Hablando de La Libertad
Hablando de La Libertad
Hablando de La Libertad
recorté mi flequillo
a escondidas en el baño de casa. El espejo me devolvía una sonrisa de malicia entreverada con picardía y emociones,
reflejando mi imagen rollinga, justo como yo lo quería.
Saludé a mami, guardé un pañuelo en mi morral junto con la tarjeta del cole y unos pesos que iba a necesitar. Me
puse mi remera con una estrella dibujada en la espalda, mis Topper de lona y salí al encuentro de un mundo donde
todo se llenaba de magia al menos por unas horas.
Los chicos me esperaban en el club y de ahí partimos juntos hacia la Terminal. Arriba del cole, en realidad, desde
antes, en la espera, se podía respirar ese ambiente de agitación, vino tinto y pucho barato. Arriba del cole, ahora sí,
ya era una fiesta. Cánticos que yo trataba de recordar, gente que en mi vida volvería a ver y ese olor tan particular
que solo una revolución podía generar.
Llegamos a la terminal de Santa Fe y caminamos hasta el club Unión. Repetimos las mismas cosas que antes, pero
ahora, ya con una sensación más linda y emocionante. Hicimos la fila para ingresar y después de mostrar la entrada
corrimos hacia el medio del estadio. El cansancio y las horas que pasaban se empezaban a sentir en las piernas, pero
la energía de todos los que estaban ahí te hacía levantar cada cierto tiempo, esperando el tan deseado momento.
Ahí estábamos todos en el medio del campo, de pie y apretados, cantando, sintiendo que al fin era la hora.
Se apagaron las luces y sentí en mi panza más mariposas que las que podría haber sentido jamás por algún amor.
Silencio. Suspenso. Silbidos. Vibración de pies a cabeza.
Cada costado del escenario se encendió con unos fuegos artificiales y la voz del Chizzo me llegó hasta la espalda
cuando a todo lo que daba cantaba “Pobreza en los estómagos / Más pobreza en la cabeza / No queda nada a salvo
de este gran error”. Me olvidé por completo de mi flequillo mal cortado y empecé a moverme con la música y las
demás personas que, aunque no quisieras, te obligaban a ponerte en el mejor estado físico jamás pensando. Perdí a
mis amigos en la primera canción, pero nada de eso importaba. Cualquiera que estuviera a mi lado era mi amigo, mi
hermano.
Debo confesar que era el segundo recital al que asistía en mi vida, al menos de ese palo, y de tremenda banda.
Llegó el momento del pogo. Ahí estaba yo, al borde de la famosa ronda que se abría sin pedirme permiso. Más
precisamente en el ojo del huracán. Ya era tarde para salirme. Me dejé llevar por los saltos, empujones y esa locura
tan linda que solo podés sentir cuando ya estás ahí. Entre todo el descontrol me caí, pero creo que antes de tocar el
piso ya tenía 5 que me estaban levantando. Fue increíble.
Agotada, me fui a buscar unos minutos de descanso cerca de una cabina de sonido e iluminación que estaba en el
medio del estadio. Me quedé ahí mirando el show. Disfrutando la calma que sentían mis piernas. Con cada destello
que resplandecía yo trataba de ubicar a alguno de mis amigos. Nada por aquí, nada… ¿por allá? Y ahí te vi. Brillando
como siempre entre todos, con tu sonrisa convertida en arte. Nos sorprendimos los dos al encontrarnos. ¿Ahí? ¿En el
medio de tanto caos, agitación y rock? Pudiendo encontrar a todos mis amigos y no habiendo visto ni uno solo en
toda la noche. Vos estabas ahí, descansando, igual que yo. Nos saludamos, claro, con total sorpresa. Hacia unos años
que nos habíamos visto por última vez. ¡Wow! Creo que mentí cuando dije antes lo de las mariposas, porque en ese
preciso momento yo sentía un volcán en mi estómago o una manada de elefantes danzando. La noche se iba
cerrando. El show llegaba a su fin. ¡No! ¡Yo no quería! Hubiera jurado no sentir cansancio alguno en ese instante, en
el que cada vez estábamos más cerca. Al fin Chizzo dijo: “ya que nadie se quiere ir a su casa, vamos a tocar un poco
más”.
Todo ese tiempo extra estaba a nuestro favor. Nos acercamos más y más, y nos dejamos llevar, entre el calor, la
euforia y la mística del rock, a cualquier camino que tenga corazón.