Material de Apoyo 1 - Como Detectar Mentiras - Paul Ekman

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COMO ETECTA

NTIRAS
Una guia para utilizar en el trabajo,
la politica y la familia
PAI D b S

Pau Ekman
Paidós Psicología Ho y

Últimos títulos publicados

59. J. L. Linares, Las formas del abuso


60. J. [ames. El lenguaje corporal
61. P. Angel y P. Amar, Guía práctica del coarhing
62. J. Fogler y L. Stern, ¿Dónde hepuesta las llaves ? Cómo recordar lo que se te olvida
y 7to olvidar lo importante
63. D. C. Thomas y K. Inkson, Inteligencia cultural. Habilidades
interpersonales para triunfar en la empresa global
64. A. K<K'ster, El lenguaje del trabajo
65. J. Redorta, Entender el conflicto
66. E. |. I.anger, Mindfulness. La conciencia plena
67. A Ix>wen, El narcisismo
68. G. Nardone, 1M mirada del corazón. Aforismos terapéuticos
69. C. Papagno, La arquitectura de los recuerdos
70. A Pattakos. En busca del sentido
71. M. Romo, Psicología de la creatividad
72. G. Nardone, La dieta de la paradoja. Cómo superar las barreras
psicológicas que te impiden adelgazar y estar en forma
Paul Ekman

Cómo detectar mentiras


Una guía para utilizar en el trabajo, la
política y la pareja

Nueva edición ampliada

PAIDÓS
Barcelona * Buenos Aires • Mémco
Título origina): TellingLies
Publicado en inglés, por Berkley Books, Nueva York Traducción de Leandro
Wolfsori

Cubierta: Idee

1. " edición en esta presentación, noviembre 2009


2. " impresión, diciembre 2009

No se permite la reproducción Lola! o parcial de e*tc libro, ni su incorporación a un sistema


¡nfoniiájHo. ni MI iransmisir'm en cualquier forma o ptw cualquier medio, sea c.ue elec tronico, mecánico, por
fotocopia, por Cfardoón u oíros métorkii,. sin el permiso previo y por cierno riel editor. I^i infracción de los
derechos mencionados puede ser constitutiva de dcliu>
contra la propicdarl intelectual (Arl. 270 y siguientes del Código Penal).

© 2001 by Pau! Ekman


© 2005 de la traducción. Leandro Wolfson
© Espasa Libros, S.L.U., 2005
Paseo de Recoletos, 4. 28001 Madrid

Ediciones PaidósIl>éticaes un selloeditorial de EspasaLibros, S.I..L". Av. Diagonal,


662-664. 08034 Barcelona
VfWW.paidos.com

ISBN: «»78-84-493-1800-9
Depósito legal: B-46.470/2009

Impreso en Book Print


Botánica, 176-178 - 08908 L'Hospilalet de Llobregat (Barcelona)

Impreso en España - Printed in Spain


A la memoria de Erving Goffman,
extraordinario amigo y colega
y a mi esposa, Mary Ann Masón, crítica
y confidente
Sumario

Reconocimientos 7
Prólogo a la nueva edición e 9

1. Introducción 13
2. Mentiras, autodelaciones e indicios del engaño 24
3. Por qué falla n las mentira s 43
4. La detección del engaño a p a r t i r de las palabras,
la voz y el cuerpo 82
5. Los indicios faciales del engaño 128
6. Peligros y precauciones 167
7. El polígrafo como cazador de mentiras 196
8. Verificación de la me n tir a 249
9. Detectar mentiras en la década de 1990 289
10. La mentira en la vida pública 309
11. Nuevos descubrimientos y nuevas ideas sobre la
mentira y su detección 335

Epilogo 357
Apéndice 363
Notas bibliográficas 373
índice analítico y de nombres 387
Reconocimientos

Estoy agradecido a la Cli nical -Resear ch B r anc h of the Natio nal


Institute of Mental Health (División de Investigacio• nes clínicas del
Instituto Nacional de la Salud Mental) por el apoyo que brindó a mi
investigación sobre la comunicación no verbal entre 1963 y 1981 (M H
11976). El Research Scientist Awar d Program (Programa de Premios a la
Investigación Cien• tífica) de dicha institución ha financiado tanto el
desarrollo de mi proyecto de investigaciones d ur a nte la mayor parte de
los últimos veinte años, como la redacción de este libro (M H 06092). Deseo
asimismo agradecer a la Fundación H a r r y F. Guggen¬ heim y a la
Fundación John D. y Catherine T. M a c A r t h u r por el respaldo que
ofrecieron a algunos de los estudios mencionados en los capítulos 4 y 5.
Wallace V. Friesen, con quien trabajé du • rante más de dos décadas,
merece en igua l medida que yo, que se le acrediten los hallazgos de los
que doy cuenta en esos capí• tulos; muchas de las ideas expuestas en esta
obra surgieron en p ri mer lugar en esas dos décadas de diálogo entre
nosotros.
A Silvan S. Tomkins, amigo, colega y maestro, quiero agra• decerle que me
haya alentado a escribir este libro, así como los comentarios y sugerencias que
me hizo llegar sobre el manus• crito. Un cierto número de otros amigos lo leyeron
y pude bene• ficiarme con sus críticas, formuladas desde distintos puntos de vista:
Robert Blau , médico; Stanley Caspar, abogado; Jo Carson, novelista; Ross
Mullaney, ex agente del FBI ; Robert Pickus, político; Robert Ornstein,
psicólogo; y Bil l Williams, asesor en administración de empresas. Mi esposa Mar
y An n

7
Masón fue mi p r i me r a lectora y mi crítica paciente y construc• tiva .
Debatí muchas de las ideas presentadas en el libro con Ervin g Goffman,
quien estaba interesado en el engaño desde un ángulo sumamente diferente, y
pude disfrutar del contraste, aunque no la contradicción, entre nuestras diversas
perspecti• vas. Recibir sus comentarios acerca del manuscrito habría sido un
honor para mí, pero Goffman murió de manera imprevista poco antes de que se
lo enviase. El lector y yo nos hemos visto perjudicados por este hecho luctuoso,
a raíz del cual el diálogo entre Goffman y yo sobre este libro sólo pudo tener lugar
en mi propia mente.

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8
Prólogo a la nueva edición

Al releer los primeros ocho capítulos que formaban la p ri me • ra


edición publicada en 1985, así como los capítulos 9 y 10, que se añadieron
a la segunda edición publicada en 1992, sentí un gran alivio al no
descubrir nada que considerara incorrecto. El undécimo capítulo, añadido
a esta tercera edición, contiene nue• vas distinciones teóricas, un breve
resumen de nuevos descu• brimientos y un conjunto de explicaciones de
por qué la mayoría de las personas, incluidos los profesionales, no saben
detectar mentiras.
Con el paso del tiempo y con más resultados procedentes de la
investigación me siento un poco menos cauto sobre la posibi• lidad de
detectar mentiras a p arti r de la actitud . Nuestra con• fianza también ha
crecido como resultado de las actividades de enseñanza que hemos
realizado. Durante los últimos quince años, me he dedicado a enseñar, j unt
o con mis colegas Mar k F r a n k (Universidad Rutgers) y Maureen
O'Sullivan (Universidad de San Francisco) el mate rial contenido en
Cómo detectar mentiras a personal de seguridad de Estados Unidos, Reino
Unid o , Is• rael, Hong Kong, Canadá y Amsterd am. Las personas a las
que hemos enseñado no estaban interesadas en este tema desde un punto
de vista académico; su intención era aplicarlo de inme• diato y nos han
aportado muchos ejemplos que confirman dis• tintas ideas contenidas
en Cómo detectar mentiras.
Basándonos en nuestras propias investigaciones y en las ex• periencias que
nos han explicado distintos profesionales de los cuerpos de seguridad, tengo plena
confianza en lo siguiente. Las
probabilidades de distinguir con éxito si una persona miente o dice la verdad son
máximas cuando:

• La mentira se cuenta por pr imer a vez.


• La persona no ha contado antes mentiras de esta clase.
• Hay mucho en juego, sobre todo si existe amenaza de un castigo
severo.
• El entrevistador carece de prejuicios y no se apresura a sacar
conclusiones.
• El entrevistador sabe cómo alentar al entrevistado para que
cuente su relato (cuanto más palabras se digan, mejor se podrá
d isting uir la me ntir a de la verdad).
• El entrevistador y el entrevistado proceden del mismo contexto
cu lt ur a l y hablan el mismo idioma.
• El investigador considera que los indicios descritos en Cómo
detectar mentiras señalan la importancia de obtener más información
en lugar de verlos como pruebas de que se miente.
• El entrevistador es consciente de las dificultades (que se
describen en Cómo detectar mentiras) de identificar a quienes se
encuentran bajo sospecha de haber cometido un delito pero son
inocentes y dicen la verdad.

10
"Cuando la situación semeja ser exactamente tal como se nos aparece,
la alter na ti va más probable es que sea una farsa total; cuando la farsa es
excesivamente evidente, la posibilidad más p robable es que no haya
nada de f a r s a . " — E r v i n g Goffman, Strategic Interaction.

"E l marco de referencia que aquí i mp o r ta no es el de la moral sino


el de la supervivencia. La capacidad lingüística para ocultar información,
i n fo r ma r erróneamente, provocar a mb i • güedad, fo r mu lar hipótesis e
i n v e n t a r es indispensable, en todos los niveles —desde el camuflaje
grosero hasta la visión poética—, para el eq uilibr io de la conciencia
humana y el desa• rro llo del hombre en la sociedad..." —George Steiner,
After Babel.

"Si la falsedad, como la verdad, tuviese un solo rostro, esta• ríamos


mejor, ya que podríamos considerar cierto lo opuesto de lo que dijo el
mentiroso. Pero lo contrario a la verdad tiene mi l formas y un campo
i l i mi t a d o . " —Mo ntaigne, Ensayos.

11
1
Introducción

Es el 15 de septiembre de 1938 y va a iniciarse uno de los engaños más


infames y mortíferos de la historia. Adolf H i t le r , canciller de Alemania,
y Neville Chamberlain, primer mi nistr o de Gran Bretaña, se encuentran
por vez pr imera. El mundo aguarda expectante, sabiendo que ésta puede
ser la última esperanza de evitar otra guerra mu n d i a l . (Hace apenas seis
meses las tropas de Hitle r invadiero n Au str ia y la anexionaron a
Alemania. Inglaterra y Francia protestaron, pero nada más.) El 12 de
septiembre, tres días antes de esta reunión con Cham• b erlain, H i t l e r
exige que una parte de Checoslovaquia sea anexionada también a
Ale mania, e incita a la revuelta en ese país. Secretamente, Hitl e r ya ha
movilizado al ejército alemán para atacar Checoslovaquia, pero sabe que
no estará listo para ello hasta finales de septiembre.
Si Hitler logra evitar durante unas semanas más que los
checoslovacos movilicen sus tropas, tendrá la ventaja de un ataque por
sorpresa. Para ganar tiempo, le oculta a Chamber• lai n sus planes de
invasión y le da su palabra de que si los checos satisfacen sus demandas se
preservará la paz. Cham• berlain es engañado; tr at a de persuadir a los
checos de que no movilicen su ejército mientras exista aún una
posibilidad de negociar con Hitler . Después de su encuentro con éste,
Cham• berlain le escribe a su her mana: "...pese a la dureza y crueldad
que me pareció ver en su rostro, tuve la impresión de que podía confiarse
en ese hombre si daba su palabra de ho nor". Cinco días más tarde,
1

defendiendo su política en el Parlamento frente

13
a quienes dudaban de la buena fe de Hitler , Chamberlain explica en un discurso
que su contacto personal con Hitler le permitía decir que éste "decía lo que
realmente pensaba".2

Cuando comencé a estudiar la mentira, hace quince años, no tenía


idea en absoluto de que mi trabajo pudiera tener alguna relación con
esta clase de mentiras. Pensaba que sólo podía ser útil para los que
trabajaban con enfermos mentales. Dicho estudio se había i nic iad o
cuando unos terapeutas a quienes les había comunicado mis hallazgos
anteriores —que las expresiones faciales son u niver sales, en ta nto que
los ademanes son específicos de cada cultura:— me preguntaron si esos
comportamientos no verbales podían revelar que el pacien• te estaba
m i n t i e n d o . Por lo general esto no origina dificulta• des, pero se
3

convierte en un problema cuando un ind ivid uo que ha sido internado en


un hospital a raíz de un intento de suici• dio simula que se siente mucho
mejor. A los médicos los aterro• riza ser engañados por un sujeto que se
suicida cuando queda libre de las restricciones que le ha impuesto el
hospital. Esta i n q u i e t u d práctica de los terapeutas planteó una
cuestión fundamental acerca de la comunicación humana: ¿pueden las
personas controlar todos los mensajes que tr ans mite n, incluso cuando
están mu y perturbadas, o es que su conducta no verbal delatará lo que
esconden las palabras?
Busqué entre mis filmaciones de entrevistas con pacientes
psiquiátricos un caso de me nt ir a . Había preparado esas pelícu• las con una
finalidad d istinta: identificar las expresiones del rostro y los ademanes
que podían ayudar a diagnosticar un tipo de trastorno mental y su
gravedad. Ahora que mi interés se centraba en el engaño, me parecía ver
señales de mentiras en muchos de esos filmes. La cuestión era cómo estar
seguro de que lo eran. Sólo en un caso no tuve ninguna duda, por lo que
sucedió después de la entrevista.
Mar y era una ama de casa de 42 años. El último de sus tres intentos
de suicidio había sido muy grave: sólo por casualidad alguien la encontró
antes de que la sobredosis de pildoras que había tomado acabase con ella.
Su historia no era muy diferen• te de la de tantas otras mujeres
deprimidas de mediana edad.

14
Los chicos habían crecido y ya no la necesitaban, su marido parecía enfrascado
totalmente en su trabajo... Mar y se sentía inútil. Para la época en que fue internada
en el hospital ya no era capaz de llevar adelante el hogar, no dormía bien y pasaba
la mayor parte del tiempo llorando a solas.
En las tres primeras semanas que estuvo en el hospital fue medicada e hizo
terapia de grupo. Pareció reaccionar bien: recobró la vivacidad y dejó de hablar
de suicidarse. En una de las entrevistas que filmamos, Mary le contó al médico lo
mejo• rada que se encontraba, y le pidió que la autorizara a salir el fin de semana.
Pero antes de recibir el permiso... confesó que había mentido para conseguirlo:
todavía quería, desesperada• mente, matarse. Debió pasar otros tres meses en el
hospital hasta recobrarse de veras, aunque un año más tarde tuvo una recaída.
Luego dejó el hospital y, por lo que sé, aparentemente anduvo bien muchos años.
La entrevista filmada con Mar y hizo caer en el error a la mayoría de
los jóvenes psiquiatras y psicólogos a quienes se la mostré, y aun a muchos
de los expertos. La estudiamos cente• nares de horas, volviendo atrás
4

repetidas veces, inspeccionando cada gesto y cada expresión con cámara


lenta para t r a t a r de descubrir cualquier indicio de engaño. En una
brevísima pausa que hizo Mar y antes de explicarle al médico cuáles eran
sus planes para el futuro, vimos en cámara lenta una fugaz expre• sión
facial de desesperación, ta n efímera que la habíamos pasado por alto las
primeras veces que examinamos el film. Una vez que advertimos que los
sentimientos ocultos podían evidenciarse en estas brevísimas
microexpresiones, buscamos y encontramos muchas más, que
habitualmente eran encubiertas al instante por una sonrisa. También
encontramos un microa- demán: al contarle al médico lo bien que estaba
superando sus dificultades, Mar y mostraba a veces un fragmento de
gesto de indiferencia... ni siquiera era un ademán completo, sino sólo
una parte: a veces, se tratab a de una leve rotación de una de sus manos,
otras veces las manos quedaban q uietas pero encogía un hombro en
forma casi imperceptible.
Creímos haber observado otros indicios no verbales del

15
engaño, pero no estábamos seguros de haberlos descubierto o imaginado.
Cualquier comportamiento inocente parece sospe• choso cuando uno sabe
que el sujeto ha mentido. Sólo una medición objetiva, no influenciada
por nuestro conocimiento de que la persona mentía o decía la verdad,
podía servirnos como prueba que corroborase lo que habíamos observado.
Además, para estar seguros de que los indicios de engaño descubiertos no
eran idiosincrásicos, teníamos que estudiar a mucha gente. Lógicamente,
para el encargado de detectar las mentiras —el cazador de me n t i r a s —
todo sería mucho más sencillo si las conductas que traicionan el engaño
de un sujeto fuesen eviden• tes también en las mentiras de otros sujetos;
pero ocurre que los signos del engaño pueden ser propios de cada
individuo. Diseñamos un experimento, tomando como modelo la
mentir a de Mary , en el cual los sujetos estudiados tenían una intensa
motivación para ocultar las fuertes emociones negativas experi• mentadas
en el momento de mentir . Les hicimos observar a estos sujetos una
película muy perturbadora, en la que apare• cían escenas quirúrgicas
sangrientas; debían ocultar sus senti• mientos reales de repugnancia,
disgusto o angustia y convencer a un entrevistador que no había visto el
film de que habían disfrutado una película documental en la que se
presentaban bellos j ard ines floridos. (E n los capítulos 4 y 5 damos cuenta
de nuestros hallazgos.)
No pasó más de un año —aún estábamos en las etapas iniciales de
nuestros experimentos sobre me n t i r a s — cuando me enteré de que me
estaban buscando ciertas personas intere• sadas en un tipo de mentiras
muy diferente. ¿Podían servir mis métodos o mis hallazgos para atrapar
a ciertos norteamerica• nos sospechosos de trabajar como espías para otros
países? A medida que fueron pasando los años y nuestros descubrimien•
tos sobre los indicios conductuales de los engaños de pacientes a sus
médicos se publicaron en revistas científicas, las solicitu• des
aumentaro n. ¿Qué opinaba yo sobre la posibilidad de adies• tra r a los
guardaespaldas de los integrantes del gabinete para que pudiesen
ind i vid u al iza r, a través de sus ademanes o de su modo de caminar, a un
terror ista dispuesto a asesinar a uno de

16
estos altos funcionarios? ¿Podíamos enseñarle al FB I a entre• nar a sus
policías para que fuesen capaces de averiguar cuándo mentía un
sospechoso? Ya no me sorprendió cuando me preguntaron si sería capaz
de ayudar a los funcionarios que llevaban a cabo negociaciones
inter nacio nales del más alto nivel para que detectasen las mentiras del
otro bando, o si a p artir de unas fotografías tomadas a Patricia Hearst
mientras participó en el asalto a un banco podría decir si ella había tenido
o no el propósito de robar. En los cinco últimos años el interés por este tema
se internacionalizó: to maro n contacto conmigo representantes de dos
países con los que Estados Unidos mantenía relaciones amistosas, y en
una ocasión en que yo estaba dando unas conferencias en la Unión
Soviética, se me aproximaron algunos funcionarios que dijeron
pertenecer a un "organismo eléctrico" responsable de los interrogatorios.
No me causaba mucho agrado este interés; temía que mis hallazgos
fuesen aceptados acríticamente o aplicados en forma apresurada como
producto de la ansiedad, o que se utilizasen con fines inconfesables.
Pensaba que a menudo las claves no verbales del engaño no serían evidentes
en la mayor parte de los falseamientos de tipo c r i mi n a l , político o
diplomático; sólo se trataba de "corazonadas" o conjeturas. Cuando era
inter r o • gado al respecto no sabía explicar el porqué. Para lograrlo, tenía
que averiguar el motivo de que las personas cometiesen errores al mentir,
como de hecho lo hacen. No todas las me nti • ras fracasan en sus propósitos:
algunas son ejecutadas impeca• blemente. No es forzoso que haya indicios
conductuales —un a expresión facial mantenida durante un tiempo
excesivo, un ademán hab itual que no aparece, un quiebro momentáneo de
la voz—. Debía haber signos delatores. Sin embargo, yo estaba seguro de
que tenían que existir ciertos indicios generales del engaño, de que aun a
los mentirosos más impenetrables los tenía que traicio nar su
comportamiento. Ahora bien: saber cuándo una mentira lograba su
objetivo y cuándo fracasaba, cuándo tenía sentido indagar en busca de
indicios y cuándo no, significaba saber cómo diferían entre sí las mentiras,
los menti • rosos y los descubridores de mentiras.

17
La mentir a que Hitle r le dijo a Chamberlai n y la que Mar y le dijo a
su médico imp licab an, ambas, engaños sumamente graves, donde lo que
estaba en juego eran vidas humanas. Ambos escondieron sus planes para
el futuro y, como aspecto c entral de su me n t i r a , si m ularo n emociones
que no tenían. Pero la diferencia entre la p r i me r a de estas mentiras y la
segunda es enorme. H i t l e r es un ejemplo de lo que más tarde denominaré
"ejecutante profesional"; además de su habilidad n a t u r a l , tenía mucho
más práctica en el engaño que Mar y.
Por otra parte, H i t l e r contaba con una ventaja: estaba engañando
a alguien que deseaba ser engañado. Chamberlain era una víctima bien
dispuesta, ya que él quería creer en la me ntir a de Hi tler , en que éste no
planeaba iniciar la guerra en caso de que se modificasen las fronteras de
Checoslovaquia de ta l modo que satisficiese a sus demandas. De lo
co ntrar io , Cha mb erlain iba a tener que reconocer que su política de apaci•
guamiento del enemigo había fallado, debilitando a su país. Refiriéndose
a una cuestión vinculada con ésta, la especialista en ciencia política
Roberta Wohlstetter sostuvo lo mismo en su análisis de los engaños que
se llevan a cabo en una carrera ar ma mentista. Aludiendo a las
violaciones del acuerdo naval anglo-germano de 1936 en que incurrió
Alemania, dijo: "Tanto el transgresor como el transgredido (...) tenían
interés en dejar que p e r s i s ti e r a el er ro r . Ambas necesitaban p reservar
la ilusión de que el acuerdo no había sido violado. El temor britá• nico a
una carrera ar ma me ntista, ta n hábilmente manipulado por H i t l e r , llevó
a ese acuerdo naval en el cual los ingleses (sin consultar ni con los
franceses ni con los italianos) tácitamente modificaron el Tratado de
Versalles; y fue ese mismo temor de Londres el que le impidió reconocer
o a d mi t i r las violaciones del nuevo convenio". 5

En muchos casos, la víctima del engaño pasa por alto los errores que comete
el embustero, dando la mejor interpretación posible a su comportamiento ambiguo
y entrando en conniven• cia con aquél para mantener el engaño y eludir así las
terribles consecuencias que tendría para ella misma sacarlo a la luz. Un marido
engañado por su mujer que hace caso omiso de los

18
signos que delatan el adulterio puede así, al menos, posponer la
humillación de quedar al descubierto como cornudo y expo• nerse a la
posibilidad de un divorcio. Au n cuando reconozca para sí la infidelidad
de su esposa, quizá coopere en ocultar su engaño para no tener que
reconocerlo ante ella o ante los demás. En la medida en que no se hable
del asunto, ta l vez le quede alguna esperanza, por remota que sea, de
haberla j uz• gado equivocadamente, de que ella no esté envuelta en
ningún amorío.
Pero no todas las víctimas se muestr an tan bien dispuestas a ser
engañadas. A veces, ignorar una me nt ir a o co ntrib uir a su permanencia
no trae aparejado ningún beneficio. Ha y descubri• dores de mentiras que
sólo se benefician cuando éstas son expuestas, y en ta l caso nada pierden.
El experto en interro ga• torios policiales o el funcionario de un banco
encargado de otorgar los préstamos sólo pierden si los embaucan, y para
ellos cump lir bien con su cometido significa descubrir al embaucador y
averiguar la verdad. A menudo la víctima pierde y gana a la vez cuando es
descaminada o cuando la men tir a queda encu• bierta; pero suele ocurrir
que no haya un eq uilibrio entre lo perdido y lo ganado. Al médico de Mar
y le afectaba muy poco creer en su mentir a. Si realmente ella se había
recuperado de su depresión, ta l vez a él se le adjudicase algún mérito por
ello; pero si no era así, tampoco era mucho lo que habría perdido. Su
carrera no estaba en juego, como sucedía en el caso de Cham¬ berlain. No
se había comprometido públicamente y a pesar de las opiniones en contra
de otros con un curso de acción que, en caso de descubrirse la mentira de
Mar y, pudiera resultar equi• vocado. Era mucho más lo que el médico
podía perder si Mar y lo embaucaba, que lo que podía ganar si ella decía
la verdad. Para Chamberlain, en cambio, ya era demasiado tarde en 1938:
si Hi tl e r mentía, si no había otra manera de detener su agre• sión que
mediante la guerra, la carrera de Cha mb er lain estaba finiquitada y la
guerra que él había creído poder imp edir iba a comenzar.
Con independencia de las motivaciones que Chamb erlain tuviese
para creer en Hi tl er , la me nt ir a de éste tenía probabili-

19
dades de lograr su propósito a raíz de que no le era necesario encubrir
emociones profundas. Con frecuencia, una me nt ir a falla porque se
trasluce algún signo de una emoción oculta. Y cuanto más intensas y
numerosas sean las emociones in vo l u • cradas, más probable es que el
embuste sea traicionado por alguna autodelación manifestada en la
conducta. Por cierto que H i t l e r no se habría sentido culpable —
sentimiento éste que es doblemente problemático para el mentiroso, ya
que no sólo pueden traslucirse señales de él, sino que además el tormento
que lo acompañaba ta l vez lo lleve a cometer errores fat ales—. Hitl e r no
se iba a sentir culpable de mentirle al representante de un país que le
había i n f l i g i d o una h u m i l l a n t e d er rota mi l i t a r a Alemania cuando
él era joven. A diferencia de Mar y, H i t l e r no tenía en común con su
víctima valores sociales impor• tantes; no lo respetaba ni lo ad miraba.
Mar y , por el contrario, debía ocultar intensas emociones si pretendía que
su mentir a triunfase; debía sofocar su desesperación y la angustia que la
llevaban a querer suicidarse, y además tenía buenos motivos para sentirse
culpable por m e n t i r l e a los médicos que ella quería y ad miraba, y que,
lo sabía muy bien, sólo deseaban ayudarla.
Por todas estas razones y algunas más, habitualmente será mucho más
sencillo detectar ind icios conductuales de un engaño en un paciente
suicida o en una esposa adúltera que en un diplomático o en un agente
secreto. Pero no todo diplomáti• co, c r i mi n a l o agente de información es
un mentiroso perfecto. A veces cometen errores. Los análisis que he
realizado permi• ten estimar la p r obabilidad de descubrir los indicios
de un engaño o de ser descaminado por éste. Mi recomendación a quienes
están interesados en atrapar criminales o enemigos políticos no es que
prescindan de estos indicios conductuales sino que sean más cautelosos,
que tengan más conciencia de las oportunidades que existen pero también
de las limitaciones.
Ya hemos reunido algunas pruebas sobre estos indicios conductuales del
engaño, pero todavía no son definitivas. Si bien mis análisis de cómo y por qué
miente la gente, y de cuándo fallan las mentiras, se ajustan a los datos de los
experi-

20
mentos realizados sobre el mentir , así como a los episodios que nos
cuentan la historia y la l i t e r a t u r a , todavía no ha habido tiempo de
someter estas teorías a otros experimentos y argu• mentaciones críticas.
No obstante, he resuelto no esperar a tener todas estas respuestas para
escribir el presente libro, porque los que están tratando de atrapar a los
mentirosos no pueden esperar. Cuando es mucho lo que un error puede
poner en peligro, de hecho se intenta discernir esos indicios no verba• les.
En la selección de miembros de un j ur ado o en las entrevis• tas para
decidir a quién se dará un puesto i mp o r ta nt e, "exper• tos" no
familiarizados con todas las pruebas y ar gu mento s existentes ofrecen
sus servicios como descubridores de menti • ras. A ciertos funcionarios
policiales y detectives profesionales que uti liz a n el "detector de
mentir as" se les enseñan cuáles son esas claves conductuales del engaño.
Más o menos la mita d de la información utilizad a en los materiales de
estos cursos de capacitación, por lo que he podido ver, es errónea. Altos
em• pleados de la aduana siguen un curso especial para averiguar indicios
no verbales que les p er mi ta n capturar a los contraban• distas; me dijeron
que en estos cursos empleaban mis trabajos, pero mi reiterada insistencia
en ver tales materiales no tuvo otro resultado que la no menos reiterada
promesa "nos volvere• mos a poner en contacto con usted de inmediato".
Conocer lo que están haciendo los organismos de información del Estado
es imposible, pues su labor es secreta. Sé que están interesados en mis
trabajos, porque hace seis años el Dep artamento de Defensa me invitó
para que explicase cuáles eran, a mi juicio, las oportunidades y los riesgos
que se corrían en esta clase de averiguación. Más tarde oí rumores de que
la tarea de esa gente seguía su curso, y pude obtener los nombres de
algunos de los participantes. Las cartas que les envié no recibieron
respuesta, o bien ésta fue que no podían decirme nada. Me preocupan estos
"expertos" que no someten sus conocimientos al escrutinio público ni a
las capciosas críticas de la comunidad científica. En este libro pondré en
claro, ante ellos y ante las personas para quienes tr abaj an, qué pienso de
esas oportunida• des y de esos riesgos.

21
Mi finalidad al escribirlo no ha sido d ir igir me sólo a quienes se ven
envueltos en mentiras mortales. He llegado al convenci• miento de que
el examen de las motivaciones y circunstancias que llevan a la gente a
me n ti r o a decir la verdad puede contri• b ui r a la comprensión de muchas
relaciones humanas. Pocas de éstas no entrañan algún engaño, o al menos
la posibilidad de un engaño. Los padres les mienten a sus hijos con
respecto a la vida sexual para evitarles saber cosas que, en opinión de aqué•
llos, los chicos no están preparados para saber; y sus hijos, cuando llegan
a la adolescencia, les ocultan sus aventuras sexuales porque sus padres
no las comprenderían. Va n y vienen mentiras entre amigos (n i siquiera
su mejor amigo le contaría a usted ciertas cosas), entre profesores y
alumnos, entre médicos y pacientes, entre mar id o y mujer, entre testigos
y jueces, entre abogados y clientes, entre vendedores y compra• dores.
Me nt i r es una característica tan central de la vida que una mejor
comprensión de ella resulta pertinente para casi todos los asuntos
humanos. A algunos este aserto los hará estreme• cerse de indignación,
porque entiend en que la me n t i r a es siempre algo censurable. No
comparto esa opinión. Proclamar que nadie debe me nt ir nunca en una
relación sería caer en un simplismo exagerado; tampoco recomiendo que
se desenmasca• re n todas las mentiras. La periodista Ann Landers está
en lo cierto cuando dice, en su columna de consejos para los lectores, que
la verdad puede utilizarse como una cachiporra y causar con ella un
dolor cruel. También las me n t i r a s pueden ser crueles, pero no todas lo
son. Algunas —muchas menos de lo que sostienen los mentirosos— son
altr uistas. Hay relaciones sociales que se siguen d isfrutando gracias a
que preservan determinados mitos. Sin embargo, ningún mentiroso
debería dar por sentado que su víctima quiere ser engañada, y ningún
descubridor de mentiras debería arrogarse el derecho a poner al
descubierto toda mentir a. Existen mentiras inocuas y hasta
h u ma n i t a r i a s . Desenmascarar ciertas mentiras puede provocar
humillación a la víctima o a un tercero.
Pero todo esto merece ser considerado con más detalle y

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después de haber pasado revista a otras cuestiones. Para empezar, corresponde
definir qué es mentir, describir las dos formas básicas de mentira y establecer las
dos clases de indi • cios sobre el engaño.

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