Masculinidad Feminsita Bell Hooks 6pgs

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12.

Masculinidad feminista

Cuando el movimiento feminista contemporáneo empe-


zó a andar, había una feroz facción antihombres. Muchas
mujeres heterosexuales llegaron al movimiento desde
relaciones en las que los hombres eran crueles, desagra-
dables, violentos e infieles. Algunos de ellos eran pensa-
dores radicales que participaban en movimientos por la
justicia social y hablaban en nombre de los trabajadores y
los pobres, o sobre justicia racial. Pero en lo que se refería
a la cuestión del género eran tan sexistas como los con-
servadores. Algunas mujeres llegaron rabiosas por esas
relaciones y utilizaron esa rabia como catalizador para la
liberación de las mujeres. A medida que el movimiento
fue avanzando y el pensamiento feminista fue evolucio-
nando, algunas activistas feministas visionarias entendie-
ron que los hombres no eran el problema, que el problema
estaba en el patriarcado, el sexismo y la dominación mas-
culina. Era difícil enfrentarse a la realidad de que el pro-
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blema no radicaba solo en los hombres. Hacerlo requería


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una teorización más compleja; requería admitir el papel


que desempeñan las mujeres en el mantenimiento y la
perpetuación del sexismo. A medida que más mujeres se
alejaban de relaciones destructivas con hombres era más
fácil ver la imagen completa. Se hizo evidente que incluso
si algunos hombres se desprendían de los privilegios del
sistema patriarcal, el sexismo y la dominación masculina

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94 El feminismo es para todo el mundo

permanecerían intactos y las mujeres seguirían estando


explotadas u oprimidas.
Los medios de comunicación de masas conservado-
res representaban constantemente a las feministas como
mujeres que odiaban a los hombres. Y cuando había una
facción o sentimiento antihombres en el movimiento, lo
resaltaban como una manera de desacreditar al feminis-
mo. Como parte del retrato de las feministas como muje-
res que odiaban a los hombres, también decían que todas
las feministas eran lesbianas. Al apelar a la homofobia,
los medios de comunicación intensificaron el sentimien-
to antifeminista entre los hombres. Antes de que el mo-
vimiento feminista contemporáneo cumpliera diez años,
las pensadoras feministas empezaron a hablar de cómo
perjudicaba a los hombres el patriarcado. Sin modificar
nuestra encarnizada crítica a la dominación masculina, la
política feminista se amplió para incluir el reconocimien-
to de que el patriarcado arrancaba ciertos derechos a los
hombres al imponerles una identidad masculina sexista.
Los hombres antifeministas siempre han tenido una
potente voz pública. Los hombres que temían y odiaban
el pensamiento feminista y a las activistas feministas no
tardaron en aunar su fuerza colectiva y atacar al movi-
miento. Pero desde los inicios del movimiento, también
hubo un pequeño grupo de hombres que reconoció que el
movimiento feminista era un movimiento por la justicia
social tan válido como todos los demás movimientos ra-
dicales de la historia de nuestro país que habían apoyado
los hombres. Estos hombres se convirtieron en camaradas
de nuestra lucha y en nuestros aliados. Con frecuencia,
algunas mujeres heterosexuales activas en el movimien-
to tenían relaciones íntimas con hombres que estaban
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luchando por asumir el feminismo; si estos hombres no


afrontaban el reto de convertirse al pensamiento feminis-
ta, corrían el riesgo de que acabara su relación.
A las facciones antihombres dentro del movimiento fe-
minista les molestaba la presencia de hombres antisexis-
tas, porque contrarrestaba la idea de que todos los hom-
bres son opresores o de que todos los hombres odian a las
mujeres. Polarizar a hombres y mujeres y encasillarnos en
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categorías claras de opresor/oprimida promovía los inte-


reses de las mujeres feministas que buscaban una mayor
movilidad de clase y acceso a formas de poder patriarcal.
Retrataban a todos los hombres como el enemigo para re-
presentar a todas las mujeres como víctimas. Poner el foco
en los hombres desviaba la atención sobre los privilegios
de clase de algunas activistas feministas, así como de su
deseo de aumentar su poder de clase. Estas activistas, que
invitaban a todas las mujeres a rechazar a los hombres, se
negaban a fijarse tanto en los vínculos afectivos que las
mujeres compartían con los hombres como en los lazos
económicos y emocionales (independientemente de que
fueran positivos o negativos) que ataban a las mujeres a
los hombres sexistas.
Las feministas que pedían que se reconociera a los
hombres como camaradas en la lucha nunca recibían la
atención de los medios de comunicación de masas. Nues-
tro trabajo teórico, que criticaba la demonización de los
hombres como el enemigo, no cambió la perspectiva de
las mujeres que eran antihombres. Y las representaciones
negativas de la masculinidad dieron pie al desarrollo de
un movimiento de hombres que era antimujeres, y que re-
flejaba de muchas maneras los aspectos más negativos del
movimiento de mujeres. Al escribir sobre el «movimiento
de liberación de los hombres» llamé la atención sobre el
oportunismo en el que se apoyaba:

Estos hombres se identificaban a sí mismos como vícti-


mas del sexismo y trabajaban para liberar a los hombres.
Identificaban los rígidos roles sexuales como el origen
principal de su victimización y, aunque querían cambiar
la noción de masculinidad, no estaban especialmente
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preocupados por la explotación sexista y la opresión de


las mujeres.

Aunque las facciones antihombres nunca fueron numero-


sas dentro del movimiento feminista, ha sido difícil cam-
biar la imagen de las feministas como mujeres que odian
a los hombres en el imaginario colectivo. Por supuesto,
caracterizar al feminismo como un movimiento que odia a
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los hombres permitía a los hombres desviar la atención de


su responsabilidad en el mantenimiento de la dominación
masculina. Si la teoría feminista hubiese ofrecido visiones
más liberadoras de la masculinidad, nadie habría podido
rechazar al movimiento por considerarlo antihombres. La
teoría feminista no solo no abordaba de manera efectiva
la cuestión de qué pueden hacer los hombres para ser an-
tisexistas sino que tampoco explicaba en qué consistiría
una masculinidad alternativa; y ello alejó, de forma pre-
ocupante, a muchos hombres y mujeres. Con frecuencia,
la única alternativa a la masculinidad patriarcal presen-
tada por el movimiento feminista o por el movimiento de
hombres eran hombres que se volvían más «femeninos».
La idea de lo femenino que se evocaba procedía del pensa-
miento sexista y no representaba una alternativa al mismo.
Lo que era y sigue siendo necesario es una visión de
la masculinidad en la que la autoestima y el amor a uno
mismo como ser único formen la base de la identidad. Las
culturas de la dominación atacan la autoestima y la susti-
tuyen por una idea de que obtenemos nuestro sentido de
ser a partir del dominio de otros y otras. La masculinidad
patriarcal enseña a los hombres que su conciencia de sí
mismos y su identidad, su razón de ser, reside en su ca-
pacidad para dominar a otros y otras. Para cambiar esto,
los hombres deben criticar y desafiar la dominación mas-
culina sobre el planeta, sobre hombres con menos poder,
sobre mujeres, niñas y niños; y también deben tener una
visión clara de qué podría ser una masculinidad feminis-
ta. ¿Cómo transformarse en algo que no puedes imaginar?
Las pensadoras y los pensadores feministas todavía tie-
nen que desbrozar esa imagen.
Como sucede a menudo en los movimientos revolu-
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cionarios por la justicia social, se nos da mejor nombrar


el problema que visualizar la solución. Sabemos que la
masculinidad patriarcal anima a los hombres a ser pa-
tológicamente narcisistas, infantiles y psicológicamente
dependientes de los privilegios que reciben (por muy
relativos que sean) por el simple hecho de haber nacido
hombres. Muchos hombres sienten que sus vidas se ven
amenazadas si se les priva de esos privilegios, al no haber
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estructurado otra identidad central significativa. Este es


el motivo por el que el movimiento de hombres intentó
enseñar a los hombres cómo volver a conectar con sus sen-
timientos, recuperar al niño interior perdido y alimentar
su alma, su crecimiento espiritual.
No hay mucha literatura feminista dirigida a los chi-
cos, que les haga saber cómo pueden construir una iden-
tidad que no esté arraigada en el sexismo. Los hombres
antisexistas no han trabajado propuestas educativas de
cara al desarrollo de una conciencia crítica centradas en
la infancia masculina o en los chicos adolescentes. Como
consecuencia de esta laguna, ahora que se está prestando
atención a nivel nacional a los debates sobre la educación
de los niños varones, las perspectivas feministas rara vez
o prácticamente nunca forman parte del debate. De mane-
ra trágica, estamos presenciando un resurgimiento de su-
puestos misóginos dañinos, como que las madres no pue-
den educar hijos varones sanos, o que los niños varones
«se benefician» de las nociones patriarcales y militaristas
de la masculinidad ya que hacen hincapié en la disciplina
y en la obediencia a la autoridad. Los niños necesitan una
autoestima sana. Necesitan amor. Y una política feminista
sabia y amorosa puede ser lo único capaz de salvar las
vidas de los niños varones. El patriarcado no los curará; si
así fuera, ya estarían todos bien.
La mayoría de los hombres de este país se sienten preo-
cupados por la naturaleza de su identidad. A pesar de que
se aferran al patriarcado, empiezan a intuir que es parte
del problema. La falta de empleo, la insatisfacción ante el
trabajo asalariado y el aumento del poder de clase de las
mujeres han hecho difícil saber cuál es su sitio a los hom-
bres no ricos y no dominantes. El patriarcado capitalista
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supremacista blanco no puede proporcionar todo lo que


ha prometido. La angustia de muchos hombres proviene
de su incapacidad de abrazar las críticas liberadoras que
podrían permitirles afrontar el hecho de que esas prome-
sas están basadas en la injusticia y en la dominación y de
que incluso cuando se cumplen tampoco conducen a los
hombres a la «gloria». Al criticar las bases de su posible li-
beración a la vez que reinscriben las formas de pensar del
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patriarcado capitalista supremacista blanco —que ahogan


su espíritu—, están tan perdidos como muchos niños.
Una visión feminista que incorpore la masculinidad
feminista, que acoja a los niños varones y a los hombres y
que exija en su nombre todos los derechos que deseamos
para las niñas y las mujeres puede constituir un nuevo
hombre estadounidense. En primer luegar, el pensamiento
feminista nos enseña a todas las personas cómo amar la jus-
ticia y la libertad de tal modo que promuevan y reafirmen
la vida. Está claro que necesitamos nuevas estrategias, nue-
vas teorías, nuevos caminos que nos muestren cómo crear
un mundo en el que prospere la masculinidad feminista.

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