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Cimarrones y Corsarios de La Realidad Colonial A L

Este documento analiza cómo dos poemas épicos del siglo XVI y XVII, La Dragontea de Lope de Vega y Armas antárticas de Miramontes, representan a los cimarrones (esclavos africanos fugitivos) y su colaboración con los corsarios en las Américas. A pesar de enfoques diferentes, ambas obras incluyen a los cimarrones en la narrativa cristiana europea para presentarlos como un obstáculo heroico que España vence e integra. El documento también explora la tradición literaria épica

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Cimarrones y Corsarios de La Realidad Colonial A L

Este documento analiza cómo dos poemas épicos del siglo XVI y XVII, La Dragontea de Lope de Vega y Armas antárticas de Miramontes, representan a los cimarrones (esclavos africanos fugitivos) y su colaboración con los corsarios en las Américas. A pesar de enfoques diferentes, ambas obras incluyen a los cimarrones en la narrativa cristiana europea para presentarlos como un obstáculo heroico que España vence e integra. El documento también explora la tradición literaria épica

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Cimarrones y corsarios:

de la realidad colonial a la
épica histórica
Maroons and Privateers: from Colonial
Reality to Historical Epic Poems

Lise Segas
Université Bordeaux-Montaigne /
Ameriber FRANCIA
lisesegasuniv@gmail.com

[Hipogrifo, (issn: 2328-1308), 5.2, 2017, pp. 241-260]


Recibido: 30-09-2016 / Aceptado: 23-12-2016
DOI: http://dx.doi.org/10.13035/H.2017.05.02.15

Resumen. Este ensayo pretende mostrar cómo dos poemas épicos, La


Dragon- tea de Lope de Vega (1598) y Armas antárticas de Miramontes
(terminado hacia 1609), contrapuntean sobre el tema de la colaboración entre los
corsarios ingleses y los cimarrones de Panamá y sus peligros a finales del s. XVI.
A pesar de ofrecer tratamientos distintos de esta materia, en función del lugar de
enunciación y del conocimiento directo o indirecto de esta realidad colonial,
ambas obras incorporan a los cimarrones en el relato cristiano europeo y su
continuación colonial america- na. Por ende, la introducción en la literatura épica de
los negros como grupo de pre- sión —los cimarrones— en el mundo colonial tiene el
objetivo de presentarlos como un nuevo obstáculo heroico que la fuerza de las
armas españolas (Miramontes) o del discurso del dominador (Lope y
Miramontes) logra vencer e integrar.
Palabras clave. Épica; cimarrones; corsarios; América colonial; diáspora negra
africana.
Abstract. This essay pretends to demonstrate how two epic poems, Lope de
Vega’s Dragontea (1598) and Miramontes’ Armas antárticas (completed around
1609), compete in a verse dual about the collaboration between English
privateers and the Panama Maroons and its dangers at the turn of the 16Th
century. Despite offering different approaches on this matter, considering the
place of enunciation and the direct or indirect knowledge of this colonial reality,
both literary works in- clude Maroons in the Christian European history and its
continuity in colonial Ameri-
HIPOGRIFO, 5.2, 2017 (pp. 241-260)
242 LISE SEGAS

ca. Therefore, the introduction in epic literature of the Maroons as a pressure


group in the colonial space has per objective to present them as a new heroic
obstacle that the power of the Spanish arms (Miramontes) or of the dominant’s
speech (Lope and Miramontes) achieves to vanquish and integrate.
Keywords. Epic; Maroons; Privateers; Colonial America; Black/African Diaspora.

Existe en la literatura ibérica una tradición poética que incorpora a la figura


del negro desde el siglo XV. Viene de Portugal y, según lo que recuerda el
estudioso Ángel Aguirre, que dedica un artículo a la presencia de este personaje
en poemas de Góngora y villancicos de sor Juana 1, el primer poema que lo
evoca data de 1455 y fue compuesto por Fernam de Silveira. La fecha es
importante porque fue concomitante con la llegada de los primeros africanos a
Portugal. La historiadora Carmen Bernand2 establece que los primeros esclavos
africanos cristianizados arribaron a Lagos, en la región de Algarve, en 1441,
después de la cristianización de la región del Congo, situada en el África
ecuatorial. Fueron precedidos en la Península ibérica por esclavos africanos
provenientes de la trata negrera árabe. Sin embargo, se pone de relieve su
presencia en la literatura portuguesa primero y española luego, cuando las dos
potencias se interesan por África y desarrollan la trata. Según Bernand, la
presencia africana en Portugal en la segunda mitad del siglo XV representaba
140000 individuos, entre negros procedentes del África y sujetos mezclados
con portugueses, mulatos o gente de piel morena. Es decir, mucho más que en
España.
En España precisamente, Sevilla es la otra gran ciudad con una presencia
afri- cana marcada. En ambos casos, Lisboa y Sevilla, los africanos, esclavos o
libres, viven en las ciudades, se mezclan con otros grupos o sujetos de capas
sociales populares, participan en las fiestas, representaciones y sobre todo
bailes y can- tos. De ahí la prosperidad de este personaje tanto en la poesía
como en el teatro a partir de las obras de Gil Vicente (Frágoa d’amor, 1524; Ñau
d’amores, 1527; y O clérigo da Beira, 1530), que introduce el habla de los
africanos radicados en la Península. La imitación del habla particular de los
negros se vuelve un recurso común en todas las obras en las que dialogan con
otros personajes (Lope de Vega, Góngora —para citar a los más famosos— son
unos de esos autores que repro- ducen su dialecto).
Los negros ya formaban parte del paisaje literario ibérico cuando los españoles
viajan a América. Según instrucciones reales mandadas a Nicolás de Ovando en
1501, que privilegian la introducción de negros ladinos y cristianos (o sea,
proce- dentes de la Península), podemos deducir que los primeros esclavos de
origen africano fueron introducidos en América con la flota del gobernador de la
Españo- la3. En el caso de la épica de tema americano, bien fuera escrita en
América, bien en España, estamos en el cruce entre una tradición épica que se
remonta a la An-

1. Aguirre, 1996, p. 295.


2. Bernand, 2013, pp. 106-107.
3. Deive, 1980, pp. 18-21.
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 243

tigüedad y a la mitología griega, la de los etíopes (el término significa «de cara
que- mada» en griego) como pueblo mítico que vive en los límites de la tierra
(tanto en la Ilíada como en la Odisea), y una realidad histórica nueva, es decir, la
aparición de grupos de cimarrones que se constituyen en los espacios marginales
del imperio, especialmente en la región de Tierra Firme, es decir, las actuales
costas venezola- nas, colombianas y del Istmo, y que van a cobrar mayor
importancia al coincidir con las incursiones cada vez más agresivas de los
corsarios en la región.
Cabe subrayar tres cosas:
-en la Ilíada, Memnón, el rey de Etiopía, hijo de Titono y Eos, la diosa de la
Aurora, era sobrino de Príamo. Durante la Guerra de Troya, formó un ejército para la
defen- sa de la ciudad, y fue muerto por el guerrero griego Aquiles. Otros poemas
épicos, la Etiópida, redactado después de la Ilíada (s. VII a.c., obra perdida) le
dedica nume- rosos versos a la muerte del rey etíope, así como las
Posthoméricas de Quinto de Esmirna (s. V a.c.). Sin hablar de las Etiópicas de
Heliodoro (novela griega épica del
s. IV a.c.). Estamos en presencia de una tradición épica muy antigua.
-tanto los etíopes como los cimarrones son pueblos de las márgenes, las fronte-
ras, los espacios indefinidos, desde la Antigüedad hasta la Modernidad occidental.
-por fin, a partir del s. XV, Etiopía y el negus, es decir, su rey, fueron
confundidos por los portugueses con el reino cristiano del legendario Preste Juan,
normalmente situado en Oriente. Es decir, en el momento en que se empieza la
cristianización de África desde la Europa occidental, lo que permite integrar al
territorio africano en el imaginario cristiano moderno y en la cristiandad para
justificar las empresas de evangelización. Un fenómeno que pronto se va a llevar a
cabo también en el Nuevo Mundo. No olvidemos que en la misma época, Colón
alcanzaba las costas ameri- canas por primera vez. África aparece como un
elemento importante en la tradición reciente de la evangelización cristiana
occidental de otras tierras.
Ahora, en el caso de nuestro corpus, conformado por poemas épicos de
finales del s. XVI y principios del s. XVII, que evocan o ficcionalizan episodios
históricos protagonizados por cimarrones y corsarios, podemos preguntarnos en
qué medida el relato épico sobre los cimarrones, una nueva realidad, original, propia
de la Amé- rica colonial, ofrece novedades o responde a códigos tradicionales.
Para desarrollar esta reflexión, voy a proceder en tres etapas. Primero, analizaré
cómo los cimarrones se vuelven un problema central en las márgenes del
imperio, sobre todo con lo que Richard Price llama las «alianzas de conveniencia» 4
pactadas con los corsarios. Luego, estudiaré a partir de un corpus de poemas
épicos cultos cómo se representa a los africanos en América en contacto con los
corsarios, es decir, entre tradición clásica y moderna y realidad nueva. Finalmente,
trataré de pro- poner una interpretación del tratamiento de los cimarrones en la
épica, a la luz del contexto de los ataques piráticos, que pone de relieve la
función de agente y hasta de actor de los cimarrones en el equilibrio colonial de
fuerzas.
4. Price, 1981, p. 23.
244 LISE SEGAS

1. Los cimArroNes: uN probLemA ceNtrAL eN LAs mÁrgeNes

Orígenes lingüísticos y situación geográfica

La trayectoria lingüística del término permite circunscribir la ya clara división


de la joven sociedad colonial entre los españoles y sus descendientes y el resto
del mundo americano. La palabra «cimarrón» tuvo una aplicación triple en los pri -
meros tiempos de la Conquista: vegetal, animal y humana (en cuanto a indígenas
y negros). La especificidad de los «cimarrones», que sean planta, animal o ser
hu- mano, es que, después de haber sido «domesticados», amaestrados o
sometidos, escapan y regresan al monte, a un estado «salvaje», indómito, alejado
de la «civili- zación», del control del poder español. En efecto, la palabra, que
aparece original- mente en la obra de Fernández de Oviedo, cuya primera parte,
La Historia general de las Indias se publicó en 1535, designa para el cronista tanto
a los indios rebeldes como a los puercos salvajes. Poco a poco el uso de la
palabra se va a especificar y se refiere sobre todo a esclavos africanos
fugitivos. Es interesante subrayar de paso que muchos términos, que se
aplicaban a los esclavos africanos y a sus des- cendientes, tenían algo que ver
con el mundo animal: o se aplicaban también a los animales como «cimarrón» o
«bozal», que es sinónimo de cerril en el caso de los caballos, o venían
directamente de nombres de animales como mulato, derivado del mulo, el híbrido
de caballo y burra o burro y yegua.
«Cimarrón» es una palabra de origen antillano, probablemente taíno o arahuaca,
que tiene el mismo sentido de «vuelto a un estado salvaje». Es lógico entonces
que aparezca primeramente en la crónica de Oviedo, que salió a las Indias en 1513
con Pedrarias Dávila y, después de varias idas y vueltas entre el Nuevo y el Viejo
Mundo, se radicó en Santo Domingo por muchos años (hasta 1556, antes de regre-
sar a Valladolid, España, donde muere en 1557). Es también lógico que se
difunda desde las primeras islas caribeñas conquistadas y que se aplique
rápidamente a otros espacios, a medida que iban progresando las conquistas de
tierras continen- tales: el cimarronaje es un fenómeno de resistencia que se va
amplificando con la colonización porque es constitutivo del sistema colonial
opresor. De hecho, las primeras rebeliones aparecen desde los primeros años de la
colonización española en América, mucho antes de la sublevación de los esclavos
de la plantación de Diego Colón, el hermano del Descubridor, en 1522, en Santo
Domingo. El historiador Jean-Pierre Tardieu, en su libro L’Église et les Noirs au
Pérou, explica que Nicolás de Ovando, el gobernador de la Española ya había
pedido a la corona española que se dejara de mandar esclavos africanos a la isla por
los disturbios sucedidos5. En la obra colectiva del antropólogo e historiador Richard
Price, Sociedades cimarronas, comunidades esclavas rebeldes en las Américas,
se repertorian también algunas insurrecciones de esclavos en las colonias
españolas6: el historiador José L. Franco

5. Tardieu, 1993.
6. Price, 1981.
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 245

sitúa una de las primeras en Panamá a eso de 1531, otra en 1537 en México, otra
en 1548 en Honduras, otra en 1555 en Venezuela, etc.7
La situación de los cimarrones y sus relaciones con las autoridades
españolas se vuelven particularmente complejas en el Istmo de Panamá a partir de
la segunda mitad del siglo XVI. Con una topografía difícil y un clima tropical muy
rudo, el istmo ofrece muchas opciones de guaridas a los esclavos fugitivos de la
región. Además del problema económico que representaban los fugitivos para
sus amos, que per- dían su inversión y la mano de obra, se plantea el problema
del control de una zona estratégica para el comercio español: la ruta
interoceánica, que une al virreinato del Perú y sus riquezas con el Mar del Norte
y con la ruta de la carrera de Indias hacia España, pasa precisamente por
aquella zona peligrosa. El transbordo de los cargamentos de los barcos que
vienen del Mar del Sur para llegar a Nombre de Dios primero, a Portobelo
después, se hace en condiciones difíciles desde Panamá: recuas de mulas, guiadas
por esclavos negros que conocen bien la geografía del istmo, por tierra, a veces
en barcos por el río Chagres, transportan las mercancías y las riquezas de la corona
y de los mercaderes particulares. Los riesgos son múlti- ples: caídas de los
animales, naufragios de las embarcaciones, asaltos de indios o esclavos
fugitivos, sin hablar de las fuertes lluvias que dañan las mercancías o los insectos
que transmiten enfermedades y fiebres desconocidas, hasta los ataques de
corsarios, que se van a producir cada vez más a partir de los años 15708.
Ahora, los cimarrones del Istmo se convierten en un verdadero obstáculo co-
mercial en el mecanismo de los intercambios entre las posesiones americanas y
la Península ibérica. Se han constituido en comunidades organizadas, que viven en
partes aisladas y difíciles de acceso, en la selva o el monte, conocidas como palen-
ques de cimarrones en Tierra Firme y en Cuba (en Venezuela, se habla de cumbe y
patuco también, mientras que en Brasil se conocen más como quilombos). Viven
de sus cultivos además de asaltar a viajeros para robarles sus pertenencias, de
atacar plantaciones o haciendas para robar a mujeres, comida y herramientas. Paul
Firbas, en la introducción que le dedica al poema épico Armas antárticas de Juan
de Miramontes, recuerda lo siguiente:

Los palenques de cimarrones se habían establecido con fuerza justamente


en el área de Panamá y Nombre de Dios, la ruta comercial entre el Perú y España.
Al menos desde la década de 1550, el gobierno virreinal y metropolitano envió
varias expediciones para eliminar o reducir a los negros fugitivos. Los fracasos
constantes de las expediciones y las continuas fugas de esclavos obligaron a
los españoles a negociar con quienes antes habían sido solo objetos de
comercio9.

7. Franco, 1981, pp. 43-54.


8. Tardieu, 2015, p. 3.
9. Firbas, 2006, p. 93.
246 LISE SEGAS

Alianzas con los cimarrones

El primer pacto entre españoles y cimarrones se realiza precisamente en esa


vasta zona, por el lado de la actual Colombia, en el golfo del Darién: la región de
Ballano. Fray Pedro de Aguado relata el banquete servido por Pedro de Ursúa para
sellar el pacto y la trampa de los españoles que sirvieron vino envenenado para
poder capturar al jefe de los cimarrones, el famoso Ballano 10. En 1579, se hace otro
pacto en Portobelo, entre Alonso Criado del Castillo, presidente de la Real Audiencia
de Panamá y la ciudad palenquera de Santiago del Príncipe, en adelante sometida a
la justicia colonial y gobernada por el rey don Luis de Mazambique. Los
españoles organizaron varias expediciones para tratar de eliminar el problema
pero nunca lo lograron, muchas veces derrotados por la guerra de guerrillas, que
llevaban los cimarrones. En la región de Panamá, hasta se habló de guerra entre
cimarrones y españoles11.
Según la tipología establecida por el especialista del mundo caribeño y, más
precisamente, de la historia de la esclavitud y de las diásporas africanas, Rafael Lu-
cas, este tipo de comunidades corresponde a la segunda categoría 12, es decir, a las
comunidades palenqueras que logran conservar espacios autónomos previamente
conquistados pero sin luchar contra el orden colonial, aplicando las cláusulas de no
agresión recíproca, inscritas en los tratados firmados.
El objetivo principal de los españoles es obtener la paz rápidamente para
poder garantizar la seguridad de las rutas comerciales. Se considera a los
cimarrones como aliados potenciales en los espacios marginales coloniales
difíciles de contro- lar. Sin embargo, los españoles no son los únicos en
interesarse por los cimarrones.
Según una táctica también comercial, pero con objetivos contrarios, los enemi -
gos de la corona española, es decir, los franceses, los ingleses y los holandeses,
van a tratar de crear lo que Richard Price llama «alianzas de conveniencia» con los
cimarrones de los territorios españoles13. Por ejemplo, la estrategia de los
ingleses es perturbar el comercio entre América y España para asfixiar a su
rival. Varios intelectuales y viajeros británicos desarrollaron sus planes en
relatos y crónicas que circularon en aquella época. Richard Hakluyt, en
particular, en sus discursos publicados en 1580 y en 1584, propuso tres objetivos
para asentar a los ingleses en América: el primero evocaba la ocupación inglesa
del estrecho de Magallanes y, para consolidarla, preveía desplazar a los cimarrones
de Panamá hasta la Tierra del Fuego, convencido de que su odio hacia los
españoles los llevara a colaborar

10. Aguado, Recopilación historial, segunda parte, pp. 127-132. Muchos cronistas mencionaron tam-
bién este episodio, como Lizarárraga, el Inca Garcilaso de la Vega, entre otros citados por Jean-
Pierre Tardieu, 2009, pp. 75-78.
11. Tardieu, 2015, p. 14.
12. Lucas, 2002. La primera categoría corresponde a las comunidades que tratan de sobrevivir como
pueden, entre desaparciones y resurgencias, localizadas principalmente en las pequeñas Antillas y
en Venezuela. La tercera es la de las comunidades que se oponen al sistema colonial hasta el final,
hasta integrarse en las guerras de independencia nacional (en Cuba, Haití y República dominicana).
13. Price, 1981, p. 23.
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 247

con los ingleses en ese proyecto contrahegemónico 14. Planes sin consecuencia,
que nunca fueron aplicados por los ingleses, más interesados en Norteamérica.
En todos los casos, los objetivos comerciales del proyecto de la expansión
inglesa quedan claros en sus colecciones de relatos de viajes (The principall
nauigations, voiages and discoueries of the English nation made by sea or ouer
land publicados en Londres en 1589) dirigidas a mercaderes e inversionistas.
Para unos y otros, los cimarrones se vuelven aliados muy codiciados.
Las preocupaciones de las autoridades españolas aumentan cuando las
suble- vaciones de esclavos dejan de ser meras coincidencias con las visitas
poco amis- tosas de los corsarios o cuando las alianzas de cimarrones y
corsarios, en parti- cular ingleses, producen efectos desastrosos para los
españoles. Varios relatos españoles e ingleses15 van a contar con muchos
detalles la asociación de negros cimarrones con Drake en el Istmo en 1572-1573
(el corsario tenía solamente 2 bar- cos y 73 tripulantes). Después de varios
intentos y fracasos entre Nombre de Dios y la Venta de Cruces, siempre guiados por
negros cimarrones de la zona, los ingleses se aliaron con los franceses (liderados
por el cartógrafo hugonote Guillaume Le Testu, capturado y matado más tarde
por los españoles) y lograron apoderarse de más de cien mil pesos de oro cerca
de Nombre de Dios.
Pocos años después, otros relatos, entre los cuales algunas octavas reales
épi- cas que estudiaré más adelante, se hacen eco del alboroto que se produce
en las comunidades negras limeñas al paso del corsario Drake por el Callao.
Parece que los esclavos negros traficaron las espuelas y los frenos para que sus
amos no pudieran controlar las monturas al salir huyendo o a pelear. Las
autoridades co- loniales mandan varias cartas alarmistas a España para
denunciar la situación y pedir más recursos, como la carta siguiente mandada
por el cabildo de Panamá en abril de 1577:

esta calamidad y desventura que este reino padece significando la


estreche- za y contino desasosiego en que le tenían puesto franceses e ingleses
infieles y luteranos aliados con los negros cimarrones y como con su ayuda
habían hecho muchas muertes y robos en la Venta de Chagre cinco leguas
desta ciudad mata- ron dos frailes y tres o cuatro pasajeros y soldados […]
defienda vuestra magestad que en esta nueva tierra se plante la seta del Lutero
por que los cimarrones ya son tan luteranos como los ingleses16.

Pero, si varios historiadores subrayan el hecho de que las guerras intereuropeas


en las Américas fueron un catalizador en el desarrollo del cimarronaje, alentando el
fenómeno de fuga y de insurrecciones en las poblaciones oprimidas17, la historia-

14. Nakashima, 2013, pp. 31-32. Los otros dos objetivos son: apoderarse de San Vicente, cerca del Bra-
sil, y descubrir un paso por el este.
15. Podemos citar el poema de Juan de Castellanos, El discurso del capitán Francisco Draque, o
Cas- tellanos, o el relato del misterioso R. B., The English hero, citado por Sánchez Jiménez, 2007, p.
116.
16. AGI, Panama 40,N.16. Carta del cabildo secular sobre los daños que hacen en aquella tierra los fran-
ceses, ingleses y luteranos con ayuda de los negros cimarrones (15/iv/1577, fol. 111r).
17. Así opinan Tardieu, 2015, y Lucas, 2002.
248 LISE SEGAS

dora Michi Nakashima recuerda que la corona inglesa nunca había planeado aso-
ciarse más que a corto plazo con aquellos pueblos18. Así rezan sus conclusiones:

Estas creencias sobrevolaron la época, y consideramos que reflejan la com-


petencia europea que se estableció durante la expansión ultramarina del siglo XVI.
Creemos que se trató de marcar diferencias, tanto políticas como religiosas, que si
bien se basaron en determinados hechos (como la alianza entre ingleses y
cima- rrones), fueron más bien estrategias retóricas. Por parte de los ingleses,
no hubo verdaderos planteos ideológicos ni relativos a la conversión ni a la
liberación de los esclavos o los indios, aunque no se puede negar que sí existió
un interés por aliarse contra el enemigo español19.

Lo interesante de la cita radica asimismo en la idea de «estrategias


retóricas» que parecen enfocar también el problema religioso, además del
problema comercial o económico antes mencionado. ¿Cuáles fueron los objetivos
de estas estrategias retóricas? Otros géneros, mucho menos administrativos, se
hicieron eco de las preocupaciones nacidas por dichas alianzas, y desarrollaron
también estrategias retóricas mucho más elaboradas para relatar ciertos
episodios clave de aquella historia que se busca inscribir en el relato épico
español de la Colonia.

2. Los AfricANOs eN LA AméricA épicA: eNtre trAdicióN cLÁsicA y reALidAd


NueVA

No se ha estudiado tanto la presencia de estos personajes en la épica, fuera


de algunas reflexiones de Paul Firbas, especialista y editor del poema de Juan de
Mira- montes, Armas antárticas (terminado hacia 1609, en Lima), de Jason
McCloskey20 y de Antonio Sánchez Jiménez21, también especialista y editor del
poema épico del Fénix, Lope de Vega, La Dragontea (1598), dos poemas que
van a constituir el corazón del corpus que voy a analizar. Además, me parece
interesante enfocar la relación entre ambos grupos desde la perspectiva de la
tradición literaria de los africanos en la épica, combinada con la realidad histórica
del Nuevo Mundo y los contactos que se establecieron entre los cimarrones y un
grupo exterior y opuesto al proyecto colonial español: los corsarios franceses,
ingleses y holandeses. Inten- taré mostrar en qué medida se cuestiona o se
renueva la tradición literaria a la luz de ese nuevo contexto americano.
Ambos poemas cuentan en varios cantos la historia de la alianza entre cimar-
rones y corsarios ingleses. Armas antárticas relata del canto IV al canto X, en alter-
nancia con las aventuras de la circunnavegación de Francis Drake, el pacto entre
los cimarrones de la región de Ballano y el colega de Drake, John Oxenham, en
1576. La región de Ballano se encontraba en aquel entonces en los confines del

18. Nakashima, 2013, p. 91.


19. Nakashima, 2013, p. 91.
20. McCloskey, 2010. McCloskey se detiene en la genealogía apolínea de los cimarrones como elemento
que permite blanquear el pasado de los cimarrones («whiten the past of the former slaves»), p. 262.
21. Sánchez Jiménez, 2007.
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 249

virreinato del Perú, en la provincia panameña del Darién, cerca de la frontera con
la actual Colombia. La situación exacta queda desconocida: a veces se la sitúa
en la costa pacífica, cerca de Panamá, otras veces más adentro, en los relieves
del istmo. Firbas habla de un «topónimo movedizo»22. Después de huir al monte,
Bal- lano logró reunir a varios centenares de cimarrones y crear un palenque
conocido con el nombre de Ronconcholo, citado en el poema. El jefe de los
cimarrones fue uno de los primeros rebeldes que firmó un pacto con Pedro de
Ursúa en 1555 pero este último lo traicionó y lo capturó. Es interesante
observar que con el poema de Miramontes, nos situamos en esta tradición
americana ya legendaria (Canto IV, estrofas 356-357, pp. 264-265), perpetuada a
través de los mismos personajes que intervinieron algunos años antes en la
Dragontea, el rey don Luis de Mazambique y el guerrero Yalonga. En el poema
de Lope, se trata del fracaso de la alianza que quiso pactar Drake con los
cimarrones de Santiago del Príncipe, cerca de Nombre de Dios, en 1595, cuando
emprendió su última expedición al Caribe. Drake no pudo volver a crear la unión de
fuerzas que él mismo había logrado en 1572 y Oxenham en 1576, porque el
contexto había cambiado. Lope narra entonces la resistencia de los cimarrones y
su lucha contra los ingleses en defensa del rey de España y la religión cristiana
(Cantos VI y VII).
En efecto, los dos poemas épicos no tratan a los cimarrones de la misma for-
ma. Hasta podemos decir que, de cierta forma, contrapuntean, ya que
Miramontes va a retomar los elementos narrativos de La Dragontea para
distribuirlos de otra manera. Cabe recordar que si Lope nunca pisó el suelo
americano, Miramontes llegó a América en 1586. Sabemos que este último, como
soldado y miembro de la Armada del Mar del Sur, participó en varias expediciones
encargadas de perseguir a los corsarios, algunas de las cuales lo llevaron al
Istmo.
También sabemos con certeza que Miramontes conocía el poema del Fénix.
Primero, algunos documentos dejaron constancia de la presencia clandestina de la
Dragontea en Panamá en 1601, a pesar de la prohibición de difundir el poema por el
Nuevo Mundo. Es muy posible que uno de los 94 ejemplares que arribaron a
Amé- rica central recayera en las manos del poeta-soldado 23. Además de recurrir
a los mismos personajes históricos (que Lope conoció gracias a documentos
secretos del Consejo de Indias, que le fueron facilitados para escribir su poema, y de
los que Miramontes pudo haber escuchado durante las expediciones a las que
participó en la región), la influencia directa es claramente perceptible en varios
elementos como las habilidades de cazador de Yalonga, presentado por Lope
como el «carnicero» del palenque (Canto VI, XX, p. 396), acostumbrado «a
derribar las reses, / aquí con plomo, allí con el acero», cazando «víctimas
monteses», como los bucaneros en otras regiones del Caribe. En Armas
antárticas, Yalonga también se destaca como un gran cazador pero en una
escena mucho más noble de caza del jabalí, un topos literario presente en los
relatos medievales más famosos como en las leyendas artúricas y otras
leyendas como la del hada Melusina. También se pueden observar otros
elementos comunes como el discurso sobre la navegación pronunciado por
22. Firbas, 2006, p. 94.
23. Segas, 2015a, p. 237.
250 LISE SEGAS

Drake ante la reina Isabel, pero con algunas diferencias que estudié en otro
trabajo y que no voy a desarrollar aquí24. En todos los casos, si se ha establecido
que Lope de Vega sacó las informaciones sobre los personajes de los
cimarrones de fuentes y testimonios directos, que se encuentran hoy en el Archivo
General de Indias, Mira- montes opta por un relato mucho más novelesco, con la
introducción de ficciones amorosas, y más legendario, ya que ubica a los
cimarrones históricos de Santiago del Príncipe en una región casi mítica, Ballano,
sin que se pueda afirmar que vivie- ron en esa región misteriosa en el momento en
el que Oxenham pasó por el istmo (o sea, 20 años antes de los acontecimientos
protagonizados por Drake cuando su última expedición, relatada en el poema de
Lope).
Uno de los elementos más reveladores es la presentación de los dos héroes,
el rey Luis de Mazambique y el guerrero Yalonga. En el caso de Lope, podemos
ob- servar una dimensión cómica, que no está presente en el poema de
Miramontes. Según Baltasar Fra Molinero, en su libro La imagen de los negros
en el teatro del siglo de oro, así son «desde Gil Vicente, los negros de las
comedias: habla negra o guinea y dimensión cómica»25. En calidad de
comediógrafo, es muy comprensible que Lope alimentara el relato épico con
algunos de los rasgos teatrales de los ne- gros de ficción teatral. El editor del
poema épico, Antonio Sánchez Jiménez, obser- va en varias notas los «tintes
cómicos» (p. 394, n. 967). Además de los incesantes y algo pesados juegos de
palabras con lo negro y lo blanco, la descripción del rey Luis de Mazambique
presenta rasgos cómicos: «Era don Luis etíope atezado, / doblado en cuerpo, en
ánimo sencillo, / de barba hasta los pechos prolongado, / aunque parezca fábula
el decillo» (Canto VI, pp. 394-395), antes de rematar el retrato con la expresión
siguiente: «en fin, el ébano y la nieve» (Canto VI, p. 395). El poeta-narrador nunca
se depara de su tono burlón cuando compara, por ejemplo, a los cimarrones con
el senado romano llamado «¡oh etíope senado!» (Canto VI, p. 398).
En cambio, en Armas antárticas, tanto Yalonga como el rey don Luis se
presen- tan como los herederos de varios linajes, un linaje africano y europeo, muy
antiguo, y otro linaje, más americano, que es el de Ballano. La nobleza de la
ascendencia de los cimarrones de Armas antárticas es lo primero que declara
Yalonga cuando se presenta a los ingleses (Canto IV, estrofas 330-357, pp. 257-
265). Empieza con el linaje etiópico que viene de la Antigüedad griega26 y luego
lo enlaza con el linaje de Ballano en las últimas estrofas de su largo monólogo
(Canto IV, 356-357, pp. 264- 265). Retoma todos los tópicos de la mitología
griega: su origen procede de Apolo, que llegó a Etiopía persiguiendo a Dafne.
Yalonga relata con muchos detalles la transformación de Dafne en Laurel y se
inscribe de esta manera en una larga tradi- ción poética europea, desde Ovidio y
sus Metamorfosis hasta el soneto de Garcila- so de la Vega, para citar a los más
conocidos. Yalonga explica que Apolo se quedó y se unió con Andrómeda, ancestros
del emperador Senapo de Etiopía. Es necesario recalcar también cómo enlaza el
episodio con otra obra épica, el best-seller del Renacimiento, el Orlando furioso de
Ariosto. En efecto, el poema italiano cuenta, en
24. Segas, 2015b.
25. Fra Molineo, 1998, p. 24.
26. McCloskey, 2010.
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 251

el canto XXXIII, el viaje del paladín inglés Astolfo a Etiopía, el banquete que le
ofrece Senapo, cuyo palacio está invadido por las arpías, que no lo dejan comer.
Astolfo logra ahuyentar a las arpías con su trompeta y las persigue con el
hipogrifo hasta mandarlas a los Infiernos. El pacto entre el príncipe inglés y el
emperador etíope se sella y se celebra con un banquete. Senapo se
compremete también a ayudar a Astolfo en su lucha contra Agramante, uno de
los reyes moros que asaltó París, mandando un ejército etíope a tomar Bizerta, la
capital del reino de Agramante. Una vez más, los etíopes participan en las guerras
épicas. Lo interesante aquí es que, como lo subraya Firbas27, Miramontes
encuentra una tradición épica occidental en la que situar la alianza entre los
ingleses y los cimarrones, aunque con consecuen- cias distintas. En efecto,
como en la Ilíada de Homero, los etíopes se unen con los perdedores (con los
troyanos en Homero, con los ingleses en Miramontes). Un error que no cometen en
la Dragontea de Lope, que insiste también en que Yalonga habla y actúa «como si
natural fuera de Europa» (Canto VI, p. 393) cuando don Luis de Mazambique
añade más adelante: «Católico señor obedecemos» (Canto VI, p. 404).
Entonces, en Armas antárticas, se establece claramente una diferencia, muy
tradicional en aquella época, entre dos Áfricas: el África cristiana, es decir,
Etiopía, de la que proceden los nobles héroes de Miramontes, y el África bárbara,
es decir, lo que se conocía en aquel entonces bajo el nombre de Guinea. O sea, el
África que se puede esclavizar porque se trata de una gente «bestial, salvaje,
rústica, arris- cada/ bruta, caribe, bárbara, insolente, / fiera, sanguinolenta,
cruel, airada, / que trai siempre entre sí guerra furente / no por ley, no por rey, ni
patria amada, / mas porque de la humana carne sola/ se sustenta el goloso bran
y angola» (Canto IV, 348, p. 262). Las dos naciones africanas citadas, «bran y
angola», fueron las más afectadas por la trata negrera. Fra Molinero, en su libro
dedicado a los negros en el teatro aurisecular, recuerda que en el siglo XVI,
«surge la diferencia literaria entre Etiopía/África y Guinea/África. La primera está
legitimada literariamente por la An- tigüedad grecolatina, mientras que Guinea es
el África nuevamente descubierta, la tierra de esclavos (como nos aclara Sancho
Panza)»28. El origen etíope de los cimarrones de Miramontes parece justificar en
parte su deseo de libertad y de ser respetados.
De aquí a que se justifique la esclavitud, solo falta un paso. Tanto en La
Dragon- tea como en Armas antárticas encontramos los mismos argumentos que
respal- dan el sistema esclavista, aunque con algunos matices y dudas
sugeridos precisa- mente por el discurso de los corsarios ingleses, sobre todo en el
poema limeño. Los corsarios permiten introducir una controversia sobre la
esclavitud de los africanos: en Lope, para rebatir la condena del sistema, en
Miramontes para introducir algu- nas críticas tímidas, marcando una diferencia
con Lope.
En el caso de La Dragontea, se busca desactivar el miedo a la sublevación de
los esclavos, seducidos por los discursos de liberación de los ingleses. En
efecto, el embajador de los corsarios ingleses los insta a unirse con la reina
Isabel contra el rey español :

27. Firbas, 2006, p. 69.


28. Fra Molinero, 1998, p. 17.
252 LISE SEGAS

¿Qué merced os ha hecho el rey de España,


que no se acuerda de que hayáis nacido,
ni sabe si habitáis esta montaña,
en mayores cuidados divertido?
¿Quién como el español ofende y daña
vuestra nobleza y libertad, que ha
sido aquel que trujo a mísera bajeza
vuestra libre e igual naturaleza? (Canto V, p. 400)

Sin embargo, este discurso se viene abajo cuando los cimarrones le


recuerdan que ya no es la misma época que antes: ahora, el rey los ha reconocido y
viven libre- mente bajo su autoridad. Como recuerda Sánchez Jiménez,
«técnicamente […] ya no son cimarrones»29. Y, de todas formas, los africanos del
poema de Lope apoyan el sistema esclavista, con dos argumentos que Baltasar
Fra Molinero recuerda como muy característicos de la época: las distintas
naciones africanas se hacen la guerra entre sí y se venden como esclavos y el
traslado a América es una mejora porque va acompañado de la evangelización30.
Es lo que don Luis de Mazambique le explica claramente al embajador inglés:

El cautivarnos es en buena guerra


que unos con otros en Guinea
tenemos, donde los naturales de la
tierra
al mercader extraño nos vendemos.
Si engaño imagináis que nos destierra,
nunca a menor de edad le
llamaremos, que es rico engaño, y no
fingido celo,
mejorarnos de tierra y Cielo (Canto VI, p. 403)

En Armas antárticas, los ingleses les dirigen el mismo discurso de liberación a


los cimarrones, mucho más receptivos porque en aquel entonces estaban en
guer- ra contra los españoles: «vuestro derecho y libertad ampara» reza el
mensajero de los corsarios (Canto V, 386, p. 272). Las octavas que el Yalonga de
Miramontes le dedica a la situación de los esclavos negros es algo más realista
ya que, si retoma los mismos argumentos de Lope, insiste en la idea de codicia,
de lucro de los es- clavistas, muchas veces condenada por los moralistas de la
época que les echaron la culpa a los conquistadores:

Pero la dura guerra continuando,


nuestras naciones entre sí se
ofenden, las unas con las otras
batallando hasta que al fin se matan o
prenden.
Y los cautivos del rendido bando
al portugués los victoriosos venden,

29. Sánchez Jiménez, 2007, p. 121.


30. Fra Molinero, 1998, p. 8. Explica que los españoles de la época inventaron al negro salvaje y
luego pagano. Entonces «lo más que se podía hacer por él era sacarle de su miseria espiritual y la
esclavitud, con lo que tenía de transporte a otra realidad, se veía como un beneficio espiritual».
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 253

cediendo sus derechos, sus aciones,


a los que desto train contrataciones.
Ellos, con publicar que en buena guerra,
según ley militar, somos habidos,
nos train de mar en mar, de tierra en tierra,
cuál míseros cautivos oprimidos.
Al pie, como sabrás, de aquesta sierra
se muestra Panamá, donde, vendidos,
ponen nuestro real, libre albedrío,
debajo de otro ajeno señorío.
(Canto IV, 352-353, pp. 263-264, el subrayado es mío)

A pesar de esta tímida condena de la trata, algunas octavas antes, Yalonga


ad- mitía lo siguiente: «Confieso que su estado se mejora / después que al
lusitano reino es misto, / porque, regenerando la alma, adora/ con summa
reverencia a Je- suchristo» (Canto IV, 350). La religión salva a los africanos y deja
una puerta abierta para que no abracen definitivamente la causa de los ingleses,
herejes, luteranos.
Ambos poemas relatan y ficcionalizan la integridad del imperio católico español
puesto a prueba por los ingleses en América. Se plasma lo intrincado de la
realidad americana en el debate sobre la libertad de los negros, cimarrones o
esclavos. El poema de Lope muestra una situación de inclusión en el imperio y la
cristiandad de los cimarrones de Santiago del Príncipe (un nombre que reúne al
apostol tutelar de los españoles con el rey), optimista, que deja pensar que se ha
solucionado el problema de los cimarrones. Sánchez Jiménez explica que «Lope
utiliza a los ci- marrones para sustentar uno de los temas centrales de la obra: la
necesidad que tiene el Rey de recompensar adecuadamente los servicios de los
súbditos fieles y valerosos»31. En cambio, Miramontes, en su poema, que relata
acontecimientos an- teriores a la acción de La Dragontea, pero en una obra
compuesta después, mues- tra a los cimarrones como a un grupo que está a la
vez dentro y fuera del sistema colonial, de ahí las dificultades para asirlos tanto en
la historia como en la literatu- ra, y su posterior ficcionalización en los cantos
siguientes lo confirma, como si se desvanecieran, al retomar los tipos de
personajes negros literarios de la época (el amante engañado, la mujer negra
sensual y una intriga triangular muy teatral con Marta y Biafara), que completan
la compleja realidad colonial.
Ahora bien, el reto es mayor en la literatura del Nuevo Mundo porque existe
otro parámetro: ya no son personajes aislados, solos, sino que constituyen un
grupo, una comunidad, que se organiza y bloquea el mecanismo colonial. Fra
Molinero escribió que, en España, «en los siglos XVI y XVII, se les consideraba
grupos re- fractarios a la asimilación por la razón misma de su cohesividad, que
les dotaba de identidad cultural definida. El negro de la literatura, por el
contrario, no es visto como amenaza porque está solo, no pertenece a un grupo
social con cohesión in- terna como las otras minorías. Los negros, por razón de ser
en su inmensa mayoría
31. Sánchez Jiménez, 2007, p. 16.
254 LISE SEGAS

esclavos, no poseían poder social o económico digno de causar miedo o preocupa-


ción»32. En América, las cosas son distintas.

3. cimArroNes y corsArios: de LAs ALiANzAs de circuNstANciA A


LA iNtegrAcióN coLoNiAL

Y el miedo presente. En otros poemas épicos de la misma época como El dis-


curso del capitán Francisco Draque (1586-1587) de Juan de Castellanos, o La
Ar- gentina y conquista del Río de la Plata (1602) de Martín del Barco Centenera,
las advertencias contra la insubordinación de los esclavos toman la forma de
anéc- dotas casi cómicas o de consejos seriamente formulados por poetas
baquianos, que se afirman como autoridades en materia de conocimientos de la
realidad y los peligros americanos. En el poema de Castellanos, la estrofa octava del
primer canto introduce el pacto famoso entre Drake y «negros fugitivos y alterados»
(Canto I, p. 4), poco ejemplares, que lo ayudan y guían cuando la primera
expedición de Drake al istmo a principios de los años 1570. En su poema, Martín
del Barco Centenera33 cuenta la anécdota según la cual, cuando Drake pasó por el
Callao, durante su cin- cunnavegación de 1577-1580, es decir en 1579, los
esclavos negros recurrieron a las trampas siguientes34:

Los negros la ocasión consideraron


y acuerdan entre sí un ardid
famoso: los frenos a sus amos les
hurtaron, ardid sutil de guerra y
peligroso.
Entre ellos el concierto fabricaron
con ánimo maldito y alevoso,
pensando que Francisco allí viniera
y en libertad a todos les pusiera.
Sus amos los caballos ensillaban
a gran priesa, de miedo todos llenos,
y las espuelas calzan, y tomaban
las lanzas en las manos, mas los frenos
no hallan, aunque más los procuraban,
que fue concierto hecho de morenos
que al blanco tienen tantos desamores
cuanto son diferentes las colores.
(Canto XXII, pp. 237-238)

32. Fra Molinero, 1998, p. 3.


33. Firbas lo recuerda en su introducción a Armas antárticas, 2006, p. 85.
34. Este episodio recuerda los mismos miedos evocados por Juan de Castellanos, en el tercer canto
del Discurso, donde el poeta narrador reproduce en tercetos de endecasílabos una carta que dice
haber mandado a las autoridades de Santa Fe de Bogotá advirtiéndoles de las posibles rebeliones de
«nues- tros propios sirvientes y criados» (Canto III, p. 119). Castellanos recuerda que «Prevalesçe malicia
don- dequiera / y cada cual su libertad pretende / para pasar sin freno la carrera» (Canto III, p. 120)
antes de explicar algunos de sus ardides: «suelen hurtar el freno del cavallo, / las espuelas, las cinchas
y grupera» (Canto III, p. 121).
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 255

Javier de Navascués habla de «epopeya defensiva para un mundo frágil»35


con respecto a los poemas que relatan los asaltos y amenazas de los corsarios.
En efecto, denuncian la relajación general de la sociedad colonial, que abandona
el ejercicio de las armas y desprecia cada vez más las hazañas y los méritos
guerre- ros. Se plantean en estos poemas, como he mostrado en otros trabajos,
el debate político y moral sobre el buen gobierno en la América española 36, que
revela sus debilidades al entrar en contacto con los corsarios. Despertar las
armas, volver a dar sentido a la guerra, es lo que promueven estos poemas
escritos por poetas en busca de reconomiento y premios para sus parientes,
amigos o para sí mismos, que se involucran en la defensa militar —a cargo de
los vecinos muchas veces—, económica —proteger las riquezas— y religiosa —
defender la fe católica amenazada por los corsarios protestantes que, según
varios testimonios, difundían su religión en América37—.
El hecho de que los cimarrones aparezcan como una comunidad, puesta de
relieve a través del tema del banquete celebrado entre cimarrones e ingleses en
Armas antárticas, hace que los cimarrones se vuelvan un grupo de presión y de
acción dentro del equilibrio de fuerzas en el mundo americano colonial. Paul Firbas,
en un ensayo que le dedica al tema de «El banquete americano: comida y
comu- nidad en la épica colonial»38, escribe que en Armas antárticas, «el
banquete le da una dimensión narrativa y escénica a un pacto político y militar
que constituye una breve comunidad, aunque marcada por la ilegitmidad y la
herejía»39. Es interesante añadir que en la tradición épica occidental, desde la
Antigüedad, Etiopía es el sitio lejano, que se sitúa cerca del Océano y en los
confines del mundo, adonde acuden varios personajes para celebrar banquetes,
mostrando de cierta manera que hay que pacificar e integrar las márgenes: los
dioses en los poemas griegos (Zeus y los otros dioses en la Ilíada y Poseidón en
la Odisea), el paladín inglés Astolfo en el poema de Ariosto y los ingleses en el
caso de Miramontes. A este propósito, Firbas precisa lo siguiente:

Además de remitir a las tradiciones clásicas y humanísticas del banquete y


al topos de la cornucopia americana, las escenas de comida en la épica colonial
—los versos que saborean un vocabulario nuevo y expresan la complicidad de
una experiencia alimenticia— permiten estudiar el funcionamiento del género en
la producción de un nuevo imaginario social en las colonias40.

Por otra parte, como subraya el estudioso, el banquete también remite a un


rito de evangelización ya que, según él, las conversiones implicaron un cambio
de há- bitos alimenticios: «las escenas de los banquetes americanos incluidas
en el dis- curso épico colonial resuenan convenientemente con los inicios de
las primeras

35. Navascués, 2016.


36. Segas, 2015a.
37. Nakashima, 2013.
38. Firbas, 2008.
39. Firbas, 2008, p. 73.
40. Firbas, 2008, pp. 65-66.
256 LISE SEGAS

misiones cristianas»41. La escena del banquete, que reúne a cimarrones e ingleses,


suena entonces a desafío para las autoridades españolas: los cimarrones
cuentan en el paisaje colonial como grupo y pueden desequilibrar el orden.
Ahora se trata tanto de un desafío militar y político como de un desafío religioso.
La escena del banquete, rematada por el idilio, algo forzado, entre el inglés
Briano y la cimarrona Marta, pone de relieve el peligro de la seducción que
pueden ejercer el discurso de los ingleses y la posible alianza militar y política,
pero sobre todo religiosa, con otro grupo que cuestiona la autoridad española.
Estos poemas se apoderan del problema de los cimarrones, revelado y poten-
ciado por la llegada de los corsarios franceses e ingleses a América y sobre todo
por la preocupación creciente por las alianzas que sellaron o pudieron sellar
contra los españoles. Sin embargo, tanto La Dragontea como Armas antárticas
ponen de realce la religión cristiana de las comunidades cimarronas: son
comunidades cris- tianizadas, a pesar de todo.
Para el Luis de Mazambique de Lope, es lo que justifica tanto la esclavitud como
el apoyo a la corona española. En cambio, Miramontes es más ambiguo porque
muestra que entre la fe cristiana heredada de los etíopes y la posterior
evangeliza- ción de los africanos dentro del proceso colonial, ha fallado algo: los
cimarrones se pueden dejar adoctrinar por los ingleses luteranos porque están
aislados. El poeta sugiere a través de la voz de Yalonga que la contradicción de
los cristianos, en especial de los portugueses, que compran y venden a otros
cristianos, es poco ejemplar y no incita a los etíopes a respetarlos. La solución al
problema de los ci- marrones no es solamente militar sino también religiosa,
sobre todo a largo plazo: es necesario considerar a los africanos, cimarrones o
esclavos —porque hablar de los cimarrones es también hablar de los esclavos—,
como cristianos para integrar- los. De hecho, el amante rechazado de Marta,
Biafara, celoso de Briano, el tripulante inglés que le ha robado su amada, acude al
campamento español para vengarse ayudando a vencer a Oxenham y los suyos.
Para convencer al general Diego Frías Trexo, el cimarrón redimido le confiesa que
los últimos acontecimientos le han per- mitido «conocer, por gran misterio, / que
quien huyendo va el que sigue a Christo / en libertad padece cautiverio» (Canto IX,
estrofa 767, p. 374).
Tanto Lope como Miramontes dejan pensar que la esperanza se encuentra en
la religión: se empeñan en subrayar que son los cimarrones comunidades cristia-
nizadas frente a los corsarios herejes, considerados como «luteranos» por los
es- pañoles, que no hacían diferencias entre las distintas sectas protestantes y
angli- canas. Como recalca Fra Molinero, a diferencia de la Europa protestante
encarnada por los corsarios, enemigos religiosos, políticos y económicos de
España, «África es «españolizable»42 porque «cristianizable». En efecto, como
confirma Jean-Pierre Tardieu, una de las soluciones que se va a proponer para
mejor controlar a los africanos y sus descendientes es la educación religiosa de
los pueblos esclavi- zados, para mantener la paz social y canalizar sus
veleidades de rebelión43. Esta

41. Firbas, 2008, p. 66.


42. Fra Molinero, 1998, p. 9.
43. Tardieu, 2015.
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 257

«teología de la resignación», según Tardieu, cumplirá globalmente sus


objetivos. Sin embargo, no desalentará tampoco la huida de los más rebeldes
que seguirán huyendo a los palenques, llevándose varios aspectos de la cultura
que les fue im- puesta. Se constatan las huellas de esta aculturación en algunos
palenques, ya que los cimarrones suelen reproducir la estructura de la sociedad
colonial española, sin cuestionarla: todos tienen un rey, rodeado por un senado
que aconseja al rey o una «administración» que «publica el bando en que se
ordena»44 que los ingleses son sus aliados, hasta un «obispo», como en el caso
del palenque de Ballano45, y mantenían relaciones con algunos religiosos46. Los
poemas sugieren que es un grupo que puede integrarse porque no se trata de una
rebelión consciente contra el sistema sino contra su condición, a diferencia de la
conspiración de los corsarios.
Ambos poemas presentan dos momentos diferentes, uno de rebelión de los
cimarrones y otro de sumisión. Armas antárticas, escrito a lo largo de dos déca-
das por un soldado que conoce muy bien la región y la situación colonial, trata el
problema de los cimarrones y los corsarios de manera mucho más matizada que
Lope, quien escribió su poema en poco tiempo: el Fénix celebra el fracaso de Drake
y la integración de los cimarrones cuando Miramontes, aunque haya terminado
el poema diez años después de la Dragontea y casi 15 después de la muerte de
Drake —sin mencionarla nunca—, ofrece una reflexión mucho más compleja sobre
el mundo americano colonial y las amenazas que representan los elementos no
integrados en la sociedad colonial. No basta reconocer jurídicamente a una
comu- nidad como libre para defender la integridad y la cohesión del imperio:
hace falta integrar a todos los súbditos. De hecho, Miramontes integra a los
cimarrones en el relato épico sin minimizar su importancia porque se trata de un
problema que hay que tomar en cuenta. Al contrario de Lope, que hace de la
resistencia de los cimarrones una escena cómica y teatral, Miramontes le da sus
cartas de noble- za épica, inscribiéndola en un conocimiento muy preciso del
mundo americano y también en las tradiciones europeas. Para Miramontes,
incluirlos en el centro de la cultura letrada, emanación de un centro colonial que
busca controlar las fronteras y las márgenes, es una manera de controlarlos,
incorporándolos en el relato euro- peo y su continuación americana, pero con
especificidades propias, que difieren de las representaciones de los africanos en la
literatura peninsular y que se definen a partir de un lugar de enunciación más
cercano a la realidad contada y a partir de la dimensión histórica del cimarronaje.

coNcLusióN

La cuestión de los cimarrones es constitutiva del sistema de explotación colo-


nial. Sin embargo, cobra especial importancia cuando se cruza con la de los cor-

44. Armas antárticas, Canto V, 396, p. 274.


45. Tardieu, 2009, pp. 98-99. El historiador saca varias de sus informaciones de la crónica de fray Pedro
de Aguado.
46. Tardieu, 2009, p. 188. Tardieu subraya el papel del deán de la catedral de Panamá en el proceso
de negociaciones con palenqueros de Ballano.
258 LISE SEGAS

sarios que asaltan América y que convierten el problema en un desafío militar,


re- ligioso y económico. Los cimarrones, como grupo, se vuelven agentes y
actores en el juego de fuerzas coloniales y el equilibrio entre diferentes grupos,
de ahí su inclusión como personajes protagonistas de algunos episodios épicos.
Sin embargo, la épica, como género político, que brinda consejos o busca
pro- blematizar temas de sociedad, de política o de religión, es un género que
también moldea la materia narrativa en función de una tradición muy antigua y
considerada como noble. Da cuenta de la realidad histórica solamente desde una
perspectiva española o criolla colonial, dominante, y a través del filtro literario
que, en este caso, realiza lo que Fra Molinero llama «diferentes modelos de
desafricanización»47. Es- cribir sobre cimarrones a partir de la tradición épica
significa incorporarlos en el relato europeo y español colonial sobre el mundo
americano. O sea cristianizarlos, hispanizarlos, occidentalizarlos, para crear una
continuidad entre Europa y Amé- rica, para subrayar la necesidad de la defensa
religiosa y de la defensa militar del Nuevo Mundo. En la épica, el otro no se
considera en sí, no se entiende la alteridad como algo que tiene un valor en sí,
sino como valedora de otros: en la literatu- ra hispanoamericana colonial se
inventa al cimarrón como se inventa al corsario, para plantear problemas, revelar
crisis relativas al mundo español y colonial al que pertenece el poeta épico,
desde su lugar de enunciación y su punto de vista. Como escribe Enrique Dussel,
es el «encubrimiento del otro» 48, un encubrimiento que, en palabras de Baltasar
Fra Molinero ha dado lo que sigue:

Siguen vigentes hoy en la literatura, el cine y la televisión: negros graciosos


e infantiles, mulatas que invitan a la sexualidad prohibida, negros santos de
alma blanca y defensores del statu quo del Imperio en las armas y las letras.
Lope de Vega, como era de esperar, es el artífice de un canon que no sólo
reinventa el personaje de la mulata, sino que crea el del santo negro, cuya
heroicidad cristiana consiste en aceptar su esclavitud y la superioridad del poder
imperial español que lo ha hecho esclavo.
Los negros dramáticos del teatro barroco ayudan sólo en parte a explicar las
circunstancias de la vida de los negros de carne y hueso de la época. Los
negros de la comedia son sobre todo un síntoma de las actitudes de la sociedad
nacional española que los engendró49.

Se puede decir lo mismo de los negros épicos: los cimarrones, visibilizados


gra- cias a los corsarios, son un síntoma de la sociedad colonial
hispanoamericana que los creó y nos los puede borrar.

bibLiogrAfíA

Aguado, Pedro de, Recopilación historial, ed. Juan Friede, Bogotá, Empresa Nacio-
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47. Fra Molinero, 1998, p. 8.


48. Enrique Dussel, 1994.
49. Fra Molinero,1998, solapa de la edición.
CIMARRONES Y CORSARIOS: DE LA REALIDAD COLONIAL A LA ÉPICA HISTÓRICA 259

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