El Diaconato
El Diaconato
El Diaconato
En tal sentido resulta significativo el sumario que abre el capítulo VII, el cual invita
a examinar cómo los textos conciliares relativos al diaconado «han sido recibidos
y posteriormente profundizados en los documentos del Magisterio, teniendo en
cuenta la desigualdad posconciliar en la restauración del diaconado permanente y,
sobre todo, prestando especial atención a las oscilaciones de tipo doctrinal, que han
acompañado como sombra indefectible las diversas propuestas pastorales». El
documento, después de haber recordado que «diversos y numerosos son los
aspectos que exigen hoy día un esfuerzo de esclarecimiento teológico», en este
último capítulo se pretende contribuir al esfuerzo de esclarecimiento, identificando
primero «las raíces y los motivos que hacen de la identidad teológico-eclesial del
diaconado (permanente y transitorio) una auténtica quaestio disputataen
determinados aspectos»; y precisando después «una teología del ministerio
diaconal que pueda constituir la base común y segura, inspiradora de su recreación
fecunda en las comunidades cristianas». Esta renovación debe realizarse, como
decíamos, en la continuidad de la Tradición. Un estímulo en este sentido lo
encontramos en el capítulo II del documento, que reconstruye científicamente el
sentido de una herencia.
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En la época de la Didache (antes del 130 d.C.), «los diáconos eran responsables de
la vida de la Iglesia en lo concerniente a obras de caridad para las viudas y los
huérfanos […].Sus actividades estaban sin duda unidas a la catequesis, y
probablemente también a la liturgia. Sin embargo, los datos sobre este tema son
tan sucintos que resulta difícil deducir cuál fue de hecho el alcance de sus
funciones». San Ignacio de Antioquía, más tarde, en la Carta a los cristianos de
Esmirna escribe: «Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al presbiterio
como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como al mandamiento
de Dios».
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Entonces, ¿cómo debemos entender hoy este servicio? « Cuando se examinan las
estadísticas disponibles, se percibe la inmensa disparidad que existe en la
distribución de los diáconos a lo largo del mundo. Sobre un total de 25.122
diáconos en 1998, América del Norte cuenta ella sola con un poco más de la mitad,
es decir, 12.801 (50,9 por 100), mientras que en Europa son 7.864 (31,3 por 100):
esto representa para los países industriales del norte del planeta un total de 20.665
diáconos (82,2 por 100). El 17,8 por 100 restante se reparte así: América del Sur,
2.370 (9,4 por 100), América central y las Antillas: 1.387 (5,5 por 100), África:
307 (1,22 por 100), Asia: 219 (0,87 por 100). Oceanía cierra el recuento con 174
diáconos, a saber, el 0,69 por 100 del total. Hay un hecho que no puede menos de
sorprender: el diaconado se ha desarrollado sobre todo en las sociedades
industriales avanzadas del Norte. Ahora bien, esto no se había previsto del todo
por parte de los Padres conciliares cuando habían pedido una “reactivación” del
diaconado permanente. Ellos se esperaban más bien un desarrollo rápido en las
Iglesias jóvenes de África y de Asia, donde la pastoral se apoyaba en un gran
número de catequistas laicos. […] Las estadísticas nos permiten entrever es que se
ha debido reaccionar a dos situaciones muy diferentes. De un lado, la mayor parte
de las Iglesias de Europa occidental y de América del Norte han afrontado después
del concilio una disminución muy fuerte del número de sacerdotes y han debido
proceder a una reorganización importante de los ministerios. Por otro lado, las
Iglesias salidas mayoritariamente de antiguos territorios de misión se habían
dotado hacía tiempo de una estructura que apelaba al compromiso de un gran
número de laicos, los catequistas».
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Para trazar una síntesis del documento podemos volver al siguiente pasaje: «El
ejercicio concreto del diaconado en los diversos ámbitos contribuirá también a
perfilar su identidad ministerial, modificando, si es necesario, un cuadro eclesial
donde apenas aparezca su vinculación propia con el ministerio del obispo o donde
se identifique la figura del presbítero con la totalidad de las funciones ministeriales.
A esta evolución contribuirá la conciencia viva de que la Iglesia es “comunión”.
Difícilmente, sin embargo, podrán solucionarse sólo por la vía práctica los
interrogantes teológicos que plantea la pregunta por las “potestades” diaconales
específicas. […]. Y, así, pueden observarse distintas propuestas de la teología
contemporánea, en las que se pretende otorgar al diaconado solidez teológica,
aceptación eclesial y credibilidad pastoral» (IV/2).
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Cada una de las tres expresiones se ejercitan con verdadera titularidad de una
exigencia: el episcopado, con su presidencia de la Eucaristía de toda la fraternidad
eclesial diocesana, sirve la unidad de la acción de todo el pueblo de Dios que vive
en la diócesis, en la diversidad de temas, en la variedad de campos, en la
multiplicidad de obligaciones individuales a través del discernimiento pastoral
común. El presbiterado, con la presidencia de la Eucaristía celebrada en muchas
localizaciones de la fraternidad eclesial diocesana, sirve —a semejanza del obispo
y en unión con él— a la realización de la Iglesia según la exigencia y la posibilidad
de los distintos lugares. El diaconado, finalmente, sin una presidencia de la
Eucaristía, pero a partir de la Eucaristía presidida por el obispo o por el presbítero,
ejercita la responsabilidad de poner en marcha o de cuidar la actuación (sea directa
o a través de la valorización operativa de los carismas y ministerios de otros) de la
acción eclesial en sus distintos ámbitos (antes de la evangelización, educación del
cristiano, edificación de la fraternidad eclesial, presencia eficaz en la sociedad)
como colaborador ordenado del orden episcopal y del orden presbiteral.
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La Civiltà Cattolica