Los "Principios" de Marshall

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LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

EN LA EVOLUCIóN DE LA
TEORíA ECONóMICA*
G. F. SHOVE
King's CoHege, Cambridge

EN ocasión del primer centenario del nacimiento de


Alfred Marshall, el director del Economic Journal me
ha pedido un artículo sobre el lugar que ocupan los
Principios de Economía en la evolución del pensamiento
económico.^ Naturalmente, no sería sensato pretender
decidir qué lugar corresponderá en definitiva a este
libro en la historia de las ideas económicas; los párrafos que siguen,
por tanto, no tienen una finalidad tan ambiciosa. Una gran parte
de lo que contienen es ya materia conocida de los lectores del
Economic Journal; pero esto es inevitable cuando algunos de los
* En el mes de julio del año pasado se celebró el primer centenario del
nacimiento de Alfred Marshall, exponente máximo de la escuela de economistas
de Cambridge y fundador de la Royal Economic Socicty. Con este motivo,
la re\ista trimestral de esta sociedad, The Flconotuic joarnal, dedicó a los
Principio.^, de Marshall, su núniero de diciembre de 194:^ (vol. i.n, niim. 208),
publicando sendos artículos sobre su evolución y su influencia. Reproducimos
de él el artículo de G, F. Shove titulado "Tlie Place of Marshal]"s Principies
in the Dcvelopmcnt of Economic Theory" (pp. 294-329).
^ He estado indeciso acerca de cuál edición se ha de tener presente al
hablar de "los Principios, de Marshall"', si la de 1890 o la más conocida
publicada en 1916; para el caso, al escribir he tenido a la mano las dos, es
decir, la priinera y la séptima (la octava, publicada en 1920, es casi igual a
la séptima). En general, me he servido de la primera al considerar la
relación entre Marshall y sus predecesores y sus contemporáneos, de la otra al
examinar su obra a la luz de los problemas y las ideas del presente. Las
referencias a las páginas de la primera edición se hallan entre corchetes; las
demás se refieren a la séptima. Cuando no se señala concretamente una obra,
se entiende que son sus Principies. [Hay traducción española de la H^' edición
inglesa, por Evenor Hazcra, titulada Principios de EconomiLi, Barcelona, 1931,
2 tomos. También de la 4"^ ed. por Pío Ballesteros, bajo el título de Tratado
de Economía Política, Madrid, s. f.]


JD
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

economistas más destacados de hoy en día han trillado ya estos


campos.'

"Mi conocimiento de la economía principió con la lectura de las


obras de Mili, cuando todavía me ganaba la vida enseñando mate-
máticas en Cambridge; traducía sus doctrinas, hasta donde fuera
posible, a ecuaciones diferenciales; y, por regla general, rechazaba
aquellas que no se adaptaban. . . Esto ocurría principalmente en
1867-8." ^... "Cuando aún daba clases partictilares de matemáticas,
traducía al lenguaje de esta ciencia la mayor parte posible de los
razonamientos de Ricardo; y procuraba hacerlos inás generales." '^

Estas son las palabras del mismo Marshall sobre los comienzos
de su estudio de la economía. Constituyen la clave que nos permite
comprender correctamente la forma en que su libro más importante
y más famoso se relaciona con lo que habían escrito otros econo-
mistas antes ciue él y con la obra de sus contemporáneos en el
mismo campo. La base analítica de los Principios, de Marshall no
es ni más ni menos que la integración y generalización, por medio
de un instrumental matemático, de la teoría del valor y de la dis-
tribución de Ricardo expuesta por John Stuart Mili.'* No es, como

- Entre ellos Lord Keyncs en su memoria '"xMfrcd Nfarshall, 1S52-T924"


(Economic Journal, scj^t. 1924, reinifircso en Essiiys lu Biography y en Mtino-
rials of .íljrcd Marshall, editnflo por A. C. Pigou) ; el profesor Pií^ou ("In
Memoriam: Alfred Marsliall", en Mcninnals, pp. Si-90); y el prüf;."sor J. A.
Scliunipetcr ("Alfrcd MarslialFs 'Principies': a semi-centcnnial Appraisal", en
.'ínicncíii! ÍZcoi7o¡;i:c Rcricíc. junio de 1941, ¡ip- 236-248).
^ Mcmoriah, p. 412.
^ Ibiii., p. 20.
'' Marsh;'.!! no tenía una opinión muy buena tic Xíül como economista.
"Me inclino a considerar a Peuy, Hermann. von Tliünen y Jc^ons como
clásicos, pero no a Mili" (cart.i a T- Bonar: Mcmoriíih. p. '¡,JA^. "J. S. Mi'l
l!e;;i') a sostcnLr c;ue sus r>cup;ic'>incs en la Inciiii Ofí¡c ■ no i'-iveflían su
dedicación a investigaciones filosóficas. Pero parece probab.le qn:: esta
desviación V_'L- SUS fcscultadcs más claras disminuía la calidai.1 cié su:; mcjíifcs

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LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

han supuesto muchos, una amalgama de las ideas ricardianas con


las de la escuela ''marginalista". Tampoco es un intento de reem-
plazar la doctrina ricardiana por un nuevo sistema de ideas al cjue
hubiera llegado por otro camino. Es verdad tjue el proceso de intc-
graciíSn y generalización significaba una transformación más cíjmple-
ta de la que Marshall mismo estaba dispuesto a admitir.*' No obstante,
en lo c|ue se refiere a su contenido rigurosamente analítico, los
Principios descienden directamente de Ricardo a través de Mili, y
de Adam Sniith a través de Ricardo. Su estirpe es ricardiana pura;
no es una obra ecléctica, ni heterodoxa.
Es bien sabido que ívlarshall tenía gran admiración por Ricardo
y que fué influido por el en buena medida. Pero difícilmente puede
aceptarse la idea de que Marshall creó un "término medio" o "sín-
tesis" de las doctrinas ricardianas y las de otras escuelas, en especial
las c¡ue en Inglaterra se asocian con el nombre y la obra de Jevons
y en el continente europeo con los economistas austríacos. En una
caria cjuc Marshall escribió a J. li. Clark el 24 de marzo de iyo8
decía:

"Sc'lo me irrita un aspecto de la crítica norteamericana, aun


cuando sea de buena fe, y es la idea de c]ue yo trato de llegar a un
'término medio' o de reconciliar escuelas divergentes." '
pensnmicntos en mnyor medida tle la que admitía; y aunque puede liaher
disminuido poco la notable utilitiad que tuvo para su profíia generación,
probablemente afectó mucho su capacidad para realizar !a clase de trabaio
que influye en el curso de las ideas de j^eneracioncs poMeriorcs" tViinciplíí,
P- I3í3])- 'El genio que f^iermitió a Ricardo —no sucedió igual con Mili —
pisar con firmeza aun los senderos más resbalosos del razonamiento niate-
m:ílico .. . había hecho de él uno de mis héroes" (Mcmorials, pp. 99-100).
Pero fué a tra\és de Mili como Marshall conoció a Ricardo.
'' V^canse, por ejemplo, sus ¡'rincipics, p. [529/;.]. "Existe una creencia
bastante generalizada de que "la teoría [la teoría de Ricardo del coste de
producción relacionado con el vaiorl ¡irecisaba ser reconstruida por la gene-
ración actual de economistas. El objeto de esta nota es demostrar por qué
no tlel^e aceptarse esta opinión." Hay varios trozos de contenido semejante.
^ Mfiiioyiíils, p. 41S.
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

Aparentemente este tipo de crítica (o interpretación) subsiste al


otro laclo del Atlántico. En un libro de texto norteamericano recién
publicado leemos:

"Correspondió a Marshall hacer una síntesis, para uso general,


de las ideas que tenían Jevons y otros economistas respecto de la
demanda, por una parte, y de las de Ricardo y John Stuart Mili
acerca del coste de producción y la oferta, por otra, y proporcionó
así al mundo de habla inglesa una base más amplia para la teoría
del valor que la ofrecida por ninguna de las escuelas anteriores.. .
A la vez que adoptó las principales conclusiones del sistema jevo-
niano. ., Marshall incorporó a sus teorías las doctrinas de Mili
sobre la producción." ^

Incluso en Gran Bretaña se le encuentra aún. El profesor Alexan-


der Gray sostiene que Marshall

"como primera aproximación, puede considerarse más bien como


representante de un intento de colocar en su debido lugar las ideas
austríacas, sin ahogar el análisis con el exceso de refinamientos de
esta escuela, y realizar entonces una síntesis de esas ideas y de las
de la economía política más antigua." '•*

Es fácil discernir cómo surgió este punto de vista. Se debe al


retraso desmedido con que Marshall publicaba sus resultados. ^^ En
efecto, cualquier persona que lea los principales tratados europeos
sobre economía en su orden de publicación,^^ y sin un conocimiento

^ ^-í History of Economic Ideas, por E. Whittaker, profesor de economía


de la Universidad de Illinois. Nueva York y Londres, 1940. Las frases
citadas se encuentran en la p. 453.
^ The Devclopment of Economic Doctrine (ed. de 1934), p. 364.
^^ Sobre este punto y las razones de ello véase Keyncs, op. cit., y Mcmo-
riiils, pp. 26-8 y 33-8.
^1 Tanto la Thcory de Jevons como la Gtundsiitzc de Menger se publica-
ron en 1871, diecinueve años antes de los Principies. La primera parte de los

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LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

de su historia íntima, apenas podría evitar el llegar a una conclusión


parecida, a menos que dedicara una atención muy especial a las
referencias y citas de Marshall.^" Es una conclusión errónea, sin
en^bargo, como lo revela la magistral biografía escrita por Lord
Keynes. Y nubla lo que, a mi parecer, constituye un hecho central
en la historia del pensamiento económico en Gran Bretaña: que el
principal camino seguido desde Adam Smith hasta Marshall es un
desarrollo continuo que parte de un solo origen, con dos desviacio-
nes, la de Jevons y, en lo que se refiere a un aspecto de su obra, la
de Malthus. Por consiguiente, quizá valga la pena observar en ciué
forma tan natural —está uno tentado de decir inevitable— la estruc-
tura teórica de los Principios surge de un intento de comprobar y
completar las doctrinas ricardianas mediante el empleo de un ins-
trumental matemático; o, en otras palabras, de "traducirlas a ecua-
ciones diferenciales" y '"'hacerlas más generales". Ocuparía demasiado
espacio demostrar esto en detalle; pero pueden señalarse algunos
ejemplos notables.
I) Una vez admitido que el coste (marginal) de producir un
artículo puede variar según la cantidad producida, el teorema ricar-
diano de que el valor de un bien es igual a su coste marginal ya no
resuelve el problema: para cada bien se tienen dos incógnitas •—precio

Elí'tnoits, de Walras, se publicó en 1874, la secunda en 1877; la Kc7f!í,:¡Z!ns-


Thcoricu, de BtJhm-Hawerk, vio la luz en 1884, su Grundzügc en 1S86 y su
Positive Thcoric en 1S89; el Ursprung de Wiescr en 1884 y su Natürliche
Wcríh en 1889.
^- Aun así podría equivocarse. Marshall describe su práctica en cuanto a
referencias en la siguiente forma: "Acostumbro hacer referencia en una
nota de pie de página a cualquiera de quien sé que ha diclio una cosa antes
de que yo la publicara, aun cuando yo mismo la hubiese dicho en el aula
muchos años antes de que supiera que a él se le había ocurrido; hago la
referencia, pero nada digo de obligaciones en un sentido o en otro, contando
desde luego con que los lectores darán por supuesto que las siento. Como
ejemplo, puedo citar a Francis Waiker y a Fleeming Jenkin" (Mcmoriah.
p. 416). Todas las obras citadas en la nota anterior se mencionan en los
Principies.
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

y cantidad producida— y sólo una ecuación. Tanto Ricardo como


Mili admitían esto en cuanto a "productos brutos" o, de un modo
más general, artículos "que se producen en cierta cantidad a un
coste determinado, pero en cantidad mayor sólo a un coste superior"
(la "Tercera Categoría" de Mill).'^ Existía en su teoría del valor,
por lo tanto, una laguna evidente. Era necesario introducir una
nueva serie de ecuaciones que relacionaran el precio de venta de
cada artículo con su cantidad —las ecuaciones de la demanda— o
suponer que todo se producía en condiciones de coste constante, en
cuyo caso se sacrifica la generalidad y se desmorona en efecto todo
el sistema Ricardo-Mili, en el que la piedra angular es la existencia
de rendinaientos decrecientes en la agricultura.
2) Ricardo acostumbraba considerar fijas las proporciones en
que se combinan en la producción de un bien las diversas categorías
de trabajo, el trabajo y el capital, el capital fijo y el circulante, y
el capital de diferentes grados de duración —es decir, los "coefi-
cientes técnicos" relativos al capital y al trabajo—. En realidad, como
lo hizo ver Marshall, dependen no sólo de las sumas de dinero
necesarias para obtener los servicios de los factores respectivos, sino
también de la escala en que se ha de producir el artículo en cues-
tión." El mismo Ricardo había sostenido, en el ca^jítulo sobre
Mac]uinaria que incluyó en la tercera edición de sus Principlei '" y
en su capítulo sobre el Valor,'^^ que la disminución necesaria de la
tasa de ganancias para poder obtener capital (o, lo que en su propia
terminología era la misma cosa, la "elevaciéín de lf)s salarios") pro-
vocaría cl empleo de métodos de producción más capitalistas. Pero
en la parte central de su teoría hacía caso omiso de esta influencia
y ni él ni Mili llegan a examinar sus consecuencias con la más míni-

^''' J. S. MiLL, Principies of Volitical Ecoríoiny (ccl. Asliley), p. 469.


^^ Principies, p. [401].
'^'' Worfis (ed. McCulIoch), p. 241.
l« ¡bul., p. -6.

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LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

ma precisión. Si mal no recuerdo, tampoco prestan atención a la


influencia, a este respecto, de la escala de prcxlucción. También
aquí existía una laguna. O bien se limita la teoría del valor a un
caso particular en que sean constantes los coeficientes técnicos rela-
tivos al trabajo y al cajiital, o se debe introducir otra serie de ecua-
ciones que relacionen las proporciones en que se combinan los
factores en la producción de cada artículo con sus precios y con la
cantidad producida. Esto conduce directamente a otra kiguna : ¿cónio
se determinan los jirecios de los factores?
j) En parte por la influencia de Malthus, en parte por las cir-
cunstancias de la época (no fué hasta la segunda mitad del siglo
cuando el aumento fuerte de los salarios reales en Gran Bretaña
surgió como fenómeno constante), el análisis ricardiano se ba5a eii
realidad en el supuesto de que es aproximadamente constante la
la.sa de salarjcjs "natural"" estimada en "cereales" o "alimentos y
artículos de primera necesidad" o bienes en general (esto es, la tasa
a la c]ue siempre tienden los salarios reales y en la que se estabiliza-
rían en estado estacionario —en terminología moderna, "el precio
de oferta a largo plazo de la mano de (¡bra"—). Se hacía evidente en
la cpocr de Marshall qtie un alza de la tasa de salarios "del mercado"
(es decir, tasa corriente o "de corto plazo") no quedaba totalmente
anulada por un aumento de la población, sino c]ue producía, hasta
cierto punto, una elevación del nivel de vida y, por consiguiente,
del nivel al que tendían, a la larga, los salarios expresados en
mercancías. El corolario de lo anterior es que para obtener una
mayor oferta de mano de obra probablemente sería necesario elevar
en forma permanente los salarios. Se hacía evidente, por tanto, que
el análisis ricardiano no sólo carecía de generalidad, sino que no
se apegaba a los hechos. No era ya posible igualar los salarios-
mercancía de las diversas categorías de trabajo a tantas constantes:
hacía falta una sene de ecuaciones diferenciales que relacionaran el
salario de cada categoría con la cantidad de trabajo a ser suminis-

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EL TRIMESTRE ECONÓMICO

trada.^'^ Es más, puesto que la cantidad suministrada depende de


la cantidad demandada, el estado de la demanda debe ocupar una
posición coordenada con las condiciones de la oferta en la teoría
de los salarios a largo plazo. Esto nos conduce a la cuarta y última
laguna del sistema ricardiano que deseamos señalar en esta ocasión.
4) Tanto Ricardo como Mili sostenían que la tasa de salarios del
mercado (el precio del trabajo a corto plazo) se regía, como el
precio de mercado de las mercancías, por la oferta y la demanda, e
identificaban en este caso la demanda con la cantidad de capital,
o más bien la parte de éste que se destina al pago de salarios.
Mili incluso llegó a incluir el trabajo entre los bienes cuyo valor
lo determinan la oferta y la demanda."^ Y Ricardo había dicho
que la tasa de salarios del mercado podría permanecer por encima
de la tasa natural indefinidamente.^'* Es más, no le interesaba tanto
la "cantidad" de los salarios (es decir, los salarios expresados en
"cereales" o mercancías) como su "valor" (es decir, la "cantidad de
trabajo" o de "capital y trabajo" necesarios para producir el salario
real en el margen de cultivo),"" puesto que según su teoría es el
"valor" el c]ue determina la participación relativa del capital y del
trabajo; y aun si se considera constante a la larga el salario real, el
coste de producirlo en el margen depende, evidentemente, de
la posición del margen y, por tanto, del grado hasta donde se lleva la
inversión. Así, los salarios, en el sentido en que son importantes
en el sistema ricardiano, dependen de las condiciones que rigen la
oferta de capital, no sólo a corto plazo sino también a plazo largo.
Pero, ¿cuáles son estas condiciones.^ Ni Ricardo ni Mili llegan a
explicarlas con claridad o precisión. Ambos sostenían que hace falta

"^"^ Véanse más adelante, pp. 179-80, los comentarios sobre las limitaciones
este método de estudiar el problema.
1^ Op. cit., p. 450.
19 Worf^s, p. 51.
^** Es esto lo que tiene en mente, por lo general, cuando habla de un
"alza" o una "baja" de los "salarios".

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LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

una tasa de ganancias mínima para producir acumulación de


capital y que cuando la tasa real se ha reducido a este nivel la
acumulación cesa y se alcanza el estado estacionario.^^ Pero no
sugieren en ninguna parte que esto dependa de la cantidad de
capital ofrecida. En realidad lo toman como dato. Sin embargo,
esto anula el teorema de ambos de que a la larga la tasa de ganancias
depende de los salarios —o, como dice Mili, "del coste de trabajo"-—.
Si la tasa de ganancias está dada desde un principio, ni los salarios ni
el coste de producirlos tienen que ver con ella. Es cierto que ambos
autores señalan repetidas veces que la oferta de capital, el ritmo
cf>n que se lleva a cabo la acumulación, aumenta cuando sobreviene
una elevación de la tasa de ganancias en el mercado y disminuye
cuando se efectúa un descenso: Ricardo se basaba en que esto eleva
los ingresos de los capitalistas e incrementa así el origen de la
acumulación, la capacidad de invertir;"" Mili en lo mismo y en
el hecho de que intensifica el incentivo."'^* Pero no bastan afirma-
ciones vagas de esta naturaleza para determinar la oferta de capital.
Para ello es necesario cjue las expresemos como teorema, como
ecuación, estableciendo una relación precisa entre la cantidad de
capital a ofrecer y la tasa de ganancias o rendimiento.

-^ RICARDO, IVor/^s, pp. 67, 68; MILL, op. cit., p. 731.


" Worí^s, pp. 41-2, 2or, 253; 53, 143.
'^'■^ Op. cit., p, 98. La opinión de Ricardo acerca de la oferta de capital es
variable. A veces su argumento parece exigir la hipótesis de que es constante.
En ocasiones tiende a considerarla como dependiente de !a tasa de ganancias;
en otras, como dependiente del exceso de producción total sobre lo que se
necesita para mantener la población en el nivel convencional de comodidad.
Quizá en general predoniine este último concepto. Pero en ninguna parte
señala con claridad que la cantidad de acuiTiulación es una proporción o
función determinada del exceso de producción. Si se introduce esta hipótesis,
la laguna mencionada en el texto queda eliminada y el sistema ricardiano
resulta determinado en cuanto a este punto. En cierto modo, es lástima que
Marshall no haya seguido este hilo del pensamiento de Ricardo en vez de
la idea de que el ritmo de acumulación depende del incentivo,

M3
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

Todas estas lagunas (excepto, quiza, la segunda) saltarían a la


vista de ctialquiera que intentara "traducir" las doctrinas de Ricardo
a ecuaciones tíiferenciales y "hacerlas más generales". Y no fué
difícil hallar las ecuaciones correspondientes. Los lectores habrán
observado que son precisamente las enumeradas"' en la nota xxi
del Apéndice Níatemático de los Principios ~'' y planteadas en las
notas precedentes.
El mismo Marshall ha escrito que su "teoría general de la dis-
tribtición (salvo en la metlida en que se refiere al elemento tiempo)
está... contenida" en esta nota, "c]ue se deriva de las notas prece-
dentes, especialmente de las xn^-xx","*" y para él las teorías de la
distribución y del valor estaban entrelazadas indisolublemente.
Añade que "he dedicado mi vida entera, y la seguiré dedicando, a
presentar en forma realista todo lo que pueda de mi nota xxi".~' El
análisis expuesto en esa nota constituye en realidad la base en cjue
descansa la parte central de los Libros V y VI de la versión final
de su tratado (Libros \\ VI y VII de la primera edición), edificada
con la ayuda de medios sumamente importantes y originales de tener
en cuenta el elemento tiempo (la gradación de períodos cortos y
largos, la cuasi-renta, el análisis de costes primos y suplementa-
rios, etc.) y mediante comprobaciones, ilustraciones y refinamientos
continuos de la teoría pura a la luz de los hechos contemporáneos
e históricos.

-' Con la adición de una serie de ecuaciones "cada una de las cuales
iguala el precio de oferta de cualquier cantidad de una niercancía a la
suma de los precios de las cantidades correspondientes de sus factores" —co
rrespondiendo las ecuaciones de oferta al teorema ricardiano de que el valor
es igual al coste en el margen, en la forma general que prevé la posibilidad
de que el coste marginal varíe en cualquier sentido a medida que aumenta
la producción.
-■"' P. <S55. Nota XX, p. [745] de la primera edición.
-'* Mcmorials, pp. 416-7.
2" Ibsd., p. 417.

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LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

Esto se ve con mayor claridad en la primera edicicSn, en la que


k;s títulos de los libros y de los capítulos, así comcj el texto inismo,
se apegan estrechamente a la estructura matemática. La inquietud
del autor pcjr dar realismo a su análisis y el lugar cada vez más
preeminente c]ue concedía al elemento tiempo y a la ausencia de
algo que pudiera llamarse propiamente una posición de equilihrio
a largo plazo cuando prevalecen condiciones de rendimiento cre-
ciente, hicieron c]ue en las versiones posteriores de su obra aquella
relación tan estrecha apareciera algo borrosa."'^ No obstante, cual-
quier lector cuidadoso puede discernir aun en ellas la estructura
matemática.
En cierto modo es objeto de es¡>eculación la medida en que
Mar?!iall mismf> desctibrió ]:\s ecuaciones faltantcs y aquella en
<]ue éstas le fueron sugeridas por las obras de otros escritores. A jtiZ'
gar por lo que dice en su propia obra, podría pensarse que al menos
algunas de ellas le fuenm sugeridas por Jevonr, o por los economistas
austríacos. Pero no hay por que pensar esto. Después de todo,
existen muchos trozos en que Ricardo y Mili reconocen que el precio
que puede obtener un artículo se eleva cuando disminuye la cantidad

-^'^ La nue\'a Liistribución interna tlcl liL)ro también ocultó un poco el


hecho de que la teoría del valor de Marshall es una teoría de equilibrio
gcnciiil y nn particular. Esto es l^astantc uianificsto en el apéndice matemá-
tico. También se ad\ ieric ctjn claridad en el texto de la primera ediciéin,
donde ncj es liasta lles^ar al Libro \'IF, que trata tle la determinación del
precio de los factores de la producción, cuando en la pás^ina titular aparece
la palabra "Valor"' (el título completo de este libro es "\^alue: or Distribution
and Excban;íe", mientras que el Librtj V, que trata del equilibrio de mer-
cancías individuales, se llama "The Theory o£ Lquilibrium of Demand and
Supply"). En la séptima edición, el Libro V (que incluye los antiguos V
y VI) se titula "General Relations of Demand, Suppiy and Valué". El Li-
bro VI (correspondiente al antiguo VII) se llama "The Distribution of the
National Income", y ya no se nos dice, como a principios del antiguo
Libro Vil, t¡uc sólo ahora hemos de "tratar el problema del valor en su
conjunto" (p. [540]).

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EL TRIMESTRE ECONÓMICO

ofrecida, y desciende cuando ésta aumenta;-^ y de esto a las ecua-


ciones de la demanda no hay más que un paso muy breve —un
paso, además, que ya había dado Cournot mucho antes de que
Menger o Jevons hubiesen escrito una sola línea—. Por su parte, Mili
había sostenido en el Libro IV de sus Principies (cap. iii) que el
precio de cualquier factor disminuye cuando se emplea una cantidad
mayor del mismo en combinación con una cantidad fija de otros
factores, y aunnenta cuando se combina en cantidad fija con una
cantidad mayor de los demás. Dicho capítulo pide a gritos que se
le traduzca a ecuaciones diferenciales, y Marshall lo alabó mucho;'^*'
,Io que no encontramos en él es alguna indicación de que el precio
depende de la productividad marginal del factor —a menos que
podamos interpretar en este sentido la proposición de que cuando
aumentan juntos el capital y el trabajo su tasa de remuneración
desciende debido al funcionamiento de la ley del rendimiento de-
creciente en el margen de cukivcj—. Por último, como hemos señala-
do ya,"^ Ricardo había reconocido más de una vez que los coefi-
cientes técnicos dependen del precio de los factores, y tanto él como
Mili habían previsto en algunas ocasiones la posibilidad de que el
precio de oferta de la mano de obra se elevara a medida c]ue aumen-
tase la cantidad demandada.''- De un modo general, el ojo clínico
de un matemático podría hallar en las obras de Ricardo y de Mili
2*> Por ejemplo, RICARDO, op. cit.. pp. 66, 94-5. MILL, op. cit., pp. 446-7,
452, 455. Permítasenos en especial llamar la atención sobre la notable discu-
sión de Ricarílo de los impuestos sobre artículos de lujo f Wor}{s, pp. 144-5),
que se aproxima mucho a la posición de Marshall en relación con el efecto
de hi elasticidad de la demanda sobre el rendimiento de tin impuesto.
■*" P. 824 y Mcmorials, p. 316.
^^ Sttpra, p. 140.
^- Véase RICARDO, Worhj, p. 284, donde, sin embargo, cita la posibilidad
SÓÍo para rechazarla por ser "una excepción insignificante"; y MILL, op. cit.,
p. 719, donde la hace a im lado basándose en que hasta entonces los jorna-
leros habían considerado cualquier aumento de sus medios de vida "sencilla-
mente conao un elemento convertible en alimentos para mayor número de
hijos."

146
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

numerosas indicaciones de la dirección en que habría de buscarse la


integración y la generalización de sus teorías.
Además, a juzgar por otros escritos, no existe comprobación de
c|ue Marshall derivase alguna cosa de importancia de la escuela
niarginalista. Inició su trabajo en 1867-68, antes de que aparecieran
los tratados de Jevons y de Menger, y siguió un derrotero matemá-
tico desde un principio. La forma de su sistema se advierte en su
reseña de la obra de Jevons (1872),^'^ su artículo titulado Mr. Mill's
Thcory o¡ Valué (1^76),^* su Economics of Industry (1879)* —es-
crito en colaboración con la señora Marshall— y los capítulos sobre
The Puré Thcory of Domestic Valúes circulados por Sidgwick
en 1^579; y aun cuando todos estos escritos fueron de fecha posterior
a las primeras publicaciones de Jevons, Menger y Walras, el mismo .
Marshall nos hace ver que la teoría que en ellos se vislumbra no
lo era:

"Mi punto de vista principal acerca de la teoría del valor y de la


distribución quedó prácticamente completo en los años 1867-1870,
cuando traduje a lenguaje matemático la versión de Mili de las
doctrinas Je Ricardo y de Smith."
"Mi doctrina de la cuasi-renta, aun cuando la desarrollé muy
gradualmente, adquirió forma más precisa en 1868... Esto ocurrió
al mismo tiempo que mis traducciones de las principales doctrinas
económicas a ecuaciones diferenciales; y hasta donde yo pueda ver
no existe, a ese respecto, ninguna diferencia apreciable entre mi
punto de vista antes de 1870 y mi punto de vista actual [1900]."^^

También se expresa con exactitud acerca de las fuentes de las que


sí obtuvo ayuda o indicaciones. El "meollo" de su teoría de la dis-
tribución
^'* Reimpreso en Memoriah, pp. 93-100.
^* Ibid., pp. 119-133.
* De la que hay versión española titulada Economía Industrial, de Luis A.
Vigil-Escalera. Madrid, 1936. Pp. 479.
^^ Mcmorials, pp. 416, 417.
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

"se basa en primer lugar en Aclam Smith, Malthus y Ricardo, y


en segundo en von Thünen en cuanto a sustancia, y en Cournot en
cuanto a la forma de las ideas." ^^
"Bajo la influencia de Cournot, y en menor grado de von
Thünen, llegué a conceder gran importancia al hecho de que nues-
tra observación de la naturaleza, en el mundo moral y en el material,

•"• Tomado de una nota sin fecha, escrita por A. M. y publicada en


Mcmorials, p. loo. Parece ser que el principal punto fundamental cuyo
origen agradecía a von Thünen fué el principio de sustitucicSn. En la primera
edición de los I'iincipios le llama "la gran ley de sustitución de \on Thünen"
([p. 704]). No es seguro que este autor también haya sugerido la identifi-
cación del precio de demanda de un factor de ía producción ron su produc-
tividad marginal. Pero es evidente que su origen no fué otro. Véase Me-
tnoriüls, pfi. 41:1-3: "No recuerdo si foriiiulc la doctrina 'salarios norma-
les' := productividad 'terniinal' del trabajo (olituvc 'marginal' del Grcrize
de \on Thünen) antes de leer a von Tliünen o después. Creo t]ue ai menos
la formulé parcialmente; porque... [aquí sigue el trozo citado al principio
de este artículo] . . . rechacé la teoría de los salarios del Libro II ('ie los
Principios, de Mili), que tiene un. sabor a fondo de salarios: y acepté la de
su Liliro IV, en la que me parece c]ue se adliiriét a la mejor tradición del
método ricardiano (nada digo en defensa de la tef>ría jiositiva de lf>s salarios
de Ricardo), y se aproximó mucho a la opinión que m;is lartle dcsculirí era
la de von Thünen. Esto ocurrió principalmente en rSíi7-6H. Luego ¡nc parece
que leí a Cournot, en 1S6S. Sé que no leí a von Thünen entonces, sino
probablemente en 1869 ó 1S70. Un aspecto de mi tcfiría de los salarios se
ha apegado firmemente desde entonces a lo que a título de prioridad piuede
llamarse la doctrina de von Thünen." Es fácil comjjrender pt)r qué Marshall
alabó tanto el Libro IV, cap. iii, de Mili, si le colocó sobre el camino que
condujo finahnente a su teoría de la distribución. Me inclino un poco a
creer que puede haber sido el punto de partida de todo su análisis. Pero
desde luego es exagerada ia afirmación ele que es ajeno a los errores de la
doctrina del fondo de salarios (Mcmorials, p. 316). En realidad. Mili parece
haber deducido directamente de esa doctrina sus conclusifincs de que un
aumento de capital sin un cambio de la pol)Iación eleva los salarios y de que
un atuncnto de la pííblación sin una modificación de la cantidad de capital
los reduce. S\ menos no da otra razón para explicar por qué las ac-pió. La
doctrina ele la cuasirenla tu\o su origen en su reacción a "las críticas de
McLcod —lioy tb'a [1902] injustanicntc ohidndo— acerca áz la aiii-mación
llana de que el coste rige el valor" (Mcmorials, p. 414). Pero era una teoría
de Marshall, no de McLeod.

J48
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

se relaciona no tanto con agregados como con incrementos, y de


que en especial la demanda de un bien es una función continua en
la c]ue el incremento 'marginal' se pesa, en equilibrio estable, contra
el incremento correspondiente de su coste." "^'

No hay por c]iié dudar de su palabra. No era de los escritores


parcos en reconocer las aportaciones de otros. Si acaso, pecaba de
generoso.
Podemos concluir, por tanto, en compañía de Lord Keynes, que
"Marshall debía poco o nada a Jevons" ■*''' y, permítasenos añadir,
nada de importancia a los economistas austríacos. En su obra teórica,
sus deudas fuera de la iratlición clásica inglesa eran con Cournot y
con von Thünen.
Pero si por una parte la teoría pura de los Principies descendía,
con ayuda de Cournot y de von Thünen, directamente de las doc-
trinas de Ricardo, por otra las transformó, como he señalado antes.
El examen general de los efectos del progreso y de la tributación
sobre la participación relativa de las tres grandes categorías de in-
gresos y sobre los valores relativos de grupos extensos de mercancías
C|ucda sustituido por un estudio minucioso de la formación de los
precios en todos los rincones del sistema económico. En todas partes
el principio de la determinación mutua reemplaza la idea de tm
determinante único o de causalidad en un solo sentido. Se reconoce
a las condiciones de la demanda una posición igual a las de la
oferta. La determinación de los valores de "mercado" y los "natura-
les", del valor en condiciones de monopolio y en condicioi^es de com-
petencia, del valor en condiciones de rendimiento constante y de
rendimiento decreciente, de la renta, de los salarios y de las ganan-
cias, deja de ser una serie de problemas independientes, diferenciados
marcadamente el uno del otro y cada uno con una "ley" distinta
apropiada al caso concreto —todos quedan incluidos bajo la idea

'^~ Principies [p. x].


"^ Mcríitiri.ils, p. 22.

J49
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

unificadora única del equilibrio en el margen, un contrapeso de


pequeños incrementos de ingresos y egresos, de pagos y costes,
distinto en cuanto a sus manifestaciones y distinto en cada caso en
cuanto a sus resultados, pero común a todos ellos y caracterizado
por el principio de sustitución, que actúa en todas partes como llave
maestra. Todo esto es totalmente ajeno a la manera de pensar de
Ricardo; y a la de Mili. Y si el análisis ricardiano fué nuestro
punto de partida, al final del viaje hemos llegado a un mundo
nuevo.
Otra característica que distingue los Principios de sus antecesores,
menos fundamental pero de todos modos destacada, es la impor-
tancia concedida al equilibrio de la empresa individual. Proviene
en parte, sin duda alguna, de la introducción del principio de
sustitución, que en la industria se realiza principalmente a través
di?l empresario individual o de la dirección de la empresa indivi-
dual.''"' Pero también obedece a la ya notoria dificultad de reconci-
liar los rendimientos crecientes con condiciones de competencia.
Como observa Marshall: ,

Cournot "no parece haber advertido que si el campo de cada


uno de los rivales fuera ilimitado y si la mercancía que producen
obedeciera la ley del rendimiento creciente, la posición de equilibrio
que alcanzarían cuando ambos produjeran en la misma escala sería
inestable. Pues si uno de ellos obtuviera una ventaja y aumentara
su escala de producción, obtendría con ello una ventaja adicional
y acabaría por eliminar a todos sus adversarios. El argumento de
Cournot no introduce las limitaciones necesarias para impedir este
resultado" .^^

Y aunque a este respecto completó (y desarrolló) la obra de


Cournot más bien que la de Ricardo, el problema se presenta in-
evitablemente al intentar generalizar el análisis ricardiano en el
39 Principies, p. 663.
<o Ibid., p. I485-486I

150
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

sentido de prever la posibilidad de que el coste marginal variase en


cualquier dirección cuando aumentara la producción. En su solu-
ción de este problema, Marshall se vale de tres conceptos (al menos
dos de ellos enteramente nuevos) : las economías externas, la imper-
fección del mercado y el traslado perpetuo de las ventajas de una
empresa a otra, a causa de la suerte, las equivocaciones y el creci-
miento y declinación de la eficiencia de los gerentes, que tuvo su
expresión sucinta en el célebre concepto de la empresa representa-
tiva. El segundo y el tercero de estos recursos adquirieron más
importancia o se definieron con mayor claridad en las versiones
posteriores del tratado que en la primera edición.^-^ Pero los tres
existieron desde un principio, al menos en estado embrionario,'^'^ y
trajeron consigo un desplazamiento del centro de interés que abrió

'*^ Por ejemplo, al aparecer por primera vez ([pp. 548-9]), el producto
neto marginal del pastor se iguala con el valor de las veinte ovejas que añade
a la producción de su patrón, sin la advertencia que apareció en ediciones
posteriores de que "en teoría debe hacerse una deducción para tener en
cuenca el hecho de que, al poner veinte ovejas más en el mercado, el agri-
cultor hará bajar al precio de las ovejas en general, de suerte que perderá uii
poco de dinero sobre las demás ovejas que posee" (p. ^lyn.); y en la primera
edición la nota matemáüca en que expone el principio de sustitución en
forma algebraica (Apéndice Matemático, nota xxv de la i* edición, nota xiv
de la 7^') termina abruptamente al final del primer párrafo (que trata del
caso Robinson Crusoc de un individuo que se basta en todo a sí mismo y
tiene por finalidníl la máxima satisfacción individual), y, por tanto, no incluye
el examen ininucioso de la inagnitud relativa de estos dos elementos en el
producto neto marginal y de su significación cuando los objetos los fabrica
un empresario que desea obtener uülidades y se dedica a vender sus produc-
tos en el niercado (pp. 849-50). Pero pronto introdujo salvedades (el señor
Guillebaud me dice que fueron incluidas por primera vez en la tercera edi-
ción, de i<Sfj5), y Marshall era demasiado buen matemático para no haberse
dado cuenta de ellas desde un principio. Nos aventuraríamos a decir que la
nota que trata de este punto ya existía antes de 1890, inás o menos en su
forma actual, habiéndose omitido la última parte para evitar detalles com-
plicados.
■^- Sobre la empresa representativa, véanse, por ejemplo, las pp. [375-7],
[413-4], [523], y sobre la inr^perfección del mercado, las pp. [400], [523-4].
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

las puertas a un campo de especulación e investigación escasamente


explorado por escritores anteriores.
Hasta ahora hemos considerado las ecuaciones de Marshall como
expresión de fenómenos puramente objetivos; que el precio de un
artículo disminuye cuando se pone en venta mayor cantidad de él,
que los salarios reales han de elevarse de un modo permanente a fin
de obtener un aumento de la población, que el volumen de inversión
a realizar aumenta o disminuye según baje o suba su rendimiento,
que los empresarios eligen el método de producción que consideran
más barato, etc. Ni la estructura matemática de los Principios ni
sus principales conclusiones en el campea de la teoría pura preci-
san en realidad otra cosa que datos externos de esta naturaleza. Pero
en su búsqueda de la generalización Marshall, como todos saben,
ahondó más y examinó los sucesos del mercado como un reflejo
del equilibrio de móviles divergentes en la mente del hombre:
"satisfacciones" (o el impulso a obtenerlas), por una parte, e "insa-
tisfacciones" (o la aversión a ellas), por otra; '"utilidad" y "desuti-
lidad". En su opinión, éste era el elemento común que permeaba
toda la conducta económica; en nuestro propio sistema de libre
iniciativa y economía de cambio, en las sociedades cargadas de cos-
tumbres de la Edad Media y de los países orientales, en la economía
de truec]ue, en la familia aislada y autosuficiente (si se la pudiera
encontrar) y en aquellos otros mundos posibles a los t^ue él mismo
se asomaba a veces.'"* Para Marshall la teoría económica alcanzaba
su mayor nivel de generalización en el análisis de la conducta del
hombre en un aspecto de la vida en el que la intensidad de sus
móviles era susceptible de medirse.
Y esto no es extraño en una persona que se educó cuando aún
predominaba la filosofía utilitaria y que llegó a la economía a través
del estudio de la Moral. Lo que sorprende es más bien que, a pesar

^^ PP- I3S3], [i5t], [85], [653^^-], [yM. ^29^^-9], t5i3-5], [79n.\,yMc-


moríais, pp, 169-70.
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

de la estrecha relación que siempre tuvieron en Gran Bretaña los


utilitarios y los economistas, no fué hasta la década de los setenta y
de los ochenta del siglo xix cuando se hizo un intento sistemático
(abiertamente por Jevons "*■* y de hecho por Edgeworth ■*") de f(jr-
mular una teoría de la economía basada en el cálculo benthaniista
de placer y dolor. Marshall, sin embargo, no intentaba hacer eso.
Su sistema no descansa en la psicología o en la ética utilitarias.
Desde un principio insistió en que el decir que la intensidad de los
móviles que actúan en el mundo económico es susceptible de medir-
se no entraña ningún supuesto acerca de su índole o "calidad",
mucho menos acerca de su valor ético.*" Pueden ser u\n altruistas
como se quiera; no es necesario que su finalidad sea la adquisición
de riqueza por sí misma; bien puede ser la distinción o la apro-
bación; no es necesario que surjan del deseo de placer o de evitar
dolor; pueden basarse en ideas de carácter ético acerca de lo que es
"justo" o "correcto" o "noble"."*^ Aun cuando en la primera edición
de los Principios se empleaban con frecuencia los términos "placer"
y "dolor" para designar los móviles "positivos" y "negativos" del
hombre,'*** aun allí los desplazaban expresiones más neutrales, y más
adelante quedaron casi completamente eliminados. Lo único que a
fin de cuentas tomó Marshall de la filosofía utilitaria e introdujo en
la teoría económica fué el concepto de móviles stísceptibles de
medirse.
Al hacerlo se apartó aún más de Ricardo. El "precio de oferta"
de un artículo se convierte ahora en la suma de los precios c]ue
deben pagarse para "hacer surgir" . .. "los esfuerzos y los sacrificios"
que son necesarios para hacerlo y que constituyen su "coste real de

^^ Theory.
'*-^ Mathematical Psychics (iSSi).
*^ Principies, pp. [73<^5].
*~ Ilpid., pp. [82-3J, [SoJ, [293-4], 16, ijn.. 22-7, 92-3, y Mcmoriüls,
pp. 160-1.
■*^ Mcmoriuls, p. 161.
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

producción" —una idea del todo ajena a Ricardo "'^—. Para éste el
trabajo no es una "desutilidad", sino la fuerza productiva a dispcK
sicion de la comunidad, como quien dice la esencia con c|ue se
hacen las mercancías; y el coste de una cosa es la cantidad de esta
fuerza o esencia, junto con la cantidad de capital, que absorbe su
producción, no el esfuerzo y el sacrificio que entraña su provisión.
Y aunque a su modo de ver la tasa mínima de ganancias era la
compensación necesaria por "la molestia y el riesgo" ''^ (a lo c|ue
Mili, siguiendo a Sénior, añadió la "abstinencia" ''^) incurridos por
el inversionista, tanto él como Mili tienen habitualmente una con-
cepción objetiva del segundo elemento del coste (el capital emplea-
do), en el sentido de la cantidad o valor de los salarios adelantados
y el lapso de tiempo durante el cual se efectúa el adelanto, y no en
el sentido de una incomodidad o sacrificio."^" Al surgir el concepto
psicológico de "coste real" no sólo pisamos un inundo distinto al
de Ricardo, sino un universo diferente. Sin embargo, lo hemos
alcanzado como antes, por etapas graduales, intentando ascender
del punto de partida ricardiano a niveles cada vez más elevados de
generalización y unificación, en pos de "uno entre muchos, muchos
en uno". Aunque no se puede estar muy seguro de ello, puede
aventurarse la opinión de que Marshall comenzó con las tablas ob-
jetivas de oferta y demanda, los fenómenos del mercado, y de allí
retrocedió al estudio de sus bases psicológicas, y no a la inversa
(como ocurrió con Jevons). Desde luego sostuvo que de los dos
pasos que "habían producido una modificación importante en el

49 Pp. [399-400].
50 Wor^s, p. 68.
fíi Op. cit.. pp. 407, 31-3, 463-6.
^- Véase RICARDO, Wor}{s, pp. 51, 22, 24, 25, 18, 123-4, 87; MILL, op. cit.,
pp. 54, 479-80, 463-6. Cuando más se aproximan estos autores al concepto
psicológico del coste real es cuando explican (a la Smith) las diferencias
entre las tasas de salarios y las tasas de ganancias que privan en distintas
ocupaciones. Sin embargo, también Sénior tiene vma interpretación psicoló-
gica del coste, similar a la de Marshall. Véase su Political Economy, p. 97.
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

pensamiento económico" durante su generación —en primer lugar,


el uso de "lenguaje semimatemático para expresar la relación entre
pequeños incrementos de una mercancía, por una parte, y pequeños
incrementos en el precio total pagado por ella, por otra", y, en se-
gundo, la "descripción formal de estos pequeños incrementos de
precio como medidas de pequeños incrementos de placer"— el pri-
mero, que ya había "tomado Cournot" en 1S38, era "con muclio el
más importante"/''^ Y hasta el fin conservó sus tablas, curvas y
ecuaciones en forma capaz de expresarse numérica o estadística-
mente y que pudiera constituir una base para aquellos "estudios
cuantitativos" que consideraba como la tarea principal de la nueva
generación.''^

II
Hasta aquí nuestros comentarios sobre el instrumental matemá-
tico y la teoría pura del libro. Pero Marshall decía que la teoría
pura era "una parte muy pequeña de la economía propiamente dicha
y a veces en sí misma incluso una manera no muy buena de matar
el tiempo"."'" En cuanto a las matemáticas, describe así su actitud:

"En los años posteriores que dediqué a trabajar sobre el tema,


sobrevino en mí la sensación de que no era muy probable que un
buen teorema matemático sobre hipótesis económicas llegase a ser
buena economía: y me guié de más en más por las siguientes reglas:
I) Úsense las aiiatemáticas como lenguaje taquigráfico más bien
que como instrumento de investigación; 2) Trabájese sobre ellas
hasta lograrlo; ^) Tradúzcase al inglés; ^) Ilústrese a continuación
con ejemplos de importancia de la vida real; 5J Quémense las mate-
máticas; y 6) Si no se tiene éxito con la regla 4, quémese el resultado
de la regla 3. Esto último lo hice con frecuencia." ^''
^ P. lOI.
^* "The Oíd Generation of Economists and the New". McmoriaJs, p. 301.
r.ó Memon'a/s, p. 437.
5« //mi., p. 427.
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

Así es que mientras el instrumental matemático traducido al


ingles y su aplicación no matemática destinada a tener en cuenta
el elemento tiempo formaban el esqueleto de los Principios, hacía
falta recubrir de carne los huesos antes de que aparecieran en público
o pretendieran figurar como economía propiamente dicha. Para
ello, Marshall se documentó extensamente en historia, estudió con
fruición estadísticas e informes, viajó y observó; y los Principios se
convirtieron en un almacén de información y en un monumento
de ingenio. Este método difiere marcadamente del empleado por
Ricardo y por Mili. Es una regresión hacia Adam Smith; y puede
que en esto no quede del todo sin fundamento la idea de que
Marshall trató de reconciliar escuelas divergentes.
En la época en que escribió Marshall, todo el método ricardiano
estaba siendo atacado por la escuela histórica. No parece haber
obtenido resultados de importancia directamente de esta escuela, y
su opinión acerca de la relación entre la historia y la economía era
bastante distinta. Pero la Filosofía de la Historia de Hegel fué una
de las influencias que compartió con ella, y creo que no puede haber
duda de c]ue la forma de los Principios y algunas características de
su perspectiva general y de su exposición detallada obedecen en
parte a cierta susceptibilidad hacia la crítica de dicha escuela y cierto
deseo de aceptar lo c]ue había de sólido en ella. Marshall concedía
c]uc los ricardianos habían limitado su atención con un criterio
demasiado estrecho a los hechos de su época y de su país'" y que
muchas de sus conclusiones no gozaban de la universalidad preten-
dida por sus discípulos y popularizadorcs;"'" y constantemente estaba
atento a no incurrir en un error semejaiiLe. Reconoció más plena-
mente que MUÍ y mucho más que Ricardo la influencia de las
costumbres y de las instituciones sobre la conducta económica; y
procuró entretejerlo en su propia versión del sistema. Se daba

•'- Pp. 762-3 [62-3].


"8 Pp. [63^.], [66-7].

156
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

cuenta perfecta de c]ue la libertad de competencia —o, como él la


llamaba, la "libertad de iniciativa"— característica de la econr>mía
moderna del occidente constituía un acontecimiento muy reciente
y que en muchas partes del mundo apenas había comenzado a
hacerse sentir.''" El trasfondo histórico en que colocó al sistema
industrial tjue había de analizar quedó un poco fuera del campo
visual de los lectores cuando los capítulos sobre la evolución de la
industria y la empresa libres con que comenzaba la primera edición
fueron llevados a un apéndice: pero él mismo nunca lo perdió de
vista. Su respuesta a los ataques de los historiadores contra la eco-
nomía analítica era la misma de Jevons: la utilidad de un método
no excluye necesariamente la de otro; hay lugar para ambos y ambos
se necesitan.*"' Pero fué distinta su solución de la dificultad que
ello provoca. Mientras Jevons puso sus esperanzas en una división
del trabajo, una separación de la ciencia en distintas ramas y aun
en distintas ciencias,^^ Marshall contestó más bien con una combi-
nación de los dos métodos —no sólo la teoría permeó la historia, sino
que ésta y los hechos contemporáneos (como en los Principios)
alimentaron, mrxiHficartin e ilustrarcjii la teoría. Si alguna escuela,
aparte de la tradición ricardiana, dejó su huella en los Principios,
no fué la escuela marginalista sino la histórica.
También había otros frentes t]ue deíender. Aliada a la ofensiva
íle los historiadores se desarrolló la de los "sociólogos" —en particu-
lar, Comte—, quienes sostenían tjue "todos los aspectos de la vicia
social se relacionan tan estrechamente que deberían estudiarse jun-
tos" y apremiaban a los economistas "a abandonar su papel carac-
terístico y dedicarse al progreso general de una ciencia social
unificada".*'" Luego vinieron los moralistas y los románticos. Los

■''■* Por ejemplo, p. [91].


"" Pp. 176-71. Sobre cl punto de vista de Jevons véase Principies of
Eco>?o}nics and Otiur l'apcrs, pp. 195-G.
^' Op. C!t.. pp. 197-8, 200-1.
«- Pp. [f.5]. 701.

157
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

rayos y centellas de Ruskin sucedieron a los truenos de Carlyle, la


mofa más o menos divertida contenida en los Mudjog sketches
(1837-9) había conducido a la sátira acerba de Hard Times (1R54),
y quizá más que nunca antes (aunque esta clase de oposición había
subsistido desde principios del siglo) se llegó a considerar a los "eco-
nomistas políticos" como "seres de sangre fría carentes de los
sentimientos comunes de la humanidad" *^^ que olvidaban lo impon-
derable, preferían la cruda realidad y subrayaban la sórdida bús-
queda de ganancias materiales en detrimento de las emociones más
delicadas y las aspiraciones más elevadas del hombre —en tuia pala-
bra, eran unos desalmados—. Mientras tanto, las máximas concretas
con que el pueblo asociaba la economía política habían sido acribi-
lladas en tal forma por excepciones que principiaban a aceptarse,
si es que se aceptaban, más bien como reglas prácticas que como
leyes científicas. El mismo Mili había tirado por la borda última-
mente (1869), sin poner nada en su lugar, lo que hasta entonces se
había considerado como uno de sus enunciados más importantes.
Algunos otros escritores (Cairnes, McLeod y Hearn, por ejemplo)
habían estado horadando en forma más o menos importante algunas
de las doctrinas aceptadas. Los que las practicaban no sólo discre-
paban acerca de problemas de política diaria sino también acerca del
alcance y del método de la materia. En suma, para la década de los
setenta la economía política había perdido una buena parte de su
elevada reputación de antaño. A mediados de esta década Bagehot
escribía:
"En la mente del público está algo muerta. No sólo ya no ejerce
la misma influencia que antes, sino que ya no se le tiene la misma
confianza. Los hombres más jóvenes no la estudian, o no sienten
que les llama la atención o que concuerde con sus ideas más vivien-
tes. .. Se preguntan, a menudo sin conocerla apenas, si esta 'ciencia',
como pretende llamarse, armonizará con las ciencias que conocemos

^ Jevons, loe. cit., p. 190.

158
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

o admitirá ser aplicada como aplicamos hoy día las demás ciencias.
Y no están seguros de la respuesta." *^^
Marshall se propuso rehabilitarla ante la opinión general. Los
Principios son una apología a la vez que una exposición de la eco-
nomía : una especie de contrarreforma, por así decir, dirigida contra
las dudas internas y la denunciación externa.
De aquí (al menos en parte), creo yo, una característica del
libro que choca un poco al oído moderno: su reiterada insistencia
en la importancia del carácter en los asuntos económicos y sus
reprimendas victorianas y apartes moralizadores que hoy día parecen
tan fuera de sitio en un tratado científico. Aunque hay que tener
en cuenta el propio temperamento de Marshall (típico de esa época
parsimoniosa y autocrítica), es difícil resistir la impresión de que
ello revela su preocupación por reivindicar la economía ante los
moralistas. Pero es posible que también haya influido una fuerza
más científica, derivada esta vez de los sociólogos. Con las doctrinas
de éstos no podía en realidad haber síntesis alguna, puesto que en
general no tenían doctrinas que sintetizar. Apenas podía decirse
que Comte y Herbert Spencer, no obstante su "sabiduría sin igual
y su gran genio", hubiesen "principiado a construir una ciencia
social unificada"."' La actitud de Marshall era que "el campo total
de las actividades del hombre en la sociedad era demasiado amplio
y variado para que se analizara y explicara con un solo esfuerzo
intelectual".'^''' Se rehusó firmemente, como Mili cuando pisaba
terreno sólido, a admitir que era imposible una ciencia económica
separada. Tampoco aceptó la sugestión de Mili de que debería ser
puramente hipotética, basada en la abstracción de ciertos móviles
y el supuesto de cjue sólo por ellos se rigen los hombres, y en la
introducción de las modificaciones necesarias al aplicarse los princi-
*^^ Fortnightly Rcvicw, 1876, p. 216. Citado por Jevons, loe. cit., p. 191,
y reimpreso en Collcctcd Wor\i, \o\. vii, p. 92-3.
*^'' P. 770.
«« Ibid.
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

pios abstractos a problemas concretos. Debería, y podía, tratar del


hombre como es, visto en conjunto. Su pretensión de una existencia
autónoma se fundaba en el hecho de que se refiere a un campo de
actividad en C]ue el móvil de los deseos, aspiraciones y emociones'
originados por la naturaleza humana (toda ella) podía medirse:
no }^L!cía falta hucer abstracción de éstos.'" Pero en su Lógica Mili
había sostenido tiue la ciencia general de la sociedad debe fundarse
en lo c]uc llamaba "etología" —ciencia qtie estudia el carácter huma-
no— y en especial "etología política" —"la teoría de las causas que
determinan la clase de carácter que es atributo de un pueblo o de
una é[ioca"''""^—-. ¿No será posible que en este modo de pensar
(característico de la época) hallemos una explicación parcial de
una gran parte de lo c]ue distingue los Principios, de Marshall
de obras anteriores y posteriores?
De cuak]uier modo, podemos estar seguros de que Marshall no
modificó sus doctrinas científicas por apaciguar o adular a los
críticos. "La verdad es lo único que vale la pena poseer: no la paz.
Nunca transé con ninguna doctrina de ninguna clase." *'^ Ha de
haber estado convencido de que "la manera en c]ue el carácter tiel
hombre afecta los métodos predominantes de la producción, la
distribución y el consumo de la riqueza, y es afectado por ellos",^'^
era de primera importancia científicamente: de otro modo no le
hubiera concedido la preeminencia que en efecto le dio. Hegel,

•^^ Pp. iG-j. Mcniorials, p. 2tj<).


'^'^ Op. cit., pp. 40S, 500. Por siipii-jsto que t-n ct scmiclo :iclü;il "carácter"
equivale al icrmino iniratlucible riüo;, ciue incluye bastante más que carácter
"moral" en el sentido popular (y liniitatlo). Lo que sostengo es que la fe
que tenía Marshall en cl fiíto; de un pueblo como determinante de su con-
ducta económica puede haber contril>uícl(> a reafirmar su insistencia solire la
importancia cjue a ese respecto tienen los elementos "morales" incluidos en
el término más amplio —a irtás de que explica muchos otros aspectos de su
manera de tratar los problemas cconóniicos.
•^'J Mcmorials, p, 408.
'^ P lina pies. p. 764 [65].

160
LOS "PRINCIPIOS"' DE MARSHALL

la escuela histórica, los sociólogos, los moralistas y los románticos,


influyeron todos en formar esa convicción. A ellos debe añadirse
un elemento más del ambiente intelectual de la época: el nuevo
derrotero seguido por las ciencias naturales.

"A principios del siglo pasado crecía el poder del grupo de cien-
cias físictjmatemáticas; y estas ciencias, por más cjue difieren mucho
entre sí, tienen un aspecto común: cjuc el tema de que tratan es
constante e invariable en todos los países y en todas las épocas. . -
A medida que adelantó el siglo, el grupo de ciencias biológicas se
abrió paso lentamente y se empezó a tener ideas más claras sobre
el crecimiento orgánico... Al fin las especulaciones de la biología
dieron un gran paso al frente; sus descubrimientos fascinaron al
mundo igual que los de la física muchos años antes; y sobrevino
un cambio marcado en el tono de las ciencias morales e históricas.
La economía ha participado del movimiento general; y cada año
presta más atención a la flexibilidad de la naturaleza humana." ^^
Quizá Marshall exagerara la influencia de estos sucesos en las
obras de sus predecesores inmediatos, sobre todo en Mili.'" Su
propia obra, sin embargo, fué afectada profundamente por ellos.
Como hemos visto, los conceptos biológicos de crecimiento y
decadencia, eliminación y selección, son llamados a resolver aun
el problema del equilibrio estático. El reconocimiento de quv.. "si el
tema de que trata una ciencia pasa por diversas etapas de desarrollo,
las leyes de la ciencia deben evolucionar de acuerdo con los hechos
a que se refieren",'"^ condujo al reconocimiento explícito de que las
doctrinas económicas deben referirse en importante medida al
tiempo y al espacio.'* Además, y esto es de más significación, toda
■íi Ihd., p. 764 [64-5].
"^^ La primera edición de los I'rinapios, de Mili, se publicó once añcjs antes
del Origen de Itis Especies: la tercera edición (en la que adoptó práctica-
mente su forma definitiva la discusión sobre los cambios futuros de! orden
social) apareció siete años antes.
"■'' Principies, pp. [65], 764.
"■* Ibtd., p. [90].

J6I
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

la concepción de Marshall de la naturaleza de la evolución econó-


mica está teñida de lo que podríamos llamar el punto de vista bio-
lógico. Para el el desarrollo económico no puede interpretarse en
términos de un movimiento puramente mecánico o dinámico; es
en esencia un proceso de "crecimiento orgánico" y los métodos de
la ciencia deben adaptarse a él. De aquí el campo de acción tan
limitado (más limitado con el transcurso del tiempo) que adjudicó
a dos ideas precursoras, la de "precio de equilibrio" y la "cantidad de
equilibrio'. A pesar del cuidado qtie derrochó en ellas, las curvas
de oferta y de demanda a largo plazo desempeñaron tan sólo un
papel secundario. Pueden ser útiles para aislar provisionalmente,
con objeto de realizar un análisis separado y preliminar, algunas
de las fuerzas tendientes a modificar la situación en un momento
dado y para indicar la dirección en que estas ejercen presión. No
pueden emplearse para predecir con exactitud o muy en el futuro la
dirección en que es probable que cambien la producción y el valor,
menos aún la posición a la que se espere que lleguen, ya c]ue cual-
quier trastorno de la situación de "equilibrio" puede modificar las
condiciones del problema al alterar los gustos, los hábitos y los cono-
cimientos técnicos —la oscilación hacia el equilibrio no seguirá el
mismo curso que la oscilación inicial, ni volverá al punto de par-
tida;'"' y, sobre todo, las fuerzas aisladas operan en un medio de
constantes modificaciones, que ellas mismas modifican y p(;r el
cual son a su vez modificadas. En la lucha por sobrevivir, conti-
nuamente surgen nuevas especies de organización económica y
quedan eliminadas las viejas según sean o no aptas para beneficiarse
del medio en tjue viven. Con las modificaciones de la organización
económica, el hombre también cambia, mental y moralmcntc: la
alteración de su carácter hace variar el valor de supervivencia de
distintos tipos de organización económica; y así sucesivamente, ad
''■' IbicL, pp. [-¡25-7]. En los capítulos circulados por Sidgvvick la irrcvcr-
sibilidad de las curvas se indica por una línea quebrada en el eje que expresa
las cantidades.

162
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

infinitíítn. Es casi seguro que el concepto de Marshall de la evo-


lución económica como un "crecimiento orgánico" explica por qué
nunca desarrolló una teoría matemática de la economía dinámica.
Desde luego que refleja el clima intelectual de su época. "La Meca
del economista es la economía biológica más bien que la dinámica." '**
Este epigrama lleva su fecha en el rtjstro.

III
Gracias a Jevons, a Menger y, en menor grado, a Walras, la
rehabilitación de la teoría económica había principiado antes de
que se publicara la obra de Marshall. Pero los Principios contribu-
yeron mucho a ella, sobre todo en Gran Bretaña. El efecto directo
que tuvo el libro sobre el público ha sido descrito ya por Lord
Keynes," y no es necesario comentarlo aquí. Revela la forma tan
exacta en que Marshall estimó lo que hacía falta en ese momento
y la manera tan perfecta en que sus puntos de vista armonizaron
con el pulso de su tiempo. También en los círculos científicos
obtuvo un éxito decisivo y de grandes alcances.
En Inglaterra, los Principios alcanzaron gradualmente una posi-
ción, si no tan preeminente como la lograda por los de Mili en la
generación posterior a 1H50, al menos comparable con ella. Respecto
de la parte del tema que abarca, el libro de Marshall llegó a ser
el texto más importante no sólo en la misma universidad del autor
sino en cualquier lugar en que la economía se estudiaba con seriedad.
Toda una generación de estudiantes —en realidad más de una, si
se tienen en cuenta los años académicos— se educó bajo su influen-
cia. El ccjuilibrio de la oferta y la demanda como elemento universal
en la formación de los precios, el contrapeso de pequeños incremen-
tos de costes e ingresos, la "productividad marginal", la "elasticidad",
la "sustitución", los costes "primos" y "suplementarios", el método
"'"' Piinciplfs, p. VII.
' ' Mtnjofiíils, p. 47.

163
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

de exposición iltil y a la vez elegante basado en curvas geonnétricas;


todo ello vino a ser el lugar común del economista profesional. Es
muy probable que de todas maneras las ideas de este tipo llegaran
a permear la economía política inglesa, puesto que estaban en el
ambiente. Pero es un hecho histórico que su difusión y aceptación
se deben a Marshall. En su país de origen los Principios, de Alfred
Marshall constituyen, en compañía de La Riqueza de las Naciones,
de Adam Smith, y los Principios, de Ricardo, uno de los tres grandes
estadios en la evolución de las ideas económicas: con las salvedades
de costumbre, podemos dividir la historia de la economía inglesa
en tres épocas distintas —la clásica, la ricardiana y la marshaliana
o ricardiana reformada.
También es evidente que el libro afectó profundamente la eco-
nomía teórica en Estados Unidos."'^ Naturalmente, el pensamiento
en el ''crisol" es algo ecléctico, y tlltimamcnte ha surgido allí cuando
menos una división importante. Pero los Principios, directamente
y a través de las obras de escritores de tanta influencia como F. W.
Taussig y el profesor T. N. C^arver (para nombrar sólo a dos de
ellos), desempeñaron un papel significativo en la formación de las
ideas de la generación siguiente.''' Ocsde cualquier punto de vista,

'^ Para un inglés es cüfíril cstijnar cI grado en que la ubi a afectó el


curso ele las ideas en el extranjero. Es siempre arriesgado señ.Tlar las "in-
fluencias" en el pensamiento de un país que no conoce uno por dentro: es
tan fácil imprimir mal el énfasis, y los matices se le escapan a uno. Sobre
Estados Unidos me he guiado por los escritos de econoniistas norteamericanos.
En cuanto a Alemania y Austria, ine ha servido mucho una carta de una
autoridad en la materia, el profesor Schumpetcr; sobre Italia me ha propor-
cionado datos el señor P, Sraffa, quien Cf)noce por dentro la economía de ese
país y la de Inglaterra. A ambos deseo expresar mi agradecimiento, y a la
vez pedir disculpas si mi intento de reducir a unas cuantas frases la informa-
ción que me dieron ha conducido a errores.
''•^ El profesor Carvcr no estaba de acuerdo en algunos puntos, pero en
general su conocido Distnbution of Wcalth (1904) sigue el método de Mar-
shall, y el instrumental empleado por Taussig en su muy leído Principies of
Economics para explicar la teoría del valor es totalmente marshaliano.

164
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

debe considerarse como una de las piedras angulares de la economía


norteamericana moderna. Dejemos que lo corroboren dos autores
norteamericanos:

"Probablemente sea cierto que el grueso de los escritos económi-


cos que se han publicado en el idioma ingles desde 1890 estén
basados, en cuanto al problema del valor, en las ideas de J. B. Clark
y de Alfred Marshall, sobre todo de este último... En una medida
importante, los estudiantes norteamericanos adquirieron sus ideas
sobre la teoría marginal del valor directa o indirectamente de Clark,
pero... aun en Estados Unidos las obras ele Marshall ejercieron
mucha influencia." ' ^*'
"La situación de la teoría económica en Estados Unidos es ac-
tualmente [ig^S] demasiado caótica para que se pueda hacer una
generalización correcta. Pero puede aventurarse la opinión de que
una gran parte de ella debe más a Marshall tjue a cualquier otra
persona... Alfred Marshall . .. aún domina el terreno de la teoría
económica en una forma notable en Inglaterra, y en menor grado
en Estados Unidos." ^^

En el continente europeo el efecto del libro fué mucho menos


decisivo; en parte, sin duda, debido al retraso con que se publicó.
Ya en 1S90 la economía centroeuropea era bastante impermeable
al neorricardismo. En Austria la obra precursora que efectuó cl
gran trío había establecido ya una tradición nueva e independiente,
y las ideas y métodos que habían introducido se habían afirmado
demasiado para que una influencia extraña las derrocara o las
modificara radicalmente. Por supuesto que Bóhm-Bawerk y Mar-
shall conocían a fondo las aportaciones de uno y otro al pensamiento
de la época, y quizá sea posible hallar en ellos cierta influencia
^" E. WiiiTTAKER, .-/ History nf Tíconomic Jdcus (1940), p. 453. Clark,
que por su edad era casi contemporáneo de Marshall, parece haber trabajado
independientemente, y aunque su Distrihution of Wcalth (1899) tiene seme-
janzas notables con la olira de Marshall, tiene más afinidad con las obras de
los economistas austríacos.
'^^ P. T. H<JM.\K, Contcmpoyaiy Econortiic Thotight, p. 269 y p. x.

165
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

mutua secundaria, pero desde luego ninguno de los dos efectuó una
fusión de ideas o se inspiró en las del otro.^" En Alemania, cuna
de la escuela histórica, la teoría abstracta se tenía muy poco en
cuenta y no parecen haberse apreciado debidamente las concesiones
que hizo Marshall al ataque de los historiadores contra el método
ricardiano. Desde luego, el pensamiento económico alemán conti-
nuó evolucionando por derroteros no matemáticos y no analíticos.
Mientras tanto. Walras había proporcionado un sistema rival a
aquellos economistas continentales que sentían inclinación por la
teoría pura, tanto más formidable cuanto que exhibió su instru-
menta! matemático al desnudo cu vez de relegarlo a notas de pie
de página y apéndices, rodearlo de ejemplos y modificaciones toma-
dos de la realidad y vestirlo en perífrasis. Por tanto, las tres corrien-
tes de teoría económica c]ue se originaron en la década de los
setenta tendieron a seguir distintos cauces —la escuela austríaca,
la de Lausana y la inglesa o marshaliana— en vez de fundirse en
una sola, aun cuando es cierto, desde luego, que hubo filtraciones
más o menos importantes de una a otra.
Esto no quiere decir, sin embargo, que fuese insignificante la
influencia de los Principios en el continente. Por el contrario, se
hizo sentir en todas partes, y al menos en dos países que contribu-
yeron en forma muy distinguida a la teoría pura —Italia y Succia—
su influencia fue muy intensa. Como es bien sabido, el pensa-
miento de Marshall fué introducido en Italia desde un principio
por Pantaleoni, cuya fuente fué en primer lugar los capítulos sobre
The Puré Thcory of Domestic Vcüues circulados por Sidgwick, y
en menor grado The Economics of Indiistry. Y aunque Pareto

*"'- La obra de Marshall no ha dejado de tener influencia aun en Austria.


El profesor Schumpeter escribe: "Mi generación —que comenzó sus estudios
universitarios entre 1900 y 1905— sí leyó a Marsh.ill en la época estudiantil.
Desde luego que yo leí sus obras. Más tarde, sobre todcj después de la guerra,
liego a predominar durante algún tiempo, aunque sólo entre un grupo
pequeño, pero para el cual llegó a ser un maestro."

166
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

—pensador más original que Pantaleoni— edificó en gran parte


sobre los cimientos colocados por Walras, parece que desde su
época lf> que puede llamarse la tradición marshaliana, si bien se le
añadieron otros elementos, predominó sobre la walrasiana en las
enseñanzas diarias de la escuela italiana. En el pensamiento sueco,
quizá fué más importante la influencia de la escuela de Lausana;
pero la obra de Marshall también dejó su huella evidente e imbo-
rrable^^
Así, vemos que fuera de Inglaterra y de Austria, donde los siste-
mas propios imperaron indiscutiblemente, los Principios, de Marshall
y los escritos de Walras actuaron el uno al lado del otro para estimu-
lar y modelar el renacimiento de la teoría econonnica en Europa.
Sin intentar estimar la importancia relativa de las diversas influen-
cias, puede decirse sin lugar a duda que la influencia inglesa debe
ocupar un puesto en la primera fila.
En cierta ocasión Marshall definió un autor "clásico" como uno
que "por la forma o la sustancia de sus palabras o sus hechos ha
expuesto o indicado ideas arquitectónicas en pensamiento o senti-
mientcí. que en cierta medida son suyas propias, y cjue, una vez
creadas, no mueren jamás sino que son un fermento viviente que
trabaja sin cesar en el universo".^' En cuanto a lo primero, fácil-
mente reúne las condiciones que le dan derecho a ese tirulo. Sin
la menor duda, los Principios contienen "ideas arquitectónicas" que
"en cierta medida" eran "suyas propias". ¿Cómo han resistido la
prueba del tiempo ?
^^ Entre los conductos por los que se dejó sentir su influencia, puede
señalarse de manera especial la obra del profesor Cassel. Es cierto que sus
refereiicias expresas a ^^arshall son por lo general críticas, pero la forma de
su pensamiento en su Nal tire and Ntccssity oj ¡ntcrcst —el concepto de interés
como un "precio" que se paga por "esperar" y que determinan su oferta y
su demanda— es fundamentalmente naarshaliana, y en su licononiíí! Social
comiileta y hace má^ general un análisis walrasiano mediante la introtlucción
de! principio de sustitución de Marshall, si bien lo describe de un modo
extraño como "suplementario".
**■* Carta a J. Bonar, 'Slcmorials, p. 374.

167
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

IV

En ciertos aspectos su obra está evidentemente "fechada". Como


hemos observado ya, sus apartes morahzadores y sus reprimendas
victorianas no se estilan hoy en día, y la línea de ataque contra
la que constituían en parte una defensa ha dejado de existir, a la
par que no tienen ya el mismo interés los proyectos ambiciosos de
unificación de las ciencias sociales, que, como he sugerido, pueden
haber originado en cierto modo el énfasis cjue puso Marshall sobre
el carácter moral de las personas. Sobre ese tema, el escepticismo
de Marshall es aceptado hoy en todas partes —excepto por acjucllo.s
que todavía se apegan a las doctrinas de aquel otro hombre eminente
de la época victoriana, Carlos Marx. Tampoco concuerda con la
generación actual la actitud política de Marshall, que en varias
partes se trasluce y que en ocasiones llega a la superficie. Al menos
por ahora, el individualismo está pasado de moda; y Marshall era
individualista de pies a cabeza. No queremos decir que se adhería
a las máximas dogmáticas del laissez faire. Por el contrario, una de
las características más salientes de los Principios, desde su primera
versión, es una refutación lógica de la teoría del laissez faire —pot
supuesto cjue sus limitaciones prácticas ya habían sido reconocidas
mucho antes—. Tampoco era Marshall uno de los que defendían la
distribución de la riqueza que había producido el sistema social
del momento, fundándose en c^ue era justo o en t|uc era necesario
para mantener la acumulación de capital.'^'' Sostenía que lo tjuc él
llamaba el "aspecto financiero"' del socialismo, si bien era "preda-
torio" y "rapaz", podría "incluso resultar ventajoso" si se aplicaba
"moderadamente",'''' y no se oponía, al menos en principio, a
medidas de gran alcance para disminuir las desigualdades de la
ric]ueza, siempre C]ue se llevaran a cabo por "medios que no mina-
^^ Véase, por ejemplo, Principies, pp. 229-30; Mc?noriaIs, p. 403.
*" Mcmor,\.!s, p. 462.

16S
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

ran los resortes de la libre iniciativa y el carácter".^' Fué el "aspecto


administrativo" del socialismo, la idea de sustituir la empresa libre
y la iniciativa individual por la administración pública, lo que le
alarmó ^^ y le condujo a describir, en su correspondencia particular,
el movimiento socialista como "con mucho el mayor peligro actual
para el bienestar humano"."" Esta actitud no tiene mucho atracti-
vo para la niayoría de los estudiantes de economía de hoy en día,
viejos y jóvenes. Nace del clima intelectual y —esto es más signi-
ficativo— del ambiente industrial de la época de Marshal!, sobre
lodo de sus primeros años, que son siempre el período decisivo en
la formación de la actitud general del hombre.
Marshall casi había completado su obra cuando el capitalismo a
base de competencia llegaba al cénit de su historia. En poco más
de un siglo, el sistema de "libre iniciativa" o "libertad económica"
había revolucionado la técnica industrial, los transportes y las coniu-
nicaciones y había aumentado la capacidad de producción del país
—y su producción misma— en forma sin precedente. Como Mar-
shall sabía bien,'"* había manchones vergonzosos: quedaban los abusos
y un residuo de abrumadora pobreza, que él tenía tantos deseos de
eliminar como cualquier otra persona.'*^ Pero al menos desde media-
dos del siglo el ingreso real del pueblo en general había crecido
firme y sustancialmente (aun cuando no sin obstáculos transitorios),
no obstante el aumento de la población. Aun después de los "años
prósperos" y durante la larga deflación de antes y después de 1880,
el progreso había continuado (pues no fué hasta cerca de fines de
siglo, cuando Marshall ya envejecía, cuando sobrevino una interrup-
ción clara). Todo ello se había logrado gracias a la iniciativa
individual, la "energía intjuieta" de los hombres de negocios que

^~ Principies, p. 714.
**^ ¡htJ., p¡7. 712-13.
^^ Mcnioriííis, p. ¿\C>2.
»" Principies, pp. II, 177, 749, 750.
"1 IHd.. pp. 2, 714-5.

169
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

atendían sus propios asuntos y no recibían ayuda del gobierno más


allá de la necesaria para echar abajo los obstáculos y hacer a un lado
las restricciones. Además, la amplia perspectiva histórica que carac-
terizaba a Marshall le permitió ver esta época como un episodio
breve que marcaba el fin de una era de estancamiento. Con la
eliminación a fines del siglo xviii y principios del xix de las barreras
establecidas por la costumbre y por la ley, la evolución económica
y la riqueza de la nación adquirieron un ritmo casi, si no es que
enteramente, sin paralelo en la historia.''" ¿Es sorprendente entonces
t]ue para Marshall la iniciativa individual, la iniciativa "audaz" y
"libre"' del innovador, fuera lo que más debería cuidarse y fomentarse
a fin de que pudiera continuar el progreso? ¿Y nos sorprende su
temor de que nuevamente, pero adoptando una forma distinta, se
le pusieran trabas y el progreso técnico se estancara otra vez en
su lento ritmo de antes? La experiencia nuestra ha sido diferente
y nuestra actitud ha variado con el ambiente, pero no podemos dejar
a veces de pensar cuál habría sido la posición de los intelectuales
"progresistas", tan sueltos de lengua en su escarnio de la economía
"ortodoxa" o "apologética", si hubieran sido contemporáneos de
Marshall.
Sería absurdo, desde luego, suponer (]ue Marshall consideraba el
sistema capitahsta como parte del orden de la naturaleza, o aun que
lo consideraba establecido para siempre. C>ímo Mili, aunque con
menos seguridad, percibía el nacimiento eventual de nuevas formas
de organización y de un orden social nuevo.^''^ Lo t|ue le preocupaba
era que surgieran de modo que ahogaran la iniciativa y el CNpc-

^- Se encontrará una íiistoria de lo loi:;raclo por el capitalismo del í,\p,\o xix


en la obra de S. y H. WEBB, T/ic Decay of Capittdist Civilisation, pp. 7S-84,
una fuente que desde luego no tenía prejuicio a favor de él,
^^ Véase, por ejemplo, p. 752; \ícmorláis, p. 367. Dudo que Marshall
haya creído que el nuevo orden se fundaría, o debería fundarse, en la pro-
piedad pública de los bienes. Me parece que pensaba lo contrario. Al com-
parar su actitud hacia el sistcina capitalista (y hacia el socialismo) con 1:; tie

170
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

rimento, y antes de que el ambiente institucional y técnico hubiesen


producido nuevos nnóviles y nuevas tradiciones de conducta que
conservaran la fuerza impulsora del progreso.

"A primera vista existen razones potentes para temer que la


propiedad colectiva de los medios de producción aletargaría la ener-
gía de la humanidad y detendría el progreso económico; a menos
que antes de su implantación todo el pueblo hubiese adquirido una
capacidad de dedicarse desinteresadamente al bien común que por
ahora es relativamente escasa." '''

Una de las pocas ocasiones en que participó en asuntos de polí-


tica práctica fué cuando sugirió c]ue, con objeto de reconciliar el
control público con la iniciativa individual, los negocios cuyas carac-
terísticas tuvieran que ser necesariamente monopólicas fueran alqui-
lados por un tiempo limitado por las autoridades públicas a compañías
que compitieran por obtener la concesión sobre la base del "precio
o de la calidad, o ambas cosas, de los bienes o servicios respectivos, y
no sobre la del importe anual del alquiler" ^'' Y aquí y allá percibió
la manera en que los cambios efectuados corrientemente en la in-
dustria podrían dar lugar a nuevos móviles o normas de conducta
que permitieran conservar el progreso bajo nuevas formas de orga-
nización. En un trozo digno de mención, señala la evolución del
orgullo profesional, la ambición intelectual, el deseo de fama, dis-
tinción y aprobación colectiva de los técnicos y de la nueva clase
directora relevada por la producción en gran escala, como fuerzas
Mili, clcbc rccfirtlíirse que los Principies, de Mili pertenecen a la primera inilad
del siglo, cuando aún nc» se haliía manifestado tan claramente el progreso
económico de las masas obreras. Y también, aunque el primer volumen de
El Ciípií.;/ no se publicó hasta i86j, Marx tenía enttjnccs cuarenta y nueve
años de edad y sus ideas básicas se habían formado mucho tiempo antes y en
un ambiente distinto.
íí-i Principies, p. 713.
'•*'' I>c su discurso inaugural a la Sección Económica de la British Associa-
tion, 1890. Meniorials, p. 277.

171
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

que podrían contrarrestar "la tendencia a la osificación" establecida


por "el crecimiento de los grandes negocios, sobre todo los sujetos
a control público".^*^ Es la nota de advertencia, ei juicio no defini-
tivo y la estimación de la rapidez de las transformaciones sociales
(comparable a la evolución secular de las especies biológicas) lo que
tan claramente distingue su actitud de la que caracteriza a la gene-
ración actual.
Pero, en fin, lo que importa e interesa acerca de la aportación
de Marshall a la ciencia no son sus opiniones políticas o su aprecia-
ción del sistema capitalista. Los Principios casi no contienen afir-
maciones explícitas sobre éstas. Y aun cuando puedan haber
influido en el tono de la obra y su forma de expresión, no creo
que hayan tenido un efecto importante sobre sus conclusiones cien-
tíficas, con excepción, quizá, de un solo punto, a saber, que tendía
a sobrestimar la fuerza de la competencia en la lucha contra las
fuerzas tendientes a producir el monopolio. Temía el monopolio
casi tanto como temía la socialización prematura; y principalmente
por el mismo motivo —que tenía probabilidades de aletargar la
iniciativa e impedir la habilidad constructiva.'*' Además, si el mo-
nopolio se hacía inevitable, el argumento contra la socialización se
debilitaba. Existe el peligro de que se le juzgue mal en este respecto.
Las pruebas que tenemos hoy día nunca estuvieron a su disposición.
No obstante, me parece que sobre este punto el deseo se adelantó
hasta cierto punto a la idea.
Como quiera que sea, la decadencia de lo que puede llamarse
la competencia "atómica" —esto es, competencia entre un gran nú-
mero de unidades pequeñas, estrechamente entrelazadas— constituye
la principal modificación de la estructura industrial que distingue
nuestro tiempo del suyo y que más ha influido para que su análisis
teórico no sea aplicable al mundo que conocemos hoy en día. En
***• Memoridls, pp. 308-9. De "The Oíd Gencration of Economists and the
New" (1896).
^7 Principies, p. 8.

172
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

realidad, su análisis no se basa en el supuesto de que la competencia


es [icrtecta. Al principiar sus estudios, Marshall creyó t]ue "era
posible formular una doctrina cobérente pero abstracta de la econo-
niía, en que la competencia fuera la única fuerza dominante", pero
llegcS a "juzgar insostenible esa posición, tanto desde un punto de
vista abstracto como de uno practico","^ y, como hemos visto, a
medida que transcurrió el tiempo la imperfección del mercado
adoptó una ¡irtjminencia creciente en su estudio de la teoría del
valor. Tampoco dejó de examinar el monopolio propiamente dicbo.
La teoría pura referente a el la desarrolló, si no en forma completa,
al menos muy ampliamente y con mucba elegancia, en el Libro V,
cap. x\[, de los Principios. El terreno que no abarca de un niodo
satisfactorio la teoría pura de su libro es el que se halla entre la
competencia atómica y el monopolio absoluto. Y es precisamente
este c;impr) el que tanto se ha ampliado con el dcsaiiollo de la
sociedad jior acciones y las ventajas (o la necesidad) del control en
gran escala. I'.l conflicto de intereses dentro de la empresa; la in-
terj-cnetración de intereses entre empresas a través de juntas directi-
vas entreiaz;\das, lencncia de acciones, compañías subsidiarias, etc.;
la dominación de una industria por unas cuantas unidades grandes; la
mezcla de control piiblico y privado que se manifiesta en diversos
tipos de empresas de interés público, juiítas reguladoras, etc. •—éstas
son las características de la estructura industrial moderna que
ocupan poco o ningún lugar en el marco analítico de los Principios
y le dan una apariencia de desuso. No faltan referencias al asunto.'"'
En varias partes habla de la tendencia de una industria en que son
fuertes las economías internas "a caer casi completamente en manos
de unas cuantas empresas grandes".''"" Pero aun en este caso sólo
nos tlice que

''^ Mcmoriíds, p. 414.


''•' \'canse, por ejemplo, las pp. 604, 304.
'^'^ P. 397-
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

"La producción de [la] mercancía en realidad participa en gran


medida de la naturaleza de un monopolio; y su precio apenas tiene
un verdadero nivel normal, debido a la influencia que sobre él tienen
los incidentes de la lucha entre productores rivales, cada uno esfor-
zándose por ampliar su campo de acción." ^^'^

Ahí queda la cosa. En parte, seguramente, porque se relaciona


de manera estrecha con los problemas provocados por las combina-
ciones y los trusts, que había reservado para tratar en un volumen
posterior;^''^ y en parte t]uizá porc|ue Marshall sostenía que las
combinaciones de productores tendían a convertirse en consolida-
ciones próximas al monopolio total,^"^ Pero la última frase en el
párrafo citado sugiere que ívíarshall aceptaba, además, el punto de
vista de que en condiciones de competencia monopolística el valor
es indeterminado, de lo que se deducía que el análisis puro no
podría lograr gran cosa en ese campo. De todos modos, cuando al
fin apareció la continuación anunciada,^"^ el estudio resultó ser casi
completamente histórico y descriptivo sin ningún intento de llenar
el hueco que había dejado en la teoría pura. Mientras tanto, este
hueco se había ampliado por una modificación pequeña pero sunaa-
mente importante en la sexta edición de los Principios. En las edi-
ciones anteriores, después del famoso símil acerca de "los árboles
del bosque", seguía: "del mismo modcj que se desarrollan los árboles,
lo hacen los negocios.. . " ^"'' En la sexta, esta frase fué modificada
en la siguiente forma: "io hacían los negocios, por lo general, antes
de la rápida y creciente evolución de las sociedades por acciones,
C|ue a inenudo se estancan pero no mueren fácilmente. Esta regla,
ahora bien, dista mucho de ser universal, pero todavía es aplicable

1"! Ibid.; c£. p. 805.


'^^" Pp. X, v, 660, 722.
in:j Mcmorials, pp. 271, 274.
1""* Indiistry and Trade (1919).
105 ^a ^^^ p ^jg_

174
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

en muchas industrias y actividades"/'^*' Este cambio insconspicuo en


la expresión en realidad elimina —en k> que se refiere a una
sección importante y cada vez mayor de la industria^ el principal
puntal en que descansaba la reconciliación entre la competencia
atómica y el rendimiento creciente. Las economías externas, si bien
pueden explicar cómo puede haber un precio de oferta decreciente
cuando no existen economías internas, no constituyen un obstáculo
real para impedir la eliminación de la unidad pequeña cuando sí
existen estas últimas; entretanto, la imperfección del mercado, a
través de las oportunidades que presenta para la publicidad, métodos
especiales de venta, marcas registradas, crédito mercantil, etc., actúa
con casi la misma intensidad a favor de las empresas de producción
en gran escala como en contra de ellas.
En Inglaterra, al menos, no se ha hecho hasta ahora gran cosa
pc^r llenar esta laguna. El desarrollo del análisis científico no ha
lle\ado el inismo ritmo que el del tema que la ciencia estudia. Las
elaboraciones recientes de la teoría pura de la "concurrencia imper-
fecta" han seguido muy de cerca las indicaciones hechas por Mar-
shall hace más de cuarenta años. El procedimiento de contraponer
la curva de coste o de oferta de la empresa individual a su propia
curva individual de demanda se debe a él, como lo reconoció el
señor Sraffa en su célebre artículo al que debemos la actual popu-
laridad de este método."*' Por añadidura, los dos enunciados prin-
cipales que de él se deducen y que son tan conocidos en cualquier
aula —a saber, que en equilibrio /) la escala de producción de la
empresa está determinada por la igualdad del último incremento
de sus ingresos con el último incremento de sus gastos, y 2.) que el
número de empresas en una industria se determina por la regla de
cjue los ingresos totales de la empresa marginal deben ser iguales a
i'Jfi P. 316.
^"'^ Economic Jotirnal, vol. x.xxvi, p. 5:16. [Reproducido en El Trimestre
Económico, vol. ix, núrn. 2, pp, 253-^74, con el título de "Las Leyes de los
Rendimientos en Condiciones de Competencia".]

^75
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

sus costes totales— son esencialmente de MarshalL^^^ Es cierto que


la "curva de ingreso marginal" es un instrumento útil y elegante
que se ha empleado con eficacia tanto para exponer estos principios
como en el estudio de los problemas del monopolio, y es manifiesto
que no se le descartará. Pero por útil que sea, no es otra cosa que
una versión geométrica del álgebra de Marshall. La transformación
que ha ocurrido en este aspecto del tema es pedagógica. Para fines
docentes y de exposición se ha juzgado conveniente colocar en primer
plano el caso general en que la producción de una empresa influye
aprcciablcmcnte en el precio; esto se ha hecho con objeto de realzar
el elemento coniún a todos los casos especiales de monopolio, com-
petencia atómica en un mercado imperfecto y competencia perfecta;
en tanto que Marshall prefería no poner todo esto de relieve y
estudiar desde luego los casos especiales que juzgaba importantes
en el examen preliminar de las fuerzas que actuaban en la industria
de su época. También ha subsistido esta modificación. Significa
que los Principios han de perder, y de hecho ya están perdiendo, su
preeminencia como libro de texto. Pero de nuevo es una transfor-
mación de la forma de exponer la doctrina, no de la teoría misma;
no altera o amplía de ningún modo la teoría expuesta en los Prin-
cipios de manera a incluir las modificaciones recientes de la estruc-
tura industrial. Los mercados no se han hecho menos perfectos
durante los últimos cincuenta años, sino muy al contrario: los acon-
tecimientos significativos han sido la dominación de la industria
por «nidades grandes ("oligopolio", como suele decirse ahora) y la

i'^** El primero está expuesto con claridad en el Apéndice Matemático,


nota XIV, pp. H48-50. Sobre el seguncio, véanse las pp. 373, 377, 459-60. Mar-
shall habla generalniente de los costes de la empresa "representativa", no
la "marginal". Pero esto sólo hace más general su teoría al incluir el caso
en que puccle aumentar o disminuir el número de empresas individuales sin
que cambie la producción total de la industria. Cuando recurre a un aná-
lisis más reducido y estático, surge la empresa marginal, de hecho aun cuando
no en nombre. (Véase su construcción de la "curva de gastos individual",
apéndice H, p. 811, y véase también la p. 373.)

176
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

creciente complejidad del control. Numerosos economistas (entre


ellos el doctor Zeuthen/"'-* el profesor Chamberlin ^^^ y el señor
Kahn^'^) han realizado últimamente trabajos importantes sobre
la teoría del duopolio y del monopolio bilateral, y el análisis del
profesor Pigou sobre la "explotación" es una aportación valiosa al
aspecto distributivo de este tipo de problema."^ Sin embargo,
la teoría general del valor y de la distribución no ha progresado
en su conjunto hacia aquella parte del terreno que no exploraron
los Principios. Todavía trata casi exclusivamente del caso de mono-
polio puro, por una parte, y del de competencia atómica, "perfecta"
o "imperfecta", por otra.
En verdad, en Inglaterra ha habido cierta tendencia a limitar
la teoría de la concurrencia imperfecta al caso particular (que casi
no se encuentra) en que una empresa individual produce sólo un
tipo de artículo y no puede influir en la demanda de él mediante
la publicidad y otros medios para estimular las ventas:^^^ una ten-
dencia que ejemplifica una desviación más general de la norma
marcada }x>r los Principios.
No se ha consolidado, en general, el intento de combinar el
estudio de la realidad con el análisis teórico. La teoría actual, en
tanto se refiera a los problemas del valor y de la distribución, se
encuentra en un nivel de abstracción superior al de Marshall. El
papel secundario que atribuía este a las matemáticas ha sido acep-
tado, por lo regular, en su propio país, sobre todo por los pocos

109 Pfoblcms of Monopoly and Economic Warfare (1930).


110 yfj¿. Theory of MonopoUstic Cotnpetition (1933).
^^^ Economic ]ot!rrmI, 1937, pp. 1-20,
^^- Economtcs of IVclfarc, pp. 556-7, 813-4. Véase también su Principies
and Mcthods of Industrial Ptace y el capítulo correspondiente en Economics
of IVclfarc (parte iii, cap. vi).
^^^ No en Estados Unidos. La obra precursora del profesor CH.\MBRRHN,
The Theory of 'Monopolistic CompctUion, cxaininn detenidamente los medios
de estimular las \'entas, así como la diferenciación de productos y el oli-
gopolio.

'77
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

economistas que han tenido preparación matemática.^^^ (Compá-


rese, a este respecto, la obra de Lord Keynes, que se dedicó a estudiar
economía después de especializarse en matemáticas, con la de Pigou,
que antes se había especializado en historia.) Pero el trabajo ana-
lítico y el descriptivo han tendido a separarse en departamentos
distintos y aun a caer en diferentes manos —según la predicción de
■Jevons nías bien que según la práctica de Marshall. Paralelamente
a estos acontecimientos, existe una tendencia dentro de los diversos
departamentos de la teoría a que los conceptos mecánicos y las ana-
logías recobren su primacía. Esto ha obedecido en parte, sin duda,
a la impaciencia por obtener resultados exactos: no todos nos con-
tentamos con el lema admirable del finado profesor Wildon Carr
(que bien podría haber sido de Marshall), "Más vale ser vagamente
preciso, que precisamente inexacto". Quizá debe atribuirse también
en parte al énfasis que inevitablemente se da en la enseñanza de
la economía a aquellas partes del estudio que más difíciles parecen
al principiante. Y no sería remoto relacionarlo, además, con el
hecho de que en las ciencias naturales la física ha vuelto a adelantarse
(al menos en la imaginación popular) a los estudios biológicos, de
lo que podría deducirse que existe alguna especie de movimiento
cíclico en las ideas que afecta a todos los estudios científicos por
igual. Sea cual fuere la explicación, el hecho es claro. En aquellas
partes de la economía que tratan los Principios ha ocurrido una
regresión marcada, de la mezcla de realismo y abstracción de Mar-
shall hacia el método de Ricardo: del método biológico al mecánico.
Es imposible prever hasta donde subsistirá esta tendencia. Hay in-
dicios ya de una reacción, en una forma que hubiera agradado de
un modo especial a Marshall —el intento de comprobar y modificar

^^"^ En general no se ha cumplido en su propia universidad el deseo de


Marshal! de que la economía atrajera a estudiantes de preparación matemá-
tica o física (Mcmorials, pp. 171-2). No sólo su sucesor como catedrático, sino
la gran mayoría del personal docente de Cambridge ha provenido desde su
tiempo de entre los que estudian temas "literarios".

178
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

el análisis teórico con el uso de estadísticas. Pero hasta la fecha no


ha tenido mucho cxito.
Mientras tanto, la desaparición de las analogías tomadas de la
biología no hahía ido acompañada, como quizá podía haberse
esperado, por un intento general de analizar el proceso de la evo-
lución económica en términos dinámicos. Ha habido cierta actividad
en este sentido,^^"* pero hasta la fecha no ha dado por resultado un
adelanto muy grande o de gran alcance y todavía menos una re-
formulación de la teoría del valor y de la distribución que sustituya
a la de Marshall. Y este es el aspecto menos satisfactorio de los
Principios y con el que su mismo autor no estaba satisfecho, Mar-
shall se daba cuenta perfecta de que las curvas de oferta y demanda
no son un instrumento enteramente apropiado para analizar el
proceso irreversible en que un cambio de la demanda puede afectar
en forma permanente las condiciones de la oferta, y viceversa.^^'^ De
aquí el espacio limitado que les concedió (así como a las ecuaciones
correspondientes) y el énfasis que puso en las limitaciones inheren-
tes a los supuestos estáticos cuando actúan de modo importante las
economías de la producción en gran escala.^^" De aquí también,
quizá, el lugar más destacado que adjudicó, con el transcurso del
tiempo, al equilibrio particular de industrias individuales. Pues, si
bien el recurso de representar el precio que se paga por la mano
de obra y por el capital como función de la cantidad total necesitada
constituyó un adelanto respecto de la práctica de considerarlo cons-
tante, la irreversibilidad del proceso es en este caso todavía más
patente. La elevación del precio de oferta de la mano de obra a
largo plazo depende desde luego del efecto que tienen los salarios
altos sobre el nivel habitual de vida; y el ritmo de oferta del capital
está influido en forma importante tanto por el rendimiento a que se

^^^ Por ejemplo, en las obras del profesor J. R. Hicks y la escuela sueca.
1^** Supra, p. 162.
11''' Pp. 460-1, 805-12.
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

han acostumbrado sus propietarios como por las perspectivas que la


experiencia ha hecho esperar. Es de notarse que Marshall, si bien
sostuvo, después de haber examinado detenidamente todos los datos
pertinentes, que la mano de obra, el capital y la "habilidad con
capital a su disposición" desde luego tenían precios de oferta cuando
el escribía, nunca llegó a aplicar sus curvas de oferta y de demanda
a los factores de la producción. En realidad, su instrumental está
adaptado para exhibir sólo unas cuantas de las influencias del sis-
tema de precios. Constantemente se aproximaba Marshall a una
solución más completa, como lo revela, pcjr ejemplo, el siguiente
trozo:

"La naturaleza poco satisfactoria de estos resultados [referentes a


los rendimientos crecientes [ obedece en parte a las imperfecciones
de nuestros métodos analíticos, y es posible que mejoren más ade-
lante, con el progreso gradual de nuestro instrumental científico.
Habríamos adelantado mucho si hubiéramos podido representar el
precio normal de oferta y de demanda de una mercancía en función
tanto de la cantidad producida normalmente como del momento en
que esa cantidad se hizo normal." ^^^

Y la nota de pie de página que le corresponde, en la cual sugiere


un diagrama de tres dimensiones. Podría uno haber esperado
que el intento de corregir esta deficiencia llegara a constituir
para los lectores de Marshall la tarea más importante a realizar u!::i
vez aclaradas por éste las confusiones de la antigua teoría estática
y llenadas sus lagunas.
El que se haya avanzado tan poco en esta dirección puede e?:-
plicarse en parte por un rasgo de la historia económica de nuestro
tienipo que ha tendido a desviar la atención hacia un asunto de
importancia práctica mucho más urgente: el problema de la capa-
cidad excesiva, de obreros parados y equipo total o parcialmente

11*^ P. 809; £•/. p. 4^^3/7.

i 80
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

sin utilizar. El alcance y la persistencia de la desocupación durante


los últimos veinticinco años distingue en forma más tajante que el
crecimiento del control concentrado y complejo la experiencia de
nuestra generación de la experiencia de la de Marshall. Y a este
respecto la teoría ha progresado mucho, en un sentido que bien
puede llegar a constituir una modificación radical del punto de
vista adoptado en los Principios, En este "tomo preliminar" se ex-
cluyeron los factores monetarios al suponer constante el poder ad-
quisitivo del dinero.'^'* Esto corresponde al supuesto de Ricardo
(y seguramente en él se inspiró) de que el dinero, el numerario,
es una mercancía producida a un coste constante en términos de
capital y trabajo y c]ue los coeficientes técnicos del dinero constituyen
una especie de norma alrededor de la cual se distribuyen los de
otras mercancías: ^"" un supuesto que simplificaba su problema al
limitarlo a lo que de hecho era una economía de trueque y que
contiibuyó en forma no insignificante a provocar la separación tra-
dicional de la teoría monetaria de la del valor y la distribución. En
su aspecto marshaliano (que es en parte un reflejo de la creciente
importancia de los instrumentos de crédito respecto del dinero
contante y sonante), sus consecuencias son más sutiles, de mucho
mayor alcance y en cierto modo más traicioneras cuanto que son
más difíciles de seguir. Nos llevaría demasiado lejos seguirles el
rastro detalladamente o investigar hasta qué punto el supuesto de
Marshall excluyó las influencias monetarias. Baste decir tjue éstas
desempeñaban, como sabemos bien hoy día, un papel de primera
importancia en la determinación de la escala del sistema de pro-
ducción en su conjunto, y que, por tanto, una teoría del equilibrio
general (a diferencia del equilibrio particular) debe tenerlas en cuen-
ta si ha de explicar aún aproximadamente las fuerzas que en el
mundo de la realidad influyen en la determinación de los valores

11» Pp. 62 [9].


1-'" Worf^S, pp. 28-30.

I^,í
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

relativos de las mercancías que componen el sistema y de la remu-


neración de los factores empleados en su producción. El énfasis algo
especial que pone Marshall en "perspectivas" y "control de sí
mismo", en la comparación de las ventajas presentes y futuras, de
descanso y trabajo, no hace ningún daño, ni en la explicación de los
diversos niveles de desarrollo económico alcanzados por distintas
razas, en distintas partes del mundo o en épocas históricas muy
lejanas unas de otras, ni en la de las causas que determinan el
lento progreso desde el estado primitivo hasta la civilización mecá-
nica moderna. (Los Principios se ocupan de explicaciones de este
tij..c> Lii inayur grado de lo que comúnmente se supone.) Además,,
en una época en que el sisteina capitalista no había perdido su
impulso inicial y las condiciones psicológicas y técnicas fundamen-
tales tendían fuertemente a provocar mayor expansión, no entrañaba
una deformación seria de los hechos contemporáneos una teoría del
valor y de la distribución que, transitoriamente, hiciera caso omiso
del mecanismo monetario. Aun así era incomíilcta y carecía de
generalidad y de precisión, ya que no tenía en cuciita algunos de los
lactf>rcs principales de que depende sieinprc, en cierto grado, en una
economía monetaria, el ritmo del progreso y, por ende, no sólo el
volumen total de inversión y de producción, sino también el sistema
de producción y precios relativos (salvo que se adoptara un piinLo de
vista telescópico).
En un trozo olvidado que se encuentra al final de los Principios,
y que apunta lo que había de ser objeto de estudio en volúmenes
posteriores, Marshall reconoce en cierta manera estas deficiencias.^"^
Pero apenas si subraya las salvedades de la ley de Say expuestas con
claridad en un ensayo anterior de Mili ^~~ (y más bien ocultadas en
los Principios de éste), a saber; c]ue la capacidad de compra no
entraña necesariamente la voluntad de comprar y que las crisis
121 Pp. 710-ir.
*-- Essays on Unscttlcd Ouestions in Political Economv, pp. 69-72 (^2^
ed.).

182
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

periódicas de la industria obedecen a que la gente (en especial los


hombres de negocios) se rehusa, principalmente por falta de con-
fianza, a desembolsar el dinero y el crédito de cjue dispone. A
diferencia de Mahhus, c|uien se le había adelantado al insistir,
frente a la oposición de Ricardo, que la acción mutua de la oferta
y la demanda es de importancia primordial en todos los puntos del
proceso de formación de los precios, Marshall no intentó aplicar el
instrumental de oferta y demanda a la producción en su totalidad,
Y el inrc'-Lio de Mnl'Jius íracasó debido a que no logró desligarse de
la economía de trueque de Ricardo. Correspondió a Lord Keynes,
quien abordó el problema desde su aspecto monetario, desarrollar
con éxito esta manera de pensar y provocar con ello una revolución
en nuestras ideas. Pero aun no se ha verificado la reintegración de
la teoría monetaria con la teoría del valor y la distribución que lo
anterior exige. Es demasiado piunio p.nra afirmar en qué medida
traerá consigo el abandono del análisis marshaliano. Es evidente
ya, sin embargo, que se hará necesaria cierta reformulación.
Así. pues, en relación con dos puntos importantes —en primer
lugar, el examen relativamente superficial de la competencia y la
lucha entre unidades grandes y del complejo control industrial, y,
en segundo, la poca atención prestada a la demanda monetaria total
y al coste monetario total en el aiiálisis del equilibrio general— la
superestructura teórica de los Principios refleja en forma patente las
condiciones de la época en que se edificó.^"^ Es un análisis sutil y
magistral de las principales fuerzas que actuaban en la determina-
ción de los precios relativos cuando el capitalismo individualista
había adcjuirido un ritmo elevado y había transformado la técnica
industrial pero aún conservaba una gran parte de su impulso expan-
sivo inicial; y cuando las nuevas formas de organización anunciadas
por el principio de responsabilidad limitada y las tendencias mo-

^"^ Debe recordarse, sin embargo, que el estudio de las combinaciones y


del dinero se aplazaba a otros volúmenes.

183
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

nopólicas inherentes a una economía de producción en gran escala


comenzaban a hacerse sentir pero aun no habían invadido una
porción apreciable del campo económico. Es inevitable c|ue no se
adapte tan bien a las condiciones que se han producido después del
transcurso de más de medio siglo/"*
Pero formando la base de la superestructura se hallaba un sis-
tema de ideas más amplio y general.^^"' ¿Hasta qué punto pueden
ser útiles estas ideas para el estudio de los problemas de la generación
actual y de la que sigue ?
Es aventurado hacer profecías, pero en la actualidad muchos
de los conceptos parecen desde luego haber adquirido rasgos de
permanencia. El principio de determinación mutua, el equilibrio
de inversiones marginales de coste y ventaja, la distinción entre los
elementos que forman el coste a corto y a largo plazo, la noción de
"elasticidad"; todos ellos desempeñan un papel activo en alguna
parte de la teoría económica de la actualidad. Examínese, por
ejemplo, la aplicación que hace Lord Keynes de las tablas de oferta
y de demanda a la producción en su totalidad, y la parte que ocupa
en su análisis el equilibrio de la productividad marginal del capital
con el precio que es necesario pagar para compensar la preferencia

^-■* La relatividad de la doctrina económica era un principio que Marshall


reconocía bien. Véase, por ejemplo, la p. 37 de los Principios: "Cada época
y cada país tienen sus problemas especiales: y cada modificación de las con-
diciones sociales probablemente necesitará un nuevo desarrollo de las doc-
trinas económicas"; véase también la carta escrita en 1915 al señor C. R. Fay:
"El mejor momento de los historiadores económicos dentro de mil años será
seguramente la época 1920-70. Me vuelve loco el pensar en ello. Creo que
m.is pobres Principios, junto con muchos de sus pobres enmaradas, irán a dar
al cesto" (Mcmoriah, pp. 489-90).
120 La tarea que Marshall propuso a su propia generación de economistas
no fué tanto la de construir fórmulas aplicables de inmediato a los asuntos
prácticos como la de construir —mejor dicho, acabar de construir— un ór-
gano, un instrumento para pensar, aplicable a una diversidad de problemas.
Véase su discurso inaugural pronunciado en Cambridge en 1885 {Mcmoriah,
pp. 171; 159-61).

184
LOS "PRINCIPIOS" DE MARSHALL

por la liquidez. Véanse también los numerosos estudios recientes


de los principios que deberían regir la acción de un estado colectivis-
ta al determinar el volumen de inversión y la distribución de sus
recursos entre distintos usos alternativos.^^'' Corresponden, sin duda
alguna, a fenómenos reales que existirán bajo una forma u otra
cualquiera que sea el tipo de organización o el sistema social.
A primera vista pudiera creerse que en un régimen totalitario el
concepto psicológico del coste real, que Marshall parece haber con-
siderado como el elemento más general y de aplicación más univer-
sal en su estructura teórica, tendría que ser desplazado por la idea
de "coste de sustitución". Pero, pensándolo bien, ¿hay certeza de que
ocurra eso? Los últimos meses han indicado con toda claridad
que la pugna que existía en la U.R.S.S. antes de la guerra entre
los campesinos y los elementos industriales o dominantes se debía
en parte a la necesidad de elegir entre "cañones y mantequilla".
Pero, ¿no es también manifiesto que significaba un conflicto entre
dos finalidades rivales, la de ccjnier hoy y la de comer más mañana,
el deseo de consumir ahora y las ventajas que ofrece la inversión a
largo plazo? ¿y no fué la decisión adoptada el resultado de un
equilibrio de estas dos fuerzas? Otro ejemplo nos lo dan dos de los
admiradores más grandes que hay en Inglaterra del régimen sovié-
tico, quienes atribuyen la desigualdad de ingresos introducida (o
conservada) en la U.R.S.S., entre diversas categorías de trabajo, a
la necesidad de proporcionar un incentivo que induzca a los traba-
jadores a aceptar largos cursos de adiestramiento o a sacrificar sus
horas de descanso con objeto de adquirir habilidad técnica.^"' Puede
120 PJJ^ ejemplo, H. D. DICKINSON, Economics o} Socialtsm (1939); E. F.
M, DuRBíN, Economic Journal, 193H, pp. 676-690; M. H. DOBB, Econamic
Journal, 1939, pp. 713-28.
^"" S. y lí. WEBB, Soi'ict Communism (1936), p. 710. Compárense las
pp. 711 y 715, donde se advierte que los salarios se ajustan no sólo según lo
"difícil del trabajo", sino también según las "condiciones higiénicas" en que
se realiza y las modificaciones locales introducidas para inducir a la gente a
trasladarse a, o a permanecer en, los lugares en que se les necesita.

i8s
EL TRIMESTRE ECONÓMICO

uno expulsar el coste real con un bieldo, pero eso no impide que se
vuelva a introducir en el tinglado.
En relación con este y otros asuntos, parece que la dificultad
principal estriba en aplicar métodos científicos precisos a la acciórl
de grandes masas, sobre todo cuando estas se componen de elemen-
tos heterogéneos cuyos intereses son divergentes. Puede ser que el
material de esta naturaleza esté más allá del alcance del análisis
exacto y de resultados determinados. Si es así, no es halagüeño el
porvenir de la teoría económica positiva, a diferencia de la economía
del bienestar. Todavía pueden ser útiles los refinamientos del
análisis exacto para precisar la formo en que las autoridades públicas
y las asociaciones privadas en gran escala deberían actuar —por
ejemplo, en cuanto a la determinación del voluirien "ideal" de pro-
ducción, la distribución de recursos c|ue produciría "satisfacción
máxima", etc. No serán titiles, o lo serán escasamente, para explicar
cómo actúan de hecho —ciué volumen de producción y qué distri-
bución de recursos puede en ctecto esperarse de ellas. Por otro lado,
quizá la sr^Iución sea la que indica Marshall en su ingenioso instru-
mento c|Uo llama "ventaja Je término medio" '~^ v en su aplicación
modesta del mismo en su Indiistry and Trade}'-'^ Pero esto no es
más cjue especulación. Aún está por escribirse la economía de la
acción conjunta, del control colectivo, ele la coiiTpetencia entre gran-
des unidades y de la negociación en masa. Lo t]ue podemos decir
con certeza es ejue los Principios, de Marsiiall aportaron al cuerpo
de ideas científicas elementos tjue no sólo fueron "arquitectóuicos"
y "en cierta medida suyos propios", sino que son todavía "el fer-
mento viviente que trabaja sin cesar en el universo" y que distan
mucho de perecer. A juzgar por las pruebas de que disponemos
hasta ahora, su autor tiene bien merecido el título de "clásico" aun
con apego a la norma algo rigurosa que él mismo seríalo.

i-'S rrmciplcs, pp. 4SS-403.


1-» Pp. 425-6.

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