Padilla. Eielson Post-Simbólico - Escultura de Palabras
Padilla. Eielson Post-Simbólico - Escultura de Palabras
Padilla. Eielson Post-Simbólico - Escultura de Palabras
En esta ocasión1 me propuse leer la poesía escrita por Eielson hacia mitad de siglo, hasta
Habitación en Roma, como si esa fuera la totalidad de su obra. En el pasado he preferido
centrarme en poemarios que parecen algo marginales, pero ahora quiero volver a este libro
teniendo los otros en mente. Intentar leer Habitación en Roma con el filtro de Tema y
variaciones, por ejemplo.
Observando la poesía escrita entre 1944 y 1952 las preguntas empiezan con la misma
cronología. En primer lugar, tenemos que confiar en las fechas que Eielson nos da. En segundo
lugar, tenemos que preguntarnos ¿por qué escribe en 1945 poemas con imaginería clásica y
cristiana (Moradas y visiones del amor entero, Roldán, Antígona? Por esas fechas Eielson ya
tenía que haber leído a Martín Adán, Vallejo y Xavier Abril, sobre los que escribe las notas
introductorias en La poesía contemporánea del Perú, que es de 1946.
¿Qué estaría explorando el chiquillo que con 20 o 21 años escribió Reinos? Renato
Sandoval decía que la escritura de este libro le recordaba una traducción de Rilke publicada en
Chile hacia 1940 y que seguramente circuló por aquí. Suena razonable imaginar que Eielson la
leyera y quedara impresionado.
Los poemarios de los años cuarenta están en una órbita que podríamos llamar neo-
simbolista. La palabra poética es elevada, parece alcanzar una realidad detrás de la realidad que
conocemos y produce un tipo de expresividad en la que el interior del poeta y el exterior del
mundo entran en resonancia. Ésta es una herencia antigua, cuya versión más familiar es la del
Romanticismo —y el simbolismo.
Sin embargo, dudo que Eielson, tan inquieto, estuviera satisfecho con el “neo” de neo-
simbolista, especialmente después de haber leído a Vallejo. Sus inclinaciones místicas tienen
que haber chocado con el cuerpo de Vallejo. De hecho, en el análisis que Eielson hace de Vallejo
el alma baja al cuerpo. Y uno constata que rápidamente afloran en su poesía las imágenes
desacralizantes y melancólicas. Estas imágenes ya estaban en Reinos pero se intensifican en Ájax
en el infierno (una pesadilla con Ájax frente a un automóvil), en Bacanal¸ Doble diamante (que
incluye ‘Serenata’) y en Primera muerte de María.
El poeta místico pasa a tener el sueño de Sancho Panza. El rey-poeta de Rilke o Klimt pasa
a ser el poeta que amanece borracho entre prostitutas, el dulce caco. La Reina, la poesía, pasa a
ser la reina de cenizas, la reina enterrada, la máscara de la muerte.
Creo que tenemos que poner estos dos giros (la desacralización y lo melancólico) en
consonancia con los que estaban haciendo otros poetas-transformadores en Sudamérica. Los
Poemas y antipoemas de Parra son de 1954 y El rey sin reino de Augusto de Campos es de 1951.
El rey poeta ha perdido el reino, la POESÍA, con mayúsculas, ha caído y hay que dejarla atrás.
Aquí conviene recordar a Walter Benjamin, para quien el melancólico juega con los signos rotos
del lenguaje. El joven Eielson juega con los signos rotos del lenguaje.
Dicho de otro modo, estos dos lenguajes o discursos-de-experiencia —la poesía y lo
místico/sagrado— no dan cuenta de la época y nuestros poetas tienen que echarse a construir
nuevos lenguajes. No es el simple afán por la novedad. Se trata de una experiencia ética, estética
y epistemológica, un viaje de conocimiento.
1
Charla presentada en el congreso Palabra, color y materia en la obra de Jorge Eduardo Eielson en la Casa
de la Literatura Peruana el 19 de noviembre de 2014. Se publicó en las actas del congreso y en
Pesapalabra. Boletín de poesía y crítica, 2 (2018, páginas 40-44).
Tema y variaciones (1950) es una higiene del lenguaje. Eielson abandona el vocabulario
poético clásico (pámpanos, sotos), pero, lo que es más importante, se libera de cierta retórica
‘poética’. Abandona una forma de ‘expresividad poética’, abandona las posiciones del sujeto
‘poético’ y abre procesos de des-identificación, de anti-expresividad y de des-materialización del
objeto. Este ataque a la retórica, este ejercicio de desnudamiento tiene algo de anti-
rrepresentacional.
El libro empieza con un ‘Solo de sol’, donde el sol ya no es ni objeto ni símbolo, apenas es
canto. El poema se configura de otra manera: a través del oído, y esto cambia el esquema
perceptivo del poema. ‘Variaciones en torno a un vaso de agua’ o ‘Variaciones sobre un tema
de Jorge Guillén’ o ‘Variaciones ante una puerta’ no sólo se configuran a partir de una matriz
musical antes que verbal, sino que se entregan a un cierto elemento lúdico, explotan al máximo
las posibilidades combinatorias con lo que, nuevamente, el objeto, el viejo ‘referente’ se
desdibuja, la expresividad realista colapsa, el proceso de identificación tanto del autor como del
lector se bloquean. Lo que queda entonces es un flujo de ritmos de lenguaje, intensidades
poéticas que mueven al lector por un camino insospechado.
Sin duda, hay matices de emoción en los poemas de este libro. Podemos adivinar que
algunos son más eufóricos (como ‘Nocturno’: “es el lechero que me trae / la leche por la noche”
(2003: 107);2 o ‘Poesía en A mayor’: “estupendo Amor AmAr el mAr” (110)). Otros exploran el
asombro (como ‘Misterio`: “¿por qué estoy vivo / y el vaso lleno de agua...?” (112)) y otros
podrían parecer más melancólicos, como ‘Metamorfosis’: “inútil que te llore ahora / si más tarde
tu cadáver / se convertirá en bala / la bala en soldado... (114); o ‘Caso nominativo’ (102):
todavía no todavía
el cielo se llama cielo
el perro perro
el gato gato
todavía mi nombre es jorge
¿pero mañana
cuando me llame perro
el perro jorge
el gato cielo
el cielo gato?
[...]
2
Jorge Eduardo Eielson: Vivir es una obra maestra. Madrid: Ave del Paraíso, 2003.
Quizás uno de los poemas más melancólicos del libro sea ‘Poesía en forma de pájaro’. A
todos nos gusta este poema juguetón y quizá por eso no reparamos en “el cuello herido” ni en
el “pájaro de papel y tinta que no vuela / que no se mueve que no canta que no respira / animal
hecho de versos amarillos / de silencioso plumaje impreso” (111). Este poema, precisamente
por ser (más o menos) caligramático, resume en un guiño la crítica de la representación que
hace Eielson. Como si el lenguaje se encerrara sobre sí mismo, lo único que produce el poema
es la palabra como objeto. Nuestro siguiente problema sería entonces averiguar qué tipo de
objeto es la palabra.
Es en Tema y variaciones donde Eielson descubre las ‘esculturas de palabras’. Su
definición de poema podría ser esa: una escultura de palabras. Las patas o el pico del pájaro, lo
más ‘objetual’ de este poema son justamente lo que menos dicen. La palabra-objeto no dice
nada, no comunica. Y sin embargo, despliega intensidades.
Ahora bien, una escultura de palabras no tiene por qué ser un caligrama, puede ser una
simple columna de versos, como en ‘Inventario’, uno de mis poemas favoritos (105):
‘Inventario’
astros de diamante
cielo despejado
árboles sin hojas
muro de cemento
puerta de hierro
mesa de madera
vaso de cristal
humo de tabaco
taza de café
hoja de papel
torre de palabras
hoja de papel
taza de café
humo de tabaco
vaso de cristal
mesa de madera
puerta de hierro
muro de cemento
árboles sin hojas
cielo despejado
astros de diamante
Este es un poema anti-expresivo si los hay, pero sí que despliega una escena de lenguaje.
O, mejor dicho, despliega dos escenas de lenguaje que entran en conflicto. La primera es la del
sujeto-poeta que está escribiendo con un cigarrillo en una mesa y que ve un cielo despejado y
árboles sin hojas, la segunda es la representación en un poema de un sujeto que está
escribiendo, un simulacro del momento de la representación: «escribo que escribo». Lo que
Pensemos en ‘Azul ultramar’. En este poema irrumpe algo vertiginoso, ‘lo vertiginoso’,
alguna modalidad de la presencia. Las cosas que aparecen en el poema van mutando en sus
contrarios o en objetos inesperados. Por ejemplo (141):
[...]
lo vertiginoso
se apodera de mi cuerpo
resplandece entre mis brazos
baila con el sol en la azotea
y la luna en la cocina
la noche devastadora
es una máquina que brilla
una astronave de oro
una ecuación que avanza
avanza
avanza
y caen mil puertas de carne de hueso
y yo que corro corro corro
sigo corriendo todavía
y caen mil puertas más
tropiezo con una silla
huyo por las alcantarillas
salgo de los espejos
caigo ante columnas impalpables
y dolores de cabeza
me levanto
y caigo nuevamente
me levanto
y caigo nuevamente
[...]
Es rarísimo y muy nuevo lo que hace Eielson. No me queda otra alternativa que recurrir
a metáforas: es como si desnudara las palabras y las apretara; y casi como si las callara. La
intensidad no se relata, sino que se produce. No hay una experiencia previa ni una percepción
previa; contrariamente el poema reorganiza nuestra percepción, como si añadiera un sentido
del tacto al lenguaje; y la lectura del poema produce una experiencia de intensidad o vértigo.
Aquí termino, pero creo que es aquí donde tendríamos que empezar.