Los "Principios" de Marshall
Los "Principios" de Marshall
Los "Principios" de Marshall
EN LA EVOLUCIóN DE LA
TEORíA ECONóMICA*
G. F. SHOVE
King's CoHege, Cambridge
lí
JD
EL TRIMESTRE ECONÓMICO
Estas son las palabras del mismo Marshall sobre los comienzos
de su estudio de la economía. Constituyen la clave que nos permite
comprender correctamente la forma en que su libro más importante
y más famoso se relaciona con lo que habían escrito otros econo-
mistas antes ciue él y con la obra de sus contemporáneos en el
mismo campo. La base analítica de los Principios, de Marshall no
es ni más ni menos que la integración y generalización, por medio
de un instrumental matemático, de la teoría del valor y de la dis-
tribución de Ricardo expuesta por John Stuart Mili.'* No es, como
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"^"^ Véanse más adelante, pp. 179-80, los comentarios sobre las limitaciones
este método de estudiar el problema.
1^ Op. cit., p. 450.
19 Worf^s, p. 51.
^** Es esto lo que tiene en mente, por lo general, cuando habla de un
"alza" o una "baja" de los "salarios".
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-' Con la adición de una serie de ecuaciones "cada una de las cuales
iguala el precio de oferta de cualquier cantidad de una niercancía a la
suma de los precios de las cantidades correspondientes de sus factores" —co
rrespondiendo las ecuaciones de oferta al teorema ricardiano de que el valor
es igual al coste en el margen, en la forma general que prevé la posibilidad
de que el coste marginal varíe en cualquier sentido a medida que aumenta
la producción.
-■"' P. <S55. Nota XX, p. [745] de la primera edición.
-'* Mcmorials, pp. 416-7.
2" Ibsd., p. 417.
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'*^ Por ejemplo, al aparecer por primera vez ([pp. 548-9]), el producto
neto marginal del pastor se iguala con el valor de las veinte ovejas que añade
a la producción de su patrón, sin la advertencia que apareció en ediciones
posteriores de que "en teoría debe hacerse una deducción para tener en
cuenca el hecho de que, al poner veinte ovejas más en el mercado, el agri-
cultor hará bajar al precio de las ovejas en general, de suerte que perderá uii
poco de dinero sobre las demás ovejas que posee" (p. ^lyn.); y en la primera
edición la nota matemáüca en que expone el principio de sustitución en
forma algebraica (Apéndice Matemático, nota xxv de la i* edición, nota xiv
de la 7^') termina abruptamente al final del primer párrafo (que trata del
caso Robinson Crusoc de un individuo que se basta en todo a sí mismo y
tiene por finalidníl la máxima satisfacción individual), y, por tanto, no incluye
el examen ininucioso de la inagnitud relativa de estos dos elementos en el
producto neto marginal y de su significación cuando los objetos los fabrica
un empresario que desea obtener uülidades y se dedica a vender sus produc-
tos en el niercado (pp. 849-50). Pero pronto introdujo salvedades (el señor
Guillebaud me dice que fueron incluidas por primera vez en la tercera edi-
ción, de i<Sfj5), y Marshall era demasiado buen matemático para no haberse
dado cuenta de ellas desde un principio. Nos aventuraríamos a decir que la
nota que trata de este punto ya existía antes de 1890, inás o menos en su
forma actual, habiéndose omitido la última parte para evitar detalles com-
plicados.
■^- Sobre la empresa representativa, véanse, por ejemplo, las pp. [375-7],
[413-4], [523], y sobre la inr^perfección del mercado, las pp. [400], [523-4].
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^^ Theory.
'*-^ Mathematical Psychics (iSSi).
*^ Principies, pp. [73<^5].
*~ Ilpid., pp. [82-3J, [SoJ, [293-4], 16, ijn.. 22-7, 92-3, y Mcmoriüls,
pp. 160-1.
■*^ Mcmoriuls, p. 161.
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producción" —una idea del todo ajena a Ricardo "'^—. Para éste el
trabajo no es una "desutilidad", sino la fuerza productiva a dispcK
sicion de la comunidad, como quien dice la esencia con c|ue se
hacen las mercancías; y el coste de una cosa es la cantidad de esta
fuerza o esencia, junto con la cantidad de capital, que absorbe su
producción, no el esfuerzo y el sacrificio que entraña su provisión.
Y aunque a su modo de ver la tasa mínima de ganancias era la
compensación necesaria por "la molestia y el riesgo" ''^ (a lo c|ue
Mili, siguiendo a Sénior, añadió la "abstinencia" ''^) incurridos por
el inversionista, tanto él como Mili tienen habitualmente una con-
cepción objetiva del segundo elemento del coste (el capital emplea-
do), en el sentido de la cantidad o valor de los salarios adelantados
y el lapso de tiempo durante el cual se efectúa el adelanto, y no en
el sentido de una incomodidad o sacrificio."^" Al surgir el concepto
psicológico de "coste real" no sólo pisamos un inundo distinto al
de Ricardo, sino un universo diferente. Sin embargo, lo hemos
alcanzado como antes, por etapas graduales, intentando ascender
del punto de partida ricardiano a niveles cada vez más elevados de
generalización y unificación, en pos de "uno entre muchos, muchos
en uno". Aunque no se puede estar muy seguro de ello, puede
aventurarse la opinión de que Marshall comenzó con las tablas ob-
jetivas de oferta y demanda, los fenómenos del mercado, y de allí
retrocedió al estudio de sus bases psicológicas, y no a la inversa
(como ocurrió con Jevons). Desde luego sostuvo que de los dos
pasos que "habían producido una modificación importante en el
49 Pp. [399-400].
50 Wor^s, p. 68.
fíi Op. cit.. pp. 407, 31-3, 463-6.
^- Véase RICARDO, Wor}{s, pp. 51, 22, 24, 25, 18, 123-4, 87; MILL, op. cit.,
pp. 54, 479-80, 463-6. Cuando más se aproximan estos autores al concepto
psicológico del coste real es cuando explican (a la Smith) las diferencias
entre las tasas de salarios y las tasas de ganancias que privan en distintas
ocupaciones. Sin embargo, también Sénior tiene vma interpretación psicoló-
gica del coste, similar a la de Marshall. Véase su Political Economy, p. 97.
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II
Hasta aquí nuestros comentarios sobre el instrumental matemá-
tico y la teoría pura del libro. Pero Marshall decía que la teoría
pura era "una parte muy pequeña de la economía propiamente dicha
y a veces en sí misma incluso una manera no muy buena de matar
el tiempo"."'" En cuanto a las matemáticas, describe así su actitud:
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o admitirá ser aplicada como aplicamos hoy día las demás ciencias.
Y no están seguros de la respuesta." *^^
Marshall se propuso rehabilitarla ante la opinión general. Los
Principios son una apología a la vez que una exposición de la eco-
nomía : una especie de contrarreforma, por así decir, dirigida contra
las dudas internas y la denunciación externa.
De aquí (al menos en parte), creo yo, una característica del
libro que choca un poco al oído moderno: su reiterada insistencia
en la importancia del carácter en los asuntos económicos y sus
reprimendas victorianas y apartes moralizadores que hoy día parecen
tan fuera de sitio en un tratado científico. Aunque hay que tener
en cuenta el propio temperamento de Marshall (típico de esa época
parsimoniosa y autocrítica), es difícil resistir la impresión de que
ello revela su preocupación por reivindicar la economía ante los
moralistas. Pero es posible que también haya influido una fuerza
más científica, derivada esta vez de los sociólogos. Con las doctrinas
de éstos no podía en realidad haber síntesis alguna, puesto que en
general no tenían doctrinas que sintetizar. Apenas podía decirse
que Comte y Herbert Spencer, no obstante su "sabiduría sin igual
y su gran genio", hubiesen "principiado a construir una ciencia
social unificada"."' La actitud de Marshall era que "el campo total
de las actividades del hombre en la sociedad era demasiado amplio
y variado para que se analizara y explicara con un solo esfuerzo
intelectual".'^''' Se rehusó firmemente, como Mili cuando pisaba
terreno sólido, a admitir que era imposible una ciencia económica
separada. Tampoco aceptó la sugestión de Mili de que debería ser
puramente hipotética, basada en la abstracción de ciertos móviles
y el supuesto de cjue sólo por ellos se rigen los hombres, y en la
introducción de las modificaciones necesarias al aplicarse los princi-
*^^ Fortnightly Rcvicw, 1876, p. 216. Citado por Jevons, loe. cit., p. 191,
y reimpreso en Collcctcd Wor\i, \o\. vii, p. 92-3.
*^'' P. 770.
«« Ibid.
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"A principios del siglo pasado crecía el poder del grupo de cien-
cias físictjmatemáticas; y estas ciencias, por más cjue difieren mucho
entre sí, tienen un aspecto común: cjuc el tema de que tratan es
constante e invariable en todos los países y en todas las épocas. . -
A medida que adelantó el siglo, el grupo de ciencias biológicas se
abrió paso lentamente y se empezó a tener ideas más claras sobre
el crecimiento orgánico... Al fin las especulaciones de la biología
dieron un gran paso al frente; sus descubrimientos fascinaron al
mundo igual que los de la física muchos años antes; y sobrevino
un cambio marcado en el tono de las ciencias morales e históricas.
La economía ha participado del movimiento general; y cada año
presta más atención a la flexibilidad de la naturaleza humana." ^^
Quizá Marshall exagerara la influencia de estos sucesos en las
obras de sus predecesores inmediatos, sobre todo en Mili.'" Su
propia obra, sin embargo, fué afectada profundamente por ellos.
Como hemos visto, los conceptos biológicos de crecimiento y
decadencia, eliminación y selección, son llamados a resolver aun
el problema del equilibrio estático. El reconocimiento de quv.. "si el
tema de que trata una ciencia pasa por diversas etapas de desarrollo,
las leyes de la ciencia deben evolucionar de acuerdo con los hechos
a que se refieren",'"^ condujo al reconocimiento explícito de que las
doctrinas económicas deben referirse en importante medida al
tiempo y al espacio.'* Además, y esto es de más significación, toda
■íi Ihd., p. 764 [64-5].
"^^ La primera edición de los I'rinapios, de Mili, se publicó once añcjs antes
del Origen de Itis Especies: la tercera edición (en la que adoptó práctica-
mente su forma definitiva la discusión sobre los cambios futuros de! orden
social) apareció siete años antes.
"■'' Principies, pp. [65], 764.
"■* Ibtd., p. [90].
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III
Gracias a Jevons, a Menger y, en menor grado, a Walras, la
rehabilitación de la teoría económica había principiado antes de
que se publicara la obra de Marshall. Pero los Principios contribu-
yeron mucho a ella, sobre todo en Gran Bretaña. El efecto directo
que tuvo el libro sobre el público ha sido descrito ya por Lord
Keynes," y no es necesario comentarlo aquí. Revela la forma tan
exacta en que Marshall estimó lo que hacía falta en ese momento
y la manera tan perfecta en que sus puntos de vista armonizaron
con el pulso de su tiempo. También en los círculos científicos
obtuvo un éxito decisivo y de grandes alcances.
En Inglaterra, los Principios alcanzaron gradualmente una posi-
ción, si no tan preeminente como la lograda por los de Mili en la
generación posterior a 1H50, al menos comparable con ella. Respecto
de la parte del tema que abarca, el libro de Marshall llegó a ser
el texto más importante no sólo en la misma universidad del autor
sino en cualquier lugar en que la economía se estudiaba con seriedad.
Toda una generación de estudiantes —en realidad más de una, si
se tienen en cuenta los años académicos— se educó bajo su influen-
cia. El ccjuilibrio de la oferta y la demanda como elemento universal
en la formación de los precios, el contrapeso de pequeños incremen-
tos de costes e ingresos, la "productividad marginal", la "elasticidad",
la "sustitución", los costes "primos" y "suplementarios", el método
"'"' Piinciplfs, p. VII.
' ' Mtnjofiíils, p. 47.
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mutua secundaria, pero desde luego ninguno de los dos efectuó una
fusión de ideas o se inspiró en las del otro.^" En Alemania, cuna
de la escuela histórica, la teoría abstracta se tenía muy poco en
cuenta y no parecen haberse apreciado debidamente las concesiones
que hizo Marshall al ataque de los historiadores contra el método
ricardiano. Desde luego, el pensamiento económico alemán conti-
nuó evolucionando por derroteros no matemáticos y no analíticos.
Mientras tanto. Walras había proporcionado un sistema rival a
aquellos economistas continentales que sentían inclinación por la
teoría pura, tanto más formidable cuanto que exhibió su instru-
menta! matemático al desnudo cu vez de relegarlo a notas de pie
de página y apéndices, rodearlo de ejemplos y modificaciones toma-
dos de la realidad y vestirlo en perífrasis. Por tanto, las tres corrien-
tes de teoría económica c]ue se originaron en la década de los
setenta tendieron a seguir distintos cauces —la escuela austríaca,
la de Lausana y la inglesa o marshaliana— en vez de fundirse en
una sola, aun cuando es cierto, desde luego, que hubo filtraciones
más o menos importantes de una a otra.
Esto no quiere decir, sin embargo, que fuese insignificante la
influencia de los Principios en el continente. Por el contrario, se
hizo sentir en todas partes, y al menos en dos países que contribu-
yeron en forma muy distinguida a la teoría pura —Italia y Succia—
su influencia fue muy intensa. Como es bien sabido, el pensa-
miento de Marshall fué introducido en Italia desde un principio
por Pantaleoni, cuya fuente fué en primer lugar los capítulos sobre
The Puré Thcory of Domestic Vcüues circulados por Sidgwick, y
en menor grado The Economics of Indiistry. Y aunque Pareto
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^~ Principies, p. 714.
**^ ¡htJ., p¡7. 712-13.
^^ Mcnioriííis, p. ¿\C>2.
»" Principies, pp. II, 177, 749, 750.
"1 IHd.. pp. 2, 714-5.
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^^^ Por ejemplo, en las obras del profesor J. R. Hicks y la escuela sueca.
1^** Supra, p. 162.
11''' Pp. 460-1, 805-12.
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uno expulsar el coste real con un bieldo, pero eso no impide que se
vuelva a introducir en el tinglado.
En relación con este y otros asuntos, parece que la dificultad
principal estriba en aplicar métodos científicos precisos a la acciórl
de grandes masas, sobre todo cuando estas se componen de elemen-
tos heterogéneos cuyos intereses son divergentes. Puede ser que el
material de esta naturaleza esté más allá del alcance del análisis
exacto y de resultados determinados. Si es así, no es halagüeño el
porvenir de la teoría económica positiva, a diferencia de la economía
del bienestar. Todavía pueden ser útiles los refinamientos del
análisis exacto para precisar la formo en que las autoridades públicas
y las asociaciones privadas en gran escala deberían actuar —por
ejemplo, en cuanto a la determinación del voluirien "ideal" de pro-
ducción, la distribución de recursos c|ue produciría "satisfacción
máxima", etc. No serán titiles, o lo serán escasamente, para explicar
cómo actúan de hecho —ciué volumen de producción y qué distri-
bución de recursos puede en ctecto esperarse de ellas. Por otro lado,
quizá la sr^Iución sea la que indica Marshall en su ingenioso instru-
mento c|Uo llama "ventaja Je término medio" '~^ v en su aplicación
modesta del mismo en su Indiistry and Trade}'-'^ Pero esto no es
más cjue especulación. Aún está por escribirse la economía de la
acción conjunta, del control colectivo, ele la coiiTpetencia entre gran-
des unidades y de la negociación en masa. Lo t]ue podemos decir
con certeza es ejue los Principios, de Marsiiall aportaron al cuerpo
de ideas científicas elementos tjue no sólo fueron "arquitectóuicos"
y "en cierta medida suyos propios", sino que son todavía "el fer-
mento viviente que trabaja sin cesar en el universo" y que distan
mucho de perecer. A juzgar por las pruebas de que disponemos
hasta ahora, su autor tiene bien merecido el título de "clásico" aun
con apego a la norma algo rigurosa que él mismo seríalo.
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