Clásicos en Cordel (3) Relatos Vicenta Siosi

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CLÁSICOS EN CORDEL

el bebé duerme

una vez en la vida

VICENT A SIO S I
CLÁSICOS EN CORDEL
3

EL BEBÉ DUERME

UNA VEZ EN LA VIDA

VICENT A S I OS I
Wayuu del clan Apshana
CLÁSICOS EN CORDEL
3
L a literatura se conjuga en plural: las li-
teraturas, y entre ellas, las consagradas,
las ignoradas y las populares, como las que
cuelgan en un cordel, amarradas por ganchos
de ropa, o como las que buscamos difundir
en esta colección, breves, diversas, dispuestas
a viajar por redes sin atadura aparente, nos
interpelan, azuzan nuestras capacidades y nos
incitan a recorrer las más trilladas o inesperadas
sendas con nuevos ojos y oído afinado. Edu-
can las emociones y nos instigan a imaginar
otros mundos posibles. Nos mueven a admirar,
emular y ejercer el trabajo de la palabra y su
inseparable doble, la escucha. Nos invitan a
ponernos en los zapatos de otro, de la otra,
de un sinfín de seres que no conocemos y por
prejuicio encarnado despreciamos.
Todo eso y más ocurre con los dos rela-
tos de Vicenta Siosi que publicamos en esta
tercera entrega de la colección Clásicos en
cordel. La autora wayuu no solo sacude los
usuales lugares comunes sobre la irrelevancia
de las literaturas indígenas y la inexistencia
de escritoras en esas literaturas en nuestro
país, sino que su obra nos reta a ponerlas a
las dos, las literaturas y las escritoras indíge-
nas, en un lugar cardinal de nuestros mapas
literarios, políticos y afectivos. Estos relatos
llaman también a que nos dejemos inquietar
por el tejido de circunstancias, aspiraciones
y acciones que signan las vidas de mujeres,
hombres y niñas wayuu en la contempora-
neidad y a que indaguemos, reconozcamos y
reflexionemos sobre las muchas veces dolorosas
y dispares maneras en las que esas vidas están
entrelazadas con la nuestras.

Marta Zambrano

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EL BEBÉ DUERME

L os wayuu tienen por costumbre dejar a


los bebés al cuidado de otros niños. Estos
también cuidan los ranchos, cuando los adul-
tos salen a cazar, a cortar leña, a buscar agua o
cuando visitan otras rancherías.
Esta historia sucedió cerca de Pancho. Ma-
ppa dejó solos a sus hijos de uno, cuatro, seis
y ocho años, mientras ella y su marido iban a
Riohacha a comprar hilos para tejer mochilas.
El de ocho parecía tener menos, pues, por
el poco alimento que ofrece el desierto, los
indígenas no crecen mucho. Este, siendo el
mayor, propuso a sus hermanos ir a recoger isso
al monte. El de seis y el de cuatro estuvieron de
acuerdo. El bebé no opinó, porque no hablaba
ni caminaba, por tanto cargaron con él.
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Se fueron por el camino del sur, aprove-
chando la sombra de los trupillos. A cincuenta
metros encontraron la primera mata de isso,
pero no tenía frutos. Los tres se iban turnando
para cargar al pequeñito. El de cuatro, cuando
le tocaba el turno, casi no podía dar un paso
y sus brazos apenas le alcanzaban para suje-
tarlo por la cintura. Los otros aprovechaban
este momento para correr y tirarse terrones
de barro, esconderse entre los cactos y lanzar
palos a las tórtolas, con la esperanza de cazar
una, pues las tórtolas se comen fritas y son
deliciosas.
La verdad, tenían hambre porque cuando sus
padres se fueron solo les dieron un pocillo de
chicha cerrera, hasta el bebé tomó su totuma
de chicha.
Bueno, continúo. Se desviaron al oriente y,
por suerte, encontraron un isso con frutas, pero
eran pocas y estaban pequeñísimas, a cada uno
le tocaron seis y nada más.

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Siguieron revisando en el monte. Las lagar-
tijas azules corrían veloces persiguiéndose. El
sol estaba alto y el calor hinchaba la piel.
—Tengo sed —dijo el de cuatro.
Se dirigieron al pozo que había donado una
empresa petrolera, que también construyó un
abrevadero para las cabras y una gigantesca alberca
con grifos metálicos a cada lado para que tomaran
el agua con racionalidad. Allí acudían todos los
habitantes de la zona, pero algunos wayuu no
trataban bien las llaves y las habían roto, colocando
en su lugar tapones de madera, pero la presión
del líquido los expulsaba y se derramaba de día y
de noche; así, alrededor del pozo se había hecho
un arroyito que corría hacia el Norte.
Cuando divisaron el pozo entre los dividivis,
corrieron ansiosos; el de cuatro se retrasó por-
que con dificultad sostenía al bebé. Exhausto,
al llegar, lo puso en el suelo y se pegó a beber
de uno de los grifos. En verdad el agua no era
muy dulce, pero era lo único para tomar.

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Nadie más había, a esa hora del mediodía en
aquel paraje. El silencio estaba colmado de ­cantos
de perdices y de balidos de ovejas escapadas de
los rebaños. El niño de ocho descubrió cerca
un arbusto de isso lleno de frutillas moradas
y grandes. Los tres empezaron a comer, a diez
metros otro isso los llamaba, tal vez era el suelo
húmedo por el derrame que mantenía las plantas
paridas. Descargaron cuatro arbustos y, cuando
se dieron por satisfechos, volvieron a buscar al
bebé, allí lo vieron: su cabecita estaba dentro del
arroyito. Lo alzaron, pero no gorgoriteaba, no se
reía, no lloraba. Le limpiaron el barro de la cara
y el niño de ocho lo cargó todo el trayecto de
regreso. Lo acostaron en el chinchorro, bajo la
enramada y lo cubrieron con los flecos. Después
construyeron una carretilla con trozos de cacto
y jugaron el resto de la tarde con ella.
Mappa llegó a eso de las cinco, preguntó por
el bebé y le dijeron que estaba durmiendo. La
mujer encendió el fogón en el centro del patio,
como hacen todos los wayuu al caer la tarde,
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preparó un arroz de cecina y comieron juntos.
Ya estaba oscureciendo cuando empezó a
colgar los chinchorros en el rancho, porque los
wayuu se acuestan temprano. Aquella noche,
la luna estaba llena y subía suavemente por el
Oriente, iluminando las aldeas. Mappa miró
largamente el chinchorro bajo la enramada,
su hijo no se movía. Su marido prendió un
tabaco y se sentó junto al fogón. ¿Dónde habrá
aprendido este indio a fumar? se preguntó la
mujer, mentalmente. Decidió acompañarlo hasta
terminar su cigarro. Los tres chicos corrieron a
acostarse y pronto se durmieron, porque cuando
Mappa entró a buscar la lámpara de petróleo
para encenderla, respiraban sosegados. Cerró la
puerta para que no entraran los zancudos y se
dirigió al chinchorro bajo la enramada, desen-
rolló los flecos y tocó al bebé. Estaba frío, rígido.
Lo movió con brusquedad, pero no reaccionó.
Llamó a gritos a su marido.
Bebé había partido por el camino luminoso,
al cielo infinito creado por Dios para los wayuu.
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UNA VEZ EN LA VIDA

T aléin había vivido diecinueve lluvias y


era el más hermoso de los jóvenes de la
ranchería Amaichon. Sompa, su papá, era
palabrero y lo llevaba desde niño a los arreglos
de paz entre clanes wayuu, por eso Taléin ha-
bía aprendido a callar y a decir solo palabras
amables.En una conciliación sobre un cobro
por el robo de tres vacas, conoció a Shái, una
adolescente del clan Apshana. Le gustaron
sus risueños ojos negros, sus dientes blancos
en formación perfecta y esa piel como cobre
pulido por artesano.
Arrobado, la siguió hasta el jagüey y le pidió
agua. Ella se la brindó en una totuma labrada
y el amor entre los dos se inició como un río
encajonado.
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Se pusieron una cita en la yonna que cele-
brarían los Sijona, para pedir lluvia al Dios de
los wayuu. Taléin bailó con ella. Aquella noche
la luna amarilla parecía colosal y el aroma de los
guamachos maduros endulzaba el aire.
Shái no dejaba que el muchacho se le acercara
mucho. Eso la definía como mujer pura y ena-
moraba más a Taléin. Deseando impresionarla,
pidió la caja e interpretó el toque “Cortejo de una
joven mujer”. El tamborileo se escuchó firme
por una hora a más de diez kilómetros. Sompa
debió pagar el cuero de la caja porque Taleín lo
rompió por la fuerza imprimida y las manos le
sangraron por la presión a las baquetas.
Luego se vieron en la carrera de caballos
de los Uriana en Cucurumana. Taléin montó
un animal parduzco y aunque la bestia era
hábil y enorme llegó de última porque su
jinete pesaba mucho y los otros competidores
eran niños. Él se dio por satisfecho, pues solo
quería que Shái lo viera espolear al animal y
dominar su rienda.
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A los tres meses de conocerla la fiebre interna
que le daba cuando la veía no cesaba, sino cuando
se sumergía una hora completa en el arroyo. Le
había mandado para demostrarle su amor una
múcura de Uribia y un sombrero de Siapana.
Una tarde cuando las mujeres ya habían
encendido el fogón en el centro de la ranchería,
exaltado le comentó a su papá.
—Quiero casarme.
En ese instante las llamas del fogón flamearon
con desespero. Sompa solo afirmó con la cabeza
y miró largamente el camino por donde llegaban
las visitas, pero no hablaron más del asunto.
Taléin le mandó un recado a Shái para verse
en el viejo pozo de agua de los Apshana. Cuan-
do la tuvo cerca, le pasó suavemente la mano
por el hombro. Ella tenía gotitas de sudor en la
nariz. Estaba hermosa con su manta de flores
monumentales y sus guaireñas de colores in-
candescentes.
—Voy a pedirte en matrimonio. Creo que
mi papá me dará la mitad de la ofrenda por ti,
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el resto lo recogeré entre mis parientes. Antes
de fin de año estaremos juntos —dijo el joven,
mirándola a los ojos.
Aunque Shái no expresó nada, sintió una
explosión de felicidad en su corazón.
A los dos días, cuando apenas se levantaba el
sol, llegaron buscando a Sompa para el arreglo
del caso de un pequeño que hirió a otro con
un tronco lanzado sin intención de daño. El
palabrero expresó.
—Mi hijo me ha escuchado abogar por la
paz desde niño. Es apto para ser su conciliador.
Taléin se fue con los wayuu y regresó por la
tarde contento. El arreglo había sido fácil. Los
demandados entregarían tres chivos y uno sería
para él por su trabajo.
—Será el primer animal para la dote de tu
mujer —le dijo su papá.
El joven sentía que era el más feliz de la tierra.
Los árboles cantaban a su paso y cada amanecer
recreaba el paraíso primitivo.

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Una noche oscura donde solo se escuchaba el
canto lejano de los búhos, seis hombres, con los
ojos encendidos como llamas tocaron la puerta
del palabrero. Sus caballos resoplaban jadeantes.
—Mataron a nuestro hermano menor, ne-
cesitamos un arreglo o iniciaremos una guerra
—explicó el líder.
—No sale un wayuu de su rancho después de
haberse acostado —les recordó Sompa—. Pero
mañana, cuando el dolor sea menor, escucharé
sus descargos.
Así fue, el palabrero acompañado de Taléin
y tres vecinos respetables, visitó la ranchería de
los Bouriyu. Desde el amanecer hasta el ocaso
escuchó las explicaciones, valoró las pruebas y
ajustó el valor de la compensación demandada
por la sangre derramada. Como la noche se cerró
precipitadamente sobre ellos, los Bouriyu los
invitaron a quedarse bajo la enramada.
La negociación se prolongó por seis meses,
parecía que Sompa conseguiría un arreglo pací-

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fico. A todas las conversaciones lo acompañaban
sus tres vecinos y Taléin. Fueron tan frecuentes
las visitas que el hijo del palabrero socializaba
con las jóvenes del clan Bouriyu.
Cuando por fin llegó el acuerdo de paz ce-
lebraron con friche y chirrinchi. Todos estaban
satisfechos. Se escuchaban explosiones de risa
y voces altas que narraban historias remotas.
Parecía que toda la tierra guajira cantara
por el pacto de vida. Taléin tomó licor por
primera vez y a los cinco tragos sintió como
si navegara en un barquito en alta mar en
medio de una borrasca. Como la bulla por el
jolgorio era mucha, le colgaron un chinchorro
en un rancho aparte. Se quitó la camisa y el
pantalón a tirones. El sueño le cerraba los
ojos. Pasado un tiempo sintió un cuerpo tibio
que le bajaba el calzoncillo y lo abrazaba. Sus
ojos se resistían a abrirse. Pensó que estaba
amando demasiado a Shái para tener esos
sueños. El olor era distinto al de su princesa,
pero esos brazos lo aprisionaban con firmeza.
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En ninguno de los dos hubo conmoción, solo
se movió el tiempo.
El sol irrumpió raudo por entre las rendijas
del barro y avisó de un nuevo día. Bañado de
luz supo que había dormido con una mujer
como de cuarenta años. La había visto du-
rante los arreglos llevándole chicha y agua a
los hombres. Taléin notó su amabilidad con
él, pero no pensó que le gustara. La mujer se
despertó también y sonrió. Le faltaban dos
dientes y el resto eran unas cascaritas negras
a punto de quebrarse. El joven no sabía qué
decir. Rápidamente se puso la ropa y fue al
molino a lavarse.
A los tres días se acercó un palabrero enviado
por los Bouriyu a la casa de Sompa. El padre de
una mujer de cuarenta años, viuda, con dos hijos,
solicitaba que Taléin pagara el abuso de haberse
acostado con su hija. Y expresaba que una vez
entregada la dote podía tomarla por esposa.
Sompa no opuso reparo. Pidió solo tres
semanas de plazo para entregar dos mulas,
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cinco vacas, cincuenta chivos y tres collares
de tuuma y oro.
—No quiero a esa mujer —se quejó Taléin.
—Ya la tomaste —cortó el padre.
—Yo no quise —se excusó el muchacho.
—Aceptaste —concluyó Sompa.
A los treinta días llegó Túpa, la cuarentona.
Vino en una mula azabache y cuatro mochilones
con mantas, chinchorros, enseres de cocina y
sus dos hijos.
La madre de Taléin la recibió y le dio un
rancho desocupado para vivir. El muchacho
lloró amargamente ante su mamá.
—Amo a otra mujer.
—Puedes tener las dos —lo consoló la madre.
—Quiero una sola —dijo el joven ahogado
en lágrimas.
Le envió cientos de recados a Shái, pero ella
no acudía a su llamado. Las noticias, como las
nubes corren raudas en La Guajira y pronto
supo que había quienes pretendían a la joven por
esposa. Desesperado volvió a insistir a su papá.
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—Eres palabrero, sabes escuchar; oye mi
dolor. No he cortejado a Túpa.
—Ahora no tenemos bienes para comprar
otra mujer.
—Pide a Shái Apshana para mí. Solicita un
plazo largo y yo trabajaré para ofrendarla.
Sompa fue a interceder por su hijo al clan
Apshana y pronto regresó con la respuesta.
—Ella dijo que no te quiere por marido y se
va a vivir a Venezuela.
Taléin lloró como un niño en las piernas de
su madre y quienes lo escuchaban se lamenta-
ban por él.
—¿De dónde le saldrán tantas lágrimas? —Se
preguntó su abuela.
—Se le deshizo el corazón y le está saliendo
por los ojos —dijo su tía Yaya.
Cuando por fin, a los siete días, cesó el sollozo,
le comunicó a su padre.
—Iré a Parenska donde mi tío Kotorrón,
criaré chivos, pero no aceptaré a Túpa por
esposa.
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—Eres el único wayuu que desprecia una
mujer —dijo Sompa sorprendido.
En Parenska todos los días fueron grises para
Taléin. Caminaba como ciego tras el rebaño,
tropezaba con los árboles y se hería con las es-
pinas de las tunas. Enflaqueció hasta los huesos.
Infinitas veces Kotorrón lo encontró gimiendo
junto a las cabras.
—Una mujer no es la vida de un hombre —le
aconsejó su tío—. Viaja a otras tierras, tal vez te
vuelvas a enamorar y tus hijos alegren tus días.
A los dos años de vivir en Parenska supo que
Shái se había casado con un wayuu venezolano
y estaba embarazada.
La noticia convirtió a Taléin en el indio más
triste de la Guajira. Absorto gastaba sus ojos
mirando el horizonte, buscaba en la soledad
borrar su memoria. Secuestrado por sus penas
arriaba sus chivos con gritos lastimeros y su
familia, aunque no lo expresaba, sabía que el
amor le duraría siempre porque los wayuu que se
enamoran lo hacen solo una vez en su existencia.
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El propósito de Clásicos en cordel es promover
la lectura para impulsar ciudadanías activas y
comunicar al público universitario la cultura en
su sentido más incluyente de autoras, autores,
textos, tendencias, lenguajes, contenidos regiones
y épocas. “La centralidad de la lectura y la escri-
tura son condiciones básicas para la educación a
lo largo de toda la vida, para la construcción de
una ciudadanía responsable y la libre circulación
del conocimiento”.
Vicenta María Siosi Pino (1965, San Antonio de
Pancho, La Guajira), del clan Apshana, es una
de las más destacadas escritoras contemporáneas
wayuu, la nación indígena más numerosa de
Colombia, que también se extiende por territorio
venezolano. Siosi cursó estudios secundarios en
Riohacha, estudió comunicación social y perio-
dismo en la Universidad de la Sabana en Bogotá
e hizo una especialización en planificación del
desarrollo regional y municipal en la Universidad
Jorge Tadeo Lozano. Ha sido jefe de prensa de la
gobernación de La Guajira, libretista, profesora
universitaria y documentalista para televisión1.
Ha recibido varios premios y distinciones, y sus
relatos han sido publicados en diversas antologías.
En 2002 salió a la luz su libro de narraciones

1 Su documental “Origen y fuerza del matrimonio wayuu


en el presente siglo”, de 1995, puede verse aquí: https://
youtu.be/Arn4zKlgXnU.
22
El dulce corazón de los piel cobriza, en 2004
apareció Shikl omirra tepichi wayuu/ Juegos de
los niños wayúu, y en 2017 el libro con sus más
recientes relatos, Cerezas en verano.
Como un creciente número de escritores y
escritoras indígenas en Latinoamérica, Vicenta
Siosi es una intelectual de frontera que se mueve
entre distintas culturas y lenguas –su cultura
de origen y la de los alijunas (no wayuus), el
wayuunaiki y el español, las rancherías wayuu y
una gran urbe como Bogotá–. Siosi es también
una intelectual orgánica que da voz a su pueblo,
en particular a las mujeres, cuyo compromiso
estético, ético y político signa tanto su obra como
sus actuaciones en la vida pública de La Guajira.
En defensa de su pueblo, la autora lideró la opo-
sición en contra del proyecto de desviación del
río Ranchería, el único de La Guajira.
Vicenta María Siosi es heredera de la ri-
quísima tradición oral wayuu, así como de la
tradición literaria escrita más antigua entre los
pueblos indígenas de Colombia, tradiciones
23
c­ onectadas entre sí. En la tradición oral destacan
los relatos mitológicos que expresan una compleja
cosmovisión y los jayeechi, cantos narrativos en
wayuunaiki, que casi nunca se escriben. En la
tradición literaria la producción wayuu abar-
ca novela, cuento, relato y poesía, en formato
bilingüe o en español, nunca exclusivamente
en wayuunaiki. Hasta los noventa, la literatura
wayuu había sido un monopolio masculino, que
Vicenta Siosi rompió al empezar a publicar sus
relatos –el primero fue “Esa horrible costumbre
de alejarme de ti”, de 1992– y posicionarse como
una escritora importante en la literatura indígena
contemporánea de La Guajira y de Colombia. Su
obra trata los problemas contemporáneos de su
pueblo. Sus personajes, muchos de ellos niños,
niñas o adolescentes indígenas, enfrentan con
habilidad y astucia los desafíos que les impone
el mundo no indio, tal como lo han hecho his-
tóricamente los wayuu. La perspectiva de género
es bien importante en su obra y le confiere una
gran novedad a su producción literaria, gracias
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a la cual podemos acceder al mundo de las
mujeres indígenas y a sus retos problemáticos
como el matrimonio por compra, que Vicenta
Siosi critica en varias de sus narraciones. Sus
relatos aluden también de distintas maneras a
la larga historia de resistencia y negociación de
los wayuu, a sus costumbres e instituciones y a
otros temas sociales como la vergüenza étnica,
las relaciones entre los wayuu y los alijuna, el
racismo de la sociedad regional y nacional hacia
esta sociedad indígena, la asimilación forzada y la
avasalladora modernidad impuesta a su pueblo.
La preocupación por la degradación ambiental y
por los animales y la naturaleza anima también
su literatura, así como los dilemas de la crian-
za, la vida cotidiana y el amor de pareja entre
el pueblo wayuu, como bellamente lo ilustran
los dos relatos que acompañan esta entrega de
Clásicos del Cordel.

María de las Mercedes Ortiz Rodríguez


Universidad del Valle
25
El bebé duerme / Una vez en la vida / Vicenta Siosi
pertenece a la colección Clásicos en cordel,
editada por el Centro Editorial
de la Facultad de Ciencias Humanas
de la Universidad Nacional de Colombia.
El texto fue compuesto con tipos
Ancízar y Minion Pro.
Se terminó de imprimir
en Xpress Estudio Gráfico y
Digital, en la ciudad de Bogotá,
en julio del año 2021
Clásicos en cordel
Número 3

El bebé duerme / Una vez en la vida / Vicenta Siosi

comité editorial
Marta Zambrano
Patricia Simonson
Ángela Zárate Díaz
Patricia Trujillo Monton
Carlos Guillermo Páramo Bonilla
William Díaz Villarreal
Paolo Vignolo
Rubén Darío Flórez Arcila

universidad nacional
de colombia
sede bogotá
Facultad de Ciencias Humanas
decano
Carlos Guillermo Páramo Bonilla
vicedecano académico
Víctor Viviescas
vicedecana de investigación y
extensión
Nubia Ruiz Ruiz
directora de bienestar fotografía de cubierta
Eucaris Olaya Pellón wayuu
director del centro editorial Margarita Chaves

Rubén Darío Flórez Arcila


coordinadora editorial de libros centro editorial
Laura Morales Facultad de Ciencias Humanas
ilustración sello de la colección Universidad Nacional de Colombia
Laura Daniela Patiño Castaño Sede Bogotá, Edificio 225
diseño de la colección editorial_fch@unal.edu.co
Juan Carlos Villamil Navarro Bogotá, julio de 2021

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