El Juego de La Lectura
El Juego de La Lectura
El Juego de La Lectura
:
el juego de la lectura
e l j u e g o d e
l a l e c t u r
GERARDO DE LA CRUZ
El juego de la lectura
D. R. © 2020, Gerardo de la Cruz
Primera edición: noviembre 2020
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Contenido
La elegante amenaza
o de los monitos
9
La invención de Borges
o de mentiras mentirosas
35
El espíritu antinavideño
o de dogmas y enxiemplos
55
La épica de la supervivencia
o de verdades mentirosas
73
Elogio de la lectura
o del arte de amar
97
El goce de la lectura se define, como todos, por el recuerdo,
cómputo definitivo de los bienes acumulados.
Alfonso Reyes
La elegante amenaza
o de los monitos
Yo siempre estaba leyendo y escribiendo. Ahora mi padre
me dijo que sólo leyera lo que me interesaba, que no leyera
un libro por el sentimiento del deber, porque era famoso.
Que leyera sólo cuando me interesara, y que sólo escribiera
cuanto tuviera una necesidad de hacerlo.
Jorge Luis Borges*
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La Amenaza Elegante
* Hoy sé, gracias a Luis Van, uno de los coleccionistas más devotos de la histo-
rieta, que este periplo no sólo se lo debo a Sotero Garciarreyes y a Hilda Zacour,
los argumentistas de cabecera cuando compraba personalmente la historieta,
sino a Guillermo Mendizábal y a Gonzalo Martré, quien perpetró un regreso
de Fantomas sin la inteligencia de sus historias iniciales. Mundo Fantomas, la
página de Van, con casi diez años de existencia y cientos de ejemplares digita-
lizados, está disponible en: goo.gl/KNrQng.
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Según el INEGI
Los “muchos libros” —¡puf!, abundan quienes para bien y para mal
presumen de haber leído los mil y un libros— no harán per se razas
cósmicas ni de bronce ni purificará la especie. Al contrario: leer
pervierte. Sin embargo, sí pueden convertirnos —uno o muchos
libros bien leídos— en mejores seres humanos, o en personas con
perversiones de mayor refinamiento.
“Anyone can cook”, dice el Chef Gusteau en Ratatouille: “Cual-
quiera puede cocinar”. Y si cualquiera puede cocinar, ¿por qué no
leer? Mediante una lectura bien orientada se puede atrapar el co-
nocimiento como a una mariposa; comprender este mundo que
de pronto parece estar de cabeza; descifrar problemas que se ad-
vierten indescifrables en lo cotidiano e interpretar lo inexplicable;
despertar ánimos deprimidos y conmover espíritus duros; viajar a
cualquier parte del mundo, a China en el futuro o al México pre-
hispánico; o construir, si se prefiere, territorios inimaginables. La
lectura es el único vicio estimulante, un virus benéfico, un choque
eléctrico que resucita a muertos y vivos, una sonrisa y una lágrima a
la vez, un bienestar impredecible e imprescindible para crecer, para
transformar la realidad, para progresar.
Leer amenaza y siempre vence elegantemente a la ignorancia: es
aliada de la inteligencia —como Fantomas—. Bien asimilada la lec-
tura nos hace invencibles. Nos permite conocernos y reconocernos
como individuos y seres humanos, sin importar edad ni sexo. Qui-
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(…)
* Jen Doll, “Choosing our own adventures, then and now” en The Atlantic Wire,
17 de mayo de 2012, disponible en: goo.gl/qC9y9K.
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La aventura de leer
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de muro en muro. Mis amistades (entre las cuales ¡quién sabe!, qui-
zá se encuentre algún conocido mutuo) gustan de compartir toda
clase de anécdotas, pensamientos y reflexiones que, navegando por
internet, encuentran de interés o consideran relevante publicar y
que, finalmente, reflejan sus principales preocupaciones. Algunos
se sienten inclinados a esclarecer esa maraña que es el amor, a des-
entrañar los misterios de la vida y de la muerte; otros tienden a
mandar mensajes que promuevan la tolerancia y, desde luego, tam-
poco faltan los evangelizadores ni los apocalípticos ni los justicieros
sociales. La palabra “compartir” en las redes sociales denota ese sen-
tido noble y generoso de la palabra, a la vez que paradójicamente se
torna riesgosa su definición, porque no siempre esos pensamientos
o reflexiones son de la persona a quien se lo adjudican.
Los usuarios de las redes sociales no suelen cuestionar ni con-
firmar la información que reproducen. Claro, no es un problema
privativo del mundo virtual, sino de educación, porque estamos
acostumbrados a aceptar y dar por cierta la mucha información que
recibimos, como cuando en la primaria nos daban el libro de texto
lleno de verdades verdaderas. Entonces uno pensaba: si viene en el
libro, es más que cierto; de igual forma, si uno lee algo firmado por
un Premio Nobel o una luminaria cultural, viniendo de alguien con
tal reputación, es inatacable. Unas líneas firmadas por Einstein, Jorge
Luis Borges o Gabriel García Márquez son suficientes para expresar
una verdad que no admite réplica sobre el sentido de la vida. Parece
que hablamos del “argumento de autoridad”, una de las falacias más
recurrentes en filosofía; sí, hay algo de eso, pero también de distorsio-
nar la realidad con apócrifos, el acto de atribuirle palabras que nunca
dijo ni escribió tal o cual persona. Y eso tiene consecuencias.
Insisto, es una cuestión histórica que tiene procedimientos
similares a la transmisión oral. Recuerdo al respecto un artículo
del escritor Gonzalo Soltero sobre la paternidad de la famosa frase
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Un legado de novela
* Gonzalo Soltero, “Por qué ladran”, Letras Libres, núm. 51, México, marzo de
2003.
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* Iván Almeida, “Jorge Luis Borges, autor del poema ‘Instantes’” en J. L. Borges
Center for Studies & Documentation, Borges Studies Online, 17 de junio de 2001,
disponible en: goo.gl/JMzhvp.
** Association for Humanistic Psychology Newsletter, julio de 1975, disponible
en: goo.gl/k2LEKx.
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“viajar más en calesita” (¡…?), pero “ya ven, tengo ochenta y cinco
años y sé que me estoy muriendo”. En 1989 el poema se reproduce
en la revista Plural de Excélsior, y llega a manos de Elena Poniatows-
ka a través de Rosa Nissán, quien entusiasmada con ese mensaje
contrario a cuanto Borges proclamó hasta el final de sus días, lo
integra a un libro recopilatorio de entrevistas, Todo México (Diana,
1990), hermoseando “Un agnóstico que habla de Dios”, texto don-
de funde las charlas que sostuvo con él en 1973 y 1979, y que a su
vez recoge el investigador mexicano Miguel Capistrán en su libro
Borges y México (Plaza & Janés, 1999) y, en 2012, ¡el escándalo! En
medio de un homenaje que el Instituto Nacional de Bellas Artes
rinde al argentino, teniendo como invitada de honor a María Ko-
dama, apenas desciende del avión, los editores de Random House
entregan recién salida del horno la reedición de Borges y México,
con la nefasta atribución… Lo que siguió es historia: el libro de
Capistrán fue retirado de librerías y reeditado sin el artículo de
Elena Poniatowska, quien dio confusas explicaciones al respecto.*
A esta novela de la vida real sólo habría que añadir que la tra-
ducción atribuida a Borges ha sido retraducida al inglés, es decir,
al idioma original del texto, por el poeta escocés Alastair Reid. Al-
gunos infieren que la confusión parte del hecho de que Jorge Luis
Borges tiene un poema (que sí es poema) titulado “El instante”,
muy diferente. Un botón de muestra:
Después de un tiempo
uno aprende la sutil diferencia
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* Alfred López, “Un par de textos falsos que se convirtieron en viral y no per-
tenecen a los autores atribuidos” en 20 Minutos Blogs, 24 de febrero de 2014,
disponible en: goo.gl/ca4y77.
** Juan Carlos Pérez Salazar, “El cómico al que millones confunden con Gabriel
García Márquez” en BBC Mundo, Ciudad de México, 25 de abril de 2014, dispo-
nible en: goo.gl/GWHz6E.
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* Lourdes León, “El dulce sabor de una mujer exquisita, de Gabriel García Már-
quez” en Fernanda, 21 de abril de 2014, disponible en: goo.gl/XaHYGP.
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Un cuento es un cuento
Un trauma de infancia
Parte de la tradición
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Traduttore, traditore
“Pueden sin duda creerlas: y creer por muy cierto”. Con esta
advertencia evita que en su lector persista cualquier dejo de in-
credulidad, al tiempo que uno como ese lector remoto, lamenta
que Cabeza de Vaca evada o apenas mencione pasajes que hubieran
agotado páginas fabulosas.
Los episodios funcionan como integradores independientes de la
relación. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si Álvar Núñez omitiera la bre-
vísima narración de la Mala Cosa, aquel ser maligno proveniente de
la tierra que destaza a los indios y que hace con estos lo que a su per-
verso parecer le viene en gana? Para nosotros como lectores, nada. Sin
embargo, para Cabeza de Vaca es necesario contarlo, porque refuerza
su misión evangelizadora ante su Sacra Cesárea Católica Majestad:
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remita a las conocidas imágenes del Archivo Casasola, sino dar cla-
ro testimonio de aquellos días que hoy están, con toda su crudeza
y esplendor, plenamente integrados a la Historia, mitificados en
nuestro imaginario. La actualidad de la obra cumbre de Azuela se
advierte en el encendido reclamo de los desposeídos, que apenas
pueden identificar el origen de su reclamo —simplemente lo vi-
ven—, cuando no es que desconocen en el fondo el porqué de su
protesta y menos los porqués de sus luchas; en la hipocresía del dis-
curso político; en esa realidad injusta donde pasan años, décadas,
un siglo, y quienes están abajo, en el piso más jodido de la escala
social y económica, siguen en el mismo punto: abajo, si no es que
uno o dos escalones más abajo, más desposeídos, más llenos de
rabia, a la espera del chispazo que prenda de veras la mecha de la
indignación…
Estas últimas líneas tienen un tinte tremendista, lo admito; ese
chispazo debe leerse como una imagen retórica. Entiendo, mejor
dicho, la improbabilidad de que esto ocurra; pero si cambiamos
los hechos de armas por la protesta civil que se vuelca a las calles, y
cómo cada vez con más frecuencia terminan enfrentadas con las es-
tructuras de poder, con las guardias del orden, podremos constatar
cómo persiste lo que yace en el fondo de los que están abajo. Han
cambiado, pues, las formas, las problemáticas, incluso tal vez, sólo
tal vez, los protagonistas; sin embargo, el nervio central que anima
a Los de abajo —la opresión, el abuso, la venganza, la inequidad,
la ignorancia, la inercia—, continúa bajo nuevas máscaras. Han
cambiado las formas, pero el fondo sigue intacto.
Los de abajo no es una obra atemporal —intencionalmente
está fechada por el autor—, pero se ocupa de un tema universal,
imperecedero y quizás irresoluble: la injusticia social. No obstan-
te, pienso en Azuela como uno de mis contemporáneos y pienso
que en nuestro contexto pudo haber imaginado esta épica y haber
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El doctor Azuela
En las rodillas
data Los caciques). Sin embargo, accedió porque “sólo el deber mo-
ral que como maderista y revolucionario había contraído me hizo
aceptar el ofrecimiento que el general Medina, futuro gobernador
de Jalisco, me hizo, de colaborar en su gobierno”. Su promesa la
haría válida más tarde, en 1916.
El acercamiento con Medina sucedió a finales de 1914. Poste-
riormente, Manuel M. Diéguez fue nombrado gobernador de la
entidad, y luego, otra vez, tras la ruptura entre Carranza y Villa,
entre constitucionalistas y convencionistas, Medina volvió a asumir
la gubernatura de Jalisco por un par de meses, en 1915. Medina le
reservó a Azuela las riendas de la Secretaría de Instrucción Pública,
pero sólo pudo llevar las riendas de su caballo en retirada hacia el
norte, hacia Chihuahua, ya que Medina fue de derrota en derrota,
hasta que sus fuerzas se dispersaron. Nueve mil hombres bien ar-
mados, de un momento a otro, se convirtieron en nueve mil hom-
bres a la deriva.
Y en la corredera, literalmente sobre las rodillas del escritor, Los
de abajo y sus entrañables personajes fueron cobrando cuerpo. Has-
ta que llegó a Ciudad Juárez con la historia bien trazada, y luego
a El Paso, Texas, con la primera parte, y a la imprenta de El Paso
del Norte, donde comenzó a publicarla por entregas en este diario,
entre el 27 de octubre y el 21 de noviembre de 1915, conforme con-
cluía un capítulo tras otro, a pie de imprenta. En diciembre de 1915,
se tiraron en forma de libro mil ejemplares que, según Azuela, se
perdieron para siempre.*
Así cruzó Los de abajo ante la pasarela de la crítica casi una década
completa. Los pocos ejemplares de la edición de El Paso del Norte
que Azuela rescató estaban en manos de sus amigos, quienes con-
formaban su universo lector. Hasta 1924, cuando tras una intensa
polémica literaria, Francisco Monterde —crítico de la puso en la
mesa de discusión. El Universal Ilustrado aprovechó la ocasión para
volverla a publicar en 1925, con lo cual Los de abajo encontró a su
verdadero público: un México ansioso por comprender qué había
ocurrido. Desde entonces no han parado las reediciones, reimpre-
siones y traducciones (la más reciente, al serbio, en 2016). Y por
supuesto, se convirtió en lectura obligatoria en las aulas.*
Quién sabe si una obra maestra pueda escribirse en un lapso de
cuatro meses; quién sabe si Los de abajo sea lo que muchos consi-
derarían una “obra maestra”, en comparación con otras creaciones
en su género —a mi juicio (no a mi gusto), lo es—. El caso es que
sí, la escribió de golpe, a las carreras, mientras escapaba de las fuer-
zas constitucionalistas tras el fracaso del gobierno convencionista.
Y el asombroso resultado de este épico viaje que parte de un acci-
dente, reposa en la gloria, y culmina en el desastre, es el argumento
de lo que será formalmente la primera novela que da cuenta del
caos, de la confusión, del resentimiento, del oportunismo que le
siguió a la revolución maderista, a la caída del antiguo régimen.
Una historia de un realismo tan pasmoso que sólo es posible ima-
ginarla a todo color.
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