Eres Un Ángel para Mí - Anselm Grun
Eres Un Ángel para Mí - Anselm Grun
Eres Un Ángel para Mí - Anselm Grun
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Eres un ángel para mí
1. El ángel de la ayuda
2. El ángel de la guarda
4. El ángel de la luz
5. El ángel de la confianza
6. El ángel de la esperanza
7. El ángel de la ligereza
8. El ángel de la resurrección
9. El ángel de la salud
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11. El ángel del amor
Pensamientos finales
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MUCHAS veces decimos a una persona: «Eres un ángel para mí. Has llegado en el
momento exacto. Contigo a mi lado me siento feliz. Me haces mucho bien». Un esposo
dice a su esposa: «Eres un ángel para mí. Gracias a ti he llegado a contactar con el amor
que hay en mí y que había reprimido durante mucho tiempo. Gracias a ti se ha
enriquecido mi vida». Los padres dicen a su hijo: «Eres un ángel. Tú aportas a nuestra
vida torrentes de frescura, agilidad y vitalidad».
CUANDO hablamos así, no entendemos las expresiones solo como puras metáforas.
Podemos ser ángeles unos para otros. Los ángeles, según afirma la teología dogmática,
son seres espirituales creados por Dios y fuerzas personales. Puesto que son seres
creados y espirituales pueden ser también perceptibles.
Los ángeles son siempre mensajeros que Dios nos envía. A veces pueden ser personas
humanas que nos hablan en un momento dado o hacen su aparición en nuestra vida en
una determinada circunstancia. Pueden consistir en im pulsos o sueños que atraen
nuestra atención sobre algo desapercibido. Los ángeles pueden ser también sencillas
experiencias que tenemos sin poder describirlas en detalle.
Si pisamos el freno en el último instante, cuando el coche que nos precede gira a la
izquierda sin señalizarlo, tenemos la sensación de que el ángel de la guarda nos ha
librado de un accidente. Él nos ha hecho reaccionar a tiempo. O imaginemos la situación
que una profesora me contaba: después de la reunión de profesores fue a una clase
perdida en sus pensamientos. Allí se encontró con un colega destrozado. La profesora
fue como un ángel para él. Fue Dios quien la envió. Ella no acertaba a explicarse por qué
entró en aquella aula. Por eso es lícito pensar que fue un ángel el que dirigió sus pasos.
Fue el ángel quien la impulsó a entrar en ese momento en aquel lugar.
CUANDO la teología dice que los ángeles son poderes personales, quiere decir que son
ellos los que protegen mi ser en cuanto persona. Pero no son personas que puedan
individualizarse. El pensamiento esotérico desearía que cada uno pudiera conocer a su
propio ángel y nombrarlo por su nombre. Pero este deseo no encuentra apoyo en la
tradición bíblica. Y tampoco en la teología de los ángeles tal como la ha desarrollado la
tradición cristiana.
Los ángeles existen para proteger y apoyar mi existencia personal. También esto se
aclara con un ejemplo. Al terminar una vez una conferencia sobre el tema de los ángeles
se me acercó una niña de diez años y me preguntó: «¿Está usted seguro de que mi ángel
de la guarda no me abandona?». Respondí: «Segurísimo, el ángel permanece siempre a
tu lado». Ella insistió: «Sí, pero si yo soy mala, ¿sigue él a mi lado?». Yo dije: «Sí,
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aunque tú seas mala, él permanece siempre a tu lado». La niña insistió: «Ya, pero ¿y si
me porto mal muchas veces?». Y respondí: «El ángel te aguanta aunque te portes mal
muchas veces. Nunca se aparta de tu lado». La niña se fue consolada. Y yo permanecí
mucho tiempo reflexionando sobre este encuentro.
¿POR qué era tan importante para la niña saber si el ángel no la abandonaba?
Probablemente había oído otras informaciones distintas de sus padres o amistades:
contigo no se puede; eres inaguantable; eres una carga para nosotros. Esta clase de
informaciones negativas impiden a la niña desarrollar su condición de persona. Y
conducen a la disgregación de su núcleo personal. La seguridad de que el ángel no la
abandona aunque los demás no puedan soportarla, es más, incluso cuando ni ella misma
puede soportarse, significa para la niña una ayuda para darse a sí misma un decidido sí y
con ello desa rrollar su personalidad. El ángel que la soporta es también la protección de
su persona.
SAN Agustín dijo en cierta ocasión: no debemos preocupamos demasiado por la esencia
de los ángeles. Es mucho más importante pensar en su oficio. Los ángeles son
mensajeros de Dios. Este es su oficio. A estos mensajeros deseo dirigirme en este libro,
ya que, en cuanto ángeles, intervienen en las diversas circunstancias anímicas y
exteriores de mi vida para transformarlas.
CON mucha frecuencia se trata de una persona concreta que se convierte de hecho en un
ángel para mí. Otras veces es una palabra que leí o una homilía que escuché. O también
un movimiento interior que me impulsa. Un ángel puede ser también el padre, la madre o
un amigo ya fallecidos, que me empujan a algo o me contienen, que me dicen una
palabra interior que de pronto tiene eco en mí.
OTRAS veces puede ser una experiencia de luz o de cercanía: la experiencia de una
cercanía que me hace bien. Pero siempre en estos casos tengo la seguridad de que es
Dios el que me ha enviado un ángel en este momento exacto y en esta situación concreta.
CUANDO me refiero en este libro a los ángeles, no excluyo con ello a Dios. Estoy
siempre convencido de que Dios piensa en mí y me envía un ángel cuya presencia puedo
sentir y experimentar.
AL tratar de tú al ángel, la presencia de Dios nos parecerá más humana y más cálida. En
el mensajero que Dios nos envía experimentamos a Dios mismo como aquel que nos
ayuda y nos sana. La ayuda que Dios nos envía por su ángel se hace experimentable y
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sensible. En el ángel percibimos la huella, la orla y al mensajero de Dios.
POR eso te deseo que las palabras de este libro se conviertan para ti en un ángel que
acaricia tu alma con amor y ternura para abrirla al Dios del amor.
DESEO que sientas la presencia del ángel que el Señor te envía constantemente con el
fin de abrirte los ojos a la ayuda, la protección y la providencia de Dios sobre ti.
Y deseo que el ángel te ponga en contacto con los abundantes dones que Dios ha
depositado en tu corazón pero que tú muchas veces no has percibido ni aprovechado.
Que el ángel que Dios te envía enriquezca tu vida, la fecunde de manera que te sientas
bendecido por Dios y tú mismo te conviertas en bendición para otros.
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Tú eres un ángel en mi necesidad
CADA individuo siente sus necesidades de distinta manera. Y cada época se caracteriza
por sus propias necesidades. En épocas pasadas luchaban los seres humanos
principalmente para sobrevivir. Padecían enfermedades incurables, las pestes se
propagaban sin que ellos pudieran hacer nada para prevenirlas. A esto se añadía que la
mayor parte de la población tenía que arrostrar inhumanas condiciones de trabajo, pues
era oprimida y explotada. Las guerras, las catástrofes naturales y las malas cosechas
completaban la gravedad de la situación y arrebataban al hombre toda esperanza de una
vida mejor.
PERO las necesidades interiores, las del alma, son aún más frecuentes. Mi alma está
necesitada siempre que sufre cualquier clase de coacción interior. Las angustias y las
depresiones son estados de necesidad anímica. Eso y no otra cosa son mi sensibilidad y
mis suspicacias. No puedo tolerar el ruido, me es imposible soportar los conflictos. Me
producen angustia. Crean en mí situaciones de necesidad, estados de tensión que me
hacen sufrir.
QUIENES se encuentran en una necesidad se lamentan. Pero con frecuenta nadie oye sus
gritos de socorro. Con sus gritos están diciendo que no pueden valerse por sí mismos
para salir de la dificultad. Necesitan que Dios les envíe un ángel que los ayude a dar un
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nuevo giro a su situación. Necesitan alguien que les socorra y les ayude a salir del apuro,
les apoye y estimule a poner en marcha sus propios mecanismos.
Dios puede enviar un ser humano que nos ayude en la situación y nos saque del
atolladero. Puede ser también una palabra de la Biblia la que dé un giro a nuestra
marcha, o una palabra de esperanza que nos infunde aliento para levantarnos sin dejarnos
aplastar por el peso de la adversidad. Y lo que se necesita puede ser un impulso interior
suscitado por Dios cuando le rezamos en paz o asistimos a una celebración litúrgica.
Podemos tener confianza en que Dios no nos abandona en la desgracia. Yo puedo
dirigirme al ángel que Dios me envía. Y al hablarle, siento alivio en mi necesidad.
T eres un ángel en mis momentos de apuro. Tú no me dejas solo ante las dificultades. Y
toda situación de apuro tiene que ver con necesitar, con violentar. Yo me siento
violentado y no puedo liberarme yo solo. Me encuentro en un aprieto contra mi voluntad.
Pero tú has acudido en mi situación de apuro. Dios te ha enviado para que yo no pierda
la esperanza de salir de ella.
Tú me has mostrado una manera de dar un nuevo giro a esta situación. Tú me has
facilitado los instrumentos que necesito para superar este difícil trance. Tú has venido en
mi auxilio como un ángel. Tú me has agarrado y llenado de valor para que utilice mis
propias manos.
PORQUE me has hecho llegar hasta mi alma, he podido encontrar la fuerza necesaria
para levantarme y tomar en mis manos las riendas del nuevo giro de mi necesidad. Sigue
a mi lado y acompáñame en mis problemas y necesidades para que no me hunda bajo su
peso. Dame fuerza y coraje para arrostrar y soportar los contratiempos del camino.
Ayúdame a ir por mi camino con fe y confianza en el amor de Dios. Si tú me acompañas,
tomarán nuevo rumbo todas mis desgracias.
PUDE sentir tu presencia también en las palabras de la Biblia que tanta confianza me
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infundieron en que Dios puede cambiar mi situación y librarme de toda calamidad,
puede sacarme de la fosa en la que he caído por mi culpa, por no prestar atención a mi
camino.
DEBO esperar y confiar siempre en la ayuda de Dios: «El Señor es mi pastor: nada me
falta. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero
justo haciendo honor a su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan» (Salmo 23,1.2-4).
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EL ÁNGEL DE LA GUARDA
PERO existen otras muchas experiencias. El niño lloraba en su necesidad. Sentía hambre
y la manifestaba a gritos. Pero no había nadie que pudiera escucharlos. Otro niño tuvo
que ser ingresado muy pronto en el hospital. La madre hizo todo lo que estuvo en su
mano por estar lo más cerca posible de él; sin embargo, en el niño se produjo un
profundo sentimiento de desamparo.
Los niños que han tenido esta clase de experiencias de desvalimiento se cierran
interiormente para no volver a sufrir el dolor que llegó a su cumbre en esos momentos.
Era un dolor imposible de calmar a pesar de los gritos. Todo el llanto cayó en el vacío. Y
en consecuencia produjo un enmudecimiento interior. Pero cuando de adultos vuelven a
tener experiencias de abandono, entonces empieza a gritar el niño que llevamos dentro.
abandonado precisamente por las personas en las que se había puesto la confianza
produce un dolor inmenso. El que ha sido repetidamente abandonado por otros termina
por abandonarse a sí mismo. Huye de sí, de su alma, para no tener que sentirse más a sí
mismo. En el acto de olvidarse de sí se protege contra todo sentimiento de abandono.
Pero exactamente entonces se siente no solo abandonado de los hombres sino finalmente
también de la vida y del mismo amor. Ya no siente la vida. Se ha desprendido del amor.
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EN esos casos se necesita la presencia de un ángel que, penetrando en tu aislamiento,
rompa las cadenas de la prisión y pulverice el tanque en que está recluida tu alma.
TEN por seguro que no estás solo en tu desvalimiento, que Dios te envía un ángel que no
te abandona aunque tú te abandones.
Dios te envía un ángel para que te acompañe y te garantice un espacio seguro donde te
sientas tranquilo y protegido. Tu ángel protector vela por ti, se preocupa de ti para que
no te abandones y sientas en ti y en Dios un espacio seguro.
PORQUE el Señor «ha dado órdenes a sus ángeles para que te guarden en tus caminos.
Ellos te llevan en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra» (Salmo 91,11).
TENGO muchas veces miedo en mi desamparo. ¡Me duele tanto! Las antiguas heridas se
abren de nuevo cuando pienso en mi soledad de niño, en los momentos en que nadie
venía a acompañarme mientras lloraba en la cuna pidiendo ayuda. No quiero volver a
sentirme solo como entonces, cuando mi madre murió tan joven, cuando mi padre nos
abandonó, cuando mi novia no quiso saber más de mí, cuando mi novio se alejó para
siempre.
Tú eres el ángel de la guarda que me protege contra la herida del aislamiento. Tú eres el
ángel protector. Tú me cubres con tus alas. Tú me acompañas cuando me siento
abandonado y solo.
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Tú haces posible que yo permanezca de pie y en mí mismo. Porque cuando no tengo a
nadie a mi lado, me siento tambalear. Pero cuando permaneces a mi lado y me sostienes,
me lleno de fuerza para permanecer seguro. Así puedo volver a ser yo mismo. Cuando
nadie está a mi lado, me gustaría poder huir de mí. Y me abandono. Pero si tú no me
abandonas tampoco yo me abandono. Permanezco firme y me siento seguro.
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EL ÁNGEL DEL CONSUELO
LA tristeza aísla a los individuos. Cuando muere un ser querido y hacemos duelo por él,
algunas de nuestras amistades interrumpen el trato con nosotros. No quieren mezclarse
en nuestro dolor. Cuando nos vemos aislados en nuestra desgracia, pensamos
dolorosamente: mi dolor no debe existir. Con mi sufrimiento molesto a los demás. Lo
que ellos desean es seguir llevando una vida normal. No quieren mi luto. Por
consiguiente, tampoco me quieren a mí, porque en las circunstancias actuales yo no
puedo existir sin mi duelo.
PERO con el dolor y la tristeza se mezclan además otros sentimientos. El hecho de tener
que despedirme de esa persona me hace caer mejor en la cuenta de mi relación con ella.
Esta relación fue clara, tierna y armónica. Pero fue también conflictiva. Pasó por
momentos de malentendidos y fricciones. Cuando pienso en ellos, siento que se enciende
mi ira. Pero no puedo permitírmelo, porque el sentimiento de aflicción es inevitable. Con
todo, otro sentido del duelo es también que debo hacerme consciente de mi relación con
el difunto: de todo lo que le debo y significa para mí, pero también de las molestias y los
disgustos vividos. El duelo tiene siempre también el sentido de clarificar mis relaciones
con el difunto y explicar todo lo hasta ahora inexplicado para quedar en paz.
Yo hago duelo, pero nunca exclusivamente por la persona que ha muerto. La muerte de
un ser querido me obliga a llorar los sueños desvanecidos en mi vida. Porque toda mi
vida, tal co mo yo me la había imaginado al lado de mi marido o de mi mujer, con mi
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padre, con mi madre y con mi hijo, ha sido repentinamente cuestionada por la muerte.
Mis concepciones de la vida se han venido abajo. Por eso debo ser yo mismo el objeto de
mi compasión. Porque mi vida ya no puede llegar tan lejos como yo había deseado. A
veces, la muerte de un ser querido me hace pensar en mi vida no vivida. Por eso, el duelo
es siempre también un llanto por la vida que no he vivido.
EL duelo quiere ponerme ante nuevas posibilidades que yacen en mi alma. Pero también
quiere situarme ante una nueva perspectiva respecto al difunto. Aunque la muerte me lo
ha llevado, yo puedo, sin embargo, establecer una nueva relación con él. Él puede
convertirse en mi nuevo compañero interior, en un ángel para mí. A veces, me parece oír
en sueños cómo el difunto me dirige una palabra que me impulsa a seguir adelante, o me
indica con su silencio sencillamente que las cosas están bien así.
PUEDO pedir al difunto que me acompañe, que me dé fuertes espaldas para aguantar y
me muestre un camino que yo pueda seguir. Y en mi dolor puedo preguntarle: «¿Qué
tienes que decirme? ¿Cómo deseas que responda a tu muerte y a tu vida? ¿Cómo debo
vivir yo ahora sin ti? ¿Qué impulsos me das?». Una mujer, cuyos hijos habían nacido
muertos, podía decir después de algunos años de luto: «Mis hijos son como ángeles que
me acompañan y me dan la fuerza para tener acceso exactamente a otros niños difíciles
en mi trabajo como educadora y artista».
QUIEN está triste necesita una persona que lo consuele. A muchos les resulta difícil
acompañar a quienes sufren porque no saben qué decirles ni cómo consolarlos. Pero
consolar no es lo mismo que pronunciar palabras de consuelo. Sobre todo, no consiste en
intentar consolar al triste con expresiones piadosas.
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LA palabra latina consolator, «consolador», deriva de cum, «con», y solus, «solo». La
persona que consuela es aquella que tiene valor para estar a solas con quien se refugia en
su soledad. Las personas que están en duelo se sienten generalmente abandonadas a su
aislamiento. Y desean encontrar a alguien con la audacia suficiente para penetrar en su
soledad y permanecer allí con ellas.
Los dolientes necesitan personas que los acompañen en su dolor y se hagan sus
compañeras de camino a través de las diversas fases de rebeldía, desesperación, soledad
y renuncia a la esperanza. Es la única ayuda que los dolientes tienen para decidirse a
tratar con su acompañante las maneras de buscar nuevos caminos y de dar respuesta con
su vida a la pérdida del ser querido. Descubrirán dentro de sí mismos nuevas
posibilidades ocultas que hasta ese momento no conocían. Sucede muchas veces que
buscan en vano una persona que los consuele sin encontrarla. Queda entonces la
confianza en que Dios me envíe el ángel del consuelo y transforme mi tristeza. Si te
diriges al ángel del consuelo, sentirás cómo Dios no te abandona en tu dolor. El ángel del
consuelo transformará tu tristeza.
Tú eres un ángel en mi tristeza. Estoy en duelo por la muerte de seres queridos. Han
significado mucho en mi vida. Me he sentido amado por ellos y yo les he amado
también. Pero me han sido arrebatados. Ya no puedo abrazarles, ni verles, ni hablar más
con ellos. Con su muerte ha muerto una parte de mi vida.
EL dolor me roba el suelo debajo de los pies. Por eso te agradezco tu compañía en mi
aflicción. Tú me consuelas con palabras sencillas. Eres para mí un consuelo porque
aguantas mis lágrimas y el dolor que me invade a cada instante. Si permaneces a mi lado
en mi duelo, puede transformarse también ese dolor. Entonces siento en medio del
sufrimiento por la desaparición de seres queridos una nueva relación interior con ellos
que ni la muerte me puede arrebatar.
EL amor de Dios me une también a mis queridos difuntos. Su amor se derrama desde el
cielo sobre mí y me conforta. Pero no solo siento dolor por la muerte de los seres
queridos. Me duelen también todas las oportunidades desaprovechadas, los sueños de la
vida rotos, la estrechez de horizontes de mi vida. Siento dolor por la vulgaridad y la
mediocridad de mis relaciones y amistades, de mi comunidad y de mi grupo, con quienes
paso tanto tiempo. Ya nada es como al principio. Se ha colado la rutina. Los
sentimientos se han enfriado y desgastado. Y es entonces cuando te necesito, ángel del
consuelo, para que me acompañes en mi dolor y me enseñes el arte de llorar.
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Compruebo entonces que yo, a pesar de mi mediocridad, soy único, tengo mis aptitudes
y puedo estar agradecido por todo lo que se ha hecho realidad en mí y por medio de mí.
Cuando dejo que se rompan las imágenes de mí mismo, de mi vida y de Dios, no soy yo
el que se rompe. Al contrario, me abro a mi yo auténtico, a la riqueza de mi vida y al
Dios totalmente otro, que es inefable y, sin embargo, es amor. Un amor incomprensible
que me transforma por completo.
Tú eres el ángel del consuelo, el que no tiene miedo a mi duelo. Si me siento triste y
vacilo, tú permaneces firme junto a mí. Tú me llenas de consuelo, pero no con palabras
vacías; tú permaneces a mi lado y me escuchas. Tú me ayudas a afianzarme nuevamente
sobre mis pies y a permanecer firme.
Tú eres el ángel del consuelo que está conmigo en mi soledad, el que se atreve a penetrar
en la soledad en la que me ha metido mi tristeza. Si te quedas conmigo y me das
consuelo, me atreveré a vivir en mi tristeza y a pasar por ella hasta llegar al fondo de mi
alma, donde no solo hay duelo, sino también consuelo, alegría, vitalidad y esperanza.
SIENTO cómo Dios no me deja solo en mi tristeza. «Pero los que esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin
fatigarse» (Isaías 40,31).
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EL ÁNGEL DE LA LUZ
Los seres humanos han tenido siempre miedo a la oscuridad. En ella se sienten
amenazados por enemigos invisibles. Esos enemigos que se esconden en la oscuridad y
atacan por la espalda no solo son personas que vienen de fuera; pueden ser también
enemigos interiores.
Los antiguos identificaban la oscuridad con los malos espíritus. La oscuridad es el reino
de los demonios. En él surgen de las oscuridades de mi alma unas fuerzas que me
amenazan en mi interior con la intención de destrozarme y hacerme daño.
OTRA manera de vivir la oscuridad es la experiencia del absurdo. Los objetivos que
antes nos habíamos fijado nos parecen de repente irrelevantes en este momento. Ya no
acertamos a ver ningún sentido profundo en lo que hacemos. Nos parece que todo cae en
el vacío. Nuestra existencia se entenebrece. No vislumbramos nada. No vemos ningún
sentido en nuestra vida. Vamos como ciegos palpando en la oscuridad.
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Camina a tientas por la vida sin ver adónde va. No tiene dirección ni sentido alguno que
le indique la orientación de su vida. Está desnortado. Sus sentidos ya no le ofrecen
seguridad. Se siente inseguro. Dentro de él crece la sensación del vacío. Se siente como
muerto. La luz significa vida. Quien vive en la oscuridad tiene la sensación de que está
separado de la vida.
EL evangelista Lucas llama «sombras de muerte» a las tinieblas en que vivimos. Para él,
Jesús es el que nos visita como «una luz que brilla desde lo alto para iluminar a todos los
que viven en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (Lucas 1,78-79).
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SOLO con saber que sigues a mi lado en la oscuridad, y que no sientes angustia frente a
ella, quedan ya transformadas mis tinieblas en luz. Y en lo más hondo del pozo oscuro
podré imaginarme algo sobre la luz que todo lo ilumina, incluso las profundidades
misteriosas de mi alma.
GUíAME por mi camino a través de las tinieblas hasta llegar a la luz y ayúdame a dar
los pasos necesarios y convenientes para ello. Despierta en mí otra vez el deseo de
entregarme a la vida con nuevo dinamismo.
ÁNGEL de la luz, hazme otra vez libre para descubrir nuevamente la alegría y el amor
en mi vida. Ilumíname con tu luz para salir de las tinieblas y volver a la luz de la vida.
Así eres para mí al mismo tiempo el ángel de la oscuridad y el de la luz. No temes que
mi tiniebla extinga tu luz. Tú iluminas con tu claridad las misteriosas profundidades de
mi alma y traspasas las tinieblas. Así disipas el miedo a mi propia oscuridad. Y esto me
da la convicción de que en el fondo de mi alma todo es claro y luminoso, y resplandece
con el esplendor de Dios.
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EL ÁNGEL DE LA CONFIANZA
CUANDO los seres humanos llegan a perder la esperanza han perdido todo lo que podía
dar consistencia a su vida. Sin esperanza no hay salida posible de su situación. Todo les
parece un callejón sin salida. Unos se desesperan cuando muere un ser querido en quien
habían puesto toda su esperanza. Otros, cuando nada en la vida les sale bien. Han
perdido su empleo. Al principio tenían alguna esperanza y pusieron muchos anuncios.
Pero ninguno tuvo respuesta. Poco a poco se desaniman y terminan por perder la fe en sí
mismos. Y capitulan.
ALGUNOS se hunden en una profunda desesperación cuando caen sobre ellos desde
fuera rudos golpes del destino como pueden ser una enfermedad, la muerte de un ser
querido, la pérdida del trabajo o una repentina incapacitación para seguir valiéndose por
sí mismos. En otros casos, la desesperación nace de dentro, de la falta de confianza en sí
mismos. No tienen para sí más que reacciones de rechazo. Les parece que su vida no
podrá realizarse nunca, que están predestinados al fracaso y a la disgregación interior.
Esto es, en palabras del filósofo Josef Pieper, «aceptar de antemano una vida no
realizada». Ya no me atrevo a intentar nada. No confío en que Dios pueda llevar mi vida
a plenitud.
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transformar nuestra situación desesperada.
Así, el ángel de Dios desea hacernos comprender lo que realmente significa «confiar»: es
tener fe en los demás y en uno mismo. Cuando nos fiamos de otra persona, tenemos la
certeza de poder contar con ella en todo. Nos fiamos de su palabra. Así podemos fiarnos
también de Dios. Él empeña su palabra de estar siempre con nosotros, interesado por
nuestra suerte. Podemos edificar nuestra vida sobre él. Dios nos acepta como somos. Él
se fía de nosotros y nos confía algo. Así podemos también tener la suficiente confianza
en nosotros mismos incluso para aventurarnos a entrar por nuevos caminos e intentar
cosas nuevas. La seguridad de estar siempre en las manos de Dios nos llena de audacia y
de valentía.
CONOZCO bien cómo desconfío de mí, de mi fe, de los demás. Esa desconfianza
desaparece tan pronto como me hablas tú, ángel de la confianza, y me haces ver las cosas
desde otro punto de vista. Conozco también momentos de desesperación, esos momentos
en los que no sé dónde me encuentro. Todo parece imposible, no veo ninguna salida. No
veo la manera de organizar mi vida ni cómo solucionar el conflicto. Me da lo mismo
orientarme en una dirección que en otra: no hay remedio. Lo que más desearía es eludir
el problema. No tengo fuerzas para planteármelo, porque no encuentro clave alguna para
resolverlo.
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necesitas decirme muchas palabras. Basta saber que no me abandonas para llenarme de
confianza.
PUEDO confiar en ti. Tú me dices que existen en mí razones para confiar y no solo
miedo y desconfianza. Tú me haces palpar los motivos de confianza que hay en mí y que
serán siempre más fuertes que el miedo y la desesperanza. Tengo razones para fiarme de
ti. Sintiéndote cerca puedo confiar otra vez en mí mismo. Y me atrevo a poner mi
confianza en Dios y a confiar en todas las palabras que me ha dicho en la Biblia. Me
dejo conmover por las palabras del salmo. «Me estrechas por detrás y delante, me cubres
con tu palma» (Salmo 139 ,5).
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EL ÁNGEL DE LA ESPERANZA
EL verbo alemán scheitern, «fracasar», tiene su origen en la palabra Scheit, que designa
un leño dividido, y en el verbo scheiden, «separar, partir». El fracaso quiere decir, por lo
tanto, que se ha dividido una cosa que debería permanecer formando unidad, que está
troceada, hecha astillas. La totalidad se divide en fragmentos, queda separada en
pequeñas individualidades. Lo que inicialmente se entendía como concepto de la vida se
frustra y se hace trizas.
EN la base del concepto de fracaso subyace, por tanto, la idea de separación, que se
utiliza para hablar del fracaso matrimonial. El matrimonio se separa. La «separación»
(Scheiden) está incluida también en el término «despedida» (Abschied). En cada fracaso
nos despedimos de la imagen idealizada de la propia vida y del concepto idealizado
sobre nosotros mismos.
LA despedida más radical es la muerte; el fracaso guarda relación con la muerte. Muere
algo en lo que habíamos puesto nuestras esperanzas.
A cada fracaso sigue necesariamente una nueva decisión sobre el camino que hay que
seguir. Necesitamos el don de discernimiento para dar con la causa de nuestro fracaso y
para ver cómo podemos reunir las piezas entre los escombros del edificio de nuestra vida
para intentar juntarlas de nuevo, y cómo de la separación puede nacer una vida nueva.
MUCHOS se echan a sí mismos la culpa de sus fracasos. Piensan que si hubieran estado
más vigilantes, si hubieran rezado más, no se hubiera consumado el fracaso. Pero con la
auto-inculpación no se consigue nada nuevo. Al contrario, normalmente se produce una
parálisis. Los reproches que nos echamos en cara se convierten pronto en una carga tan
pesada sobre nuestras espaldas que apenas nos permite movernos. Solo podemos seguir
adelante si reconocemos y aceptamos nuestro fracaso. Solo entonces somos libres para
nuevas andaduras por caminos nuevos.
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Los fracasos forman parte de la vida. En lugar de auto-inculparnos es preferible
aprovechar el fracaso como una oportunidad para decir adiós a todos los vanos sueños
sobre nosotros y nues tra vida, y decidirnos a comenzar de nuevo. Debemos confiar en
Dios, que puede utilizar los escombros de nuestro ideal de vida para crear algo nuevo y
acorde con nuestra verdadera naturaleza. Entonces el fracaso no será destrucción, sino
que nos abrirá al misterio de Dios y de nuestro yo auténtico. Y así nos abriremos
finalmente también a los demás.
PARA tener tal grado de visión positiva del fracaso necesitamos un ángel que penetre en
la esencia del fracaso y nos haga interpretar esa experiencia con una nueva luz. Es el
ángel de la esperanza cuya presencia deseamos. Sobre la esperanza dice el apóstol Pablo:
«La esperanza no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene inunda nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Romanos 5,5).
LA esperanza no nos humilla, sino que nos hace confiar en el éxito de nuestra vida. La
esperanza es distinta de una expectación de algo. La expectación puede decepcionar, la
esperanza no. El ángel de la esperanza nos llena de confianza en la transformación de
nuestros fracasos, en que de un fracaso puede nacer una nueva vida con nuevas
posibilidades de éxito.
TU eres un ángel en mis fracasos. Hay cosas en mi vida que no salieron como yo había
deseado. En muchos aspectos he fracasado. El proyecto de vida se deshizo. Cosas en que
había puesto mi esperanza me dejaron decepcionado. Se rompió una amistad.
Profesionalmente fracasé; tampoco tuvieron éxito mis esfuerzos por solucionar un
conflicto, por crear una mejor atmósfera en mi empresa y entre mis vecinos.
ANGEL de la esperanza, ¡te necesito! Tú estás a mi lado y me haces ver que hasta en el
fracaso existe la oportunidad de un nuevo comienzo. Tú me llenas de esperanza y
seguridad una y otra vez. Sé muy bien que esperanza no es lo mismo que ver realizadas
todas las expectativas que he puesto en la vida. Pero tú me infundes la certeza de que mi
vida se realizará, aunque quizá por caminos distintos de los soñados por mí.
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CUANDO se fracasa, todo parece imposible. Todo parece deshecho. Pero cuando tú me
llenas de esperanza, descubro entre los escombros de mi vida quebrada la posibilidad de
una forma de vida nueva, y que con los trozos de mi vida rota puede Dios dar a mi
naturaleza la forma que le conviene.
AYÚDAME a saber aceptar como fracasos los proyectos sobre mi vida que han
resultado ser falsos. No permitas que quede sepultado en una tormenta de auto-
inculpaciones, porque me resulta difícil liberarme de ellas y permanecer en pie. Lo que
consigo con ello es taparme yo mismo la vista e incapacitarme para ver nuevos caminos.
Ángel de la esperanza, en ti encuentro la valentía y la seguridad para comenzar algo
nuevo.
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EL ÁNGEL DE LA LIGEREZA
Y la describe como un peso del alma: «Un peso gravita sobre el ser humano hasta
aplastarle, hasta hacerle hundirse en sí mismo; hasta hacerle perder la tensión de sus
miembros y órganos; hasta hacer que sus sentidos, impulsos, imaginación y
pensamientos queden paralizados. La voluntad se debilita, los impulsos y el gusto por
hacer algo se agotan».
LA melancolía hace que todo lo veamos negro. Hay, sin embargo, personas que, sin
padecer melancolía, viven oprimidas por alguna carga. Lo dan a entender con sus
palabras. También lo manifiestan con sus gestos, con su ma nera de andar, con el
movimiento de sus manos. No son capaces de vivir con libertad y alegría. Todo lo ven
difícil, en todo encuentran problemas, no hay nada sencillo. Este lastre paraliza la vida
de los individuos. Se sienten incapaces de afrontar las dificultades de la vida diaria. Es
entonces cuando deseamos un ángel que nos facilite la vida. Los ángeles tienen alas para
volar con agilidad por encima de las dificultades de la vida.
DEBEMOS ser comprensivos con los demás. No hemos de tomar toda crítica como algo
personal ni toda palabra puede ser interpretada al pie de la letra. No se esconde
necesariamente mala voluntad detrás de cada error de conducta. Es humano cometer
errores, pueden ocurrir sin que sean achacables siempre a la falta de interés por evitarlos.
La comprensión y una mirada benévola de unos a otros suavizan las relaciones mutuas y
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crean un clima apto para la convivencia.
CUANDO contemplo los angelotes en las iglesias barrocas, ángeles jugando como
niños, tocando sus trompetas o moviendo sus alas de un lado para otro y mirando con
ojos de niño a los hombres que acuden a la iglesia con sus cuitas, siento cómo en mi vida
se produce también una sensación de levedad. Esos ángeles con cuerpo de niño me
invitan a no tomar mi vida demasiado en serio. Me recuerdan al papa Juan XXIII que,
siendo importante como pontífice, hablaba consigo mismo y se decía: «Giovanni, no te
des tanta importancia».
Como se tenía en poco produjo mayores cambios en la Iglesia que otros papas más
graves. En su «ligereza de niño» convocó el concilio que iba a abrir amplias perspectivas
de futuro. Fue una sorpresa para todos los que confiaban muy poco en un hombre
anciano.
QUE el ángel de la ligereza alivie nuestra pesantez y se digne poner alas en nuestra alma
para que pueda volar a Dios con la agilidad de su condición humana.
Es ahí donde te necesito a ti, ángel de la ligereza, para que des alas a mi alma y pueda
elevarse por encima de los problemas de cada día y mirarlos desde arriba. Así quedan
relativizados. Yya no me paralizan, no me siguen a todas partes. Puedo elevarme
volando sobre ellos y contemplándolos desde arriba.
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MUCHAS veces me complico la vida sin motivo. Hay muchos gestos y palabras mal
interpretados que crean malentendidos. Tomo muchas cosas demasiado en serio. En
lugar de buscar la conversación con otros para poner las cosas en claro, rumio yo a solas
esas cosas en mi interior. Me retraigo, estoy en realidad ausente en presencia de los
demás porque lo que allí se comenta cae sobre mí como una losa. Ángel de la ligereza,
ayúdame a ser más indulgente y menos rencoroso en el trato con la gente. Así mi vida se
puede hacer más sencilla y llevadera.
AYÚDAME a ser menos duro e intransigente en mis juicios sobre el prójimo y sobre mí
mismo. Me cuesta mucho perdonarme errores que no debería haber cometido. Ayúdame
a tomar la vida con humor y hasta a reírme cuando algo me sale mal.
TÚ me enseñas a ser soltarme en la vida, pero sin caer. Porque la mano de Dios me
sostiene. No tengo que soportarlo siempre todo yo a solas, porque yo mismo soy
soportado. «Encomienda tu camino al Señor y confía en él; él te sustentará» (Salmo
37,5).
ESTE sentimiento de ser llevado alivia mi vida. Me hace libre. Me siento fortalecido y
tengo valor para emprender otra vez nuevos caminos.
ÁNGEL de la ligereza, tú nos remites a la gracia de Dios con la que se realiza nuestra
vida sin hacer depender todo de nuestros resultados. Te pido que me des alas también a
mí para poder quitarme de encima el lastre de la existencia y elevarme al ancho cielo que
luce sobre nosotros.
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EL ÁNGEL DE LA RESURRECCIÓN
HAY muchas personas anquilosadas por dentro. Nada se mueve en ellas. Tienen unos
criterios fijos, unas maneras de proceder fijas y correctas. Cumplen con su deber. Pero
no sale de su interior ninguna señal de vida. Son inaccesibles. Lo único que encontramos
en ellas es una máscara petrificada pero sin persona alguna oculta tras la máscara.
A otros les paraliza la angustia frente a la vida. El pavor a tener que emprender algo
nuevo sin saber si estamos suficientemente preparados para ello o si podremos llevarlo a
cabo. El conejillo se queda petrificado ante la serpiente. Le inmoviliza la angustia. De la
misma manera nos quedamos paralizados a veces ante las exigencias de la vida.
Perdemos toda capacidad de reacción. Quedamos totalmente bloqueados.
EN algunos sujetos, esta parálisis ha llegado a ser crónica. Han renunciado hasta tal
punto a muchos retos de la vida que han quedado interiormente petrificados. Carecen de
toda iniciativa. Han perdido el contacto con sus sentimientos. Todo signo de vida ha
desaparecido, está bloqueado, reprimido, sin movimiento. Es imposible en ellos el
desarrollo de la vida.
HAY también personas que ya no quieren moverse porque a cada movimiento, por
pequeño que sea, va siempre unido un pequeño cambio. Y eso es precisamente lo que
temen. Sienten angustia ante la posibilidad de que sean interrumpidos o cuestionados los
habituales ritmos, reglas y normas de su vida. Prefieren mantener sus viejas costumbres
antes que acomodarse a las nuevas.
MUCHAS veces nos resulta más cómodo permanecer sentados que levantarnos.
Levantarse exige decisión y esfuerzo. Si yo me levanto por alguien, me pongo a su lado
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y de su parte. Si permanezco en mi opinión, en mi sugerencia o en mis ideas, me
comprometo con ellas. Yo mismo he tomado esta decisión. Estoy dispuesto a aceptar las
responsabilidades. Pero esto suele resultar difícil.
EN el lugar ocupado por los demonios dentro de mí, en el lugar donde no se escuchan las
voces interiores y donde me roen las energías vitales agotadas, allí penetras tú como el
ángel de la resurrección y lo dejas todo inundado con la luz de la esperanza: Cristo ha
resucitado. Ya no está en el sepulcro. No me dejes buscarle en la tumba de mi vacío de
esperanza. Hazme mirar al cielo. Él ha ascendido al cielo. Está con Dios.
Tú resquebrajas las rocas que me tienen preso, las rocas de mis miedos, de mis
violencias, las rocas que ponen sobre mí las opiniones de los demás.
Tú eres el ángel de la resurrección que me asegura que soy libre y que los otros no
pueden encadenarme con sus juicios y condenas. He resucitado con Cristo. Estoy firme
en mí mismo. El Resucitado me llena de nueva fuerza para seguir en pie.
Tú me das fuerza y valentía para proponer nuevas metas a mi vida y también para
levantar y ayudar a otros. En lugar de seguir echando sobre otros el peso de mis propias
responsabilidades, quiero hacerme yo mismo responsable. Porque tú me enseñas que
puedo mantenerme en pie.
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LA resurrección comienza muchas veces de manera muy lenta y silenciosa. A través de
ti, ángel bueno, siento en mí el aumento progresivo de las energías que cambian mi
conducta y mi obrar, y transforman mi vida. Estoy dispuesto a asumir la responsabilidad
de mi vida.
ME encantan los cuadros de la resurrección pintados por los artistas. Ninguno de ellos se
olvidó del ángel sentado que muestra el sepulcro vacío. El ángel está siempre rodeado de
luz. Lleva una vestidura blanca. Si la luz ilumina mis tinieblas y la vida inunda mi
tumba, entonces confío en que tú, ángel de la resurrección, estás conmigo y me animas a
levantarme y a entrar en la vida que Dios me confía.
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EL ÁNGEL DE LA SALUD
TODOS tenemos experiencia de alguna enfermedad. Por muy buena salud que uno
tenga, recibe inevitablemente de cuando en cuando la visita de un achaque. En unos es la
gripe anual, el resfriado y la tos. Otro padece dolores de cabeza o jaquecas. O puede
tratarse sencillamente de una dolencia que nos sorprende de improviso. Nunca antes
habíamos estado enfermos. Pero llega inesperadamente el cáncer. O graves trastornos
circulatorios. El estómago se rebela. El hígado no funciona. O descubrimos de repente
que tenemos la tensión muy alta.
ALGUNAS enfermedades son un aviso: es necesario llevar una vida más sana. Otras
amenazan la vida. Nos llenan de angustia. Nos hacen preguntarnos cuánto tiempo vamos
a seguir viviendo bien y qué cambios vamos a introducir en nuestra vida.
NADA más caer enfermos nos preocupamos por interpretar la afección que padecemos.
Hay muchas explicaciones de la enfermedad que solo nos hacen mal. Una de ellas es la
dada por el esoterismo, que dice: «Tú mismo eres el causante de tu enfermedad». De este
modo, nos hace responsables de nuestras dolencias. Pero los sentimientos de
culpabilidad agravan los padecimientos.
EL psicólogo y psicoterapeuta suizo Carl Gustav Jung no pregunta por las causas de la
enfermedad, sino por su sentido. Deberíamos acosar a la enfermedad con preguntas hasta
conseguir aclarar qué nos quiere decir. La dolencia nos desafía a mirar con nuevos ojos
todas las zonas de nuestro ser. Y es una llamada a organizar todo lo que en nosotros
hemos venido descuidando desde hace tiempo. Por ejemplo, nuestros sentimientos.
¿Cuándo hemos reprimido ciertos sentimientos por miedo a manifestarlos abiertamente?
¿Cuándo han alborotado nuestro espíritu esos sentimientos reprimidos? ¿Cuándo hemos
vivido al margen de nosotros mismos? ¿Cuándo hemos separado aspectos esenciales
dentro de nosotros haciéndonos responsables de ello? ¿Cuándo nos hemos devaluado y
herido a nosotros mismos? ¿Mantenía yo el contacto con mi fuente interior o me he
desplazado de mi propio centro?
No se trata de dilucidar si todo esto fue la causa de mi enfermedad. Porque nadie puede
diagnosticar con certeza la verdadera causa de mi dolencia. Pero debo tomar mi afección
como estímulo para someter mi vida a un nuevo aná lisis y para organizarla de manera
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concordante con lo más íntimo de mí.
No debo quitar importancia a la enfermedad. Lo que tengo que hacer es ponerme ante
ella y aprender cómo debo proceder. Esto solo puedo conseguirlo si la acepto. Solo
entonces puede llegar la sanación. Todas las heridas pueden cicatrizar poco a poco y yo
puedo recuperar mis fuerzas.
EL ángel de la salud me hace sano e íntegro. Reúne en el núcleo de mi persona todos los
elementos dispersos que había en mí. Cura las heridas que me ha producido la vida y me
introduce de nuevo en la totalidad para que yo pueda aceptar todo cuanto existe en mí,
incluso lo enfermo.
EL ángel de la salud santifica todo lo que hay en mí. Y como todo está consagrado e
impregnado del Espíritu de Dios, me pertenece, ya no me divide ni me desgarra. En
nuestras dolencias, todos deseamos la presencia del ángel de la salud que cura nuestra
dispersión.
Tú me enseñas que no debo definirme por mi fortaleza, ni por mis éxitos y resultados,
sino por mi verdadera esencia. Y esta queda más allá de la salud y la enfermedad. Es lo
que permanece y constituye el verdadero núcleo de mi persona.
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AYÚDAME a verme a mí mismo separado de todo elemento exterior. Así aparecen en
mí aspectos buenos y menos buenos. Necesito reconocer que unos y otros forman parte
de mí. Necesito aprender a aceptarme exactamente como soy.
No debo cerrar los ojos ante mis dolencias. Dame fuerza para aceptar mi situación. Así
podré, aun en medio del dolor, sacar nuevos ánimos para participar en la vida.
PERO apoyado en tu mano puedo también sentirme débil. De tu mano brota una energía
que recorre todo mi cuerpo, el amor que me calienta, que opera con efectos curativos
sobre mi enfermedad. Tú me das paciencia para soportar los. Si tú permaneces conmigo,
me lleno de esperanza de curarme. Y noto cómo tu presencia me hace bien, cómo así
establezco contacto con mi energía y con lo que en mí constituye una totalidad y
permanece sano.
POR eso te pido que permanezcas conmigo como el ángel de la salud. Con tu presencia
puedo curarme. Con tu presencia puedo también sobrellevar mi enfermedad en caso de
no curarme en breve. Entonces sé que existe en mí un núcleo íntegro y sano contra el que
la enfermedad nada puede.
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EL ÁNGEL DE LA QUIETUD
MUCHAS personas viven actualmente un estado de estrés. Sufren porque desean vivir
tranquilas pero no pueden. Son muchas las causas de este nerviosismo. Pueden ser los
problemas que quitan el sueño. Muchos no pueden dormir preocupados por los hijos que
tienen sus propios problemas psíquicos y van por caminos muy distintos de los que se les
había enseñado. Pueden ser preocupaciones por la economía familiar. El desempleo
turba el sueño. Porque si las cosas siguen así, no podrá un padre alimentar a su familia ni
pagar la renta o la hipoteca de la casa.
A eso se añaden las preocupaciones de cada día: lo que otros puedan pensar de lo que
uno hace, la duda de si los hechos contradicen a las palabras. Muchos se rompen la
cabeza imaginando lo que los demás puedan pensar de ellos.
OTROS no logran vivir en paz porque tienen miedo a que pueda llegar un día en que no
tengan nada que hacer. Temen que entonces el sosiego de la inactividad los confronte
con su propia verdad. Si no tengo ningún punto de apoyo, la decepción de la vida puede
alcanzar su máximo nivel, puedo descubrir la incoherencia de mi vida y ver cómo mis
compromisos con los demás cuelgan en el aire. Sigo adelante solamente para evitar la
desesperación. Pero en realidad ya no tengo fe en que lo que hago y vivo tenga sentido.
Todo es un vacío del que intento huir. O quizá empiezo a oír la voz de la conciencia.
Pueden surgir sentimientos de culpabilidad. Y siento angustia por ello.
ENTONCES huyo de la paz y de la quietud. Lo peor que podría sucederme sería tener
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que enfrentarme con mi realidad. Y como deseo evitarlo a toda costa, necesito tener
siempre algo que hacer, estar siempre ocupado en algo. Por eso hasta el mismo tiempo
libre me produce estrés. Y lleno el vacío de ese tiempo con innumerables actividades.
Las personas que eluden su verdad convierten su vida en una fuga de sí mismas.
PARA no huir de nuestro desasosiego, para poder soportarlo y crear paz en medio de él
necesitamos un ángel que nos dé serenidad, el ángel de la quietud, que nos ayude a
permanecer serenos en medio del ajetreo. La serenidad guarda relación con la firmeza,
con mantenerse firme, en pie. Para permanecer serenos necesitamos que Dios aquiete
nuestra alma de la misma manera que una madre tranquiliza a su hijo.
EL ángel de la quietud quiere capacitarnos para lograr nuestra paz con el amor de Dios.
El ángel de la quietud quiere conducirnos al lugar de paz que tanto bien hace al alma. Si
penetramos en el espacio de la quietud, esa quietud nos envuelve como un manto
protector. Nos protege contra el ruido interior de nuestros pensamientos y contra las
impertinencias de las personas que nos rodean.
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sordo. Entonces, ángel de la quietud, me mantienes firme y me enseñas a descubrir
también los susurros en voz baja de la vida y su belleza.
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EL ÁNGEL DEL AMOR
EL poeta alemán Hermann Hesse escribe en un poema: «Vivir es soledad. Nadie conoce
al otro, todos viven solos». Son muchos los seres humanos afectados de soledad. Se
quejan de su aislamiento, de verse excluidos de los círculos de los felices y del club de
los sanos. Se sienten solos. Nuestra lengua distingue entre aislamiento y soledad. El ser
humano sufre de aislamiento, no se siente seguro dentro de ningún grupo humano.
LA palabra alemana einsam, «solitario, solo», tiene en su origen una acepción positiva.
El primero de sus componentes (ein-), además de designar al individuo que está solo, al
que es uno entre muchos, designa también la unidad integral del individuo consigo
mismo. El segundo componente (-sam) procede de sammeln, «reunir». Solitario, por lo
tanto, es en realidad el que ha llegado a ser uno consigo mismo, el que ha logrado
unificar todo lo que hay en él. Se siente único, pero relacionado con todos. Y se siente
vinculado consigo y con las diversas energías existentes en él.
DE manera semejante se puede interpretar la palabra allein, «solo». Hay muchos que se
quejan de su soledad. Sin embargo, Peter Schellenbaum piensa en lo maravilloso que es
estar allein (all: todo, ein: uno), ser uno con todos los seres humanos y con todo cuanto
existe. Todo es cuestión de ver cómo me desenvuelvo en mi soledad.
EL teólogo protestante Paul Tillich cree que la religión es para todas las personas la
puerta de entrada en su soledad. La soledad es un componente esencial del ser humano.
La cuestión consiste en la aceptación de la soledad por parte del hombre. Entonces puede
convertirse en bendición para él. Ya Friedrich Nietzsche lo expresó así: «El que conoce
la última soledad, conoce las postrimerías».
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EL ángel del amor me garantiza que estoy lleno de amor incluso en los momentos en que
más solo me siento. Porque las experiencias del amor humano me remiten a la fuente del
amor que brota dentro de mí. Es en definitiva una fuente divina inagotable. De esta
fuente de amor, que mana permanente en mí incluso cuando no experimento el amor
humano, se afirma: «Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios y
Dios permanece en él» (1 Juan 4,16).
ESTE amor es un don de Dios. Todo cuanto hacemos adquiere su profundidad y eficacia
principalmente de ese don. Solo damos de verdad cuando damos desde lo hondo del
corazón. Entonces no pretendemos comerciar, porque tal vez sea eso lo que se está
esperando o exigiendo de nosotros, o tal vez pretendamos con ello llamar ante todo la
atención, sino que actuamos con plena convicción. Lo hacemos por amor.
EL ángel del amor me pone en contacto con esta fuente divina del amor en el fondo de
mi alma.
TU eres el ángel del amor que entra en mi soledad. A veces he podido identificarte como
el ángel del amor en algunas personas que han penetrado en mi soledad y me han dado
pruebas de su amor. En esa convicción de sentirme amado pude soportar mejor mi
soledad. Porque pensaba que no estaba totalmente solo. El amor de esa persona me
ayuda. Ese amor puede superar las distancias del espacio y penetrar en mi soledad.
PERO aunque tengo la sensación de que las personas que llevo en el corazón no me
aman tanto como yo a ellas, o de que mi amor no es correspondido, tú estás en mí como
el ángel del amor. Y tú me enseñas que hay en mí un amor que es independiente del
amor de los hombres. En el fondo de mi alma brota una fuente de amor que no se agota
porque es parte del amor divino que es infinito. Y tú me pones en contacto con ese amor.
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A través de todas mis experiencias de amor, gratificantes y decepcionantes, pretendes
llevarme hasta el amor que hay en mí, que está por encima de todas esas experiencias.
ESE amor no es un sentimiento fugaz. Es una cualidad del ser. No depende de mis
relaciones actuales, no depende del amor que recibo de las personas o del amor que yo
siento por ellas. Ese amor despierta en la experiencia del amor al prójimo y por eso
penetra en la conciencia. Pero está siempre allí.
Tú me haces sentir cómo ese amor puesto en nosotros por Dios mismo es más profundo
y llega más allá que cualquiera otra cosa en mi vida. Leo en la Primera carta de Pablo a
los Corintios: «El amor es paciente y afable. No tiene envidia ni se jacta ni se engríe...
Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor nunca falla» (1
Corintios 13,4.7-8).
ÁNGEL del amor, tú deseas enseñarme a confiar en ese amor; que ese amor me
pertenece y que nadie me lo puede arrebatar. No hay decepción amorosa capaz de
separarme de esta fuente del amor. Ángel del amor, tú me llevas hasta el fondo de mi
alma, donde brota ese amor y donde puedo sentir que yo soy esa persona única amada
incondicionalmente por Dios.
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EL ÁNGEL DE LA ALEGRÍA
LA decepción se relaciona siempre con las imágenes que nos habíamos formado de otras
personas o de nosotros y nuestra vida. Como esas imágenes no se han hecho realidad,
quedamos decepcionados. Y esto quiere decir que nos hemos liberado de falsas
imágenes y que ahora miramos con nuevos ojos a los demás, a nosotros mismos y las
expectativas de nuestra vida.
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superar los desengaños. Porque ni las mismas decepciones pueden quitarle la alegría.
Esta transforma los desencantos en una liberación de los engaños y en una aceptación
agradecida de la imagen que Dios se ha formado de nosotros.
DE poco me sirve oír que una persona me estimula con palabras como estas: «¡Disfruta
de la vida, hay motivos de sobra para vivir alegres!». Pero nadie puede forzarme a vivir
alegre. Lo que necesito es el ángel de la alegría que me pone en contacto con el gozo
siempre asequible que yace en el fondo de mi alma.
UN ángel de alegría fueron para mí las palabras de Jesús que en cierta ocasión me
impresionaron mucho: «Os he dicho esto para que tengáis alegría y para que vuestra
alegría sea completa» (Juan 15,11).
LAS palabras de Jesús lograron mezclar su alegría con la mía. Sus palabras tocaron la
alegría que yace en el fondo de mi alma debajo de mis enojos y mi tristeza. Siempre la
tengo allí. Pero a veces está casi mortecina porque vivo desconectado de ella, porque
sobre ella se han sedimentado gruesas capas de tristeza.
LAS palabras de Jesús nutren con su gozo infinito la pequeña corriente de alegría que
está a punto de secarse en mí. Entonces sube en mí el nivel de la corriente de alegría
hasta impregnar mi conciencia. Cuando me sentí tocar por el sentido de las palabras de
Jesús, tuve la sensación de que me había tocado el ángel de la alegría.
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TÚ eres el ángel de la alegría y has entrado en mi desilusión. Tú me mantienes con los
ojos abiertos a la verdad. Tú me proteges para que no viva resignado en mi desengaño,
no me endurezca ni me vuelva triste. Tú transformas en gozo mis sentimientos de
amargura. Tú no exageras tus exigencias pidiéndome vivir alegre. Lo que tú haces
exactamente es poner gozo en mi amargura y aspereza. Tú irradias alegría. Con tu
presencia llego a establecer contacto con la alegría que reposa debajo de todos los
desengaños en el fondo de mi alma.
JESÚS parte del hecho de que la fuente de alegría que hay en nosotros está seca muchas
veces. Por medio de ti, ángel de la alegría, nuestro gozo será tan pleno y tan enriquecido
que volverá a manar con toda su abundancia. Por eso confío en que vas a renovar en mí
el contacto con esa fuente interior. Entonces ya no lograrán los desengaños hacerme duro
ni reservado sino abierto a la alegría interior, a ese go zo pleno del que Jesús dice que
nadie nos lo podrá quitar. «Volveré a veros; entonces se alegrará vuestro corazón y nadie
podrá quitaros vuestra alegría» (Juan 16,22).
GRACIAS a ti descubro yo la capacidad para la alegría que Dios nos ha dado. Me lleno
de júbilo por algo y después puedo comunicar a otros mi alegría. Puedo también
alegrarme con el gozo de otros. Con la alegría se hace mi vida más alegre y llevadera.
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SON muchas las ocasiones en que Dios te envía su ángel para ayudarte a tomar una
nueva perspectiva sobre tu situación o incluso poder transformarla. Y hay también
muchos más ángeles de los que yo he enumerado en este pequeño libro. Dios envía
siempre en cada momento el ángel que más necesitamos para vivir de otra manera ese
momento presente.
EL ángel que Dios nos envía transforma nuestros sentimientos, cambia nuestro punto de
vista, renueva nuestro corazón. Con ello modifica también las circunstancias exteriores
en las que estamos sumergidos. El ángel que Dios nos envía como mensajero suyo nos
pone en contacto con el potencial de energías y sentimientos que tenemos sedimentado
en el alma.
A veces, las situaciones de nuestra vida ordinaria nos resultan muy dolorosas, tristes,
llenas de angustia y desesperación, precisamente porque hemos cortado el contacto con
esas posibilidades internas de nuestra alma. Nos parece que nuestra naturaleza está
compuesta exclusivamente de miedo, de desesperación y de hori zontes cerrados. El
ángel nos lleva hasta el fondo de nuestra alma y allí, debajo de las capas de la angustia,
encontramos la confianza; debajo de la decepción, la alegría; y debajo de la
desesperación, la esperanza.
EL ángel del Señor es siempre nuestro fiel compañero por los caminos de la vida. Él nos
protege y nos guarda. Él nos recuerda que Dios nunca nos abandona. El amor de Dios
nos sostiene y nos conduce. En él podemos sentirnos seguros. Podemos dejarle a él todos
los miedos, las necesidades y los problemas que nos preocupan. Dios nos llena de valor
y seguridad por medio de su ángel. Y cuando pensamos que nuestras fuerzas se están
agotando, allí está él con su amor para repostar de nuevo.
EN las horas oscuras, el ángel de Dios nos señala nuestra meta. Si nos extraviamos, él es
nuestra señal indicadora. Si tropezamos o caemos, él nos levanta. Él nos ayuda a pisar
otra vez con firmeza y seguridad. Él camina seguro a nuestro lado.
LA confianza en que Dios tiene dispuesto un ángel para enviarlo en cada estado de
ánimo y en cada situación de necesidad nos garantiza que nuestra vida será plena y nos
asegura que no son posibles en ella situaciones sin salida. Todo puede ser transformado.
Los ángeles del Señor nos introducen constantemente en zonas nuevas del alma para ver
desde ellas las distintas maneras de superar cada situación.
POR eso la fe en los ángeles que Dios nos envía es una fe llena de esperanza. Es además
una fe llena de humanismo y seguridad. Dios no nos deja nunca en la estacada. Nos
contempla y vela siempre por nosotros. Y si se lo pedimos - o él lo considera necesario-,
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nos envía el ángel que más necesitamos para que nuestra vida sea plena.
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Índice
Eres un ángel para mí 7
Tú eres un ángel en mi necesidad 10
Tú eres un ángel en mi abandono 13
Tú eres un ángel en mi duelo 16
Tú eres un ángel en mi noche oscura 21
Tú eres un ángel en mi desesperación 25
Tú eres un ángel en mis fracasos 28
Tú eres un ángel en mi pesantez 32
Tú eres un ángel en mi anquilosamiento 36
Tú eres un ángel en mi enfermedad 39
Tú eres un ángel en mi desasosiego 43
Tú eres un ángel en mi soledad 46
Tú eres un ángel en mi decepción 50
Pensamientos finales 53
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