FILOSOFÍA

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FILOSOFÍA

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES

La actividad intelectual de los últimos filósofos presocráticos se prolonga hasta bien entrada
la segunda mitad del siglo V a. de C. Tal es el caso de Demócrito y Anaxágoras. Este último
fue amigo personal y mentor intelectual (maestro en cierto modo) de Pericles. Sin embargo,
en la segunda mitad del siglo V a. de C. se produce un notable cambio de intereses
intelectuales, filosóficos en el mundo griego. Los temas relativos a la filosofía de la
naturaleza, a la cosmología, pasan a un segundo plano, y los pensadores de la época dedican
su estudio a cuestiones relacionadas con el ser humano, con la educación, la moral y la
política. Para caracterizar este cambio de intereses se utiliza la expresión “giro
antropológico”.
Esta orientación filosófica hacia los asuntos humanos fue llevada a cabo por un conjunto de
intelectuales, denominados sofistas, entre los que se diferencian aquellos de primera
generación, como Protágoras y Gorgias, que no eran atenienses, sino metecos (ciudadano
griego que no tenía la ciudadanía ateniense), aunque fue en Atenas donde alcanzaron su
mayor influencia y reputación; y los de segunda generación, como Pródico de Ceos, Hipias y
Calicles.
Al igual que los sofistas, Sócrates se interesó por los temas relacionados con el hombre,
particularmente por los temas morales, alejado de temas sobre la naturaleza o el origen de las
cosas. Sócrates no escribió nada DELIBERADAMENTE, sus enseñanzas fueron siempre
orales, a través del diálogo directo con sus conciudadanos. Nuestro conocimiento acerca de
su filosofía procede de escritos y testimonios de algunos contemporáneos y, sobre todo, de
sus discípulos, muy en particular, de Platón. Muchos de sus contemporáneos, sus
conciudadanos que lo condenaron a muerte, consideraban a Sócrates un sofista más.
Aparentemente, a Sócrates se le podía confundir con un sofista, pues actuaba como ellos y
solía pasar el día en la calle, al igual que estos. Sin embargo, el propio Sócrates definió su
filosofía como antisofista.
CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LOS SOFISTAS

Se denomina “sofistas” a un conjunto de pensadores griegos (recordemos que estos no eran


atenienses, sino metecos) que florecen en la segunda mitad del siglo V a. de C. y que tienen
en común, al menos, dos rasgos sobresalientes: entre sus enseñanzas incluyen un conjunto de
disciplinas humanísticas, como la retórica o elocuencia (el arte de convencer, de persuadir, de
saber hablar bien en público), política, derecho o la moral, y son los primeros profesionales
de la enseñanza. Organizaban cursos completos y cobraban sumas considerables por enseñar.
Fueron considerados los primeros profesores privados de la historia, pues hasta entonces no
cobraban por enseñar, ya que estaba mal visto.

Ambos rasgos (carácter humanístico de sus doctrinas e institucionalización de la enseñanza)


muestran claramente que los sofistas tenían un proyecto bien definido de educación, que
venía a romper con la enseñanza tradicional, inadecuada para las exigencias de la época.
Existen dos causas que explican el surgimiento del movimiento sofístico: una estrictamente
filosófica, que tiene que ver con el desarrollo de las teorías físicas anteriores y otra
político-social, relacionada con el sistema democrático radical establecido en Atenas.

1. CAUSA FILOSÓFICA

El desarrollo de las teorías griegas acerca del universo hasta mediados del siglo V a. de C.
(desarrollo que abarca a los filósofos presocráticos, desde Tales hasta Demócrito) nos ofrece
un espectáculo fascinante, pero también descorazonador. Por lo pronto, descorazona y
escandaliza la diversidad de teorías opuestas e incompatibles: para unos el principio o arjé es
único (milesios); para otros es múltiple (pluralistas); para Parménides el movimiento es
imposible, mientras que para Heráclito el universo es movimiento, devenir incesante;
Anaxágoras sostiene que el universo es producto de una inteligencia, mientras que Demócrito
afirma que es el resultado de una necesidad ciega y azarosa, etc. No tiene nada de extraño que
este espectáculo creara una actitud escéptica ante la filosofía de la naturaleza, que se había
mostrado incapaz de producir un sistema aceptable para todos.

Además, tal actitud relativista y escéptica no era sólo la postura que un espectador de la
filosofía presocrática anterior podía adoptar ante ella al contemplarla desde fuera; era también
la actitud a que el desarrollo mismo de la filosofía había abocado desde dentro. Definamos
primeramente estas dos actitudes:
RELATIVISMO. Actitud filosófica o vital que sostiene que no existen verdades absolutas.
Toda verdad es relativa al sujeto.

ESCEPTICISMO. Doctrina que sostiene que aunque existan verdades absolutas, el ser
humano no puede llegar a conocerlas.

El atomismo por su parte, llegaba a negar la posibilidad del conocimiento de la naturaleza,


puesto que la realidad es azar, para el entendimiento humano: ¿cómo conocer o calcular las
infinitas combinaciones y posibles colisiones posibles de infinitos átomos moviéndose en el
vacío?
Demócrito había llegado a una postura resignadamente escéptica: “la verdad está en lo
profundo (en lo desconocido)”. Y como la verdad no es asequible al ser humano, sólo nos
quedan las apariencias. Éste era el clima intelectual en el círculo de Demócrito. Y, como
detalle sumamente significativo, Protágoras, el gran sofista fundador del relativismo
filosófico, era paisano de Demócrito y conocía bien su filosofía.

El relativismo (no hay verdad absoluta) y el escepticismo (si hay verdad absoluta, es
imposible conocerla) se extienden y generalizan como actitud intelectual. Célebre y
afortunada expresión del relativismo es la frase de Protágoras: “El hombre es la medida de
todas las cosas”; expresión desconcertante y cruda del escepticismo son las tres afirmaciones
de Gorgias: “no hay ser; si lo hubiera, no podría ser conocido; si fuera conocido, no podría
ser comunicado por medio del lenguaje (insuficiencia del lenguaje como medio de
comunicación) “.

Este texto de Gorgias muestra una ruptura radical con la filosofía anterior. Para la filosofía
precedente, y luego, para Platón y Aristóteles, la realidad es racional, por tanto, el
pensamiento y el lenguaje se acomodan a ella, son capaces de expresarla adecuadamente.

La desvinculación del lenguaje con respecto a la realidad constituye un pilar importante de la


interpretación sofística del ser humano y de la realidad. En efecto, si se renuncia al lenguaje
como expresión manifestadora de lo real, el lenguaje termina por convertirse en un
instrumento de manipulación, en un arma para convencer e impresionar a las masas. Es decir,
si el lenguaje no sirve para comunicarse, ¿para qué sirve entonces? Según Gorgias, serviría
para manipular a las masas, pues el lenguaje apela a los sentimientos. Se convertiría en un
medio eficaz para imponerse a los demás, si se dominan las técnicas apropiadas. Gorgias
escribió: “La palabra es un poderoso tirano, capaz de realizar las obras más divinas, a pesar
de ser el más pequeño e invisible de los cuerpos. En efecto, es capaz de apaciguar el miedo y
eliminar el dolor, de producir la alegría y excitar la compasión.”
2. CAUSA POLÍTICO-SOCIAL

Al abandono de la filosofía de la naturaleza contribuyeron no sólo las circunstancias


filosóficas, sino también las necesidades planteadas por la práctica democrática de la
sociedad ateniense. El advenimiento de la democracia trajo consigo un notable cambio en la
naturaleza del liderazgo: al liderazgo político ya no le bastaba el linaje, necesitaba la
aceptación popular. El concepto de areté va cambiando con el contexto social y político de
cada época. Atenas es ahora una democracia radical, donde para triunfar van a ser necesarias
otras cualidades, ya no basta el linaje, la valentía (el areté).

En una sociedad donde las decisiones las toma la asamblea del pueblo y donde la máxima
aspiración es el triunfo, el poder político, se sintió pronto la necesidad de prepararse para ello.
Un político necesitaba tener conocimiento ético, ciertas ideas acerca de la ley, acerca de lo
justo y lo conveniente, acerca de la administración del Estado, pero el rasgo más importante
que debían adquirir era la capacidad de hablar bien en público (la retórica) y saber convencer
a las masas. Esta retórica podía ser utilizada para manipular, para convencer a conveniencia
(fuera o no verdad lo predicado).

Los atenienses demandaron aprender esas capacidades de persuasión y de hablar en público,


el tipo de entrenamiento que los sofistas proporcionaban a través de sus enseñanzas, como
forma de darse a conocer. Era muy común ver a los sofistas en zonas en las que se
acumulaban gran número de personas (Olimpiadas, en el templo de Apolo en Delfos,
Atenas). Una de las técnicas de propaganda de los sofistas era convertir el argumento débil en
el argumento fuerte, es decir, convencer de una postura y de la contraria a pesar de sus
propias convicciones. Era significativo porque en la política era necesario saber argumentar
posturas contrarias. Así conseguían captar a sus clientes.
DEBATE PHYSIS-NOMOS

(Physis = naturaleza - Nomos = leyes, costumbres de una sociedad)

La doctrina político-moral más característica e importante de los sofistas es su afirmación de


que tanto las instituciones políticas como las normas e ideas morales son
CONVENCIONALES.
(Convencional = fruto de un acuerdo, pacto entre los hombres. Así, igual que se establece, se
puede derogar, cambiar)

En su acepción más general, el término griego nomos significa ley, el conjunto de normas
políticas e instituciones establecidas que acata y por las cuales se rige una comunidad
humana. Toda comunidad posee unas leyes, unas instituciones, y es perfectamente
comprensible que los hombres se pregunten por su origen y naturaleza.

La primera respuesta a esta cuestión la había proporcionado el pensamiento mítico-religioso


al afirmar que las leyes e instituciones proceden de los dioses. En consonancia con su función
racionalizadora, la filosofía abandonó pronto esta explicación mítica sobre el origen de la
norma o moral. Así, Heráclito ya no vincula el nomos a la intervención particular de alguna
divinidad, que fundara tal ciudad en un pasado remoto, sino que lo vincula al orden del
universo: el orden del Estado es parte de un orden más amplio; el orden del universo, y tanto
aquel como este se rigen, el último término, por una única ley o logos.

El tercer gran momento del pensamiento político-moral en Grecia (tras el mito y la


racionalización heraclítea) lo constituye la sofística. La filosofía se halla siempre radicada en
un marco social, en un conjunto de experiencias de carácter socio-político. En tiempo de los
sofistas, la experiencia socio-política de los griegos se había ensanchado definitivamente
gracias a tres factores de considerable importancia: primero, el contacto continuado con otros
pueblos y culturas, que les permitió constatar que las leyes y costumbres eran muy distintas
en las distintas comunidades humanas; segundo, la fundación de colonias por todo el
mediterráneo, que en cada asentamiento colonizador permitía redactar una nueva
constitución, por último, la propia experiencia de cambios sucesivos de constitución entre los
propios griegos.

Estas experiencias llevaron a los sofistas abandonar la teoría era cliente del gnomos
vinculado el orden del universo promoviendo en ellos la convicción de que las leyes
instituciones son el resultado de un acuerdo o decisión humana son así pero nada impide que
sea no pueden ser de otro modo esto es precisamente lo que significa el término convencional
lo establecido por un acuerdo y que por tanto puede cambiar sé si se estima conveniente el
término griego gnomos vino si a significar el conjunto de leyes y normas convencionales en
oposición a la palabra fisis que expresan los natural las leyes y las normas ajenas a todo
acuerdo o convención que tiene su origen en la propia naturaleza humana.
CARÁCTER CONVENCIONAL DE LA MORAL

Los sofistas defendían el carácter convencional no sólo de las instituciones políticas,


sino también de las normas morales y éticas: lo que se considera bueno y malo, lo justo e
injusto, loable y reprensible, no es fijo, absoluto o universalmente válido, inmutable. Para
llegar a esta conclusión, los sofistas contaban con un argumento fuerte: de una parte, la falta
de unanimidad acerca de qué sea lo bueno, lo justo, etc. (falta de unanimidad que salta a la
vista no sólo comparando unos pueblos con otros, sino comprando los criterios morales de
individuos y grupos distintos dentro de una misma sociedad); de otra parte los sofistas solían
establecer una comparación entre las leyes y normas morales vigentes y la naturaleza
humana.
La comparación entre las normas de conducta vigentes y la naturaleza humana ha sido
de una trascendencia capital en esta cultura. Lo único verdaderamente absoluto, inmutable (es
decir común a todos los hombres) es la naturaleza humana. Ya vimos en el capítulo anterior
que esto son precisamente los rasgos de la naturaleza entendida como realidad verdadera de
las cosas. Y puesto que la naturaleza es dinámica es decir el principio de las actividades y
operaciones propias de un ser solo será posible conocer la naturaleza humana observando
cuál es el modo propio e intrínseco de comportarse de los hombres.
La búsqueda del modo propio (natural) de comportarse los seres humanos no es nada
fácil, ya que nuestro comportamiento está condicionado por el aprendizaje por las normas y
hábitos que nos han sido inculcados a lo largo de nuestra vida. ¿Qué es, pues lo natural en el
hombre?
De un modo general, cabe responder: lo que queda si eliminamos todo aquello que
hemos adquirido por las enseñanzas recibidas. Los sofistas, especialmente los de la segunda
generación, como Calicles y Trasímaco utilizan el animal y el niño como ejemplo de lo que
es la naturaleza prescindiendo de los elementos culturales adquiridos. De estos dos modelos
deducen que solo hay dos normas naturales de comportamiento: la búsqueda de placer (el
niño llora cuando siente dolor y sonríe feliz cuando experimenta placer) y el dominio del más
fuerte (entre los animales, el macho más fuerte domina los demás). Sin embargo es imposible
construir una sociedad basada en estos principios.
Al ir contra estas normas, la moral vigente es antinatural. No es sólo convencional (la
moral podría ser convencional, pero no antinatural, por ejemplo, si las normas fueran un mero
acuerdo conforme con las exigencias de la naturaleza; ésta fue la postura de los primeros
sofistas como Protágoras), sino que además es contraria a la naturaleza, según los últimos y
más radicales de los sofistas.
Es fácil comprender la trascendencia de estas reflexiones de la sofística. Con ella se
inaugura el eterno debate sobre las normas morales, sobre la ley natural (physis) y la ley
positiva (nomos): ¿existe realmente los instintos naturales del ser humano, es decir, existe esa
pauta compleja de conducta innata, natural, genética, es decir, no aprendida, como la caza en
los depredadores o la construcción de nidos en las aves?
SOFISTAS DE PRIMERA GENERACIÓN

PROTÁGORAS

(Aproximadamente 481-401)

Era natural de Abdera (patria también de Demócrito). Viajó con frecuencia a Atenas, donde
gozó de la confianza de Pericles (el cual se rodeó de un grupo importante de intelectuales).
Su fama fue muy grande en esta ciudad, pero tuvo que huir, condenado al exilio, a Sicilia, al
ser acusado de ateísmo y blasfemia. En su libro “Acerca de los dioses” afirmaba que “no es
posible saber si existen, ni cuál es su forma ni su naturaleza. Porque hay muchos obstáculos
para esta investigación: la obscuridad del problema y la brevedad de la vida”. Postura, pues,
agnóstica y no atea. El agnosticismo defiende que no se tienen pruebas para demostrar la
existencia de los dioses, pero tampoco para demostrar su inexistencia.

Protágoras fue bastante crítico con las tradiciones y ritos religiosos, siendo acusado de
impiedad por no respetar el culto de vida a los dioses. Fue acusado por el bando aristocrático,
debido a un trasfondo social y político: la verdadera intención de estos aristócratas era hacer
daño políticamente a Pericles.

La doctrina más conocida de Protágoras es la siguiente: “El hombre es la medida de todas las
cosas; de las que son, en cuanto son, y de las que no son, en cuanto no son”. En este
fragmento, el significado de la palabra “hombre” puede tener dos posibles interpretaciones:
Hombre como individuo, es decir, “cada hombre es la medida de todas las cosas”.
Hombre como colectivo, identificando al hombre como la población, la civilización.

Protágoras será el representante y fundador del relativismo filosófico, dividido en dos ramas:

RELATIVISMO DE LAS CUALIDADES SENSIBLES

Protágoras defiende que es imposible saber como son objetivamente las cosas, sólo como
aparentar ser, es decir:

ser = parecer ser

Por ejemplo, a una persona A el agua puede parecerle que está fría, mientras que para otra
persona B ese mismo agua puede parecerle no estar fría.
En efecto, los primeros filósofos consideraban que cualidades como frío, calor, húmedo y
seco eran “cosas” (chémata)

Este relativismo puede considerarse no trascendental en ciertas ocasiones.

RELATIVISMO ÉTICO, CULTURAL O DE LOS VALORES ÉTICOS

Cada pueblo posee costumbres, valores y leyes diversas y considera que son las mejores, las
más válidas. Las leyes por tanto no son algo basado en la naturaleza, sino “invención” de los
legisladores. La ley (nómos) existe pues por convención, no por naturaleza, y es siempre
modificable. Pero la consecuencia que extrae Protágoras de esta doctrina no es que cualquiera
puede contravenir la ley, sino todo lo contrario: puesto que cualquier otra ley sería también
convencional, lo mejor es mantener, en la medida de lo posible, las leyes que ya se poseen.
Todas las culturas, igualmente aceptables, deben ser respetadas.
En el famoso “mito de Prometeo” que aparece en el diálogo de platón dedicado este sofista,
defiende Protágoras el valor de la cultura como aquello que diferencia al hombre del animal;
sólo gracias a ella puede el hombre subsistir, siendo como es un animal desvalido. Pero
además necesita el sentido de la justicia y la virtud política (sin las cuales la estabilidad de la
ciudad sería imposible).
Protágoras no tuvo nada de revolucionario político, recurrió a formas de persuasión, como
fue el Utilitarismo de Protágoras. Un intento de convencer a las personas que tenían una
opinión fuerte y concisa, mediante argumentos de utilidad, es decir, convencer a las personas
de que las consecuencias si no se tiene la actitud que defendía el propio Protágoras serían
peores que ser fiel a la opinión personal.
GORGIAS

(Aproximadamente 483-375)

Natural de Leontinos (Sicilia), abandonó pronto la filosofía para dedicarse fundamentalmente


a la oratoria, lo cual sería característico de la sofística siciliana. Parece ser que Gorgias había
sido discípulo del también siciliano Empédocles y quizá para defender a su maestro de los
ataques del eleala Zenón (escuela de Parménides) escribió un tratado Acerca de la naturaleza
o del no-ente, en el que sintetiza tres afirmaciones claves. Primero, que nada existe; segundo,
que si existiera algo, no podría ser conocido; y tercero, que si pudiera ser conocido, no podría
ser comunicado ni explicado a los demás.

La tercera es la más importante, y defiende que el lenguaje no sirve para comunicar, o al


menos, es insuficiente. Existen 2 razones por las que pudo decir esto:

1. RAZÓN PSICOLÓGICA. Hay ciertas experiencias que no se pueden explicar con palabras,
es necesario haberlo vivido. Por ejemplo, un paisaje, una experiencia chocante o una obra de
arte son indescriptibles con las palabras.

2. RAZÓN FILOSÓFICA. Se basa en una afirmación del que fue su maestro: “Cada órgano de
los sentidos tiene su objeto propio”. Las palabras son sonidos y por tanto, aquello captado por
la vista no se puede comunicar con palabras.

Con este intento de Gorgias de demostrar la no coincidencia entre el ser, el pensar y la


palabra, destruye el principio fundamental del elealismo (la identidad entre el ser y el pensar).
Parece que Gorgias renunció al conocimiento objetivo y dijo adiós a la filosofía,
consagrándose a la oratoria, en la que destacó extraordinariamente, también como maestro y
teórico de la misma. Partiendo de un relativismo ético, Gorgias considerará que la seducción,
la ilusión provocada y el engaño están justificados en la oratoria y en el teatro: el orador y el
actor han de ser maestros de la seducción.
SÓCRATES
(470/469-399)

Sócrates era ateniense. Pertenecía a una familia modesta (se dice que su padre era escultor y
su madre comadrona) y nunca quiso dedicarse a la política ni ambicionó salir de su pobreza.
Considerado el prototipo de filósofo, se puede definir a Sócrates como un hombre que vivió
como pensó y pensó como vivió, fiel a su pensamiento y valores, lo que le costó la vida.

EL “PROBLEMA DE SÓCRATES”

Casi todo lo que se refiere a Sócrates está rodeado de misterio y sometido a discusión. Nunca
escribió nada deliberadamente. Toda su filosofía fue dialogada (entre su círculo) pudiendo ser
confundido con un sofista más.

Entonces, si no escribió nada, ¿cómo es posible saber lo que pensó? La respuesta parece
obvia: a través del testimonio de personas que lo escucharon. Sin embargo, los testimonios
que nos han llegado sobre Sócrates son contradictorios.

Son cuatro las principales fuentes que se tienen:

- Aristófanes; autor de comedias, comediógrafo - burla


Nos muestra un Sócrates ridículo.

- Jenofonte; discípulo de Sócrates, principalmente historiador


Nos cuenta la participación en las guerras del Peloponeso, pero no domina la
filosofía.
Nos muestra un Sócrates simplón, ramplón,

- Platón: Diálogos socráticos de juventud - Primeros diálogos de Platón c


Gracias a él conocemos como pensaba, como filosofaba.
Idealiza la figura de Sócrates.

- Aristóteles; suele ser objetivo en sus testimonios; sin embargo no conoció personalmente a
Sócrates.

Los filósofos se basaron y se apoyaron en los testimonios, sobre todo, de Platón y Aristóteles.
Aunque parece que en principio se le podría considerar como un sofista más, como hace
Aristófanes, la “Apología de Sócrates” de Halón le presenta con rasgos excesivamente
divergentes. No escribe libros, renuncia a la oratoria, no cobraba a sus discípulos y no
presume de sabiduría.

Sócrates presumía de ignorancia, como vemos en su famosa frase: “Solo sé que no sé nada”.
Él decía no saber, ser ignorante.

Para Sócrates el verdadero ignorante es aquel que cree saberlo todo. Una persona así nunca
estará dispuesto a aprender nada. El verdadero sabio será el que dice no saber, el que cree ser
ignorante, el que ambiciona cuestionarlo todo.

Cierto es que un amigo suyo (Querofonte) fue a Dellos a preguntar a la pitonisa si había
algún hombre más sabio que Sócrates, y que la pitonisa contestó que no. Pero Sócrates
interpretó el oráculo de la siguiente manera: Sólo la divinidad es sabia, pero nada vale la
sabiduría humana y el que como él, Sócrates, sabe que “no sabe nada”, está más cerca de la
sabiduría de los que, como los sofistas, creen que lo saben todo.

Sócrates es pues un hombre que busca la verdad y a ello se siente impulsado por la voz de un
espíritu (daimon) interior. Él asociaba esa voz interior como un presentimiento al diamon,
una especie de ángel intermedio entre humanos y dioses. Así dedica toda su actividad a
“examinarse a sí mismo y a los demás” acerca del bien del alma, la justicia y la virtud en
general, pensando que “la vida sin tal género de examen no merece la pena de ser vivida”.
Figura inquietante e incómoda, se compara a sí mismo con un tábano que aguijonea a los
demás para que no se duerma y presten atención a la virtud.
MÉTODO SOCRÁTICO

Según Aristóteles “dos cosas se pueden atribuir a Sócrates: los razonamientos inductivos y la
definición de lo universal y ambas se refieren al principio de la ciencia”. Efectivamente, la
pregunta fundamental que hace Sócrates es: “¿Qué es…?”, y espera que el otro le conteste
con una definición. El método socrático se encamina pues a la construcción de definiciones,
las cuales deben encerrar la esencia inmutable de la realidad investigada.
De este modo, Sócrates se opone al convencionalismo de los sofistas, e inaugura el camino de
la búsqueda de las esencias. El procedimiento para llegar a la definición verdadera es
inductivo: examen de casos particulares y ensayo de una generalización que nos dé ya la
definición buscada.
Sócrates concentró su búsqueda en torno a conceptos morales y, curiosamente, esa búsqueda
(tal y como aparece en los propios diálogos de Platón) terminó sin resultado. Así, los diálogos
Eutrifón, sobre la piedad; Cármides, sobre la templanza; y Lisis, sobre la amistad, concluyen
con un aparente fracaso.

Sócrates busca las definiciones universales. Siempre se preocupó por la cuestiones éticas:
¿Qué es el valor?, ¿Qué es el bien o el mal? etc. Sócrates está convencido que si se puede
llegar a una definición universal.

El método socrático se puede dividir en dos partes:

IRONÍA

“Laques”, como se conoce a uno de los diálogos de Platón, trata el tema del valor. A una
reunión invitan un tal Laques, que había destacado por su valor en la batalla. Sócrates
pregunta al guerrero qué era para él el valor, elogiando siempre al personaje. Entonces,
Sócrates empieza a poner objeciones y contraejemplos ante la definición de Laques,
obligándolo a cambiar constantemente de definición. Así, no consiguen llegar a ningún
resultado.
Con este método, Sócrates se limita a cuestionar. Se aprecia la ironía, pues a través de sus
constantes objeciones y preguntas parece saber más de lo que deja ver.
MAYÉUTICA

Del griego: “ayudar a dar a luz”. Está relacionada directamente con el método socrático de la
ironía.

Sócrates quiere que, aunque no se pueda llegar a la definición universal, gracias a sus
preguntas nos cuestionemos todo y poco a poco nos vayamos acercando (dando a luz) a la
verdadera definición de las cosas.

Esto dará lugar a dos posturas: aquellos que agradecerán a Sócrates, y otros que se sentirán
humillados por culpa del filósofo y sus continuas objeciones.

Sócrates pertenece al ambiente filosófico y cultural de los sofistas. Con ellos comparten su
interés por el ser humano por las cuestiones políticas y morales. Su personalidad y su
doctrina, sin embargo, contrasta radicalmente con las actitudes y enseñanzas de aquellos.

1. Sócrates practicaba la filosofía de una manera radicalmente distinta que los sofistas. En
primer lugar, no cobraban por enseñar. En segundo lugar, no impartía conocimientos a sus
oyentes, sino que los invitaba a reflexionar, planteándoles constantemente cuestiones. En
tercer lugar, y de acuerdo con lo anterior, no pronunciaba largos discursos, conferencias
eruditas, sino que cultivaba el diálogo. El diálogo interpersonal y directo, pensaba Sócrates,
es el único método válido para filosofar, ya que en el cada interlocutor puede objetar al otro y
argumentar en favor de sus propias posiciones.

2. Estas diferencias entre Sócrates y los sofistas proceden, en realidad, de actitudes


radicalmente distintas respecto de la convivencia política y de los valores relativos a la vida
humana. Para los sofistas la sociedad el Estado la polis es un escenario donde los ciudadanos
compiten por el éxito y el poder, y lograr éxito y poder constituye el objetivo último.

A la búsqueda del éxito, Sócrates contrapone el “cuidado de sí mismo”, el cuidado de la


propia alma. Sócrates está profundamente convencido de que cuidar de sí mismo es la tarea
más importante para el hombre, y en este convencimiento se concentra la experiencia moral
socrática (intelectualismo moral). Cuidar de sí mismo no es, por lo demás, afanarse por el
éxito o el placer, ni por los bienes materiales, ni siquiera por el propio cuerpo, sino
preocuparse de la propia alma “ de modo que llegue a ser lo mejor posible”.

De acuerdo con el retrato que de Sócrates nos ha dejado Platón en sus diálogos, esta
experiencia moral De la necesidad de cuidar de sí mismo se despliega y se articulan las
siguientes doctrinas:
1. La virtud (comportamiento correcto, justo) es el bien supremo para el hombre y solamente
el hombre bueno, virtuoso, puede ser feliz.

2. Ser auténticamente bueno, virtuoso, exige conocimiento, puesto que la virtud se identifica
con el saber.

3. Es posible alcanzar el saber en el ámbito moral más allá del relativismo pregonado por la
sofística.

La experiencia moral está teñida en Sócrates, sin duda, de una profunda religiosidad. Pero
está teñida igualmente de un riguroso racionalismo, como muestra el entrelazamiento de las
tres doctrinas señaladas. Invirtiendo el orden de estas cabe decir que el “cuidado de sí
mismo” exige 1) buscar el conocimiento, el saber; 2) para alcanzar la virtud; 3) bien supremo
sin el cual no es posible una vida feliz.

La búsqueda del conocimiento frente al relativismo sofístico.

Los sofistas insistían en la falta de unanimidad de los hombres con respecto a qué es lo justo
y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo loable y lo reprensible. Sócrates se negaba a aceptar este
relativismo. Pensaba que si cada cual entiende por justo y por bueno una cosa distinta ( ya sea
el placer o el dominio del más fuerte, lo que está de acuerdo con la tradición), si para cada
uno de los términos morales (bueno, malo, justo, injusto, etc.) poseen significados diversos,
la comunicación y el entendimiento entre los seres humanos resultará del todo
imposible. Esta idea irá en contra de Protágoras, quien afirmaba que el hombre era la medida
de todas las cosas, y de Gorgias, pues a diferencia de este, Sócrates intentará establecer un
acuerdo común.

La tarea más urgente es, pues, restaurar el valor del lenguaje como vehículo de
significaciones objetivas y válidas para toda la comunidad humana. Para ello se hace
necesario definir con rigor los conceptos morales (intento de toda la vida intelectual y
personal de Sócrates).

En los diálogos de platón se nos muestra Sócrates planteando preguntas del tipo: ¿qué es la
justicia? ¿qué es la vida? ¿qué es la moderación? etc. Por lo general, en estos diálogos no se
llega a una definición definitiva de la virtud o concepto en cuestión, pero la discusión sirve
para poner de manifiesto que los interlocutores de Sócrates carecen de una nación, de un
conocimiento coherente en asuntos de tan vital importancia.

TEORÍA MORAL DE SÓCRATES

VIRTUD Y SABER. EL INTELECTUALISMO MORAL/ ÉTICO.


Es necesario esforzarse en definir con rigor las virtudes y los conceptos morales para
restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo y el acuerdo racional sobre temas
morales y políticos.
Pero, además, es necesario forzar sin definirlos por una segunda razón: porque, según
Sócrates, sólo sabiendo qué es la justicia se puede ser justo, sólo sabiendo qué es lo bueno se
puede obrar bien. Sócrates tiende a identificar la virtud con el saber, con el conocimiento.
Esta identificación suele denominarse intelectualismo moral.

Aquí se presentan ciertas objeciones, pues estamos habituados a ver personas ignorantes que,
sin embargo, son buenas y obran con rectitud, aun cuando no sean capaces de definir qué es
lo bueno y qué es rectitud; estamos igualmente habituados a ver, por el contrario, personas
instruidas que realizan conductas morales rechazables. El intelectualismo moral es
ciertamente chocante (Sócrates era consciente de ello).

Los griegos solían distinguir dos ámbitos general en el saber:


El saber teórico o teorético saber por el saber se busca el saber por el simple placer de
conocer. Aristóteles pensaba que cuanto más inútil es un conocimiento, es decir, cuanto
menos sirve para la práctica, más elevado es. Y el saber práctico, encaminado a la acción,
dentro del cual se distinguían, a su vez, los saberes o conocimientos técnicos encaminados a
la producción de objetos (poiesis) y el saber o conocimiento político moral dirigido a regular
la conducta individual y social (praxis). La relación existente entre estos dos últimos tipos de
saberes fue analizado de muy distinto modo por los filósofos griegos.

Sócrates, por su parte, tomó siempre el saber técnico como modelo para su teoría del saber
moral.

Tomemos, pues, como punto de partida las actividades de tipo técnico. Cualquier saber
técnico (ingeniería, arquitectura, etc.) podría servir como ejemplo, pero utilizaremos un
oficio, una profesión sencilla a la que a menudo se refiere Sócrates. Un zapatero es aquel que
hace zapatos que los hace bien, se entiende. Cualquiera puede intentar hacerlos, pero
seguramente los hará mal. Zapatero es el que lo hace bien y cuanto mejor lo haga, mejor
zapatero será. Ahora bien, es evidente que solo es capaz de hacer zapatos el que sabe qué es
un zapato, cuáles son los materiales apropiados y la forma adecuada de ensamblarlos.

Análogamente podemos relacionar este ejemplo con el ámbito de la moral. Un hombre justo,
al igual que el buen zapatero, diremos, es aquel que realiza acciones justas, da consejos
justos, dicta leyes justas.

Análogamente habremos de decir, según Sócrates, que solamente es capaz de hacer leyes,
acciones, consejos justos aquel que sabe que es la justicia. Alguien puede actuar justamente
sin saber que es la justicia, pero en tal supuesto se tratará de un acierto puramente casual o en
un ámbito limitado.También en el caso de las actividades técnicas pueden darse aciertos
casuales. Y así como el que acierta por casualidad con un remedio para una dolencia no
puede ser considerado médico, ya que desconoce el oficio, así tampoco puede decirse que es
justo quien realiza acciones justas sin saber que es la justicia. El intelectualismo moral lleva a
la siguiente paradoja. Paradoja: razonamiento lógico perfectamente válido pero que el sentido
común te impide aceptar esa conclusión. Un buen arquitecto es aquel que sabe hacer
edificios. Por tanto, aquel que sabiendo hacer bien un edificio lo hace mal intencionadamente
es mejor arquitecto que el que lo hace mal porque no sabe hacerlo bien. Por analogía se
debería concluir que el que obra injustamente sabiéndolo Es más justo que el que lo hace por
ignorancia. El sentido común y la sensibilidad moral se revelan ante esta conclusión
inevitable.

Sócrates propone esta paradoja en un diálogo de platón, el Hipias Menor, con toda la crudeza,
pero también con toda ironía.

La conclusión alcanzada, si alguien cometer injusticia sabiéndolo sería más justo que otro que
la cometida sin saberlo, es correcta, pero plantea un caso teóricamente imposible: nadie obra
mal a sabiendas de que obra mal, ya que el conocimiento de la virtud es condición no solo
necesaria, sino también suficiente para una conducta virtuosa.
Por tanto ante el hipotético caso de alguien que hablara mal intencionadamente, Sócrates
respondería una y 1000 veces que tal sujeto no sabía realmente qué hora va mal, por más que
pensara que lo sabía: de haberlo sabido, no podría haber obrado mal en absoluto.

Nadie, pues, obra más voluntariamente. El que obra mal lo hace sin querer. En el
intelectualismo socrático no hay lugar para las ideas de pescado o de culpa. El que obra mal
no es, en realidad, culpable, sino ignorante.

Virtud y felicidad

Sócrates exhorta a los atenienses a la virtud, convencido de que esta es el bien supremo para
el ser humano bien preferible, incluso, a la propia vida. En la apología, de platón, Sócrates
aparece pronunciando las siguientes palabras: “Te equivocas amigo, si crees que un hombre,
a poco que valga, has de tomar en consideración el peligro de vivir o morir, solamente
admirar, más bien, cuando actúa, si su acción es justo injusta, si es la acción de un hombre
bueno o de uno malo”. Ni la vida, ni el propio cuerpo ni los bienes materiales son preferibles
en ningún caso a la virtud.
La consideración de la virtud como bien máximo, como criterio supremo de nuestra
conducta, no es en Sócrates una forma de rigorismo ascético que no tenga en cuenta la
felicidad. Sócrates conecta la virtud con la felicidad. La virtud, dice Sócrates también en la
apología, de platón, no proviene de las riquezas, sino al contrario: es la virtud la que hace que
las riquezas y la salud y el resto de las cosas resulten auténticos bienes para el ser humano. El
último mensaje de Sócrates a sus conciudadanos es que no hay felicidad sin virtud, mientras
que con virtud puede haber y hay felicidad.

Además el principio socrático dice que nunca se debe obrar injustamente, nunca se debe
actuar con justicia contra los demás, ni siquiera cuando uno ha sido tratado injustamente por
ellos. Con este principio se ponía Sócrates de modo expreso a la tradicional ley de talión, al
“ojo por ojo y diente por diente”, a la institucionalización de la venganza y de la represalia:
nunca, proclamaba Sócrates, se debe devolver daño por daño, ni injusticia por injusticia.

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