Blancanieves
Blancanieves
Blancanieves
Blancanieves, al verse sola, sintió mucho miedo porque tuvo que pasar la noche andando por la
oscuridad del bosque. Al amanecer, descubrió una preciosa casita. Entró sin pensarlo dos veces. Los
muebles y objetos de la casita eran pequeñísimos. Había siete platitos en la mesa, siete vasitos, y siete
camitas en la alcoba, dónde Blancanieves, después de juntarlas, se acostó quedando profundamente
dormida durante todo el día.
Al atardecer, llegaron los dueños de la casa. Eran siete enanitos que trabajaban en unas minas. Se
quedaron admirados al descubrir a Blancanieves. Ella les contó toda su triste historia y los enanitos la
abrazaron y suplicaron a la niña que se quedase con ellos. Blancanieves aceptó y se quedó a vivir con
ellos. Eran felices.
Mientras tanto, en el castillo, la reina se puso otra vez muy furiosa al descubrir, a través de su espejo
mágico, que Blancanieves todavía vivía y que aún era la más bella del reino. Furiosa y vengativa, la
cruel madrastra se disfrazó de una inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque.
Allí, cuando Blancanieves estaba sola, la malvada se acercó y haciéndose pasar por buena ofreció a la
niña una manzana envenenada. Cuando Blancanieves dio el primer bocado, cayó desmayada, para
felicidad de la reina mala. Por la tarde, cuando los enanitos volvieron del trabajo, encontraron a
Blancanieves tendida en el suelo, pálida y quieta, y creyeron que estaba muerta.
Tristes, los enanitos construyeron una urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudiesen
despedirse de Blancanieves. Unos días después, apareció por allí un príncipe a lomos de un caballo.
Y nada más contemplar a Blancanieves, quedó prendado de ella.
Al despedirse besándola en la mejilla, Blancanieves volvió a la vida, pues el beso de amor que le había
dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina. Blancanieves se casó con el príncipe y
expulsaron a la cruel reina del palacio, y desde entonces todos pudieron vivir felices.
FIN
Los tres cerditos
Había una vez tres hermanos cerditos que
vivían en el bosque. Como el malvado
lobo siempre los estaba persiguiendo para
comérselos dijo un día el mayor:
El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a jugar después.
El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la paja y tampoco le llevaría mucho
tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que aunque tardara más que sus hermanos, lo mejor era hacer una casa
resistente y fuerte con ladrillos.
- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno, pensó el cerdito.
Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y entonces apareció por ahí el malvado
lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a la puerta:
Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose abajo. Pero el cerdito echó a correr y
se refugió en la casa de su hermano mediano, que estaba hecha de madera.
El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo que hacer más esfuerzos para derribar la casa,
al final la madera acabó cediendo y los cerditos salieron corriendo en dirección hacia la casa de su hermano
mayor.
El lobo estaba cada vez más hambriento así que sopló y sopló con todas sus fuerzas, pero esta vez no tenía
nada que hacer porque la casa no se movía ni siquiera un poco. Dentro los cerditos celebraban la resistencia de
la casa de su hermano y cantaban alegres por haberse librado del lobo:
Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que decidió parar para descansar y
entonces reparó en que la casa tenía una chimenea.
- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los comeré a los tres!
Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la chimenea de leña y pusieron al fuego un gran
caldero con agua.
Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal quemazo que salió gritando de
la casa y no volvió a comer cerditos en una larga temporada.
Caperucita roja
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho
una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que
todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer.
La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era
Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que
esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta. La niña se acercó a la cama y vio que su abuela
estaba muy cambiada.
- Son para verte mejor - dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Son para...¡comerte mejoooor! - y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo
mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo,
decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un serrador y los
dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan
harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo
despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las
piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había
aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino.
De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
Pinocho.
En una vieja carpintería, Geppetto, un señor amable y
simpático, terminaba un día más de trabajo dando los
últimos retoques de pintura a un muñeco de madera que
había construido.
Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos: Pinocho se movía,
caminaba, se reía y hablaba como un niño de verdad para alegría del viejo carpintero.
Feliz y muy satisfecho, Geppetto mandó a Pinocho a la escuela. Quería que fuese un niño muy listo y
que aprendiera muchas cosas. Le acompañó su amigo Pepito Grillo, el consejero que le había dado
el hada buena.
Pero, en el camino del colegio, Pinocho se hizo amigo de dos niños muy malos, siguiendo sus
travesuras, e ignorando los consejos del grillito. En lugar de ir a la escuela, Pinocho decidió seguir a
sus nuevos amigos, buscando aventuras no muy buenas.
Al ver esta situación, el hada buena le hechizó. Por no ir a la escuela, le colocó dos orejas de burro, y
por portarse mal, le dijo que cada vez que dijera una mentira, le crecería la nariz, poniéndosele
además colorada.
Pinocho acabó reconociendo que no estaba siendo bueno, y arrepentido decidió buscar a Geppetto.
Supo entonces que Geppeto, al salir en su busca por el mar, había sido tragado por una enorme
ballena. Pinocho, con la ayuda del grillito, se fue a la mar para rescatar al pobre viejecito.
Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió que le devolviese a su papá, pero la ballena abrió su
enorme boca y se lo tragó también a él. Dentro de la tripa de la ballena, Geppetto y Pinocho se
reencontraron. Y se pusieran a pensar cómo salir de allí.
Y gracias a Pepito Grillo encontraron una salida. Hicieron una fogata. El fuego hizo estornudar a la
enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes.
Todos se salvaron. Pinocho volvió a casa y al colegio, y a partir de ese día siempre se comportó bien. Y
en recompensa de su bondad, el hada buena lo convirtió en un niño de carne y hueso, y fueron muy
felices por muchos y muchos años.