Cómo Hacer Guerra A La Guerra Fernando Savater

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CÓMO HACER GUERRA A LA GUERRA

FERNANDO SAVATER *

LA CULPA, POR LO QUE CUENTAN, ES DEL NITRÓGENO. No me

refiero a su utilización en la fabricación de bombas, sino a su

participación imprescindible en el fenómeno de la vida. Las


plantas han patentado su propio sistema para fijar el nitrógeno

en las células merced a trucos muy ingeniosos y sin molestar a

nadie. Pero los animales, para ganar tiempo y no darle más

vueltas al asunto, han resuelto el problema comiendo las


plantas y asimilando de este modo el nitrógeno ya

manufacturado. Me refiero a los animales herbívoros, porque

otros bichos aún acortan más camino: devoran a los herbívoros

y así obtienen nitrógeno celular sin hacer concesiones a la

ensalada. De los seres humanos, para qué hablar. Comemos

plantas, animales herbívoros y también carnívoros: todo vale. Si

algún ser en el mundo ha hecho divisa del "todo vale", somos

nosotros. Y así desde el principio, porque a ser capaces de sacar


las más extremas consecuencias del "todo vale" es a lo que en

* Revista “Milenio” Número 9. Mayo-Junio, 1992. Págs. 8-10.


primer término puede llamársele razón y la razón es lo que

diferencia al hombre de las bestias De modo que el "todo vale"

es la esencia misma de la condición humana. Olvidaba


mencionar que dentro del "todo vale" se incluye también

comerse los seres humanos unos a otros, o sea que cuando digo

"todo vale" quiero decir todo.

En resumen, el hombre es el depredador total, la fiera más


completa de las conocidas. La culpa original de esta feroz

condición, si es que nos empeñamos en hablar de "culpas" (lo

cual un buen naturalista se cuidará mucho de hacer), la tiene -

ya digo- el nitrógeno: ¿no se podía haber fijado en las células él


solito, sin tantos melindres ni complicaciones?

Gracias al "todo vale" estamos donde estamos, ocupando

desde hace algunos milenios el número uno del hit parade

zoológico de este planeta. Poco a poco, hemos ido refinando el

"todo vale", poniéndolo al día.

Para concentrar fuerzas hemos decidido hace tiempo que

más vale en ocasiones establecer que no todo vale: aprender a

limitar el "todo vale" ha resultado la mejor forma de sacar


provecho de él. La antropofagia está en desuso, por ejemplo, y

también ciertos tipos desordenados de matanza. Gente más


olvidadiza que bondadosa se atreve a decir hoy que el

canibalismo o el exterminio de adversarios es cosa "inhumana",

como si la humanidad no se hubiese afirmado durante siglos y


siglos por tales medios.

Otros, aún más hipócritas, aseguran con voz conmovida

que la guerra es una costumbre "prehistórica", como si la

historia humana no fuese sobre todo la historia de las guerras


humanas (o como si nuestros antepasados prehistóricos

hubiesen sido más guerreros que César o Napoleón). Por lo

visto han decidido, como Marx, que la historia empezará

cuando ellos decidan y ni un minuto antes. Recuerdan estas


actitudes a la de los amantes que, tras haberlo repetido mil

veces, vuelven a decir a su nueva presa erótica: "Hasta hoy yo

no sabía lo que significaba amar" ... Es ahora cuando suponemos

que una historia "verdaderamente" humana debería prescindir


de ciertos comportamientos (antropofagia, quema de herejes,

tortura, guerra...) que hasta hace nada se consideraban

virtuosos y recomendables. [9] Tengamos claro, por honradez,

que sin esas prácticas que en el presente nos desagradan la

especie humana no sería lo que hoy es; aún más, probablemente

ni siquiera sería en absoluto. Lo cual algunos se empeñan en

considerar un mal...
Centrémonos en la cuestión de la guerra. Siempre se la ha

tenido juntamente como una ocasión gloriosa y magnífica, pero

también como una tragedia y una fuente de dolor. Los poetas la


han cantado y la han deplorado; los religiosos la han

considerado un castigo de Dios y también una obligación para

probar nuestra devoción a Dios (que suele ser, no lo olvidemos,

Señor de los Ejércitos); los gobernantes a menudo se declaran

partidarios de la paz, pero pasan a la historia por las guerras

ganadas mucho más que por las que evitaron, etc.... En cuanto a

los comerciantes, también su actitud es ambigua, porque la

guerra representa la ruina y el fin del comercio normal, pero


también una extraordinaria ocasión de rápidos y masivos

enriquecimientos Todas estas aparentes paradojas tienen una

explicación bastante sencilla. La guerra es cosa "buena" cuando

se la mira desde el punto de vista colectivo; sirve para afirmar y


potenciar los grupos humanos, para disciplinarlos, para

renovar sus élites, para fomentar los sentimientos de

pertenencia incondicional de sus miembros, para aumentar su

extensión o influencia colectiva, para reforzar en todos los

campos la importancia de lo público. La guerra es "mala" desde

el punto de vista del individuo normalito, porque pone en

peligro su vida, le carga de esfuerzos y dolores, le separa de sus

seres queridos o se los mata, le impide ocuparse de sus


pequeños negocios y no siempre le brinda otros mejores, le

obliga a entregarse en cuerpo y alma a la colectividad. Desde la

perspectiva individual corriente, la única ventaja -nada


desdeñable, desde luego- que tiene la guerra es que acaba con el

aburrimiento y la rutina de lo cotidiano. ¡En la guerra por fin

pasan cosas! El poeta John Donn señaló que nadie duerme en el

carro que le lleva al patíbulo; del mismo modo podríamos

asegurar que en tiempo de guerra hay menos ocasiones de

bostezar (supongo que por eso durante los conflictos bélicos

disminuyen sustancialmente los suicidios, en cuya motivación

ocupa lugar destacado el pertinaz hastío).

A medida que las sociedades se han ido haciendo más

individualistas y sus miembros más egoístas (más centrados en

el disfrute de sus posesiones y placeres cotidianos, antes al

alcance sólo de unos pocos y ahora cada vez más extendidos a


costo razonable) la guerra ha ido perdiendo mucho de su

tradicional encanto. Algunos rezagados siguen mostrando

entusiasmo por las noticias de las guerras lejanas, por la idea

genérica de la guerra, pero en cuanto la bomba cae cerca o le

ponen el casco a su hijo pierden todo su patriótico gas.

La gente no quiere que la metan en líos: no es que le guste

la paz, pero quiere que la dejen paz. Sólo en países atrasados,


pobres, poco informados, colectivistas por religión o ideología,

se sigue conservando cierto ardor bélico. En los más

desarrollados, desde que la clase obrera consolidó algunas


conquistas ya no hay ganas ni de revoluciones o guerras civiles,

que antes tanto entretenían a los menesterosos. Fuera de los

traficantes de armas, algunos grandes financieros de ramas

industriales muy especializadas y los militares de vocación (o

los que sin serlo tiene vocación militar, que son los peores) el

belicismo no cuenta con el sincero apoyo popular que antes

nunca le faltó. Sólo el nacionalismo extremo, la forma de

colectivización mental más con el individualismo moderno (los


nacionalistas son individualistas vergonzantes, individualistas

en grupo), sigue bombeando adrenalina descerebrados capaces

aún de matar o morir contentos a estas alturas del curso.

Pero, si la guerra mayoritariamente ya no gusta, ¿cómo


impedirla? Pues se trata precisamente de eso, de impedirla y no

de lamentarse o de vociferar contra ella. Durante varias décadas

el llamado "equilibrio del terror" entre los dos grandes imperios

nucleares del reparto mundial mantuvo algo parecido no a la

paz sino a la congelación de la guerra. El precio a pagar fue muy

alto: una embrutecedora amenaza perpetua de destrucción total

de la vida sobre el planeta y gastos fabulosos en el armamento


más tecnológicamente sofisticado del mundo. Por lo demás,

este "equilibrio" entre desequilibrados no impidió numerosas

guerritas menores pero feroces como la de Vietnam, invasiones


como la de Checoslovaquia por la URSS en 1968, golpes

militares de la peor escuela represiva (Chile), etc ... Los países

llamados "neutrales" vendían su neutralidad al mejor postor,

los alineados obedecían con lógica sumisión a su patrono

atómico y la amenaza de que armas nucleares fuesen a parar a

manos de terceros, cuartos o quintos en permanente discordia

no disminuyó en ningún momento. Ha sido una época de

guerras controladas, con una intensidad más o menos regulada


por los intereses y los errores de cálculo de las dos

superpotencias. Hoy, este equilibrio terrorífico se ha roto a

causa del síncope del sistema llamado comunista en la URSS: en

lugar de "la lucha final" llegó afortunadamente la


"podredumbre final". Ello no significa que la amenaza de

destrucción masiva por armas nucleares haya desaparecido del

todo, porque el mundo está desdichadamente lleno aún de silos

atómicos y el espectáculo de una docena de repúblicas

soviéticas provistas de ellos forcejeando sus querellas internas

entre sí no es nada tranquilizador. Pero con todo, las cosas han

cambiado radicalmente y ahora vuelven a ser posibles

conflictos "calientes" con el consenso de los dos antiguos


rivales, como ha demostrado el choque bélico del Golfo Pérsico.

La actual actitud contra la guerra debe tomar en cuenta las

presentes circunstancias o resignarse a la gesticulación


autocomplaciente.

Grosso modo, pueden distinguirse dos tipos de adversarios

de la guerra, es decir, de partidarios de lograr que los grupos

humanos renuncien a dirimir sus conflictos recurriendo al


enfrentamiento armado. Me refiero a los dos grupos de

personas que cubren a este respecto los mínimos exigibles de

decencia política e intelectual, por lo que dejo de lado a los que

sólo son "antibelicistas" en lo que toca a los ejércitos de sus


adversarios, pero consideran justificados y aún heroicos los

propios. Estos bribones, que por cierto no faltan en Euskadi, no

buscan la paz sino ventaja en la guerra. Sin embargo, sería

injusto que su desprestigio [10] recayese sobre todos los


movimientos antibelicistas existentes, entre lo que se cuenta

mucho de los más válido y prometedor del progresismo político

actual.

El primero de estos dos tipos de antibelicistas es el de los


pacifistas, en el sentido más radical y auténtico del término. Para

ellos, nunca es justificable la guerra pues siempre deriva de la

codicia y del orgullo humano. La resistencia violenta y armada


al mal es también una forma de mal, aunque pueda tener mejor

disculpa que la disposición agresiva y conquistadora. En

resumen, ningún valor social o político justifica quitar la vida al


prójimo, por indeseable y amenazador que éste pueda

resultarnos. Esta respetable actitud no es política, claro está,

sino plenamente religiosa, aunque sus representantes no se

reclamen de ninguna iglesia organizada. Se trata de una

postura difícil de mantener con coherencia porque implica toda

una concepción de la sociedad como comunidad en el sentido

antiguo del término, fraterna y sin otra coacción lícita del

desorden que la reprobación de los justos. Por eso los primeros


cristianos, que durante cierto lapso de tiempo (bastante breve,

por cierto) fueron pacifistas en este sentido, no sólo se negaban

a tomar las armas para defender al Imperio, sino que tampoco

pleiteaban para defender su derecho, ni reclamaban la


protección de los alguaciles de la época, ni prestaban el dinero

con intereses o lo invertían en negocios. Rechazaban todas las

instituciones públicas que tienen un fundamento remoto en la

violencia legal contra los trasgresores, es decir: rechazaban todas

las instituciones públicas, aunque en un momento dado les

fuesen beneficiosas. Pero en cuanto se renuncia a llevar la

convicción pacifista hasta este extremo y se intentan

componendas seculares con el orden estatal vigente, los


resultados son tan ambiguos y hasta oportunistas como

cualquier encíclica papal. Este pacifismo puede convertirse en

un modo como tantos otros de expresión vital: ayuda a quien lo


practica a sentirse mejor que el mundo que le rodea (en el

mismo sentido que el fiscal suele sentirse mejor que el acusado)

pero en escasa o nula medida ayuda a mejorar el mundo

mismo.

El segundo modelo es el que yo llamo antimilitarista. No se

trata de una actitud religiosa sino estrictamente política. No

considera la violencia armada como el mal absoluto sino como

un mal indudable, muy grave pero no el único ni -en ocasiones-


el peor de todos. Considera que la institucionalización militar

de la violencia es una amenaza para el desarrollo de las mejores

posibilidades políticas de la modernidad: la universalización de

las libertades individuales, el respeto a los derechos humanos,


el fomento de la democracia y la educación, la potenciación de

la invención social por encima de la adhesión incondicional a

los símbolos jerárquicos o patrióticos, la ayuda económica a los

países en los que el hambre, la enfermedad o el atraso son

endémicos, etc... Por encima de todo, el antimilitarismo parte

del principio siguiente: ninguna institución política (como la guerra

o el ejército) puede ser eficazmente abolida si no se la sustituye por


otra institución más fuerte y en la práctica más satisfactoria. La

violencia entre las familias, tribus e individuos fue

políticamente atajada por medio de la institucionalización del


estado, monopolizador de la violencia dentro de su territorio.

Pero los estados permanecen entre sí en la misma situación de

enfrentamiento sin restricciones en la que vivieron tribus y

familias antes de someterse a la autoridad estatal. Por tanto,

sólo la institucionalización de una autoridad supranacional

capaz de hacer renunciar a los países al uso de la fuerza unos

contra otros -por la amenaza de una fuerza mayor, sin duda-

puede garantizar el final de la era de las guerras que la


humanidad ha vivido hasta hoy. Esta posibilidad, aún remota,

parece hoy menos utópica que en épocas anteriores, por

ejemplo, que en la época del "equilibrio de terror". Por ello, el

antimilitarista favorece cuanto se diría que es capaz de acelerar


el logro de tal solución:

-Sustitución del servicio militar obligatorio por ejércitos

profesionales, reducidos, fundamentalmente defensivos, que

acaben con la nefasta y belicosa concepción del ejército como

"pueblo en armas", "columna vertebral de la nación", etc… y lo

asemejan más bien' otros servicios de orden público como la

policía o los bomberos.


-Apoyo a las autoridades internacionales tipo ONU y a

cualquier otro organismo destinado a sustentar el derecho

común de los individuos humanos por encima del de las


naciones. Estas organizaciones están hoy (y sin duda también

mañana, y pasado) llenas de defectos y no podrán cobrar plena

vigencia hasta recibir el espaldarazo decidido de los grandes de

nuestro mundo (por ejemplo, los EEUU) que sólo colaborarán

en principio de a acuerdo con lo que parezca dictado por

intereses inmediatos. Por tanto, es inevitable que la autoridad

supranacional se parezca durante mucho tiempo más a un

imperio que a una asamblea de repúblicas, no digamos que a


un parlamento mundial elegido directamente por todos los

ciudadanos. Winston Churchill dijo que "las naciones no tienen

amigos, sólo intereses". El asunto es cómo articula; un tipo de

amistad interesada general entre las naciones.

-Fomento efectivo del control de armamentos y del tráfico

de armas, acicates comerciales entre otros de la belicosidad

internacional.

-Desarrollo económico, político y educativo de los países,


acuerdo con los presupuestos de la modernidad revolucionaria

inaugurada fundamentalmente a partir del siglo XVIII en

Europa y América del Norte. En una palabra, universalización


del procedimiento democrático e imposición sin distingos de

los derechos humanos, superando la barrera mítica e

históricamente nefasta de la llamada "soberanía nacional". Por


tanto, el lógico respeto a la pluralidad cultural y a las formas de

vida no debe extenderse a los fanatismos de signo religioso o

nacionalista que conculquen abiertamente los presupuestos del

individualismo democrático

Como el antimilitarismo no es un milenarismo religioso,

no supone que el triunfo de esta domesticación de la violencia

intergrupal haga reinar sin más la felicidad en la tierra. Seguirá

habiendo injusticias, mentiras, desastres y sin duda también


crímenes. Exactamente ni más ni menos que en cualquiera de

los mejores estados modernos hoy logrados. Pero la mentalidad

liberal-es decir, anti totalitaria y anticolectivista- acepta la

persistencia de esos males porque su "supresión" por decreto


determinaría también la supresión de la libertad de las

personas, que consiste en poder hacer el mal pero también el

bien (o incluso cosas que hoy parecen el mal y mañana se

pueden revelar muy buenas). Lo que pretende evitar es la

vertebración militar y agonística de las sociedades humanas tal

como en el momento presente las conocemos. Mañana. ya

veremos. Por lo demás, el que quiera presentar reclamaciones


contra este asco de mundo que se dirija directamente al

nitrógeno o -¡nunca mejor dicho!- al maestro armero.

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