Eres Un Ángel para Mí - Anselm Grun

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Eres un ángel para mí

1. El ángel de la ayuda

Tú eres un ángel en mi necesidad

2. El ángel de la guarda

Tú eres un ángel en mi abandono

3. El ángel del consuelo

Tú eres un ángel en mi duelo

4. El ángel de la luz

Tú eres un ángel en mi noche oscura

5. El ángel de la confianza

Tú eres un ángel en mi desesperación

6. El ángel de la esperanza

Tú eres un ángel en mis fracasos

7. El ángel de la ligereza

Tú eres un ángel en mi pesantez

8. El ángel de la resurrección

Tú eres un ángel en mi anquilosamiento

9. El ángel de la salud

Tú eres un ángel en mi enfermedad

10. El ángel de la quietud

Tú eres un ángel en mi desasosiego

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11. El ángel del amor

Tú eres un ángel en mi soledad

12. El ángel de la alegría

Tú eres un ángel en mi decepción

Pensamientos finales

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MUCHAS veces decimos a una persona: «Eres un ángel para mí. Has llegado en el
momento exacto. Contigo a mi lado me siento feliz. Me haces mucho bien». Un esposo
dice a su esposa: «Eres un ángel para mí. Gracias a ti he llegado a contactar con el amor
que hay en mí y que había reprimido durante mucho tiempo. Gracias a ti se ha
enriquecido mi vida». Los padres dicen a su hijo: «Eres un ángel. Tú aportas a nuestra
vida torrentes de frescura, agilidad y vitalidad».

CUANDO hablamos así, no entendemos las expresiones solo como puras metáforas.
Podemos ser ángeles unos para otros. Los ángeles, según afirma la teología dogmática,
son seres espirituales creados por Dios y fuerzas personales. Puesto que son seres
creados y espirituales pueden ser también perceptibles.

Los ángeles son siempre mensajeros que Dios nos envía. A veces pueden ser personas
humanas que nos hablan en un momento dado o hacen su aparición en nuestra vida en
una determinada circunstancia. Pueden consistir en im pulsos o sueños que atraen
nuestra atención sobre algo desapercibido. Los ángeles pueden ser también sencillas
experiencias que tenemos sin poder describirlas en detalle.

Si pisamos el freno en el último instante, cuando el coche que nos precede gira a la
izquierda sin señalizarlo, tenemos la sensación de que el ángel de la guarda nos ha
librado de un accidente. Él nos ha hecho reaccionar a tiempo. O imaginemos la situación
que una profesora me contaba: después de la reunión de profesores fue a una clase
perdida en sus pensamientos. Allí se encontró con un colega destrozado. La profesora
fue como un ángel para él. Fue Dios quien la envió. Ella no acertaba a explicarse por qué
entró en aquella aula. Por eso es lícito pensar que fue un ángel el que dirigió sus pasos.
Fue el ángel quien la impulsó a entrar en ese momento en aquel lugar.

CUANDO la teología dice que los ángeles son poderes personales, quiere decir que son
ellos los que protegen mi ser en cuanto persona. Pero no son personas que puedan
individualizarse. El pensamiento esotérico desearía que cada uno pudiera conocer a su
propio ángel y nombrarlo por su nombre. Pero este deseo no encuentra apoyo en la
tradición bíblica. Y tampoco en la teología de los ángeles tal como la ha desarrollado la
tradición cristiana.

Los ángeles existen para proteger y apoyar mi existencia personal. También esto se
aclara con un ejemplo. Al terminar una vez una conferencia sobre el tema de los ángeles
se me acercó una niña de diez años y me preguntó: «¿Está usted seguro de que mi ángel
de la guarda no me abandona?». Respondí: «Segurísimo, el ángel permanece siempre a
tu lado». Ella insistió: «Sí, pero si yo soy mala, ¿sigue él a mi lado?». Yo dije: «Sí,

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aunque tú seas mala, él permanece siempre a tu lado». La niña insistió: «Ya, pero ¿y si
me porto mal muchas veces?». Y respondí: «El ángel te aguanta aunque te portes mal
muchas veces. Nunca se aparta de tu lado». La niña se fue consolada. Y yo permanecí
mucho tiempo reflexionando sobre este encuentro.

¿POR qué era tan importante para la niña saber si el ángel no la abandonaba?
Probablemente había oído otras informaciones distintas de sus padres o amistades:
contigo no se puede; eres inaguantable; eres una carga para nosotros. Esta clase de
informaciones negativas impiden a la niña desarrollar su condición de persona. Y
conducen a la disgregación de su núcleo personal. La seguridad de que el ángel no la
abandona aunque los demás no puedan soportarla, es más, incluso cuando ni ella misma
puede soportarse, significa para la niña una ayuda para darse a sí misma un decidido sí y
con ello desa rrollar su personalidad. El ángel que la soporta es también la protección de
su persona.

SAN Agustín dijo en cierta ocasión: no debemos preocupamos demasiado por la esencia
de los ángeles. Es mucho más importante pensar en su oficio. Los ángeles son
mensajeros de Dios. Este es su oficio. A estos mensajeros deseo dirigirme en este libro,
ya que, en cuanto ángeles, intervienen en las diversas circunstancias anímicas y
exteriores de mi vida para transformarlas.

CON mucha frecuencia se trata de una persona concreta que se convierte de hecho en un
ángel para mí. Otras veces es una palabra que leí o una homilía que escuché. O también
un movimiento interior que me impulsa. Un ángel puede ser también el padre, la madre o
un amigo ya fallecidos, que me empujan a algo o me contienen, que me dicen una
palabra interior que de pronto tiene eco en mí.

OTRAS veces puede ser una experiencia de luz o de cercanía: la experiencia de una
cercanía que me hace bien. Pero siempre en estos casos tengo la seguridad de que es
Dios el que me ha enviado un ángel en este momento exacto y en esta situación concreta.

CUANDO me refiero en este libro a los ángeles, no excluyo con ello a Dios. Estoy
siempre convencido de que Dios piensa en mí y me envía un ángel cuya presencia puedo
sentir y experimentar.

DESEARÍA señalar en las siguientes meditaciones ante todo la respectiva situación en la


que Dios nos envía su ángel. Luego desearía dirigirme personalmente al ángel mismo.
En general nuestras oraciones se dirigen a Dios o a Jesucristo. Sin embargo, también
podemos dirigir nuestra oración a aquel que Dios nos envía como su mensajero.

AL tratar de tú al ángel, la presencia de Dios nos parecerá más humana y más cálida. En
el mensajero que Dios nos envía experimentamos a Dios mismo como aquel que nos
ayuda y nos sana. La ayuda que Dios nos envía por su ángel se hace experimentable y

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sensible. En el ángel percibimos la huella, la orla y al mensajero de Dios.

POR eso te deseo que las palabras de este libro se conviertan para ti en un ángel que
acaricia tu alma con amor y ternura para abrirla al Dios del amor.

DESEO que sientas la presencia del ángel que el Señor te envía constantemente con el
fin de abrirte los ojos a la ayuda, la protección y la providencia de Dios sobre ti.

Y deseo que el ángel te ponga en contacto con los abundantes dones que Dios ha
depositado en tu corazón pero que tú muchas veces no has percibido ni aprovechado.
Que el ángel que Dios te envía enriquezca tu vida, la fecunde de manera que te sientas
bendecido por Dios y tú mismo te conviertas en bendición para otros.

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Tú eres un ángel en mi necesidad

CADA individuo siente sus necesidades de distinta manera. Y cada época se caracteriza
por sus propias necesidades. En épocas pasadas luchaban los seres humanos
principalmente para sobrevivir. Padecían enfermedades incurables, las pestes se
propagaban sin que ellos pudieran hacer nada para prevenirlas. A esto se añadía que la
mayor parte de la población tenía que arrostrar inhumanas condiciones de trabajo, pues
era oprimida y explotada. Las guerras, las catástrofes naturales y las malas cosechas
completaban la gravedad de la situación y arrebataban al hombre toda esperanza de una
vida mejor.

Hoy sufrimos también frecuentes necesidades provocadas desde fuera: desastres


naturales como inundaciones, incendios, tormentas devastadoras, o situaciones de
miseria creadas por culpa de los seres humanos: la catástrofe de las guerras con sus
secuelas de seres hambrientos, perseguidos y exiliados. Existen también la terrible
situación del paro y otras situaciones financieramente deficitarias que nos angustian por
miedo de no poder garantizar los recursos indispensables para vivir. Se crea una
necesidad cuando se nos desahucia y no tenemos recursos para encontrar otra vivienda
apropiada. A diario se presentan abundantes necesidades que nos tocan de cerca.

PERO las necesidades interiores, las del alma, son aún más frecuentes. Mi alma está
necesitada siempre que sufre cualquier clase de coacción interior. Las angustias y las
depresiones son estados de necesidad anímica. Eso y no otra cosa son mi sensibilidad y
mis suspicacias. No puedo tolerar el ruido, me es imposible soportar los conflictos. Me
producen angustia. Crean en mí situaciones de necesidad, estados de tensión que me
hacen sufrir.

ME duele mi soledad y mi aislamiento. Me siento incomprendido, rechazado. Me


produce angustia caminar entre la gente. En mi mente no cesan de dar vueltas los
pensamientos sobre la opinión que los demás puedan tener de mí. Por eso evito el
encuentro con ellos. Me siento sin fuerzas, no tengo ganas de hacer nada. Sufro ante el
absurdo de mi vida. No veo ningún sentido en lo que hago. Mi trabajo, mi vida ordinaria,
mis relaciones, todo me parece sin sentido. Nada me motiva.

QUIENES se encuentran en una necesidad se lamentan. Pero con frecuenta nadie oye sus
gritos de socorro. Con sus gritos están diciendo que no pueden valerse por sí mismos
para salir de la dificultad. Necesitan que Dios les envíe un ángel que los ayude a dar un

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nuevo giro a su situación. Necesitan alguien que les socorra y les ayude a salir del apuro,
les apoye y estimule a poner en marcha sus propios mecanismos.

Dios puede enviar un ser humano que nos ayude en la situación y nos saque del
atolladero. Puede ser también una palabra de la Biblia la que dé un giro a nuestra
marcha, o una palabra de esperanza que nos infunde aliento para levantarnos sin dejarnos
aplastar por el peso de la adversidad. Y lo que se necesita puede ser un impulso interior
suscitado por Dios cuando le rezamos en paz o asistimos a una celebración litúrgica.
Podemos tener confianza en que Dios no nos abandona en la desgracia. Yo puedo
dirigirme al ángel que Dios me envía. Y al hablarle, siento alivio en mi necesidad.

T eres un ángel en mis momentos de apuro. Tú no me dejas solo ante las dificultades. Y
toda situación de apuro tiene que ver con necesitar, con violentar. Yo me siento
violentado y no puedo liberarme yo solo. Me encuentro en un aprieto contra mi voluntad.
Pero tú has acudido en mi situación de apuro. Dios te ha enviado para que yo no pierda
la esperanza de salir de ella.

Tú me has mostrado una manera de dar un nuevo giro a esta situación. Tú me has
facilitado los instrumentos que necesito para superar este difícil trance. Tú has venido en
mi auxilio como un ángel. Tú me has agarrado y llenado de valor para que utilice mis
propias manos.

Tú eres el impulso interior que me ha lanzado a ponerme en pie y enfrentarme a mi


situación de apuro en lugar de sucumbir en ella. Tú te has acercado a mí en sueños y me
has hecho ver que el aprieto de la situación actual no condiciona toda mi vida. En mi
alma existen zonas no tocadas por esta situación. Tú me has hecho ver los aspectos sanos
y libres de mi alma y de mi vida.

PORQUE me has hecho llegar hasta mi alma, he podido encontrar la fuerza necesaria
para levantarme y tomar en mis manos las riendas del nuevo giro de mi necesidad. Sigue
a mi lado y acompáñame en mis problemas y necesidades para que no me hunda bajo su
peso. Dame fuerza y coraje para arrostrar y soportar los contratiempos del camino.
Ayúdame a ir por mi camino con fe y confianza en el amor de Dios. Si tú me acompañas,
tomarán nuevo rumbo todas mis desgracias.

TU eres el ángel de la ayuda que se hace presente en mi necesidad. No solo permaneces


a mi lado, sino que me tomas de la mano y me ayudas. Hubo ya en mi vida muchas
ocasiones en las que pude experimentar tu ayuda a través de otras personas.
Precisamente en mis mayores dificultades me han echado una mano y aliviado mis
cargas.

PUDE sentir tu presencia también en las palabras de la Biblia que tanta confianza me

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infundieron en que Dios puede cambiar mi situación y librarme de toda calamidad,
puede sacarme de la fosa en la que he caído por mi culpa, por no prestar atención a mi
camino.

TE doy gracias, ángel de la ayuda, por no haberme abandonado en mi desgracia. Y doy


gracias a Dios por haberte enviado para socorrerme en el peligro.

DEBO esperar y confiar siempre en la ayuda de Dios: «El Señor es mi pastor: nada me
falta. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero
justo haciendo honor a su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan» (Salmo 23,1.2-4).

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EL ÁNGEL DE LA GUARDA

Tú eres un ángel en mi abandono

MUCHAS personas han tenido en su infancia experiencias de abandono. Cuando una


madre muere, el niño se siente abandonado. Le parece que su madre le ha abandonado
intencionadamente. Lo mismo sucede cuando el padre se separa de la familia. Es
también una profunda experiencia de abandono.

PERO existen otras muchas experiencias. El niño lloraba en su necesidad. Sentía hambre
y la manifestaba a gritos. Pero no había nadie que pudiera escucharlos. Otro niño tuvo
que ser ingresado muy pronto en el hospital. La madre hizo todo lo que estuvo en su
mano por estar lo más cerca posible de él; sin embargo, en el niño se produjo un
profundo sentimiento de desamparo.

Los niños que han tenido esta clase de experiencias de desvalimiento se cierran
interiormente para no volver a sufrir el dolor que llegó a su cumbre en esos momentos.
Era un dolor imposible de calmar a pesar de los gritos. Todo el llanto cayó en el vacío. Y
en consecuencia produjo un enmudecimiento interior. Pero cuando de adultos vuelven a
tener experiencias de abandono, entonces empieza a gritar el niño que llevamos dentro.

QUIENES han pasado en su infancia por estas experiencias de desamparo sienten


angustia ante cualquier despedida. En la despedida aflora a la superficie la antigua herida
del desvalimiento. Y tienen miedo a que el amigo, la amiga, el marido o la mujer puedan
abandonarlos. Por eso se aferran al otro. Pero el miedo a quedarse solos aumenta
constantemente.

LA experiencia del aislamiento me predispone a no fiarme de nadie en adelante. Nadie


me ofrece garantías de seguridad. Ya no me puedo fiar de nadie. Tengo siempre miedo
de ser abandonado otra vez. En los jóvenes se manifiesta este miedo en la incapacidad de
satisfacer su necesidad de amistad por miedo a verse abandonados.

abandonado precisamente por las personas en las que se había puesto la confianza
produce un dolor inmenso. El que ha sido repetidamente abandonado por otros termina
por abandonarse a sí mismo. Huye de sí, de su alma, para no tener que sentirse más a sí
mismo. En el acto de olvidarse de sí se protege contra todo sentimiento de abandono.
Pero exactamente entonces se siente no solo abandonado de los hombres sino finalmente
también de la vida y del mismo amor. Ya no siente la vida. Se ha desprendido del amor.

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EN esos casos se necesita la presencia de un ángel que, penetrando en tu aislamiento,
rompa las cadenas de la prisión y pulverice el tanque en que está recluida tu alma.

TEN por seguro que no estás solo en tu desvalimiento, que Dios te envía un ángel que no
te abandona aunque tú te abandones.

Dios te envía un ángel para que te acompañe y te garantice un espacio seguro donde te
sientas tranquilo y protegido. Tu ángel protector vela por ti, se preocupa de ti para que
no te abandones y sientas en ti y en Dios un espacio seguro.

PORQUE el Señor «ha dado órdenes a sus ángeles para que te guarden en tus caminos.
Ellos te llevan en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra» (Salmo 91,11).

T eres un ángel en mi abandono. Tú no me dejas solo cuando me parece que todos me


abandonan, cuando me siento abandonado por Dios y cuando me he abandonado a mí
mismo por no poder soportarme.

Tú me soportas incluso cuando yo no me soporto. La gente me dice muchas veces que


soy insoportable. Pero tú estás conmigo. Tú nunca me abandonas.

TENGO muchas veces miedo en mi desamparo. ¡Me duele tanto! Las antiguas heridas se
abren de nuevo cuando pienso en mi soledad de niño, en los momentos en que nadie
venía a acompañarme mientras lloraba en la cuna pidiendo ayuda. No quiero volver a
sentirme solo como entonces, cuando mi madre murió tan joven, cuando mi padre nos
abandonó, cuando mi novia no quiso saber más de mí, cuando mi novio se alejó para
siempre.

ME he sentido completamente solo. Tenía la sensación de no valer nada. Nadie me tenía


en cuenta, nadie me escuchaba. Creía que la gente me evitaba como si padeciera una
enfermedad contagiosa. Nadie quería estar conmigo. Pero tú permaneciste a mi lado. No
tienes miedo a contagiarte con mi presencia. Tú no me abandonas.

Tú eres el ángel de la guarda que me protege contra la herida del aislamiento. Tú eres el
ángel protector. Tú me cubres con tus alas. Tú me acompañas cuando me siento
abandonado y solo.

Tú me guardas cuando caen sobre mí torrentes de palabras agresivas. En esos momentos


me siento tan desamparado que no sé qué responder. Muchas veces no encuentro las
palabras exactas. Entonces me siento incómodo y procuro evadirme. Tú eres el ángel que
me protege y acompaña. Eres como un sombrero que me cubre, un refugio donde me
siento bien.

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Tú haces posible que yo permanezca de pie y en mí mismo. Porque cuando no tengo a
nadie a mi lado, me siento tambalear. Pero cuando permaneces a mi lado y me sostienes,
me lleno de fuerza para permanecer seguro. Así puedo volver a ser yo mismo. Cuando
nadie está a mi lado, me gustaría poder huir de mí. Y me abandono. Pero si tú no me
abandonas tampoco yo me abandono. Permanezco firme y me siento seguro.

PROTEGIDO por tu presencia me siento seguro. Y me siento animado a orar con el


salmista: «Consulté al Señor y me respondió librándome de todas mis ansias. Si el
afligido grita, el Señor le escucha y le salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege» (Salmo 34,5. 7-8).

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EL ÁNGEL DEL CONSUELO

Tú eres un ángel en mi duelo

LA tristeza aísla a los individuos. Cuando muere un ser querido y hacemos duelo por él,
algunas de nuestras amistades interrumpen el trato con nosotros. No quieren mezclarse
en nuestro dolor. Cuando nos vemos aislados en nuestra desgracia, pensamos
dolorosamente: mi dolor no debe existir. Con mi sufrimiento molesto a los demás. Lo
que ellos desean es seguir llevando una vida normal. No quieren mi luto. Por
consiguiente, tampoco me quieren a mí, porque en las circunstancias actuales yo no
puedo existir sin mi duelo.

CUANDO muere un ser querido, la tristeza me sumerge en un caos de sentimientos. Es


el dolor por la pérdida del ser querido. Al principio desearía vivir como sin caer en la
cuenta de que en adelante ya no podré hablar más con el difunto: el padre, la madre, el
amigo o el hijo. Y reprimo mi dolor. Si no lo hago, tendré la sensación de que el suelo se
hunde bajo mis pies. Ya no me conozco. Ni siquiera encuentro ayuda en la fe. Al menos
no alivia mi sufrimiento.

LA tristeza se caracteriza por la diversidad de sentimientos. En el trasfondo está el dolor.


La pérdida de este ser querido y su inevitable despedida para siempre producen un dolor
indefinible. En el dolor se mezcla el sentimiento de lo absurdo. Si ya no tengo a esta
persona que tanto significaba para mí, ya no sé qué hacer con mi vida.

PERO con el dolor y la tristeza se mezclan además otros sentimientos. El hecho de tener
que despedirme de esa persona me hace caer mejor en la cuenta de mi relación con ella.
Esta relación fue clara, tierna y armónica. Pero fue también conflictiva. Pasó por
momentos de malentendidos y fricciones. Cuando pienso en ellos, siento que se enciende
mi ira. Pero no puedo permitírmelo, porque el sentimiento de aflicción es inevitable. Con
todo, otro sentido del duelo es también que debo hacerme consciente de mi relación con
el difunto: de todo lo que le debo y significa para mí, pero también de las molestias y los
disgustos vividos. El duelo tiene siempre también el sentido de clarificar mis relaciones
con el difunto y explicar todo lo hasta ahora inexplicado para quedar en paz.

Yo hago duelo, pero nunca exclusivamente por la persona que ha muerto. La muerte de
un ser querido me obliga a llorar los sueños desvanecidos en mi vida. Porque toda mi
vida, tal co mo yo me la había imaginado al lado de mi marido o de mi mujer, con mi

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padre, con mi madre y con mi hijo, ha sido repentinamente cuestionada por la muerte.

Mis concepciones de la vida se han venido abajo. Por eso debo ser yo mismo el objeto de
mi compasión. Porque mi vida ya no puede llegar tan lejos como yo había deseado. A
veces, la muerte de un ser querido me hace pensar en mi vida no vivida. Por eso, el duelo
es siempre también un llanto por la vida que no he vivido.

EL duelo quiere ponerme ante nuevas posibilidades que yacen en mi alma. Pero también
quiere situarme ante una nueva perspectiva respecto al difunto. Aunque la muerte me lo
ha llevado, yo puedo, sin embargo, establecer una nueva relación con él. Él puede
convertirse en mi nuevo compañero interior, en un ángel para mí. A veces, me parece oír
en sueños cómo el difunto me dirige una palabra que me impulsa a seguir adelante, o me
indica con su silencio sencillamente que las cosas están bien así.

PUEDO pedir al difunto que me acompañe, que me dé fuertes espaldas para aguantar y
me muestre un camino que yo pueda seguir. Y en mi dolor puedo preguntarle: «¿Qué
tienes que decirme? ¿Cómo deseas que responda a tu muerte y a tu vida? ¿Cómo debo
vivir yo ahora sin ti? ¿Qué impulsos me das?». Una mujer, cuyos hijos habían nacido
muertos, podía decir después de algunos años de luto: «Mis hijos son como ángeles que
me acompañan y me dan la fuerza para tener acceso exactamente a otros niños difíciles
en mi trabajo como educadora y artista».

QUIEN está triste necesita una persona que lo consuele. A muchos les resulta difícil
acompañar a quienes sufren porque no saben qué decirles ni cómo consolarlos. Pero
consolar no es lo mismo que pronunciar palabras de consuelo. Sobre todo, no consiste en
intentar consolar al triste con expresiones piadosas.

LA palabra alemana Trost, «consuelo», procede de Treue, «fidelidad», que


originalmente significa «firmeza, estabilidad». Consuelo significa, por tanto, mi
presencia firme junto al otro. Yo aguanto sus lágrimas, su desconsuelo, sus protestas, sus
absurdos. No puedo tener la pretensión de explicar de golpe un absurdo con citas
bíblicas demostrando con ellas que la muerte tiene también un sentido. Consolar es
mantenerse firme en silencio junto al otro sin querer calmar su sufrimiento con palabras.

Si me mantengo silencioso en la desesperación y la tristeza del otro, puedo entonces


invitarle sencillamente a que se desahogue. No ne cesito decir nada. Solo necesito
escuchar y con mi actitud de escucha invitar al otro a explicar más lo que piensa del
difunto y a exponer también toda la desesperación y los absurdos que ahora siente. El
verbo alemán trauern, «estar en duelo», alude en su origen a una situación de
agotamiento, de una debilidad tal en la que parece que el suelo se hunde bajo los pies. El
que en su tristeza siente cómo se queda sin suelo bajo sus pies, lo que desea es tener a
alguien a su lado que con su presencia le transmita fuerza para mantenerse firme y en pie
otra vez.

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LA palabra latina consolator, «consolador», deriva de cum, «con», y solus, «solo». La
persona que consuela es aquella que tiene valor para estar a solas con quien se refugia en
su soledad. Las personas que están en duelo se sienten generalmente abandonadas a su
aislamiento. Y desean encontrar a alguien con la audacia suficiente para penetrar en su
soledad y permanecer allí con ellas.

Los dolientes necesitan personas que los acompañen en su dolor y se hagan sus
compañeras de camino a través de las diversas fases de rebeldía, desesperación, soledad
y renuncia a la esperanza. Es la única ayuda que los dolientes tienen para decidirse a
tratar con su acompañante las maneras de buscar nuevos caminos y de dar respuesta con
su vida a la pérdida del ser querido. Descubrirán dentro de sí mismos nuevas
posibilidades ocultas que hasta ese momento no conocían. Sucede muchas veces que
buscan en vano una persona que los consuele sin encontrarla. Queda entonces la
confianza en que Dios me envíe el ángel del consuelo y transforme mi tristeza. Si te
diriges al ángel del consuelo, sentirás cómo Dios no te abandona en tu dolor. El ángel del
consuelo transformará tu tristeza.

Tú eres un ángel en mi tristeza. Estoy en duelo por la muerte de seres queridos. Han
significado mucho en mi vida. Me he sentido amado por ellos y yo les he amado
también. Pero me han sido arrebatados. Ya no puedo abrazarles, ni verles, ni hablar más
con ellos. Con su muerte ha muerto una parte de mi vida.

EL dolor me roba el suelo debajo de los pies. Por eso te agradezco tu compañía en mi
aflicción. Tú me consuelas con palabras sencillas. Eres para mí un consuelo porque
aguantas mis lágrimas y el dolor que me invade a cada instante. Si permaneces a mi lado
en mi duelo, puede transformarse también ese dolor. Entonces siento en medio del
sufrimiento por la desaparición de seres queridos una nueva relación interior con ellos
que ni la muerte me puede arrebatar.

EL amor de Dios me une también a mis queridos difuntos. Su amor se derrama desde el
cielo sobre mí y me conforta. Pero no solo siento dolor por la muerte de los seres
queridos. Me duelen también todas las oportunidades desaprovechadas, los sueños de la
vida rotos, la estrechez de horizontes de mi vida. Siento dolor por la vulgaridad y la
mediocridad de mis relaciones y amistades, de mi comunidad y de mi grupo, con quienes
paso tanto tiempo. Ya nada es como al principio. Se ha colado la rutina. Los
sentimientos se han enfriado y desgastado. Y es entonces cuando te necesito, ángel del
consuelo, para que me acompañes en mi dolor y me enseñes el arte de llorar.

Yo he tenido ya esta experiencia: cuando lamento la mediocridad de mis amistades y mi


comunidad y la mía propia es cuando mejor descubro las fuerzas positivas de mi alma.

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Compruebo entonces que yo, a pesar de mi mediocridad, soy único, tengo mis aptitudes
y puedo estar agradecido por todo lo que se ha hecho realidad en mí y por medio de mí.

RECONOZCO además el tesoro escondido en nuestra relación y en nuestra familia.


Siempre nos guardamos fidelidad, siempre caminamos unidos. Hemos superado juntos
muchas cosas. Es un valor que muchas veces paso por alto cuando me siento triste
porque mis sueños de un mundo mejor se han hecho trizas. Y, sin embargo, siento cómo
en tu compañía no pasa nada porque se rompan mis ilusiones, pues yo no me rompo con
ellas.

Cuando dejo que se rompan las imágenes de mí mismo, de mi vida y de Dios, no soy yo
el que se rompe. Al contrario, me abro a mi yo auténtico, a la riqueza de mi vida y al
Dios totalmente otro, que es inefable y, sin embargo, es amor. Un amor incomprensible
que me transforma por completo.

Tú eres el ángel del consuelo, el que no tiene miedo a mi duelo. Si me siento triste y
vacilo, tú permaneces firme junto a mí. Tú me llenas de consuelo, pero no con palabras
vacías; tú permaneces a mi lado y me escuchas. Tú me ayudas a afianzarme nuevamente
sobre mis pies y a permanecer firme.

Tú eres el ángel del consuelo que está conmigo en mi soledad, el que se atreve a penetrar
en la soledad en la que me ha metido mi tristeza. Si te quedas conmigo y me das
consuelo, me atreveré a vivir en mi tristeza y a pasar por ella hasta llegar al fondo de mi
alma, donde no solo hay duelo, sino también consuelo, alegría, vitalidad y esperanza.

SIENTO cómo Dios no me deja solo en mi tristeza. «Pero los que esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin
fatigarse» (Isaías 40,31).

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EL ÁNGEL DE LA LUZ

Tú eres un ángel en mi noche oscura

Los seres humanos han tenido siempre miedo a la oscuridad. En ella se sienten
amenazados por enemigos invisibles. Esos enemigos que se esconden en la oscuridad y
atacan por la espalda no solo son personas que vienen de fuera; pueden ser también
enemigos interiores.

Los antiguos identificaban la oscuridad con los malos espíritus. La oscuridad es el reino
de los demonios. En él surgen de las oscuridades de mi alma unas fuerzas que me
amenazan en mi interior con la intención de destrozarme y hacerme daño.

ACTUALMENTE sentimos la oscuridad sobre todo en las horas de depresión. Las


personas deprimidas describen sus experiencias como un sentirse metidas en un agujero
oscuro en el que no pueden entrar ni siquiera las palabras de los seres queridos. Allí no
percibo nada. Todo en mí es pura oscuridad. Se ha apagado hasta la luz de la fe que antes
me iluminaba. En este espacio de tinieblas no penetra ni la luz de la fe. Las palabras de
la Biblia, que antes me infundían tanto consuelo, rebotan ahora contra mí, que estoy
sentado en la oscuridad. Las oigo, pero como a distancia, como si pasaran lejos de mí.

EL individuo depresivo desea ansiosamente ver su alma nuevamente iluminada. Pero


tiene la sensación de estar prisionero en su tiniebla, de la que nadie le puede sacar.

OTRA manera de vivir la oscuridad es la experiencia del absurdo. Los objetivos que
antes nos habíamos fijado nos parecen de repente irrelevantes en este momento. Ya no
acertamos a ver ningún sentido profundo en lo que hacemos. Nos parece que todo cae en
el vacío. Nuestra existencia se entenebrece. No vislumbramos nada. No vemos ningún
sentido en nuestra vida. Vamos como ciegos palpando en la oscuridad.

EsTA dolorosa experiencia de oscuridad es de sobra conocida en la Biblia. El profeta


Isaías pone estas palabras en labios de quienes la padecen: «Esperamos la luz, y vienen
las tinieblas; esperamos la claridad del día y caminamos a oscuras. Como ciegos vamos
palpando la pared, andamos a tientas como gente sin vista; en pleno día tropezamos
como al anochecer, en pleno vigor estamos como muertos» (Isaías 59,9-10).

QUIEN piensa que su vida se ha entenebrecido se siente también como un ciego.

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Camina a tientas por la vida sin ver adónde va. No tiene dirección ni sentido alguno que
le indique la orientación de su vida. Está desnortado. Sus sentidos ya no le ofrecen
seguridad. Se siente inseguro. Dentro de él crece la sensación del vacío. Se siente como
muerto. La luz significa vida. Quien vive en la oscuridad tiene la sensación de que está
separado de la vida.

EL mensaje cristiano de la encarnación de Dios en Jesucristo se presenta como el


cumplimiento de la promesa del profeta Isaías: «El pueblo que vive en las tinieblas ve
una clara luz; sobre los que habitan en un país de sombras brilla una luz» (Isaías 9,1).

EL evangelista Lucas llama «sombras de muerte» a las tinieblas en que vivimos. Para él,
Jesús es el que nos visita como «una luz que brilla desde lo alto para iluminar a todos los
que viven en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (Lucas 1,78-79).

No podemos iluminar nuestra oscuridad con nuestros propios recursos. Deseamos


ardientemente la luz que Dios ha hecho brillar para nosotros en su hijo Jesucristo. Y
deseamos al ángel que Dios envía para iluminar nuestra oscuridad aquí y ahora. Fíate del
ángel de la luz que Dios envía a tu oscuridad. Exponle las necesidades de tus tinieblas
interiores. El mero hecho de hablar con tu ángel de la luz ilumina tus tinieblas.

Tú eres un ángel en mis tinieblas. Conozco la experiencia de la oscuridad. No es solo la


oscuridad exterior la que a veces me hace sentir angustia. Cuando era niño, nunca me
atrevía bajar al oscuro sótano. Y a veces toda oscuridad me hace pensar en aquella
primera angustia que experimenté en la infancia. Pero conozco además la oscuridad de
mi alma. A veces no se percibe en ella ningún rayo de luz ni de vida. Ya no vislumbro
nada en mí. Dios se ha hecho oscuridad ante mis ojos. Ya no le siento. Por eso te
necesito a ti, ángel de la oscuridad, para que me hagas comprender que Dios habita
también en las tinieblas.

Tú deseas hacerme comprender que la oscuridad no es una amenaza. Su única finalidad


es purificarme. Quiere liberarme de algunas imágenes de Dios demasiado diáfanas. Dios
está más allá de toda imagen. A veces tiene que ocultarse en la oscuridad para obligarme
a desprenderme de las imágenes que de él me formo y para que me dedique a la
búsqueda del Dios desconocido y oculto.

Tú eres un ángel en mis tinieblas, te necesito especialmente allí donde mi alma se ve


envuelta por la oscuridad, cuando la invade la depresión y tengo la sensación de
encontrarme en un pozo oscuro. En ese pozo no me sirven de nada las palabras piadosas.
En él pierde toda su eficacia lo que hasta ahora me había servido de ayuda. Y es
entonces cuando suspiro por ti, ángel que me acompañas en mis tinieblas. No espero de
ti que me saques de la oscuridad, pero confío en que la transformes.

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SOLO con saber que sigues a mi lado en la oscuridad, y que no sientes angustia frente a
ella, quedan ya transformadas mis tinieblas en luz. Y en lo más hondo del pozo oscuro
podré imaginarme algo sobre la luz que todo lo ilumina, incluso las profundidades
misteriosas de mi alma.

GUíAME por mi camino a través de las tinieblas hasta llegar a la luz y ayúdame a dar
los pasos necesarios y convenientes para ello. Despierta en mí otra vez el deseo de
entregarme a la vida con nuevo dinamismo.

ÁNGEL de la luz, hazme otra vez libre para descubrir nuevamente la alegría y el amor
en mi vida. Ilumíname con tu luz para salir de las tinieblas y volver a la luz de la vida.

Así eres para mí al mismo tiempo el ángel de la oscuridad y el de la luz. No temes que
mi tiniebla extinga tu luz. Tú iluminas con tu claridad las misteriosas profundidades de
mi alma y traspasas las tinieblas. Así disipas el miedo a mi propia oscuridad. Y esto me
da la convicción de que en el fondo de mi alma todo es claro y luminoso, y resplandece
con el esplendor de Dios.

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25
EL ÁNGEL DE LA CONFIANZA

Tú eres un ángel en mi desesperación

CUANDO los seres humanos llegan a perder la esperanza han perdido todo lo que podía
dar consistencia a su vida. Sin esperanza no hay salida posible de su situación. Todo les
parece un callejón sin salida. Unos se desesperan cuando muere un ser querido en quien
habían puesto toda su esperanza. Otros, cuando nada en la vida les sale bien. Han
perdido su empleo. Al principio tenían alguna esperanza y pusieron muchos anuncios.
Pero ninguno tuvo respuesta. Poco a poco se desaniman y terminan por perder la fe en sí
mismos. Y capitulan.

SóREN Kierkegaard, el filósofo de la religión danés, caracterizó la falta de esperanza


como una «enfermedad de muerte». La desesperación más profunda es la falta de
seguridad en uno mismo, la renuncia total a ver realizada nuestra vida. Los latinos la
llamaban desperatio. Yo no espero nada para mí ni para la vida porque pienso ni el
mismo Dios me ofrece ya garantía de esperanza.

ALGUNOS se hunden en una profunda desesperación cuando caen sobre ellos desde
fuera rudos golpes del destino como pueden ser una enfermedad, la muerte de un ser
querido, la pérdida del trabajo o una repentina incapacitación para seguir valiéndose por
sí mismos. En otros casos, la desesperación nace de dentro, de la falta de confianza en sí
mismos. No tienen para sí más que reacciones de rechazo. Les parece que su vida no
podrá realizarse nunca, que están predestinados al fracaso y a la disgregación interior.
Esto es, en palabras del filósofo Josef Pieper, «aceptar de antemano una vida no
realizada». Ya no me atrevo a intentar nada. No confío en que Dios pueda llevar mi vida
a plenitud.

PERO la falta de confianza en uno mismo se exterioriza también en reacciones de auto-


rechazo. No me acepto como soy. A veces, esta actitud es consecuencia de las
exageradas expectativas que nos imponemos, del excesivo buen concepto en que nos
tenemos y que llevamos dentro. Y como no podemos realizar esos altos ideales, nos
desalentamos y llegamos a pensar que estamos fatalmente predestinados a ser como
somos, a vivir desintegrados.

EN tales baches de depresión palpamos la imposibilidad de seguir viviendo solos.


Necesitamos la ayuda de alguien. Necesitamos un ángel. En tal situación de angustia
podemos confiar serenos en que Dios ve nuestro apuro y nos envía su ángel para

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transformar nuestra situación desesperada.

Es el ángel de la confianza, que en medio de nuestra desesperación nos pone en contacto


con la confianza originaria que permanece disponible todavía en el fondo de nuestra
alma. Es la confianza primigenia que nos transmitió nuestra madre y nos permite
sentirnos bienvenidos a este mundo. Nuestro padre convirtió esta confianza en
sentimiento de seguridad. Junto al padre teníamos motivos para creernos capaces de
intentar algo, de tomar en nuestras manos las riendas de nuestra vida de darle forma.

Así, el ángel de Dios desea hacernos comprender lo que realmente significa «confiar»: es
tener fe en los demás y en uno mismo. Cuando nos fiamos de otra persona, tenemos la
certeza de poder contar con ella en todo. Nos fiamos de su palabra. Así podemos fiarnos
también de Dios. Él empeña su palabra de estar siempre con nosotros, interesado por
nuestra suerte. Podemos edificar nuestra vida sobre él. Dios nos acepta como somos. Él
se fía de nosotros y nos confía algo. Así podemos también tener la suficiente confianza
en nosotros mismos incluso para aventurarnos a entrar por nuevos caminos e intentar
cosas nuevas. La seguridad de estar siempre en las manos de Dios nos llena de audacia y
de valentía.

QUE el ángel de la confianza nos comunique la suficiente seguridad cuando el suelo


parece huir de nuestros pies, y nos dé la fe en que Dios es el fundamento de nuestra vida,
un fundamento que ninguna crisis puede socavar. Así podemos encomendarle tranquilos
todas nuestras cuitas, porque él cuida de nosotros (cf. 1 Pedro 5,7).

Tú eres un ángel en mis momentos de desesperación. Cuando desconfiaba de todo y


hasta de mí mismo, he sentido muchas veces la ayuda de una palabra que me dijiste tú.
Unas veces fue una palabra que leí en un libro y de repente me impresionó. Otras veces
fue una palabra oída en una celebración litúrgica o en una predicación, o descubierta en
un texto bíblico. Esa palabra me puso en pie y me llenó de confianza y claridad. En
ocasiones fue una persona la que pronunció la palabra exacta en el momento preciso, una
palabra que me hizo recuperar la confianza.

CONOZCO bien cómo desconfío de mí, de mi fe, de los demás. Esa desconfianza
desaparece tan pronto como me hablas tú, ángel de la confianza, y me haces ver las cosas
desde otro punto de vista. Conozco también momentos de desesperación, esos momentos
en los que no sé dónde me encuentro. Todo parece imposible, no veo ninguna salida. No
veo la manera de organizar mi vida ni cómo solucionar el conflicto. Me da lo mismo
orientarme en una dirección que en otra: no hay remedio. Lo que más desearía es eludir
el problema. No tengo fuerzas para planteármelo, porque no encuentro clave alguna para
resolverlo.

EN esos momentos de depresión me haces mucho bien con tu presencia a mi lado. No

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necesitas decirme muchas palabras. Basta saber que no me abandonas para llenarme de
confianza.

iÁNGEL de la confianza, ayúdame cuando no encuentro un fundamento sólido en el que


apoyar mi vida. Cuando todo lo que había constituido hasta ahora mi esperanza, se me
vuelve inseguro de repente. Cuando ciertos ideales y modelos de vida que me ofrecían
garantía hasta este momento, empiezan de pronto a tambalearse y pierden a mis ojos
toda clase de atractivo. Hazme sentir tu presencia y la certeza de tu guía.

EN los momentos de desesperación me pones en contacto con los fragmentos de


esperanza que quedan en mí. Es la confianza en que Dios cuida de mí y tú, el ángel de la
confianza, no me abandonas; es la confianza en que Dios no me deja caer. Él te envía
para que me ayudes a hacer pie en fundamento firme y vuelva a confiar en la vida y en
mí mismo, y para que ponga mi esperan za en Dios, que está a mi lado y me sostiene
también en los momentos de desesperación.

PUEDO confiar en ti. Tú me dices que existen en mí razones para confiar y no solo
miedo y desconfianza. Tú me haces palpar los motivos de confianza que hay en mí y que
serán siempre más fuertes que el miedo y la desesperanza. Tengo razones para fiarme de
ti. Sintiéndote cerca puedo confiar otra vez en mí mismo. Y me atrevo a poner mi
confianza en Dios y a confiar en todas las palabras que me ha dicho en la Biblia. Me
dejo conmover por las palabras del salmo. «Me estrechas por detrás y delante, me cubres
con tu palma» (Salmo 139 ,5).

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EL ÁNGEL DE LA ESPERANZA

Tú eres un ángel en mis fracasos

OTRA situación de apuro en la que deseamos la presencia de un ángel es el fracaso. Se


puede fracasar en el matrimonio, en la profesión, en el proyecto de configurar la vida
desde nuestra fe.

EL verbo alemán scheitern, «fracasar», tiene su origen en la palabra Scheit, que designa
un leño dividido, y en el verbo scheiden, «separar, partir». El fracaso quiere decir, por lo
tanto, que se ha dividido una cosa que debería permanecer formando unidad, que está
troceada, hecha astillas. La totalidad se divide en fragmentos, queda separada en
pequeñas individualidades. Lo que inicialmente se entendía como concepto de la vida se
frustra y se hace trizas.

EN la base del concepto de fracaso subyace, por tanto, la idea de separación, que se
utiliza para hablar del fracaso matrimonial. El matrimonio se separa. La «separación»
(Scheiden) está incluida también en el término «despedida» (Abschied). En cada fracaso
nos despedimos de la imagen idealizada de la propia vida y del concepto idealizado
sobre nosotros mismos.

LA despedida más radical es la muerte; el fracaso guarda relación con la muerte. Muere
algo en lo que habíamos puesto nuestras esperanzas.

A cada fracaso sigue necesariamente una nueva decisión sobre el camino que hay que
seguir. Necesitamos el don de discernimiento para dar con la causa de nuestro fracaso y
para ver cómo podemos reunir las piezas entre los escombros del edificio de nuestra vida
para intentar juntarlas de nuevo, y cómo de la separación puede nacer una vida nueva.

MUCHOS se echan a sí mismos la culpa de sus fracasos. Piensan que si hubieran estado
más vigilantes, si hubieran rezado más, no se hubiera consumado el fracaso. Pero con la
auto-inculpación no se consigue nada nuevo. Al contrario, normalmente se produce una
parálisis. Los reproches que nos echamos en cara se convierten pronto en una carga tan
pesada sobre nuestras espaldas que apenas nos permite movernos. Solo podemos seguir
adelante si reconocemos y aceptamos nuestro fracaso. Solo entonces somos libres para
nuevas andaduras por caminos nuevos.

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Los fracasos forman parte de la vida. En lugar de auto-inculparnos es preferible
aprovechar el fracaso como una oportunidad para decir adiós a todos los vanos sueños
sobre nosotros y nues tra vida, y decidirnos a comenzar de nuevo. Debemos confiar en
Dios, que puede utilizar los escombros de nuestro ideal de vida para crear algo nuevo y
acorde con nuestra verdadera naturaleza. Entonces el fracaso no será destrucción, sino
que nos abrirá al misterio de Dios y de nuestro yo auténtico. Y así nos abriremos
finalmente también a los demás.

PARA tener tal grado de visión positiva del fracaso necesitamos un ángel que penetre en
la esencia del fracaso y nos haga interpretar esa experiencia con una nueva luz. Es el
ángel de la esperanza cuya presencia deseamos. Sobre la esperanza dice el apóstol Pablo:
«La esperanza no defrauda, porque el amor que Dios nos tiene inunda nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Romanos 5,5).

LA esperanza no nos humilla, sino que nos hace confiar en el éxito de nuestra vida. La
esperanza es distinta de una expectación de algo. La expectación puede decepcionar, la
esperanza no. El ángel de la esperanza nos llena de confianza en la transformación de
nuestros fracasos, en que de un fracaso puede nacer una nueva vida con nuevas
posibilidades de éxito.

TU eres un ángel en mis fracasos. Hay cosas en mi vida que no salieron como yo había
deseado. En muchos aspectos he fracasado. El proyecto de vida se deshizo. Cosas en que
había puesto mi esperanza me dejaron decepcionado. Se rompió una amistad.
Profesionalmente fracasé; tampoco tuvieron éxito mis esfuerzos por solucionar un
conflicto, por crear una mejor atmósfera en mi empresa y entre mis vecinos.

CUANDO me siento fracasado en mi concepción de la vida, tengo a veces la sensación


de haber fracasado yo mismo, de haber perdido el hilo rojo conductor de mi vida, de que
mi personalidad se ha roto en mil añicos dispersos. Ya no me encuentro a mí mismo.

ANGEL de la esperanza, ¡te necesito! Tú estás a mi lado y me haces ver que hasta en el
fracaso existe la oportunidad de un nuevo comienzo. Tú me llenas de esperanza y
seguridad una y otra vez. Sé muy bien que esperanza no es lo mismo que ver realizadas
todas las expectativas que he puesto en la vida. Pero tú me infundes la certeza de que mi
vida se realizará, aunque quizá por caminos distintos de los soñados por mí.

TU has sido mi ángel de la esperanza en mis fracasos porque no perdiste la confianza en


mí. He tenido a tu lado la experiencia de que no te sentías defraudado si yo no cumplía
tus expec tativas. Tú confías en mí y para mí, y eso me hace bien. Me estimula a no
perder la esperanza y a seguir confiando en algo que todavía no veo, pero que existe en
mí como una posibilidad realizable.

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CUANDO se fracasa, todo parece imposible. Todo parece deshecho. Pero cuando tú me
llenas de esperanza, descubro entre los escombros de mi vida quebrada la posibilidad de
una forma de vida nueva, y que con los trozos de mi vida rota puede Dios dar a mi
naturaleza la forma que le conviene.

AYÚDAME a saber aceptar como fracasos los proyectos sobre mi vida que han
resultado ser falsos. No permitas que quede sepultado en una tormenta de auto-
inculpaciones, porque me resulta difícil liberarme de ellas y permanecer en pie. Lo que
consigo con ello es taparme yo mismo la vista e incapacitarme para ver nuevos caminos.
Ángel de la esperanza, en ti encuentro la valentía y la seguridad para comenzar algo
nuevo.

Si me llenas de esperanza, se ensanchará mi corazón. Empezaré a retozar (este es el


significado originario del verbo alemán hollen, traducido normalmente por «esperar»), a
dar signos de vida, a dar saltos y a sentir de nuevo la grandeza, la libertad y la vivacidad.

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EL ÁNGEL DE LA LIGEREZA

Tú eres un ángel en mi pesantez

EN alemán se traduce el término técnico latino depressio por Schwermut, «melancolía».


Romano Guardini, conocido teólogo, que durante el siglo pasado atrajo la atención de
muchos lectores por medio de sus publicaciones, escribió también un libro titulado Sobre
el sentido de la melancolía. Guardini, acompañante espiritual de la juventud, a la que
supo entusiasmar en las décadas de 1920 y 1930, padeció él mismo momentos de
melancolía.

Y la describe como un peso del alma: «Un peso gravita sobre el ser humano hasta
aplastarle, hasta hacerle hundirse en sí mismo; hasta hacerle perder la tensión de sus
miembros y órganos; hasta hacer que sus sentidos, impulsos, imaginación y
pensamientos queden paralizados. La voluntad se debilita, los impulsos y el gusto por
hacer algo se agotan».

LA melancolía hace que todo lo veamos negro. Hay, sin embargo, personas que, sin
padecer melancolía, viven oprimidas por alguna carga. Lo dan a entender con sus
palabras. También lo manifiestan con sus gestos, con su ma nera de andar, con el
movimiento de sus manos. No son capaces de vivir con libertad y alegría. Todo lo ven
difícil, en todo encuentran problemas, no hay nada sencillo. Este lastre paraliza la vida
de los individuos. Se sienten incapaces de afrontar las dificultades de la vida diaria. Es
entonces cuando deseamos un ángel que nos facilite la vida. Los ángeles tienen alas para
volar con agilidad por encima de las dificultades de la vida.

HAY personas que son excesivamente rigurosas consigo mismas. Difícilmente se


perdonan ciertas faltas que creen que nunca debieron cometer. Entonces empiezan a
imponerse todo el rigor posible para evitar que esas faltas se repitan. Si no lo consiguen,
se vuelven ásperas, hacen cada vez más difícil su trato consigo mismas y con los demás.
Que el ángel de la ligereza nos quite esta carga.

DEBEMOS ser comprensivos con los demás. No hemos de tomar toda crítica como algo
personal ni toda palabra puede ser interpretada al pie de la letra. No se esconde
necesariamente mala voluntad detrás de cada error de conducta. Es humano cometer
errores, pueden ocurrir sin que sean achacables siempre a la falta de interés por evitarlos.
La comprensión y una mirada benévola de unos a otros suavizan las relaciones mutuas y

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crean un clima apto para la convivencia.

QUE el ángel de la agilidad nos libre de degenerar en frivolidad, irreflexión o


superficialidad. Porque en toda nuestra vida debemos ser sinceros y esforzarnos por
mejorar y evitar errores. Pero el ángel quiere decirnos: por mucho que nos esforcemos,
cometeremos errores.

UN fracaso no significa necesariamente el fin de todo. Podemos estar seguros de que


Dios no nos abandona pase lo que pase. Él nos sostiene en sus manos. No podemos
albergar la pretensión de resolverlo y soportarlo todo nosotros solos; debemos saber que
él nos sostiene. Y este sentimiento de ser llevados en sus manos nos libera y nos hace
más llevadera la vida.

CUANDO contemplo los angelotes en las iglesias barrocas, ángeles jugando como
niños, tocando sus trompetas o moviendo sus alas de un lado para otro y mirando con
ojos de niño a los hombres que acuden a la iglesia con sus cuitas, siento cómo en mi vida
se produce también una sensación de levedad. Esos ángeles con cuerpo de niño me
invitan a no tomar mi vida demasiado en serio. Me recuerdan al papa Juan XXIII que,
siendo importante como pontífice, hablaba consigo mismo y se decía: «Giovanni, no te
des tanta importancia».

Como se tenía en poco produjo mayores cambios en la Iglesia que otros papas más
graves. En su «ligereza de niño» convocó el concilio que iba a abrir amplias perspectivas
de futuro. Fue una sorpresa para todos los que confiaban muy poco en un hombre
anciano.

QUE el ángel de la ligereza alivie nuestra pesantez y se digne poner alas en nuestra alma
para que pueda volar a Dios con la agilidad de su condición humana.

TU eres un ángel en mi pesantez. Tengo propensión a tomarlo todo demasiado en serio.


Mis problemas me deprimen. A veces los siento como una carga insoportable que me
echa por tierra. Hay momentos en que me pesa todo. No tengo energías para soportar el
trabajo, no veo más que dificultades en todo lo que intento.

Es ahí donde te necesito a ti, ángel de la ligereza, para que des alas a mi alma y pueda
elevarse por encima de los problemas de cada día y mirarlos desde arriba. Así quedan
relativizados. Yya no me paralizan, no me siguen a todas partes. Puedo elevarme
volando sobre ellos y contemplándolos desde arriba.

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MUCHAS veces me complico la vida sin motivo. Hay muchos gestos y palabras mal
interpretados que crean malentendidos. Tomo muchas cosas demasiado en serio. En
lugar de buscar la conversación con otros para poner las cosas en claro, rumio yo a solas
esas cosas en mi interior. Me retraigo, estoy en realidad ausente en presencia de los
demás porque lo que allí se comenta cae sobre mí como una losa. Ángel de la ligereza,
ayúdame a ser más indulgente y menos rencoroso en el trato con la gente. Así mi vida se
puede hacer más sencilla y llevadera.

AYÚDAME a ser menos duro e intransigente en mis juicios sobre el prójimo y sobre mí
mismo. Me cuesta mucho perdonarme errores que no debería haber cometido. Ayúdame
a tomar la vida con humor y hasta a reírme cuando algo me sale mal.

TÚ me enseñas a ser soltarme en la vida, pero sin caer. Porque la mano de Dios me
sostiene. No tengo que soportarlo siempre todo yo a solas, porque yo mismo soy
soportado. «Encomienda tu camino al Señor y confía en él; él te sustentará» (Salmo
37,5).

ESTE sentimiento de ser llevado alivia mi vida. Me hace libre. Me siento fortalecido y
tengo valor para emprender otra vez nuevos caminos.

ÁNGEL de la ligereza, tú nos remites a la gracia de Dios con la que se realiza nuestra
vida sin hacer depender todo de nuestros resultados. Te pido que me des alas también a
mí para poder quitarme de encima el lastre de la existencia y elevarme al ancho cielo que
luce sobre nosotros.

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EL ÁNGEL DE LA RESURRECCIÓN

Tú eres un ángel en mi anquilosamiento

HAY muchas personas anquilosadas por dentro. Nada se mueve en ellas. Tienen unos
criterios fijos, unas maneras de proceder fijas y correctas. Cumplen con su deber. Pero
no sale de su interior ninguna señal de vida. Son inaccesibles. Lo único que encontramos
en ellas es una máscara petrificada pero sin persona alguna oculta tras la máscara.

OTROS quedan paralizados por miedo. Ante una experiencia traumatizante


reaccionamos muchas veces con una actitud de parálisis. El miedo que me produce una
gran desgracia me bloquea. Busco en la parálisis protección contra el dolor. No puedo
soportar el dolor. Por eso se produce en mí una parálisis total. Esta es una reacción del
alma como un medio de protegerse contra las experiencias traumatizantes que no puede
superar. Mejor no sentir nada que sentir un dolor superior a mis fuerzas y que podría
descomponer mi personalidad.

A otros les paraliza la angustia frente a la vida. El pavor a tener que emprender algo
nuevo sin saber si estamos suficientemente preparados para ello o si podremos llevarlo a
cabo. El conejillo se queda petrificado ante la serpiente. Le inmoviliza la angustia. De la
misma manera nos quedamos paralizados a veces ante las exigencias de la vida.
Perdemos toda capacidad de reacción. Quedamos totalmente bloqueados.

EN algunos sujetos, esta parálisis ha llegado a ser crónica. Han renunciado hasta tal
punto a muchos retos de la vida que han quedado interiormente petrificados. Carecen de
toda iniciativa. Han perdido el contacto con sus sentimientos. Todo signo de vida ha
desaparecido, está bloqueado, reprimido, sin movimiento. Es imposible en ellos el
desarrollo de la vida.

HAY también personas que ya no quieren moverse porque a cada movimiento, por
pequeño que sea, va siempre unido un pequeño cambio. Y eso es precisamente lo que
temen. Sienten angustia ante la posibilidad de que sean interrumpidos o cuestionados los
habituales ritmos, reglas y normas de su vida. Prefieren mantener sus viejas costumbres
antes que acomodarse a las nuevas.

MUCHAS veces nos resulta más cómodo permanecer sentados que levantarnos.
Levantarse exige decisión y esfuerzo. Si yo me levanto por alguien, me pongo a su lado

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y de su parte. Si permanezco en mi opinión, en mi sugerencia o en mis ideas, me
comprometo con ellas. Yo mismo he tomado esta decisión. Estoy dispuesto a aceptar las
responsabilidades. Pero esto suele resultar difícil.

EN esas ocasiones deseamos la presencia del ángel de la resurrección que devuelva la


vida a todo lo que está rígido en nosotros. Esperamos que nos comunique nueva fuerza
para continuar viviendo con nuevo movimiento y dinamismo. El símbolo originario de la
resurrección es la primavera, cuando la naturaleza rompe la rigidez del invierno y hace
brotar nueva vida. Por eso podemos confiar en que el ángel de la resurrección haga
revivir todo lo que ha quedado paralizado en nuestra vida y haga florecer esa vida en
nosotros.

T eres un ángel en mi anquilosamiento. Cuando mi vida está totalmente seca, cuando se


han congelado y petrificado mis sentimientos y ya no hay movimiento en mi alma,
entonces vienes tú a mi vida como el ángel de la resurrección.

Tú rompes el hielo y haces florecer nueva vida en mí. Tú ruedas la piedra de mi


sepulcro, esa piedra que me bloquea separándome de la vida. Tú me haces comprender
que no hay ninguna rigidez de muerte que no pueda ser trans formada en nueva vida. Tú
conviertes el sepulcro en un lugar de luz.

EN el lugar ocupado por los demonios dentro de mí, en el lugar donde no se escuchan las
voces interiores y donde me roen las energías vitales agotadas, allí penetras tú como el
ángel de la resurrección y lo dejas todo inundado con la luz de la esperanza: Cristo ha
resucitado. Ya no está en el sepulcro. No me dejes buscarle en la tumba de mi vacío de
esperanza. Hazme mirar al cielo. Él ha ascendido al cielo. Está con Dios.

ANGEL de la resurrección, hazme comprender que él está también conmigo, pero no en


mi cámara mortuoria sino en el cielo que existe dentro de mí, en ese espacio interior de
quietud al que no tienen acceso los malos espíritus.

Tú resquebrajas las rocas que me tienen preso, las rocas de mis miedos, de mis
violencias, las rocas que ponen sobre mí las opiniones de los demás.

Tú eres el ángel de la resurrección que me asegura que soy libre y que los otros no
pueden encadenarme con sus juicios y condenas. He resucitado con Cristo. Estoy firme
en mí mismo. El Resucitado me llena de nueva fuerza para seguir en pie.

Tú me das fuerza y valentía para proponer nuevas metas a mi vida y también para
levantar y ayudar a otros. En lugar de seguir echando sobre otros el peso de mis propias
responsabilidades, quiero hacerme yo mismo responsable. Porque tú me enseñas que
puedo mantenerme en pie.

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LA resurrección comienza muchas veces de manera muy lenta y silenciosa. A través de
ti, ángel bueno, siento en mí el aumento progresivo de las energías que cambian mi
conducta y mi obrar, y transforman mi vida. Estoy dispuesto a asumir la responsabilidad
de mi vida.

EXPERIMENTO la fuerza y la promesa de las palabras de Jesús: «Yo soy la


resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aunque tenga que morir» (Juan 11,25).

ME encantan los cuadros de la resurrección pintados por los artistas. Ninguno de ellos se
olvidó del ángel sentado que muestra el sepulcro vacío. El ángel está siempre rodeado de
luz. Lleva una vestidura blanca. Si la luz ilumina mis tinieblas y la vida inunda mi
tumba, entonces confío en que tú, ángel de la resurrección, estás conmigo y me animas a
levantarme y a entrar en la vida que Dios me confía.

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EL ÁNGEL DE LA SALUD

Tú eres un ángel en mi enfermedad

TODOS tenemos experiencia de alguna enfermedad. Por muy buena salud que uno
tenga, recibe inevitablemente de cuando en cuando la visita de un achaque. En unos es la
gripe anual, el resfriado y la tos. Otro padece dolores de cabeza o jaquecas. O puede
tratarse sencillamente de una dolencia que nos sorprende de improviso. Nunca antes
habíamos estado enfermos. Pero llega inesperadamente el cáncer. O graves trastornos
circulatorios. El estómago se rebela. El hígado no funciona. O descubrimos de repente
que tenemos la tensión muy alta.

ALGUNAS enfermedades son un aviso: es necesario llevar una vida más sana. Otras
amenazan la vida. Nos llenan de angustia. Nos hacen preguntarnos cuánto tiempo vamos
a seguir viviendo bien y qué cambios vamos a introducir en nuestra vida.

NADA más caer enfermos nos preocupamos por interpretar la afección que padecemos.
Hay muchas explicaciones de la enfermedad que solo nos hacen mal. Una de ellas es la
dada por el esoterismo, que dice: «Tú mismo eres el causante de tu enfermedad». De este
modo, nos hace responsables de nuestras dolencias. Pero los sentimientos de
culpabilidad agravan los padecimientos.

EL psicólogo y psicoterapeuta suizo Carl Gustav Jung no pregunta por las causas de la
enfermedad, sino por su sentido. Deberíamos acosar a la enfermedad con preguntas hasta
conseguir aclarar qué nos quiere decir. La dolencia nos desafía a mirar con nuevos ojos
todas las zonas de nuestro ser. Y es una llamada a organizar todo lo que en nosotros
hemos venido descuidando desde hace tiempo. Por ejemplo, nuestros sentimientos.
¿Cuándo hemos reprimido ciertos sentimientos por miedo a manifestarlos abiertamente?
¿Cuándo han alborotado nuestro espíritu esos sentimientos reprimidos? ¿Cuándo hemos
vivido al margen de nosotros mismos? ¿Cuándo hemos separado aspectos esenciales
dentro de nosotros haciéndonos responsables de ello? ¿Cuándo nos hemos devaluado y
herido a nosotros mismos? ¿Mantenía yo el contacto con mi fuente interior o me he
desplazado de mi propio centro?

No se trata de dilucidar si todo esto fue la causa de mi enfermedad. Porque nadie puede
diagnosticar con certeza la verdadera causa de mi dolencia. Pero debo tomar mi afección
como estímulo para someter mi vida a un nuevo aná lisis y para organizarla de manera

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concordante con lo más íntimo de mí.

Y en mi enfermedad debo presentarme ante Cristo. Él es el médico o sanador herido que


puede curar mi dolencia. Para ver en ella un reto para mi vida espiritual, necesito que el
ángel venga a mi enfermedad. Él me hace ver el sentido que esta tiene. Pero el ángel de
la salud me pone también en contacto con los recursos curativos de mi propia alma.

No debo quitar importancia a la enfermedad. Lo que tengo que hacer es ponerme ante
ella y aprender cómo debo proceder. Esto solo puedo conseguirlo si la acepto. Solo
entonces puede llegar la sanación. Todas las heridas pueden cicatrizar poco a poco y yo
puedo recuperar mis fuerzas.

CON frecuencia salimos de la enfermedad fortalecidos interiormente. En la dolencia


hemos tenido que pasar por experiencias que nos permiten ver las cosas con ojos nuevos
y de otra manera. Nos hemos hecho más sensibles a otras cosas. Y como nos hemos
capacitado para comprender mejor ciertas situaciones, somos capaces también de
sintonizar mejor con los sentimientos de otras personas. Así podemos prestarles nuestra
ayuda y apoyo.

LA enfermedad se va, pero no sin dejar en nosotros sus huellas. Aprendemos a


comportarnos con más atención en la vida y a ser más cuidadosos con nosotros y con los
demás.

EL ángel de la salud me hace sano e íntegro. Reúne en el núcleo de mi persona todos los
elementos dispersos que había en mí. Cura las heridas que me ha producido la vida y me
introduce de nuevo en la totalidad para que yo pueda aceptar todo cuanto existe en mí,
incluso lo enfermo.

EL ángel de la salud santifica todo lo que hay en mí. Y como todo está consagrado e
impregnado del Espíritu de Dios, me pertenece, ya no me divide ni me desgarra. En
nuestras dolencias, todos deseamos la presencia del ángel de la salud que cura nuestra
dispersión.

Tú eres un ángel en mi enfermedad. Tú me visitas. No me dejas solo. No tienes miedo a


la dolencia que padezco, en la que no soy fuerte sino débil, limitado y necesitado de
ayuda. Tú permaneces a mi lado en mi enfermedad. Tú me sostienes en mi flaqueza.
Puedo hablar de mi enfermedad contigo. Puedo preguntarte qué mensaje quiere enviarme
Dios con ella, qué otras cosas hay en mi vida que necesitan más atención.

Tú me enseñas que no debo definirme por mi fortaleza, ni por mis éxitos y resultados,
sino por mi verdadera esencia. Y esta queda más allá de la salud y la enfermedad. Es lo
que permanece y constituye el verdadero núcleo de mi persona.

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AYÚDAME a verme a mí mismo separado de todo elemento exterior. Así aparecen en
mí aspectos buenos y menos buenos. Necesito reconocer que unos y otros forman parte
de mí. Necesito aprender a aceptarme exactamente como soy.

Tú no eres solo el ángel que me hace comprender el sentido de mi enfermedad. Eres


además el ángel de la salud. De ti emana una virtud curativa. Tú me haces sentir de
nuevo las fuerzas sanadoras que reposan en el interior de mi ser.

No debo cerrar los ojos ante mis dolencias. Dame fuerza para aceptar mi situación. Así
podré, aun en medio del dolor, sacar nuevos ánimos para participar en la vida.

PERO apoyado en tu mano puedo también sentirme débil. De tu mano brota una energía
que recorre todo mi cuerpo, el amor que me calienta, que opera con efectos curativos
sobre mi enfermedad. Tú me das paciencia para soportar los. Si tú permaneces conmigo,
me lleno de esperanza de curarme. Y noto cómo tu presencia me hace bien, cómo así
establezco contacto con mi energía y con lo que en mí constituye una totalidad y
permanece sano.

POR eso te pido que permanezcas conmigo como el ángel de la salud. Con tu presencia
puedo curarme. Con tu presencia puedo también sobrellevar mi enfermedad en caso de
no curarme en breve. Entonces sé que existe en mí un núcleo íntegro y sano contra el que
la enfermedad nada puede.

Así quedaré yo libre de mi enfermedad, porque el ángel de la salud me muestra la


salvación que hay en mí y que Dios me ha dado por Jesucristo, que es mi luz y mi
salvación. «Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame, y quedaré a salvo» (Jeremías
17,14).

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EL ÁNGEL DE LA QUIETUD

Tú eres un ángel en mi desasosiego

MUCHAS personas viven actualmente un estado de estrés. Sufren porque desean vivir
tranquilas pero no pueden. Son muchas las causas de este nerviosismo. Pueden ser los
problemas que quitan el sueño. Muchos no pueden dormir preocupados por los hijos que
tienen sus propios problemas psíquicos y van por caminos muy distintos de los que se les
había enseñado. Pueden ser preocupaciones por la economía familiar. El desempleo
turba el sueño. Porque si las cosas siguen así, no podrá un padre alimentar a su familia ni
pagar la renta o la hipoteca de la casa.

A eso se añaden las preocupaciones de cada día: lo que otros puedan pensar de lo que
uno hace, la duda de si los hechos contradicen a las palabras. Muchos se rompen la
cabeza imaginando lo que los demás puedan pensar de ellos.

PRINCIPALMENTE son quienes ocupan puestos de responsabilidad los que se


lamentan de no tener tiempo para descansar. La gente no los deja en paz acudiendo
constantemente a ellos con peticiones de algo. Y se preguntan si siempre han sabido
reaccionar de manera correcta, si sus decisiones favorecen el negocio o si dan
orientaciones falsas. Al regresar a casa por la tarde buscando tranquilidad, no lo
consiguen, porque tampoco son capaces de desconectar. Se van de vacaciones, pero no
encuentran sosiego. Sienten continuos remordimientos de conciencia pensando si han
procedido bien en todo y qué consecuencias podrían seguirse en caso contrario. Y como
son incapaces de tener calma interior, ni las más codiciadas vacaciones les sirven de
descanso. Estresados y tensos, regresan de vacaciones, pero el trajín de la vida sigue
igual. Hasta que llega un momento en que ya no pueden más y se derrumban.

OTROS no logran vivir en paz porque tienen miedo a que pueda llegar un día en que no
tengan nada que hacer. Temen que entonces el sosiego de la inactividad los confronte
con su propia verdad. Si no tengo ningún punto de apoyo, la decepción de la vida puede
alcanzar su máximo nivel, puedo descubrir la incoherencia de mi vida y ver cómo mis
compromisos con los demás cuelgan en el aire. Sigo adelante solamente para evitar la
desesperación. Pero en realidad ya no tengo fe en que lo que hago y vivo tenga sentido.
Todo es un vacío del que intento huir. O quizá empiezo a oír la voz de la conciencia.
Pueden surgir sentimientos de culpabilidad. Y siento angustia por ello.

ENTONCES huyo de la paz y de la quietud. Lo peor que podría sucederme sería tener

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que enfrentarme con mi realidad. Y como deseo evitarlo a toda costa, necesito tener
siempre algo que hacer, estar siempre ocupado en algo. Por eso hasta el mismo tiempo
libre me produce estrés. Y lleno el vacío de ese tiempo con innumerables actividades.
Las personas que eluden su verdad convierten su vida en una fuga de sí mismas.

PARA no huir de nuestro desasosiego, para poder soportarlo y crear paz en medio de él
necesitamos un ángel que nos dé serenidad, el ángel de la quietud, que nos ayude a
permanecer serenos en medio del ajetreo. La serenidad guarda relación con la firmeza,
con mantenerse firme, en pie. Para permanecer serenos necesitamos que Dios aquiete
nuestra alma de la misma manera que una madre tranquiliza a su hijo.

EL ángel de la quietud quiere capacitarnos para lograr nuestra paz con el amor de Dios.
El ángel de la quietud quiere conducirnos al lugar de paz que tanto bien hace al alma. Si
penetramos en el espacio de la quietud, esa quietud nos envuelve como un manto
protector. Nos protege contra el ruido interior de nuestros pensamientos y contra las
impertinencias de las personas que nos rodean.

EN la quietud permanecemos firmes, encontramos descanso, podemos gozar del reposo


que Dios nos ha prometido como un descanso sabático donde podemos decir
agradecidos: «Todo está bien». Que el ángel de la quietud nos introduzca en ese lugar
donde nuestra alma agitada consigue la paz y la armonía interior.

Tú eres un ángel en mi desasosiego. Tú no te alejas de mí aunque yo no deje de huir de


mí mismo. Tu fidelidad a mi lado en mi inquietud me indica la causa de mi agitación. Tú
no te contentas con las múltiples ocupaciones a las que me entrego. Tú permaneces
sencillamente firme, me contemplas y me preguntas si es verdad que yo mismo me lo
creo.

LA tranquilidad con que soportas la permanencia a mi lado me obliga a averiguar la


verdadera razón de mi impaciencia. Y doy con mis sentimientos de culpabilidad, de los
que intento evadirme. Descubro asuntos no resueltos que de una vez para siempre
debería poner en orden dentro de mí: el conflicto con mis colegas, la desproporcionada
tristeza por ver que en el área de la amistad las cosas no me salen como me había
imaginado, el sentimiento de la actual incoherencia de mi vida.

TU me dejas libre y esperas a que me ponga ante mi verdad. En tu presencia me atrevo a


enfrentarme con mis sentimientos reprimidos y mis deberes no hechos. Porque tú no me
condenas. Sencillamente, permaneces a mi lado y esperas a que yo me dedique a mis
deberes y me tranquilice poco a poco ante ti.

CUANDO me dejo dominar por el desasosiego y el nerviosismo, percibo a veces cómo


no me doy cuenta de lo que está sucediendo en torno a mí. No presto atención, me hago

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sordo. Entonces, ángel de la quietud, me mantienes firme y me enseñas a descubrir
también los susurros en voz baja de la vida y su belleza.

TU me concedes tiempo de descanso y quietud. Yo puedo detenerme y tomar aliento sin


dejarme arrastrar más por el trajín de la vida. A tu lado puedo sentirme libre, contigo
puedo estar tranquilo. Así me enseñas a soportar mejor las incontables exigencias de
cada día. Aprendo a tomar mi vida con más serenidad.

TU eres el ángel de la quietud. De ti emana paz. Así puedo tener también yo


tranquilidad. Tú te haces presente en los espacios de quietud, tan silenciosos que su
calma se difunde en torno a mí y me penetra. Tú te haces presente en la música que me
transporta a la quietud. Tú te haces presente en las personas tranquilas que irradian paz
en torno a mí. Tú me transportas a mi interior espacio de quietud.

CUANDO tú vienes a mí, yo permanezco firme y sosegado. Tú me llenas de paz con tu


amor. En la quietud se esclarece todo lo turbio que hay en mí, mis turbias emociones se
hacen transparentes, mis enmarañados pensamientos se hacen nítidos. Puedo ver otra vez
con claridad. Y noto cómo solo en Dios descansa mi alma, cómo de él me viene el
auxilio (cf. Salmo 62,2).

TE necesito, ángel de la quietud, para encontrar yo mismo el sosiego y en esa quietud


vislumbrar el misterio de Dios que me rodea. Tú eres el mensajero del Dios que solo en
el silencio puede ser sentido como el misterio de amor. Así lo experimentó Elías. Esa
puede ser también mi vivencia si tú transformas mi alboroto interior en silencio y me
abres al Dios de la quietud cuya paz me circunda y me sana.

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EL ÁNGEL DEL AMOR

Tú eres un ángel en mi soledad

EL poeta alemán Hermann Hesse escribe en un poema: «Vivir es soledad. Nadie conoce
al otro, todos viven solos». Son muchos los seres humanos afectados de soledad. Se
quejan de su aislamiento, de verse excluidos de los círculos de los felices y del club de
los sanos. Se sienten solos. Nuestra lengua distingue entre aislamiento y soledad. El ser
humano sufre de aislamiento, no se siente seguro dentro de ningún grupo humano.

LA palabra alemana einsam, «solitario, solo», tiene en su origen una acepción positiva.
El primero de sus componentes (ein-), además de designar al individuo que está solo, al
que es uno entre muchos, designa también la unidad integral del individuo consigo
mismo. El segundo componente (-sam) procede de sammeln, «reunir». Solitario, por lo
tanto, es en realidad el que ha llegado a ser uno consigo mismo, el que ha logrado
unificar todo lo que hay en él. Se siente único, pero relacionado con todos. Y se siente
vinculado consigo y con las diversas energías existentes en él.

DE manera semejante se puede interpretar la palabra allein, «solo». Hay muchos que se
quejan de su soledad. Sin embargo, Peter Schellenbaum piensa en lo maravilloso que es
estar allein (all: todo, ein: uno), ser uno con todos los seres humanos y con todo cuanto
existe. Todo es cuestión de ver cómo me desenvuelvo en mi soledad.

EL teólogo protestante Paul Tillich cree que la religión es para todas las personas la
puerta de entrada en su soledad. La soledad es un componente esencial del ser humano.
La cuestión consiste en la aceptación de la soledad por parte del hombre. Entonces puede
convertirse en bendición para él. Ya Friedrich Nietzsche lo expresó así: «El que conoce
la última soledad, conoce las postrimerías».

LA soledad tiene por objeto introducirnos en el misterio de la existencia, en la unidad


compleja de todo lo que existe. Y su finalidad es orientarnos al único elemento que da
unidad a nuestra alma, al elemento que nos une con todos y con todo. Que el ángel del
amor, enviado por Dios a mi soledad, transforme la soledad que me hace sufrir en una
soledad que me une a todo cuanto existe.

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EL ángel del amor me garantiza que estoy lleno de amor incluso en los momentos en que
más solo me siento. Porque las experiencias del amor humano me remiten a la fuente del
amor que brota dentro de mí. Es en definitiva una fuente divina inagotable. De esta
fuente de amor, que mana permanente en mí incluso cuando no experimento el amor
humano, se afirma: «Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios y
Dios permanece en él» (1 Juan 4,16).

ESTE amor es un don de Dios. Todo cuanto hacemos adquiere su profundidad y eficacia
principalmente de ese don. Solo damos de verdad cuando damos desde lo hondo del
corazón. Entonces no pretendemos comerciar, porque tal vez sea eso lo que se está
esperando o exigiendo de nosotros, o tal vez pretendamos con ello llamar ante todo la
atención, sino que actuamos con plena convicción. Lo hacemos por amor.

EL ángel del amor me pone en contacto con esta fuente divina del amor en el fondo de
mi alma.

TU eres un ángel en mi soledad. Cuando siento tu presencia, puedo soportar mi soledad.


Entonces adivino que también en la soledad hay algo bueno. El lenguaje nos lo dice.
Porque «solo» (ein-sam) significa «en armonía con lo único, relacionado con lo único».
Lo único es lo que me une, lo que reduce todas las energías que hay en mí a una sola
energía.

CUANDO tú penetras en mi soledad, no me siento abandonado. Me siento unido con


todo, con Dios, conmigo mismo, con la creación y con los hombres. Con tu presencia
cercana puedo tolerar mi soledad.

EL sentimiento de soledad me resulta doloroso cuando me siento abandonado, cuando


pienso que nadie me quiere, que nadie se preocupa de mí, que no soy nada para nadie y
por eso me han abandonado en mi soledad.

TU eres el ángel del amor que entra en mi soledad. A veces he podido identificarte como
el ángel del amor en algunas personas que han penetrado en mi soledad y me han dado
pruebas de su amor. En esa convicción de sentirme amado pude soportar mejor mi
soledad. Porque pensaba que no estaba totalmente solo. El amor de esa persona me
ayuda. Ese amor puede superar las distancias del espacio y penetrar en mi soledad.

PERO aunque tengo la sensación de que las personas que llevo en el corazón no me
aman tanto como yo a ellas, o de que mi amor no es correspondido, tú estás en mí como
el ángel del amor. Y tú me enseñas que hay en mí un amor que es independiente del
amor de los hombres. En el fondo de mi alma brota una fuente de amor que no se agota
porque es parte del amor divino que es infinito. Y tú me pones en contacto con ese amor.

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A través de todas mis experiencias de amor, gratificantes y decepcionantes, pretendes
llevarme hasta el amor que hay en mí, que está por encima de todas esas experiencias.

ESE amor no es un sentimiento fugaz. Es una cualidad del ser. No depende de mis
relaciones actuales, no depende del amor que recibo de las personas o del amor que yo
siento por ellas. Ese amor despierta en la experiencia del amor al prójimo y por eso
penetra en la conciencia. Pero está siempre allí.

Tú me haces sentir cómo ese amor puesto en nosotros por Dios mismo es más profundo
y llega más allá que cualquiera otra cosa en mi vida. Leo en la Primera carta de Pablo a
los Corintios: «El amor es paciente y afable. No tiene envidia ni se jacta ni se engríe...
Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor nunca falla» (1
Corintios 13,4.7-8).

ÁNGEL del amor, tú deseas enseñarme a confiar en ese amor; que ese amor me
pertenece y que nadie me lo puede arrebatar. No hay decepción amorosa capaz de
separarme de esta fuente del amor. Ángel del amor, tú me llevas hasta el fondo de mi
alma, donde brota ese amor y donde puedo sentir que yo soy esa persona única amada
incondicionalmente por Dios.

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EL ÁNGEL DE LA ALEGRÍA

Tú eres un ángel en mi decepción

TODO el mundo tiene en su vida experiencias de decepciones. Nos han desencantado


personas en las que habíamos depositado nuestra esperanza. Les hemos dado mucho
amor, pero se han distanciado de nosotros. Y nos duele que no reconozcan nuestra
entrega. Un profesor ha invertido gran cantidad de amor en sus alumnos, pero ellos han
elegido otros caminos. Los padres se han sacrificado por sus hijos en entrega constante,
pero los hijos se han desarrollado en otras dimensiones distintas de las soñadas por los
padres. Los seres humanos fallamos.

CON mucha frecuencia estamos decepcionados de nosotros mismos. Nos habíamos


propuesto ser buenas personas. Pero luego descubrimos nuestras zonas de sombra y
encontramos cada vez menos aspectos buenos. Queríamos intensificar la vida espiritual,
pero luego nos damos cuenta de que son otras fuerzas las que determinan nuestra
personalidad, y sentimos miedo al fracaso o ante otras personas. Nos decepciona ver qué
poco influye la fe y que el camino espiritual no nos ha transformado realmente.
Estábamos decididos a no mentir más, a ser siempre fieles a la palabra dada. Pero luego
mentimos y no cumplimos la palabra. Nos sentimos desencantados de nosotros mismos y
apenas podemos perdonamos por haber procedido así.

LA palabra alemana enttciuschen, «decepcionar, desilusionar», suplantó a partir de 1800


al extranjerismo desabusieren, del francés désabuser. Significa exactamente «salir de un
engaño». Sin embargo, utilizamos generalmente más esta palabra en su sentido negativo:
una decepción brota cuando se esfuman todas las esperanzas puestas en una persona, en
la vida o en nosotros mismos.

LA decepción se relaciona siempre con las imágenes que nos habíamos formado de otras
personas o de nosotros y nuestra vida. Como esas imágenes no se han hecho realidad,
quedamos decepcionados. Y esto quiere decir que nos hemos liberado de falsas
imágenes y que ahora miramos con nuevos ojos a los demás, a nosotros mismos y las
expectativas de nuestra vida.

PARA no dejarnos amargar ni desalentar por los desengaños necesitamos al ángel de la


alegría que nos ayude a ver nuestras decepciones bajo una nueva luz. Él nos descubre el
engaño por el que nos habíamos dejado deslumbrar. Y quiere abrir, llenar de gozo y
ensanchar otra vez el corazón instalado en la desilusión. Solo un corazón dilatado puede

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superar los desengaños. Porque ni las mismas decepciones pueden quitarle la alegría.
Esta transforma los desencantos en una liberación de los engaños y en una aceptación
agradecida de la imagen que Dios se ha formado de nosotros.

DE poco me sirve oír que una persona me estimula con palabras como estas: «¡Disfruta
de la vida, hay motivos de sobra para vivir alegres!». Pero nadie puede forzarme a vivir
alegre. Lo que necesito es el ángel de la alegría que me pone en contacto con el gozo
siempre asequible que yace en el fondo de mi alma.

UN ángel de alegría fueron para mí las palabras de Jesús que en cierta ocasión me
impresionaron mucho: «Os he dicho esto para que tengáis alegría y para que vuestra
alegría sea completa» (Juan 15,11).

LAS palabras de Jesús lograron mezclar su alegría con la mía. Sus palabras tocaron la
alegría que yace en el fondo de mi alma debajo de mis enojos y mi tristeza. Siempre la
tengo allí. Pero a veces está casi mortecina porque vivo desconectado de ella, porque
sobre ella se han sedimentado gruesas capas de tristeza.

LAS palabras de Jesús nutren con su gozo infinito la pequeña corriente de alegría que
está a punto de secarse en mí. Entonces sube en mí el nivel de la corriente de alegría
hasta impregnar mi conciencia. Cuando me sentí tocar por el sentido de las palabras de
Jesús, tuve la sensación de que me había tocado el ángel de la alegría.

EL ángel del Señor me protege para no quedarme inactivo en mi indignación y


desengaño. Aunque todo me parezca sombrío a mi alrededor, él me envía continuamente
momentos en los que repentinamente experimento la alegría y me ayudan a salir de una
situación embarazosa. La contemplación consciente de la naturaleza o un perfume
agradable que sentimos de repente pueden elevar nuestra moral. Oímos una música
armoniosa, nos dejamos impresionar por la belleza de una poesía o nos sumergimos en la
contemplación de un bonito cuadro. Entonces nos invaden sentimientos de gozo que de
momento nos resultan inexplicables. Pero el corazón se siente aliviado.

Tú eres un ángel en mis desengaños. Cuando me siento decepcionado de los demás, o


cuando traicionan mi confianza, me hacen sufrir. Yo tengo el peligro de amargarme y de
desconfiar de los otros. A veces estoy desencantado de mí mismo porque no cumplo mis
propias expectativas. Soy distinto de lo que desearía ser.

Como ángel del desengaño quieres decirme que me he librado de un engaño. El


desengaño es siempre algo positivo. Descubro el engaño y me vuelvo a la verdad. A
pesar de todo, es doloroso aceptar el desengaño. Porque me encontraba bien en el engaño
en que vivía. Yo tenía mis ilusiones en la vida y en esas ilusiones se vivía mejor que en
la verdad.

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TÚ eres el ángel de la alegría y has entrado en mi desilusión. Tú me mantienes con los
ojos abiertos a la verdad. Tú me proteges para que no viva resignado en mi desengaño,
no me endurezca ni me vuelva triste. Tú transformas en gozo mis sentimientos de
amargura. Tú no exageras tus exigencias pidiéndome vivir alegre. Lo que tú haces
exactamente es poner gozo en mi amargura y aspereza. Tú irradias alegría. Con tu
presencia llego a establecer contacto con la alegría que reposa debajo de todos los
desengaños en el fondo de mi alma.

JESÚS parte del hecho de que la fuente de alegría que hay en nosotros está seca muchas
veces. Por medio de ti, ángel de la alegría, nuestro gozo será tan pleno y tan enriquecido
que volverá a manar con toda su abundancia. Por eso confío en que vas a renovar en mí
el contacto con esa fuente interior. Entonces ya no lograrán los desengaños hacerme duro
ni reservado sino abierto a la alegría interior, a ese go zo pleno del que Jesús dice que
nadie nos lo podrá quitar. «Volveré a veros; entonces se alegrará vuestro corazón y nadie
podrá quitaros vuestra alegría» (Juan 16,22).

GRACIAS a ti descubro yo la capacidad para la alegría que Dios nos ha dado. Me lleno
de júbilo por algo y después puedo comunicar a otros mi alegría. Puedo también
alegrarme con el gozo de otros. Con la alegría se hace mi vida más alegre y llevadera.

CONFÍO, ángel de la alegría, en que tú permanecerás a mi lado cuando desaparezcan las


imágenes que me he formado sobre mí y sobre otros, cuando se disipen los sueños sobre
la vida y cuando sienta que todo mi mundo se tambalea. Hazme ver que, bajo las ruinas
de tantos desengaños sufridos en mi vida, fluye siempre una corriente de alegría. Haz
que crezca esa corriente para que mi corazón se ensanche y yo pueda alegrarme contigo
y contagiar a otros mi gozo.

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SON muchas las ocasiones en que Dios te envía su ángel para ayudarte a tomar una
nueva perspectiva sobre tu situación o incluso poder transformarla. Y hay también
muchos más ángeles de los que yo he enumerado en este pequeño libro. Dios envía
siempre en cada momento el ángel que más necesitamos para vivir de otra manera ese
momento presente.

EL ángel que Dios nos envía transforma nuestros sentimientos, cambia nuestro punto de
vista, renueva nuestro corazón. Con ello modifica también las circunstancias exteriores
en las que estamos sumergidos. El ángel que Dios nos envía como mensajero suyo nos
pone en contacto con el potencial de energías y sentimientos que tenemos sedimentado
en el alma.

A veces, las situaciones de nuestra vida ordinaria nos resultan muy dolorosas, tristes,
llenas de angustia y desesperación, precisamente porque hemos cortado el contacto con
esas posibilidades internas de nuestra alma. Nos parece que nuestra naturaleza está
compuesta exclusivamente de miedo, de desesperación y de hori zontes cerrados. El
ángel nos lleva hasta el fondo de nuestra alma y allí, debajo de las capas de la angustia,
encontramos la confianza; debajo de la decepción, la alegría; y debajo de la
desesperación, la esperanza.

EL ángel del Señor es siempre nuestro fiel compañero por los caminos de la vida. Él nos
protege y nos guarda. Él nos recuerda que Dios nunca nos abandona. El amor de Dios
nos sostiene y nos conduce. En él podemos sentirnos seguros. Podemos dejarle a él todos
los miedos, las necesidades y los problemas que nos preocupan. Dios nos llena de valor
y seguridad por medio de su ángel. Y cuando pensamos que nuestras fuerzas se están
agotando, allí está él con su amor para repostar de nuevo.

EN las horas oscuras, el ángel de Dios nos señala nuestra meta. Si nos extraviamos, él es
nuestra señal indicadora. Si tropezamos o caemos, él nos levanta. Él nos ayuda a pisar
otra vez con firmeza y seguridad. Él camina seguro a nuestro lado.

LA confianza en que Dios tiene dispuesto un ángel para enviarlo en cada estado de
ánimo y en cada situación de necesidad nos garantiza que nuestra vida será plena y nos
asegura que no son posibles en ella situaciones sin salida. Todo puede ser transformado.
Los ángeles del Señor nos introducen constantemente en zonas nuevas del alma para ver
desde ellas las distintas maneras de superar cada situación.

POR eso la fe en los ángeles que Dios nos envía es una fe llena de esperanza. Es además
una fe llena de humanismo y seguridad. Dios no nos deja nunca en la estacada. Nos
contempla y vela siempre por nosotros. Y si se lo pedimos - o él lo considera necesario-,

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nos envía el ángel que más necesitamos para que nuestra vida sea plena.

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Índice
Eres un ángel para mí 7
Tú eres un ángel en mi necesidad 10
Tú eres un ángel en mi abandono 13
Tú eres un ángel en mi duelo 16
Tú eres un ángel en mi noche oscura 21
Tú eres un ángel en mi desesperación 25
Tú eres un ángel en mis fracasos 28
Tú eres un ángel en mi pesantez 32
Tú eres un ángel en mi anquilosamiento 36
Tú eres un ángel en mi enfermedad 39
Tú eres un ángel en mi desasosiego 43
Tú eres un ángel en mi soledad 46
Tú eres un ángel en mi decepción 50
Pensamientos finales 53

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