Yepez - Ciencia Valores Verdad

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FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA.

EUNSA. Pamplona España. 2000


Ricardo Yepes Stork.

5. LA CIENCIA, LOS VALORES Y LA VERDAD

5.1 EL CONOCIMIENTO TEÓRICO: LA CIENCIA

En los capítulos precedentes hemos empezado a descubrir qué es el hombre considerando


su tener físico y cognoscitivo. El estatuto práctico del tener fisico ha sido desarrollado en el
capítulo anterior, mientras que en los dos primeros tratamos de las facultades cognoscítivas.
En efecto, cuando se ejerce el conocimiento, éste puede ser de dos clases: teórico y práctico.
El primero da lugar a la ciencia; y el segundo es empleado para llevar a cabo la acción
humana. Son dos clases distintas de conocimiento, aunque íntimamente relacionadas entre
sí. Advertir esta diferencia evita el error, frecuente en el racionalismo 1, de confundir teoría y
práctica aplicando el estatuto propio de la primera a la segunda.

En este capítulo vamos a ocupamos en primer lugar de la ciencia y después de la acción


humana y de los modelos en los que ésta se basa. Son cuestiones que remiten de modo
natural al problema de la verdad teórica y práctica. El conocimiento de la verdad, en sus dos
vertientes, constituye una gran tarea humana, sobre la que se funda el uso de la libertad.
Mas, antes de hablar de la verdad, es preciso esclarecer suficientemente el estatuto
antropológico del conocimiento teórico y práctico.

La ciencia es la más importante realización del hombre moderno, pues le ha permitido llevar a
cabo la transformación del mundo. Una aproximación a ella exige el máximo respeto, y la
convicción de que quizá alberga en sí lo mejor que el talento humano ha producido. En el
siglo XVII, el descubrimiento y la aplicación sistemática del modelo fisico-matemático dio
origen a un cambio de mentalidad que ha configurado toda la Edad Moderna europea. Creció
entonces en Europa la confianza en la razón 2 y se desarrollaron de modo más rápido e
intenso las ciencias fisico-experimentales y, a partir del siglo XIX, las ciencias sociales.

Importa destacar ahora tres rasgos de la mentalidad que acompañó a ese desarrollo: 1) la
convicción de que en la ciencia se daba un progreso lineal y ascendente, garantizado por
métodos racionales, lo cual nos remite al método científico; 2) la convicción de que la ciencia
era un modo de conocimiento privilegiado sobre todos los demás, lo cual nos remite al lugar
de la ciencia en el conocimiento humano; 3) la convicción de que aplicando la ciencia era
posible conseguir un progreso indefinido en el mundo humano, lo cual nos remite a los límites
de ese progreso. Estas tres convicciones han sido hoy en buena parte superadas, y
sustituidas por otras que resumiremos a continuación.

5. 1. 1. El método científico.

1 El racionalismo ha conformado durante mucho tiempo en Europa, principalmente en los siglos XVII al XIX, el
modo de concebir la ciencia, la moral, el derecho y la política, etc. Cfr. F. CARPINTERO, Una introducción a la
ciencia jurídica, cit., 23-8 1; G. SABINE, Historia de la teoría política, FCE, México, 1991, 315-320.
2 Este proceso, y sus dimensiones culturales, está bien resumido en P. HAZARD, El pensamiento europeo en el
si-alo XVIII. Guadarrama- Madrid- 1991 U-4R

1
Hoy en día parece que no es verdad que en la ciencia se dé un progreso lineal y ascendente:
no avanza por acumulación indefinida de conocimientos, sino con el auxilio de unos métodos
que no siempre dan resultados satisfactorios y en ella influyen factores aleatorios de todo tipo
(económicos, políticos, culturales o ideológicos).

El método más corriente en la ciencia es el hipotético-deductivo: parte de la observación, con


los datos que adquiere elabora un modelo interpretativo, y procede a corregir el modelo inicial
a partir de nuevas observaciones. La metodología de las ciencias experimentales permite
alcanzar una explicación de aspectos de la realidad: los datos de los que se sirve son siempre
parte, enfoques, de la realidad que tiene como objeto. Con la información obtenida se
construyen teorías que deberán ser verificadas por medio de la experimentación. Las teorías
no son un reflejo directo de la realidad; son más bien un entramado abstracto, una red de
modelos. Cualquier teoría es un reflejo de lo real por medio de ecuaciones, cantidades,
medidas. La realidad no son números, lo conseguido por la ciencia sí. Por eso hay que insistir
en que existe un conocimiento espontáneo y previo a la ciencia, y que ésta es parte de ese
conocimiento, un desarrollo concreto de él.

Los numerosos partidarios del método hipotético-deductivo están convencidos de que la


ciencia no avanza tanto por acumulación progresiva de conocimientos, como siguiendo el
método estudiado por Popper de ensayo y eliminación de errores. Según él, un investigador
no debe justificar sus nuevas teorías, sino que está obligado a ser crítico con ellas y a buscar
su refutación. Saber que algo es falso es un avance en el conocimiento, pues se ha evitado
una apariencia. Cuantos más ataques supere, más verdadera será, aunque nunca estaremos
seguros de la verdad de nada. La propuesta es más bien negativa, crítica. Parece decir:
«antes de que otros ataquen tus hipótesis, atácalas tú mismo» 3. A fin de cuentas, la falsedad
es posible, mientras que la verdad se acaba convirtiendo en una búsqueda sin término.

Sin embargo, las teorías científicas tienen cierta validez, pues permiten alcanzar una
explicación de algunos aspectos de la realidad. De un modo positivo, esto quiere decir que la
realidad es mucho más rica que el modelo científico que nos ayuda a conocerla y por eso
dicho modelo es modificable. A la hora de elegir entre dos modelos científicos, debemos elegir
el que tenga mayor poder de explicación de lo observado, mayor poder de predecir las
consecuencias que se seguirán de] fenómeno descrito, y mayor capacidad de converger con
otras teorías independientes de él4.

1.2. Ciencia y conocimientos: cientifismo

Hoy nadie duda de la extraordinaria importancia de la ciencia. Para muchos «Conocimiento


significa conocimiento científico»5. Quizá es conveniente dar algunas pautas para evitar
exageraciones.

La ciencia en el mundo moderno tiene un inmenso poderío que, en buena parte, procede de
que la ciencia permite al hombre intervenir eficazmente en los procesos físicos cuyas leyes va
descubriendo. Esa intervención modifica esos procesos, poniéndolos bajo el control humano,
convirtiendo al hombre en «señor» de la realidad. Así, la ciencia pasa de ser un saber teórico
a ser uno práctico: la técnica. La ciencia es la condición que posibilita el avance de la
tecnología.
3 Cfr. J. Corcó, Novedades en el universo. La cosmovisión emergentista de K Popper, EUNSA, Pamplona, 1996,
59 y ss.
4 N. López Moratalla, Deontología biológica, cit., 137-143.
5 R. SPAEMANN, Lo natural y lo racional, cit., 65.

2
Fue el entrever ese poder lo que fascinó a los hombres de los siglos anteriores. Por eso
pensaban que era el conocimiento humano más privilegiado, y concebían la vida humana
como un grandioso hacer6. Así apareció el homofaber. El descubrimiento de la exactitud y el
poder de predicción de este tipo de conocimiento lo hizo aparecer a los ojos de estos
hombres como el único fiable. Esta última idea se ha incorporado en buena medida a la
mentalidad actual: «existe en el mundo científico una reticencia bastante generalizada ( ... ): la
desconfianza, la inseguridad ante todo conocimiento, toda argumentación, ante todo aquello
que por su propia naturaleza no es susceptible de un tratamiento científico-experimental; ante
lo que de suyo no es verificable midiéndolo o pesándolo»7.

La ciencia, como conocimiento riguroso, atado a lo empírico, a lo que es


experimentable, puede propiciar el desprecio de otros modos de conocimiento, que serían
considerados «poco serios». Este exceso y unilateralidad en la valoración de la ciencia, fruto
en muchos casos de su propia especialización, puede llegar a conformar una actitud explícita
que defienda y trate de reducir todo el conocimiento humano a los proporcionados por ella.
Eso es el «cientifismo».

El primer despreciado por el cientifismo es el conocimiento espontáneo, la experiencia


precientífica, propia de la vida cotidiana. Tal vez no se dan cuenta de que sin este
conocimiento espontáneo de la situación en la que uno ya se encuentra no se puede vivir ni
actuar. La experiencia científica se basa en la experiencia precientífica. Y es que no todo es
ciencia y razón, sino vida y tiempo: «La diferencia fundamental entre ambos niveles es que en
la ciencia se buscan conscientemente los errores de los modelos científicos. En la experiencia
precientífica los errores aparecen solos, se nos muestran sin que los busquemos» 8. La vida
no es una máquina lógica, que funcione con exactitud milimétrica, sino que en el orden hay un
lugar para el desorden e, incluso, a menudo parece que es este último quien impera.

Cualquier científico es un hombre que tiene una vida real y concreta, y además una
determinada visión del mundo, unos valores que persigue y que toma como criterio de sus
decisiones libres: la ciencia no es aséptica. Un científico, si está colaborando en un proyecto
nuclear para desarrollar armas de destrucción masiva, no puede justificarse simplemente
diciendo que él se limita a hacer formulaciones de fisica. Tan es así la influencia de la vida de
los propios científicos, que la creatividad de los genios es un factor de primera magnitud en el
avance científico y en el diseño de nuevas teorías generales que cambian lo tenido hasta
entonces por inamovible (Newton, Einstein, etc.).

Ni siquiera en la ciencia todas las motivaciones son científicas. Así se pone de relieve la
importancia del conocimiento que se pregunta por el sentido de las cosas y busca la visión
global. Preguntas como «¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?»
no pueden ser respondidas por la ciencia positiva; están más allá de la ciencia, por ellas hay
que arbitrar otros modos de saber.

La conducta humana no admite un tratamiento puramente científico pues la persona escapa a


sus métodos. Por un lado, la ciencia versa sobre lo general y lo abstracto. En cambio, lo
propio de la persona es lo singular y su intimidad. Las leyes no reflejan la singularidad de

6 H. ARENDT, La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993, 340 y ss.


7 N. López Moratalla, Deontología biológica, cit., 132.
8 A. Llano. “Ciencia y vida humana en la sociedad tecnológica” en López Moratalla y otros Deontología biológica
ct.132

3
cada quien. Por otro, en la conducta humana lo primero son los fines; por tanto, a la persona
le importa el sentido de las cosas, su significado natural y propio. Sin embargo, el método
científico busca ante todo la descripción cuantitativa y analítica de sus objetos de estudio,
incluidas las situaciones humanas y sus explicaciones, que nos remiten a las condiciones
iniciales de los procesos9. Esta mirada va hacia atrás, hacia cómo empezaron las cosas, y no
mira hacia adelante, hacia el fin. Así desaparece la teleología (el sentido) de la explicación de
lo humano, quedando estas cuestiones reducidas al ámbito de la irracionalidad, de lo privado
y subjetivo, estableciendo una trágica dicotomía entre el ámbito científico-técnico y la libertad
y la moral de las personas singulares.

5.1.3. Progreso y especialización

El sueño del progreso lineal e indefinido producido por el desarrollo científico fue generalizado
en la segunda mitad del siglo XIX, gracias a un clima de gran optimismo: desde 1870 a 1914
apenas hubo en Europa conflictos bélicos, la ciencia avanzó mucho, etc. Sin embargo, en
1914 se produce la quiebra de este ideal decimonónico, como consecuencia de la Primera
Guerra Mundial y de la nueva situación histórica. La ciencia no asegura el bien del progreso ni
la civilidad de los pueblos. Incluso su crecimiento puede ser grandemente dañino (armas,
muertes en masa, etc.). Con el abandono del gran mito del progreso indefinido se genera un
problema nuevo: la unidad de la ciencia y su consideración global. Hoy en día, la ciencia está
muy afectada por el fenómeno de la especialización. Ha crecido tanto que resulta
completamente inabarcable, no se puede dominar con facilidad, y la comprensión del sentido
de los avances científicos resulta dificil.

Este crecimiento de la especialización hace progresar más la ciencia, pero genera problemas
nuevos como la acumulación de conocimientos y su manejo, y su sentido humano 10. ¿Cómo
adquirir una visión global de la ciencia? Se supone que esa tarea corresponde a la
universidad, pero ésta ya no proporciona visiones globales, sino completamente centradas en
aspectos parciales, aislados. La ciencia como comunidad de saber desaparece en la
especialización y en el exceso de información a que está sometida la humanidad. «El
humanismo es precisamente ese saber unitario»11, que permite adquirir una visión de conjunto
de todos los saberes y armonizarlos entre sí 12, a partir de una visión más general del hombre
y del mundo.

Se trata, en definitiva, de transmitir no sólo ciencia, sino cultura, en sentido estricto. El


incremento exterior de la ciencia termina perdiendo su sentido si no hay también un
incremento interior al hombre: la ciencia, como la técnica, recibe su medida del hombre; ha de
crecer y transmitirse de modo que éste pueda aprenderla y darle un sentido.

5.2. EL CONOCIMIENTO PRÁCTICO Y LA ACCIÓN HUMANA

El conocimiento práctico es aquel que versa sobre las acciones humanas «esta tarde iré al
cine», «quiero irme de vacaciones», «prefiero cerveza», etc. Tiene una característica especial:
es la aplicación del conocimiento intelectual a la concreta situación en las que cada uno se
encuentra. Las acciones humanas tienen lugar en la realidad concreta y singular, en el hoy y

9 L. Polo, Introducción a la filosofía, cit., 122.


10 R. Yepes Stork, Entender el mundo de hoy, cit., 93-105.
11 A. Llano, La nueva sensibilidad, cit., 186.
12 J. H. Newman, The idea of an University, Notre Dame University Press, 1986, 94.

4
en el ahora. Las grandes teorías, para ser eficaces, han de ser traducibles a la concreción
propia de la existencia humana.

Los clásicos acuñaron el concepto de razón práctica 13 para referirse al empleo de la razón
como reguladora de la conducta, por oposición a la razón teórica. El análisis del conocimiento
práctico exige mostrar los elementos que intervienen en la acción humana 14. En este proceso
tiene un papel principal la voluntad: una acción es humana en cuanto que resulta de una
elección de la voluntad, por ser querida por el sujeto que actúa. Respirar no es algo que
pertenezca a la razón práctica; ser fiel a la palabra dada, en cambio, sí. Los elementos de la
acción práctica son los siguientes:

1. El fin. La acción comienza cuando las potencias del hombre tienden a un determinado
fin: llegar a comer a casa, estudiar una carrera, viajar a Barcelona, buscar la felicidad,
etc. Lo primero en la acción es el fin: según lo que elijamos como fin desarrollaremos
una conducta u otra. Así, el fin es lo primero que aparece y lo último que se
consigue15, el motor de arranque de la acción, aquello que «provoca» que el hombre
se ponga en marcha. Si faltan los fines aparecen el aburrimiento, el tedio, el
sinsentido. Estar aburrido es tener por delante un tiempo que no podemos estructurar,
al que no podemos dar un sentido, una tarea.
2. La deliberación y la prudencia. Captar el fin produce una deliberación acerca de cómo
realizar la acción, es decir, de qué medios se dispone para conseguir lo querido, qué
circunstancias concurren, etc. Aquí se incluye todo lo que designan términos como
consejo, asesoramiento, consultoría, análisis de situaciones, etc. Esta fase de la
acción puede tener gran complejidad cuando no se conocen las circunstancias 16. La
prudencia es la virtud que permite llevar a cabo con acierto esta deliberación. Ser
prudente es acertar sobre lo que conviene hacer y sobre el modo de hacerlo. Esta
virtud ayuda a captar rectamente qué es en general bueno para el hombre, qué es lo
natural y lo conveniente para él. Además, sirve para captar si una acción concreta
favorece o perjudica a ese hombre concreto y, por último, por medio de ella podemos
valorar las circunstancias que favorecen o dificultan la acción para modificar el plan
que tengamos, para la consecución del fin que se nos aparece como bueno. Un
ejemplo puede ilustrar: quiero estudiar una carrera universitaria porque me gustaría
tener cargos de dirección de empresas en el futuro; eso me exige un buen expediente
y adquirir unos hábitos de trabajo serios; se me presenta la oportunidad de realizar un
viaje turístico poco antes de exámenes; considerando que eso es un fin placentero
pero que entra en contradicción con el fin dominante en este momento de mi vida,
decido quedarme a estudiar.
3. La decisión. Es el último paso que hemos señalado en el ejemplo anterior. Una vez
hecha la deliberación acerca de los medios, se elige uno de ellos, se toma la decisión:
me quedo y consigo medios para poder cumplir en el futuro el fin que me he propuesto
o, por el contrario, me voy de viaje, disfruto una semana, y luego decido aspirar a
menos o esperar un milagro académico.

13 La exposición que sigue se inspira en la visión clásica del conocimiento práctico, de la que se puede encontrar
una síntesis en los libros VI y Vil de la Ética a Nicómaco. La visión aristotélica del conocimiento práctico ha sido
reivindicada a partir de 1960 por un gran número de autores, entre los cuales están algunos de los hasta aquí más
citados: R. Spaemann y L. Polo. A ellos se podría añadir L. Strauss, A. MacIntyre, etc.
14 L. Polo, Ética, cit., 213 y ss.
15 «El fin es el principio en las acciones humanas», «es verdad la afirmación de que todo lo que hace el hombre
lo hace por un fin», Tomás De Aquino, Suma Teológica, 1-11, q, 1, a. 1.

16 16. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 11 03b 30.

5
4. La ejecución viene después de la decisión. Mantener la decisión tomada y ponerla en
práctica hasta el final, es algo que cuesta mucho más que decidirse. La ejecución de
las decisiones tiene que ver también con las virtudes morales: la fortaleza, la
constancia, etc.
5. Los resultados. Después de realizar lo decidido, se comprueba que los resultados casi
nunca son exactamente los esperados. Las cosas no suelen salir como uno había
pensado, los fines pueden no alcanzarse, los medios pueden resultar inadecuados, la
decisión errónea, etc. Una de las características más claras de la acción humana es la
diferencia entre las expectativas y los resultados. El conocimiento práctico se
diferencia del teórico en que tiene que prestar atención a las contingencias, que
pueden echar por tierra los planes teóricamente más perfectos, y debe tener en cuenta
la debilidad humana. La realidad es rebelde a la mejor teoría. Es imprevisible,
mudable, aleatoria. La razón práctica tiene que ser consciente de sus límites,
modesta, tiene que saber que puede fallar17 Lo finito es imperfecto, y sólo llega a ser
perfecto a base de rectificarlo.
6. La corrección. En la acción humana se hace necesario, por tanto, introducir los
resultados obtenidos, hacer balance de la situación y corregir las previsiones iniciales.
Esos resultados (por ejemplo, un examen con mala calificación, una operación de
venta fracasada, etc.) obligan muchas veces a cambiar el plan de trabajo y los
objetivos. Para ello hay que actuar cibernéticamente, es decir, aprender de los propios
errores para rectificar el rumbo de la acción. La razón práctica humana es una razón
corregida18, que vuelve sobre sí para rectificarlas decisiones. Quien no sabe rectificar,
es un terco o un teórico, pero ni se conoce ni conoce la realidad y chocará con ella.
«Rectiflicar es de sabios», es decir, de prudentes. El hombre es capaz de aprender de
sus errores.
7. Las consecuencias. En la acción hay que tener en cuenta no sólo el resultado, sino
también sus consecuencias: las acciones tienen efectos no previstos. La
consideración de los efectos secundarios tiene una gran importancia (basta pensar en
los medicamentos, en la economía, etc.).

5.3. LOS VALORES Y MODELOS DE CONDUCTA

En todas las fases de la acción intervienen unos criterios previos que uno tiene ya formados
antes de actuar, y de los que parte para elegir el fin, escoger unos u otros medios, etc. Los
llamaremos valores. Se caracterizan porque valen por sí mismos: lo demás vale por
referencia a ellos. Son aquello que nos dice lo que cada cosa significa para nosotros. Por
ejemplo, un cordero asado se puede valorar de varios modos. Un amante de la buena mesa
buscará si está bien cocinado, si sabe bien, etc. Aquel a quien le preocupa la salud mirará el
grado de colesterol que tiene y las calorías, y quizá se conforme con una ensalada, etc. Todos
actuamos contando ya según unos valores determinados que pueden ser muy variados.
- la utilidad, que busca ante todo que las cosas funcionen;
- la belleza, que quiere que las cosas estén adornadas, en su sitio, que sean armónicas, que
sean perfectas;
- el poder: tener autoridad y dominio sobre territorios, seres naturales, cosas y personas;
- el dinero: el que siempre se pregunta ¿cuánto puedo ganar con esa acción, con ese trabajo,
con ese esfuerzo? sólo se mueve cuando hay dinero por medio;

17 17. D. Innerarirty, «Poética de la compasión», en Comunicación y sociedad, Vil/2, 1994, 67.

18 F. INCIARTE, El reto del positivismo lógico, Riaip, Madrid, 1973, 183.

6
- la familia: mi hogar y mi gente, los míos son los valores en tomo a los cuales se construyen
muchas vidas humanas;
- la patria, la tradición: son valores referidos a la colectividad que nos ha visto nacer;
- la sabiduría, o el valor de buscar comprender el sentido de las cosas;
- la destreza técnica, o la habilidad para ejecutar determinadas acciones; cte.

Los valores se toman de los fines de la acción y, a menudo, esos fines son los valores que
cada uno tiene, pues éstos son los distintos modos de concretar la verdad y el bien que
constituyen los fines naturales del hombre. Si resulta que de los valores que yo tenga
depende lo que tome por verdad o bien para mi vida, es máximamente apremiante el
preguntarse cuáles son los valores por los que cada uno se rige. Un error en este campo
acabaría siendo fatal: construir la propia vida sobre un error es el origen del fracaso.

Los valores se suelen materializar en símbolos, que se respetan por lo que representan: la
bandera, las imágenes religiosas, las fotos de familia, los colores del equipo, etc., son
símbolos de los valores que uno defiende. El símbolo hace presente la realidad valorada. Los
símbolos de los valores también pueden aparecer en modelos de conducta: a alguien puede
gustarle ser enfermera, o actor de cine, o parecerse a su padre, o tener un ideal que ha visto
encarnado en alguien a quien quiere, etc. Los valores no se transmiten por medio de
discursos teóricos y fríos, sino a través de modelos vivos y reales, que se presentan, se
aprenden y se imitan. No hay valor sin su modelo correspondiente.

El modelo que realiza un valor puede presentarse en primer lugar como héroe, como ídolo. El
hombre necesita tener alguien a quien parecerse, a quien admirar e imitar 19. Los héroes son
personas que vivieron una vida llena de plenitud y significado: llegaron, por así decir, a una
cota muy alta de humanidad, y por eso atraen. El héroe invita a realizar lo excelente: su vida
muestra que hay ideales por los que merece la pena arriesgar, dejar de lado las seguridades
grises a cambio de acciones bellas o debidas. Pero esa excelencia no puede ser tan
inasequible que no pueda ser imitada, pues en tal caso ya no servirían como modelos: «la
virtud es la democratización del heroísmo»20, porque con ella todos pueden alcanzar este
estado.

La narrativa suele tratar de héroes. En tiempos de crisis de valores sus personajes son
deconstrucciones del héroe, antihéroes21. La Iglesia también ha concedido gran importancia a
los modelos. Los santos no son otra cosa que héroes religiosos, figuras ejemplares que en
cada época encaman el ideal cristiano. Hoy en día los modelos se han diversificado:
deportistas, «famosos» del mundo del espectáculo, de la moda, de la política, de la gran
empresa, etc. Sin embargo, al cabo los modelos más influyentes en el hombre no debieran
ser esos triunfadores, sino ejemplos más cercanos a la vida cotidiana, que penetran en la
intimidad, porque encaman valores más profundos. Los modelos familiares22, los maestros,
los amigos y aquellas personas a quienes llegamos a admirar a través de una relación estable
(familiar, profesional, etc.), son los que tienen real posibilidad de construir desde su ejemplo,
de edificar nuevas vidas. La responsabilidad de la conducta de esos hombres es, por eso,
muy grande.

19 Cfr. D. Innerarty, «La nueva, tarea del héroe», en íd., Libertad como pasión, EUNSA, Pamplona, 1992, 29.
20 D. Innerarty, «La nueva tarea del héroe», cit., 4 1.
21 Un caso arquetípico es el del Ulises: la versión de Hornero es puro contraste con la de Joyce.
22 A. Polaino-Llorente, «La ausencia del padre y los hijos apátridas en la sociedad actual», en Revista Española
de Pedagogía, 196,1993,453-458.

7
Los hombres que se constituyen en modelos lo hacen por medio de su historia, de la
narración de su existencia y sus hazañas. Contar historias tiene una influencia práctica mayor
que los discursos teóricos en la configuración de los tipos de conducta de los pueblos 23. La
transmisión oral (el cuento narrado por la madre a los hijos antes de que les envuelva el
sueño), la novela, la épica, el drama, el cine, etc., son vehículos para la transmisión de esos
modelos. Por eso el arte narrativo tiene una enorme influencia en la vida humana, pues
genera conductas (el niño quiere ser guerrero, el empresario triunfador despierta ilusiones en
los estudiantes de empresa, el gesto desinteresado de una mujer buena mueve a la atención
mundial hacia las carencias del llamado Tercer Mundo).

Todos los pueblos, desde los más remotos orígenes de la humanidad, han sido educados
mediante narraciones (mitos, sagas, leyendas ... ). En nuestros días, los grandes narradores
son el cine, la televisión, la publicidad. Muchas veces dibujan un mundo idealizado y tratan de
inducir al consumidor a repetir el modelo que ofrece, haciendo que la reacción mimética (de
imitación) se provoque sobre todo a través de la imagen24.

Por qué imitar unos modelos y no otros tiene que ver con la educación y la libertad. La
pregunta por los valores es la pregunta por los modelos: «dime con quien andas y te diré
quién eres», es decir, «dime qué modelo has elegido, quizá sin darte del todo cuenta, y te diré
qué valores aspiras a encarnar». Insistimos: tener modelos no es ni bueno ni malo, es algo
«simplemente humano». La cuestión está en que uno puede acertar o equivocarse en ellos.
Aquí radica la importancia de las modas: ¿por qué elegir un modelo de diversión, de conducta
o de vestido sólo por el hecho de que todos lo hacen? ¿Cuál debe ser mi grado de
independencia? ¿El que todos imiten el mismo modelo convierte a éste en acertado? La
personalidad madura elige por convicción, no sólo por moda. Quien sólo elige los modelos
que triunfan se acerca a la masificación25 y a dejar que otros decidan por él. La educación, en
buena parte, consiste en trasmitir modelos y valores que guíen el conocimiento práctico y la
acción, es decir, que permitan que cada uno sea el guía de sí mismo, desde la verdad del
hombre. Claro que, entonces, se nos abre necesariamente la pregunta acerca de la
posibilidad de que el hombre conozca --o no--algo verdaderamente y, más en concreto, la
verdad acerca de sí mismo. Desde aquí se abriría una amplia consideración sobre cómo
educar26.

5.4. LA VERDAD COMO CONFORMIDAD CON LO REAL

La inteligencia busca el conocimiento de la realidad. Cuando lo logra, alcanza la verdad. La


verdad, por tanto, es el bien propio de la inteligencia, y consiste en la capacidad de abrirse a
lo real. La distinción de dos tipos de conocimiento, teórico y práctico, implica la distinción de
dos tipos de verdad, verdad teórica y verdad práctica.

Verdadero significa que conocemos algo tal y como es. Es decir, hay verdad si se da una
conformidad entre las cosas y nuestro conocimiento acerca de ellas. La verdad es la
conformidad entre la realidad y el pensamiento27. Saber la verdad es no estar engañado,

23 Sobre la importancia de los saberes narrativos, H. ARENDT, La condición humana, cit., 208-
24 Cfr. R. YEPES STORK, Entender el mundo de hoy, cit., 21-3 1.
25 La masificación ha sido uno de los temas favoritos del análisis antropológico del siglo XX: cfr. J. ORTEGA y
GASSET, La rebelión de las masas, Espasa-Calpe, Madrid, 1991.
26 V. GARCíA Hoz, «La práctica de la educación personalizada», en Tratado de educación personalizada, Rialp,
Madrid, 1991, vol. 6.
27 La ampliación y precisión de estas nociones en A. Llano, Gnoseología, cit., 25-35.

8
despertar a la realidad. Las cosas son de una determinada manera: conocer la verdad es
conocer la forma de las cosas, saber «cómo» son28.

Esto supone, por un lado, que las cosas tienen cierta estabilidad, o un determinado modo de
ser que hace que unas se distingan de otras (a eso se le puede llamar esencia o forma). En
segundo lugar, nuestra mente es capaz de descubrir esa coherencia interna del universo, por
ser una forma cognoscible. Es el sentido aristotélico de la verdad: mi mente y la realidad se
adecuan. La verdad es interna al universo y yo tengo acceso a ella. Mi capacidad de razonar
es, si se permite el símil informático, el password que me abre el fichero codificado del
cosmos. Admitir esto tiene indudables ventajas. El universo y la historia se convierten en algo
unitario que puedo entender. El esfuerzo intelectual de la humanidad no sena una serie
discontinua de intentos de creación de sentido en un mundo que no lo tiene, sino la historia
del descubrimiento del sentido que conforma la realidad del mundo, y de la historia y libertad
humanas. Negar que el mundo tiene una lógica, que sea razonable, conduce al escepticismo
y al nihilismo.

5.5. LA VERDAD COMO INSPIRACIÓN

Una verdad que se convierte en fin o criterio de conducta es un valor. La conducta se rige por
valores (si resulta que me gusta mucho la música de Chopin, puedo decidir estudiarla,
aprender a tocar el piano, pagar para recibir clases, y llegar así a tocarla, convirtiendo esa
música en un valor importante para mí). La verdad rige la conducta por medio de los valores.
Ésta es la dimensión práctica de la verdad.

La verdad práctica aparece en la vida del hombre como un hallazgo, que lleva a una
conformación posterior de la propia conducta con lo hallado. La verdad cambia al hombre
cuando éste la encuentra y le llena de inspiración para su vida futura 29. Encontrar la verdad
supone una sorpresa, rompe la rutina. Encontrarse con la verdad es emocionante, sobre todo
cuando se trata de verdades grandes, ésas que determinan la dirección de la propia vida, lo
que voy a decidir qué voy a ser.

La verdad es una realidad con la que nos encontramos, viene experimentada como un
deslumbramiento, pues ella misma -por su elevado contenido de realidad, por otorgar un
sentido a la propia vida- puede entenderse como esplendor. El encuentro con la verdad puede
ser más o menos intenso: podemos encontrar la verdad en un teorema matemático (en este
caso equivale a entenderlo), caer en la cuenta de la importancia de los sentimientos,
encontrar una persona de la que nos enamoramos; descubrir que tenemos una enfermedad
incurable y que vamos a morir; podemos encontrar la verdad en el ejemplo de un sabio, de un
santo, de un hombre de acción; etc. En sentido fuerte es descubrir, identificar y aceptar, con
emoción, cuál es el modelo o la persona conforme a la cual vamos a diseñar nuestra vida. La
experiencia más clara del encuentro con la verdad es la conversión religiosa. En ella, se
encuentra a Dios, Alguien en quien quizá no se creía, y que se presenta de pronto como
Persona que interpela al sujeto y le sale al encuentro.

28 A. MILLÁN-PUELLES, Fundamentos de filosofía, Riaip, Madrid, 1976, 459. Cfr. TOMÁS DE Aquino, La verdad,
selección de textos, introducción, traducción y notas de J. García López, Col. Cuadernos de Anuario Filosófico 19,
Universidad de Navarra, Pamplona, 1995.

29 Se amplia este planteamiento en R. YEPES STORK, Entender el mundo de hov, cit., 53-68.

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La realidad encontrada como verdad conmueve profundamente al hombre. La primera
consecuencia del encuentro es precisamente una cierta conmoción, pues es un descubrir la
realidad que compromete al que encuentra. El ejemplo más clásico es el enamoramiento. La
conmoción del enamoramiento adquiere un verdadero carácter de metanoia, de
transformación interior: me transformo interiormente, descubro que en mi vida ha faltado esa
verdad que he encontrado, verdad sin la cual mí vida anterior parece vacía, pobre, sin
sentido, una pérdida de tiempo.

¿En qué consiste ese cambio provocado por el encuentro? En percibir y aceptar la tarea que
la realidad encontrada me encarga. He de abrirme a una nueva ocupación. El encargo es
novedoso, me cambia. Comienza la aventura: la reorganización de mi vida para dedicarme a
cumplir la tarea que me adviene en el encuentro con la verdad. Me hago cargo de ella porque
se sitúa ante mí: me encarga una misión. La verdad merece ser conquistada, y ésa es la tarea
que aparece como novedad.

Además, el encuentro me dota de inspiración. A partir de entonces «nada es igual». La


inspiración es un impulso para ejercer mi libertad tratando de reproducir y expresar la realidad
con la que me he encontrado, y encamarla en mi vida o en mi obra. La verdad tiene un
carácter dinamizante respecto de nuestro operan Nos hace ver las cosas de otra manera.
Seguir la inspiración es actuar conforme al encargo que ella me da. Si la verdad encontrada
es una persona, resulta máximamente inspirativa. Está el amor por medio. La verdad
entonces llama, porque tiene voz. Es alguien que soy capaz de oír, que está ante mí y efectúa
un vocare, una vocación. Aceptar la propia vocación es dejarse descubrir por la verdad que
inspira, estar dispuesto a aceptar la tarea que se presenta como mejor --como verdadera-
para la propia vida30.

Para que la verdad sea plena, no sólo hay que conocerla, sino también vivirla. No se trata
sólo de entenderla teóricamente, sino de incorporarla a nosotros, de vivir la vida desde la
inspiración que ella nos otorga. Las grandes verdades transforman nuestra vida. Aquí se
puede ver la estrecha relación entre verdad y libertad: la primera es la que da sentido a la
segunda, pues la verdad es el bien que busca una inteligencia libre.

Cuando me encuentro con la verdad, cuando se me manifiesta un trozo del sentido de lo real,
también se pone en marcha mi capacidad creadora, pues hace su aparición la belleza. El
hombre encuentra en la verdad un arranque para su capacidad artística porque la verdad hay
que expresarla, y en cuanto que tiene esplendor es bella. La obra de arte nace de «la
repentina conmoción producida por lo contemplado»31. Las grandes gestas humanas son fruto
de la inspiración que una determinada verdad ha puesto en las vidas de sus protagonistas,
verdad que hace de esas vidas algo digno de ser imitado, algo bello. Toda vida humana
cargada de sentido tiene una verdad inspiradora. El crecimiento del hombre se realiza gracias
a su inspiración en la verdad. Es ella la que enciende las alas de las capacidades humanas.
¿Qué relación hay entre la verdad teórica y la práctica, entre lo que se piensa y lo que se
vive? Existe hoy una separación entre ambos tipos de verdades. Antes, si a uno le
convencían de algo, tenía que cambiar su modo de vida para adecuarlo a esa verdad
aceptada e incorporada, porque teoría y práctica, formaban un bloque compacto (D.
Innerarity): alguien podía estar equivocado, pero era coherente con sus ideas. Hoy esta

30 Para un mayor desarrollo de estas ideas, cfr. R. YEPES STORK, «La persona como fuente de autenticidad»,
Acta Philosophica, vol. 6, fase. 1, 1997, pp. 83- 100.
31 H. KUHN, Wesen und W¡rken des Kunstwerks, Munich, 1960,12.

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relación ya no es tan evidente: se admite que uno pueda mostrar unas ideas radicales acerca
de la sociedad, y al mismo tiempo vivir con el lujo y la tranquilidad de un burgués.

En la actualidad, la autenticidad, la influencia de las convicciones en la conducta práctica, han


dejado de ser éticamente exigibles. Esto quiere decir que el encuentro con la verdad es débil,
que no llega a inspirar la conducta. La autenticidad o coherencia es la armonía entre la verdad
teórica que uno tiene por cierta y la verdad práctica que se refleja en la propia conducta. Si la
verdad teórica y la práctica no tienen nada que ver, ambas se vuelven triviales y no hay modo
de lograr una inspiración seria. Cuanto aquí se ha dicho sobre el encuentro con la verdad
apunta a reforzar la idea de que la verdad encontrada es auténticamente poseída cuando la
conducta es coherente con ella. En caso contrario, esa verdad se vuelve trivíal, y no tiene
interés alguno más allá de la curiosidad, más allá del deseo de apariencia de sabiduría que
suele rodear a los pedantes o a los frívolos. La verdad se convierte así en algo susceptible de
ser sustituido por otra cosa más útil. Si la verdad como admiración no impera, lo que queda es
un terreno abonado para la dictadura de la conveniencia y de la fuerza.

5.6. LAS OBJECIONES CONTRA LA VERDAD

El asunto de la verdad es poco pacífico: no hay nada que provoque mayores discusiones ni
divisiones. En nombre de la verdad a menudo se llevan a cabo empresas heroicas y
sacrificios enormes; pero también se perpetran crímenes y se han cometido injusticias. Nada
puede producir mayor temor que una fuerza política que se llame a sí misma «el partido de la
verdad», pues en ese caso todos los que no piensen como ellos empezarán a ser vistos como
enemigos y, si tal partido llega al poder, no habrá razones para respetarles. La verdad no es
un asunto que pueda tenerse por evidente y tranquilo. Y el problema se agrava cuando se
plantea en el terreno de la práctica. ¿No sería mejor vivir en un mundo sin verdad, sin
exigencias que obliguen a la conciencia de los hombres?, ¿no sería ése un mundo sin
divisiones, aunque fuera al precio de ser un mundo sin contenidos? Así lo plantea el
escepticismo: ¿verdad?, cada uno la suya o, mejor, ninguna. Como mucho plantearlo como
una posibilidad teórica que no comprometa en absoluto. La pregunta pronunciada por Pilatos
«¿qué es la verdad?»32 sigue repitiéndose sin cesar. Su actitud de desprecio hacia ella,
también.

¿Cabe alguna objeción seria frente a la postura escéptica? Ésta objeta lo siguiente: lo que es
verdad para unos no lo es para otros; por tanto, toda verdad es una opinión. La primera frase
sostiene que «nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se
mira». La segunda dice que no hay verdad, sino sólo apariencia de verdad. Así, se afirma que
lo que para unos hombres es un valor, para otros es un contravalor- por tanto no hay valores
universales, comunes para todos, ni tampoco verdades universales, Es como si cada uno
tuviera, desde sí mismo, que decidir sobre qué cosas van a constituir la verdad para él. Se
parte de una desconfianza radical a las capacidades del propio conocimiento, que nos
engaña, nos representa un mundo que es válido sólo para nosotros. Lo que resulta de ahí es
el escepticismo33, la postura que afirma que la verdad no está al alcance del hombre: el
hombre no es capaz de verdad, debe conformarse con opiniones ir más o menos plausibles,
pues su conocimiento es débil y -quizá- la realidad que está al alcance de su conocimiento,
también.
32 Evangelio según San Juan, 18, 38.
33 Ya en la Antigüedad clásica el escepticismo adquirió una notable madurez intelectual. Pirrón, fundador de esta
escuela, lo expresó así: «todo me da lo mismo, porque todo es igual». Cfr. J. CHEVALIER,Historia del
pensamiento, cit., vol. 1, 439-445.

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Pero el escepticismo total es muy difícil de mantener, no puede ser riguroso. ¿Por qué?
Porque el escéptico actúa contando ya con la verdad, pues al decir esa doctrina la dice
convencido de que los demás entienden lo que él dice, de que tiene alguna razón al decirlo,
de que no es lo mismo decirlo que no decirlo, o de que la quiere abrir los ojos a los que creen
que hay alguna verdad para que conozcan «la verdad de que no hay verdad alguna». A la
hora de actuar uno tiene preferencias, da por supuesto cosas, funciona contando ya con
ciertas certezas34. Por eso lo más ordinario es que el escepticismo adopte formas mitigadas 35.
La más corriente es aquella que afirma que la verdad es una realidad estrictamente relativa a
cada hombre y a cada época. Para el relativista todo son «verdades pequeñas»,
provisionales, en medio de un mar de dudas y de ignorancia.

En cambio, nosotros sostenemos que el hombre puede conocer las cosas tal y como
realmente son, y penetrar cada vez más en el conocimiento de lo real. El se conocimiento
espontáneo nos dice esto; la misma presencia de la duda nos habla de la experiencia del
engaño y, por lo tanto, de la verdad; la realidad de un lenguaje consistente, en el que no es lo
mismo decir «perro» que «caballo» que mantener la boca cerrada, también nos habla de la
fijeza del lenguaje, de nuestro conocer y de las cosas que nombramos al hablar. No hay que
tener miedo a la verdad. A menudo, muchas formas de escepticismo son más bien prejuicios
contra verdades determinadas, que no se está dispuesto a admitir de ninguna manera.

De todos modos, la objeción más persuasiva contra la verdad es la que establece el


relativismo de los valores: cada quien tiene que tener por bien lo que considera que es bueno
para él, sin tener que someterse a unos criterios subjetivos que, a fin de cuentas, serían
extraños a las capacidades de su propia libertad. Los valores serían algo privado, incluso
puras preferencias sentimentales e irracionales. Vayamos por partes.

¿Existen unos valores o criterios de actuación comunes para todos los hombres? El
relativismo de los valores contesta negativamente esta pregunta. Es la aplicación del
escepticismo al ámbito de la razón práctica.

Pero, si la persona se define por unas notas que son las que fundan, entre otras cosas, los
derechos humanos, y la naturaleza humana consiste en alcanzar el bien y la verdad, entonces
podemos concluir que el bien y la verdad son los valores o criterios prácticos que presiden
siempre la acción humana. ¿Por qué hacer esto y no otra cosa? Porque dadas tales
circunstancias, al sujeto le parece lo mejor, lo bueno aquí y ahora. Es decir, ese bien, esa
verdad, son los criterios últimos de actuación. Ahora bien, cada ser humano tiene en sus
manos la tarea de concretarlos según su propia situación (en la paz o en la guerra, en la salud
o la enfermedad, en la riqueza o la pobreza). No hay ciencia de lo singular, ni de la conducta
personal. En ella el papel de la prudencia (virtud que aplica los principios generales a lo
concreto) es determinante36.

La proposición «lo que es verdad para unos no es verdad para otros» se podría aplicar a las
decisiones que conforman la conducta, pero no a las premisas a partir de las cuales se decide
la conducta, porque éstas son los principios del actuar y los valores comunes a todos los
hombres. Los derechos humanos brotan de las exigencias propias de la naturaleza y del ser
del hombre. Son los valores comunes para todos: no son algo negociable, no pueden dejarse
34 Aristóteles, hacia el año 330 a. de C., ya hizo una crítica consistente al escepticismo, recogida en su Metafísica,
1065b 20 y ss.
35 Sobre las clases de escepticismo, defensores y críticos, cfr. A. LLANO, Gnoseología, cit., 71 -
36 Cfr. J. PIEPER, «Prudencia», en Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid, 1990, pp. 33-82.

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a la decisión de la mayoría, pues no dependen de lo que decidamos acerca de nosotros, sino
de lo que en realidad somos.

Si el relativismo de los valores se mantiene de una forma extrema, se hace necesario negar
que exista una naturaleza humana, pero de hecho las certezas básicas e iniciales del
comportamiento práctico son espontáneas y no demostrables 37 y dan por supuestos esos
bienes a la hora de regir la conducta, pues están ya presentes en todo actuar.

5.7. LA ACEPTACIÓN Y EL RECHAZO DE LA VERDAD

La verdad sólo se incorpora a la vida del hombre si éste la acepta libremente. Así mismo
puede rechazarla: no se impone necesariamente. La presencia o ausencia de la verdad en la
vida del hombre y en la sociedad es un asunto fundamental, que da lugar a una enorme
cantidad de situaciones que tienen que ver con la ética. ¿Cómo lograr esa aceptación? Por
medio del respeto hacia ella. La verdad ha de ser hospitalariamente recibida en la vida
humana. Su presencia ennoblece al hombre. Su ausencia, la mentira y la falsedad, lo
envilece. Verdad significa riqueza, precisamente porque hace a la persona poseedora de
aquellas realidades cuya verdad acepta y reconoce.

La aceptación de la verdad tiene cuatro momentos sucesivos. El primero de ellos es adquirir


la disposición de aprender, que exige ante todo tomar conciencia de que uno no sabe. Esto es
lo que Sócrates hacía con él mismo y con los demás 38. Esta disposición nos hace ser abiertos
a las verdades nuevas con que podamos topamos. El más ignorante es el que no sabe que lo
es, el que cree que sabe. Esta adquisición puede hacerse por medio de la curiosidad, del
asombro o la admiración, o de la perplejidad, que hace entrar en crisis las seguridades del
mundo en que vivimos.

Una vez dispuestos a aprender algo, se requiere cultivar la atención 39, mediante la
observación atenta de la realidad de que en cada caso se trate. La mayor parte de los errores
que cometemos se deben a falta de atención, que equivale en cierto modo a la inconsciencia.
Cultivar la atención significa: estar despiertos 40, no dormirse, vigilar. Una forma de cultivar la
atención es buscar la verdad.

En tercer lugar, respetar la verdad es aceptarla. Hay verdades que nos pueden enfadar,
especialmente si hacen referencia a nuestros propios fallos. Pero hay que aprender a aceptar
los propios errores. Quien no sabe aceptar la verdad, se frustra. Se niega a conocerse. Se
niega a conocer a las personas que le rodean si resulta que tampoco está dispuesto a admitir
fallos en ellas. No avergonzarse de la verdad es síntoma de tener una personalidad madura,
que no vacila en aceptarla, con sus consecuencias, sean favorables o adversas (por ejemplo,
aceptar que uno tiene cáncer). La verdad hay que encararla, enfrentarse con ella. Aceptarla
no implica no hacer nada por superar el error; más bien, sólo si sé dónde he fallado puedo
rectificar.

37 Cfr. Tomás De Aquino, Suma Teológica, 1-II, q. 94, a. 2; F. CARPINTERO, Una introducción a la ciencia
jurídica, cit., 311-32 1.

38 Platón, Apología de Sócrates, 20e.


39 D. Innerarirty, «Tras la postmodemidad», en Anuario Filosófico, XXVII/3, 1994, 952.
40 R. Spaemann, Felicidad y benevolencia, cit., 139 y ss.

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Una verdad aceptada genera una convicción. Las verdades de las que uno está convencido
pasan a formar parte de uno mismo, quedan «guardadas» en nuestra intimidad. Las
convicciones nacen de la experiencia, de haberse encontrado con verdades determinadas.

Sin embargo, la verdad puede ser rechazada por el hombre. Las razones son varias. Por un
lado, puede pasar inadvertida, por falta de disposición de aprender o por falta de atención.
Quien carece de esa disposición pasa su vida sin que surja nada verdaderamente interesante,
rotando del aburrimiento a la diversión, y viceversa. La causa está en que esa persona se
alimenta sólo de verdades pequeñas.

Un ejemplo claro aparece en la figura del «pesado». Siempre cuentan lo mismo, algo que no
tiene por qué tener gracia y que acaba produciendo irritación por su superficialidad. Esta
situación de inconsciencia respecto de la verdad se parece un poco al sueño. La rutina
consiste precisamente en acostumbrarse a las verdades grandes, que pasan a ser pequeñas
cuando a base de tenerlas delante terminamos por no verlas. Esto sucede a veces con el
amor: la gran pasión con que empezó un matrimonio puede acabar convertida en domingos
de televisión porque no hay ninguna verdad en común sobre la que organizar la convivencia.
Una falta de disposición para aprender son los prejuicios, convicciones inmotivadas a priori,
inducidas casi siempre por otros, que nos hacen percibir la realidad, no como es, sino como
nos han dicho que es, o como nosotros nos hemos imaginado. Los prejuicios hacen poca
justicia a la verdad y son poco benevolentes con lo real. Suelen ir acompañados del recelo y
la sospecha, y proceden más de la voluntad particular y los sentimientos que de la razón. Y
porque son más bien irracionales, echan a perder la concordia y la ilusión. Otra falta parecida
es la incapacidad de escuchar.

Eludir la verdad es el segundo grado de su rechazo. Consiste en «retirar furtivamente la


mirada»41 de ella. La vemos un momento, pero hacemos como que no la hemos visto. La
tratamos como al vecino pesado que parece dispuesto a tomar el ascensor con nosotros -
¡seis pisos!-, y cerramos la puerta del ascensor haciendo como que no le hemos visto,
aunque él y nosotros sabemos que le hemos visto, «pero es que molesta», pensamos.
«Retirar furtivamente la mirada» es la manera más corriente de actuar mal, porque no
queremos encararnos con la verdadera situación. Es el caso del que «no quiere darse por
enterado», por ejemplo, del descontento que causa un jefe a sus empleados por su actitud de
poca comprensión o ayuda.

La forma extrema de eludir la verdad es huir de ella, darle la espalda, escapar de sus
proximidades. La bebida como refugio, las drogas, son formas de eludir la totalidad de la
situación en la que uno se encuentra. La tristeza que provocan ese tipo de huidas son señales
claras de la necesidad de la verdad para la vida: sin ella no cabe ser feliz, sin ella lo mejor es
no ser consciente de la propia existencia, pues esta resulta deprimente. En la verdad nace la
libertad como afirmación de la belleza del propio ser.

Por último, la forma extrema de rechazar la verdad es negarla, decir que no existe. Para ello
cabe servirse de la manipulación de la verdad, para que parezca otra cosa o aparente menos
de lo que en realidad es. Éste es el riesgo de los periodistas, narradores y políticos. 0 bien, se
puede intentar ocultar la verdad mediante la mentira o la imposición de silencio: echar botes
de humo, no dejar hablar a los que dicen verdades que no queremos oír, castigar a los
subordinados que discrepan de la versión «oficial» de la realidad, no dar la palabra, etc. En

41 R. SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, cit., 273.

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todos estos modos de rechazar la verdad hay una ausencia de reconocimiento de lo real. Se
retira la benevolencia hacia las cosas: no quiero saber nada de ellas; me invento mi propia
verdad. Así, el que miente se atribuye falsos poderes creadores.

La actitud ética respecto de la verdad consiste en respetarla, y enfrentarse con ella, para
reconocerla, si bien esa aceptación pueda ser molesta o complicar la vida. Aunque la verdad
traiga problemas, hay que prestarle asentimiento, como hizo Sócrates. En caso contrario, la
convivencia se deteriora, pues se rompe la confianza. Veritas parit odium, decían los clásicos,
la verdad engendra odio. Pero esto sólo sucede cuando se rechaza, cuando su conocimiento
no abre a la corrección. Cuando la verdad se acepta, el hombre se enriquece, y su existencia
adquiere una dignidad y un brillo inusitados, porque en ella hay más libertad.

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