Unidad 4 - José Jiménez Dimensión Estética y Arte
Unidad 4 - José Jiménez Dimensión Estética y Arte
Unidad 4 - José Jiménez Dimensión Estética y Arte
En nuestra tradición cultural existe una esfera privilegiada institucionalmente como ámbito de la
experiencia estética: el arte. Este hecho ha llevado con frecuencia no tanto a conceder una
atención primordial a los fenómenos artísticos dentro del campo de nuestra disciplina (lo cual
resulta absolutamente imprescindible), como a convertir el arte en el espacio exclusivo de interés
de la Estética, reductivamente entendida entonces como filosofía del arte. En realidad esta
posición tiene en su base una doble confusión metodológica: por un lado se establece una relación
de identidad entre la dimensión estética y el arte, por otro, se da por supuesto que el arte es un
fenómeno universal.
Ninguno de estos dos supuestos es aceptable, el primero, es obvio que desplegamos experiencias
estéticas que no caen dentro del terreno del arte (cuando apreciamos un rostro humano, o
hablamos de la belleza del mar). En el segundo, se eleva a pauta estética universal el conjunto de
fenómenos de mayor significación estética de nuestra tradición de cultura, superponiéndose de
forma etnocéntrica y anacrónica nuestros criterios estéticos a situaciones culturales e históricas
antropológicamente muy diversas.
Este segundo supuesto se prolonga en una consideración evolutiva y lineal del arte, por la que se
establece bajo dicha noción una secuencia de desarrollo que desde “el arte primitivo” o
“prehistórico” llegaría hasta la situación del arte en nuestro presente. ¿Se pueden subsumir
dentro del término arte las manifestaciones estéticas de culturas distintas a la nuestra?
La noción de arte tiene raíces históricas bastante definidas, que nos conducen al mundo griego
antiguo. En torno al siglo VI a. de C., se generaliza en la Hélade el uso del término “xxxxxx?”, en el
sentido de pericia o habilidad empírica, tanto mental como manual. El concepto se aplicaba por
igual a quienes nosotros llamaríamos artesanos, a médicos, o escultores. Si en un principio los
poetas quedaban aparte, situados por su relación con las Musas y Apolo en el mismo plano que
los adivinos y los profetas, con el desarrollo de la escritura ellos también fueron considerados
poseedores de una “téxvn” específica. Más de 2 siglos después, en Aristóteles encontramos que
“téxvn” es la fusión de pensamiento y producción que en ella encontramos. No toda producción
cae dentro de este término, sino tan solo aquellas en las que se manifiesta lo universal, dimensión
consustancial al pensamiento. En conclusión el arte o téxvn que implica siempre el paso al ser de
algo que puede ser o no ser, y cuyo origen está en el que crea y no en lo creado, es para
Aristóteles una capacidad productiva acompañada de razón verdadera.
El arte nace en la Grecia clásica como vía de humanización, como una materialización en el espacio
ficticio de las imágenes de un proyecto unitario de hombre, que la sociedad escindida y
estratificada de la Hélade propone como ideal universal, como modelo cosmopolita. Por eso los
valores centrales del arte clásico son los que contribuyen a fijar y transmitir unas pautas
determinadas de conocimiento y acción. Todo este proceso es equivalente a un descubrimiento
antropológico, y en esa medida podríamos hablar de “descubrimiento del arte”. En definitiva, el
arte nace en Grecia al servicio del ideal formativo de la paideia. Pero, en la medida en que ese
ideal formativo supone el despliegue sistemático de diversas esferas autónomas, la práctica de las
artes va a ir adquiriendo una autonomía mental e institucional inexistente en otros contextos
culturales. No se trata, naturalmente, de confundir autonomía con independencia respecto a
otras esferas de la sociedad y la cultura. Las artes miméticas fijan y transmiten, utilizando el perfil
de la apariencia y el soporte de las imágenes, los elementos comunes de una situación cultural
determinada: de ahí la presencia de aspectos religiosos, morales o cognoscitivos propios del marco
cultural de la polis en el espacio artístico. Ese descubrimiento antropológico llega hasta nuestro
presente como una parte fundamental del legado cultural de los griegos. Se podría trazar una línea
imaginaria que enlazaría unos 26 siglos, aunque se trataría de una línea continua pero no directa.
Si ya en el mundo griego puede señalarse el carácter oscilante de los límites del arte, esa oscilación
continuará y estará en la base de la diversidad de clasificaciones y de las transformaciones del
espacio del arte en los distintos momentos históricos de nuestra cultura.
Tanto en Roma como en la Edad Media, el arte era básicamente la posesión de destreza o
habilidad, indistintamente del carácter mental o manual. La distinción entre artes liberales
(pensar, poesía) y las vulgares o mecánicas (pintura, arte manual), introducía una gradación
valorativa en la que la autonomía relativa alcanzada por las artes miméticas quedaba desdibujada.
Una autonomía similar, y crecientemente más profunda no tendría lugar hasta el Renacimiento,
momento histórico donde situamos las raíces del concepto moderno del arte; y mediante un
proceso de escisión de las artes nobles: música, poesía, pintura, escultura etc., respecto a las
habilidades estrictamente artesanales. El arte empieza a ser concebido como una actividad
creativa y básicamente espiritual, y en ello intervienen profundas modificaciones socio-
económicas y conceptuales. A partir del Renacimiento, las artes nobles se van poniendo en
relación con la producción y contemplación de la belleza, y ese proceso culminará a mitad de siglo
XVIII cuando Batteux acuña el concepto de “bellas artes”, considerando como tales a la pintura, la
escultura, la música, la poesía y la danza, además de mencionar otras dos relacionadas a ellas la
arquitectura y la elocuencia. El rótulo y clasificación de Batteux se generalizan con rapidez. En el
siglo XIX se puede prescindir ya de este adjetivo y usar simplemente el término “artes”. En esa
época el término “arte” cambió, su alcance se hizo más estrecho y abarcó entonces sólo a las
bellas artes, dejando fuera a la artesanía y a las ciencias. Y ése es justamente el sentido con que
empleamos actualmente la expresión “arte”.
La primera constante es que el arte conlleva siempre una idea de producción, pero claro que no
una producción cualquiera. El segundo rasgo definitorio es que lo decisivo para poder hablar de
arte es la producción de imágenes. Para no permanecer dentro del perfil general de la dimensión
estética tal como la caracterizamos antes es preciso introducir un tercer elemento en el que se
fundamente la producción artística de imágenes: el carácter ficticio, aparencial, de dichas
imágenes. Estos tres rasgos nos permiten una consideración abierta, tanto hacia el pasado como
hacia el futuro, del devenir histórico y cultural del arte, al que en un sentido general podríamos
caracterizar como una producción de imágenes en un espacio de ficción.
Paul Klee dice “el arte no reproduce o visible sino que hace lo visible”. Y lo hace extrayendo del
depósito sensible del ser humano, en un contexto cultural e histórico determinado, las líneas de
un estado de plenitud, un proyecto antropológico configurado en el cuerpo de la imagen, no como
mera reproducción, sino como prolongación de lo existente en el terreno de lo que aún no ha
llegado a ser, de la posibilidad.
La situación del arte en nuestro presente, la confusión de sus límites y lo incierto de su destino,
nos remite entonces a la incertidumbre cultural que atraviesa al hombre contemporáneo, y que se
prolonga en la indefinición y confusión de sus imágenes de plenitud.