EEUU, El País Mas Pobre Del Mundo - (Koldo Campos Sagaseta)
EEUU, El País Mas Pobre Del Mundo - (Koldo Campos Sagaseta)
EEUU, El País Mas Pobre Del Mundo - (Koldo Campos Sagaseta)
Necesita eufemismos…
Necesita prestidigitadores…
Necesita mapas,disculpas…
Necesita cartones…
Necesita psiquiatras…
Lo confirmé ayer en que leo que “el ejército estadounidense necesita
más psicólogos especializados en alcoholismo por el creciente
impacto de este desorden mental entre los soldados”. Lo aseguraba
el segundo jefe de la unidad armada, general Peter Chiarelli. Según
datos del Pentágono, sólo en el 2009, casi diez mil soldados
estadounidenses fueron diagnosticados como alcohólicos, cifra que
representa un 56% más que un estudio realizado seis años antes.
Chiarelli precisó que actualmente 16 mil 388 militares necesitan
algún tipo de tratamiento clínico, pero el Ejército carece de medios
suficientes para tratarlos.
Y los necesita con carácter de urgencia y no sólo para tratar a sus
soldados. Estados Unidos necesita psiquiatras
que ayuden a sus ciudadanos a superar psicopatías y paranoias
diversas.
La paranoia, por ejemplo, creada en la sociedad estadounidense,
cuyas conversaciones telefónicas son grabadas, sus mensajes
electrónicos registrados, sus correos revisados, sus vidas controladas
y que, en defensa propia, se vigila y se delata a sí misma, para evitar
que alguien llegue de afuera a escucharles sus conversaciones,
registrar sus correos o imponerles la censura.
La guerra como prevención de la guerra es, sin duda, el más
avanzado soporte conceptual de la obsesión por defenderse. Y se
aplica tanto a nivel nacional como internacional.
La autorización en el Estado de La Florida para que cualquier
ciudadano armado que se sienta amenazado pueda abrir fuego, en
plena calle, contra el motivo de su alarma, si no es una medida
demencial, se le parece mucho, se le parece tanto como se parecen
los dos hermanos Bush, el ex presidente y el gobernador, el del wisky
con hielo y el del wisky con soda, George y Jeb, los dos engendros de
estas y otras medidas semejantes.
George Bush y su gobierno decidieron y aprobaron que el ejército de
Estados Unidos tenía derecho a disparar sobre cualquier nación que
amenazara su seguridad, su paz y su progreso. Jeb Bush y su
gobernación decidieron y aprobaron que la ciudadanía de La Florida
tenía derecho a disparar sobre cualquier individuo que amenace su
seguridad, su paz y su progreso.
De igual forma que la sospecha de armas de destrucción masiva en
manos de un país árabe puede servir de excusa para desencadenar
una guerra "preventiva" de los marines que destruya esa amenaza, la
sospecha de una pistola en manos de un negro puede servir de
pretexto para desencadenar una balacera "preventiva" de los
ciudadanos de bien que elimine ese peligro. Y poco va a importar
después que el país árabe no tuviera armas o que el ciudadano negro
fuera a sacar su billetera del bolsillo (ejemplo tomado de la vida real).
Jeb Bush aplica a nivel local, la misma criminal política de defensa
que su hermano implementó a nivel internacional.
Si los profesionales marines en Iraq no son capaces de distinguir a un
periodista español asomado al balcón de un hotel, de un combatiente
iraquí debajo de un árbol; si no son capaces de distinguir a una
periodista italiana en un automóvil de un combatiente suicida a bordo
de un tanque, ¿cómo vamos a exigirle un mayor discernimiento a un
ciudadano común de La Florida cuando confunda a su vecino con un
atracador, o a una venerable anciana que pasea su perro pequinés
por un parque, con un fanático fedayín que arrastra su cohete chino
por la acera?
Es tan grave esa obsesión por defenderse que, en ocasiones, puede
conducir a otra enfermedad no menos insólita y peligrosa para el
resto de los humanos, su fobia contra cierta clase de extranjeros en el
entendido de que amenazas y atentados sólo pueden llegarles del
espacio o del llamado tercer mundo que, casi viene a ser lo mismo. Lo
piensa la sociedad con más etnias, que compra más de la mitad de
los 8 millones de armas que se fabrican anualmente en el mundo y en
la que, según sus propios datos, hay 90 armas por cada cien
ciudadanos.
Necesita criticidad,neuronas…
Ese creerse centro del universo que les permite a sus soldados estar
exentos de responder ante tribunales internacionales o justicias que
no sean la propia; que hace que a su campeonato nacional de
baloncesto lo llamen “Serie Mundial” y, en consecuencia, “campeones
mundiales” a los ganadores; que celebran el “Juego de Estrellas”; que
buscando nombres para sus equipos deportivos encontraron los
Astros de Houston, el Cosmos de Nueva York, los Gigantes de San
Francisco, los Supersónicos de Seattle o los Reyes de Sacramento;
esa sociedad que siempre ha buscado en la apariencia el reflejo de su
espejo; capaz de ejecutar a menores de edad y retrasados mentales y
dar clases de ética y moral; que todo lo reduce al oro, incluyendo el
tiempo; que derrocha la luz para evitar mirarse y se vanagloria de su
infame despilfarro como expresión del desarrollo que no paga; que
siendo el país más endeudado del mundo dicta las pautas económicas
al resto, requiere la urgente solidaridad de las demás naciones que
hagan llegar a los Estados Unidos todos los psiquiatras disponibles.
La locura explica su razón, como la mentira confiesa su verdad, y la
verdad y la razón son, precisamente, dos de los conceptos más
vapuleados por los gobiernos estadounidenses.
Más de cien acuerdos firmados entre los presidentes estadounidenses
con los jefes indios fueron vulnerados por los “casacas azules”, más
de cien palabras empeñadas fueron rotas por los representantes de
Estados Unidos, sin que ello fuera obstáculo moral alguno para que la
“verdad”, como concepto, se haya convertido en el mejor recurso
publicitario de sus presidentes.
“Y la verdad os hará libres” repite la cita bíblica un enorme letrero
colgado en la oficina principal del FBI. A muchos en Estados Unidos,
además de libres, los ha hecho millonarios. El ex vicepresidente Dick
Cheney es uno de ellos. Mientras en Iraq los soldados perdían la vida,
las familias perdían la paz, los niños perdían la inocencia, los
periodistas perdían el respeto, los tribunales perdían el decoro, los
gobiernos perdían la vergüenza, los ciudadanos perdían la memoria…
Dick Cheney, alborozado, anunciaba al mundo estar ganando la
guerra. Eso sí, ganaba la guerra que perdía y, sobre todo, ganaba el
más lucrativo negocio que deja la guerra: la reconstrucción. Tan
jugosa como interminable. Tan espléndida como imposible.
Necesita funcionarios, presidentes,
electores…
Necesita inmigrantes…