Mcdougall, Joyce

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Mcdougall, J. (2009). Identificaciones, neonecesidades y neosexualidades. Rev. Psicoanál. Asoc. Psico.

       
Madrid, 57:31-51.

 
(2009). "Revista de Psicoanálisis, 57:31-51

Identificaciones, neonecesidades y neosexualidades*


Joyce Mcdougall

Cuando me invitaron a presentar una comunicación sobre identificaciones y perversiones


desde un punto de vista esencialmente clínico, mi primer pensamiento fue que esta formulación
me iba a permitir eludir las complejas cuestiones teóricas referentes a la definición de lo que es y
no es perverso en la sexualidad humana. Mi placer con este pensamiento duró poco. Tan pronto
como comencé a reflexionar sobre el material clínico del que disponía para llevar a buen término
el proyecto, me di cuenta de lo artificial que resultaba distinguir de forma precisa entre un
psicoanálisis teórico y un psicoanálisis clínico. Las viñetas clínicas no prueban nada. Sólo sirven
para ilustrar conceptos teóricos. Por la misma razón, los descubrimientos teóricos son fruto de
innumerables experiencias clínicas que nos han estimulado a reconocer callejones sin salida
teóricos y a interrogarnos sobre nuestros conocimientos anteriores. Además existe el riesgo
continuo de que nuestros conceptos teóricos predilectos influyan en nuestra técnica de tal modo
que nuestros analizandos orienten su proceso analítico con el fin de confirmar las expectativas
teóricas del analista. Por todas estas razones, me considero obligada a explicar, sea brevemente,
lo que entiendo por el término «perversión».
Durante veinte años he intentado encontrar una definición satisfactoria, desde el punto de
vista psicoanalítico, de lo que en los actos sexuales y en las relaciones de objeto sexuales podría
ser considerado como síntoma. La homosexualidad, por ejemplo: ¿debe considerarse como un
síntoma en todos los casos? O, en todos los casos, ¿cómo otra versión posible de la sexualidad
masculina o femenina? Los analistas están sumamente divididos en sus opiniones sobre esta
cuestión. Leavy (1985), Limentani (1977) e Isay (1985) por ejemplo, manifiestan ideas que difieren
de las de Socarides (1968, 1978).
—————————————

* Trabajo presentado en el 34.° Congreso Internacional de Psicoanálisis (Hamburgo, 1985), © Joyce


McDougall. Título original «Identifications, neoneeds and neosexualities». Publicado en The International
Journal of Psychoanalisis, 67 (1986). Traducido por Francisco Granados Pérez.

De hecho, la mayoría de las personas viven sus actos eróticos y su elección de objeto como
egosintónicos, sean o no considerados por los demás como algo «perverso». Así, la forma
específica que reviste la predilección sexual de un paciente sólo se convierte en un problema
analizable en la medida en que provoca sufrimiento y conflicto en el o la paciente. Por ejemplo,
algunos de nuestros analizandos homosexuales pueden llegar a descubrir que son heterosexuales
latentes y que podrían ser más felices buscando relaciones heterosexuales. Otros rotundamente
no, considerando el mantenimiento de la identidad homosexual como una necesidad psíquica
vital. Dado lo que está en juegos sólo cabe darles la razón.
Volviendo nuestra mirada a los actos y relaciones heterosexuales encontramos que las
soluciones clínicas no son más claras que las que se producen con la elección homosexual de
objeto. No necesita enfatizarse la naturaleza polimorfa de la actividad heterosexual del adulto.
Nuestros pacientes nos describen una variedad infinita de escenarios eróticos, incluyendo
travestismo, objetos fetichistas y adornos, juegos sadomasoquistas etc., que son como espacios
privados en su vida amorosa y no son causa de conflicto en cuanto que no son sentidos como
obligados. En cambio, otros de nuestros pacientes heterosexuales sólo llegan a la satisfacción
sexual a través de guiones fetichistas o sadomasoquistas. Lo mismo que a algunos de nuestros
pacientes homosexuales, podríamos desearles una vida sexual menos restringida, menos sometida
a condiciones ineludibles, pero si estas puestas en escena eróticas constituyen para ellos las
únicas condiciones que les permiten el acceso a relaciones sexuales amorosas, igualmente no
tenemos ninguna buena razón para desear que abandonen estas prácticas amorosas sólo porque
podemos ver como sintomáticas estas versiones heterodoxas del objeto de deseo. Los pacientes
mismos raramente desean abandonar sus soluciones eróticas. A lo largo de la aventura analítica,
algunos pacientes desarrollan un espectro más rico de actividades eróticas y amorosas. Pero, si
esto no ocurre, abandonar su sistema de supervivencia sexual, el único al que han podido acceder,
equivaldría a una castración. Y aún más. En numerosos casos, estos guiones eróticos, complejos e
ineludibles, no sólo sirven para asegurar el sentimiento de identidad sexual que acompaña al
placer sexual sino que a menudo se revelan como técnicas de supervivencia psíquica en cuanto
salvaguardan al mismo tiempo el sentimiento de identidad subjetiva. A fin de poner de relieve su
carácter innovador y la intensidad de la investidura que suponen, he denominado estas
invenciones como neosexualidades, siguiendo con esta denominación el modelo de las
neorrealidades que algunos pacientes con fragilidad pueden crear en un ilusorio y erróneo intento
de solucionar un conflicto dolorosamente abrumador (McDougall 1982, caps. XI, XII).

La última observación se aplica a algunos homosexuales hombres y mujeres. Esto plantea la


cuestión de la diferencia que indudablemente existe entre muchos neosexuales y los
homosexuales. Freud estableció una diferencia al referirse a la homosexualidad como inversión y a
la sexualidad desviada de fetichistas, exhibicionistas etc. como perversión. Me parece que la
distinción freudiana es pertinente, en el sentido de que entre las homosexualidades y las
desviaciones de los heterosexuales se encuentran importantes diferencias de organización
psíquica, a pesar de ciertas semejanzas en la estructura edípica y en la economía psíquica por el
papel jugado por una sexualidad frecuentemente marcada por una necesidad imperiosa y
compulsiva. En general, la mayoría de los homosexuales no se interesan por las invenciones
neosexuales, y los desviados heterosexuales son en general poco proclives a buscar relaciones
homosexuales.
En todos los casos, las estructuras psicosexuales son tan variadas que nos vemos obligados a
hablar en plural: las heterosexualidades y las homosexualidades. A éstas hay que añadir las
sexualidades autoeróticas a las que se entregan en soledad muchos sadomasoquistas, fetichistas y
travestis. Estas prácticas pueden considerarse formas desviadas de masturbación en las que la
fantasía por sí sola no parece suficiente; la fantasía erótica tiene que ponerse en acto.
Esto me lleva a la cuestión de la fantasía erótica como tal. Debemos preguntarnos si existe
algo como una fantasía perversa y de ser así si estamos en condiciones de decir lo que significa una
fantasía erótica normal. Una de las funciones originarias de las fantasías conscientes en la
economía psíquica consiste en realizar imaginariamente lo que se experimenta como prohibido o
imposible en la realidad externa. Así una capacidad limitada para recurrir a la fantasía, como se
manifiesta en muchas sexualidades desviadas, atestigua a veces una carencia en las introyecciones
que intervienen en lo que Winnicott (1951) ha denominado fenómenos transicionales, con la
consecuencia del fallo en crear una ilusión en el espacio que separa a un ser del otro, y poder usar
tal ilusión para soportar la ausencia, las esperas y las frustraciones. Volveré sobre este punto más
tarde al abordar la noción de sexualidad adictiva. En lo que concierne a la fantasía llamada
perversa, me parece que el único aspecto que se podría describir legítimamente como perverso es
el de imponer por la fuerza a alguien no consintiente o no responsable una fantasía erótica. En
último término puede que el término perverso sólo pueda aplicarse a las relaciones.
Desde este punto de vista, se sigue que la cuestión pertinente no es la de cuáles actos y cuáles
preferencias deben considerarse desviados, sino en qué momento hay que considerar la
desviación como una variación o versión de la sexualidad adulta en el contexto de una relación
objetal significativa, y cuándo hay que juzgarla sintomática. Aplicaré este interrogante a las
heterosexualidades, a las homosexualidades y también a las sexualidades autoeróticas. No puede
juzgarse la calidad de una relación sólo por sus signos externos. Hay que tener en cuenta al mismo
tiempo los factores cualitativos y cuantitativos: factores cualitativos que conciernen a la estructura
psicosexual dinámica, y cuantitativos, relacionados con el papel de la actividad sexual en la
economía psíquica. Ambos aspectos, el dinámico y el económico, conciernen al tema de la
identificación en cuanto que ésta afecta a la desviación sexual. Los modelos de comportamiento
sexual de los seres humanos, como Freud fue el primero en señalar, no son innatos sino creados.
El carácter egosintónico o egodistónico de las elecciones objetales y de las prácticas sexuales
revela que estamos ante un sistema poderoso de identificaciones —y de contraidentificaciones—
con objetos introyectados de una gran complejidad. Estas internas representaciones de objeto y
sus constelaciones introyectivas dan lugar a diferencias significativas. Las imágenes introyectivas
se revelan lentamente en la escena psicoanalítica, como los actores de una obra de teatro. El
discurso parental sobre la sexualidad, omnipresente durante la infancia, desempeña un papel
principal en la estructura psíquica individual. Pero por encima y más allá de nuestra interpretación
de la comunicaciones de nuestros padres y más allá de sus ruidosos silencios, yo diría que nuestras
más poderosas identificaciones y estrategias de defensa las construimos a partir de lo que
comprendemos de los conflictos y de los deseos inconscientes de nuestros padres y del papel que
se nos pide representar en ellos. A menudo estas exigencias inconscientes contradicen lo que se
expresa verbalmente, creando confusión y conflicto en la mente del niño. Estos mismos conflictos
y confusiones se manifiestan más tarde en la situación analítica, precisándose años para
desembrollarlas.
Nadie elige libremente las muy restrictivas y exigentes condiciones impuestas por las
compulsivas invenciones neosexuales, ni la soledad de una vida sexual en gran parte encerrada en
las creaciones autoeróticas. Del mismo modo, ningún hombre o mujer tiene la impresión de que
elige ser homosexual en una sociedad en la que predomina la heterosexualidad. Estas supuestas
elecciones representan la mejor solución que el niño de antaño pudo encontrar ante el discurso
contradictorio parental en lo que concierne a la identidad de género, masculinidad y feminidad y
roles sexuales. Y estas desviaciones, heterosexuales u homosexuales e invenciones autoeróticas,
llegan al niño o adolescente como revelaciones de lo que es su sexualidad, con el descubrimiento
muchas veces doloroso de que esa sexualidad difiere de la de los otros; no hay conciencia de
elección.
Abordaremos ahora dos cuestiones teóricas y clínicas importantes concernientes a la
desviación sexual. La primera la consideración etiológica y cualitativa y la segunda el papel de la
economía psíquica, que es el aspecto cuantitativo, de la sexualidad desviada. Estos dos aspectos
están íntimamente vinculados al proceso de internalización en las organizaciones neosexuales.
Hay siempre presente en las organizaciones neosexuales un cierto fracaso en la integración y
armonización de las diferentes incorporaciones e introyecciones que se estructuran en cada sujeto
desde el nacimiento.

Factores etiológicos y cualitativos de las sexualidades desviadas


En sus primeros escritos (1905), Freud presentó las perversiones y las inversiones como
vicisitudes de las pulsiones sexuales y su fijación en las primeras fases del desarrollo libidinal. No
obstante en 1920 llega a considerar que el misterio de su creación está ligado íntimamente con la
organización interna edípica y con las fantasías de la escena primitiva (Freud 1915, 1922). No hay
necesidad de insistir en la significación bien conocida de las identificaciones superyoicas en las
estructuras psicosexuales. Estas estructuras, en gran parte creadas por la palabra —explicaciones
verbales, los ánimos y las prohibiciones que se vehiculizan durante la infancia— se erigen sobre
una subestructura arcaica que precede a la adquisición del lenguaje. Aunque es tentador aceptar
la facilidad del esquema de Freud acerca del papel primordial (confirmado clínicamente) de la fase
fálico-edípica en la desviación sexual, esta necesaria explicación no es suficiente. Habría que
recordar que el mismo Freud llegó a plantearse la cuestión de la adecuación de su concepción
teórica.
Si tratamos de conceptualizar las internalizaciones que se establecen durante los intercambios
sensoriales tempranos entre la madre y el niño, me parece que los términos incorporación e
introyección son más apropiados que identificación. En esta fase del desarrollo, los temores y
deseos inconscientes de la madre desempeñan un papel fundamental. Sólo cuando la
comunicación simbólica va reemplazando poco a poco los contactos físicos entre el pequeño y sus
progenitores, las identificaciones y las contraidentificaciones sexuales pasan a ser un elemento
permanente del capital psíquico del niño.
Naturalmente, es la madre quien en primer lugar le nombra a su hijo sus zonas erógenas y al
mismo tiempo transmite de diversas maneras las investiduras y contrainvestiduras libidinales y
narcisistas que estas zonas y funciones van a recibir. Al mismo tiempo es posible que se niegue la
existencia misma de ciertos órganos y funciones corporales. Por sus propios problemas internos
relacionados con las investiduras erógenas y las interdicciones sexuales, una madre puede
transmitirle al hijo una imagen corporal frágil, alienada, desprovista de erotismo o mutilada. En
muchas ocasiones, la observación clínica me ha llevado a deducir que lo niños destinados a
recurrir a invenciones neosexuales en la edad adulta han creado su puesta en escena erótica como
un intento protector de autocuración, no sólo para contener una angustia de castración excesiva,
derivada de conflictos edípicos, sino también para intentar acabar con la imagen introyectada de
un cuerpo dañado y un sentimiento aterrador de muerte interna. Esto engendra, frecuentemente,
miedo a la pérdida de representación corporal como un todo, y con ello pérdida aterradora de un
sentimiento de cohesión de la identidad del yo.
Mucho se ha escrito pero aún queda mucho por decir sobre la representación esencial del
pene que, teniendo en cuenta su cualidad de objeto introyectado, determina el papel y el poder
organizador del falo como símbolo que es el pene erecto, símbolo de poder, de fertilidad y de
deseo. Como tal el falo símbolo no pertenece a uno u otro sexo, sino que organiza la constelación
introyectiva y las fantasías fundamentales que determinan la conducta sexual adulta en ambos
sexos. Desinvestido de su valor simbólico, es posible que el falo se divida en dos imágenes-pene
distintas: una imagen persecutoria, parcial, desprendida de su objeto, que hay que evitar, y una
imagen de objeto idealizada, por lo tanto inalcanzable, que hay que buscar sin descanso. Una
madre puede, incluso antes del nacimiento del bebé, consciente o inconscientemente, vivir a su
hijo como una prolongación narcisista o libidinal de ella misma, destinada a reparar un
sentimiento de daño personal interno. Frecuentemente esta actitud va acompañada del deseo de
excluir al padre tanto en su rol real como simbólico. Si además el padre acepta desempeñar ese rol
pasivo, ya que los padres tienen tantos problemas y son tan responsables de problemas
emocionales como las madres, entonces los terrores y los deseos libidinales arcaicos del niño
pueden no ser integrados en la representación sexual del yo adulto, produciéndose lo que podría
llamarse un desastre simbólico.

La economía psíquica de la sexualidad desviada


El papel económico de la desviación sexual no puede ser olvidado. Desearía, muy brevemente,
introducir el concepto de sexualidad adictiva (McDougall 1982). Freud, al enfatizar que los objetos
de necesidad son innatos mientras que los objetos de deseo son creados, propuso que las
pulsiones sexuales se derivan anaclíticamente de las necesidades de autoconservación. Deben
entonces desprenderse progresivamente del objeto externo original para alcanzar la satisfacción
autoerótica antes de llegar a la elección de objeto. En otras palabras, el acto erótico primordial no
es mamar del seno sino chuparse el pulgar (Freud 1905). Lo que quiero subrayar es lo siguiente:
mientras la sexualidad funciona como una actividad anaclítica, las relaciones sexuales siguen
estando ineluctablemente ligadas a un objeto externo separado de los introyectos fundamentales,
puede que porque éstos están perdidos, están muy dañados o son una amenaza. Esto puede hacer
fracasar todo intento de mantener relaciones sexuales estables vinculadas a sentimientos de
amor. La incapacidad de autoasegurarse mediante la identificación con las funciones paternas y
maternas aunque puede no afectar al núcleo de la identidad sexuada, a menudo perturba las
identificaciones edípicas, en cuanto predominan las necesidades y los miedos narcisistas. Entonces
la sexualidad corre el riesgo de hacerse desviada y adictiva. Por lo tanto, a la noción de
neosexualidades añadiré la de neonecesidades, en las cuales el objeto sexual, como objeto parcial
o práctica erótica, es incesantemente buscado a la manera de una droga. De ahí que se pueda
recurrir a objetos eróticos inanimados o a personas tratadas como objetos inanimados o
intercambiables.
La dimensión adictiva de la sexualidad humana, sea en un contexto heterosexual, homosexual
o autoerótico, puede conceptualizarse como un fracaso en los procesos de internalización a los
que Winnicott (1951) denominó fenómenos transicionales. El objeto transicional representa a la
madre (más precisamente sus funciones maternales) como medio de lograr una constelación
estable de objeto interno; el individuo puede, entonces, identificarse con su introyectado objeto
cuidador. Un fallo en el desarrollo del proceso de introyección en esta fase puede tener
catastróficas consecuencias no sólo para el desarrollo del sentimiento de identidad sexual sino
también sobre el desarrollo del sentimiento del sí mismo. Frecuentemente, la sexualidad, en esta
eventualidad, se convierte en un dramático y compulsivo modo de proteger una autoimagen
narcisista de la desintegración. Por consiguiente, el acto sexual se buscará para evitar que la
intensa rabia infantil se vuelva contra sí mismo o apunte a las representaciones parentales
internalizadas. De ese modo el acto sexual se convierte en una droga que disipe los sentimientos
de violencia, la pérdida dramática de las fronteras del yo y la sensación de muerte interna.
Mientras tanto, la pareja y el guión sexual actúan como contenedores de las partes vividas como
peligrosas del individuo. Éstas serán en consecuencia domeñadas, de forma ilusoria, por un
aumento en el dominio erótico del otro o a través de un juego de control dentro del escenario
sexual.
En términos metapsicológicos, las dimensiones dinámicas y económicas de la neosexualidad
podrían resumirse en las siguientes palabras: Quienes han creado una neorrealidad en términos de
actos y objetos sexuales al servicio de la homeostasis libidinal y, conjuntamente, de las
necesidades que están al servicio de la homeostasis narcisista, han llevado a cabo un cortocircuito
en la elaboración de la angustia de castración fálico-edípica y, al mismo tiempo, al renegar los
problemas de separación e individuación (Mahler, 1968) y de sadismo infantil, creando un muro
defensivo de muerte interna contra los afectos asociados, también han soslayado la elaboración de
la posición depresiva tal como la conceptualizó Klein.
Creo que estos conceptos se clarificarán con la siguiente viñeta clínica que está sacada de seis
años de un prolongado análisis.
Jason, hombre de unos cuarenta años, solicitó un análisis a causa de obsesiones que invadían
su vida sexual y social. Su trabajo profesional no parecía afectado por esta sintomatología.
Manifestaba un apasionado interés por su trabajo y de hecho había alcanzado una elevada
reputación en una rama muy especializada de la cirugía. Entre sus múltiples obsesiones sobresalía
una constante preocupación por los grupos minoritarios, respecto de los cuales tenía prejuicios
favorables. «¿Soy tan bueno como un árabe? ¿Soy tan bueno como un negro? ¿Soy tan bueno
como un judío?». En el curso de nuestra primera entrevista me dijo que sus dudas que tenían un
tinte racista, estaban estrechamente ligadas a su vida sexual. «Muchas mujeres vienen detrás de
mí, y si son árabes, vietnamitas, africanas, etc., las seduzco y mis obsesiones se calman». Después
añadió de forma críptica: «Donde no hay mezcla no hay problema». Entonces explicó que todo se
complicaba cuando las mujeres no pertenecían a esas etnias minoritarias pero habían tenido
relaciones con alguien de otra raza. A los veinte años se había casado con una joven francesa a la
que deseaba porque ella había tenido una breve relación con un judío célebre. Me dijo: «Durante
años torturé todas las noches a mi mujer para obtener de ella los detalles de esa relación amorosa
con X. El interrogatorio podía durar horas. Luego le desgarraba la ropa interior, la atacaba y la
violaba. Pero el sexo no era satisfactorio. El interrogatorio era demasiado largo». Durante el
matrimonio, que había durado una decena de años, continuó teniendo innumerables aventuras
con mujeres de distintas razas. Luego habló de una segunda amante con la que tuvo una
prolongada relación. Ella había tenido una aventura nebulosa con un negro célebre. Ella también
tuvo que someterse a interminables interrogatorios antes de que él pudiera hacer el amor. Parece
que la mujer había terminado por confesar o inventar todo lo que él quería oír. Según Jason la
tortura era tan grande para él como para ellas y pensaba que un día iba a volverse loco.
En el curso de la entrevista inicial vislumbré el sentido oculto vinculado a las diferencias
étnicas cuando Jason evocó, al pedírselo yo, su vida familiar infantil. «Mis padres disputaban sin
cesar porque mi madre era inglesa y mi padre francés. (Él parecía algo negro y algo judío pero no
lo era.)» Después me habló de su única hermana, cuatro años mayor que él. Los dos habían
sufrido, durante la infancia, que la madre denigrara constantemente al padre.
De niño Jason se sentía humillado por el acento de su madre y por su odio a los franceses y a
muchos aspectos de la cultura francesa. Los insultos volaban por encima de la mesa, y el padre
acababa diciendo que ella era una sucia perra inglesa. Jason continuó diciendo: «Mi madre
hablaba abiertamente, delante de nosotros, de las aventuras extraconyugales de mi padre. Yo
sabía que él tenía aventuras a diario con sus clientes, y particularmente con las clientes de otras
razas». Tras un silencio, añadió: «Todo se convirtió en masturbación, y puede que por eso, durante
mi adolescencia, me masturbaba varias veces al día. De hecho sigo haciéndolo una media de dos
veces por día». Añadió que la imagen de la verdadera virilidad para su madre era su propio padre
que había perdido una pierna en el campo de batalla.
De esta primera entrevista deduje que, desde la infancia, Jason había desplazado su ansiedad
concerniente a la diferencia sexual entre los padres sobre la diferencia de nacionalidades entre
ellos. Además el hecho de las diferencias étnicas y de la exhuberante actividad sexual estaba
cargado manifiestamente de significación fálica. El lugar que él asignaba a la mujer era menos
claro. Sin embargo, era evidente que su elección de una analista mujer que vivía en Francia, con
fuerte acento inglés, no era casual. Y, aunque tuvo que esperar un año para iniciar su análisis,
rechazó ser derivado a otras consultas. Yo estaba destinada a pagar por toda la vergüenza y los
daños psicológicos de los que Jason hacía responsable a la madre.
Como esta comunicación concierne a la investigación de la estructura interna que da lugar a
las invenciones neosexuales, añadiré algunos detalles sobre la infancia de Jason, en tanto que se
relacionan con su sexualidad desviada. En nuestras primeras entrevistas Jason se contentó con
revelarme sólo los aspectos de su actividad sexual que le hacían sufrir. Más tarde me contó que,
en el periodo de latencia, había comenzado a travestirse con la ropa de su hermana, sobre todo
con las prendas de danza, y con esa indumentaria se masturbaba frente al espejo.
El desviado y peligroso ritual de masturbación que Jason practicaba durante su adolescencia
también merece mención puesto que ofrece una clara ilustración de la doble polaridad de las
invenciones neosexuales: por un lado, son un intento de eludir las prohibiciones y angustias de
castración de la fase edípico-fálica, por el otro constituyen un esfuerzo desesperado por controlar
dificultades pertenecientes a una más temprana infancia, con ansiedades de separación vividas
con terror y rabia infantiles: en otras palabras, salvaguardarse de las angustias neuróticas y a la vez
de las psicóticas.
Jason tomaba el ascensor y subía hasta el último piso de la casa de los padres, devolvía el
ascensor y saltaba al cable de acero hasta alcanzar un agarradero bajo el techo. Colgado sobre un
vacío de unos cuarenta metros, se masturbaba con el cable del ascensor. Esta práctica presentaba
varios peligros, el más importante de los cuales era el miedo erotizado de que en el momento de
la eyaculación, podía soltarse y estrellarse contra el suelo.
Reveló que en sus escenarios sexuales adultos experimentaba una perturbación manifiesta de
su sentimiento de identidad y una cierta confusión entre su cuerpo y el de sus parejas. Una
actividad erótica importante consistía en pedir a sus amantes que se pusieran un pene artificial y
lo penetraran analmente. Otras veces ataba a sus parejas consintientes y, mientras las azotaba, las
penetraba analmente con el dedo y, de ser posible, con toda la mano.
Más adelante volveré sobre las complejas representaciones de objeto, los introyectos y las
identificaciones que se ocultaban detrás de estas invenciones neosexuales compulsivas.
En nuestra segunda entrevista, Jason describió lo que él llamaba su homosexualidad. Dijo:
«Durante años, he asistido a reuniones de sexo grupal sobre todo para ver qué es lo que hacían los
hombres. Hay algo falso en mis relaciones con las mujeres. Aunque en cirugía trabajo
extraordinariamente bien con mis pacientes femeninos, es probable que, fuera del hospital, las
deteste. De hecho estoy convencido de que soy homosexual pero nunca he deseado sexo con un
hombre. Todo esto tiene que ver con mi perra madre inglesa». Añadió: «Supongo que se pregunta
por qué quise analizarme con usted». «¿Puede que porque soy una mujer y una perra inglesa?».
«Es cierto. Su acento me recuerda al de mi madre pero hay algo diferente en usted. Me hace sentir
que existo». Y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Aunque sabía muy bien lo que me esperaba en la transferencia, me sorprendieron
verdaderamente ciertas manifestaciones transferenciales impre-vistas. En la primera sesión de
diván, Jason se dirigió a mí como Joyce (pese a ser inusual en Francia) y además usó el familiar tú,
fórmula que en Francia es reservada a la familia, íntimos amigos, niños y perros. En un momento o
en otro yo estuve formando parte de todas estas categorías. Durante el análisis siempre me dirigí
a mi paciente como usted. Como puede imaginarse, esta forma de Jason de atacar el encuadre da
lugar a muchas interpretaciones, como su fragilidad narcisista y su necesidad de seducir.
Aumentando la confusión, Jason se dirigía frecuentemente a mí nombrándose él, y alguna vez
usaba mi nombre para referirse a él. «Ayer, tras la sesión, de nuevo tuve miedo en la calle; todo el
mundo me amenazaba. Pero me dije “¡Escucha Joyce! Sabes que atribuyes a estas personas tu
propia violencia. Ellas no quieren hacerte daño».
Hubo muchas cosas interesantes en este análisis pero me centraré sobre todo en las
invenciones neosexuales de mi paciente y su papel en su economía psíquica. Sin embargo, es
pertinente que mencione un detalle del retrato global del mundo psíquico de Jason. Resulta claro
que, de niño, Jason padeció algunas manifestaciones psicóticas y que éstas habían durado en
torno a un año. Comentó que oía voces que le mandaban insultar a amigos de la familia, sobre
todo mujeres. Esto le había supuesto alguna paliza paterna, más aún cuando el niño aseguraba
que no era él sino que unas voces le obligaban a hacerlo. Sólo cabe conjeturar que en este periodo
de su vida, Jason trataba de echar fuera de su mente tanto su terrible ira como sus pensamientos
eróticos concernientes a las diferentes imágenes introyectadas de su madre, y que éstas volvían a
él como en el caso de Schreber, en forma de alucinaciones auditivas. Según Jason, su padre dijo
que le pegaría hasta que él dejara de oír voces. Lo que parece que resultó efectivo. Jason y yo
llegamos a la conclusión de que los fenómenos alucinatorios tuvieron lugar más o menos en el
tiempo en que sometía a su madre y amigas a preguntas compulsivas que podrían durar horas. Las
preguntas versaban frecuentemente sobre temas como la comparación de los precios de artículos
y de prendas femeninas, como pieles.
Cuando tales preguntas se reprodujeron en el análisis (y debo admitir que era capaz de
volverme loca, en algún momento tuve la impresión de oír voces) pudimos reconstruir la obsesión
de Jason durante su infancia respecto a las diferencias sexuales y en particular respecto a la
constitución y funcionamiento del cuerpo femenino.
Mis interpretaciones con respecto a este tema en diferentes contextos condujeron a Jason a
recordar con detalle la diaria retahíla de preguntas que su madre hacía a su padre en la mesa
sobre cuántas mujeres había conquistado cada día. Al parecer, le espiaba y cuando le veía hablar
con una mujer de forma animada, sobre todo si era de origen étnico diferente, se convencía de
que había relaciones sexuales de por medio. Al principio de su análisis, Jason creía firmemente que
su padre mantenía relaciones sexuales con cuatro o cinco mujeres al día; pero más tarde, cuando
disminuyó la necesidad de pensarlo, pudo decirme convencido: «¿Sabes?, ahora comprendo que
mi madre tenía celos patológicos. Pienso que tenía problemas homosexuales. También recuerdo
que mi padre protestaba con frecuencia diciendo que ningún hombre podría tener una actividad
sexual tan continua como mi madre le atribuía».
Con el progreso del análisis, quedó claro que las profundas quejas en contra de su madre no se
limitaban a que denigraba constantemente a su padre y a sus acusaciones sobre las supuestas
infidelidades. Esto había originado una confusión dolorosa en la mente del niño, pero además
había constatado que su madre era incapaz de aceptar cualquier punto de vista que no fuera el
suyo. Algunos de los momentos más dramáticos y emotivos de su análisis tuvieron que ver con su
firme idea de que no había verdaderamente existido a los ojos de su madre. «Yo golpeaba en las
paredes de la mente de mi madre y sólo me respondía el eco». Al surgir en la transferencia
temores parecidos (por ejemplo, si yo permanecía en silencio algunos instantes), Jason elevaba la
voz y me decía si estaba dormida o muerta. A veces gritaba tanto que no podía entender lo que
estaba diciendo. Cuando le preguntaba si lo que intentaba era mantenerme despierta y viva, decía
que tenía que hacerlo así para llegar a mí ya que, siendo inglesa, no podría comprender lo que me
estaba diciendo. Pudimos interpretar su curiosa forma de expresión como el sentimiento de no
haber podido llegar a su madre, no haber podido hacerle comprender su sufrimiento de niño,
hasta pensar que no estaba verdaderamente vivo o que ella no lo estaba para él.
Las complicadas prácticas y relaciones sexuales de Jason eran un intento no sólo de apuntalar
un sentimiento de inseguridad con respecto a la identidad sexual sino de evitar un peligro aún
mayor como la pérdida de la sensación de sí y del sentimiento de la identidad subjetiva. Unos dos
años tras el comienzo del análisis las obsesiones de Jason con las diferencias étnicas y sus
complicadas prácticas sexuales comenzaron a perder parte de su compulsividad, pero tuvo que
hacer frente a una nueva forma de ansiedad de carácter psicótico que describía como una vivencia
de nada, o de muerte interna. Llamaba a estas experiencias «vacíos» («estados de vacío»).
En este tiempo ya no gritaba y raramente confundía nuestros nombres, pero temía perder la
razón, perder su habilidad profesional o hacer cosas absurdas para llenar esos vacíos. Durante dos
años estos momentos de despersonalización reaparecieron alguna vez y supusieron para mí un
periodo de actividad interpretativa constante, llevándome a parámetros como sesiones
complementarias, autorizarle en alguna ocasión a llamarme por teléfono y a estar de acuerdo con
que tomara tranquilizantes, con el pensamiento de que se trataba de medidas temporales.
Pudimos entonces analizar que su recurso a la medicación (que duró unos pocos meses) era
un medio de encontrar un objeto transicional que paliara el «vacío» en el que no podía aún
introyectar la imagen de una madre cuidadora. Se comportaba en la forma que Mahler ha llamado
la practising sub-phase, en la que los niños, una y otra vez, deben volver de su actividad para
reasegurarse de la presencia materna cuando no cuentan con la imagen materna internalizada.
Durante este periodo aumentó la intensidad de su actividad masturbatoria. Pudimos reconstruir
que, en primer lugar, representaba un medio por el que asegurarse de que los introyectos
maternos más peligrosos no habían destruido su virilidad, y, en segundo lugar, la masturbación le
procuraba la sensación de existir y la de que su cuerpo tenía límites. El sentimiento de muerte
interna desapareció temporalmente (Limentani, 1984). El juego de ser penetrado por un pene
artificial le producía las mismas impresiones.
El análisis de las angustias de castración de Jason, en todos sus niveles, angustia fálico-edípica,
miedo de castración narcisista y su prototipo arcaico en forma de ansiedad de separación y
aniquilación, fue muy intenso durante este periodo y contribuyó a una mejor comprensión de la
fuerza de sus obsesiones sexuales y de las fantasías que había detrás. Un fragmento clínico
correspondiente al tercer año de trabajo conjunto servirá de ilustración.
Jason: Cuando hago el amor con una negra cuyo marido es también negro, no tengo
problemas ni obsesiones, porque al tomar a la mujer me apropio de su pene. Así, me siento
hombre durante un tiempo. Los negros, los árabes, los vietnamitas, los judíos tienen verdaderas
pollas. Pero siento un pánico tremendo con mis amantes que no han tenido esas relaciones.
Aparece después otra vez la hora de los interrogatorios. ¿Por qué?
Le resumí los temas sobre los que habíamos trabajado el año anterior.
JM: Si una mujer no ha poseído uno de esos penes potentes es una mujer castrada, tal como
se vive usted. Cuando la obliga a confesar que ha tenido aventuras de ese tipo, entonces puede
penetrarla pero su deseo y su rabia no tiene límites, como a menudo lo hemos visto.
Me refería tanto a los afectos transferenciales como a los sentimientos infantiles de envidia
hacia su madre. Éstos los entendíamos como un ataque a la imagen idealizada de feminidad en la
que posee los dos sexos y los poderes mágicos que se atribuyen a cada sexo.
Jason: Sí. Esto me recuerda el tiempo en el que yo azotaba a las mujeres. No trataba de
hacerles daño, sino demostrar que no están heridas y que no se mueren. En esos momentos tengo
un pene postizo que puede provocar un orgasmo en la mujer. ¡Es estupendo!
JM: Y cuando usted no tiene ese látigo-pene ¿es la mujer entonces la que debe pasarle el pene
potente que ella le ha cogido a algún otro hombre?
Jason: ¿Por qué siempre he querido ser una mujer?
JM: Puede que porque son las mujeres y el sexo femenino quienes atraen a los hombres y sus
penes.
Jason: No sé por qué nunca he querido tener sexo con un hombre, pero soy un homosexual.
(Gritando.) ¡No diga que no!
JM: ¿Por qué iba a negarlo?
Jason: Ese asno del Dr. X (un analista a quien Jason había visitado durante un corto periodo de
tiempo antes de venir conmigo, y por el que experimentaba poco aprecio), estúpido, decía que yo
no era homosexual ¡porque nunca me acosté con un hombre!
Lo que sucedía era que Jason necesitaba desesperadamente que se le reconociera como
homosexual puesto que la identificación masculina la sentía prohibida por su madre.
JM: Parece que hay dos Jason aquí: uno que es homosexual y quiere recibir un pene de un
hombre para poder ser hombre, y otro, heterosexual, que quiere hacer el amor con una mujer con
la fantasía de lograr un pene a través de ella. Como si la mujer debiera darle permiso para tener su
propio pene.
Jason: Me dijo usted una vez que todos estos jueguecitos con mis amantes y lo del pene
artificial era mi madre que con el pene de mi padre atado a ella me lo hacía tragar analmente.
(Una larga pausa antes de volver a hablar.)
Jason: (Gritando.) ¡Mi madre odiaba a mi padre y no quería dejarme ser como él, no me
dejaba quererle. Lo único que podía tener era a su padre, el maravilloso héroe de guerra sin una
pierna! (Y aquí Jason rompió a llorar.)
He traído esta sesión detalladamente porque expresa los elementos esenciales de las teorías
sexuales de la infancia de Jason, tal como se desprendían de su constelación introyectada. Su
fantasía sexual básica era la de que para llegar a ser un hombre tenía que incorporar literalmente
el órgano genital masculino (como hacía con el pene artificial), pero al mismo tiempo no quería
que esta «incorporación» le viniera de un hombre porque le era esencial que su madre le
permitiera el acceso al pene del padre para que él pudiera poseer el suyo.
Desde esta perspectiva, Jason escenificaba una común fantasía en los niños en la que están
acostados entre sus padres y el padre les penetra con su pene y entonces les crece un gran pene
con el que pueden penetrar a la madre: una versión concreta de las fantasías de internalización en
sus aspectos oral, anal y fálico. Estas representaciones de objeto se convirtieron en el núcleo de
una organización estable, aunque desviada, de sus identificaciones con la pareja parental en la
fantasía de la escena primaria. Todo lo que Jason logró en su búsqueda de identificación con los
aspectos fálicos de su padre era el logro de múltiples aventuras sexuales —una especie de
identificación adhesiva superficial—, por lo que, como hemos visto, tuvo que pagar caro y que se
complicó aún más porque para Jason la potencia fálica se simbolizaba por la conquista de parejas
que fueran étnicamente diferentes a él.
Tras algunos años de duro trabajo, nos fue posible abordar cómo Jason había introyectado un
constructo de lo que le parecía la parte loca de su madre que había dado origen a dos enfrentadas
imágenes de su padre. Estas representaciones parciales hacían referencia, por un lado, a un falo
idealizado, incastrable, en constante erección, tras el que no había un hombre real, y, por otro
lado, a un sucio falo, peligroso y denigrado, igualmente separado de un objeto internalizado que
fuera verdaderamente masculino. Este último era sentido como si hubiera dejado a la madre
vacía, incompleta y loca. Jason se sentía tan desprovisto de enriquecimiento fálico como creía que
su madre lo había sido. Su fundamental fantasía erótica, como muchas creaciones neosexuales, se
había construido a la manera de un sueño. Como se ha visto en la sesión que se ha contado, las
mujeres que excitaban sexualmente a Jason eran las que, en su fantasía, tenían incorporado un
pene potente que él, a su vez, podía absorber analmente lo que le proveía de un pene fálico
propio y capaz de penetración. Este juego erótico, altamente investido, representaba el mismo
papel, en muchos aspectos, que la búsqueda compulsiva de sustancias adictivas como el alcohol o
la droga. Desde este punto de vista la dramatización indicaba una sustitución con fines
reparadores de las funciones maternas de una madreseno arcaica. La búsqueda sexual compulsiva
de Jason comprendía esta significación. Aunque la incorporación, en sentido estricto, de objetos
parciales sustitutos se basa en el deseo inconsciente de obtener o reparar lo perdido o dañado en
el mundo interno, estas actuaciones, no son equivalentes a procesos psíquicos de incorporación e
introyección. Por el contrario, la necesidad compulsiva de objetos externos en una sexualidad o en
un abuso de sustancias, atestigua del desmoronamiento de los procesos de internalización. Las
actuaciones no reparan las representaciones dañadas del pene o del seno en su significado
simbólico. Sólo alivian la ansiedad temporalmente y por eso adquieren un carácter adictivo por el
que deben repetirse una y otra vez (McDougall 1982, caps. III, XI, XII).
Para concluir, citaré el fragmento de una sesión de Jason que comenté detalladamente en el
sexto año de nuestro trabajo conjunto. Mis notas rezan así: desde hace tres años Jason ha
mantenido una relación estable con una colega profesional con la que ha tenido dos hijos. Aunque
él necesita a menudo la tranquilidad que encuentra en la soledad de su propio apartamento y a
menudo se siente incapaz de afrontar la presión de la vida conyugal, se encuentra profundamente
vinculado a su amante y a sus dos hijos. Jason parece haber renunciado por completo a sus
prácticas sadomasoquistas y no busca ya hacerse penetrar por su pareja con un pene artificial.
Mantiene un considerable interés por la relación anal como una variante. Sus interminables
interrogatorios antes de la relación han disminuido considerablemente así como su masturbación
compulsiva. Dice que sus amigos y colegas apenas le reconocen porque está «menos loco». De sí
mismo dice que ya no confunde su realidad con la de los otros. Reitera que durante el último año
ha conocido la verdadera felicidad por primera vez en su vida.
Sus asociaciones en la sesión que sigue demuestran numerosas vicisitudes de los procesos de
internalización unidas a sus diferentes desviaciones y relaciones sexuales y aporta también alguna
luz sobre la significación de los «estados de vacío» de Jason. Esta experiencia de «nada»
desapareció por completo.
Jason: Observo cómo estás vestida. Cada detalle elegante. Pero lo importante es que ahora tus
prendas se convierten en mis prendas. Me siento bien cuando me tumbo en el diván. ¿Ves qué
estupenda ropa me permito comprar ahora? (Jason presentaba un aspecto extraordinariamente
descuidado, lo que resultaba incoherente con su profesión y con sus medios.) Pero mi bufanda es
muy vieja y sucia —me prohíbo lavarla, porque entonces yo ya no sería yo. Como cuando niño
gritaba al insistir mi madre en que tenía que comprarme ropa nueva. Teníamos tremendas escenas
en público, pero era peor para mí que para ella. Sabía que quería destruirme y yo luchaba por mi
vida.
Vemos en esta pequeña viñeta lo frágil que era el sentimiento de sí de Jason y cómo sentía
que sus prendas le mantenían entero. Las investía como objetos transicionales, en lugar de una
internalizada imagen materna que pudiera tranquilizarle sobre su integridad corporal y seguridad
psíquica.
Jason: Esto me hace pensar en mi terror en los estados de vacío cuando miraba fijamente la
nada y no sabía quién era yo.
Jason había utilizado toda la magia infantil de la que disponía —en particular su inventiva
sexualidad— para llenar los sinsentidos o espacios muertos en los que no encontró ningún eco que
desde su madre le confirmara su existencia individual o su identidad sexual. En esta perspectiva, el
vacío significaba también el terrorífico sexo femenino, un genital peligroso relacionado con una
imagen introyectada de su madre como un vacío sin límites. Al no contar con una representación
interna del pene de su padre desempeñando una función benéfica en la vida sexual de la madre
no pudo tener una imagen introyectada de la escena primaria en la que el sexo materno pudiera
ser considerado como complementario del sexo de su padre. Además carecía de representación
de una imagen paterna que pudiera protegerle de su absorción y disipación por su madre, y con
quien hubiera podido establecer una identificación genital sin riesgos.
Jason: Ella quería quitarme la ropa y yo me habría quedado indefenso y hubiera
podido devorarme. Tenía que esconderle todo para existir. Pienso en mis rituales de
masturbación, colgado a cuarenta metros de altura.
JM: ¿Otro vacío?
Era la primera vez que había sido posible establecer una relación entre sus estados
de vacío y muerte interna con sus prácticas sexuales adolescentes. Anteriores
intentos de interpretar sus asociaciones en el mismo sentido, sea en relación con la
transferencia o con objetos del pasado, sólo le habían dejado confundido.
Jason: Sí, ¡pero era un vacío excitante! Había un peligro real en la situación: lo erótico
y la eyaculación. Y naturalmente, ¡el riesgo de ser sorprendido!

Vemos cómo Jason comprende cómo había logrado hacer tolerable, a través de la erotización, los
factores psíquicos que constituían la causa de sus mayores angustias (McDougall 1978, cap. IV): en
primer lugar, el hueco vacío del sexo de su madre y el correspondiente miedo a ser pillado por su
padre en un acto que inconscientemente equivalía a un incesto. Luego, lo que los padres le habían
dicho sobre la sexualidad había creado un agujero de significación en la mente del niño. Nada
tenía sentido. Jason se vio obligado a inventar una nueva escena primaria que después integró en
su creación neosexual. Por encima y detrás de la amenaza de los factores sexuales, se encontraba
el miedo arcaico de desaparecer en el vacío en el que podía perder no sólo el esquema corporal
sino también los límites de su yo. En su práctica sexual condensada, Jason, había logrado erotizar
tanto sus angustias de castración edípica como los primitivos terrores de castración: los miedos de
anonadamiento y de muerte. Como muchos desviados sexuales, coqueteaba con la muerte en sus
peligrosos juegos sexuales, con el intento de demostrar que a pesar de sus accesos agresivos y de
su deseo sexual, y a pesar de su convicción de no existir a los ojos de su madre, ni ella ni él
morirían. No sólo triunfaría sobre la muerte sino que esas angustias podrían convertirse en la
causa de sus placeres sexuales más intensos.
JM: Así usted se negaba a dejarse aterrorizar por la experiencia de la nada y por sus
fantasías acerca del cuerpo de su madre.
Jason: Sí, y me negaba a lo que ella quería: que no tuviera sexo.
JM: ¿Rehusaba ser un vacío para ella?
Jason: ¡Eso es! Nunca fui otra cosa que un adjetivo para mis padres.
JM: ¿Un adjetivo?
Jason: Sí… «eres un chico brillante», «eres un chico sucio», «estás chifla-do». ¡Pero
nadie, comprendes, nadie me dijo nunca que yo era un chico!
Se produce una larga pausa y Jason empieza a llorar. Luego, controlando su emoción,
continúa:
Jason: ¿Cómo podía saber que era un chico? ¿O incluso en qué consistía ser un
chico? ¿Y que era bueno ser simplemente un chico? Me he convertido en hombre por
accidente. En realidad no lo era. Sólo tenía el aspecto de un hombre, actuaba como
un hombre. ¡Había que ser mejor que los árabes, los judíos y los negros! ¡Había que
follarse más mujeres que ellos! ¡Siempre el adjetivo! El gran follador. Pero no era
todavía un macho. Todo lo más un engaño. Ahora soy un hombre. ¡Del vacío he
creado una verdadera polla! El trabajo que hacemos aquí es como un parto.
¿Recuerdas mi primera sesión en el diván? Dije que salía de entre tus muslos. Es
como si viera mi propio nacimiento como un bebé. Como un deseo que nunca he
querido admitirme. ¿Por qué no existí como un niño para mi madre? (Gritando.)
¡Joyce! ¿Has entendido? ¡Por Dios, di algo!
JM: ¿Teme no existir como un chico para mí?
Jason: Es peor que eso. Es como si tú tampoco existieras.
JM: ¿Me ha transformado en vacío? ¿Como si me hubiera comido de nuevo? (Aquí
hago referencia al material de una reciente sesión en la que Jason había expresado el
temor de que hubiera agotado todas mis ideas, y temía ser una carga demasiado
pesada para mí.)
Jason: Sí. Lo veo ahora. He devorado a mi madre, y el gran peligro es vaciarla,
convertirla en un vacío. Ella siempre me decía que era un niño voraz y que tenía que
apretarme la nariz para que dejara el pezón… y todo lo que había hecho por mí a lo
largo de la infancia: ¡se había desgarrado las entrañas por mí! ¿Ves?, aun bebé no era
sino un adjetivo: ¡un bebé malo! (Ríe de forma algo descontrolada; siento el
crecimiento de su angustia e intento ver las fantasías subyacentes de incorporación
en búsqueda de expresión.)
JM: Me hace pensar que su madre podría haber temido que usted la devorara.
Jason: Eso es, ella me hacía sentirme peligroso. ¿Por qué ella tenía tanto miedo? Lo
sé…: la llamada proyección. ¡Yo tenía miedo de devorarla, y ella tenía miedo de su
deseo de comerme! Estoy pensando en la pierna perdida de mi abuelo. Le
preguntaba durante horas dónde estaba. ¡Otro vacío!
JM: ¿Como si usted pensara que la habían devorado?
Jason: ¡Sí! Pero eso era un vacío que había que admirar, mientras que mi padre
teniendo las dos piernas no valía una mierda. (Se puso a gritar.) ¡Podía dar saltos con
una sola pierna pero no me estaba permitido tomar nada de mi padre! ¡Nada de
nada!
JM: Excepto en lo de «seductor perpetuo». Aunque es un adjetivo es algo que tomó
de su padre.
Jason: ¡Toma, es cierto! Sin ello hubiera sido psicótico. Sé que era psicótico, como
ese Sammy sobre el que has escrito. Somos muy parecidos. Cuando vine aquí, al
principio, ¡era un psicótico oculto!
JM: Pero los adjetivos le ayudaron a sobrevivir.
Jason: Sí, y mi padre estaba orgulloso de mi inteligencia, solía decir que llegaría a ser
un profesor mundialmente famoso. Sí, me he convertido en cirujano por todos ellos:
para reparar a mi madre, para reemplazar la pierna del abuelo, para realizar la
ambición de mi padre. Durante años reparé a todo el mundo; mientras yo
permanecía vacío y dañado. Como tú una vez me dijiste: una hemorragia psíquica.

Espero que esta viñeta clínica proporcione un atisbo del complejo juego de objetos internalizados,
fantasías de incorporación, identificaciones y contraidentificaciones, de los miedos y deseos
inconscientes parentales, que participan en la construcción de las neosexualidades. La angustia es
la madre de la invención en el teatro de la psique. Aunque aún queda mucho por hacer en este
análisis, puede que haya podido transmitir a través de los desesperados intentos de Jason por
hallar una solución a sus dificultades vitales, algo sobre los caminos en los que los miedos de
castración y aniquilación y los sentimientos de una identidad confusa, rabia infantil y sentimiento
de muerte interna pueden transformarse, pese a su aspecto implacable, en un juego erotizado.
Las neosexualidades no sólo sirven para reparar las fisuras de una identidad sexual subjetiva
sino también, en la fantasía inconsciente, para proteger a los objetos internos de la rabia y de la
destructividad del sujeto. Éstas surgen en parte de las pulsiones orales y anales no mitigadas,
propias del amor infantil de incorporación. Estos mismos problemas podrían dar lugar a unos
resultados más serios de tipo psicótico o psicopático.
Con el extraordinario descubrimiento del juego neosexual, donde había sinsentido ahora hay
sentido y donde había sentimientos internos de muerte, vitalidad. A pesar de las condiciones
exigentes de compulsividad y de extrema angustia que tan a menudo acompañan a las creaciones
de las desviaciones sexuales, gracias a sus objetivos de autocuración y reparación Thanatos queda
encadenada y Eros triunfa sobre la muerte.

RESUMEN
Identificaciones, neonecesidades y neosexualidades
En relación con las perversiones, la pregunta pertinente no es qué actos y qué preferencias
objetales han de considerarse desviadas, sino cuándo la desviación debe ser considerada como
una simple variación o versión de la sexualidad adulta y cuándo se la ha de juzgar sintomática . Este
trabajo propone que sólo las relaciones pueden calificarse acertadamente de perversas.
El término neosexualidades se elige para enfatizar el carácter innovador y un tanto irreal de las
relaciones y actos sexuales desviados. Éstos son una respuesta a las comunicaciones incoherentes
y a los problemas inconscientes de parte de los padres. Se introduce también el concepto de
sexualidad adictiva o neonecesidad en referencia a la compulsividad que acompaña
invariablemente a la sexualidad perversa.
Sus aspectos dinámicos o económicos se resumen de la siguiente manera: aquellos que han
creado una realidad en cuanto a actos y objetos sexuales al servicio de la homeostasis libidinal, y
neonecesidades al servicio de la homeostasis narcisista, han cortocircuitado la elaboración de la
angustia de castración fálico-edípica y al mismo tiempo, a través de la denegación de los
problemas de la separación y del sadismo infantil, han sorteado lo que Klein denominó la
elaboración de la posición depresiva.
Una viñeta clínica ilustra las anteriores proposiciones teóricas.

Summary
Identifications, neoneeds and neosexualities
With regard to perversions, the pertinent question is not which acts and which object-
preferences are to be deemed deviant, but when is deviance to be regarded as a simple variation
or version of adult sexuality and when is it to be judged symptomatic. This paper proposes that
only relationships may aptly be termed perverse.
The term neosexualities is chosen to emphasize the innovative and somewhat unreal
character of deviant sexual acts and relationships. These are a response to incoherent
communications and unconscious problems on the part of parents. The concept of addictive
sexuality or neoneeds is also introduced in reference to the compulsivity that invariably
accompanies perverse sexuality.
Its dynamic and economic aspects are summarized as follows: those who have created a
neoreality in terms of sexual acts and objects in the service of libidinal homeostasis, and neoneeds
in the service of narcissistic homeostasis, have short-circuited the elaboration of phallic-oedipal
castration anxiety and at the same time through disavowing the problems of separateness and of
infantile sadism have, also circumvented what Klein termed the elaboration of the depressive
position.
A clinical vignette is given to illustrate the above theoretical propositions.

RÉSUMÉ
L'identification, la néo-nécessité et la néo-sexualité
En ce qui concerne les perversions, la question appropriée elle n'est pas quels actes ou
préférences d'objet sont à considérer deviées, mais plutôt, à quelle occasion, cette déviation doit
étre regardée comme étant une simple variation ou une version de la sexualité adulte et à quelle
occasion par contre, cette déviation sera reconnue comme étant symptomatique. Ce que ce travail
suggère est que l'on ne peut tenir correctement pour perverses que les relations.
Le terme néo-sexualité est adopté a fin de souligner le caractère innovateur et à la fois un peu
irréel des relations et des actes sexuels deviés. Ces derniers représentent une réponse aux
communications incoherentes et aux problèmes inconscients du côté des parents. Par ailleurs, une
autre notion est introduite, celle de sexualité asservissante ou néo-nécessité, en relation avec la
compulsivité qui accompagne toujours la sexualité perverse.
Les aspects à la fois dynamiques et économiques, sont brièvement énumerés de la façon
suivante: ceux qui ont crée une néo-réalité en fonction d'actes et d'objets sexuels mis au service
de l'homéostase libidinale, les néo-nécessités au service de l'homéostase narcissique, qui ont
court-circuité l'élaboration de l'angoisse de castration phallique oedipienne et à la fois, par
l'intermédiaire du deni des problèmes de la séparation et du sadisme enfantin, ont contourné ce
que Klein a signalé comme étant l'élaboration de la position dépressive.
Une illustration clinique éclaire les propositions théoriques précédentes.

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appeared. It is illegal to redistribute it in any form.
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Article Citation
Mcdougall, J. (2009). Identificaciones, neonecesidades y neosexualidades *. Rev. Psicoanál. Asoc.
Psico. Madrid, 57:31-51
 

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