Teologia 1700-1715

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Nikaury Antonio Rosario

2017-1118
El hombre, imagen. De Dios (1700-1715

En la revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el


hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación. En Cristo,
“imagen del Dios invisible” el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” de
Dios. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el
primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la
gracia de Dios. La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en
la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas
entre sí. La persona humana es la única criatura en la tierra a la que Dios ha
amado por sí misma.Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza
eterna.
La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón
es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su
voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su
perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien. En virtud de su alma
y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está
dotado de libertad. Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le
impulsa a hacer el bien y a evitar el mal. Todo hombre debe seguir esta ley que
resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El
ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona. El hombre,
persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia.
Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su
naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto
al error. De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida
humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática,
entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas.

Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva
en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había
deteriorado. El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo
transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de
obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo
alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la
gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo. Manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación. La verdadera
libertad es en el hombre el “signo eminente de la imagen divina. El hombre debe
seguir la ley moral que le impulsa a hacer el bien y a evitar el mal. Esta ley
resuena en su conciencia. El hombre, herido en su naturaleza por el pecado
original, está sujeto al error e inclinado al mal en el ejercicio de su libertad. El que
cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida moral, desarrollada
y madurada en la gracia, alcanza su plenitud en la gloria del cielo.

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