Lectura ADMIRACION COMO COMIENZO DE LA FILOSOFIA

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LA ADMIRACION COMO COMIENZO DE LA FILOSOFIA

"La filosofía es el amor a la verdad, la búsqueda de la verdad. La filosofía se ocupa de la verdad de modo
global, sin restricciones. Lleva consigo una actitud sin la cual el amor a la verdad no aparecería o estaría
conmocionado por otros intereses; el amor a la verdad tiene que ser sincero, auténtico.

La filosofía resulta signo de paranoia para algunos: ocuparse de lo que no existe. ¿Qué es la verdad? Es la
pregunta de Pilato. Era un escéptico y sucumbió a la componenda, tuvo miedo de la turba y ganó una
tranquilidad falsa. Encontrarse con la verdad puede acontecer de muchas maneras. En cualquier caso, si no
tiene lugar el encuentro con la verdad, no hay libertad, porque entonces no hay encargo posible, no hay
tarea asumible. La que encarga es la verdad. Uno puede encontrarse con la verdad de un modo global: no
es la verdad de esto o lo otro, sino en esto o lo otro descubrir la verdad como tal. Y entonces se llega a
decir: la he encontrado, pero todavía no la he enunciado. La verdad encarga ante todo la tarea de pensar, la
inteligencia tiene que ponerse en marcha para ver si puede articular un discurso que esté de acuerdo con la
verdad.(...)

Hegel decía de sí mismo que era un desgraciado porque estaba dominado por un incontenible afán de
verdad. En rigor, le faltaba esperanza. La afirmación de Hegel es una interpretación patética de la filosofía
(Hegel debió experimentar fuertes contrariedades). En cualquier caso, se ha de recomendar paciencia; hay
que tener en cuenta el tiempo necesario para ir madurando y combinar, en dosis variables según la edad, el
estudio y la propia indagación.

Con todo, tampoco es recomendable una actitud tan exagerada como la de Kierkegaard, un gran filósofo
romántico. Kierkegaard concede a la decisión un gran valor, pero dice que si se tarda en ponerla en marcha,
pierde todo su fervor. Kierkegaard es demasiado exigente. Es la suya una autenticidad caricaturesca,
ilustrativa, sorprendente, pero irrealizable. Ambas actitudes, la de Hegel y la de Kierkegaard, comportan
crispación. No, la verdad es alegre, porque es preferible a cualquier otro objetivo vital, y reclama sinceridad
de vida, búsqueda. Conviene empezar de una buena vez sin prisas; importa no ser escéptico, no renunciar a
la tarea de buscarla y servirla, por más que parezca utópico o inalcanzable.

Buscar la verdad lleva consigo ser fiel a ella, no admitir la mentira en uno mismo. Los filósofos clásicos
consideraron que la admiración despierta la filosofía. La admiración tiene que ver con la ingenuidad: el
filósofo se admira sin condiciones ni resabios. Con todo, la filosofía no es tan antigua como la humanidad,
sino que surge de modo abrupto: en un momento determinado se desató la admiración en algunos
hombres. La admiración no es la posesión de la verdad, sino su inicio. El que no admira, no se pone en
marcha, no sale al encuentro de la verdad. Sin embargo, la admiración es más que un sentimiento.
Intentaré describirla. Ante todo, es súbita: de pronto me encuentro desconcertado ante la realidad que se
me aparece, inabarcada, en toda su amplitud. Hay entonces como una incitación. La admiración tiene que
ver con el asombro, con la apreciación de la novedad: el origen de la filosofía es algo así como un estreno. A
ese estreno se añade el ponerse a investigar aquello que la admiración presenta como todavía no sabido.

En nuestra época parecemos acostumbrados a todo: no nos damos cuenta de cuán espléndido es lo nuevo.
Asistimos a muchos cambios; sin embargo, sólo son cambios de modos: este sentido de lo nuevo tiene que
ver con lo caleidoscópico: no son novedades reales, sino recombinaciones. Hoy se arbitran múltiples
procedimientos para llamar la atención de la gente, para que el público pique. La propaganda de una
conocida bebida, por ejemplo, pretende llamar la atención con un reclamo: "la chispa de la vida". Estamos
solicitados por muchos estímulos, por muchas llamadas vertidas en los trucos publicitarios. También los
políticos tienen un asesor de imagen, porque no es fácil que un político salga bien en la TV. La admiración
no tiene nada que ver con esto. No es el llamar la atención utilizando procedimientos propagandísticos. No
es una cuestión de imagen.

La admiración no es la fascinación. Fascinada, la persona es manejada por intereses ajenos y particulares,


pero la filosofía es una actividad del hombre libre: los filósofos han descubierto la libertad, porque para ser
amante de la verdad uno tiene que ponerse en marcha desde dentro, ser activo. Ante la publicidad uno es
pasivo: con ella se intenta motivar e inducir. La admiración es el despertar del sueño, de la divagatoria,
pues desde ella se activa el pensar: poner en marcha el pensar es filosofar. La filosofía es un modo de
recordar al hombre su dignidad, es uno de los grandes cauces por los que el hombre da cuenta de que
existe. Los grandes filósofos han sido humanistas.

La filosofía tiene una importancia histórica extraordinaria. Antes de la filosofía, los pueblos viven
prisioneros de un cauce inmemorial. Hegel lo dice de un modo excesivo: un pueblo sin filosofía es un
"pequeño monstruo" despistado, extrañado. Lo extraño ha de conjurarse, obliga a ejercer un poder que lo
domine. Ese dominio exige el empleo de recursos, que son muy variados. Cuando esos recursos son nobles,
acontece lo que se llama civilizar, colonizar. Los pueblos sin filosofía, o los que la han olvidado, no son
estériles, pero, a lo sumo, alcanzan a civilizar, a superar su desconcierto ante el cosmos imponiendo la
impronta humana a lo extraño. La filosofía pone al hombre ante algo insospechado, pero no ajeno. La
filosofía reclama una actividad muy intensa, pues la verdad no se deja domesticar, sino que su encuentro
con el hombre lo dignifica.

La verdad no obedece a conjuros. Por eso, para salir a su encuentro hay que partir de la admiración. La
admiración es el inicio del filosofar, la primera situación en que se encuentra el que será filósofo. Insisto,
quizá no resulte fácil admirarse en nuestros días porque estamos bombardeados con todo tipo de
solicitaciones "civilizadas" que reclaman nuestra atención; esos bombardeos pueden aturdir o dejarle a uno
insensible. Porque una cosa es civilizar y otra dejarse civilizar: esto último vuelve a provocar la extrañeza o
conduce a abdicar ante un dominio excesivo.

POLO, L, Introducción a la Filosofía, Madrid, Rialp,1994, p. 21-30.

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