Elementos Lodi

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Existe cierto acuerdo respecto a que la clasificació n por elementos resulta bá sica en la

interpretació n de una carta natal. Incluso, con diferencia de matices, no hay demasiada
discusió n en considerar a los cuatro elementos có mo modos de apreciar la realidad, de
percibir el mundo, de evaluar la experiencia vital. Y que sean cuatro y no otra cantidad,
antes que arbitrario, parece corresponderse con otras clasificaciones de la totalidad
dentro de la tradició n de Occidente: los cuatro humores temperamentales (sanguíneo,
colérico, melancó lico y flemá tico), los cuatro estados de la materia (só lido, líquido,
gaseoso e ígneo), los cuatro reinos de la naturaleza (mineral, vegetal, animal y humano),
los cuatro planos de la realidad (físico, mental, astral y etérico), los cuatro niveles del ser
(corporal, mental, emocional y espiritual), etc.
Desde este acuerdo, el aná lisis por elementos permitiría, entonces, percibir un tono
bá sico estructural de la personalidad, una modalidad preferencial del individuo para
vincularse con el mundo. El há bito de la prá ctica cotidiana de la astrología tiende a cuantificar la informació n que brinda una
carta natal respecto a la disposició n por elementos, con diversos criterios de puntaje segú n la categoría de los planetas
(luminares, personales, sociales) y excluyendo, en general, a los transpersonales. Esta forma de considerar el balance de
elementos concluye en una caracterizació n de la persona a partir del énfasis -por presencia- o el déficit -por ausencia- de uno o
dos de ellos. Así, por ejemplo, encontraremos definidas personalidades Tierra-Aire, Tierra-Fuego, o simplemente Tierra o
Agua, o con carencia de Aire o de Fuego, etc. Es posible también que esta temprana hipó tesis por elementos termine siendo
descuidada a medida que la complejidad del aná lisis va progresando, de modo que deje de estar presente en la consideració n
del analista.
Ahora bien, ¿podría apreciarse con mayor profundidad la informació n que nos brinda el mandala de una carta natal
considerando el balance de elementos? ¿Resultaría significativo a la prá ctica astroló gica? Algunos astró logos de lo que
podemos reconocer como línea de “psicoló gica” (Liz Grenee, Richard Idemon) han intentado, con algunas variantes, una
síntesis entre lo que la tradició n refiere sobre la clasificació n de personalidades por elementos y lo que Jung establece como
tipos psicoló gicos. Otros han descartado esta analogía enfá ticamente (Robert Hand). Má s allá de los incontrastables
argumentos de cada posició n (en general, basados en la experiencia personal de cada astró logo) y teniendo presente que cada
una de ellas está sostenida en supuestos perceptivos inconscientes antes que en verdades objetivas, la consideració n de los
elementos que propone este trabajo parte de tres premisas:
1.- La validez de asociar la tipología por elementos de la astrología con la de tipos psicoló gicos junguianos y lo enriquecedor
que tal asociació n resulta para el aná lisis de una carta natal y su destino. No obstante, el interés no está centrado en intentar
demostrar esta correspondencia, sino en valerse de aquello que Jung establece, de su particular modo de vincular estas
tipologías psicoló gicas entre sí (cuatro tipos psicoló gicos derivados de cuatro funciones perceptivas de la conciencia) y de
subrayar su incidencia en la organizació n psicoló gica de la persona.
2.- Tal como Jung nos lo recuerda, má s allá del énfasis particular de nuestra disposició n personal, las cuatro funciones
psíquicas con las que apreciamos la realidad -los cuatro elementos- está n siempre presentes en la estructura global, y tienden
a vincularse entre sí de modo complementario o antagó nico. Este intento de integració n sugiere que, partiendo de una
disposició n específica que se mantendrá como tono estructural a lo largo de la vida, nuestro modo de percibir la realidad
opera en un proceso diná mico de balanceo y bú squeda de equilibrio.
3.- Los antagonismos entre distintos modos de percepció n de la realidad -que, en principio, tienden a excluirse y negarse
mutuamente- se traducen en distancias internas que el desarrollo evolutivo de la conciencia pugna por reparar. Y este es un
proceso que, de manera inconsciente, opera preferentemente en el campo vincular y en acontecimientos de destino. Desde
este punto de vista, cada individuo establece una identificació n consciente centrada en una o dos de estas funciones de
percepció n bá sicas, manteniéndose sus antagó nicas como modalidades no conscientes.
En definitiva, aceptar la analogía de los elementos en astrología con los tipos psicoló gicos de Jung y considerar sus criterios de
relació n entre las funciones de la conciencia como claves en la organizació n psíquica de un individuo, nos obliga a que el
balance de elementos aplicado al estudio de una carta natal no pueda reducirse a una clasificació n cuantitativa y está tica, y a
que seamos capaces de una ponderació n cualitativa. Antes que una fatal definició n del cará cter de una persona o la sanció n de
un estigma inalterable, el balance de elementos cualitativo nos permite transparentar un proceso de desarrollo en la
percepció n de la realidad que habrá de revelarse de manera diná mica a lo largo de la vida del individuo.
Como siempre, profundizar en astrología haciéndonos sensibles a cualidades vibratorias, sutiles y energéticas, nos lleva a
percibirla con criterios de arte antes que con los concluyentes y ló gicos criterios de ciencia. Tratemos, entonces, de avanzar en
esta sensibilizació n sin resignar racionalidad.
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 Los elementos en astrología: complementariedades, afinidades y antagonismos
¿Có mo ha definido la astrología a los cuatro modos de percepció n simbolizados por los cuatro elementos?
El elemento Tierra se asocia al mundo concreto, material. Tiene que ver con la percepció n a través de los sentidos del cuerpo.
El plano físico, la sustancia orgá nica. Lo só lido, lo que tiene peso, gravedad. Lo constituido, el orden objetivo, la ley de la
realidad.
Se corresponde con la funció n que Jung llama sensación.
El elemento Fuego se asocia al mundo de la vitalidad, de la energía. Tiene que ver con la percepció n a través del sentido de
captació n global, sintética, trascendente. El plano etérico, la irradiació n vital, el espíritu. Lo que se eleva, el impulso de
bú squeda, la verdad esencial. Lo que será , lo por venir, la ley del deseo y la voluntad.
Se corresponde con la funció n que Jung llama intuición.
El elemento Aire se asocia al mundo mental, ideal. Tiene que ver con la percepció n a través del pensamiento y el intelecto. El
plano mental, la capacidad de asociar, vincular, conceptualizar. Lo abstracto, lo que es capaz de objetivar la realidad en un
orden ideal de justas proporciones. Las mú ltiples y variadas posibilidades de articulació n de la realidad.
Se corresponde con la funció n que Jung denomina pensamiento.
El elemento Agua se asocia al mundo sentimental,
emocional. Tiene que ver con la percepció n a través
de la sensibilidad, el sentimiento. El plano astral, el
contacto empá tico y resonante con el universo. Lo
sensible, lo que es capaz de percibir necesidades y
proteger lo frá gil. Lo que nos vuelve subjetivos nos conecta con la profunda interioridad humana. Lo que fue, el pasado, la
memoria afectiva.Se corresponde con la funció n que Jung denomina sentimiento.
En términos de complementariedades, parece evidente que el Fuego y el Aire comparten una cualidad de manifestació n y
actividad, tanto como la Tierra y el Agua de absorció n y receptividad. Esto lleva a que podamos definir a estos pares como
complementarios, tal como se ve reflejado en el zodíaco, dado que los signos de Fuego y Aire expresan el pulso activo, (en
despliegue o manifestació n) y los de Tierra y Agua el pulso receptivo (en repliegue o reabsorció n). En el plano humano, Fuego
y Aire simbolizan la expresió n de la naturaleza masculina (o yang), el
pulso de exteriorizació n, mientras que Tierra y Agua, la femenina
(yin), el pulso de interiorizació n.
Ahora, en bú squeda de afinidades, también podemos distinguir que entre Fuego-Agua y Tierra-Aire existe una semejanza de
pares.  El par Fuego-Agua representa un modo subjetivo de abordar la realidad,   porque prevalece una adaptació n del mundo
exterior a lo que la captació n intuitiva o la percepció n sensible definen como verdadero y necesario. Por su parte, el par Tierra-
Aire reconoce la realidad en modos objetivos, puesto que las circunstancias individuales, internas y subjetivas tienen que
adaptarse a lo que está determinado como la realidad (objetiva-racional) del mundo.

Pero, de este aná lisis también se desprende que los pares


Fuego-Tierra y Aire-Agua no coinciden con ninguna de las
categorías que consideramos, de modo que podríamos deducir
que resultan pares de elementos cualitativamente opuestos.
En correspondencia con esta caracterizació n, Jung habla de
funciones antagónicas, funciones que no pueden expresarse
juntas, ya que representan modos incompatibles de percibir la
realidad para la conciencia. Y sostiene que pensar (Aire) es antagó nico a sentir (Agua) y que percibir sensorialmente (Tierra)
es antagó nico a intuir (Fuego).

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Las funciones de la percepción y su dinámica psíquica
Pero Jung propone algo má s. Afirma que, en el inicio de su desarrollo, una persona se identifica con una o a lo sumo dos
funciones perceptivas y que éstas no pueden ser antagó nicas entre sí. Es decir, si se identifica con el modo de percibir
sensorial (Tierra) no puede al mismo tiempo identificarse con el modo intuitivo (Fuego). A estas funciones conscientes las
llama superiores porque son las que el individuo expresa y desarrolla con má s frecuencia desde su voluntad.
A las funciones restantes las denomina inferiores porque quedan fuera de la conciencia y pueden expresarse
independientemente de la voluntad del individuo. Actú an como sombra y permanecen poco desarrolladas.

No obstante, antes quedar está ticamente determinadas, estas funciones está n en proceso de integració n, de modo que las
relaciones que establecen entre sí forman parte de un proceso diná mico. Eso hace que, en su desarrollo, la conciencia pueda
acortar las distancias entre las funciones que se viven como antagó nicas, sin negar el tono particular con el que se ha
identificado.
Visto así, integrar los elementos desde la conciencia supone lograr una percepció n má s plena de la realidad, oscilando ante
cada nueva situació n hasta expresar una tonalidad peculiar (o estilo), sin que eso suponga detenerse o polarizarse en alguna
de ellas. Del mismo modo, cuanta má s vigencia tenga para la conciencia una funció n (o elemento) como ú nico modo de entrar
en contacto con el mundo, má s alejada se encontrará de la integració n.
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El balance cualitativo de elementos. Una organización del cuadro en la práctica astrológica
 Siguiendo la ló gica propuesta por Jung para las funciones perceptivas, los elementos de una carta natal podrían organizarse
bajo cierta disposición estructural y mantener entre ellos una relación dinámica. Es decir, el balance de elementos no só lo
permitiría caracterizar rasgos generales de la personalidad, sino que también dejaría sugerida una evolució n segú n el
desarrollo de la conciencia.
De acuerdo con un patró n evolutivo que presupone un despliegue cada vez má s incluyente, podemos considerar que la
conciencia comienza por identificarse con fragmentos de la totalidad del ser, para luego ir reconociendo contenidos má s
vastos, expandiéndose hacia la mayor integració n posible. Aplicando este patró n al aná lisis de los elementos de una carta
natal, podemos suponer que dentro de nuestras primeras identificaciones habremos rescatado un elemento que tendrá mayor
valor para la conciencia y eso dejará a los otros tres en planos diferentes, detrá s de escena.
Esto es lo que intenta mostrar el siguiente cuadro, en el que no só lo se considera el elemento que prevalece en la identificació n
consciente (elemento principal), sino también có mo quedan organizados los restantes y cuá les podrían ser las características
de sus manifestaciones.

La hipó tesis principal es que la conciencia, en los primeros añ os de vida, tiende a adoptar una mirada del mundo y de la
realidad que privilegia una de las cuatro cualidades elementales. Al elemento que ocupa el centro de la organizació n psíquica
lo llamaremos principal.
Por ló gica, de acuerdo con Jung, el elemento antagó nico al principal resulta el má s distante para la conciencia, ya que tienden a
polarizarse. Así, lo reconoceremos como elemento distante.
Ahora bien, hay un segundo elemento que para la conciencia no resulta dominante y no representa la mirada preferencial
desde la cual la persona reconoce el mundo, sino que se coloca como auxiliar de aquella que sí lo es, sirviendo de apoyo. Así
considerado, llamaremos a este elemento secundario.
Su antagó nico, es un elemento que, aunque la persona lo reconozca, sabe que lo expresa en forma deficitaria. Puede crear una
imagen que aparente la manifestació n de ese elemento, pero será percibida por los demá s como un exceso, una exageració n
que delata el esfuerzo por exhibir aquello de lo que se siente carente. Por eso a este segundo elemento menos consciente lo
llamaremos aparente.

Sin embargo, a lo largo de la vida la


conciencia va incorporando,
comprendiendo e incluyendo dimensiones
cada vez má s profundas del ser. En este
sentido, si permanecemos en la misma
identificació n, provocamos la
cristalizació n del proceso y terminamos por generar separatividad y exclusió n. Al contrario, en la medida en que nos volvemos
conscientes de este viaje -desde el fragmento hacia la totalidad- advertimos que la vida fluye creativamente y percibimos
integració n donde antes había separació n.
En nuestro balance cualitativo, esta creatividad y dinamismo del viaje de la conciencia se manifiesta a través de una progresiva
des-identificació n del elemento principal que, como consecuencia, lleva a que los restantes modifiquen su expresió n y
respondan a un movimiento incluyente e integrador. La diná mica de estas alteraciones responde a cierta ló gica interna, de
acuerdo a los antagonismos y las complementariedades entre elementos que hemos considerado. El proceso evoluciona
acercando las distancias entre pares en conflicto (“principal” con “distante” y “secundario” con “aparente”). A esto se refiere la
afirmació n de que el balance cualitativo tiene en cuenta la relación dinámica entre los elementos.
Pero dentro de la prá ctica astroló gica, ¿có mo calificar la informació n sobre elementos que aporta una carta natal? ¿Qué criterio
podemos aplicar para organizar este cuadro?  Al respecto, y só lo a modo de orientació n, podemos considerar algunos puntos:
1) El punto de partida será el tradicional método basado en la cantidad y calidad de planetas en cada elemento.En este sentido,
cualitativamente tendrá n mayor incidencia:
 Los luminares (Sol y Luna).
 El Ascendente y su planeta regente.
 Los planetas personales (Mercurio, Venus y Marte).
 Los planetas sociales (Jú piter y Saturno).
 Respecto a los planetas transpersonales (Urano, Neptuno y Plutó n), consideraremos que no otorgan rasgos
individuales trascendentes, por su prolongada permanencia en cada signo.
2) Cada uno de los elementos ocupará una de las posiciones del cuadro (principal, distante, secundario, aparente) respetando la
lógica de antagonismos ya enunciada.Esto implica que en nuestra hipó tesis incluimos a los cuatro elementos, y no só lo a aquél
que resulte dominante para la conciencia. Así, el balance cualitativo deja explícito el beneficio de no caer en una interpretació n
fragmentaria (“soy Fuego-Aire…”), pudiendo mantener, entonces, el registro de la totalidad y tener presentes, aunque alguna de
ellas predomine, las cuatro modalidades perceptivas en la organizació n psíquica del individuo (“si me identifico en el Fuego
dejo distante a la Tierra, si me auxilio en el Aire puedo aparentar Agua”).
3) Un par antagónico ocupará la posición de par dominante y el otro de par auxiliar.Desde el aná lisis tradicional se supondría,
por ejemplo, que una carta con Tierra y Fuego o con Aire y Agua como elementos má s destacados, da lugar a una personalidad
que combina a ambos sin conflicto alguno. En cambio, nuestro criterio cualitativo nos exige considerarlos, en principio, en una
relació n antagó nica (es decir, uno de ellos como “principal” y el otro “distante” de la conciencia). Y este es uno de los
principales aportes del balance cualitativo, ya que da cuenta de una contradicció n que puede percibirse habitualmente en la
prá ctica astroló gica: la dificultad para identificarse simultá neamente con la Tierra y el Fuego, o con el Aire y el Agua.
4) El cuadro comienza a organizarse desde el par dominante. El énfasis de un elemento está indicando una alta probabilidad de
que ocupe la posició n principal, quedando su antagó nico en la posició n distante (aú n estando presente y con mayor seguridad
si está ausente). Por la misma razó n, la ausencia de un elemento marca la tendencia a la posició n distante, facilitando que su
antagó nico se ubique como principal (aú n no siendo el má s presente y con mayor seguridad si cuenta con algú n planeta).
5) El par siguiente se ubica como par auxiliar, de acuerdo con el criterio tradicional (de menor valor numérico).  Se trata del par
de elementos antagó nicos que cuenta con menor cantidad de planetas. Representará un juego de energías de menor
polarizació n y que está n subordinadas al par dominante.
6) Cuando el balance es equilibrado en proporciones y cantidades, o cuando en el par dominante el elemento del Sol sea
antagónico al de la Luna,  las posiciones del cuadro están sujetas a las impresiones del marco familiar en los primeros años de
vida. La conciencia parece seguir un patró n diná mico que parte siempre desde alguna forma de polarizació n. En estos casos,
las primeras identificaciones en la vida de la persona (el impacto y los condicionamientos en la conciencia del complejo lunar
de la carta natal) definirá la organizació n del balance de elementos, y tal incidencia puede verse reflejada en una
sobredimensió n del elemento en el que se ubique la Luna (ya seas como “principal” o como “distante”).
7) Cuando los elementos ausentes son dos y forman entre sí uno de los pares antagónicos, el juego de conciencia y destino se
concentra en el par presente, y lo hace de un modo masivo y excluyente. La identificació n (y los momentos en que ésta se
revierte) suele tener mayor contundencia, y la persona expresa de un modo muy nítido -y, a veces, de grosera polarizació n- la
tensió n que provocan esos impulsos antagó nicos. Al mismo tiempo, tales impulsos dan la clave de un destino de alto
dinamismo y potencial creatividad, en la medida en que se vaya produciendo la síntesis.
8) La distribución de elementos que quede conformada sólo es una hipótesis de las primeras identificaciones de la persona, un
supuesto acerca de cuál puede ser la percepción de la realidad y de sí mismo, instalada en la niñez.   Y esto quiere decir que a lo
largo de su vida podrá haber otras. La identificació n por elementos no es un indicador fijo y está tico. No conservamos -por lo
menos no necesariamente- la misma mirada sobre el mundo durante toda nuestra vida, sino que esta apreciació n de la
realidad evoluciona y se modifica, respetando antagonismos y complementariedades, de acuerdo al desarrollo y expansió n de
la conciencia.
9) El movimiento de estas identificaciones a lo largo de la vida puede llevar a acercar las distancias antagónicas entre
elementos. En el proceso del viaje de la conciencia, a través de los ciclos planetarios, se va haciendo posible la integració n de
elementos. Así, una persona que comienza su vida identificada con el Fuego, podrá luego -como respuesta a alguna de sus
crisis- acercar la distancia con su antagó nico, la Tierra. Este movimiento reflejará lo que ya definimos como la evolució n de la
conciencia integrando tendencias polares. Recordemos que mantener las distancias extremas entre polos, suele ser la forma
que adoptan nuestras primeras identificaciones, exagerando tanto los rasgos dominantes (conscientes) como los sombríos
(no-conscientes).
10) Las crisis de edad genéricas resultan propicias para dinamizar el juego de relaciones entre elementos. Las crisis se presentan
cíclicamente y son estos momentos de cambios y ajustes integradores, los que ofrecen la oportunidad de introducir variantes
en nuestra mirada de nosotros mismos y el mundo. Por lo tanto, también resultan adecuados para reorganizar nuestras
identificaciones en general, y las de los elementos en particular. Quizá s las má s agudas (y que, por eso mismo, mejor ilustren
nuestra propuesta) sean las asociadas con los 14, 28, 42, 56, 70 y 84 añ os. Es probable que esas edades evidencien
insatisfacciones profundas, desacuerdos internos respecto a có mo vincularse con la realidad, que exigen una definició n
consciente y activa en una u otra direcció n. Por lo tanto, será n éstos los momentos apropiados para confirmar
deliberadamente una mirada -que otorgará coherencia, aú n cuando se corra el riesgo de una nueva fijació n- o para permitir un
punto de observació n distinto, hasta ahí intuido pero inexpresado, a favor de lo creativo.
Un acompañ amiento adecuado de estas crisis, favoreciendo una mejor integració n, siempre estará indicado por un
acortamiento de las distancias polares (integració n). En cambio, el desaprovechamiento de estas oportunidades críticas
quedará señ alado por el refuerzo de la forma conocida (cristalizació n), o bien por una inversió n extrema de las posiciones que
no hace otra cosa que seguir manteniendo las distancias, só lo que en la direcció n contraria (conversió n).
Má s allá de estas consideraciones técnicas generales, es necesario tomar en cuenta que el método propuesto se basa en
ponderar cualidades y afinidades, teniendo siempre presente la totalidad. Esto nos permite reconocer juegos de identificació n
má s sutiles y evitar fragmentaciones. Aplicando el balance cualitativo siempre estaremos considerando los cuatro elementos
en una particular forma de relació n.
 No obstante, como se basa en la percepció n de calidades antes que en una estricta puntuació n de cantidades, el balance
cualitativo de elementos puede parecer impreciso y confuso a quien no esté acostumbrado a él. Así, mientras que el tradicional
aná lisis de cantidades resulta preciso pero un tanto rígido y poco revelador, la mirada cualitativa parece má s profunda pero
algo laberíntica. Antes que volcarnos a favor de uno u otro método, percibamos que se trata de una paradoja propia de la
relació n Aire-Agua: la precisió n racional y las mediciones cuantificables obligan a recortar y fragmentar en exceso la captació n
de la totalidad, mientras que los registros má s globales y la sensibilidad a sutilezas cualitativas parecen conducir a la
indefinició n confusa.
Por eso, la mejor recomendació n para adquirir convicció n en el balance cualitativo de elementos es sostener durante un
tiempo prudencial el ejercicio de su aplicació n en la prá ctica astroló gica, tolerando su aparente vaguedad al comienzo, para
luego corroborar su ló gica y percibir sus beneficios. En definitiva, se trata de la posibilidad de incorporar una mirada
complementaria, que enriquezca la tradicional forma de considerar los elementos en la interpretació n astroló gica.
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 Biblografía
 Greene, Liz. Relaciones humanas. Urano, 1987, Barcelona.
Hand, Robert. Los símbolos del horóscopo. Urano, 1993, Barcelona.
Idemon, Richard. El hilo mágico. Urano, 1998, Barcelona.
Jung, Carl G. Tipos Psicológicos. Sudamericana, 1985, Buenos Aires.
Steinbrun, H., Gonzá lez, I., Lodi, A. La carta natal como guía en el desarrollo de la conciencia. Kier, 2004, Buenos Aires.
Alejandro Lodi

(Año 2003)

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