Comentarios Dominicos-Semana
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Comentarios Dominicos-Semana
El misterio de la Trinidad que celebramos el Domingo, tras celebrar la Pascua de Cristo y del Espíritu Santo,
quiere cerrar en principio la memoria celebrativa de los más “elevados” misterios. La liturgia, sin embargo,
aún nos reserva solemnidades referidas a Jesús que se celebraran en fechas próximas, la fiesta de su Cuerpo y
Sangre y la de su Corazón. En algunos lugares se mantiene la celebración de la primera en el jueves de esta
semana. Celebrar la fiesta del Corpus, es actualizar todos los misterios de la vida muerte y resurrección, lo
que cada día realizamos en la Eucaristía. La fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor es la celebración de una
celebración, para muchos diaria, la misa. Es necesaria esa fiesta para que la rutina no impida vivir la grandeza
de la eucaristía.
El viernes de esta semana se celebra la fiesta del gran Juan Bautista. Es fecha estratégica, solsticio de verano,
y anuncia los seis meses que faltan para el nacimiento de Jesús. Juan Bautista es la persona en la que la
Sagrada Escritura junta con fuerza la grandeza y la humildad: más que un profeta, pero que es la voz, no la
Palabra; no el Mesías, pero sí su inmediato precursor y “descubridor”, no el camino, pero sí el indicador del
camino, no la luz, pero sí quien dio testimonio de ella.
El resto de días la Palabra de Dios nos presenta la historia de Abrahán en la primera lectura. Es un relato de la
acción peculiar de Dios en Abrahán y de la fidelidad del gran patriarca a los planes que Yahvé le marca.
Continúan las lecturas evangélicas ofreciendo el sermón del Monte de san Mateo. Son textos fáciles de
entender. A la vez se refieren a la práctica de cada día. A la luz de ellos hemos de examinar nuestra conducta.
La gente que lo escuchaba entendió a Jesús y pudo comentar con admiración que era enseñanza cargada de
autoridad. La de su persona que se refleja en la predicación. El evangelio del sábado nos presenta a Jesús, que
ha bajado del monte, entra en Cafarnaúm y se encuentra con el Centurión. Éste se dirige a él con la frase que
repetimos a lo largo de la historia: “no soy digno de que entres bajo mi techo”…. antes de comulgar. La
humildad es la mejor preparación para el encuentro con Jesús. La del centurión, la de Juan el Bautista.
Lunes
20/6/2011
I. Contemplamos la Palabra
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a
juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te
fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una
viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar
la mota del ojo de tu hermano.»
SEÑOR, con otras palabras lo decían los clásicos griegos: llevamos dos albardas, una delante con los defectos
ajenos y las virtudes propias, otra a la espalda con las virtudes ajenas y los defectos propios. Es más fácil ver
la albarda delantera: por eso veo la mota en el ojo ajeno y no veo mi viga carcomida. Dame, Señor, tu luz y tu
comprensión, para que sea humilde, para que sea compasivo.
Martes
21/6/2011
San Luis Gonzaga
I. Contemplamos la Palabra
Abrán era muy rico en ganado, plata y oro. También Lot, que acompañaba a Abrán, poseía
ovejas, vacas y tiendas; de modo que ya no podían vivir juntos en el país, porque sus
posesiones eran inmensas y ya no cabían juntos. Por ello surgieron disputas entre los
pastores de Abrán y los de Lot. En aquel tiempo cananeos y fereceos ocupaban el país.
Abrán dijo a Lot: «No haya disputas entre nosotros dos, ni entre nuestros pastores, pues
somos hermanos. Tienes delante todo el país, sepárate de mí; si vas a la izquierda, yo iré a la
derecha; si vas a la derecha, yo iré a la izquierda.»
Lot echó una mirada y vio que toda la vega del Jordán, hasta la entrada de Zear, era de
regadío (esto era antes de que el Señor destruyera a Sodoma y Gomorra); parecía un jardín
del Señor, o como Egipto. Lot se escogió la vega del Jordán y marchó hacia levante; y así se
separaron los dos hermanos. Abrán habitó en Canaán; Lot en las ciudades de la vega,
plantando las tiendas hasta Sodoma. Los habitantes de Sodoma eran malvados y pecaban
gravemente contra el Señor.
El Señor habló a Abrán, después que Lot se había separado de él: «Desde tu puesto, dirige la
mirada hacia el norte, mediodía, levante y poniente. Toda la tierra que abarques te la daré a ti
y a tus descendientes para siempre. Haré a tus descendientes como el polvo; el que pueda
contar el polvo podrá contar a tus descendientes. Anda, pasea el país a lo largo y a lo ancho,
pues te lo voy a dar.»
Abrán alzó la tienda y fue a establecerse junto a la encina de Mambré, en Hebrón, donde
construyó un altar en honor del Señor.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No deis lo santo a los perros, ni les echéis
vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los
demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas. Entrad por la
puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos
entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y
pocos dan con ellos.»
SEÑOR, muchas veces, y con palabras distintas, me dices que trate a los demás como yo quiero ser tratado.
¿Cómo siendo esto completamente claro, me equivoco tantas veces y no acierto a pasar por la puerta estrecha
–y luminosa– del amor y de la humildad?
En este tiempo que va hasta que vuelva es donde nos encontramos nosotros. Y es aquí donde Jesús nos dejó
también algunas pistas para caminar más ligeros, como la de hoy en el evangelio: “Tratad a los demás como
queréis que ellos os traten” Este aforismo en la ética se llama la “regla de oro”. Ha sido formulada a lo largo
de la historia del pensamiento de muchas maneras, pero lo único que nos quiere resaltar es la reciprocidad
entre las personas. Las relaciones entre las personas deben ser justas, recíprocas… Ahora bien, la realidad nos
dice que esto no ocurre muchas veces… pero es ahí donde los seguidores de Jesús damos un paso al frente: a
pesar de que no nos traten de igual manera, nosotros no condenaremos, no usaremos la violencia, la burla, la
agresividad… lucharemos de otra manera, lucharemos sin armas. Porque nuestra espada es la del Amor.
Celebramos hoy la memoria de San Luis Gonzaga. Jesuita, patrón de la juventud, tuvo como maestro de
teólogos a Roberto Belarmino. Figura de primera fila en la Iglesia del s. XVI.
M
s
22/6/2011
I. Contemplamos la Palabra
En aquellos días, Abrán recibió en una visión la palabra del Señor: «No temas, Abrán, yo soy
tu escudo, y tu paga será abundante.»
Abrán contestó: «Señor, ¿de qué me sirven tus dones, si soy estéril, y Eliezer de Damasco
será el amo de mi casa?»
Y añadió: «No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará.»
La palabra del Señor le respondió: «No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas.»
Y el Señor lo sacó afuera y le dijo: «Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.»
Y añadió: «Así será tu descendencia.» Abran creyó al Señor, y se le contó en su haber.
El Señor le dijo: «Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión
esta tierra.»
Él replicó: «Señor Dios, ¿cómo sabré que yo voy a poseerla?»
Respondió el Señor: «Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de
tres años, una tórtola y un pichón.»
Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no
descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrán los espantaba. Cuando iba
a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre
él. El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo
pasaban entre los miembros descuartizados.
Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: «A tus descendientes les daré
esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Eufrates.»
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se acercan con
piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso
se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos;
los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol
dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir,
que por sus frutos los conoceréis.
SEÑOR, las apariencias engañan, pero los frutos de mi vida señalan su verdadera realidad. Puedo aparecer
bueno –y tontamente me empeño en parecerlo–, pero si no doy frutos de vida es que no estoy unido a ti, la vid
verdadera. ¿Qué importa lo que aparente? Poda, cuida, corrige a tu siervo en este mundo, para que pueda estar
unido a ti por toda la eternidad en tu gloria eterna.
Abraham, acepta la promesa, él, anciano, su mujer, estéril ¿Qué puede esperar? Ante Dios, que le promete una
gran descendencia, cree contra toda experiencia humana y Dios se lo contó en su haber.
Nosotros también somos hijos de Abraham, por la fe. Pero nuestra fe, muchas veces, es débil, queremos ver
para creer; Jesús. en varias ocasiones dijo: “Si crees verás” Si creemos de verdad, nuestra fe se transformará
en contemplación gozosa, de la gloria de Dios. Ahora nos toca peregrinar, creer como Abraham, pero al final
será la visión de la gloria de Dios.
En tiempo de Jesús, habían desaparecido los profetas propiamente dichos, sus sustitutos eran los escribas y
fariseos que se creían con derecho a interpretar las Escrituras y con sus comentarios y tradiciones, muchas
veces ahogaban la fe del pueblo. Es a estos a los que Jesús se refiere, avisando al pueblo que se cuide de ellos,
son falsos profetas, hablan pero no viven lo que exigen a los demás.
También entre nosotros hay falsos profetas, hablan y se creen poseedores de toda la verdad, pero no
olvidemos:”Por sus frutos se conocen”.
Jueves
23/6/2011
“No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino
el que cumple la voluntad de mi Padre”
I. Contemplamos la Palabra
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará
en el reino de cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel
día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre
echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?” Yo entonces les
declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados.” El que escucha estas palabras
mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre
roca. Cayó la lluvia, salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero
no se hundió porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no
las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la
lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió
totalmente.»
Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les
enseñaba con autoridad, y no como los escribas.
SEÑOR, cada día leo tus palabras y te digo «Señor, Señor» en estas breves oraciones que siguen al texto del
Evangelio. Eso es fácil, pero tú me dices que no basta. Ahora veo que conocer tu voluntad y no cumplirla es
más grave que si no la conociera y viviera como vivo. ¡Que mi vida, edificada sobre la roca que eres tú, sea
reflejo de tu palabra! Y mi oración, el medio para conseguirlo.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de EDIBESA.
El Génesis nos presenta hoy a Abrán, Saray y Agar. El bueno y pacífico patriarca se ve incapaz de que las dos
mujeres se entiendan y puedan convivir en paz. Entrega a la esclava en manos de la señora y, aquélla,
sintiéndose maltratada, huye. Junto a la fuente del desierto, la fuente del camino del sur, Dios por medio del
ángel, le dijo que regresara al hogar y que confiara, ya que su oración había sido escuchada, y los planes de
Dios se cumplirían en su hijo Ismael.
El Evangelio es hoy una llamada a la autenticidad, fustigando Jesús con un “No os conozco” a cuantos
aparentan, pero no son; a cuantos dicen, pero no hacen; a cuantos sólo oyen, pero como no escuchan con el
corazón, no ponen en práctica lo que han oído.
Las palabras de Jesús no son equívocas. Está bien orar y llamarle “Señor”, pero, si todo queda en la llamada y
no hacemos la voluntad del Padre, no entraremos en el Reino de los Cielos. No basta con saber confesar la
verdad sobre Jesús, hay que conocer o, al menos intuir, la voluntad de Dios y ponerla por obra.
La enseñanza tiene valor universal. Se puede ser profeta, se puede expulsar demonios, se puede ser
taumaturgo, todo en nombre de Jesús, y no por eso estar justificados. También los profetas y los exorcistas
están sujetos a la coherencia entre lo que saben, lo que dicen y lo que hacen u omiten. Jesús pide integridad,
no sólo buena voluntad y buenas palabras. Que así como el Verbo, la Palabra, se hizo carne, nosotros, sus
seguidores, encarnemos su palabra y la cumplamos, como voluntad del Padre.
Según las palabras de Jesús, los humanos no nos distinguimos tanto por oír, escuchar, hablar y rezar, cuanto
por vivir y llevar a la práctica lo escuchado y, con frecuencia, aconsejado a los demás. Las “casas”
representan a la persona humana, que no puede descuidar ninguna de las dos cosas: escuchar y vivir lo
escuchado.
“Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo”
( I Cor 3,10). Este es el fundamento sobre el que tenemos que edificar nuestra vida. Toda una advertencia para
no quedarnos sólo en cursillos, libros, reflexiones, sin que lleguen a convertirse en vida y práctica en nosotros.
No es extraño que la gente se quedara admirada de Jesús. Enseñaba, actuaba y vivía con coherencia y
autenticidad.
Viernes
24/6/2011
Natividad de San Juan Bautista
I. Contemplamos la Palabra
Señor, tú me sondeas
y me conoces; me conoces
cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma. R.
No desconocías mis huesos,
cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.
SEÑOR, la fiesta de tu primo Juan el Bautista, el que saltó de gozo y fue santificado en el seno de su madre
cuando la tuya la saludó, me habla de integridad, de lealtad, de humildad: «Conviene que él crezca y yo
disminuya», decía refiriéndose a ti. Yo me pongo de su parte.
Lo de sentirse “elegidos y elegidas” tiene al menos un peligro y al tiempo más de una consecuencia positiva
para cada uno y cada una de nosotras. El peligro: no ser consciente de que la elección es para: para anunciar el
Evangelio de un Dios Padre y Madre Compasivo; para los otros y otras que nos rodean, todos, sin excepción;
para el servicio; para, siempre para. La elección nunca es un fin en sí misma, ni una posesión en las manos del
escogido/a.
Entre las consecuencias positivas queremos destacar la siguiente. Cuando una persona sabe que su nacimiento
tiene sentido en el programa de Dios, que es fruto de una elección anterior a los siglos y que su función en
esta historia es ir descubriendo poco a poco esa misión a la que ha sido convocada, es capaz de experimentar
una inmensa y profunda confianza para afrontar todo lo que está por-venir.
Las lecturas que la Liturgia conmemoran el nacimiento de Juan el Bautista reflejan muy bien estos aspectos.
Juan es un elegido, un llamado, para ser el precursor, el anunciador, el que va por delante indicando. Pero
tiene claro que no es más que una pequeña lucecita que anuncia la llegada de alguien va detrás de él. Con el
paso del tiempo, o más bien, de las hojas del evangelio, Buena-Noticia-de-Jesús, veremos a un hombre que es
consciente de la responsabilidad que tiene el que su vida sea “un dedo anunciador” de Aquel que llega detrás
y que viene para dar vida, para transmitir esperanza, para transformar corazones, para hablarnos del reinado
del Compasivo y Misericordioso.
Esa es también nuestra misión en esta tierra. Porque: “es a ustedes a quienes se dirige ese mensaje de
salvación”, nos dice Pablo. Y de ahí que tengamos que asumir, como Juan, con temor y temblor esa
responsabilidad de acoger el mensaje de salvación que nos han transmitido, que hemos recibido desde antes
de nuestro nacimiento y ser, para otros, transmisores, generadores de vida.
Mujer fuerte
A costa de parecer reiterativos, esta comunidad no abandona su compromiso comunitario de destacar la
imagen de la mujer que se muestra hoy en la lectura del Evangelio. Isabel, una mujer que “nos cae simpática”,
se da cuenta desde el principio que, tanto su hijo como el que crece en el vientre de su prima, están llamados a
ser alguien, a cambiar el rumbo de la historia. Isabel lo sabe porque hasta el nacimiento de Juan ha sido una
muestra de “la misericordia” del Señor con ella. Y alguien que trae tanta alegría desde su concepción a una
familia y a los que la rodean tiene que ser “Alguien”. Isabel es también una mujer que se muestra fuerte y
contundente hasta en la elección del nombre de su futuro hijo, en una sociedad en la que todo lo dicho por una
mujer debe ser corroborado después por el hombre.
También “la madre” del precursor nos trae hoy algunas cosas prácticas a nuestra vida: reconocer la presencia
del Dios compasivo y misericordioso en ella y en la de los que nos rodean; vivir la alegría del evangelio-
Buena Noticia mucho más que la dificultades; descubrir la fortaleza y la esperanza de tantas mujeres y
hombres que sufren a nuestro alrededor; ser para ellos y ellas, al fin, verdaderos Juanes e Isabeles que
anuncien, sin querer llevarse los méritos, al que nos trae de verdad la Liberación.
Comunidad El Levantazo
CPJA - Valencia
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Sábado
25/6/2011
I. Contemplamos la Palabra
SEÑOR, tan acostumbrado estoy a estar cerca de tu grandeza sin apreciarla, que han de venir de fuera para
darme lecciones de fe y de admiración hacia ti. Me uno a la fe del centurión. Mientras, dejo que tú cargues
con mis dolencias y mis enfermedades. Como Jacob, también yo puedo ser ‘‘fuerte con Dios’’.
La hospitalidad de Abraham, propia de los pueblos nómadas de la antigüedad, no se hace esperar: agua para
lavarse, pan, un ternero, requesón y leche. A esta hospitalidad se refiere la Carta a los Hebreos, cuando dice:
“No os olvidéis de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles”.
Estamos llamados, en cada Eucaristía, a hospedar al mejor invitado: Cristo mismo, que nunca viene solo, sino
que el Padre y el Espíritu Santo también quieren hacer morada en nuestro corazón. Él renovará la promesa de
su Amor, conociendo ya nuestra incapacidad (como la de Sara, como la de Abraham). “¿Acaso hay algo
difícil para Dios?” Nada mejor que el Magníficat, como propone la Liturgia en el Salmo Responsorial, para
alabar a Dios por su infinita misericordia.
Por tomar como paradigma una de estas curaciones, nos detenemos en el relato de la curación del criado del
oficial romano, que tiene varias notas características. En primer lugar, se trata de un pagano, en “teoría”
alguien que no cree en Dios. Después, se limita a exponer el sufrimiento de su criado, pero no pide su
curación; es Jesús quien se ofrece a acudir y curarlo. Y por último, la humildad que muestra en la respuesta a
Jesús “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una palabra mi criado quedará sano” le
lleva a ser alabado por Jesús ante la multitud, admirado por su fe.
Nuevamente encontramos en la Liturgia de hoy una referencia al momento de recibir al Señor. La respuesta
del romano ha merecido ser pronunciada por todos los que cada día nos acercamos a comulgar. Es el
momento en que Jesús viene a curar, a sanar, a fortalecer, a perdonar, a consolar, a…. ¡todo lo que
necesitemos! con poder absoluto. Recibámosle con el gozo de sabernos amados hasta el extremo. Y que la
unión con Él nos dé a conocer nuestras debilidades y dolores, para que podamos entregárselas y las haga
suyas.