MILLÁS - Numeros Pares, Impares e Idiotas
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MILLÁS - Numeros Pares, Impares e Idiotas
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Juan José Millás
ePub r1.0
Titivillus 26.04.2018
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Título original: Números pares, impares e idiotas
Juan José Millás, 2009
Ilustraciones: Antonio Fraguas «Forges»
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A Alejandro,
que me enseñó a sumar
J. J. M.
Estoy
con los que suman y multiplican
la solidaridad
y no con los que la restan y la dividen.
Blasillo
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El cero Rey
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El cero, harto de no ser nada, decidió
buscarse la vida fuera del Sistema Métrico
Decimal.
—Al otro lado del Sistema Métrico
Decimal no hay nada —le dijeron los números
pares y los impares y también los idiotas,
pues sabían que sin el cero todo el sistema
se vendría abajo.
—Pues ese es mi sitio —respondió él—,
ya que yo no soy nada.
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—Sí eres, sí eres —le dijeron.
—No soy, no soy —respondió él—.
Dos días son dos días, y siete semanas
son siete semanas, pero cero meses
no es ningún mes.
—Ponte a mi lado y seremos un 40
—dijo el 4.
—Quiero ser algo por mí mismo,
sin ayuda de nadie.
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Atravesó, pues, el Sistema Métrico
Decimal, y llegó a un lugar raro,
donde las cosas no eran nada. Ni las calles
eran calles, ni los semáforos semáforos,
ni los árboles árboles.
—Este es mi sitio, puesto que soy un número que no es un número.
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Entró sigilosamente en una casa
y vio a un padre que no era un padre,
una madre que no era una madre, unos hijos
que no eran unos hijos, y un canario
que no era un canario.
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Estuvo codo el día observando,
escondido tras un sofá que no era un sofá,
a aquella familia que no era una familia.
Al atardecer salió a la calle que no era una
calle, feliz de haber encontrado para vivir
un lugar que no era un lugar.
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Pero apenas había recorrido dos manzanas,
cuando fue detenido por dos policías
que no eran policías.
—Usted no puede permanecer aquí
—le dijeron—. Para estar aquí es preciso
no ser nada.
—Es que yo soy un cero —dijo el cero.
—Un cero es un cero —le contestaron.
—Un cero —repuso él— es un número
que no es número. ¿Cuántos días son cero
días? ¿Cuántas semanas son cero semanas?
¿Cuántos meses son cero meses?
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Los policías que no eran policías
se miraron sin saber qué contestar.
—¿Qué diferencia hay entre un cero
y nada? —insistió el cero.
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El asunto fue llevado ante unos
licenciados en nada, que era la profesión
más extendida en aquel sitio. Tras darle
muchas vueltas al asunto, estos expertos
decidieron que no era lo mismo nada
que cero.
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El cero fue devuelto violentamente
al Sistema Métrico Decimal, donde fue
recibido con todos los honores por el resto
de los números, que no podían vivir sin él.
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Y para que no volviera a irse,
lo nombraron el Rey del Sistema,
y él aceptó, y desde entonces reina
sin comprender por qué es preciso
ser nada para serlo todo.
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El 4 ambicioso
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Había un 4 que quería ser un 5 porque
creía que era mejor ser la mitad de 10
que la mitad de 8. En cada mano había
5 dedos, se decía. Y también en cada pie.
Ser la mitad de 8 le parecía una porquería.
Además, el 5, con sus curvas y contracurvas,
podía hacerse pasar por un cisne.
Quería ser un 5.
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Pero aquel 4 vivía solo en la página
de un cuaderno por la que nunca pasaban
otros números. No tenía ni idea de cómo
había llegado hasta allí, aunque tampoco
le importaba. Su única preocupación,
su único sueño, era convertirse en un 5
para ser al menos la mitad de 10.
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Un día pasó por allí un 1. El 4 sabía que si
lograba tragarse aquel 1 se convertiría en un 5,
por lo que se acercó y le invitó a que se sentara
sobre él, haciéndose pasar por una silla.
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Una vez convertido en un 5,
comprendió que no se conformaría
con ser la mitad de 10. Ahora quería ser
un 10 completo, pues todo en este mundo,
a excepción de los huevos, se contaba
de 10 en 10. Nadó, pues, como un cisne
por entre las hojas del cuaderno en busca
de otro 5 que llevarse a la boca.
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Encontró un 5 en la página 7
del cuaderno, pero no pudo tragárselo,
como al 1, pues era muy voluminoso.
Entonces se ofreció a ser tragado,
ya que estaba dispuesto a cualquier cosa
con tal de ser un 10, pero él tampoco
cabía en el otro 5.
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Desesperados, los dos cincos acudieron
al número 9, que tenía fama de sabio
por el tamaño de la cabeza, y le plantearon
el problema.
—Tenéis que acudir a un cirujano, para
que os haga una operación —les dijo el 9.
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En una página cercana había un 7
que tenía fama de ser un buen cirujano.
—Queremos que nos conviertas en un 10
—le dijeron.
—Para eso hay que operar.
—¿Qué clase de operación?
—le preguntaron.
El cirujano, que estaba un poco borracho,
dijo:
—Ahora mismo no sé si se trata
de una suma o de una resta.
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Consultó un libro y al poco dijo:
—Hay que restar.
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El cirujano puso a los dos cincos en fila
y colocó entre ellos el signo menos,
de este modo: 5 - 5 =
Inmediatamente, como por arte de magia,
apareció un 0 al otro lado: 5 - 5 = 0
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El cirujano comprendió que se había
equivocado de operación y, cogiendo
el cero con asco entre los dedos, lo tiró
por la ventana.
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El cero cayó de canto y rodó
hasta precipitarse fuera del cuaderno,
o fuera de la realidad, sin que se volviera
a saber nada de él.
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El 5 y el Espejo
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A un 5 que se quedó dormido se le metió
por la nariz un 1 y se despertó convertido
en un 6.
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Él no se dio cuenta de que era un 6
y continuó actuando como un 5
hasta que pasó por delante de un espejo.
—¿Quién es ese? —preguntó al verse
reflejado.
—Ese eres tú —dijo el 6 del espejo.
—Imposible, yo soy un 5.
—Pues si tú eres un 5, yo no soy un espejo.
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El 6 descolgó el espejo de la pared,
lo miró por detrás, por delante, por los lados,
y se convenció de que era un espejo, sin duda.
Pero volvió a mirarse en él y continuaba
viendo un 6.
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Pensó que toda su vida había sido un error.
Creía haber sido una cosa y era otra.
«Desde mañana mismo comenzaré a actuar
como un 6», se dijo, y se fue a dormir.
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Mientras dormía, el 1 que se había
mecido por la nariz volvió a salir, esta vez
por la oreja, y el 6 se despertó convertido
en un 5.
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Al pasar por delante del espejo y verse
de nuevo convertido en 5, dijo:
—¿Quién es ese?
—Ese eres tú —dijo el 5 del espejo.
—Imposible, yo soy un 6.
—Pues si tú eres un 6, yo no soy un espejo.
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El 5 descolgó el espejo de la pared,
lo miró por detrás, por delante, por los lados,
y se convenció de que era un espejo, sin duda.
Pero volvió a mirarse en él y continuaba
viendo un 5.
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«No sé quién soy», se dijo, «eso es lo que
me pasa. A partir de ahora, dejaré que sea
el espejo el que decida cada día qué soy».
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Pero esa noche, el espejo se rompió
y cuando el 5 fue a mirarse no vio nada.
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«Hoy no existo», se dijo. Pero no sabía
qué hacer. No sabía cómo actuaban
los números que no existían.
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Desde luego, no iban a trabajar, así que
no fue a trabajar.
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Ni comían, así que no comió.
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Ni dormían, así que no durmió.
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Ni se morían, así que no se murió
de hambre ni de sueño.
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Se quedó quieto, en fin, completamente
quieto, pues no existiendo, tampoco
podía moverse, y con el paso del tiempo
se fue borrando como una cicatriz.
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Por eso no hay que hacer mucho caso
a los espejos.
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El 2 ignorante
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Un 2 algo ignorante se enteró un día
de que era la mitad de 4 y le pareció ma
No soportaba ser la mitad de nada.
—No pienses que eres la mitad de 4,
sino que eres el doble de 1 —le aconsejó
su padre.
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Como tenía un carácter pesimista,
se fijaba más en lo malo que en lo bueno,
y se puso a luchar y a luchar por ser un 4.
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Una vez que logró ser un 4, alguien le dijo
con mala intención que el 4 era la mitad
de 8, lo que le pareció fatal. No soportaba
ser la mitad de nada ni de nadie.
—Piensa que ahora eres el doble de 2
—le dijo su padre.
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Como tenía un carácter pesimista,
se fijaba más en lo malo que en lo bueno;
y luchó y luchó por ser un 8.
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Una vez que logró ser un 8, alguien
le dijo con mala intención que el 8 era
la mitad de 16, lo que le pareció fatal.
No soportaba ser la mitad de nada
ni de nadie.
—Piensa que ahora eres el doble de 4
—le dijo su padre.
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Esta historia comenzó hace mil años
y aquel 2 ignorante todavía sigue
duplicándose porque siempre en la vida
se es la mitad de algo. Y el doble de otra cosa.
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El hijo único
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Había un matrimonio de números unos
cuyo hijo único estaba empeñado en ser
más que sus padres, por lo que al hacerse
mayor fue a la universidad para estudiar
la carrera de Nueve.
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Enseguida se dio cuenta, sin embargo,
de que había que estudiar mucho para ser 9,
y se matriculó en la carrera de Ocho.
Pero había que estudiar mucho para ser 8,
por lo que se matriculó en la carrera
de Siete.
Pero había que estudiar mucho para ser 7,
por lo que se matriculó en la carrera de Seis.
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Finalmente se matriculó en la carrera
de Uno, creyendo que no le costaría esfuerzo
alguno llegar a ser lo que ya era.
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A los pocos días se dio cuenta con horror
de que había que estudiar mucho para ser 1.
—¿Cómo es posible que me cueste ser 1
siendo evidentemente un 1? —preguntó
a un cero que sacaba sobresaliente.
—Tener la forma de 1 no garantiza nada
—le respondió el cero—. Yo llevo tres años
estudiando para cero y cuanto más aprendo
menos sé.
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El cero llevó al 1 a la plaza de la
universidad y le enseñó un monumento
sobre cuya base había números romanos.
—Fíjate en esas letras. ¿Las ves?
—Sí.
—Pues no son letras, son números.
No basta parecer una letra para ser una letra.
—Pero los caballos son caballos
porque sí y los perros son perros porque sí
y los humanos son humanos porque sí
—respondió el 1 irritado.
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—Te equivocas. Los humanos son humanos
porque estudian para humanos. De hecho.
llevan siglos estudiando el modo de ser
humanos. Aun así, la mayoría de las veces
no lo consiguen.
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El 1 salió confundido de aquella
entrevista y se entregó al estudio de sí
mismo. Muchos días se quedaba estudiando
hasta el amanecer el modo de ser 1,
con lo que curiosamente aprendió también
el modo de ser 2 y 3 y 4 y 5 y 6… Pero él
prefirió quedarse en 1, sobre todo porque
había descubierto que ser un 1 era también
la condición indispensable para ser
el primero.
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El matemático perverso
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Siempre que el 8 pequeño iba a comprar
el pan, su madre le decía que fuera
por la calle de la izquierda, porque
en la de la derecha vivía un matemático.
—¿Qué es un matemático? —preguntaba
el 8 pequeño.
—Un hombre que hace cosas feas
con los números —respondía su madre.
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—¿Pero qué cosas? —insistía el 8 pequeño.
—Los suma, los resta, los multiplica,
los divide…
—¿Y qué es sumar, restar, multiplicar,
dividir…?
—Ya te enterarás cuando seas mayor.
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El 8 pequeño siempre iba a comprar
el pan por la calle de la izquierda,
pero se asomaba a la de la derecha
porque su curiosidad por el matemático
era mayor que el miedo que sentía por él.
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Un día, el 8 pequeño se asomó más
de la cuenta a la calle prohibida y oyó,
procedente de la casa del matemático,
una canción que decía así:
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El 1 es único.
El 2 es dual.
El 3 es trifásico.
El 4 no está mal.
El 5 anda torcido.
El 6 es puntual.
El 7 tiene magia.
El 8 es colosal.
El 9 me lo callo,
y el 10 es decimal.
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«El 8 es colosal», repitió para sí mismo
el 8 pequeño, lleno de orgullo.
En ese instante, el matemático perverso
se asomó a la ventana e invitó al número
a entrar en su casa, donde las camas
y las mesas y los armarios y las sillas
tenían forma de números.
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Una vez que el pequeño 8 estuvo dentro,
el matemático cerró la puerta y la ventana
y le preguntó si prefería una taza
de chocolate o de ochocolate.
—No sé qué diferencia hay —dijo el número.
—El ochocolate es un chocolate especial
para ochos.
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—Se sube un poco a la cabeza,
pero como los ochos sois iguales por arriba
que por abajo, no tenéis más que daros
la vuelta para que se baje a los pies.
Al 8 pequeño le hizo gracia la ocurrencia
y aceptó una taza de ochocolate
que le mareó un poco.
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Entonces, el matemático empezó a jugar
con él. Primero lo convirtió en un 9
haciéndole tragar un 1 que sacó del bolsillo.
El 1 era puntiagudo y al 8 pequeño le hizo
daño al pasar por la garganta.
—Quítame este 1 —gritó al matemático.
—¿Acaso no te gusta ser un 9?
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—No —dijo asustado el 8.-Está bien. Abre la boca.
El matemático metió la mano y en lugar
de sacar un 1 sacó dos unos, de modo que
el 8 quedó convertido en un 7.
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—¿Qué has hecho? —dijo el 8 espantado,
al verse convertido en un 7.
—Si es que estás lleno de unos por dentro.
—No es posible —gimió de desesperación
el 8.
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—Convéncete por ti mismo —dijo
el matemático sacando otros dos unos
que arrojó al suelo, convirtiendo al 8 ahora
en un 5-. Si continúo sacando unos,
te quedas en nada.
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El 8, aterrorizado por lo que él creía
que eran los efectos del ochocolate, se lanzó
sobre los unos arrojados al suelo y se tragó
con desesperación un 1, convirtiéndose
en un 6.
Y otro 1, convirtiéndose en un 7.
Y otro 1, convirtiéndose en un 8.
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El matemático señaló el 1 que todavía
quedaba en el suelo y dijo que ese 1 no era
el suyo.
—No te dejaré salir —dijo— hasta que me
devuelvas mi 1.
—Pero si todos los unos son iguales
—lloró el 8.
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—Mi 1 era especial. Tú verás lo que haces,
pero hasta que no me lo devuelvas no sales
de aquí —dijo arrastrándolo al fondo de la casa
para encerrarlo dentro de una jaula
con el 1 sobrante al lado.
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Cuando el 8 se acostumbró a la oscuridad,
vio que había junto a la suya otra jaula con
un 8 de su tamaño que llevaba a la izquierda
una rayita horizontal.
—¿Quién eres? —preguntó el 8 pequeño.
—Soy un -8.
—¿Qué quiere decir un -8?
—Que no existo. Soy un número negativo.
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El 8 pequeño pensó que continuaba bajo
los efectos del ochocolate. Nunca había
hablado con números inexistentes. Es más,
no sabía que los números inexistentes
existían, luego, pensando que quizá
el matemático llevaba razón y que su 1 no
fuera aquel que había en la jaula, a su lado,
se metió los dedos en la garganta y vomitó
cuatro unos de golpe, transformándose
a su vez en un 4.
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Estaba lleno de sensaciones raras,
pues aunque pensaba como un 8, resultaba
evidente que era un 4, lo que le causaba
mucha repugnancia. Entonces, comparó
los cuatro unos vomitados con el 1 sobrante,
pero todos le parecían idénticos, por lo que
se volvió a meter los dedos en la boca
y vomitó dos unos, convirtiéndose en un 2,
sin observar tampoco ninguna
particularidad en estos dos nuevos unos.
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«Son los efectos del ochocolate»,
se repetía convertido en un 2, sin llegar
a creérselo, pero con la sensación de estar
haciendo un viaje hacia atrás en el tiempo.
«Vomitaré un 1 más», pensó, «solo uno,
para no desaparecer del todo». Pero, quizá
porque se metió los dedos con demasiada
violencia, vomitó dos unos y se transformó
en un cero.
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Curiosamente, la sensación de pánico
desapareció entonces. La idea que todavía
tenía de sí mismo de ser un 8 parecía
dormir dentro de un espacio confortable,
blando, cálido, redondo como el vientre
de una madre.
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Pero pronto sintió que empezaba
a perder la memoria del 8 que había sido.
«Maldito ochocolate», se dijo, y recordó
a su madre 8 y a su padre 8 y a sus amigos
ochos, y sintió una nostalgia tremenda
de quien había sido, por lo que,
con un esfuerzo enorme, empezó a tragarse
los unos esparcidos por el suelo de la jaula
hasta verse convertido de nuevo en un 8.
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El 8 negativo, o -8, contemplaba
las operaciones del pequeño 8 con la
indiferencia de los seres que no existen.
—Nunca saldré de aquí, ¿verdad?
—le preguntó el pequeño 8-. Lo del 1 es una
excusa del matemático para no soltarme.
—A mí no me preguntes —respondió
el -8-. Yo no existo, soy un -8. Valgo menos
que un 0 a la izquierda.
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—Qué suerte tienes —dijo el pequeño 8
A mí, ahora, me gustaría no existir.
—Pues si te apetece no existir un rato
—dijo el -8-, yo te presto mi rayita
y te conviertes en un 8 negativo.
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Al pequeño 8 le pareció una buena idea
no existir durante un rato para descansar
de la angustia de la que estaba siendo
víctima, de modo que tomó la rayita que
el 8 negativo le ofrecía a través de los barrotes
y se la colocó. Nada más quedarse sin ella,
el 8 negativo empezó a dar gritos de alegría.
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—¡Existo!, ¡existo!, ¡existo! ¡Llevaba toda
la vida sin existir y ahora, gracias a este
tonto, de repente, existo! ¡Viva la existencia!
Era tal la excitación del 8 por el hecho
de existir que logró separar dos barrotes
de la jaula, por entre los que salió corriendo
y escapó de la casa del matemático.
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Cuando el 8 existente pasó por delante
de la casa del pequeño 8, la madre salió
toda enfadada, tomándolo por su hijo,
y le mandó entrar, a lo que él accedió
encantado, pues lo que más había deseado,
después de existir, era tener una familia.
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Al día siguiente, cuando fue a comprar
el pan, la madre le dijo, como siempre,
que no fuera por la calle de la derecha,
porque en ella vivía un matemático.
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Y el 8 existente jamás se introdujo en
esa calle, aunque a través de los callejones,
cuando iba a comprar el pan, oía aquella
canción tan seductora:
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El 1 es único.
El 2 es dual.
El 3 es trifásico.
El 4 no está mal.
El 5 anda torcido.
El 6 es puntual.
El 7 tiene magia.
El 8 es colosal.
El 9 me lo callo,
y el 10 es decimal.
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El 4 mutilado
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Un empresario de circo robó un 4
en el país de los Números Pares y le enseñó
a dividirse por la mitad y a reconstruirse
de nuevo. Los números, contra lo que
mucha gente cree, no saben aritmética,
del mismo modo que las palabras no saben
gramática.
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El trabajo fue duro, pues, pero a los ocho
meses el 4 se dividía por la mitad
convirtiéndose en dos doses. A los pocos
meses, y a base de mucha paciencia,
el empresario logró también que el 4
se dividiera en cuatro partes iguales,
cuatro unos, sin que a ninguno de esos
unos se le notara que era en realidad
una pieza de un 4.
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Cuando el 4 empezó a montarse
y desmontarse con naturalidad, el empresario
lo llevó al país de los Números Impares
y anunció que había traído de las antípodas
la atracción más rara que cupiera imaginar…
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Un número par que actuaría
ante el público el domingo por la
en el Teatro Principal.
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La noticia salió en todos los periódicos
y se agotaron las entradas a las tres horas
de ponerlas a la venta.
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Los especialistas consultados aseguraron
en la televisión que los números pares
no existían sino como producto de la
imaginación, y advirtieron a la población
sobre la posibilidad de ser engañada
por un empresario sin escrúpulos.
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En efecto, nadie, nunca, había visto un
número par, sino como personaje de cuento
de terror. A veces, cuando los niños no
comían, se les amenazaba con el número
par escondido debajo de la mesa, que era
capaz de partirse en dos números idénticos.
1234567891011 12131415161718
2 es la mitad de 4.
3 es la mitad de 6.
4 es la mitad de 8.
5 es la mitad de 10.
Pero me no era la mitad de una mesa.
Ni ca era la mitad de una casa.
Ni bo era la mitad de bota.
Ni ca era la mitad de caja.
8
+ 8
16
Ocho
+ Ocho
Oochchoo