Carta Del Indio Seattle
Carta Del Indio Seattle
Carta Del Indio Seattle
Los muertos del hombre de piel blanca olvidan su tierra cuando
empiezan el viaje en medio de las estrellas. Los nuestros nunca se
alejan de la tierra, que es la madre. Somos un pedazo de esta tierra;
estamos hechos de una parte de ella. La flor perfumada, el ciervo, el
caballo, el águila majestuosa: todos son nuestros hermanos. Las rocas
de las cumbres, el jugo de la hierba fresca, el calor de la piel del potro:
todo pertenece a nuestra familia.
Soy salvaje, pero me parece que tiene que ser así. He visto
búfalos a miles pudriéndose abandonados en las praderas; el hombre de
piel blanca les disparaba desde el caballo de fuego sin ni tan sólo
pararlo. Yo soy salvaje y no entiendo por qué el caballo de fuego vale
más que el búfalo, ya que nosotros lo matamos sólo a cambio de
nuestra propia vida. ¿Qué puede ser del hombre sin animales? Si todos
los animales desapareciesen, el hombre tendría que morir con gran
soledad de espíritu. Porque todo lo que les pasa a los animales, bien
pronto le pasa también al hombre. Todas las cosas están ligadas entre
sí.
Haría falta que enseñaseis a vuestros hijos que el suelo que
pisan son las cenizas de los abuelos. Respetarán la tierra si les decías
que está llena de vida de los antepasados. Hace falta que vuestros hijos
lo sepan, igual que los nuestros, que la tierra es la madre de todos
nosotros. Que cualquier estrago causado a la tierra lo sufren sus hijos.
El hombre que escupe a tierra, a sí mismo se está escupiendo.
Hasta el hombre de piel blanca, que tiene amistad con Dios y se
pasea y le habla, no puede evitar este destino nuestro común. Tal vez
sea cierto que somos hermanos. Ya lo veremos. Sabemos una cosa que
tal vez descubriréis vosotros más adelante: que nuestro Dios es el
mismo que el vuestro. Os pensáis que tal vez tenéis poder por encima
de Él y al mismo tiempo lo queréis tener sobre todas las tierras, pero no
lo podéis tener. El Dios de todos los hombres se compadece igual de los
de piel blanca que de los de piel roja. Esta tierra es apreciada por su
creador y estropearla sería una grave afrenta. Los hombres de piel
blanca también sucumbirán y tal vez antes que el resto de tribus. Si
ensuciáis vuestra cama, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros
propios delitos. Pero veréis la luz cuando llegue la hora final y
comprenderéis que Dios os condujo a estas tierras y os permitió su
dominio y la dominación del hombre de piel roja con algún propósito
especial. Este destino es en verdad un misterio, porque no podemos
comprender qué pasará cuando los búfalos se hayan extinguido; cuando
los caballos hayan perdido su libertad; cuando no quede ningún rincón
del bosque sin el olor del hombre y cuando por encima de las verdes
colinas nuestra mirada encuentre por todas partes las telarañas de hilos
de hierro que llevan vuestra voz.