA.— 170. Problemas
comunes: la conservación del fondo. 171. Garantías con desplazamiento.
172. Garantías sin desplazamiento.
1 FERNÁNDEZ MERINO, Javier, CACHÓN BLANCO, José Enrique, BONET SÁNCHEZ, José Ignacio y
CISNEROS GUILLÉN, Luis; Temas de Derecho Mercantil, Dykinson, Madrid, 1999, vol. I, p. 65. El tema
citado (n. 6) está redactado por José Enrique CACHÓN BLANCO, quien dice basarse en la opinión de
Manuel Broseta Pont (cosa que no he podido comprobar).
2 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 177; FERNÁNDEZ/ CACHÓN, Temas..., cit., pp. 29 y 30, que
clasifica aparte las teorías “eclécticas” y “espiritualistas”, que expongo en seguida entre las unitarias.
GONDRA, José María; “La estructura jurídica de la empresa (El fenómeno de la empresa desde la
perspectiva de la Teoría General del Derecho)”, en 228 RDM (1998), pp. 493 y ss., plantea una
evolución de la dogmática a partir de las teorías atomísticas (calificadas como pertenecientes a la
“doctrina más antigua”, op. cit., p. 552), para terminar en la teoría de la “unidad objetiva superior” de
Brecher (op. cit., p. 560).
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Versión de mayo de 2015
§161 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
3 FERNÁNDEZ/ CACHÓN, Temas..., cit., p. 32, citando a Font Galán, concluye que la cuestión
permanece aún abierta y sin resolver.
4 Universalidad de hecho, producto de una mera yuxtaposición física de varias cosas, generalmente
homogéneas, como un rebaño o una colección de estampillas. Así entiende la azienda o fondo
empresarial, por ejemplo, FERRI (Manuale..., cit., p. 222). El autor rechaza la idea de una universitas
iuris porque el principio de unidad funcional es meramente voluntario (depende de la voluntad de
destinación del empresario), y opina que los elementos distintos de las bienes propiamente dichos
(los simples derechos de crédito, los contratos, los elementos pasivos) no formarían realmente parte
del conjunto (lo impediría, según él, la ley italiana), sino que se toman en consideración en la
hipótesis de la trasferencia por razones enteramente diferentes a su relación con el fondo. A esta
concepción parecía responder la noción del “traspaso de empresas” del antiguo Reglamento LIGV,
D.S. 269-91-EF: “la transferencia en una sola operación, de los activos fijos y existencias de una
empresa a un único adquiriente, con el fin de continuar la explotación de la actividad económica a la
cual estaban destinados”.
5 Universalidad de derecho, generada por la común destinación de una pluralidad de cosas, y a veces
también derechos, a un fin común. Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., vol. I, p. 254, aunque ya
no habla de universalidad (lo hacía, sin precisar el tipo, hasta la 21ª ed., McGraw-Hill, Madrid, 1998,
vol. I, p. 177, citando las SSTS del 1 de noviembre de 1963 y del 25 de mayo de 1973), pero acota
que en ella el elemento inmaterial (que no es él mismo un bien) es el vínculo fundamental aglutinante
del conjunto.
6 Así, la STS del 5 de julio de 1995, [1995] RJ 5795, FJ 5º (en términos casi idénticos a las SSTS del
23 y del 29 de marzo de 1995, [1995] RJ 2522, y [1995] RJ 2547, respectivamente): “una universitas
juris, es decir una pluralidad ontológica de bienes a los que el derecho de un tratamiento unitario, en
fuerza de la unidad lógica del complejo, en atención a su destino, asimismo unitario. Se trata aquí de
un complejo organizado, en el que destaca, como elemento básico, la concesión administrativa,
presupuesto imprescindible para la legal explotación de una Estación de Servicio, y junto a aquél un
conjunto de cosas y bienes que conforman un soporte físico u organizativo. Todo ello se considera en
el tráfico como un valor unitario, que se vende, se arrienda o puede ser objeto de gravamen, como un
todo”. Están también las citadas por SÁNCHEZ CALERO en las eds. anteriores de su obra (vid. nota n. 5,
supra), o la criticada por RIPERT/ ROBLOT, Traité..., cit., t. 1, p. 431.
7 RIPERT/ROBLOT, Traité..., cit., t. 1, p. 431; GONDRA, “La estructura...”, cit., p. 568. Los autores
presuponen que toda universalidad iuris implica un patrimonio separado. En mi opinión, es evidente
que yerran, pues: 1) no se justificaría tener dos conceptos, si su referente es el mismo (un “patrimonio
separado”); y 2) suponiendo que ambos conceptos se refirieran a patrimonios estrictamente
separados, aún seguiría siendo necesario denominar de alguna manera el supuesto, que no tiene
nada de imposible, de un bloque patrimonial con elementos activos y pasivos unificado en virtud de
una común destinación a un fin, pero sin estricta separación patrimonial (que es lo que yo entiendo
por universitas iuris).
8 GONDRA, “La estructura...”, cit., p. 556; a esta línea de pensamiento se adhieren, en Francia,
RIPERT/ROBLOT, Traité..., cit., t. 1, pp. 431-432 y 442. En España, URÍA, Derecho..., cit., pp. 38-39,
acepta que se pueda ostentar la “propiedad” del establecimiento mercantil (aunque según él, la
naturaleza jurídica del establecimiento, como denomina al fondo empresarial, ha de buscarse, más
que en la línea de los objetos simples o complejos de derecho, por la vía del moderno concepto de
institución: vid. op. cit., p. 39).
9 Vid., en el Perú, el art. 1 de la L. 2259: “dueño del establecimiento”. En el contexto español,
GONDRA, “La estructura...”, cit., pp. 567 y ss., las entiende como expresiones técnicamente impropias,
aunque comprensibles en el contexto socioeconómico en el que se promulgan, rechazando la idea de
una propiedad incoporal sobre la empresa, pues no cuenta con apoyo posible en el Derecho positivo,
ni concuerda con la lógica del sistema económico y jurídico.
10 GONDRA, “La estructura...”, cit., pp. 563-566.
11 Los autores alemanes suelen decir simplemente que la empresa “no es un objeto unitario de
derecho” (kein eigenes Rechtsobjekt ist), y que sobre él, como conjunto, pueden asumirse y
producirse relaciones jurídicas de tipo obligacional, pero nunca derechos reales unitarios, ni
realizarse, por tanto, negocios reales de disposición (Verfügungsgeschäfte). Vid. SCHMIDT, Derecho...,
cit., p. 145; cfr. BROX, Handelsrecht..., cit., pp. 65 (n.mg. 161) y 66 (n.mg. 165); CANARIS,
Handelsrecht, 23ª ed., Verlag C.H. Beck, Múnich, 2000, p. 173; ROTH, Handels- und
Gesellschaftsrecht, 5ª ed., Verlag Vahlen, Múnich, 1998, pp. 31 y 290. En el contexto español,
GONDRA, “La estructura...”, cit., pp. 567 y ss., se inclina con bastante claridad por esta concepción.
12 Traducción aproximada de Vermögensgesamtheit, que usa ROTH, Handels-..., cit., p. 31.
13 A esta misma idea parece responder la definición de “traspaso de empresas” del nuevo
Reglamento de la Ley del Impuesto General a las Ventas y del Impuesto Selectivo al Consumo,
aprobado por D.S. 29-94-EF, modificado en este aspecto por el D.S. 064-2000-EF: “traspaso en una
sola operación a un único adquirente, del total de activos y pasivos de empresas unipersonales y de
sociedades irregulares que no hayan adquirido tal condición por incurrir en las causales de los
numerales 5 ó 6 del Articulo 423 de la Ley Nº 26887, con el fin de continuar la explotación de la
actividad económica a la cual estaban destinados”.
14 De todos modos, también debe advertirse que la categoría de los derechos reales y su tradicional
contraposición a los derechos personales o de obligación es hoy en día objeto de ardoroso debate
doctrinal (DÍEZ-PICAZO, Fundamentos… contrato, cit., pp. 58-72). Con todo, si se vuelve, como parece
que es la tendencia, a un concepto estricto de derecho real exclusivo y persecutorio, en el contexto
de una teoría general más depurada de los derechos patrimoniales, la conclusión del texto es
innegable, dado que un presupuesto de tales derechos es el principio de especificidad, con el cual no
cumple, ni puede cumplir, un conjunto tan heterogéneo y variable como es el fondo empresarial.
15 En este sentido, yerran GONDRA, “La estructura...”, cit., p. 547, y la doctrina alemana a la que sigue,
al negar la calidad de “objeto unitario de derecho” o “bien jurídico” al fondo empresarial, bajo el
presupuesto (erróneo) de que dicho concepto “viene delimitado normativamente”. Lo que se delimita
normativamente y caso por caso son los propios derechos reales (principio de numerus clausus: cfr.
art. 885 CC), no los bienes.
16 Así, nadie negará que la prestación debida es un “bien” (cfr. art. 886, inc. 7, CC; DÍEZ-PICAZO,
Fundamentos… contrato, cit., p. 57), sin que sea admisible que se interponga entre su titular y el
derecho de crédito que recae sobre ella un “derecho de propiedad” intermedio.
17 Una visión panorámica de este problema, con expresa referencia a las ideas de bienes complejos,
a las “pertenencias” (como se conocen en el Derecho español los accesorios) y la relación entre el
bien fructífero y sus frutos, puede verse en GONDRA, “La estructura...”, cit., pp. 549 y ss.
unidades superiores, como son los bienes complejos (res connexae), compuestos de
partes integrantes, y también las unidades de destinación, en las que un “bien
principal” tiene afectados a su finalidad económica uno o varios bienes, llamados por
eso “accesorios” (arts. 887 a 889 CC).
Desde cierto punto de vista, el fondo empresarial tiene una unidad semejante a la de
un bien complejo, cuyas “partes integrantes” serían sus elementos. Así, en ausencia
de todos los elementos integrados en él, el fondo empresarial se puede decir que
queda reducido a la nada. Igualmente, la separación de algunos elementos o grupos
de elementos puede producir la destrucción, el deterioro o la alteración del conjunto
que es típica de la relación entre las partes integrantes y el bien complejo que
forman (párr. 1º del art. 887 CC). Pero por otro lado, no es fácil determinar a priori
con cuáles de esos bienes integrados ocurre eso. De hecho, prácticamente todos los
elementos “integrantes” pueden ser separados, en las circunstancias adecuadas, sin
afectar la unidad del fondo empresarial. Algunos incluso están “destinados” de
antemano a ser separados, y es más bien su excesiva permanencia en la empresa
lo que puede dar lugar a un deterioro del conjunto: por ejemplo, si las mercancías no
se venden (fenómeno común, en mayor o menor medida, de todo el activo
circulante). Por último, todos los elementos del fondo que tienen individualidad
propia pueden ser, y de hecho son frecuentemente, objeto de derechos singulares 18,
lo que contrasta con el segundo párrafo del art. 887 CC.
De primera intención, la categoría de “bien accesorio” también parece describir de
forma bastante certera la relación que hay entre los elementos del fondo empresarial
y éste como conjunto. Para empezar, se trata de una unificación “funcional” de
bienes en principio diversos (como en el fondo empresarial), por una “afectación” o
destinación (que es un acto voluntario practicado por su titular) del accesorio a la
finalidad económica de otro bien que se concibe como principal (párrs. 1° y 2° del
art. 888 CC). Es más, como ocurre también con los elementos del fondo empresarial,
los accesorios pueden ser objeto de derechos singulares, sin perjuicio de la unidad
que forman con el principal (párr. 3° del art. 888 y art. 889 CC). Por eso no es
extraño que una de las pocas veces que la ley peruana se refiere, aunque sea
incidentalmente, a la relación entre el fondo y algunos de sus elementos califique a
éstos de “accesorios de la empresa”19. La misma idea parece presidir la atribución
de responsabilidad solidaria al enajenante y al adquirente de un negocio por las
deudas “que se referan a operaciones del establecimiento traspasado” (es decir, de
las deudas “pertenecientes a” o “accesorias de” la empresa) que mencionan los arts.
2 y 3 de la L. 2259.
Pero no todo son semejanzas entre la destinación a la empresa de que son objeto
los elementos de un fondo empresarial y la destinación de los accesorios a la
finalidad económica u ornamental del bien principal. Por ejemplo, habría que
preguntarse qué bien es el “principal” en un fondo empresarial. El CC refiere la
accesoriedad a la propia empresa (esto es, el propio fondo empresarial como
18 Los “elementos” respecto de los cuales esto no es posible son aquéllos como el goodwill, la
experiencia de los trabajadores, etc., que más que elementos, como he dicho más arriba, son
“cualidades” del fondo empresarial como conjunto.
19 Inc. 8 del art. 302 CC: “los libros, instrumentos y útiles para el ejercicio de la profesión o trabajo,
salvo que sean accesorios de una empresa que no tenga la calidad de bien propio” (énfasis añadido).
es raro que se enfoquen las situaciones jurídicas sobre un fondo empresarial como si versaran
exclusivamente sobre uno o más de los bienes integrados en él (usualmente el inmueble donde tiene
su sede). Así, en Rubén Gabriel Phoco Ramos c. Rubén Phoco Calcina y Brígida Ramos Choque,
(1995) Cas. 905, bienes litigiosos parecen haber sido unas tiendas (negocios en marcha), y no sólo
los inmuebles a los que se refieren tanto las partes como la Sala. Vid. aun más claramente Celia
Sánchez Cerda c. Asociación de Productores Agrícolas Mercado Santa Anita, (2000) Lima 1621.
22 Así, por ejemplo, los tribunales alemanes (vid. en SCHMIDT, Derecho..., cit., pp. 145-147) han
económica” (obviamente, una empresa), tomándola en el fondo como “accesoria” del inmueble sobre
el que recae principalmente la hipoteca (art. 1101 CC). Así se consigue que toda la explotación
responda como valor de garantía ante el acreedor. Es mi intención tratar este supuesto con más
detalle más adelante (cfr. § 172, en p. 328, infra). Vid. también lo expuesto en nota n. 21, supra.
24 En el Cap. 6 (“El establecimiento mercantil (II). Transmisión”) de URÍA, Rodrigo y MENÉNDEZ, Aurelio
(Dirs.); Curso de Derecho Mercantil, Civitas, Madrid, 1999-2001, t. I, pp. 117-136, de su autoría,
donde dice (p. 118): “Las dudas que puedan suscitarse deben resolverse con arreglo al criterio de
suficiencia: es decir, si los elementos que se transmiten son suficientes para que el adquirente pueda
desarrollar con ellos la actividad empresarial, se presumirá que ha existido transmisión de
establecimiento (…), en tanto que, en caso contrario, habrá de entenderse que no ha habido
transmisión del establecimiento, sino de elementos aislados”. El pasaje se halla también en
MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 136. Agradezco a mi alumno Carlos Arturo TRELLES GARRIDO-
LECCA haberme llamado la atención sobre este pasaje por primera vez, mientras preparaba su
artículo sobre “El fondo empresarial y la compraventa de empresas”, publicado después en 2 IIE
(2009), pp. 197-215 (su cita está en la p. 203). Si no hice este reconocimiento la primera vez que traté
en público de esta materia (en “El fondo empresarial como objeto de derechos”, cit, p. 521) fue
porque por entonces el trabajo de Arturo no sólo no se había publicado, sino que estaba todavía en
plena elaboración.
25 Entiendo así las conclusiones de TRELLES, “El fondo empresarial…”, cit., p. 214, en relación
27 Incluso en la forma de “anticipo de legítima”, que sería lo que tendrían que haber hecho en su
momento los demandados, con las correspondientes formalidades (cfr. Considerando 5º), para que el
demandante tuviera alguna probabilidad de éxito en el ya citado caso Phoco c. Phoco y Ramos,
(1995) Cas. 905.
28 MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., pp. 135-136 dicen que el aporte de establecimiento a una
sociedad de capital es uno de los poquísimos ejemplos de una regulación positiva mínima de ciertos
aspectos de la transferencia de fondo empresarial en el ordenamiento español.
29 Cfr. los comentarios de FERRI, Manuale…, cit., p. 224, a las disposiciones del CC it. sobre el
usufructo de empresa, que explícitamente puede tener origen convencional (art. 2256 y párr. 4 del art.
2257 CC it.). Para el arrendamiento de empresa el Codice remite sin más al régimen del usufructo
(art. 2562 CC it.). En Francia no sólo existe una regulación especial del arrendamiento de fondo
empresarial (location-gérance, arts. L144-1 a L144-13 del nuevo CdC fr.), sino un régimen especial
para los arrendamientos inmobiliarios que recaigan sobre locales destinados a la explotación de un
fondo comercial (bail commercial, arts. L145-1 a L145-60 CdC fr.). En España, la L. 596 FN de
Navarra regula el arrendamiento de establecimiento mercantil.
30 Cfr. FERRI, Manuale…, cit., p. 222: “El punto neurálgico de la teoría de la azienda consiste
precisamente en la dificultad de fijar la relación que existe entre el conjunto empresarial y sus
elementos singulares, esto es, en la dificultad de precisar hasta qué punto la unidad de la función
absorbe la pluralidad de los elementos de que se compone la azienda”.
31 Se mueve en este orden de ideas, aunque no llega a decirlo más que para los elementos
integrantes, MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., pp. 140 y 142. Aunque en Italia no existe el sistema
dualista que distingue el título y el modo en la transferencia de la propiedad y demás derechos reales,
vid. un tratamiento semejante de la cuestión en FERRI, Manuale…, cit., pp. 226-227.
aspectos y etapas por los que pasa la celebración y ejecución de estos contratos.
Además, en la medida en que una titularidad sobre el fondo empresarial como
conjunto implique ostentar un auténtico derecho real sobre alguno o algunos de sus
elementos, observar ese procedimiento respecto de ellos es una estricta exigencia
del ordenamiento jurídico. Así pues, toda operación por la que se ceda o transfiera
inter vivos un fondo empresarial, o se constituyan otros derechos sobre él, tendrá
dos etapas:
1) La primera la constituye el “título” de la transfrencia o constitución, y es su razón
o justificación jurídica. Consiste usualmente en un contrato u otro negocio
jurídico, con participación del transferente o constituyente.
2) La segunda etapa corresponde al “modo”, o hecho jurídico que da eficacia plena
a lo prometido o dispuesto en el título, y con cuyo cumplimiento se completa la
transferencia o constitución misma del derecho.
Por otro lado, si el titular de la empresa es una sociedad de capitales 32, los contratos
y demás negocios sobre sus acciones o participaciones pueden tener el mismo
efecto económico que contratar sobre el fondo empresarial como un todo. Éste es el
caso cuando se adquieren todas las participaciones; o bien tantas, que el adquirente
puede controlar la empresa. Sin dejar de tener en cuenta las gravitantes diferencias
técnico-jurídicas entre ambas situaciones, tampoco se pueden cerrar los ojos al
propósito económico perseguido por las partes33, lo que permite hablar en estos
casos de transmisión indirecta del fondo empresarial34, y asimilarlos a los contratos
que sí recaen directamente sobre el propio fondo empresarial para ciertos efectos.
Quedan así puestas las bases imprescindibles para poder profundizar, en las
secciones que siguen, en los principales contratos relativos a un fondo empresarial
como conjunto unitario.
32 SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 150 dice que en principio lo mismo puede decirse de los
negocios sobre las participaciones en las sociedades de personas e incluso en las simples
comunidades de bienes (por ejemplo, la hereditaria) en las que esté comprendida una empresa. Lo
cierto es que la importancia práctica de tales supuestos es más bien marginal.
33 SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 151.
35 Como dice MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 135, la transmisión del fondo empresarial entre
vivos puede ser también forzosa, cuando ocurre sin la voluntad del titular o incluso contra ella: por
expropiación (cuando ésta procede constitucionalmente), por ejecución forzosa individual o en el
contexto de un proceso concursal; supuestos excepcionales de los que no me voy a ocupar aquí.
36 El traductor (Fedrico E. G. Werner) de SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 149, reserva también el
término “cesión de empresa” para las meras transferencias temporales (usufructos y arrendamientos).
unificación funcional, unidad que no puede ser disgregada sino por medio de un
nuevo acto voluntario del empresario43; de modo que quien afirme que tal cosa ha
ocurrido debe probarlo convincentemente. Naturalmente, todos y cada uno de los
activos y pasivos determinados pueden ser excluidos de la transferencia por
cláusula especial inserta en el contrato.
165. Fomalidades del título de transferencia.
El contrato de transferencia de un fondo empresarial a título oneroso no requiere por
sí mismo ninguna formalidad especial44. Sin embargo, si se trata de donación debe
seguirse según los casos la forma establecida para ese contrato (arts. 1623 a 1625
CC)45. En la medida en que el fondo empresarial en su conjunto debe considerarse
para estos efectos como un bien mueble (art. 886, inc. 10, CC), la formalidad
aplicable en nuestro país será casi siempre el escrito de fecha cierta (art. 1624 CC),
pues es casi inconcebible un fondo empresarial de valor inferior al 25% de la UIT.
Pero basta que el fondo empresarial comprenda algún inmueble para que la
donación deba hacerse por escritura pública (art. 1625 CC), ya que de lo contrario el
efecto traslativo del contrato no podría producirse respecto de él.
Sin que en esos casos tenga el carácter de forma solemne, también la compraventa
y demás contratos de traspaso de fondos empresariales deben ser elevados a
escritura pública siempre que el establecimiento traspasado comprenda un predio o
cualquier otro bien inscrito en un Registro Público, a fin de que el adquirente pueda
inscribir su derecho (cfr. art. 1551 CC). El contrato de sociedad en el que conste el
aporte de un fondo empresarial, como todo contrato de sociedad, debe por sí mismo
ser elevado a escritura pública para surtir plenos efectos (art. 5 LGS).
Los padres que, actuando en lugar de su hijo, transfieren o adquieren una empresa
para éste requieren autorización judicial, prescrita también para los tutores y
curadores (arts. 447, 448, y 453 CC; arts. 524, 531, 532 y 568 CC).
166. Obligaciones de saneamiento.
En las transferencias del fondo empresarial, sean definitivas o temporales, son de
aplicación todas las garantías y responsabilidades de saneamiento46: ya por evicción
(arts. 1491 a 1502 CC), por vicios ocultos (arts. 1503 a 1523 CC) y por hechos
propios (arts. 1524 a 1528 CC) que corresponden al transferente.
En el ordenamiento positivo sólo se prevé expresamente el saneamiento por la
transferencia de un fondo empresarial a título de aporte a la sociedad (párr. 2° del
art. 28 LGS), para el cual se dispone de manera explícita que el saneamiento es
aplicable tanto al conjunto como a cada uno de los elementos que lo componen 47.
un la escritura pública (art. 931 CC fr.): RIPERT/ ROBLOT, Traité…, cit., p. 443 (n. 549).
46 RIPERT/ ROBLOT, Traité…, cit., pp. 485-487; MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 143; SCHMIDT,
Derecho comercial, cit., pp. 155 y ss. (trata exclusivamente de la garantía por vicios).
47 SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 158, distinguiendo ambos supuestos, y mostrando que si, de
un lado, el vicio relevante de un elemento integrante puede no constituir vicio en absoluto desde la
Esta misma regla se puede aplicar a cualquiera de los otros contratos que pueden
ser título para la transferencia de una empresa, pues ésta es indudablemente un
bien capaz de ser objeto unitario del contrato.
Se debe el saneamiento en todas las formas de transferencia, pues las normas
generales disponen que hay lugar al mismo “en los contratos relativos a la
transferencia de la propiedad, posesión o el uso de un bien” (art. 1484 CC). En otras
palabras, también en las cesiones meramente temporales.
El vendedor está sin duda obligado a prestar la garantía de saneamiento por
evicción, pero el supuesto tiene pocas aplicaciones en la vida real. Habría que
suponer, en efecto, situaciones tan poco comunes como que un tercero pretende
tener derecho sobre el fondo transmitido, o bien sobre un elemento esencial del
fondo tal, que su evicción cause la desaparición efectiva de éste48.
Son más relevantes en la práctica las pretensiones del comprador (u otro
adquirente) al saneamiento por vicios ocultos, cuando no permiten destinar el fondo
empresarial “a la finalidad para la cual fue adquirido o que disminuyan su valor” (art.
1485 CC)49; y como se presume que “la voluntad de las partes es dar al bien el
destino normal de acuerdo con sus características, la oportunidad de la adquisición y
las costumbres del lugar” (art. 1486), el fondo empresarial debe ser apto para
continuar la empresa en marcha50. También hay lugar al saneamiento si el fondo
“carece de las cualidades prometidas por el transferente que le daban valor o lo
hacían apto para la finalidad de la adquisición” (art. 1505 CC).
Por ejemplo51, si Vílchez (V) vende a Castro (C) su “Automotriz Vílchez”,
presentado balances “arreglados” durante las negociaciones, y además
asegura que la empresa está libre de deudas cuando la realidad es la
contraria, por esto último, C puede pedir la redhibición (art. 1511 CC), la
disminución del precio (art. 1513 CC) o la indemnización de los daños y
perjuicios por incumplimiento (art. 1512, inc. 5, CC). Por el engaño doloso a
través de balances “arreglados”, tiene también abierta la posibilidad de pedir
la anulación, según el art. 221, inc. 2, CC.
Como los contratos sobre participaciones sociales tienen por objeto derechos y no
las cosas que pertenecen a la sociedad (ni, por tanto, del fondo empresarial de
ésta), el vendedor tendría que responder sólo por la evicción; o en todo caso por los
vicios de las acciones o participaciones como derechos de participación social (por
ejemplo, si la sociedad era nula, u otros casos por el estilo), nunca por las
cualidades mismas del establecimiento que explota la sociedad. Sin embargo, la
jurisprudencia extranjera ha reconocido que cuando por medio de este tipo de
negocios se persigue y se obtiene la misma finalidad económica que en una
perspectiva del conjunto, del otro pueden también existir vicios relevantes del conjunto sin que sea
individualizable con claridad en ninguno de los elementos.
48 RIPERT/ ROBLOT, Traité…, cit., p. 486 (n. 617).
50 Cfr. RIPERT/ ROBLOT, Traité…, cit., p. 486 (n. 618), quienes exigen que el vicio impida o perjudique
compraventa de empresa, el vendedor responde también por los vicios ocultos del
propio fondo empresarial52.
Como exponen RIPERT y ROBLOT53, la obligación de no competir —a la que me voy a
referir en seguida como expresión de la “obligación de entrega” referida al conjunto
del fondo empresarial— puede también ser contemplada desde la óptica de la
garantía de saneamiento, en este caso “por actos propios” (arts. 1524 a 1528 CC).
167. La “entrega” de la empresa.
Naturalmente la obligación principal que surge de un contrato de transferencia del
fondo empresarial es la de transmitir efectivamente la empresa 54. Conviene
detenerse en las peculiaridades de esta transferencia, que implica algunas
obligaciones para el transferente o cedente que son inusuales en otros contratos de
transferencia de bienes. El equivalente de lo que sería la “entrega” del bien
transferido, en el caso de que éste sea un negocio en marcha, es lo que la doctrina
ha denominado la “puesta o instalación del adquirente en el ámbito de la actividad
(empresarial)” que se lleva a cabo por medio del fondo empresarial transferido 55.
Esto debe hacerse por igual en todos los contratos de transferencia del fondo
empresarial, aunque, como es obvio, con distintos alcances, según se trate de un
traspaso o una simple cesión, y según el título concreto de la transferencia.
Esta “entrega” del negocio a cargo del titular original se debe realizar en dos planos:
el del fondo empresarial como un todo y el de cada uno de los elementos integrantes
del fondo empresarial en concreto56. La “entrega” del conjunto impone al transferente
deberes de colaboración en la consolidación de la dirección de la empresa por el
nuevo empresario y de abstención de competencia, como detallo a continuación. A
su vez, cada uno de los elementos del fondo, como no pierden su unidad e
individualidad propia por el hecho de estar adscritos a una empresa, deben ser
transferidos caso por caso, según su propia naturaleza57.
La naturaleza del fondo empresarial como conjunto organizado requiere en todos los
casos, para su transferencia, que el empresario asuma al menos dos obligaciones
en orden a la “entrega”:
1) La colaboración del transferente o cedente (antiguo empresario) con el
adquirente (nuevo empresario) en la transmisión de los conocimientos necesarios
para la conducción de la empresa58, incluyendo los secretos industriales,
comerciales, etc. En una palabra, una obligación de transferencia del llamado
52 SCHMIDT, Derecho comercial, cit., pp. 156-158. Cfr. RIPERT/ ROBLOT, Traité…., cit., t. 1, pp. 578-579,
sobre la asimilación jurisprudencial a la venta de fondo de comercio de los contratos de transferencia
de acciones o participaciones en algunos casos en que implica la cesión del control; los autores
subrayan el carácter excepcional de estos casos.
53 Traité…, cit., t. 1, pp. 485-486 (n. 616).
54 MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., pp. 141-142; RIPERT/ ROBLOT, Traité…., cit., t. 1, p. 485 (n. 614).
55 SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 155; MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 142; cfr. FERRI,
57 MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., pp. 140 y 142; FERRI, Manuale…, cit., pp. 226-227; SCHMIDT,
know how, o “saber hacer”, que permita conservar y aun mejorar la marcha del
negocio. Esta obligación durará el tiempo necesario para constituir al nuevo
empresario en la posesión estable y segura de la dirección del negocio.
2) La obligación a cargo del transferente o cedente de abstenerse de competir con
el adquirente en el mismo ámbito territorial (límite geográfico de la obligación) y
en el mismo ramo del negocio transferido o cedido (límite objetivo) 59. Esta
obligación durará (límite temporal) igualmente el tiempo objetivamente necesario
para que el nuevo empresario pueda consolidar su posición al frente del la
empresa y en el mercado (haya obtenido o no ese resultado 60), o hasta que la
posición del transferente sea igual a la de cualquier otra persona en cuanto a su
capacidad de competir con el adquirente.
Como he dicho, la transferencia del fondo empresarial implica además, en la unidad
del mismo negocio jurídico, la obligación de transferir en principio todos los
elementos integrantes del mismo. La entrega de los bienes corporales e incorporales
individualizados (los elementos de propiedad intelectual, por ejemplo), no presentan
mayores problemas, debiendo entregarse de manera física, inscribirse en los
registros respectivos o ambas cosas, según los casos. Así, la propiedad del
inmueble de la explotación se transmite por el propio título (art. 949 CC), aunque la
consolidación de esa adquisición ante terceros normalmente requerirá su entrega e
inscripción (art. 2014 CC); la de los muebles por acuerdo y tradición (arts. 947 y 901
a 903 CC) y los créditos simples, como por ejemplo el precio pendiente de la venta
hecha a un cliente, por la cesión de derechos (arts. 1206 y ss. CC). El problema
surge en el caso de los contratos y las obligaciones simples que formen parte del
fondo empresarial61.
168. Transmisión de las deudas y contratos en curso.
De acuerdo a las reglas que rigen la novación por delegación (art. 1281 CC),
aplicables por analogía a la subrogación pasiva en la misma deuda ante el silencio
de la ley sobre esta operación, el ordenamiento protege el interés de todo acreedor a
que no se cambie la persona de su deudor sin su consentimiento. El mismo principio
se aprecia en la cesión de posición contractual (párr. 2° del art. 1435 CC). Ahora
bien, como puntualiza la doctrina62, la necesidad inexcusable del consentimiento del
acreedor está intrínsecamente vinculada a la producción del efecto liberatorio de la
operación respecto del antiguo deudor.
59 MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., pp. 142-143; FERRI, Manuale…, cit., p. 228; SCHMIDT, Derecho
comercial, cit., p. 148; RIPERT/ ROBLOT, Traité…., cit., t. 1, pp. 486-487 (n. 618), aunque, como dije
más arriba, estos autores examinan esta obligación desde la perspectiva del saneamiento por hecho
propio del transferente.
60 Cfr. MENÉNDEZ/ ROJO, Lecciones…, cit., p. 142.
61 Vid. el planteamiento general de estos problemas en SCHMIDT, Derecho comercial, cit., pp. 220-224.
62 LACRUZ BERDEJO, José Luis, ET AL.; Elementos de Derecho Civil, Dykinson, Madrid, 2000, t. II, vol.
1, pp. 320-323. De todas maneras, es discutible la postura del autor (aparentemente, Francisco
RIVERO HERNÁNDEZ, a quien se atribuye la revisión y puesta al día de este volumen) según la cual
todo cambio en la persona del deudor de una obligación o del partícipe en un contrato, con efecto
liberatorio para el originario, necesariamente comporta una novación en sentido propio, esto es, la
sustitución del vínculo originario por uno nuevo y numéricamente distinto. MENÉNDEZ/ ROJO,
Lecciones…, cit., p. 138.
63 Así se entrevé en el análisis que hace, respecto de la cesión de posición contractual, LACRUZ,
Elementos…, cit., t. II., vol. 1, pp. 532-533.
64 Lo mismo habría que decir en caso de asunción de la deuda por un tercero, supuesto que se
acepte la posición expresada en LACRUZ, Elementos…, cit., t. II., vol. 1, pp. 321-322, para la que tal
expresión designa un tertium genus de novación subjetiva, distinto tanto de la expromisión como de la
delegación (dentro de la cual, en cambio, opino yo que debe subsumirse).
65 Así también LACRUZ, Elementos…, cit., t. II., vol. 1, p. 532.
ordenamiento francés, RIPERT/ ROBLOT, Traité…., cit., t. 1, pp. 477-479 (nn. 597-601), basado en una
ley de 1909. Incluso los efectos, a modo de sanción por incumplimiento de la obligación
el diario encargado de las notificaciones judiciales del lugar en que tenga su sede el
establecimiento traspasado (art. 1). La publicación debe hacerse por 15 días,
durante los cuales los acreedores del establecimiento deben acercarse para recibir
el pago de sus créditos (si estuviesen vencidos, se entiende) o dejar constancia de
su cuantía.
Si se sigue tal procedimiento, el adquirente sólo asume responsabilidad solidaria con
el transferente70 por las obligaciones que consten en la documentación del negocio y
las debidas a los acreedores del adquirente que, debidamente comprobadas y
perteneciendo al establecimiento, se hubiesen presentado a dejar constancia de su
crédito en el plazo señalado para las publicaciones (art. 2). El resto de acreedores
sólo podrá dirigirse contra el transferente. En cambio, si la transferencia se realiza
sin observar ese procedimiento, el adquirente responde solidariamente con el
transferente de todas las deudas contraídas antes de la operación y que se refieran
a operaciones del establecimiento traspasado (art. 3), estén o no consignadas en la
documentación del fondo. De las deudas responden en ambos casos todo el
patrimonio de los responsables solidarios, y no sólo los bienes comprendidos en el
establecimiento (art. 4). Más aun, los títulos ejecutivos contra el transferente
conservan el mismo carácter contra el adquirente (art. 5).
La L. 2259 no impone la cesión integral de las obligaciones o relaciones jurídicas
pertenecientes al fondo empresarial, liberando al transferente sin asentimiento del
acreedor, sino que facilita la transferencia del negocio, imponiendo al adquirente la
obligación de pagar las deudas contraídas por el transferente antes de la
transferencia, al tiempo que conserva la obligación del transferente, en caso que el
acreedor prefiriese hacerse cobro de su deudor original. De esta manera no se
ponen trabas a la circulación del negocio ni se varía la posición del acreedor de
modo que se le pueda perjudicar sin su consentimiento, sino que, por el contrario,
según la más estricta lógica mercantil, se refuerza el crédito del tráfico, al hacer más
eficaz la obligación por el hecho de haber circulado. La ley no admite pacto en
contrario de lo que ella dispone, que pueda oponerse a los acreedores, aunque sin
duda puede tener pleno valor entre las partes.
En este contexto, opino que lo dispuesto en esta L. 2259 puede aplicarse
analógicamente, para afirmar, en primer lugar, la continuidad de las relaciones
contractuales complejas en las que, como en la generalidad de los contratos de
trabajo, los cocontratantes que resulten cedidos no tengan un interés
predominantemente dependiente de las cualidades personales del cedente. En
segundo lugar, podría también extenderse analógicamente su aplicación a todos los
casos de transferencia, aunque sea temporal, del fondo empresarial.
(responsabilidad solidaria con el transferente de todas sus deudas anteriores surgidas con ocasión de
la empresa: cfr. ibid., p. 479, n. 602), es similar a la que impone la L. 2259 por incumplimiento de la
carga de publicidad. Sin embargo, el propósito y el carácter de la ley francesa es muy distinto al de la
nuestra, que busca facilitar la operación, mientras que la francesa otorga a los acreedores un derecho
de oposición a la transferencia que en nuestro país no existe.
70 En este sentido, el efecto es similar al previsto en el art. 2560 CC it., en cuanto la “asunción de la
deuda” (que allí no se entiende implícita ex lege en la operación, como entre nosotros) tiene
meramente un carácter acumulativo, y no liberatorio; cfr. FERRI, Manuale…, cit., p. 230.
71 Como explica SCHMIDT, Derecho comercial, cit., p. 175, la obligación de restituir puede también
derivar de la rescisión, resolución o anulación de un contrato de “traspaso”, e incluso eventualmente
de supuestos de enriquecimiento indebido.
72 Cfr. § 167, en p. 322, supra.
74 Ibid.
75 Cfr. FERRI, Manuale…, cit., p. 224, hablando de la obligación de conservar el fondo el usufructuario.
sobre todo de su completa singularidad como bien patrimonial. GONDRA resume tales
dificultades observando, en primer lugar, que el principio de especialidad de los
derechos reales impide configurar una verdadera garantía real sobre la empresa,
como bien unitario: nunca se sabe a ciencia cierta qué bienes están comprendidos
en el negocio, porque éste tiene esencialmente un carácter dinámico. Además, esa
misma inestabildad, inherente a la composición patrimonial del negocio, hace poco
aprovechable su valor de realización para asegurar el crédito. Por último, también le
resta seguridad el que tendría que tratarse de una garantía sin desposesión (para
que pueda continuar la actividad del empresario que da vida al negocio y le permite
obtener los medios para pagar la deuda), sin que el registro sea una buena
alternativa, por tratarse de un bien muy ligado a la persona del titular.
Ello no obstante, en muchos países la ley prevé específicamente la posibilidad de
hipotecar o prendar un negocio en marcha. En el Perú, nada lo prohíbe. Pero se la
debería configurar como una garantía mobiliaria (pues el negocio debe considerarse
bien mueble). Por tanto, como ocurre con todo derecho real de garantía para que
sea capaz de cumplir su función económica, en ausencia de un Registro de folio
real, requiere desposesión (“entrega” de la empresa). En ese sentido, puede
aplicarse la antigua previsión legal de prendas sobre bienes que, como ocurre con el
negocio, están destinados por su naturaleza a ser explotados (art. 1078 CC,
derogado por la LGM). De hecho, la lógica de la anticresis como garantía
“cuasiprendaria” (art. 1096 CC) sobre “inmuebles” sólo se aclara si se la entiende
como una garantía sobre una explotación con base inmobiliaria, esto es, sobre la
totalidad de un bloque patrimonial (cfr. art. 1091 CC). La distinción entre una y otra,
aparte del fundamento inmobiliario que requiere la anticresis, estaría en que el
acreedor anticrético explota el negocio en nombre propio (cfr. art. 1091; ello se
deduce también de que sus obligaciones sean las de un arrendatario: art. 1094 CC),
mientras el acreedor prendario o tercero depositario de la prenda, en principio,
explotará el negocio en nombre del constituyente.
172. Garantías sin desplazamiento.
En cambio, la posibilidad de constituir una hipoteca sobre una explotación
económica a que se refiere el art. 1103 CC sólo debe entenderse en los casos en los
que la explotación tenga un fundamento inmobiliario inscrito (pues la hipoteca se
constituye por la inscripción), y más bien como un caso de extensión de la hipoteca
a los “accesorios” de tal inmueble (en cuanto destinados a su finalidad económica de
“explotación”: véanse los arts. 888, 1099, inc. 3, y 1101 CC).
CAPÍTULO 3
LA PROPIEDAD INDUSTRIAL
SUMARIO: I. ASPECTOS GENERALES.— 173. Propiedad intelectual y propiedad
industrial. 174. Régimen andino y peruano de la propiedad industrial. II. SIGNOS
DISTINTIVOS.— 175. Los signos distintivos y sus clases. 176. La marca: noción,
funciones y requisitos. 177. Marcas de registro prohibido. 178. Clasificación de las
marcas. 179. Contenido del derecho sobre la marca. 180. Defensa del derecho de
marca. 181. Nacimiento, duración y extinción de la marca. 182. Nombre comercial
y rótulo o enseña. 183. Lemas comerciales. 184. Denominaciones de origen y
otras indicaciones geográficas. III. INVENCIONES Y OTRAS CREACIONES
INDUSTRIALES.— 185. Creaciones industriales: noción y clases. 186. Patentes de
invención: concepto y requisitos. 187. Obtención, contenido, duración y extinción
de la patente. 188. Explotación, cesión y licencia de la patente. 189. Certificados
de protección. 190. Modelos de utilidad. 191. Esquemas de trazado de circuitos
integrados. 192. Diseños industriales. 193. Secretos empresariales. 194. Algunas
creaciones biotecnológicas de régimen especial.
I. ASPECTOS GENERALES
173. Propiedad intelectual y propiedad industrial.
Entre los elementos más característicos integrados en el fondo empresarial están los
derechos de propiedad intelectual, especialmente los signos distintivos. Entendiendo
el término “propiedad” en un sentido amplio, son derechos de exclusividad (cfr. art. 6
LCDPI) sobre ideas, no sobre cosas corporales, estructurados a semejanza de la
propiedad sobre bienes materiales1. De ahí su nombre. Sin embargo, la analogía
entre estos derechos peculiares y la propiedad clásica tiene sus límites, derivados
de la singular naturaleza del objeto de estos derechos2.
Sin ahondar excesivamente en la teoría de los derechos intelectuales3, se puede
decir que se clasifican en dos grandes grupos4:
1 ARRABAL, Pablo; Manual práctico de propiedad intelectual e industrial, Ediciones Gestión 2000,
Barcelona, 1991, pp. 11 y s.
2 KRESALJA ROSSELLÓ, Baldo; “Bienes inmateriales y derechos intelectuales”, en PAZOS HAYASHIDA,
Javier (Ed.); Propiedad industrial, fascículo especial de la Revista Gaceta Jurídica, n. 48, Lima, 1997,
pp. 5-9 (p. 6).
3 Vid. al respecto KRESALJA, “Bienes inmateriales…”, cit., p. 6; BAYLOS, Tratado…, cit., pp. 373-507.
4 KRESALJA, “Bienes inmateriales…”, cit., pp. 7-8; ARRABAL, Manual práctico..., cit., p. 13. Vid. una
1) el derecho de autor y los derechos conexos, por un lado, que protegen obras del
ingenio humano de naturaleza más bien estética, técnica o científica5; y
2) los derechos de propiedad industrial, por otro, que como su nombre indica, se
dirigen a la obtención de una ventaja directamente aplicada en el contexto de una
actividad industrial o comercial6.
Como elementos integrados del fondo empresarial, me voy a interesar en este
Capítulo especialmente por los derechos de propiedad industrial. Éstos, a su vez, se
subdividen en dos grupos7:
1) los signos distintivos, y
2) las invenciones o creaciones industriales.
174. Régimen andino y peruano de la propiedad industrial.
El Derecho de la propiedad industrial e intelectual en nuestro país está
decisivamente influido por el proceso de integración andino, o Comunidad Andina de
Naciones (CAN), y por las normas emitidas por sus órganos comunitarios.
Ciertamente, cualquier esquema de integración económica que pretenda ir
estableciendo un mercado común es muy importante aproximar este sector del
ordenamiento8. En la Comunidad Andina, el régimen de la propiedad industrial (y
especialmente el Derecho de marcas) probablemente sea el área de mayor
desarrollo del Derecho comunitario, y no sólo a nivel normativo, sino también por su
intensa y extensa aplicación práctica9. El régimen establecido por las Decisiones
andinas vigentes constituyen, de momento, un simple régimen uniforme o común de
una serie de derechos que siguen estando limitados por sí mismos al territorio del
Estado que en cada caso los reconozca, aunque es bastante completo, y hasta
podría decirse que minucioso en algunos aspectos. El establecimiento de una marca
comunitaria, u otros derechos intelectuales de alcance directamente comunitario,
como empiezan ya a existir en la Unión Europea, es todavía una aspiración
impracticable en la Comunidad Andina, como lo es también el establecimiento de
una autoridad comunitaria en la materia10.
competencia desleal, que en estas Notas trato en el marco y como el núcleo principal del Derecho de
la competencia.
5 Regulados en el ordenamiento comunitario andino por la Decisión 351, desarrollada en el derecho
interno peruano por el D.Leg. 822, Ley del Derecho de Autor (LDA).
6 BAYLOS, Tratado…, cit., pp. 687-688.
7 BAYLOS, Tratado…, cit., p. 688, que en realidad habla de un tercer tipo, constituido por las
creaciones formales de aplicación industrial, o sea, el diseño industrial, que sin embargo trataré en
estas Notas como un subtipo de creación industrial, junto con las patentes y demás creaciones
técnicas.
8 Con referencia a la Unión Europea, vid. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones de Derecho Mercantil, cit.,
11 Vid., con una postura claramente crítica de esta técnica legislativa, KRESALJA, Los derechos…, cit.,
pp. 251-252.
12 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 156, cuando dice que son “instrumentos eficaces y
realizarse, vid. GONDRA, José María; “Teoría general de signos de empresa”, incluido en Estudios
Jurídicos en Homenaje al Profesor Aurelio Menéndez, cit., Tomo I, pp. 829-868. El autor, por la
peculiar aproximación sistemática que revela el título de su trabajo, incluye en su estudio algunos
aspectos más propios del régimen de la competencia desleal, al hablar de signos distintivos no
registrados. En el Perú, aun siendo posible una aproximación semejante, no en todos los casos será
útil la distinción entre signos registrados y no registrados para distinguir el Derecho de los signos
distintivos, protegidos por la propiedad industrial, de supuestos semejantes amparables bajo el
Derecho de la competencia. La ley peruana, siguiendo el régimen comunitario andino, admite algunos
signos distintivos (nombres comerciales, rótulos y enseñas e incluso cualquier signo notorio) cuya
plena protección como bienes de la propiedad industrial no depende esencialmente de su registro.
15 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 156. Curiosamente, el régimen marcario comunitario
andino establecido por la Decisión 85, del 15 de mayo de 1979, exigía que la marca fuera novedosa y
visible (no admitía, por tanto, ni siquiera las marcas sonoras), además de suficientemente distintiva.
La calidad de novedosa desaparece a partir del régimen común de la propiedad industrial aprobado
por la Decisión 311, de 1991.
16 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., loc. cit.
DPI que, sin embargo, se limita a remitir su régimen al de los nombres comerciales.
18 SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., 29ª ed (2006), cit., pp. 229, sobre la base de la Ley de Marcas es.
19 Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 158. Respecto de la última función (publicitaria), vid.
también KRESALJA, Los derechos…, cit., p. 196.
20 Requisito que mencionaba el art. 128 LPI ant., aunque no está expresamente mencionado en la
23 Vid. una breve alusión, sólo al caso del color aislado, en KRESALJA, Los derechos…, ibid. Vid. más
detalles (bajo la vigencia de la LPI ant. y la Decisión 344, menos flexibles en este aspecto) en PAZOS
HAYASHIDA, Javier; “Secondary meaning: aproximaciones a la teoría de la distintividad adquirida”, en
PAZOS, Propiedad industrial, cit., pp. 35-41.
24 KRESALJA, Los derechos…, ibid.
25 Una problemática hasta cierto punto semejante se plantea ante la existencia en distintos países
miembros de la CAN de marcas idénticas o similares, respecto de la posibilidad de importaciones
cruzadas de los productos, asunto regulado en el art. 159 DPI. Vid. al respecto KRESALJA, Los
derechos…, cit., pp. 187-188.
26 Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., loc. cit.
27 Nomenclatura Oficial establecida por el Arreglo de Niza, del 15 de junio 1957, relativo a la
Clasificación Internacional de Productos y Servicios para el Registro de las Marcas, aplicable (en su
forma actualizada) según el art. 151 DPI. Cfr. también el art. 58 LCDPI.
28 En la DPI forman un Título aparte, como si fueran un signo distintivo autónomo y diferente de la
marca propiamente dicha.
29 Con la misma autonomía sistemática que las marcas colectivas.
30 Una de las novedades de la DPI es regular la notoriedad de los signos distintivos (de todos y de
cualquiera de ellos) de manera general y común, en sus arts. 224 a 236. Vid. al respecto KRESALJA,
Los derechos…, cit., pp. 190-191.
31 Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., p. 162.
32 Permitido por el inc. e del art. de la Decisión 689, que modifica lo dispuesto en el art. 138 DPI.
33 La plena libertad para transferir las marcas con independencia del fondo empresarial al que sirven
como uso para los mismos efectos su aplicación a productos o servicios exportados
en su totalidad. En contrapartida, el licenciante de una marca responde ante los
consumidores del producto o servicio licenciado como si fuera su productor o
prestador (art. 67 LPDCI).
En el plano negativo consiste en:
1) El derecho de impedir el uso (ius prohibendi) por parte de otras personas de
marcas idénticas o similares, que puedan causar confusión, dentro del marco de
protección (art. 155 DPI), derecho cuyo ejercicio regular no puede ser
sancionado como práctica restrictiva de la libre competencia (art. 6 LCDPI).
2) También el de impedir la supresión de la marca del producto o envase por parte
de los sucesivos intermediarios del producto (inc. b del art. 155 DPI).
El derecho de exclusión o ius prohibendi que confiere la marca tiene como límite el
agotamiento del derecho de marca, es decir, que no faculta a impedir el comercio
posterior de los productos o servicios signados con la marca, una vez puestos
legítimamente en el mercado (art. 158 DPI). Es lo que ocurre, por ejemplo, en las
importaciones paralelas, que son las que hace un empresario no licenciado de los
productos marcados (o también de los producidos con uso legítimo de cualquier otro
derecho de propiedad industrial), cuando ha adquirido legítimamente tales productos
en otro mercado, del propio titular del derecho o de un licenciatario suyo. Tampoco
se pueden impedir aquellos usos de buena fe, que no constituyan uso a título de
marca sino con una finalidad legítima, informativa o de otro tipo, y que no suponga
riesgo de confusión (art. 157 DPI), por ejemplo, en la publicidad de servicios
vinculados a los productos signados con la marca, y también en el más polémico
caso de la publicidad comparativa.
Tienen un tratamiento especial las marcas notorias, a las que en ciertos casos se les
puede considerar existentes por el mero uso (sin necesidad de registro; pero en mi
opinión deben estar registradas en algún país: cfr. art. 229 DPI), y a las que se
concede protección absoluta (no limitada por el riesgo concreto de confusión
derivado de la conexión competitiva de los productos o servicios: art. 226 DPI), ya
que se extiende también a la exclusión de los signos iguales o similares cuyo uso
pudiera diluir la fuerza distintiva del signo o constituir un aprovechamiento injusto de
su prestigio o renombre35.
180. Defensa del derecho de marca.
La defensa del derecho de marca puede hacerse valer en el Perú por tres vías:
1) mediante las acciones por infracción, contra quienes usen indebidamente la
marca registrada (acciones que deben ejercitarse en el ámbito administrativo,
ante el INDECOPI: arts. 95 y 96 LCDPI y 238 a 244 DPI, aplicables por igual a
signos distintivos e invenciones);
36 Aunque la lectura aislada del art. 7 LCDPI podría dejar una impresión distinta.
37 Vid. KRESALJA, Los derechos…, cit., p. 175.
o a la mala fe del solicitante (arts. 172 y 173 DPI)38. La DPI declara expresamente
nulos el registro de marca “efectuado de mala fe”, supuesto que entiendo se refiere a
las marcas obtenidas por quien sabía o estaba en condición de saber, en el
momento de la solicitud, que la marca pertenecía a un tercero, así como las
obtenidas por quien se pruebe que registra habitualmente marcas de terceros para
vendérselas nuevamente a sus titulares y obtener una ganancia 39. La DPI incluye
este supuesto entre los que producen nulidad relativa del registro.
La caducidad hace terminar el derecho sobre la marca al expirar su plazo de
duración, si no se solicita su renovación seis meses antes o después de dicha fecha
(arts. 185 LPI y 174 DPI). La caducidad nunca es retroactiva.
Finalmente, la cancelación de la marca procede:
1) A pedido de un tercero interesado cuando la marca en cuestión no ha sido
utilizada sin motivo justificado para distinguir los productos o servicios para los
que se concedió dentro de los tres años anteriores a la solicitud (cancelación por
falta de uso). La carga de la prueba del uso recae sobre el titular de la marca
(arts. 165 a 168 DPI).
2) Cualquier persona puede también pedir la cancelación de una marca, o ésta
decretarse de oficio, cuando su titular hubiese provocado o tolerado la dilución
de la misma (art. 169 DPI), esto es, la pérdida de su poder distintivo (como
cuando se permite que una marca denominativa se convierta en un término
descriptivo genérico).
3) Por último, el propio titular de la marca podrá pedir su cancelación, total o parcial,
siempre que los derechos no hayan sido transferidos o estén afectados a favor
de terceros (171 DPI, que denomina a este procedimiento de renuncia al registro
de marca)40.
182. Nombre comercial y rótulo o enseña.
El nombre comercial es el signo distintivo que identifica al empresario en su
actividad mercantil (cfr. inc. d del art. 85 LCDPI). La DPI lo define como el signo que
distingue o identifica:
1) a una actividad económica,
2) a una empresa, o
3) a un establecimiento mercantil (art. 190 DPI).
Esta definición es demasiado amplia e imprecisa. El “nombre comercial” que
identifica un “establecimiento” mercantil no es otra cosa que un rótulo o enseña
(mencionado por separado, como algo distinto, aunque regulado por remisión al
nombre comercial, en el art. 200 DPI). Si por “actividad económica” se entiende una
38 El trámite ante la Dirección de Signos Distintivos del Indecopi se regula en los arts. 73 y 74 LCDPI.
39 Cfr. el inc. c del art. 181 LPI ant. Se supone que el tercero tenía su marca registrada fuera del país,
pues si no, el titular de mala fe nunca hubiera obtenido su inscripción.
40 El trámite de la cancelación, que entiendo aplicable también en caso de renuncia, se rige en el Perú
por lo dispuesto en los arts. 71 y 72 LCDPI. La otra posibilidad es que la renuncia siga más bien los
trámites previstos para la “inscripción de modificaciones del registro” que regula el art. 64 LCDPI.
bien, primitivo) las restricciones a la transferibilidad “autónoma” de los signos distintivos en general
era la nota predominante. Igualmente, en pp. 842-844, el autor da cuenta de la confusión histórica
entre los nombres comerciales y los rótulos. Desde ese punto de vista, la intransferibilidad de ambos
signos separadamente de la empresa podría verse, más que como un error derivado de la confusión
de ambas figuras, como un rezago del régimen vigente anteriormente.
ámbito, pero si se aplica a los nombres comerciales propiamente dichos puede ser
un obstáculo injustificado. Se podría entender que dicha norma sólo se aplica en el
caso de que el “nombre comercial” distinga efectivamente un establecimiento (es
decir, si se trata en realidad de un rótulo o enseña).
No hay que confundir el nombre comercial con el nombre, razón social o
denominación del empresario (cfr. párr. 3° del art. 190 DPI). Este último es un
derecho inherente a su personalidad, natural o jurídica, se adquiere por el hecho de
su imposición (personas naturales) o de su inscripción en los registros públicos
(personas jurídicas debidamente constituidas), y se conserva mientras la persona
exista (muerte o inscripción de la extinción, según los casos), o cambie legalmente
su nombre o denominación. En cambio, como derecho inmaterial, el nombre
comercial nace con su primer uso vinculado a la realización de actividades
empresariales, pudiendo coincidir o no, en todo o en parte, con el nombre de la
persona. Más aún, se entiende por nombre comercial no sólo a signos
denominativos, sino también a símbolos, logotipos y otros signos gráficos que
cumplan la función de distinguir al empresario en el mercado. El nombre comercial
se pierde cuando se deja de usar.
183. Lemas comerciales.
Los lemas comerciales son las expresiones de propaganda originales y con
características suficientemente distintivas como para promocionar bienes o servicios
identificados mediante algún otro signo distintivo, que usualmente es una marca. La
DPI las define simplemente (de modo mucho más genérico e impreciso) como las
palabras, frases o leyendas utilizadas “como complemento” de una marca (art. 175
DPI). Dado que no hay una extensión máxima para las marcas, si sólo fueran eso
bastaría con registrar como un solo signo el conjunto de marca más lema, eludiendo
así la necesidad de registrar, además, el lema comercial.
Se trata de signos distintivos esencialmente accesorios de otros, que la ley restringe
a las marcas (arts. 75 LCDPI y 175 DPI), pero también debería admitirse para los
nombres comerciales (piénsese en las campañas de promoción de imagen
institucional).
El lema comercial se protege en exclusiva por el registro, que tiene una duración de
diez años, pero siempre coincidiendo con el periodo de protección del signo al que
está vinculado (arts. 75 LCDPI y 178 DPI).
184. Denominaciones de origen y otras indicaciones geográficas.
La DPI distingue, entre las indicaciones geográficas44, dos clases:
1) las denominaciones de origen (arts. 201 a 220), y
2) las simples indicaciones de procedencia (arts. 221 a 223).
La ley peruana sólo regula las primeras, que son las únicas que constituyen
propiamente un signo distintivo autónomo. Éstas son signos, consistentes en el
nombre de una región o lugar geográfico, u otra denominación que sirva para
referirse a dicho lugar, que distinguen la procedencia de los productos originarios de
una ventaja técnica que mejora la producción. Desde este punto de vista, por tanto,
estos bienes de propiedad industrial se podrían definir como unos monopolios
limitados, concedidos por la ley para la explotación del conocimiento o configuración
que constituye su objeto46. Sin embargo, esta protección se justifica en función de:
1) un criterio valorativo —la exigencia de justicia de premiar o retribuir el esfuerzo 47
de quien obtuvo por primera vez ese conocimiento, y lo comunicó al resto—, y
2) un criterio práctico de conveniencia —la necesidad de incentivar el esfuerzo de
investigación para el desarrollo de nuevas tecnologías industriales en beneficio
de toda la sociedad48, y también —quizás sobre todo— su divulgación49.
Según esto, la protección de una creación industrial se confiere en principio al que la
obtuvo por primera vez (principio de novedad) y sólo por un tiempo limitado, al
término del cual dicho conocimiento entra en el dominio público50.
Las creaciones industriales que la ley reconoce son (art. 3 LCDPI):
1) las patentes de invención, sobre nuevos productos o procedimientos industriales;
2) los certificados de protección, que anticipan provisionalmente la protección propia
de una patente;
3) los modelos de utilidad, de menor altura inventiva que una patente, pero
igualmente novedosa;
4) los esquemas de trazado de circuitos integrados, que vienen a ser un tipo
peculiar y muy especializado de modelo de utilidad;
5) los diseños industriales, que dotan al producto una especial apariencia externa; y
6) los secretos empresariales, cuya protección concuerda mejor con la derivada de
la exigencia de lealtad concurrencial.
Además, existen otras formas especiales de protección de los conocimientos
técnicos regulados fuera del cuerpo principal de normas dedicadas a la propiedad
industrial, principalmente en el campo de la biotecnología.
46 Así, JACOB/ ALEXANDER/ LANE, A guidebook to Intellectual Property…, cit., p. 3, para quienes todo el
Derecho de la propiedad intelectual (y no sólo el de las patentes y otras creaciones industriales) se
pueden decir que “[t]rata sobre cómo la gente puede adquirir derechos de monopolio para hacer
ciertas cosas provechosas (tales como fabricar ciertos productos o venderlos bajo nombres
particulares) y cómo esos monopolios se protegen y conservan”.
47 BAYLOS, Tratado…, cit., pp. 691-692.
48 Una apreciación crítica de la valoración tradicional del sistema de patentes (que tendía a
justificarla), sobre la base de ciertos argumentos económicos, puede verse en PORTELLANO DÍEZ,
Pedro; “La valoración del sistema de patentes: una enseñanza para el Derecho de la competencia
desleal”, en Estudios Jurídicos en Homenaje al Profesor Aurelio Menéndez, cit., Tomo I, pp. 969-981.
49 Aspecto más o menos puesto de relieve por FLINT STERN, Isaías; “La patente: fuente de derechos y
de información tecnológica”, en PAZOS, Propiedad industrial, cit., pp. 31-34. Vid. también BAYLOS,
Tratado…, cit., pp. 689-690.
50 BAYLOS, Tratado…, cit., p. 689.
56 Vid. en esta materia BERCOVITZ, Alberto; “Derecho de las universidades y de los organismos de
investigación sobre los resultados de las investigaciones desarrolladas en sus institutos”, en Estudios
Jurídicos en Homenaje al Profesor Aurelio Menéndez, Civitas, Madrid, 1996, Tomo I, pp. 687-708. El
autor analiza allí las diversas posibilidades de distribución de los derechos de titularidad sobre las
creaciones derivadas de la labor de profesores universitarios e investigadores. De lege ferenda,
insiste en la diferencia fundamental que tiene la relación que existe entre profesor y universidad,
frente a la de empleador-investigador (sea o no público el empleador), aunque la LCDPI peruana
expresamente equipara ambos supuestos (art. 37, párr. 1°), salvo disposición distinta del estatuto o
reglamento interno de la universidad.
57 Sobre el origen y el sentido del “nivel inventivo” (Erfindungshöhe) como “tercer requisito” (por ser el
último en consolidarse en la teoría del derecho de patentes) vid. BAYLOS, Tratado…, cit., pp. 704-706.
58 KRESALJA, Los derechos…, cit., p. 178. Cfr., en España, SÁNCHEZ CALERO, Instituciones..., cit., pp.
142-143.
59 Autorizada por el inc. b del art. 1 de la Decisión 689 CAN.
62 KRESALJA, Los derechos…, cit., p. 182, critica la mención en el art. 8-A LCDPI de la “conducta
inequitativa”, ausente de la DPI, como posible causal para la declaración de nulidad de la patente, por
considerarla “de difícil definición”. Opino que la norma se refiere a la obtención a título singular de una
patente por una invención que en realidad correspondía en común a varios inventores (cfr. párr. 3° del
art. 22 DPI).
63KRESALJA, Los derechos…, cit., p. 181, criticando (creo que inmerecidamente, al menos en el caso
de la norma andina) la normativa existente sobre este punto, por ser en su opinión excesivamente
restrictiva.
66 Según HALPERIN, “El modelo de utilidad”, cit., p. 195, el objeto mismo sobre el que recae el modelo
69Así las llama KRESALJA, Los derechos…, cit., p. 183, remitiendo para su origen a los arts. 35 y ss.
ADPIC y al Tratado para la Protección de la Propiedad Intelectual respecto de los Circuitos Integrados
(PICI) del sistema de la OMC.
70 INDECOPI; Preguntas sobre propiedad industrial. La creatividad de los peruanos ante los retos de la
Era del conocimiento, folleto editado por el Indecopi, Lima, 1996, 16.
71 Cabe precisar que este régimen especial de protección está previsto y habilitado por el art. 7 de la
IV. Parte
El empresario en crisis
CAPÍTULO 1
INTRODUCCIÓN AL DERECHO CONCURSAL
SUMARIO: I. DERECHO CONCURSAL E INSOLVENCIA.— 195. Noción de Derecho
concursal. 196. Problemas que genera la insolvencia. 197. Los costos de la
negociación y el dilema del negociador. 198. Noción económica de insolvencia.
199. Los hechos reveladores de la insolvencia. 200. Trasfondo económico de la
situación del insolvente. II. PRINCIPIOS Y MECANISMOS DEL DERECHO CONCURSAL.—
201. Principios del Derecho concursal. 202. Sistemas para la determinación de la
insolvencia. 203. Marco de protección del patrimonio (la masa concursal).
204. Decisión y decisiones sobre el patrimonio. 205. Soluciones posibles y otros
efectos accesorios y complementarios. III. FUNCIÓN Y NATURALEZA DEL DERECHO
CONCURSAL.— 206. Función económica del Derecho concursal. 207. Naturaleza
del Derecho concursal. 208. Derecho concursal civil y mercantil. IV. BREVE
HISTORIA DEL DERECHO CONCURSAL.— 209. Antecedentes en el Derecho Romano y
otros ordenamientos antiguos. 210. Orígenes en el Derecho intermedio.
211. Derecho moderno.
1 OLIVENCIA RUIZ, Manuel; La terminología jurídica de la reforma concursal, Iustel, Madrid, 2006, pp.
56-57 (por nota n. 35).
2 Manejo la edición de los hermanos De Tournes, Lyon, 1747.
3 Cfr. BUCKLEY, F.H. y BRINIG, Margaret F.; “The bankruptcy puzzle”, en 27 Journal of Legal Studies
(1998), pp. 187-207, aunque, para ser honesto, la metáfora no se refiere en ese trabajo a la
complejidad del Derecho concursal o de sus mecanismos en conjunto, sino específicamente a un
fenómeno de inesperado —y al parecer inexplicable— incremento de las solicitudes de insolvencia
voluntaria en un periodo (alrededor de 1991), tras la reforma concursal estadounidense de 1984.
4 Vid. la aun más breve (pero por eso mismo creo que incompleta) definición de OLIVENCIA, La
terminología…, cit., p. 23: “Derecho que se ocupa del tratamiento de los acreedores ante el fenómeno
económico de la insolvencia”.
—373—
Versión de mayo de 2015
§196 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
7 Este ejercicio se inspira en parte en el que presenta (mucho más extensamente) EZCURRA RIVERO,
es universalmente reconocida como de autoría de Alfredo BULLARD. Éste, sin embargo, que yo tenga
conocimiento, nunca la ha expuesto en un trabajo propiamente académico, sino sólo en sus clases,
entrevistas y en un artículo de divulgación publicado en la edición del 24 de julio de 2009 de la revista
Semana Económica de Lima, titulado “El «efecto buffet» (o de cómo la Insolvencia en INDECOPI nos
deja a todos con hambre)”. Vid. también las expresiones recogidas en un extracto de una entrevista al
autor recogidos en FLINT BLANCK, Pinkas; Eficiencia y racionalidad en el sistema concursal. El caso
peruano, tesis doctoral, Universitat Ramon Llull, Barcelona, 2008, p. 221.
BOUCKAERT, Bowdewijn y GEEST, Genit DE; Encyclopaedia of Law and Economics, Edward Elgar,
Cheltenham (Reino Unido), 2000, vol. V, pp. 261-289 (p. 264).
12 EZCURRA, “La Ley de Reestructuración…”, cit., pp. 30-31.
14 Cfr. CABRILLO/ DEPOORTER, “Bankruptcy proceedings”, , cit., p. 266, introduciendo la crítica de una
parte de la literatura a la regla de prelación absoluta de los créditos “externos” sobre los de los
accionistas, porque “induce a la administración, que actúa por cuenta de los accionistas, a
embarcarse en conducta riesgosa cuando la compañía está próxima a la quiebra”.
15 EZCURRA, “La Ley de Reestructuración…”, cit., pp. 29-30.
16 GÓMEZ-POMAR RODRÍGUEZ, Julio; Teoría y técnicas de negociación, Ariel, Barcelona, 1991, pp. 11-
18. FONT BARROT, Alfred; Negociaciones: entre la cooperación y el conflicto, Grijalbo, Barcelona,
1997, pp. 94-97.
17 Tuve la oportunidad de estudiar ambos dilemas con cierto detalle con ocasión de la preparación de
mi tesis doctoral: La cláusula de hardship en la contratación mercantil, La Coruña, 2007, pp. 526-529
(§ 86), de donde tomo casi ad litteram casi todo lo que sigue en este apartado.
18 Esto es, como maximizadores egoístas de su propia utilidad individual. Cfr. POSNER, Richard A.; El
análisis económico del Derecho, reimp. de la 1ª ed., Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p.
11. Para ser justos, hay que reconocer que el autor, en seguida de describir al agente ecómicamente
“racional” como un “maximizador racional de sus fines en la vida, sus satisfacciones (lo que
llamaremos su «interés propio»)”, pretende que “el interés propio no debe confundirse con el
egoísmo; la felicidad (o la miseria) de otras personas puede formar parte de nuestras satisfacciones”.
No cabe duda de que los conceptos de “egoísmo” y “generosidad” del autor son un tanto peculiares.
22 Vid. una lúgubre versión ambientada en la Rusia soviética en FONT, Negociaciones..., cit., pp. 90-
93, que la atribuye a Avinash Dixit y Barry Nalebuff. En el texto que sigue se recoge resumidamente.
2) si no confiesa, 4 años.
Como se ve, haga lo que haga el otro prisionero, a cada uno de ellos le conviene
confesar en cada supuesto, si se comporta como un “maximizador racional” 23. Como
también el otro llega a la misma conclusión, ambos confiesan, y cada uno recibe 10
años de condena.
Ahora bien, precisamente ese equilibrio (casilla inferior derecha) es ineficiente,
incluso en términos de Pareto, pues existe al menos una forma (casilla superior
izquierda) de mejorar tal resultado, sin que ninguno de los dos pierda. Si ninguno
confiesa, se produciría un resultado preferible para los dos. Pero para cada uno,
haga lo que haga el otro, es siempre mejor confesar. Incluso si pudieran
comunicarse y se comprometieran a callar, ninguno podría estar seguro de que el
otro cumplirá cuando deba actuar por separado. La tentación de traicionarlo sería
muy fuerte y, si el otro cede, las consecuencias para uno serían terribles. Por lo
tanto, lo traiciona también a su vez, aunque sólo sea por prevenir. Como se ve, el
mejor resultado sólo puede alcanzarse si cada jugador sigue su peor estrategia
individual, que además es vulnerable a la explotación del otro. En definitiva, lo que
está detrás de los costos que lastran toda negociación es sin duda el temor de los
negociadores a que su disposición a cooperar sea explotada por la otra parte 24.
Aparte de suponer cierto desmentido a la teoría de la mano invisible25, el dilema del
prisionero ilustra la estructura de muchas situaciones de negociación, en las que se
produce esa paradójica tensión entre la necesidad de cooperar y el miedo-tentación
a la traición. Las estrategias cooperativas de negociación suelen ser vulnerables a la
explotación abusiva del otro. El comprador puede revelar al vendedor su verdadero
precio de reserva, para no perder tiempo en regateos inútiles (cosa que interesa a
ambos). El vendedor, a su turno, le “revela” unos costes tan próximos al primer
monto que el acuerdo, “felizmente”, es posible por muy estrecho margen. El precio
fijado en consecuencia traslada casi todos los beneficios al negociador deshonesto.
Por eso se habla del dilema del negociador como un problema específico de la
negociación26, que plantea a cada negociador la disyuntiva entre cooperar con el
otro para llegar a un acuerdo que produzca los mayores beneficios conjuntos
posibles, de una parte, y competir con él para apropiarse de la mayor parte posible
de los beneficios de cada solución efectivamente planteada, de la otra. Por esta
razón, el dilema del negociador se ha caracterizado como una situación de
permanente e inevitable tensión entre la “creación de valor” (cooperando) y la
“reclamación de valor” (compitiendo)27. Su esquema general sería el siguiente28:
23 Lo cierto es que, gracias a Dios, ser un individuo racional ni siempre ni principalmente significa ser
“racionalmente egoísta”, lo que permite que las personas cooperen muchas más veces de las que
encajarían en el modelo económico, y beneficiarse de ello.
24 FONT, Negociaciones..., cit., p. 93: los negociadores “se debaten entre la necesidad objetiva de la
dice FONT, Negociaciones..., cit., p. 93, citando una obra de Albert Calsamiglia inédita que, como tal,
no he podido consultar.
26 GÓMEZ-POMAR, Teoría y técnicas..., cit., pp. 11-18; FONT, Negociaciones..., cit., pp. 94-97.
27 GÓMEZ-POMAR, Teoría y técnicas…, cit., pp. 14-15; FONT, Negociaciones…, cit., pp. 94-95, 150-152.
Negociador 1
Cooperar Competir
(crear valor) (reclamar valor)
Cooperar BUENO FANTÁSTICO
(crear valor) BUENO TERRIBLE
Negociador 2
Competir TERRIBLE MEDIOCRE
(reclamar valor) FANTÁSTICO MEDIOCRE
Visto lo cual, en lugar de resultar extraño que muchas negociaciones se hagan
difíciles, parece casi milagroso que tantas veces se alcancen acuerdos y se
cumplan. Afortunadamente, la experiencia demuestra que la gente no siempre se
comporta como sugiere el modelo, sino que habitualmente es capaz de cooperar,
superando el dilema del negociador29.
Esto se debe, en parte, a que en las negociaciones reales no se dan las estrictas
condiciones del dilema30. Desde luego, nunca se da la ausencia de comunicación, ya
que la negociación consiste en comunicarse31. Además, las negociaciones suelen
desarrollarse más bien como un juego de turno sucesivo, o al menos como una
sucesión de juegos en los que se pueden tomar en cuenta las rondas anteriores 32.
Tampoco la información tiene por qué ser completa ni simétrica, ni el juego se juega
una sola vez33. Pero como ya he insinuado, más que la falta de comunicación, lo
decisivo en la estructura del dilema es la dificultad de las partes para llegar a
compromisos creíbles sobre sus decisiones futuras, dificultad ciertamente reforzada,
mas no determinada por la ausencia de comunicación y el turno simultáneo34.
Ahora bien, las partes de una negociación normal sí que pueden comprometerse de
manera creíble, pues el ordenamiento jurídico ampara los pactos (pacta sunt
servanda). En cambio, es fácil de advertir cómo en una situación de insolvencia la
tensa situación de interdependencia de cada uno de los acreedores respecto de los
demás y del deudor se complica hasta exacerbarse exponencialmente. En concreto,
los acreedores adoptarían estrategias no cooperativas, que generarían un resultado
semejante al del dilema del prisionero, pues mientras uno pierde tiempo negociando
28 GÓMEZ-POMAR, Teoría y técnicas..., cit., p. 14; FONT, Negociaciones..., cit., p. 95. Ambos autores
atribuyen la formulación de la descripción gráfica del dilema del negociador incluida en el texto a
David Lax y James Sebenius.
29 GÓMEZ-POMAR, Teoría y técnicas..., cit., p. 17; FONT, Negociaciones..., cit., p. 96.
31 Ibidem.
32 FONT, Negociaciones..., cit., p. 96. Esto es especialmente cierto de las negociaciones referidas a
contratos de larga duración, que suelen negociarse también durante periodos más o menos
prolongados.
33 FONT, Negociaciones..., cit., ibidem. Especialmente en los contratos que suelen celebrarse entre
injustamente acusados, si pudieran comunicarse entre sí y con terceros, podrían hacer creíble el
compromiso de no confesar pagando a medias a un asesino a sueldo, encargado de eliminar a aquél
de los dos que salga de la cárcel en menos de 4 años, sin que el otro prisionero lo haga también.
Como ambos estiman más su vida, aunque sea en la cárcel, que su libertad, el arreglo los obliga a
elegir lo mejor para ambos, sorteando los incentivos contrarios concomitantes a la estructura del
dilema.
11ª ed., Tecnos, Madrid, 2003, vol. II, pp. 493-494. También ANDREEV ANDREEV, Yuriy; Determinants
of the decision-taking process of th entry into insolvency, evolution of the procedure and earnings
management: An economic perspective of Spanish distressed companies, Tesis doctoral, Universidad
Autónoma de Barcelona, 2010, p. 19.
Todos esos temas, en mi opinión, pueden y deben ser estudiados por separado, y
en un orden determinado que no necesariamente coincide con aquél en que
aparecen en la enumeración precedente.
Curiosamente, en el Perú, la LGSC ha supuesto cierto retroceso a un estado de
cosas similar (al menos en la práctica) al que acabo de describir, al disponer que:
1) si el pasivo supera el activo (situación de patrimonio negativo o supuesta
insolvencia definitiva), únicamente cabe proceder a la “disolución y liquidación”
del concursado (arts. 24.2, inc. b, y 28.4 LGSC); e,
2) implícitamente, que sólo cabe proceder a la “reestructuración patrimonial” en los
casos que correspondan a la simple iliquidez o insolvencia provisional.
Volviendo a la cuestión de qué sea en sí la insolvencia, se puede decir que existe
práctica unanimidad en afirmar que insolvente es el que no puede pagar38. Por lo
tanto, la insolvencia puede definirse como
“el estado económico-financiero en virtud del cual una persona natural o
jurídica (...) se encuentra impedida de afrontar temporal o definitivamente el
pago de sus obligaciones” (art. 1 LRP ant.).
Asimismo, el art. 2.2 de la nueva Ley Concursal española define39:
“Se encuentra en estado de insolvencia el deudor que no puede cumplir
regularmente sus obligaciones exigibles”.
Ahora bien, el único sentido “realista” —y al mismo tiempo, y paradójicamente,
bastante “ideal”, porque es imposible de verificar en la práctica con total certeza—
de definir la insolvencia, es concebirla como:
El valor negativo del patrimonio si se llevan en su integridad tanto los pasivos
como los activos a valores actuales de realización.
Queda claro, entonces, que la insolvencia es un concepto económico, no jurídico ni
contable. El gran problema, como ocurre con demasiados conceptos económicos, es
que nadie puede saber a ciencia cierta cuál es el valor actual de realización; y ello
por dos órdenes de motivos:
1) porque dicho cálculo implica inevitablemente hacer una especulación
(necesariamente inexacta) sobre el valor futuro de los activos y de los pasivos; y
2) porque supone un intento de aseverar (cosa imposible de demostrar, sino
indirectamente), la realidad de un hecho negativo: que no se puede pagar, que
no se tiene acceso al crédito, etc.40
38 ROUILLÓN, Adolfo A. N.; Régimen de concursos y quiebras, 13ª ed., Astrea, Buenos Aires, 2004, p.
32. Vid. también DÍAZ, Curso elemental…, cit., pp. 6-7; FLINT, Eficiencia y racionalidad…, cit., p. 41.
39 Vid. BERCOVITZ, Alberto; “Aspectos mercantiles de la Ley Concursal”, (…), p. 6634, y la
Concursal, Aranzadi, Cizur Menor, 2006, pp. 13-32 (pp. 16-20), poniendo además de relieve que esa
dificultad es “asimétrica”: mucho menor para el propio deudor que para sus acreedores.
41 DÍAZ, Curso elemental…, cit., p. 9. Vid. también, hablando de la prueba indirecta de la insolvencia o
comparado, el art. 79 de la Ley de Concursos y Quiebras arg., comentada por FASSI, Santiago C. y
GEBHARDT, Marcelo; Concursos y quiebras, 7ª ed. actualizada y ampliada, Astrea, Buenos Aires,
2000, pp. 219-225. En verdad, dicha Ley los enuncia como “hechos reveladores del estado de
cesación de pagos”, pero el concepto que maneja de la “cesación de pagos” corresponde, en
realidad, a lo que en este trabajo he venido denominando “insolvencia”.
44 En la concepción francesa clásica, la llamada “cesación de pagos” cobró tal importancia, que llegó
a identificarse con la propia insolvencia (y por tanto, a requerir de sus propios “hechos reveladores”).
De ahí la terminología que se observa en algunos autores argentinos (FASSI/ GEBHARDT, Concursos y
quiebras, cit.; RIVERA, Instituciones…, cit.; ROUILLÓN, Régimen de concursos y quiebras, cit., etc.),
tomada de su Ley concursal, que llaman así, “cesación de pagos”, a lo que aquí vengo denominando
“insolvencia”.
45 Cfr. ROUILLÓN, Régimen de concursos y quiebras, cit., pp. 47-48 (n. 11).
46 BOWERS, James W.; “Security interests, creditors’ priorities and bankruptcy”, en BOUCKAERT/ GEEST,
Encyclopaedia of Law and Economics, cit., vol. 1, pp. 90-128 (p. 91). Vid. esta misma idea expresada
en las palabras del Prof. Alfredo BULLARD, en el extracto de la entrevista que recoge FLINT, Eficiencia
y racionalidad…, cit., p. 223: “[cuando entra en funcionamiento un sistema concursal] cambian las
reglas de propiedad. Porque transfieren en la práctica, la propiedad de las empresas de los
accionistas a los acreedores. Es cierto que económicamente eso se explica en que el acreedor es en
realidad más propietario de la empresa como consecuencia de los créditos existentes” (el énfasis es
añadido).
47 BAIRD, Douglas G., y JACKSON, Thomas H.; “Corporate Reorganizations and the Treatment of
pesca, o campo petrolero, según las versiones48) comunal. Se trataba de una aldea
tradicional, que además de las granjas individuales de cada uno de sus miembros,
contaba con unos pastizales comunales, que servían para llevar a pastar las
cabezas de ganado de todos los miembros de la comunidad. Mientras el número de
familias de la aldea y el de cabezas de ganado que criaba cada una (básicamente
para el autoconsumo) se mantuvieron dentro de ciertos límites, el sistema funcionó
bastante bien. Pero cuando la Revolución Industrial provocó el auge de los textiles
de lana, y las familias pasaron de criar unas pocas vacas a criar ovejas (que
consumen relativamente más pasto que las vacas), cuantas más mejor, para
beneficiarse de ese nuevo mercado, comenzaron los problemas: el pastizal se
sobreexplotó y terminó como un terreno baldío y estéril, incapaz no sólo de sostener
una explotación pecuaria de destino industrial, sino también la más modesta original,
dirigida al autoconsumo.
Y es que un pastizal tolera sólo un cierto nivel de pastoreo cada año sin que el
recurso se vea dañado. En caso de sobrepastoreo, el pastizal se vuelve propenso a
la erosión, y eventualmente termina por dar menos beneficios a sus usuarios. Todos
los recursos comunales están expuestos al riesgo de congestión, sobreexplotación,
contaminación y potencial destrucción, si no se diseñan y se ponen en vigor límites
de uso y de aprovechamiento. Administrados con cuidado, el aprovechamiento de
muchos recursos comunales puede extenderse bastante, porque el recurso principal
regenera continuamente cierta cantidad disponible para el consumo; mientras el
recurso principal no se vea comprometido, se puede generar un nivel óptimo de
consumo. Pero si no se interviene a tiempo tras un evento de sobreexplotación, la
pérdida puede llegar a ser irreparable.
El patrimonio del insolvente podría equipararse a un recurso comunal de los
acreedores, que si no se somete a unas reglas que aseguren su aprovechamiento
racional, puede acabar como los pastizales comunales del relato. Según el modelo
propuesto por estos autores49, el Derecho concursal trata de crear el incentivo para
48 PICKER, Randal C.; “Security Interests, Misbehavior, and Common Pools”, en 59 The University of
Chicago Law Review (1992), pp. 645-679, p. 647.
49 El modelo, sin embargo, ha sido criticado tanto desde el punto de vista descriptivo (el Derecho
concursal legislado y aplicado por los jueces no siempre usa los mecanismos ni tampoco alcanza los
resultados previstos por el modelo) como normativo (para resolver los problemas desde cuya óptica
estudian el Derecho concursal JACKSON y sus seguidores existirían otros mecanismos más eficientes
en el sistema legal) por un aparentemente creciente grupo de estudiosos del Análisis Económico del
Derecho. Vid. BOWERS, “Security interests…”, cit., pp. 96-98. También CABRILLO/ DEPOORTER,
“Bankruptcy proceedings”, cit., pp. 264-265. Sin entrar en el problema de la inadecuación del modelo
a la realidad (algo que en realidad afecta a absolutamente todos los modelos económicos, y la verdad
no sorprende lo más mínimo), BOWERS (“Security interests…”, cit., p. 97, citando trabajos anteriores
suyos a los que no he tenido acceso) ha alegado que una gran parte de las ineficiencias
potencialmente generadas por la condición de “recurso comunal” de los acreedores que puede llegar
a tener el patrimonio del insolvente pueden ser fácilmente conjuradas por el propio insolvente, que
también es un agente activo del sistema. Por otro lado, otros autores han defendido que cualquier
problema del tipo “recurso comunal” que pueda surgir después de manifestarse la insolvencia puede
ser eliminado por el adecuado uso, antes de ella, de contratos de crédito óptimos, mecanismos de
garantía o remitiéndose a las reglas supletorias ya existentes en la legislación no concursal sobre el
crédito garantizado. Vid. CABRILLO/ DEPOORTER, “Bankruptcy proceedings”, cit., p. 265; BOWERS,
“Security interests…”, cit., pp. 97-98; citando ambos trabajos de Adler y del propio BOWERS que no he
podido consultar, así como a PICKER, “Security Interests…”, cit. (sobre los mecanismos de garantía).
que el deudor y los acreedores respeten unas reglas, cada uno respecto de los
demás, de modo que esa copropiedad que tienen rinda más para todos. La solución
de los problemas provenientes de la insolvencia pasa por proporcionar un marco
jurídicio que sincere esas situaciones de enajenación y colectividad latentes.
En nuestro país, pareciera que EZCURRA, Huáscar; “Privaticemos la insolvencia”, en 24 I&V (2002),
pp. 198-210, trabajo luego recogido en Derecho concursal, cit., pp. 39-64 (por donde cito), tiende a
proponer una suerte de sistema concursal totalmente contractualizado de este estilo (vid.
especialmente pp. 51-62). Vid. también un cierto adelanto de esas ideas en su artículo de opinión
“Reestructuremos la reestructuración: ¡pongamos al Indecopi a competir!”, en el diario El Comercio
del 27 de octubre de 2001, reproducido también en Derecho concursal, cit., pp. 65-67. Sin embargo,
bien miradas, las “opciones” al modelo que proponen estos teóricos vienen a ser una alternativa
“diabólica” entre la “Escila” de un deseable manejo responsable y eficiente del patrimonio por el
propio deudor (cosa que, ex ante, sabemos por definición que no ocurrió, puesto que se trata de un
insolvente; y ex post sabemos que difícilmente ocurrirá, dado el incentivo perverso del insolvente a
invertir en proyectos más riesgosos de lo razonable), y la “Caribdis” de una previsora y
comprehensiva negociación entre todos los interesados que dé buena cuenta de todo lo que pudiera
pasar (cosa que, sólo pensando en los costos de información, entre otros costos de transacción, es
fácil de advertir que resulta sencillamente utópica; baste pensar en los acreedores involuntarios del
deudor, que difícilmente pueden negociar nada ex ante).
50 ROUILLON, Régimen de concursos y quiebras, cit., p. 37 (n. 5).
51 Compárese, por ejemplo, las enumeraciones de ROUILLON, Régimen de concursos y quiebras, cit.,
52Vd. en FASSI/ GEBHARDT, Concursos y quiebras, cit., p. 14, cómo a propósito del art. 1 de la Ley de
Concursos y Quiebras argentina precisa los verdaderos alcances de esta “totalidad”, que nunca es
tan completa como en principio querría la teoría.
53 ROUILLÓN, Régimen de concursos y quiebras, cit., pp. 47-49 (n. 11), aunque usa otra terminología.
hechos reveladores54 considerados “actos de quiebra”. Éste último era hasta hace
poco el sistema tradicional en Inglaterra y en buena medida es el que se aplica
ahora en el Perú.
Desde una posición de principio, parece más correcto el primer sistema. Si el juez u
otro órgano equivalente que deba determinar si existe o no insolvencia es
suficientemente competente y cuenta con los medios adecuados, puede actuar con
más flexibilidad y probablemente se aproxime mejor a la realidad de la situación
concreta que una norma abstracta y universal. Pero también es cierto que, si no se
dan esas condiciones, el sistema puede ser demasiado imprevisible e inseguro. En
uno y otro caso siempre es imprescindible que la primera decisión que declara la
insolvencia, que usualmente se adopta sobre la base de información unilateral del
deudor, o de alguno o algunos pocos acreedores, sea corregida o reafirmada
después con los datos que puedan aportar los demás interesados. Por eso en todos
los sistemas tradicionales de Derecho concursal existía el recurso de oposición al
auto de quiebra, que podían interponer los acreedores una vez abierto el concurso.
Inclusive los sistemas taxativos contaban con este mínimo de flexibilidad, que
inexplicablemente no existe en el ordenamiento concursal peruano.
203. Marco de protección del patrimonio (la masa concursal).
El ordenamiento concursal necesariamente ha de poner en vigor una serie de reglas
precisas dirigidas a hacer realidad los principios de desapoderamiento (del deudor) y
colectividad (del acreedor). Hasta cierto punto, ambos principios pueden
contemplarse, como he dicho antes, como dos aspectos inseparables de un mismo
desapoderamiento. Sólo de esa manera, haciendo efectivos ambos principios en la
realidad de la vida económica del patrimonio del insolvente, se hace posible (no
necesariamente se garantiza) la efectividad de las soluciones concursales.
Precisamente a ese conjunto de reglas se le tiende a denominar últimamente el
“marco de protección del patrimonio concursal”.
En la terminología tradicional del Derecho concursal el concepto que probablemente
se aproxima más a este es el de “masa concursal”, en la cual se reconocían dos
aspectos:
1) uno activo, o masa activa, referida a la reunión de todos los bienes constitutivos
del patrimonio activo del deudor concursado; y
2) otro pasivo, o masa pasiva, que no es otra cosa que la colectividad de los
acreedores del insolvente, en cuyo patrimonio sus pretensiones constituyen
precisamente el íntegro del patrimonio pasivo.
En concreto, respecto de la masa activa, se cuentan una serie de reglas dirigidas a
la reunión (en su caso, incluso la reintegración) y la disponibilidad efectiva por parte
de los administradores concursales de todos los elementos del patrimonio activo del
deudor. Para ello:
1) el proceso o procedimiento concursal se constituye en un fuero de atracción, esto
es, en el único ante el cual, antes o después, se han de reunir todas las
55 A mi entender, esto está implícitamente permitido en el art. 309 LGS, que impone límites y
requisitos especiales únicamente para conceder un orden de precedencia privilegiado o más
favorable a alguna emisión o serie sobre las demás, no para subordinarla o desfavorecerla. Ahora
bien, estos posibles “órdenes de preferencia” subordinados, precisamente porque sólo pueden
producirse cuando han sido oportunamente informados a y previamente consentidos por los
obligacionistas que suscriben la emisión o la serie, no plantean realmente los problemas derivados
del excesivo alcance que se da en nuestra legislación a los privilegios legales.
56 Hay una cierta ambigüedad sobre lo que significa propiamente el cramdown. El término en sí, que
es una sustantivización del verbo to cram down, significa “embutir, hacer entrar algo a la fuerza”. En
consonancia con ese significado, en el Bankruptcy Code estadounidense se designa con ese nombre,
en síntesis, la imposición por el tribunal de un plan de reorganización, a pesar de la oposición de una
o más clases de acreedores. Más analíticamente, se dice que un juez concursal puede usar el
cramdown para “confirmar” un plan de reorganización rechazado por una o más clases de
acreedores, siempre que mediante su ejecución se cumpla al menos una de dos condiciones: o bien
los acreedores disidentes vayan a recibir pago pleno de sus acreencias a lo largo del periodo
contemplado en él (usualmente 6 años); o bien todos los acreedores de clases inferiores a las de los
objetantes no recibirán nada. Vid. al respecto W HITE, Michelle J.; “Bankruptcy Law”, en POLINSKY, A.
Mitchell, y SHAVELL, Steven (Eds.); Handbook of Law and Economics, North Holland, Ámsterdam –
Boston – Heidelberg – Londres – Nueva York – Oxford – París – San Diego – San Francisco –
Singapur – Sydney – Tokio, 2007, vol. 2, pp. 1013-1072 (p. 1022). Ahora bien, en la Ley de
Concursos y Quiebras argentina se ha “adoptado” bajo esa designación una operación muy concreta
mediante la que se pretende dar efecto a la idea de “transferir la empresa en marcha” a un tercero
interesado, que paga un monto reducido por ella a favor de la masa y recibe a cambio las acciones o
participaciones de los socios, incluso de manera “forzada” para éstos. Cfr. BONFANTI, Mario Alberto, y
GARRONE, José Alberto; Concursos y quiebras, reimp. de la 5ª ed. actualizada, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1998, pp. 211-217 (n. 118). Como se ve, no se trata exactamente de lo mismo, aunque
en ambos casos está presente el elemento “coercitivo” que justifica la denominación.
57 Cfr., aparentemente en el mismo sentido, BEAUMONT CALLIRGOS, Ricardo, y PALMA NAVEA, José E.;
Comentarios a la nueva Ley General del Sistema Concursal, Gaceta Jurídica, 2002, p. 41 (com. al art.
I TP). En adelante citaré abreviadamente esta obra como BEAUMONT/ PALMA, Com. al art. X LGSC,
cit., y la indicación de la página citada entre paréntesis.
58 Según BEAUMONT/ PALMA, Com. al art. I TP LGSC, cit. (pp. 41-42), tales menciones fueron
Sin embargo, en todas las leyes concursales unificadas, junto a una aproximación
general de los regímenes y reglas básicas relativas a todos los deudores, ha
subsistido siempre una neta diferenciación del tratamiento aplicable a los
empresarios y a los no empresarios. Por ejemplo, los mecanismos previstos
legislativamente para la reestructuración, reorganización o reflotamiento de unidades
productivas son obviamente inaplicables a los deudores insolventes no empresarios.
En esa medida, puede seguir hablándose de un Derecho concursal mercantil y de
otro civil, es decir, de aplicación únicamente a los no empresarios60.
Como no podía ser de otra manera, la distinción entre un régimen y otro está cortada
sobre la condición, de empresario o no, del sujeto insolvente. En cambio pueden ser
acreedores en un concurso de cualquier tipo los acreedores de cualquier naturaleza,
debido al principio de unidad patrimonial.
La actual LGSC, como en otros aspectos, ha dado un paso atrás en esta tendencia,
al recoger básicamente un ordenamiento concursal mercantil, pues limita
enormemente la posibilidad de someter a concurso a un deudor no empresario,
especialmente por iniciativa del propio deudor (cfr. art. 24.4 LGSC). Todo esto con el
agravante de que ya no existe ningún régimen alternativo para los concursos
meramente civiles.
Hay propuestas opuestas: en el Congreso, de DELGADO (¿?) para regular los
concursos meramente civiles o no empresariales; y de Huáscar EZCURRA de
eliminarlos del todo. Crítica de esta última postura.
60 A veces se denomina a este último supuesto, a mi modo de ver con notoria inexactitud, el de
insolvencia del consumidor. La denominación es inexacta, porque un consumidor no puede ser
insolvente en cuanto tal, por lo mismo que nadie es consumidor (como estado o situación subjetiva
estable), sino que se comporta o actúa como consumidor en ciertos ámbitos, o se le asigna ese
papel; vid. al respecto el § 67, en p. 133 y s., supra. También MIRANDA SERRANO, Luis María; “La
protección de los consumidores en la contratación: aspectos generales”, en MIRANDA SERRANO, Luis
María, VELA TORRES, Pedro José, y PRÍES PICARDO, Adolfo; La contratación mercantil. Disposiciones
generales. Proteccion de los consumidores, Marcial Pons, Madrid – Barcelona, 2006, pp. 179-221
(pp. 195-196). Con todo, usando esa inexacta terminología, vid. un interesante análisis de los
condicionamientos económicos de toda regulación de la insolvencia de las personas naturales no
empresarias en ADLER, Barry, POLAK, Ben y SCHWARTZ, Alan; “Regulating consumer bankruptcy: a
theoretical inquiry”, en 29 The Journal of Legal Studies (2000), pp. 585-613.
61 ZAMBRANA, Derecho concursal histórico…, cit., pp. 9-10.
Derecho concursal, sino como respuesta al mero incumplimiento62. Por eso la manus
iniectio, la pignoris capio y la missio in possessionem han sido correctamente
consideradas como meras formas de acción sobre la voluntad del deudor reacio al
pago63. Pero también por eso instituciones como el pactum ut minus solvatur, la
bonorum venditio, la cessio bonorum e incluso la bonorum distractio, que tienen
importancia para la historia de la ejecución en general, y un particular relieve para la
historia del derecho concursal, no pueden ser consideradas aún como un cuerpo de
instituciones concursales con coherencia interna. Tan sólo señalan las primeras
huellas de un desarrollo que muchos siglos más tarde llevaría a su plasmación
definitiva, para lo cual habrá que esperar a la época comunal italiana 64. Sin embargo
es interesante seguir los pasos de esta evolución “preconcursal”, tratando de
imaginar la lógica que se esconde detrás de ellos. Podemos esquematizarla en tres
fases: una arcaica, en la que la ejecución se verifica sobre la persona del deudor;
una intermedia, en la que la ejecución se dirige ya contra el patrimonio; y una fase
tardía en la que la ejecución individual se diferencia netamente de la colectiva,
siendo en ambos casos coactiva y por equivalente65. En el siguiente cuadro recojo
un esquema de esta evolución histórica, señalando las épocas en que se produjeron
los cambios más importantes.
Años Hitos jurídicos
451-449 a.C Ley de las XII tablas. Incluye el nexum, la manus iniectio, la
pignoris capio y la missio in possessionem como simple retención.
324 a.C. Lex Poetelia: se elimina el nexum y los rigores de la antigua
manus iniectio, extendiéndose a todos los casos la aprehensión
de todos los bienes del deudor.
116 a.C. El edicto del pretor P. Rutilio Rufo introduce la bonorum venditio
si luego de un tiempo de decretada la missio in possessionem la
deuda no es saldada.
49 a.C. Lex Iulia de bonis cedendis: se permite la cessio bonorum al
deudor de buena fe que no puede pagar todas sus deudas.
27 a.C.- 14 d.C. Imperio de Augusto. Época probable de aparición del pactum ut
minus solvatur.
62 GÓMEZ LEO, Osvaldo; Introducción al estudio del derecho concursal (Antecedentes históricos y
derecho comparado), Depalma, Buenos Aires, 1992, p.154.
63 PROVINCIALI, Renzo;Tratado de Derecho de Quiebra, AHR, Barcelona, 1958, p. 93. También HARO
65 Para la determinación de las fases señaladas en el texto, cf. GÓMEZ LEO, op. cit., pp.142 y ss.
Nótese que en el cuadro las fases quedan separadas entre sí por una línea doble.
Daré sólo una idea esquemática de cada una de las figuras citadas, especialmente
en las dos primeras fases:
1) El nexum fue un negocio libral similar a la mancipatio, por el que el deudor
sometía su propio cuerpo como garantía de una deuda contraída a modo de
préstamo66. Fue la primera forma solemne y sacramental conocida de lo que
después serían las obligaciones, sancionado en caso de incumplimiento con la
manus iniectio y, en determinados casos, con la pignoris capio, primitivas formas
de ejecución dirigidas ambas contra la persona.
2) En caso de incumplimiento, el acreedor podía aprehender físicamente a su
deudor (manum iniicere) para conducirlo de viva fuerza ante el magistrado67,
quien en caso de no ser pagada la deuda ponía al deudor bajo la potestad de su
acreedor, para que éste lo tratara como esclavo (de hecho) durante cierto plazo
(tres nundinae seguidas: al parecer, unos 27 días), pasado el cual sin que se
hubiera cancelado el crédito, el acreedor podía, a su elección, matar al deudor o
venderlo como esclavo trans Tiberim.
3) Por la pignoris capio se aplicaba ese mismo esquema a ciertos acreedores
especificados en la ley respecto de determinados bienes del deudor 68, que
fungían de garantía (pignus) de su crédito, y que el deudor podía tomar (capere)
y retener hasta que le paguen. Si ello no sucedía, el acreedor podía incluso
destruirlos, pero, al menos al comienzo, parece que no podía venderlos69.
4) La missio in possessionem es una especie de primitiva medida cautelar, que
permitía al acreedor retener (y sólo retener) los bienes de su deudor (todos ellos:
no unos determinados) para obligarlo a presentarse en el juicio 70. Este remedio
sólo era aplicable cuando el acreedor de una deuda cierta (reconocida o
sancionada en juicio) no podía llevar a juicio a su deudor porque éste se
escondía o estaba ausente (no se defendía, es decir, era indefensus)71.
5) La Lex Poetelia Papiria (año 324 a.C.) que elimina los rigores de la manus
iniectio (sigue siendo posible apresar al deudor, mas ya no tratarlo como esclavo,
ni matarlo, ni venderlo sin intervención del magistrado), extendiendo a todos los
66 D’ORS, Álvaro; Derecho Privado Romano, 10ª ed., Eunsa, 2004, p. 432 (§ 348, en nota n. 2). Dice
la XIITL, 6.1.a: “cum nexum faciet mancipiumque, uti lingua nuncupassit, ita ius esto”. Vid. una
explicación más pormenorizada, aunque el texto es más antiguo y en gran medida superado, en
PETIT, Eugéne; Tratado Elemental de Derecho Romano, Editora Nacional, México, 1971, n. 270, 1.
Allí mismo describe la manus iniectio, que desarrolla más en los nn. 724 y 725.
67 D’ORS, cit., p. 124 (§ 72). Cfr. XIITL, 3.2-6.
70 D’ORS, cit., pp. 142-143 (§ 90) y 147-148 (§ 94); PETIT, cit., n. 736.
71 En realidad ésta es la primera (la llamada missio in bona o rei servandae causa) de las cuatro
formas de missio in possessionem de que habla D’ORS, loc. cit. Las demás se preveían para la
conservación de determinados derechos en situaciones específicas (como la espera de la aparición
del legatario, o del nacimiento del nasciturus, etc.).
72 Es la forma convencional de entender la Lex Poetelia Papiria, pero véase en D’ORS, cit., pp. 172-
173 (§ 113) las dificultades de interpretación acerca del verdadero alcance de esa ley y del desarrollo
de la ejecución meramente patrimonial y la progresiva eliminación de la ejecución personal.
73 PETIT, cit., nn. 703 y ss.
74 D’ORS, cit., pp. 175-178 (§§ 115-118), y sobre todo pp. 178-179 (§ 120), para la proscriptio, esto es,
la bonorum venditio sin la cessio bonorum introducida más tarde. El autor considera ya “concursales”
estas formas de ejecución, por ser universales y favorecer a todos los acreedores a prorrata.
75 Según D’ORS, cit., p. 176 (§ 116, texto y nota n. 3), se trata de una Ley de César, distinta de la de
iudiciis privatis obtenida por Augusto en el año 17 a.C., con uno de cuyos capítulos suele confundirse.
Efectivamente, tanto el propio CÉSAR (De bello civili, 3.1.2-3) como APPIANO de Alejandría (Bellum
civile, 2.48), SUETONIO (Divus Iulius, 42) y DIÓN CASIO (Historia Romana, 41.37 y 42.51) parecen
referirse a ella en el marco de las medidas tomadas por Julio César para facilitar la normalización de
la economía después de los desórdenes causados por la guerra civil.
76 La infamia era una nota que disminuía la existimatio o estimación pública del ciudadano, lo cual
acarreaba consigo una serie de incapacidades, como ejercer cargos públicos (incluidos los de
senador y magistrado), el ser borrado del orden ecuestre, si se pertenecía a él, el ser excluido de las
centurias y privado del derecho de sufragio, etc. Cf. PETIT, cit., n. 135. Como es evidente, las
consecuencias de la infamia eran especialmente graves y temibles si se pertenecía a la aristocracia,
porque el ciudadano común sólo perdía el derecho a voto, en momentos en que se ejercía cada vez
con menor frecuencia.
77 En realidad, sólo consta que este pacto era eficaz contra todos los acreedores desde las
constituciones de Antonino Pío (138-161 d.C.) y Marco Aurelio (161-180 d.C) a que alude ULPIANO en
el pasaje recopilado en D.2.14.10.pr. Pero ya dos textos (D.40.4.54.1 y D.42.8.23) atribuidos a
ESCÉVOLA (fines del s. II a.C., salvo que se trate del jurista del s. II d.C. Q. CERVIDIO ESCÉVOLA)
mencionan posibles pactos en la misma línea. La duda es si la atribución de los pasajes es correcta,
o si fueron posteriormente interpolados. En suma, no es segura la identificación del tiempo de
aparición de esta institución.
ss. y 205 y ss. de GARCÍA MORENO, Luis A.; La Antigüedad Clásica, t. II* de VV.AA.; Historia Universal,
Eunsa, Pamplona, 1980.
81 ROLL, Eric; Historia de las doctrinas económicas, Fondo de Cultura Económica, México, 1942, t. I, p.
38.
82 Ibid., loc. cit.
83 GARCÍA MORENO, op. cit., pp. 321 y ss (especialmente a partir de la p. 335) y 421 y ss.
La creación del Derecho concursal propiamente dicho será finalmente obra original
de las ciudades comerciales italianas de la Baja Edad Media. Nótese, sin embargo,
que la “cesión de bienes”, ya con una explicación y un tratamiento estrictamente
concursal, daría lugar al único “Derecho concursal civil” del Derecho intermedio,
situación que continúa hasta hoy en el Derecho Civil de no pocos países.
210. Orígenes en el Derecho intermedio.
Como ya he dicho, las instituciones que, universalmente adoptadas, conocemos hoy
con el nombre de instituciones concursales84 nacieron propiamente en la Edad
Media. En concreto, el origen del derecho concursal propiamente dicho debe
buscarse en la Baja Edad Media, ya en los estatutos de las ciudades mercantiles
italianas, ya en la legislación foral o municipal de los reinos cristianos españoles85.
El contexto socioeconómico es, pues, el de las ciudades-estado comerciales
italianas, el mismo en el que apareció y tuvo su primer desarrollo el propio ius
mercatorum, como Derecho propio del estamento de los mercaderes. Tras la relativa
depresión económica que significaron los largos siglos de la Alta Edad Media, el
crédito (y la propia banca) vuelven a adquirir importancia como medio de
financiamiento de aventuras económicas de envergadura y, por eso mismo, adquiere
un gran relieve y gravedad, para todo el grupo que hacía de la profesión mercantil su
forma de vida, el riesgo de la insolvencia. “[H]asta el auge de las ciudades italianas
no había existido un procedimiento específicamente ideado para el tratamiento de la
situación de insolvencia”86, es decir, no existía un Derecho concursal propiamente
dicho. Y el sistema que pusieron en funcionamiento estas ciudades y aquellos
comerciantes fue un sistema de vigorosa protección del crédito, comúnmente
conocido como Derecho de quiebras (en italiano, fallimento).
211. Derecho moderno.
En el derecho de quiebras “clásico” francés del Code Napoléon, la quiebra (faillite)
era definida como el estado de cesación de pagos (cessation de paiements, que en
todo caso es en realidad un hecho revelador). Sin embargo, la situación jurídica
verdad, el autor se refiere únicamente a un Derecho concursal mercantil, que busque el tratamiento
de la insolvencia del comerciante, “tomando en consideración los rasgos típicos de ésta”, pero por lo
que vengo diciendo en el texto, considero la afirmación válida con alcance general.
concursal sólo comenzaba mediante un fallo judicial que declarase que una persona
o compañía (société) estaba en esa situación. Podían iniciar el procedimiento ya sea
el propio quebrado (que debía presentar su balance, de donde nació el nombre
usual de depôt de bilan), sus acreedores (requête) o el propio tribunal (d’office). El
quebrado quedaba encarcelado. El juez nombraba un síndico (syndic) responsable
por la gestión del concurso en interés de los acreedores, lo cual incluía bien llegar a
un acuerdo entre el deudor y los acreedores que permitiera la continuidad de la
empresa (concordat, el cual usualmente incluía una reducción y reprogramación de
las deudas) u organizar la liquidación inmediata de todos los activos (union). Se
comenzaba verificando los activos y responsabilidades de la empresa quebrada, lo
cual podía conducir a una terminación anticipada si los activos eran insuficientes
para cubrir los costos del propio procedimiento, en cuyo caso el litigio se cerraba por
la causal de insuffisance d’actif. Luego se dividían los acreedores en privilegiados y
ordinarios. Lo normal era pagar primero todas las deudas privilegiadas, y luego
agrupar a los demás acreedores en la masse, que tenía que decidir sobre el
concordat por mayoría87.
Este modelo, con sucesivos cambios, siempre en la línea de liberalizar y hacer
menos rigurosa la aplicación de las leyes concursales para el deudor 88, se extendió
a lo largo y ancho de Europa continental y Latinoamérica, incluyendo nuestro país.
212. Evolución de la legislación concursal peruana.
El estado de cosas directamente derivado de la influencia de la Codificación
francesa se advierte en nuestro país desde la vigencia de la Ley Procesal de
Quiebras (LPQ) de 1932.
Bastantes de sus disposiciones y muchas de sus normas perdieron vigencia o al
menos aplicación, especialmente a raíz de la proliferación de normas destinadas a
grantizar la continuidad de las empresas (muchas de ellas, públicas), por muchas
dificultades financieras que estuvieran soportando, durante el Gobierno militar de
1968 a 1980. La situación se prolongó sin cambios más allá de lo cosmético todavía
por algo más de una década.
El 28 de diciembre de 1992 se promulgó el D.L. 26116, Ley de Reestructuración
Empresarial (LRE), y con ello se introdujo un cambio importante y duradero en el
modo de enfocar jurídicamente el problema de la insolvencia en nuestro
ordenamiento.
En el Perú, la Ley 27809, General del Sistema Concursal (LGSC), del 8 de agosto
de 2002, modificada por las LL. 28618 y 28709 y, recientemente, por el D. Leg.
1050, del 26 de junio de 2008, regula actualmente las instituciones y procedimientos
propios del Derecho concursal. En relativa continuidad con la tendencia iniciada por
la Ley de Reestructuración Empresarial (LRE) de 1992 y el D.Leg. 845, Ley de
Reestructuración Patrimonial (LRP), administrativiza los procedimientos concursales,
de tal forma que la autoridad concursal no es judicial sino administrativa: el
87 HAUTCOEUR, Pierre-Cyrille y LEVRATTO, Nadine; “Bankruptcy law and practice in XIXth century
France”, documento de trabajo de la Paris School of Economics, ed.e en
<www.parisschoolofeconomics.com>, s.f. (pero posterior a 2006), p. 3.
88 HAUTCOEUR/ LEVRATTO, “Bankruptcy law and practice…”, cit., p. 4.