El Fantasma de Los Huevos - Mike Lightwood
El Fantasma de Los Huevos - Mike Lightwood
El Fantasma de Los Huevos - Mike Lightwood
de los huevos
MIKE LIGHTWOOD
© El fantasma de los huevos, Mike Lightwood, 2018
© de la portada, Ariadna Oliver, 2018
Sinceramente, no sé qué es esto que vas a leer. ¿Un experimento? ¿Una ida de olla? Un poco de
ambas cosas, tal vez.
Todo comenzó con un tweet en el que alguien se preguntaba algo parecido a esto:
«¿Por qué todos los fantasmas son del siglo XVII o por ahí? ¿Por qué no hay uno del 2007 que se
te aparezca con un It’s Britney, bitch?» En su momento me reí y me olvidé del tema, pero unas
horas después, el tweet volvió a mi cabeza: ¿y si escribía precisamente eso?
Y eso es justo lo que hice.
Claramente, este libro es una parodia, aunque a mi manera. Es una parodia de las
historias de terror que tanto me gustan. Una parodia de ese gran icono que es Britney Spears, pero
eso sí, siempre con el máximo respeto. Y, por supuesto, también una parodia de mí mismo: de ahí
que ya desde el título parodie mis propios libros.
Como decía, esta historia es un experimento, una ida de olla, pero anda que no me lo
he pasado bien escribiéndola. Ahora tan solo espero que te haga reír. Con eso, ya me habré dado
por satisfecho.
Playlist
En esta historia tiene mucha importancia la música, y más concretamente, la música de Britney
Spears. Obviamente. Es por eso por lo que aparecen fragmentos de numerosas canciones suyas,
aunque traducidas, y estoy seguro de que solo sus fans más acérrimos serán capaces de
reconocerlas todas. Pero como esto tiene más gracia conociendo las canciones y sus melodías
(que me he esforzado para que encajen con la música y todo, joder), a continuación tenéis todas
las canciones y los capítulos donde aparece cada una. Hasta puedes cantar las letras traducidas al
ritmo de la música, fíjate lo que te digo.
Capítulo 1
…Baby One More Time - Britney Spears
Capítulo 3
You Drive Me Crazy - Britney Spears
Capítulo 4
Oops…! I Did It Again - Britney Spears
Capítulo 5
I Will Be There - Britney Spears
Capítulo 6
Work Bitch - Britney Spears
Capítulo 7
Do You Wanna Come Over? - Britney Spears
Capítulo 8
Hold It Against Me - Britney Spears
Capítulo 9
Toxic - Britney Spears
Capítulo 10
My Prerrogative - Britney Spears
Capítulo 12
Inside Out - Britney Spears
Everytime - Britney Spears
Capítulo 14
Womanizer - Britney Spears
Capítulo 15
Till the World Ends - Britney Spears
Capítulo 1
Dame otra oportunidad
La primera vez que ocurrió no sabía si estaba soñando, fumado o colocado. Teniendo en cuenta
cómo había sido la fiesta de la noche anterior, cuya resaca todavía sentía, bien podía tratarse de
una combinación de las tres. Pero esa es otra historia que prefiero no contar por el momento. A
saber quién podría estar leyendo esto ahora mismo… incluso podrías ser tú. Y de todos modos,
tampoco es que recuerde gran cosa.
Me desperté de madrugada, sintiendo un frío demasiado intenso para ser solo
principios de octubre. El viento sopaba con fuerza, así que estiré el brazo a ciegas para cerrar del
todo la ventana, que siempre dejo abierta en cuando hace calor para permitir que se cuele la brisa
y refresque un poco la habitación.
En ese momento, escuché el susurro.
—Oh, cari, cari.
Agucé el oído, extrañado. ¿Había sido una voz o tan solo el viento, que seguía
soplando con fuerza en el exterior? Las palabras parecían haber sonado con claridad, pero tal vez
fuera solo mi imaginación. Después de todo, todavía estaba medio dormido. ¿Tal vez me habría
dejado una rendija de la ventana abierta? Aquella opción parecía la más probable, así que me
estiré una vez más para comprobarlo, pero la ventana seguía cerrada a cal y canto.
Y entonces volví a oírlo.
—Oh, cari, cari.
Fue entonces cuando me di cuenta de que mi suposición inicial era cierta: aquello que
oía no era el viento, sino una voz que había repetido las mismas palabras que antes, por extrañas
que fueran. Una voz que estaba… ¿cantando? Sí, sin duda cantaba, y la melodía me resultaba un
tanto familiar, aunque no era capaz de situarla del todo.
Me quedé tumbado en la cama, boca arriba y con los ojos cerrados, tratando de
concentrarme por si volvía oír la voz para intentar situarla. Tal vez mis padres se habían dejado la
televisión encendida al irse a la cama, o mi hermano había vuelto a su costumbre de poner la
música a las tres de la mañana porque él es así de gilipollas..
Unos segundos después, la voz sonó una vez más.
—Oh, cari, cari… Nunca debí dejarte ir.
Fue entonces cuando me di cuenta con una punzada de pánico de que la voz no sonaba
en el exterior de mi ventana, ni siquiera en algún otro lugar de la casa al otro lado de la puerta: en
realidad, sonaba en el interior de mi propia habitación.
Traté de calmarme, de pensar en alguna explicación lógica que tuviera un mínimo de
coherencia.. ¿Me habría dejado el ordenador encendido sin darme cuenta? A causa de la resaca,
tenía el día tan borroso que no era capaz de recordarlo. A lo mejor se había apagado la pantalla y
se había quedado la música puesta. ¿O tal vez lo que se me había quedado encendido era el iPod,
y lo que oía sonaba a través de los auriculares? También podría tratarse de una de las putas
bromas de mi hermano, en cuyo caso me lo iba a cargar pero bien.
Temblando de nervios, tragué de saliva y traté de armarme de valor. A continuación,
me obligué a abrir los ojos y me giré en la cama para mirar el resto de la habitación, que apenas
resultaba visible a causa de la penumbra.
Fue entonces cuando vi la figura, una especie de sombra cuya oscuridad parecía de
alguna manera algo más densa que la del resto de la habitación.
—¡Me cago en la puta!
Aterrorizado, me cubrí por completo con la sábana y la colcha, mientras el corazón no
dejaba de retumbarme con fuerza contra el pecho. Nunca he sido religioso, pero en ese momento
recé para que se marchara, para que solo fuera una pesadilla, para que ya no estuviera ahí cuando
me quitara la sábana de encima.
Y entonces la voz volvió a cantar.
—Y ahora ya no te veo, no.
Se oía cada vez más cerca, y había algo en ella que parecía no pertenecer a este
mundo, algo… ¿sobrenatural?
«Deja de hacer el gilipollas», pensé. «Si es un asesino, te va a matar igualmente
aunque estés tapado en la cama.»
—Dime lo que quieres que haga…
Joder, es que era cierto. ¿De qué coño me iban a servir una sábana y una colcha barata
del Primark si aquella persona tenía un cuchillo o una pistola? Si al menos fuera del Corte Inglés,
todavía, pero es que ni siquiera llegaba a la categoría del Ikea. Claro que tampoco estaba seguro
de que aquella sombra fuera realmente de una persona; desde luego no era esa la impresión que
me había dado. ¿Qué era ese ser que había entrado en mi habitación para atormentarme? Tenía la
cabeza demasiado embotada por las consecuencias de la fiesta como para averiguarlo, así que
decidí pasar a la acción.
En ese instante, la voz sonó una vez más.
—Dime, cari, porque quiero saberlo ya…
Tenía el corazón cada vez más desbocado, pero a pesar de ello traté de mantener la
compostura. Tenía que obligarme a controlar la situación; no podía permitirme perder el control si
un asesino que cantaba canciones de Britney Sperars estaba a punto de matarme. Porque sí, ya
había reconocido la melodía: se trataba de una canción de Britney Spears. Y, aunque no sabía que
existiera ninguna versión en español, por alguna razón me la estaba cantando traducida.
Llegó el momento del gran estribillo.
—Mi soledad me va a matar (y yo) —Me di cuenta de que se hacía hasta los coros—.
Confesaré que tengo fe (que tengo fe).
Pero no tenía tiempo para preocuparme por esas cosas. Siempre duermo con el móvil
en la cama, porque si no no hay quien escuche la alarma, así que lo busqué a tientas junto a la
almohada, todavía con la respiración entrecortada y la frente cada vez más sudorosa. Por suerte no
tardé en encontrarlo, y tuve todavía más suerte porque había dejado el brillo al mínimo. De ese
modo, aquel ser no sería capaz de ver el brillo de la pantalla a través de la sábana. Decidí contar
mentalmente hasta tres para prepararme.
—Si no estoy contigo estaré fatal.
Uno…
—Dime algo ya.
Dos…
—Dame otra oportunidad.
Y a la de tres, me quité la sábana de encima con un movimiento rápido y fluido de una
mano y me incorporé en la cama hasta quedar sentado en ella.
—¡Dime quién coño eres, hijo de puta! —grité con todas mis fuerzas.
Apenas un instante después activé la linterna del móvil, aunque con el brillo al
mínimo, y la dirigí hacia el lugar de donde parecía venir la voz. Al principio la luz parecía tan
intensa en contraste con la oscuridad previa que no lograba ver nada mientras pestañeaba con
fuerza, pero tras unos segundos mis ojos lograron acostumbrarse un poco y conseguí distinguir lo
que tenía delante de mis narices.
Lo que vi en ese momento no sería capaz de olvidarlo por muchos años que pasaran.
Se trataba de un rostro, pero no de uno cualquiera: esa cara no era humana, no podía
ser humana. Su color era de un blanco intenso, tan intenso que resplandecía, aunque sin ese efecto
purpurina en plan Crepúsculo. Pero en realidad eso no fue lo que me aterrorizó, sino sus
facciones: la piel de aquel ser parecía casi transparente, hundida hasta quedar pegada al cráneo
como si se tratara de un cadáver en descomposición. Las cuencas de los ojos estaban vacías,
completamente vacías, y había una oscuridad en su interior tan profunda que parecía tragarse todo
el resplandor de mi móvil que había a su alrededor.
Si tuviera que elegir el momento más terrorífico de mi vida, sin duda sería ese.
—¿Qué…? ¿Qué eres…? —logré preguntar, al tiempo que notaba un calor húmedo y
desagradable entre las piernas.
Pero antes de que la aparición pudiera contestar ni de que yo me diera cuenta de que
me estaba meando encima sin poder controlarlo siquiera, la puerta de mi habitación se abrió de
golpe. Y en cuanto mis padres encendieron la luz, la aparición se desvaneció al instante, como si
nunca hubiera existido.
Ojalá hubiera sido así.
Capítulo 2
Problemas con las drogas
El día siguiente fue muy parecido al anterior. En realidad, apenas era capaz de recordar momentos
concretos. Todo transcurrió como envuelto en una nebulosa, una nebulosa estresante y surrealista.
No entendía lo que estaba pasando, no entendía por qué estaba pasando, y desde luego no entendía
por qué me estaba pasando a mí.
Y sí, otro día más me resultaba difícil de creer que aquello fuera real estando a plena
luz del día, pero en realidad tampoco es que tuviera forma de negar lo que había sucedido: seguía
completamente seguro de que estaba cien por cien despierto durante las apariciones nocturnas del
fantasma. En cualquier caso, para cuando me quise dar cuenta, ya había llegado la hora de irme a
dormir una noche más.
Pero durante el día había tomado una decisión.
Si aquel ser, aquel espectro, fantasma o lo que fuera, se me había aparecido ya dos
noches seguidas, estaba claro que podía volver a pasar en más ocasiones. Tal vez fuera algo
recurrente, tal vez siguiera ocurriendo todas las noches, así que tan solo tenía dos opciones: o bien
me acostumbraba a la situación y me resignaba a ella, o bien buscaba la forma de detenerla. Si es
que eso era posible siquiera, claro.
Por el momento, si volvía ocurrir iba a intentar lo segundo, porque desde luego no iba
a resignarme sin haber intentado lo otro primero. Tampoco quería hacerme ilusiones porque nunca
me había enfrentado a algo así, pero quién sabía si a lo mejor el fantasma se marchaba si se lo
pedía, incluso aunque tal vez tuviera que exigírselo. Otra cosa que tenía claro era que no pensaba
dejarme amedrentar, y desde luego no tenía la menor intención de gritar otra vez más: mis padres
tenían que quedar totalmente al margen de todo aquello desde ese mismo momento.
En lugar de irme a dormir a mi hora habitual, me quedé con el ordenador hasta tarde,
aprovechando que al día siguiente no entraba en clase hasta mediodía. Me había dado cuenta de
que la criatura se me había aparecido un poco antes el día anterior, así que si la cosa continuaba
así, prefería no molestarme siquiera en tratar de dormir, sino aguantar despierto todo lo que
pudiera para ver si llegaba… o, con suerte, para ver si no lo hacía.
Solo me metí en la cama cuando ya me quedé sin amigos despiertos con los que
hablar, sin vídeos atrasados que ver en YouTube, sin mensajes que leer en los foros que solía
visitar, y cuando ya no aparecía ningún tuit nuevo en la pantalla por mucho que refrescara la
página principal cada dos minutos.
Por supuesto, ni intenté dormir ni hubiera podido hacerlo aunque lo intentara. Los
minutos pasaban lentamente uno tras otro, aunque me obligué a no controlar la hora en el móvil
para no agobiarme. Con un poco de suerte, acabaría quedándome dormido y me despertaría al día
siguiente cuando me sonara la alarma, sin fantasmas ni apariciones. No quería tener muchas
esperanzas, pero cuanto más tiempo pasaba, más difícil me resultaba.
Y es que según pasaban los minutos, cada vez estaba más convencido de que esa
noche no iba a tener ninguna visita, de que todo se había acabado por fin. Tal vez el fantasma, si es
que eso era lo que era, se hubiera cansado ya, o tal vez se hubiera ido al más allá o dondequiera
que tuviera que ir. Puede que simplemente se hubiera buscado otra persona a la que atormentar, o
tal vez incluso a un fan de Britney Spears que le siguiera el juego.
Pero entonces, cuando ya estaba comenzando a quedarme dormido al fin, volví a
escuchar esa brisa que ya comenzaba a resultarme tan familiar, y apenas unos segundos después
fue cuando oí otra vez su voz.
—Sí, sí…
—Otra vez no —gimoteé contra la almohada. Una parte de mí había acabado
haciéndose ilusiones, y lo malo de hacerse ilusiones es que llega un momento en que se rompen..
—Sí, sí; sí, sí; sí, sí.
No, no; no, no; no, no. No podía ser que hubiera venido tres noches seguidas, pero así
era. El fantasma de los huevos había vuelto una vez más.
—Sí, sí; sí, sí; sí, sí.
No, no; no, no; no, no.
—Creo que lo hice otra vez…
Lo único que quería era ponerme a llorar, suplicarle que se fuera, pero había tomado
una decisión y tenía que ser fuerte. No estaba dispuesto a dejarme asustar esta vez y menos por un
fantasma que me cantaba canciones de Britney Spears. Además, ¿por qué las cantaba traducidas al
español? Ni que yo fuera a publicar mis movidas en Amazon y corriera el riesgo de meterme en
problemas legales si las dejaba en inglés.
—Te hice creer…
—No estoy para gilipolleces —dije con voz firme, y después volví a darme la vuelta
—. Si quieres cantar, canta, pero a mí me dejas dormir. Y si no, te largas.
—Que me pones a cien…
Me cubrí la cabeza con la almohada, decidido a amortiguar el sonido hasta que se
hartara. Después de todo, la noche anterior no había tratado de hacerme daño, así que no había
razones para pensar que tuviera intenciones de hacerlo. Me pareció oír que seguía cantando, así
que me apreté la almohada con más fuerza contra las orejas. Unos segundos después me dio la
impresión de que la temperatura de la habitación estaba subiendo, y lo cierto es que ya no me
parecía oír la voz… ¿se habría marchado de una vez por todas?
Pero entonces, la almohada salió volando y oí su voz junto a mi oído.
—¡Ups…! Lo he vuelto a hacer, aquí estoy otra vez —canturreaba al ritmo de la
canción—, y te vas a joder…
—¡Joder! —grité sobresaltado, sin poder evitarlo.
Mierda. Tenía que intentar controlarme: si mis padres volvían a oírme gritar otra
noche porque había un fantasma en la habitación, o porque creía que lo había, se iban a pensar que
había perdido la cabeza. Claro que, teniendo en cuenta las circunstancias, tal vez era justamente
eso lo que estaba pasando. Todo era demasiado real, pero a pesar de ello… ¿cómo podía serlo?
Armándome de valor, me obligué a girar la cabeza para mirar al fantasma o lo que
coño fuera. Se encontraba cerca de la cama, a apenas un metro de mi cama. Tenía el mismo
aspecto que siempre que estaban las luces apagadas, una sombra que daba la sensación de ser más
densa que el resto de la oscuridad, y al mismo tiempo extrañamente translúcida. Si no fuera
porque tapaba parcialmente el escritorio que podía ver en la pared contraria aún a pesar de la
penumbra, tal vez pensaría que tan solo se trataba de una ilusión.
Entonces volvió a cantar, claro.
—Oh, cari…
—¿Me vas a decir qué haces aquí?
—Sé que parece amor
—Eso sí que no, te lo prometo.
—Pero no es porque vaya en serio.
Aquel jueguecito ya estaba empezando a hartarme. Y encima todo rimaba fatal, y eso
las pocas veces que había alguna rima.
—¿Es que solo sabes comunicarte con canciones o qué?
—¿Es que no puedes ver que estoy atontá?
—Lo que estás es pesá, más bien.
—¡Ups…! Lo he vuelto a hacer…
Pongo los ojos en blanco, harto de que no deje de ignorarme.
—Vale, hacemos una cosa. Si me hablas normal y me cuentas que quieres, yo no haré
nada —le propongo, tratando de aparentar más seguridad de la que realmente siento—. Pero como
sigas cantando, voy a gritar, llamar a mis padres y enfocarte con la linterna como tanto odias. ¿Eso
es lo que quieres?
Transcurrieron unos instantes de silencio, rotos solo por ese extraño sonido ventoso y
el de mi propia respiración acelerada.
Hasta que volvió a hablar.
O, más bien… a cantar. Sí, otra vez.
—Lloro viendo los días pasar…
—Voy a gritar.
—Pero perder la cabeza…
—Tengo el móvil en la mano —le advertí, dirigiéndolo hacia la sombra—. Como
sigas, linternazo que te llevas.
—Es algo tan típico de mí.
Siempre cumplo mis promesas, y eso es lo que hice. Encendí la linterna, y sin perder
ni un segundo la dirigí directamente hacia el lugar donde oía la voz. Una vez más vi ese rostro de
pesadilla, esa piel pegada al cráneo y esas cuencas vacías. El fantasma chilló, un chillido que no
parecía ser de este mundo, pero lejos de amedrentarme, lo que hice fue aumentar todavía más la
potencia de la luz, hasta subirla al máximo.
Y, tal como había ocurrido las noches anteriores cuando mis padres encendían la luz,
el fantasma desapareció.
Solo entonces me di cuenta del latido frenético y descontrolado de mi corazón, de mi
respiración acelerada que no era capaz de calmar. Pero tenía que tranquilizarme, tenía que
controlarme. Lo había conseguido, ¿no? Había vencido al fantasma, había conseguido que se
marchara, y además lo había hecho yo solo.
Respiré hondo unas cuantas veces y, poco a poco, noté que estaba comenzando a
relajarme ligeramente. Aunque con lentitud, mi respiración se fue calmando, y también los latidos
acelerados de mi corazón, que acabaron regresando a la normalidad en cuestión de unos pocos
minutos.
Miré a mi alrededor con una sonrisa, casi sin poder creérmelo. ¡Lo había conseguido!
Había tomado una decisión, me había aferrado a ella, y había logrado vencer al fantasma. Una
parte de mí quería gritar de alegría, de pura felicidad, pero sabía que si lo hacía acabaría
despertando a mis padres por tercera noche consecutiva, cosa que no estaba dispuesto a hacer. Así
pues, me limité a lanzar el puño al aire, y justo en ese momento me invadió de golpe la oleada de
sueño que había estado tratando de esquivar hasta entonces.
Me desplomé sobre la cama, cerré los ojos, y ni siquiera tuve tiempo de pensar en lo
que acababa de suceder cuando ya me había quedado dormido.
Capítulo 5
Allí estaré
El día siguiente fue distinto a los anteriores: me sentía feliz. Y esa felicidad me acompañó a lo
largo de todo el día, como una especie de amuleto que me protegiera contra todo mal.
O tal vez tan solo estaba pensando gilipolleces, que también es una posibilidad muy a
tener en cuenta.
En cualquier caso, al menos pasé un buen día, que ya es decir algo. Y sí, también me
sentía feliz cuando fui a dormir; me sentía positivo. Esa noche no iba a volver el fantasma, de eso
estaba seguro. Sin preocupaciones ni miedo de ningún tipo, me metí en la cama totalmente
relajado, seguro de que por fin iba a poder pasar una noche tranquilo.
Hasta que el fantasma de los huevos me despertó cantándome al oído.
—Si necesitas a alguien…
—Otra vez no…
—Tan solo date la vuelta y allí estaré…
Me di la vuelta y, efectivamente, allí estaba.
—¿Es que no tuviste suficiente con lo de ayer? ¿Voy a tener que recurrir otra vez al
linternazo o qué?
—Si te sientes mal…
—Lo único que me hace sentir mal es que seas tan pesado.
—Cariño, dímelo y allí estaré…
Solté un suspiro de resignación.
—¿No podríamos mantener una conversación normal, sin cantar?
Se quedó inmóvil durante unos segundos, y después volvió a la melodía de su primer
single, ese con el que había iniciado aquella pesadilla tan surrealista.
—Dime lo que quieres que haga…
—Te lo acabo de decir.
—Dime, cari, porque quiero saberlo ya…
—Quiero hablar contigo.
Nuevamente, permaneció inmóvil y en silencio durante unos instantes. Y parecía que
no se le ocurría ninguna canción con la que contestarme, porque…
—Vale —dijo mientras asentía con la cabeza, o al menos eso es lo que me pareció,
por fin con tono normal.
Casi no me lo creía.
—Sé lo que eres.
—Dilo —me instó—. En voz alta. Dilo.
—Un fantasma.
—¿Tienes miedo?
—Tendría miedo si no fueras pesado de la hostia. —No respondió, pero casi juraría
que había fruncido el ceño. Solo que en realidad no tenía ningún ceño que fruncir, claro—. Pero si
vas a darme la lata, al menos tengo derecho a hacerte unas cuantas preguntas.
—Vale —respondió otra vez, para mi sorpresa.
—Tan solo quiero saber por qué está pasando todo esto. ¿De verdad vas a responder a
mis preguntas? —La sombra se confundía con la oscuridad de la habitación, pero pude ver que
asentía con la cabeza una vez más si es que eso era una cabeza—. ¿Por qué vienes todas las
noches?
—No lo sé —respondió de inmediato.
—¿No lo sabes o no quieres decírmelo?
—No lo sé —repitió con firmeza.
Decidí no insistir. Después de todo, no quería que se hartara y volviera a darme la lata
con las cancioncitas.
—Vale; siguiente pregunta. ¿Cómo te llamas?
—No lo recuerdo.
Reprimí otro suspiro de resignación. Estaba claro que aquello iba a ser más difícil de
lo que pensaba, bastante más difícil, por mucho que hubiera aceptado responder a lo que tuviera
que preguntarle. Pero de algo tendría que acordarse, ¿no? Al menos algún detalle, por
insignificante que fuera. Si se acordaba de las canciones de Britney, era imposible que se hubiera
olvidado por completo de todo lo demás.
—Entonces… ¿no recuerdas detalles de tu vida? —pregunté a continuación—. De
cuando vivías y eso, digo.
Unos instantes de silencio.
—No.
—¿Tus padres? ¿Tus amigos?
—Nada.
—¿Ni siquiera recuerdas tu género?
—¿Mi género?
—Sí, ya sabes… —¿Cómo le explicaba a un espectro lo que era el género? Si no
recordaba su vida, seguro que eso tampoco—. ¿No recuerdas qué es lo que tenías entre las piernas
cuando vivías?
—Estoy muerto. O muerta, yo qué sé. ¿De verdad te crees que importa lo que tuviera
entre las piernas?
Desde luego, no le faltaba razón. En realidad nunca me había visto en esa situación,
claro, pero suponía que si estabas muerto tu género es lo último que te importa, ¿no? Y más
irrelevante todavía tenía que ser lo que tuvieras entre las piernas en vida cuando no eras más que
una sombra que ni siquiera tenía una forma definida.
—¿Prefieres que te trate de algún modo concreto?
Nuevamente, se quedó pensativo. Estaba claro que no estaba acostumbrado a tanta
pregunta, y era evidente que nunca se había planteado lo que le decía.
—Como quieras, la verdad. No tengo preferencia.
A pesar de ello, decidí que lo mejor sería hablarle de la forma más neutra posible,
más que nada para no ofenderle. Bastante jodido tiene que ser haber muerto como para que encima
te traten con un género con el que no te identificas.
Y también decidí pasar a preguntas menos complicadas.
—Bueno, está claro que eras fan de Britney Spears, y desde luego te sabes las letras y
todo. ¿Solo recuerdas eso?
Esa vez no se lo tuvo que pensar siquiera: estaba claro que su fanatismo por Britney
impregnaba por completo todo su ser.
—Sí.
—Vale, pues a ver… —le dije mientras una idea tomaba forma dentro de mi cabeza—.
Vamos a tratar de averiguar una cosa. ¿Qué recuerdas de su último disco? Lo primero que se te
pase por la cabeza, no hace falta ni que te lo pienses.
—Que la tía es tan vaga que ni siquiera se hizo una sesión de fotos para la portada,
sino que utilizaron una captura cutre del videoclip.
Eso tan solo nos dejaba con una única opción.
—Vale, ya sé a cuál te refieres.
No digo el título por si acaso la Brenty me denuncia, pero recuerdo que la primera vez
que lo escuché estaba en la gloria.
—Y encima la imagen está llena de grano —añade el espectro, claramente molesto—.
¿Se puede ser más cutre?
Al menos, por sus palabras estaba claro que su muerte había sido relativamente
reciente. Y aunque a decir verdad ni siquiera sabía en qué me ayudaba exactamente saber esa
información, al menos era un dato más que tenía sobre mi visitante. Tal vez eso me permitiera
averiguar más datos sobre su muerte, sobre su vida anterior y su procedencia. Después de todo, si
seguía en este mundo tenía que ser porque tenía alguna clase de asunto pendiente. Al menos, eso
era lo que siempre decían en las películas y series sobre fantasmas que solía ver antes de tener a
uno de verdad que no dejaba de darme la lata.
—¿No recuerdas cómo moriste?
—No. Última pregunta.
Era evidente que aquello le había molestado, al menos un poco. Sabía que tenía que
elegir mis siguientes palabras con el máximo cuidado posible, pero también que lo más probable
era que no fuera a obtener ninguna respuesta, así que… ¿por qué esforzarme? Al final, opté por
decir lo primero que se me pasó por la cabeza.
—¿Por qué no me dejas en paz? —pregunté, harto de la situación a pesar de que
hubiéramos empezado a llevarnos bien.
El fantasma se me quedó mirando, y permaneció en silencio más rato que nunca. Por
un momento me pareció que dejaba de ver su sombra, como si se hubiera marchado, pero a pesar
de ello podía sentir sus invisibles ojos espectrales clavados en mí en todo momento. Entonces
cambió de postura y me di cuenta de que en realidad no se había movido en absoluto.
—Porque no puedo —contestó al fin, con tristeza.
Y entonces, desapareció.
Capítulo 6
A trabajar, zorra
Las dos siguientes noches también tuve que quedarme hasta tarde para terminar mi trabajo, y la
aparición no se presentó.
O tal vez sí que lo hiciera, pero al ver que estaba trabajando se marchaba sin hacer
ruido, no lo sé. Por alguna razón, me gustaba pensar que se trataba de eso.
De todos modos, no quería hacerme ilusiones de que hubiera desaparecido o se
hubiera marchado a molestar a otra persona: una parte de mí sabía que solo se había ido para
dejarme terminar mi trabajo en paz. Además, después de la última conversación, mi opinión hacia
ese ser había empezado a cambiar, aunque ni yo mismo me hubiera dado cuenta del todo, o al
menos a un nivel consciente.
El caso es que el lunes por la noche, cuando por fin iba a poder tener tiempo para mí
solo, decidí que lo mejor era… pues precisamente eso, dedicarme tiempo a mí solo. Tiempo
privado, claro.
Después de cenar, en lugar de quedarme leyendo o perdiendo el tiempo por Internet, lo
que hice fue llevarme el portátil a la cama y ponerme cómodo, tal como llevaba demasiado tiempo
sin hacer. De hecho, ahora que me daba cuento, no lo hacía desde antes de que comenzara a
aparecérseme el fantasma. Había apagado las luces; así no se colaría el resplandor por la rendija
de la puerta y no correría peligro de que mis padres fueran a entrar al darse cuenta de que todavía
estaba despierto.
No voy a decir qué es lo que tecleé en el buscador porque uno todavía tiene algo de
vergüenza, aunque sea poca, por mucho que se mee en la cama por ver a un ser sobrenatural que le
canta canciones de Britney Spears. Después de todo, a saber quién va a estar luego leyendo todas
mis intimidades.
Apenas unos minutos después, noté una presencia en la habitación. Y ahí estaba otra
vez la sombra, a solo un par de metros de mi cama.
Mirándome.
—¡Joder! —grité de la forma menos ruidosa posible, subiendo la sábana para taparme
de forma muy poco efectiva—. ¿Qué coño haces aquí?
—Llevaba unos días sin venir a verte.
—Podías llamar o algo antes, digo yo.
Por supuesto, me ignoró, tal como hacía siempre que no le interesaba lo que le decía.
Al menos no estaba cantando, lo cual ya era un avance.
—¿Qué estabas haciendo?
—Acroyoga, que me encanta. ¿Tú qué coño crees?
—¿Estabas haciendo cochinadas?
—Si lo has visto es porque es, ¿no?
—Deja que te frote la espalda, tú pones las limitaciones…
—Ya empezamos.
—Cariño, si tú quieres puedes soltar frustraciones…
—Lo haría si me dejaras —le recuerdo.
—Porque nadie debería estar solo si no quiere…
—Yo quiero estar solo, eso te lo aseguro.
Pensaba que iba a seguir cantando, pero no lo hizo.
—¿Quieres que te deje solo?
—Sí —contesté sin dudarlo.
—Vale.
Al instante, despareció una vez más. Y a pesar de que me sorprendía que hubiera sido
tan fácil, y aunque una parte de mí sabía que su disposición a marcharse significaba algo que
todavía no comprendía, al fin y al cabo me había cortado el rollo, de modo que su marcha era
totalmente bienvenida.
Capítulo 8
¿Me lo echarías en cara?
El fantasma se pasó las tres noches siguientes sin presentarse, claramente a causa de mi mala
contestación de la última vez.
Y, aunque agradecía el respiro y las noches de tranquilidad, en realidad estas no lo
fueron tanto como esperaba: una parte de mí no podía evitar sentirse culpable. Tal vez tendría que
haber tenido más tacto; tal vez debería haberme preocupado más por sus sentimientos y no haber
sido tan brusco tras su confesión. Después de todo, tiene que ser jodido enamorarte de alguien
vivo después de haber muerto, y si no que se lo digan al ochenta por ciento de la literatura juvenil
que se publicó después de Crepúsculo. Y de eso sé un poquito, que tuve un blog literario allá por
el 2010 y he leído hasta Isola.
Aunque Anne Rice llegó mucho antes que todo eso, que conste.
De todos modos, al final siempre acababa llegando a la misma conclusión: ¿por qué
me comía tanto la cabeza por el tema? Tal vez debería preocuparme solo por mí y dejar que se
fuera a tomar por culo.
El caso es que, a la cuarta noche, volvió a aparecer una vez más. Y esta vez parecía
que no pensaba andarse con chiquitas.
—Cari, ¿no lo ves? Te estoy llamando.
—De verdad que no hace falta.
—Un tío así debe advertirlo. Creo que me estoy enamorando.
—No puedo escapar —contraataqué, que esa canción me la sabía hasta para
traducirla sobre la marcha.
—Ni yo esperar. Me quiero chutar, dámelo ya.
—Es peligroso.
—Pero me encanta —respondió.
Y después, me tocaba a mí iniciar el preestribillo de ese dueto improvisado.
—Estás fatal, déjalo ya…
—La olla se me va, no para de girar…
—¿Y si me dejas ya?
Y ya llegaba lo fuerte. Casi me daba pena no tener música para acompañar el
momento, porque la verdad es que era un temazo.
—Si probara tus labios podría volar —cantó con fuerza.
—Eres veneno y me sientas fatal.
Vale, en realidad nos estábamos inventando un poco la letra según la íbamos
traduciendo, pero así al menos conseguíamos que rimara un poco y tal. Además, tampoco hace
falta ser tan literal para todo, y menos si estamos hablando de canciones de Britney Spears, que ya
de por sí no es que tengan mucho sentido en inglés pero no por ello son menos magníficas. La
cuestión es que a veces la literalidad es irrelevante. A veces es necesario sacrificar la literalidad
en nombre de la fantasía.
—Si probara tu droga sería celestial… Soy adicto a ti…
—¿…no ves que eres veneno?
—Me encantas todo tú…
—¿…no ves que eres veneno?
Cuando quise darme cuenta, me había puesto en pie y estaba improvisando una
coreografía digna de las fiestas de fin de curso de principios de los 2000 en mitad de mi
habitación. Y cuando pensaba que íbamos a dejar ya el numerito de Glee improvisado, el fantasma
continuó apenas un par de segundos después con la siguiente estrofa.
—Es tarde ya para dejarte ir. Voy a ingerir mi copa infernal. Poco a poco ya me va
dominar.
—Estás fatal, déjalo ya… —seguí cantando, aunque esta vez más harto que antes.
Después de todo, la bromita perdía la gracia después del primer estribillo.
—La olla se me va, no para de girar…
—¿Y si me dejas ya?
Directo y al grano.
—Si probara tus labios podría volar.
—Eres veneno y me sientas fatal.
—Si probara tu droga sería celestial… —Estaba claro que el fantasma no era capaz
de pillar las indirectas—. Soy adicto a ti…
—¿…no ves que eres veneno?
—Me encantas todo tú…
—¿…no ves que eres veneno? ¡¿No ves que eres veneno?!
Mis últimas palabras ya no las canté, sino que prácticamente se las grité a la cara, sin
anestesia ni miramientos. Y se ve que debió de afectarle, porque en lugar de seguir cantando, se
quedó en silencio y en una especie de estado estático durante unos segundos. No podía distinguir
ninguna facción en su rostro hecho de sombras, pero algo me decía que si lo iluminaba con la
linterna lo que vería no me inspiraría miedo, sino más bien lástima.
—Oye, que tampoco hace falta pasarse.
Claramente, había tristeza en su voz.
—Te recuerdo que la canción la elegiste tú —contesté, tratando de ser amable—. Me
lo has puesto a huevo.
Al menos no le dije que también me había puesto hasta los huevos.
—Bueno, pero nadie te dijo que hicieras un dueto conmigo. —Muy cierto—. Ni que
fuera esto El fantasma de la Ópera.
—El fantasma de los huevos, más bien. Si algún día escribo mis memorias y las
publico en Amazon, le pondré ese título.
Mierda. Me había pasado, pero no podía controlarme.
—No tiene gracia.
—Fantaaaaaasma de los huevos aquí estás —canté siguiendo la melodía del musical
—. Tocándolos.
Y, tal como esperaba, desapareció con pinta de haberse ofendido más que nunca.
Capítulo 10
Mi prerrogativa
¿Sabes esos días de mierda donde solo tienes ganas de escuchar a Lady Gaga durante varias horas
seguidas? Doy por hecho que sí, porque imagino que es algo que tiene que pasarle a cualquier ser
humano que se precie del planeta.
Pues el martes fue uno de esos días. Llevaba ya cinco noches sin fantasmadas, cinco
noches seguidas. Había podido recuperar horas de sueño perdidas, e incluso había podido
dedicarme tiempo en privado a mí mismo. Y aunque siempre que ocurría algo así trataba de no
hacerme ilusiones, habían pasado ya tantos días que realmente estaba comenzando a pensar que
me había librado de las visitas nocturnas.
Pero la noche anterior el fantasma había hecho su comeback con más fuerza que
Britney con Blackout, empeñándose en que le acompañara haciendo la parte de Madonna en la
canción que cantaban juntas. Reconozco que me lo pasé hasta bien, a pesar de todo, y aunque al
principio me costó, también tenía que reconocer que una parte de mí había echado de menos sus
apariciones. Incluso comencé a preguntarme si no me habría empezado a enamorar yo también,
hasta que me di cuenta de que no estaba pensando más que gilipolleces.
Estuvimos más de media hora intentando que saliera algo medianamente cantable en
español, pero al ver que era imposible dada la complejidad de la letra original, lo acabamos
haciendo en un inglés más bien castizo, no te voy a echar mentiras. Pero como me da miedo
reproducir la letra original por si acaso me crujen con el copyright, creo que lo mejor será
saltarme ese capítulo y pasar al siguiente. Que es este, claro.
El caso es que el martes, tras levantarme tarde por tener a un puto fantasma dando por
culo con Britney y Madonna la noche anterior, hacer el peor examen de toda mi vida (y eso es
decir mucho) y para colmo tener que conformarme con un sándwich mixto de la cafetería para
comer porque con las prisas no había cogido más dinero, me quedaban todavía otras dos horas de
clase, más cerca de una hora de trayecto antes de llegar a casa. Para colmo, tampoco me había
acordado de llevarme los auriculares, así que no pude ponerme música para el camino. Al llegar
ya estaba oscureciendo, y lo único que me apetecía era tirarme a la cama y pasarme tres horas
seguidas escuchando a Lady Gaga. No tenía más opción: era eso o ponerme a gritar como Chris
Crocker, y eso seguramente equivaldría a una invocación automática del fantasma.
Primero hice una visita rápida a la cocina, a pesar de que no faltaba mucho para la
cena. Después de darme un atracón rápido antes de tiempo, me cambié de ropa, enchufé el móvil
al cargador y me tumbé en la cama con los auriculares puestos. Tal vez me diera tiempo a echarme
una siesta antes de la cena, así que cerré los ojos a ver si entre eso, el cansancio y la música me
entraba el sueño y podía descansar un poco, que buena falta me hacía.
Parecía que lo iba a conseguir, y para cuando terminó Bad Romance, ya empezaba a
notar que el sueño era inminente. Y entonces, mientras Gaga le cantaba a un tal Alejandro que
quería tema, el móvil se apagó. No podía ser cosa de la batería porque lo estaba cargando
mientras escuchaba música, así que volví a encenderlo. Tras unos segundos comprobé que me
quedaba todavía más de un veinte por ciento de carga, que además seguía subiendo. Por lo tanto,
puse la música una vez más, suponiendo que debía de ser un fallo puntual del móvil.
Pasaron los minutos y también las canciones, aunque el sueño ya había desaparecido.
Tampoco pasaba nada: al menos, podía descansar tranquilo y disfrutar de la música. Pero un rato
después, cuando la Gaga se peleaba con Beyoncé porque estaba ya hasta el coño de que la llamara
a todas horas, volvió a ocurrir.
Y entonces oí la voz.
—Me llaman loca…
—No puede ser —dije en voz alta mientras encendía otra vez el móvil—. No tengo
ganas de aguantarte ahora.
—Y a mí me da igual…
Suelto un suspiro, harto de sus cancioncitas.
—Es mi prerrogativa.
—Pues eso de tu prerrogativa queda fatal en español.
—Me llaman mala, pero me la suda.
Opté por no contestar e ignorar al fantasma de los huevos, así que me di la vuelta y
volví a ponerme la música.
Hasta que volvió a apagarme el teléfono.
—¿Se puede saber por qué pollas me apagas la música?
—Joder, pues porque odio a Lady Gaga —respondió con calma absoluta, como si
fuera lo más normal del mundo ir por ahí apagándole los móviles a la gente.
—¿Puedo poner a Katy Perry al menos?
—¿Y quién coño es Katy Perry?
No pude evitar poner los ojos en blanco. Vale que su último disco había flopeado,
pero no saber ni quién era…
—¿Shakira sabes quién es al menos?
—Sí, pero no me gusta porque canta en sánscrito. Y que sepas que se tiñe.
—Pues como la Britney —le recuerdo, porque ese platinazo de bote que me lleva
ahora no lo tenía cuando sacó el primer disco—. Y de todos modos, ¿qué más te da a ti que me
ponga a Lady Gaga si llevo auriculares?
—Coño, pues porque lo escucho desde aquí —respondió de mala hostia—. Que una
está muerta, pero no sorda.
—¿Y cómo es que puedes apagarme el móvil a distancia? —le pregunto al tiempo que
lo enciendo una vez más, con curiosidad a pesar de mi frustración—. ¿Los fantasmas tenéis
telequinesia o algo parecido?
Me miró como si tuviera cara de gilipollas.
—Chiqui, que ahora todo va por ectoplasma —me explicó, como si fuera evidente.
—¿Funcionas por ectoplasma?
—Claro. Para mí es como una necesidad… sin ectoplasma, no funciono. —Hizo una
pausa—. Es lo que nos mantiene aferrados a este mundo —añadió tras unos segundos, como si le
hubiera costado decidirse a hacerlo.
Una media sonrisita se dibuja en mi rostro.
—Entonces… ¿yo soy algo así como tu marca de ectoplasma?
Esperaba que se riera conmigo, o incluso que se enfadara por lo que parecía una burla
intencionada, pero lo que hizo fue únicamente mirarme a los ojos con esas profundas sombras
negras. Y aunque no podía definir sus facciones, sabía que si las tuviera estarían totalmente serias
mientras me observaba.
—Sí —respondió al fin—. Tú eres exactamente mi marca de ectoplasma.
No sabía qué decir ante eso, así que tragué saliva, nervioso, y decidí que lo mejor
sería retroceder un par de frases en la conversación.
—Pues que sepas que yo no tenía ni idea de estas cosas. Pensaba que erais como unas
cosas transparentes que atravesaban otras cosas y ya.
Soltó un suspiro sin aire.
—Mira que no saber nada del ectoplasma… —comentó mientras me miraba con
desaprobación—. A ver si nos actualizamos un poquito.
—Habló, la que no sabe ni quién es Katy Perry.
—Seguro que esa tiene muy mala sangre, y encima su nombre suena a gato. Yo es que
soy más de serpientes.
Fue entonces cuando se me encendió una bombilla en la cabeza. Después de todo,
hacía muy poco que la reina de las serpientes en persona había sacado un discazo, y llevaba ya
semanas sin escucharlo.
—¿Te puedo poner a Taylor Swift al menos?
Se hizo un silencio sepulcral en la habitación, interrumpido solo por el eco del
extraño viento que parecía sonar siempre que estaba el fantasma presente. Había aprendido a
ignorarlo, pero en ese momento lo oía con total claridad.
Sabía que estábamos a punto de vivir un momento trascendental. Si mi vida fuera una
película, en ese momento se habría parado la música y solo se oiría el sonido de nuestra
respiración. En este mundo solo hay dos clases de personas: los que aman a muerte a Taylor Swift
y los que la odian con saña por razones que muchas veces ni siquiera ellos mismos conocen.
Pertenecer a un grupo u otro es algo que marca tu vida para siempre: tus amigos, tus aficiones, la
universidad donde estudiarás y hasta el papel higiénico que usarás cuando tengas cincuenta años.
Ese uróboros llamado Taylor Swift es al mismo el alfa y la omega; el principio y el final de este
ciclo sin fin que lo envuelve todo.
Contuve el aliento mientras esperaba su respuesta. Hasta que me quedé sin aire, claro,
porque entonces tuve que volver a respirar.
—Bueno, vale —dijo al fin, y solté un suspiro de alivio—. Pero me pones el último
disco, el de mil novecientos setenta y nueve.
—Ochenta y nueve —le corregí.
—Sí, ese, que me apetece marchita. Para que me hable de su granja y sus vaquitas me
pongo a ver El Club de la Herradura.
—Pues que sepas que ese no es el último. Ha sacado otro disco desde que… —Hice
una pausa, sin saber muy bien cómo decirlo—. Desde que te moriste.
Y, otra vez, un silencio sepulcral roto por el sonido del viento. No sabía si la muerte
sería un tema delicado para los fantasmas, así que por segunda vez parecía que íbamos a vivir un
momento trascendental que tal vez lo cambiara todo.
—Venga, va —dijo al fin—. Pónmelo.
Y así, por improbable que pudiera parecer, fue como pasé de odiar al fantasma de los
huevos a… bueno, no diría que llegara a quererle, ni tampoco sé si llegamos al menos a iniciar
una relación amor-odio, pero ese día sí que dejé de odiarle un poco menos, eso desde luego. Y
cuando terminó del disco, el espectro desapareció junto a su viento gélido, apenas unos segundos
antes de que mi padre llamara a la puerta para decirme que la cena ya casi estaba. Después del
atracón que me había pegado un rato antes tampoco tenía demasiada hambre, pero bajé de todos
modos.
Me pasé toda la cena pensativo, pero ninguno pareció darse cuenta. Llevaba tantos
días actuando de una forma extraña y ausente, que al parecer habían dejado de prestar atención a
mi comportamiento.
Tal vez yo mismo había comenzado a convertirme en un fantasma en mi propia casa.
Capítulo 11
En ocasiones veo un muerto
Una parte de mí se alegraba de que últimamente nos estuviéramos llevando tan bien, pero la otra
era consciente de que todo aquello era raro de cojones.
Tras mucho pensármelo y demasiados debates internos, tomé una decisión: tenía que
contárselo a alguien. Por supuesto, mis padres quedaron descartados desde el principio. Después
de su reacción de las dos primeras noches, estaba claro que no me iban a creer nada de lo que
dijera. Y ahora que parecían haberse olvidado del tema, desde luego no iba a arriesgarme a que
acabaran pensando que se me había ido la cabeza y acabaran mandándome al psicólogo, al
psiquiatra o directamente al manicomio.
O a lo mejor simplemente pensaban que era gilipollas, pero en cualquier caso no
quería arriesgarme.
Por lo tanto, eso me dejaba con una única opción: mi mejor amigo. A ver, en realidad
no es que sea un marginado social y no tenga más amigos, pero sabía que él era el único que iba a
escucharme de verdad, o al menos eso quería pensar. Y aunque siempre estaba de broma y era la
persona que más se metía conmigo, yo sabía que él era el único que, al menos, intentaría tomarse
en serio lo que le dijera, por surrealista que pareciera. Lo cual tampoco es que hablara muy bien
los demás precisamente, pero así son las cosas. Al menos, lo tenía a él, y con eso me bastaba.
Decidí abordarlo el viernes, aprovechando que habíamos quedado después de clase
sin tener ningún plan en concreto.
—Oye… —empecé con voz ronca. La noche anterior me la había pasado con el
fantasma buscando a Amy y montando un circo hasta las cuatro de la mañana. Como no podía
levantar la voz había cantado en susurros, cosa que no recomiendo hacer durante más de dos
minutos seguidos, así que por la mañana me había levantado con la garganta un poco resentida—.
Tenemos que hablar.
—¿Vas a cortar conmigo? —bromeó, aunque muy serio.
—Gilipollas —contesté entre risas—. No, es que tengo que contarte una cosa.
—Pues tú dirás.
Miré a mi alrededor, pero había gente y estábamos caminando, así que no me apetecía
contarlo en esas condiciones. Por suerte, un poco más adelante había un banco desocupado, así
que al menos allí podríamos tener un poco más de privacidad. Como mínimo, correría menos
riesgos de que alguien me escuchara y pensara que estaba fumado.
—Mejor vamos allí primero —sugerí, señalando el banco—. Hay menos gente.
Él se encogió de hombros sin decir nada y me siguió hasta allí. Cuando nos sentamos,
permanecí en silencio durante unos segundos, sin saber muy bien por dónde comenzar. ¿Cómo le
contabas a tu mejor amigo que cada noche se te aparecía un fantasma que te cantaba canciones de
Britney Spears? ¿Y cómo le confesabas que últimamente incluso tú habías comenzado a cantarlas
también, hasta el punto de acabar ronco?
—Pues tú dirás —dijo al ver que no hablaba.
Unos segundos más de silencio.
—En ocasiones veo… —comencé al fin entre susurros, manteniendo la voz lo más
baja que podía. En parte era por la ronquera, y en parte para evitar que nadie me escuchara—. En
ocasiones veo un muerto.
Lo había dicho tan bajito que ni yo mismo me había oído.
—¿Que en ocasiones ves tuerto? —me preguntó, claramente confuso.
—En ocasiones veo un muerto —repetí, esta vez en voz más alta.
Como era de esperar, se quedó de piedra al oír mis palabras. Y, aunque no podía estar
seguro del todo, hasta me pareció que palidecía un poco.
—¿Un muerto de verdad?
—Que sí, coño. Un puto muerto.
—¿Dónde? —preguntó con el ceño fruncido, y me dio la impresión de que hasta le
temblaba un poco la voz—. ¿Has llamado a la policía?
Sí, sin duda le temblaba la voz.
—No, pero a ver. No es un muerto-muerto, en plan podrido y con gusanos. —Tomé
aire, tratando de pensar cómo explicárselo mejor para que me entendiera—. O sea, en realidad sí
que es un muerto-muerto.
—Lo siento, pero no te sigo.
Me estaba mirando fijamente, como si estuviera planteándose mi cordura. Dada la
situación, lo cierto es que no podía reprochárselo.
—Bueno, es que en realidad sí que está muerto y tal —intenté explicarme—. Pero a
ver, es más bien en plan fantasma, ¿sabes?
—¿A lo Casper?
Asentí con la cabeza para luego negar, confundiéndolo todavía más.
—Bueno, no exactamente, pero un poco sí… a veces se da un airecillo, como si
tuviera su sabanita y todo eso, pero más en plan chungo, ¿sabes?
—Pero a ver, tío… ¿se puede saber qué coño dices?
Solté un suspiro. Sí, sin duda tenía que pensar que se me había ido la cabeza. Y, al fin
y al cabo… ¿quién me decía que no era eso lo que estaba pasando? A lo mejor todo ese asunto del
espíritu y las cancioncitas no eran más que delirios o alucinaciones.
—Pues que a veces viene un muerto a visitarme. Te lo estoy diciendo.
—¿Y dices que viene con su sabanita? ¿En plan Casper?
—Bueno, no es una sabanita —admití—. Joder, es que no sabría cómo describirlo. Es
como una cosa blanca y espectral con una textura extraña… no parece sólida ni líquida, pero
tampoco gaseosa. No sé.
—¿No me estarás hablando de un…?
—Ni se te ocurra terminar esa pregunta —le advertí, y mi voz firme le dejó claro que
no estaba de broma—. Estoy hablando totalmente en serio.
—Bueno, vale. Una cosa blanca y espectral… vale. Continúa.
—Bueno, es que en realidad tampoco es siempre así… solo de vez en cuando, si lo
ilumino con una luz potente, que entonces se convierte en una especie de espectro chungo que da
muy mal rollo. El resto del tiempo es como una especie de sombra sin forma… una sombra rara,
en plan transparente y tal, pero densa al mismo tiempo…
—Una sombra transparente —repitió, claramente poco convencido de mis palabras—.
Y densa al mismo tiempo, ¿verdad?
—Ajá.
—Y bueno, ¿tú te has fumado algo o es que me estás vacilando? Porque si te piensas
que soy gilipollas o algo…
—¡Que no! —le aseguré—. Te lo digo totalmente en serio, de verdad.
Soltó un suspiro de frustración.
—Vale, digamos que te creo —dijo, aunque yo sabía que todavía no era así—. ¿Por
qué se te aparece? ¿Qué currículum tiene esa tarántula?
—Pues a mí qué me cuentas, tendrá un máster en Aparición y Porculismo. ¿Yo qué
coño quieres que sepa?
Nos miramos fijamente, ambos con expresión de total seriedad. Estaba claro que él no
seguía muy convencido, y yo me sentía frustrado por lo complicado de la conversación. De hecho,
una parte de mí me instaba a levantarme y marcharme de allí, porque resultaba evidente que estaba
haciendo el ridículo. Si me iba, o si le decía que era una broma, tal vez se olvidara del asunto y
todo quedaría como una tontería sin importancia.
Pero en ese momento, nos echamos a reír los dos a la vez. Y no era para menos,
porque la conversación no podía ser más absurda. Dado que ya me había resignado a que mi vida
fuera surrealista, al menos podía pasármelo bien a su costa.
—Bueno, supongo que como mínimo tengo que intentar creerte —dijo al fin,
mirándome con una sonrisa que me indicó que estaba empezando a hacerlo de verdad—. ¿Se porta
bien al menos cuando se te aparece? ¿O es uno de esos fantasmas asesinos chungos que quieren
matarte porque de vivo le diste un pisotón o algo así?
Volví a suspirar, pero esa vez era de alivio.
—Sí, si en realidad la mayoría del tiempo es majo. O maja, o maje, porque en
realidad no sabe su género —me corregí—. Lo que pasa es que da muy mal rollo a veces, ¿sabes?
Joder, que es un puto fantasma. Que está muerto.
—Me lo puedo imaginar.
—Encima es como que se ha obsesionado un poco conmigo, supongo que por eso
siempre viene a verme.
Soltó un silbido bajo mientras me miraba con el ceño fruncido.
—Qué mal rollo.
—Pues ya ves. —En ese momento, recordé algo que había pasado la noche anterior—.
Ayer estábamos cantando y…
—Espera, espera —me interrumpió—. ¿Cantas con el fantasma?
—Sí, es que siempre me canta canciones de Britney Spears cuando viene.
—No me jodas. Si al menos fuera Lady Gaga…
—Ya, pero bueno, Britney también mola.
—Madre mía.
—Ya ves. Pero eso no es lo peor… por lo que parece, se ha enamorado de mí.
Hubo una nueva pausa en la conversación.
—Pues de puta madre —dijo al fin.
—Pues ahí le has dado.
—Y lo peor es que yo creo que se piensa que estamos juntos o algo. De verdad,
tendrías que ver cómo se comporta a veces… en general no está tan mal, pero a veces se nota
mucho que tiene una obsesión conmigo y da muy mal rollo, en serio.
—Pues entonces, ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no?
—Pues no, no lo sé.
—Tienes que cortar con él… o con elle, lo que sea.
Como si fuera tan fácil.
—Pero a ver, ¿cómo coño se corta con un fantasma? —pregunté con frustración—. Si
yo ya le he dejado bien claro que no quiero nada, hasta aproveché que cantamos Toxic para
decirle que era veneno.
—Joder, la sutileza desde luego no es lo tuyo.
—Ni sutileza ni hostias —contesté cabreado—. ¡Ni hostias!
—Desde luego, está claro que no quiere ver la realidad.
—Además, es que ni siquiera estamos saliendo —añadí, remarcando lo evidente—.
¿Cómo se supone que se corta con alguien con quien realmente no tienes nada? Joder, es que si al
menos fuéramos amigos…
—Pues entonces, me parece que solo te queda una salida posible —dijo sabiamente, y
después hizo una pausa dramática de esas en las que cortan la música y todo. Últimamente parecía
haber muchas en mi vida—. Si quieres acabar con esto, vas a tener que contactar con gente
especializada para mandar a ese fantasma al Más Allá del todo, quiera él o no.
—Elle.
—Sí, perdona.
—Pero a ver, ¿cómo se supone que voy a hacer eso? ¿Con un exorcismo? —Él asintió
con la cabeza—. ¿Y con quién se supone que voy a contactar yo ahora?
—Tú tranquilo, déjame eso a mí. Conozco el lugar perfecto.
Capítulo 12
El incidente del paraguas
Un capítulo que lleve el número 13 nunca puede traer nada bueno, pero ahí estaba yo,
preparándome para lo peor.
Al día siguiente del incidente del paraguas (y de la calvicie), llamé a mi mejor amigo
para ir a la santería. Habíamos quedado en el centro, pero un lugar de ir por la zona abarrotada
donde siempre solíamos estar, él me guio entre las calles hasta que acabamos en una mucho más
tranquila. Eso me aliviaba: lo último que necesitaba era que algún conocido me pillara mientras
entraba en una santería para buscar la forma de exorcizar a un fantasma.
—La verdad es que te queda como el culo —comentó mientras miraba de reojo mi
cabeza rapada.
—Como a ti tu cara.
Ignoró mi comentario.
—¿Qué te han dicho tus padres?
—Me he hecho cosas peores en el pelo, así que tampoco es que se hayan extrañado
mucho. —Me encogí de hombros—. Les dije que tenía piojos y que me había rapado
aprovechando que me apetecía un cambio.
—¿Y se lo creyeron?
—Eso parece.
—Es aquí —dijo apenas unos segundos después.
Se había detenido a unos metros de un escaparate lleno de artículos variados que
esperaría encontrar en un lugar como ese: velas, cristales y piedras de olores, cartas de tarot y,
por alguna razón, una especie de altar con unos mechones de pelo cortados. Por un momento pensé
que era mi propio pelo, pero enseguida me di cuenta de que ese pelo era más largo que el que yo
tenía antes de raparme.
Sobre la entrada, un cartel rezaba «Santería Dakota del Norte» en letras un tanto
recargadas, como las que se hacían con WordArt a principios de los 2000. Desde luego, aquello
como mínimo parecía prometedor.
—Pues nada… habrá que entrar
—¿Estás preparado? —me preguntó.
No.
—Qué remedio.
Y, sin más palabra, entré en la santería con él detrás de mí, tratando de aparentar una
seguridad que no sentía para no mostrar lo nervioso que estaba en realidad. Al menos, una vez
dentro comprobé que el lugar no era tan siniestro como me había imaginado en un principio.
Estaba lleno de velas y de hierbas por todas partes, y también había más piedras en una vitrina e
incluso figuras de santos. Pero, para ser sincero, tenía que admitir que tampoco daba tan mal rollo
como pensaba, al menos si evitaba las miradas pintadas de los santos. Aunque algunos tenían la
cara de Annabelle, y esos sí que me acojonabas.
Tras el mostrador había una mujer que no debía de llegar todavía a los treinta años, de
pelo negro y expresión un tanto ida, como si se encontrara en un plano superior. O tal vez es que
estuviera fumada, porque había una cachimba detrás del mostrador y en el aire flotaba un olorcillo
que bien podía ser incienso o bien marihuana. Conforme nos acercamos el olor se intensificó y la
cabeza me empezó a dar vueltas, así que algo me decía que probablemente se tratara de la segunda
opción. O, tal vez, de una mezcla de ambas.
La mujer nos miraba entre curiosa y ausente, así que me puse frente a ella con cierto
recelo. El problema fue cuando llegó el momento de hablarle, porque después de todo era la
primera vez que me veía en una situación parecida.
Por suerte, fue ella la primera en hablar.
—Hola, querido… —musitó con voz etérea—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Hola… —conseguí responder, pero tuve que traga saliva antes de continuar—. A
ver, te cuento.
Pero no le conté nada. En realidad, ni siquiera sabía por dónde empezar. Ya me había
costado bastante contárselo a mi mejor amigo siendo la persona en la que más confiaba… ¿cómo
iba a contárselo a una desconocida, por muy mística que fuera? Lo miré en busca de consejo, pero
él tan solo se encogió de hombros.
—Lo mejor es que vayas directo al grano —se limitó a decir.
Pues menuda ayuda, pero en fin… al menos me había llevado hasta allí, así que
tampoco podía reprochárselo.
Tomé aire antes de hablar.
—A ver, lo que te voy a contar es muy raro.
—Cosas más extrañas habrán presenciado estos ojos, querido… pocas son las cosas
capaces de nublar mi Ojo Interior.
Definitivamente, esa tía estaba drogadísima.
—Bueno, pues a ver. Resulta que desde hace unas semanas se me aparece un fantasma
por las noches.
Me miró fijamente con una expresión extraña, como si me mirara a través de una
especie de velo místico que le permitiera ver cosas más allá de la realidad. Era como la profesora
Trelawney, pero con un puntito choni. Al recordar el nombre de la tienda, me di cuenta de que la
mujer tenía toda la pinta de llamarse Dakota.
—Explícate, por favor.
Y eso fue lo que hice. Comencé a hablar, relatándolo todo desde el principio, sin
poder evitar fijarme una vez más en lo ridículo que sonaba todo. Mientras me escuchaba, la
expresión de la dependienta fue cambiando poco a poco hasta que, finalmente, dejó todo
fingimiento de misticismo a un lado.
—¿Tú estás de coña o qué?
—¡Que no! Todo lo que te he dicho es verdad, te lo juro.
La mujer respiró hondo, como si estuviera tratando de contener a una bestia dormida
en su interior. A lo mejor tanta marihuana y tanto incienso eran lo que necesitaba para poder
calmarla, pero por suerte parecía seguir manteniendo el control sobre ella. Por el momento.
—¿Estás seguro de que es un fantasma, querido? —preguntó, tratando de volver a su
versión etérea—. ¿No me mientes?
—Te lo prometo.
—Entonces, está claro que tienes un problema.
No me digas.
—¿Y qué puedo hacer?
—Dile que de la cárcel se sale, pero del cementerio no —me aconsejó—. A lo mejor
así se queda en su sitio tranquilito.
—Pero es que ya ha salido del cementerio —le expliqué, como si no fuera evidente ya
—. ¿No puedo hacer un ritual o algo así?
—No tienes huevos —contestó Dakota o como se llamara, nuevamente perdiendo esos
aires místicos para dejar salir su lado choni—. No… tienes… huevos.
Parecía que la parte choni chunga y la parte etérea y fumada se estaban peleando en su
interior.
—Es la única opción que me queda.
—Pues en ese caso, tendrás que destruirlo. —Hizo una pausa y tragó saliva antes de
añadir—: Querido. Es la única opción que te queda si quieres que deje de atormentarte. Debes
mandarlo de vuelta al más allá.
—Pero eso es imposible, ¿verdad? —preguntó mi amigo.
—¿Que no? Madre mía, te digo yo a ti que sí.
Esa actitud pasivo agresiva me estaba poniendo un tanto nervioso, pero hice lo que
pude por tratar de mantener la calma. Como la perdiéramos los dos, la íbamos a liar.
—¿Tú puedes ayudarme? —pregunté con tono suplicante.
—Hay un ritual, querido —explicó ella, aunque estaba claro que cada vez se sentía
más alterada—. Y estás de suerte, porque tengo todos los ingredientes por aquí. Si me das un rato,
te los puedo reunir todos.
—Vale.
La mujer empezó a rebuscar por debajo del mostrador, abriendo y cerrando puertas y
cajones. De vez en cuando ponía algo sobre el mostrador: velas, aceites y polvos extraños, un
cuenco ancho…
—Cuanto trabajo, madre mía —se quejó.
Entonces salió de detrás del mostrador y comenzó a recorrer los estantes que había al
otro lado, cogiendo alguna hierba y otras cosas extrañas que yo no sabía ni lo que eran. Seguimos
observándola mientras reunía el resto de ingredientes, hasta que al cabo de unos minutos regresó
tras el mostrador.
—¡Ah! Se me olvidaba, este es uno de los ingredientes básicos.
Se agachó para coger algo de debajo del mostrador y dejó una botella junto a las
demás cosas.
—¿Y esto qué es? —pregunté.
—Tra, tra, tra. Aguarrás. Dadme un momento, que voy a por el conjuro.
—¿Conjuro?
Pero ella no contestó, sino que se metió por una puerta abierta y nos dejó ahí
esperando.
Miré a los ingredientes que había reunidos sobre el mostrador, a cual más extraño. Y
mientras los observaba, comprendí lo que estaba a punto de hacer. Por primera vez desde que
había aceptado ir allí, me di cuenta de que aquello que me disponía a hacer no era solo
surrealista: también era peligroso. Después de todo, me estaba metiendo con fuerzas que ni
conocía ni entendía.
Estaba jugando con magia negra.
Capítulo 14
Me das el dinero
De pronto se oyó un ruido infernal, como surgido de las profundidades del infierno. Parecían unos
gruñidos demoníacos, o tal vez los gritos de las almas de los pecadores que ardían encadenadas
en los fosos de fuego. ¿Sería de aquello de lo que estaba escapando el fantasma? ¿Por eso no
había querido pasar al otro lado? No sabía cuál de mis dos teorías era la peor, pero si era la
primera… ¿estaban escapando los demonios del infierno? Tal vez hasta hubieran acabado ya con
Dakota… ¿irían a continuación a por nosotros?
Miré a mi amigo, esperando encontrarlo tan alterado como yo, pero para mi sorpresa
estaba tan tranquilo, como si se sintiera completamente relajado.
—Tío, que solo es una impresora —dijo al ver que estaba a punto de entrar en pánico
—. Contrólate un poco.
Y, ahora que lo decía, tenía razón: ese sonido tan terrible que había oído no era más
que el clásico ruido de una impresora vieja. Y a juzgar por el volumen, se trataba de una muy
vieja. Eso me tranquilizó, aunque solo un poco: al echar un vistazo al exterior a través del
escaparate, vi que fuera ya se había hecho de noche. Y desde que habían comenzado las
apariciones nocturnas, no podía evitar sentirme un tanto nervioso cada vez que se ponía el sol.
El sonido cesó de golpe, y apenas unos segundos después Dakota salió por la puerta.
—Ya estás listo el conjuro.
Me tendió un par de hojas impresas por encima del mostrador. La verdad es que no sé
qué es lo que esperaba exactamente. ¿Un grimorio de cubierta negra y manchas de sangre en sus
páginas? ¿Una hoja amarillenta arrancada de un antiguo libro de hechizos? ¿O al menos un trozo
de papel con el conjuro escrito a mano por Dakota?
—Pero si te lo has bajado de Google —dijo mi amigo, señalando la página—. Mira,
si sale hasta la página de donde te lo has descargado. Telebrujas.com.
La mujer enrojeció de golpe.
—Eso da igual. Lo importante es que el hechizo funciona, pero es importante que
sigáis bien todas las instrucciones.
De repente, sopló una especie de viento gélido. Los tres miramos a la puerta, en mi
caso pensando que tal vez había entrado otro cliente, pero esta seguía cerrada. Y aun así, ese
viento frío soplaba en el interior de la santería.
Un viento frío que conocía muy bien.
—Joder —musité entre dientes—. Está aquí.
Y, de repente, ahí estaba la sombra, justo delante de nosotros. Bajo las luces tenues de
la santería emitía un ligero resplandor blanco, y tenía ambas manos en las caderas. Estaba claro
que no le hacía ninguna gracia verme allí, y mucho menos en compañía de Dakota.
—Mírate, y decías que eras marica. —Empezábamos fuerte—. Cari, tú crees que
soy tu marioneta.
—¿Qué es esa voz? —dijo la mujer, alterada.
Al parecer, yo no era el único que la oía.
—Finges como nadie, pero yo ya te he pillado, sé lo que ere tú. Lo que eres tú, cari.
—¿Dónde coño está? —preguntó mi amigo.
Pero, por más que miraba a mi alrededor, no era capaz de ver nada. Y la voz parecía
venir de todas partes a la vez, como si el fantasma estuviera rodeándonos.
—Mujeriego, muje-mujeriego; tú eres un mujeriego.
—Estará de coña, ¿no? —preguntó mi amigo.
—Oh, mujeriego, oh, eres un mujeriego, cari.
Aquello era surrealista. Más incluso que el incidente de los mechones de pelo y del
paraguas, que ya es decir, y no fui capaz de contener una carcajada histérica al ver lo absurdo que
era todo. Dakota, sin embargo, parecía cada vez más alterada, y no dejaba de mirar a nuestro
alrededor con ojos frenéticos.
—Tú, tú, tú, ah. Tú, tú, tú, ah. Mujeriego, mujeriego, mujeriego.
El cuerpo entero del espectro se iluminó con ese resplandor verde del ectoplasma, y
acto seguido unas velas se elevaron de donde estaban, envueltas también en esa misma sustancia,
Ahí fue cuando la dueña de la santería perdió el control.
—¡Fantasma de mierda! —comenzó a gritar, liberando por fin a la choni—. ¿Tú de
que me conoces a mí para conocerme? ¿Eh?
No sé si fue por sus palabras, por su actitud o por su sorpresa, pero al menos el
espíritu no siguió cantando.
—Tal vez deberíamos calmarnos… —sugirió mi amigo, claramente asustado por lo
que estaba pasando.
No se lo podía reprochar: después de todo, realmente no sabíamos qué podía llegar a
hacernos el fantasma. Sí, puede que no pudiera tocarnos, pero con su control de las cosas a través
del ectoplasma era capaz de hacernos daño si quería Y, aunque se hubiera enamorado de mí, eso
no significaba que no fuera a atacarlos a ellos si le cabreaban. O a mí mismo, ya que estamos, y
prueba de ellos son los moratones que tengo del puto paraguas.
Pero Dakota, en lugar de calmarse, corrió hacia el mostrador de nuevo y empezó a
tomar hierbas y polvos con las manos y a esparcirlos por el aire mientras murmuraba lo que
parecía ser una canción de Shakira o tal vez el mismísimo Aserejé. No se detuvo hasta que en el
aire se quedó flotando una nubecilla blanquecina que me producía un molesto cosquilleo al entrar
por mis fosas nasales.
—Me pica la nariz y eso significa movida —dijo de forma agresiva—. Y ahora, yo te
expulso, fantasma de mierda.
Pero, fuera lo que fuera lo que había hecho, estaba claro que había funcionado. La
presencia del fantasma desapareció de repente, y con ella, también ese extraño frío que siempre le
acompañaba y delataba su presencia. Las velas cayeron otra vez en sus sitios, libres del
ectoplasma. Tampoco se oía el eco de su voz, ni lejano ni cercano.
Puede que Dakota estuviera fumada y tal vez un poco desquiciada, pero al menos
parecía que sabía lo que hacía.
—Se ha ido —dije, tratando de calmarla.
—¡Me habéis jodido la vida! —nos gritó a pocos centímetros de nuestras caras,
todavía muy alterada por lo ocurrido—. ¡Me habéis jodido la vida!
—Ya se ha ido —insistí con firmeza—. Y si me das todo lo que necesito para hacer el
conjuro, yo también me marcharé. No voy a causarte más problemas.
—Si es que los problemas los vamos a tener… —murmuró, aunque al menos parecía
un poco más tranquila.
—El fantasma se ha ido. No va a volver, créeme.
Esa vez ella no contestó, sino que asintió con la cabeza y se dirigió una vez más hacia
el mostrador. Antes de hacer nada, encendió un palito de incienso y aspiró el humillo durante unos
segundos. Durante muchos segundos, en realidad. Al llegarme el olor a mis fosas nasales, me dio
la impresión de que aquel incienso era de marihuana.
Cuando se dio la vuelta, su expresión se había vuelto mucho más relajada y había
recuperado esa mirada como ausente. Yo mismo notaba una sensación extraña, como si tuviera la
cabeza más ligera que antes. Sí, sin duda el incienso era de marihuana, supongo que porque así
mataba dos pájaros de un tiro. Entonces, Dakota se dedicó a reponer los ingredientes que había
empleado unos minutos antes para expulsar al fantasma, y después los metió uno por uno dentro de
una bolsa. Cuando acabó, la empujó unos centímetros hacia mí por encima del mostrador y
recuperó los folios del conjuro, que habían salido volando.
—Las instrucciones están detalladas en las hojas —añadió con voz mucho más
calmada, doblándolas por la mitad y metiéndolas en la bolsa—. Si haces bien el ritual la próxima
vez que se te aparezca el fantasma, le desterrarás de este plano y no volverá a molestarte.
—Vale.
—Me debes treinta y un euros, querido.
Nuevamente había vuelto a esa mezcla de mística y choni, pero me quedé boquiabierto
ante la cantidad desorbitada que me estaba pidiendo. ¿Treinta y un euros por velas, polvos y
hierbajos? Desde luego estaba claro que lo que se fumaba tenía que ser bueno.
—¿Perdón?
—Treinta y uno.
—Joder con la bruja —musitó mi amigo, y yo le di un codazo en las costillas.
—¿Estás segura?
Ella se puso a mirar los ingredientes del interior de la bolsa, murmurando para sí
misma como haciendo cuentas.
—Veinticinco más seis son… veinticinco más seis son… —oí que decía—. Treinta y
un euros. Es lo que toca, querido.
—¿Puedo pagar con tarjeta al menos?
—Sí, pero me das el dinero, ¿eh? —dijo, recuperando una vez más parte de la
agresividad—. ¡Me das el dinero!
—Que sí, coño.
Ella sacó el datáfono, pulsó un par de botones y después me lo tendió por encima del
mostrador. Yo ya tenía la tarjeta preparada, así que me apresuré a introducirla en el lector, tecleé
mi clave y aguardé a que se confirmara el pago.
—Pues ya está —dijo Dakota al cabo de unos segundos—. Ya os podéis ir.
—Pues muchas gracias —contesté mientras tomaba la bolsa.
Y entonces nos acompañó hasta la puerta, como deseando perdernos de vista de una
vez. En realidad, tampoco es que pudiera reprochárselo: yo también querría lo mismo si estuviera
en su situación.
—Hala, a matar muertos.
—Ya podías ser más simpática —le recriminó mi amigo, molesto por su actitud—.
Que trabajas de cara al público.
—¿Y qué quieres? —replicó ella—. ¿Buenas noches, muchos besitos, que descanses?
Pues no, no me nace.
—A ver, señora… —Pero su frase quedó inconclusa cuando ella nos cerró la puerta
en la cara—. ¡Flipo!
—Será gilipollas —murmuré.
Capítulo 15
Soy Britney, bitch
Tenía preparado todo lo necesario para el ritual antes de que se pusiera el sol.
En realidad, era bastante sencillo. Tan solo tenía que preparar todos los ingredientes
dentro del cuenco, mezclándolos en las cantidades adecuadas mientras pronunciaba una serie de
conjuros. A continuación, tenía que dibujar con tiza una estrella enorme rodeada de símbolos
extraños en el centro de la habitación. Esa había sido la parte más complicada, ya que dibujar no
es que sea lo mío precisamente, pero después de varios intentos había acabado bastante orgulloso
con el resultado.
Después, solo tendría que encender una vela antes de que apareciera el fantasma y,
cuando lo hiciera, lanzarle la mezcla y pronunciar un último conjuro para pronunciar el ritual. Si
todo salía bien, debería librarme del espectro para siempre.
A la hora habitual me metí en la cama y me tapé bien para no levantar sospechas,
rezando para que no se fijara demasiado en la vela encendida.
Apenas media hora después oí unos golpes en la puerta.
—¿Sí? —contesto, algo receloso. Si era mi familia iba a tener muchas cosas que
explicar, aunque algo me decía que ese no era el caso.
—Soy Britney, bitch.
Y de repente, allí estaba otra vez el fantasma de los huevos, justo delante de mis
narices. No contesté ni dije nada, tan solo me limité a devolverle la mirada en silencio.
—El gato te ha comido la lengua, sí —comenzó a cantar—. Escúpelo, que me muero
por verte a ti.
—Te voy a escupir en la cara como no te largues.
—Ya he visto que lo tienes, tú sabes que lo quiero. Ya sabes que yo puedo llevarlo al
extremo.
—Yo sí que lo voy a llevar todo al extremo como no te largues. Te lo advierto por
última vez: será mejor que te vayas.
Pero no se fue.
—Si quieres algo bueno, algo sin refreno. Cari, deja que hoy te haga volar.
Y entonces, tomé un puñado de hierbas, polvos y demás cosas raras de la mezcla que
había en el cuenco de la mesita de noche y se la lancé directamente a la cara. El fantasma
comienza a gritar de inmediato… un chillido sobrecogedor que me hiela la sangre.
—¡Ya no puedo soportarlo más! ¡Nunca me he sentido así, jamás!
Un instante después, el pentagrama de la estrella que había dibujado en el suelo se
iluminó con una cegadora luz roja, tan potente que me vi obligado a entrecerrar los ojos para
protegerme de la claridad. El fantasma intentó escapar de él, pero era como si una pared invisible
lo tuviera retenido en su interior.
—Venga, vamos, vamos, a bailar. Venga, no me hagas esperar.
Quería atraerme a su lado, pero no iba a caer en la trampa.
—Que te jodas, coño. Que te mueras ya.
—Aaah-ah-ah ah-ah, ah-ah, ah… Aaah-ah-ah ah-ah, ah-ah, ah…
De pronto, unas llamas brotaron en el suelo, justo por debajo de sus pies fantasmales.
No pude evitar acojonarme. Como me muriera en un incendio mi madre me mataba, y como se
quedaran las marcas chamuscadas, también.
—Aaah-ah-ah ah-ah, ah-ah, ah… Aaah-ah-ah ah-ah, ah-ah, ah…
El fuego creció hasta envolver al fantasma por completo, que no dejaba de soltar
gritos de agonía mientras se consumía poco a poco.
—Aaah-ah-ah ah-ah, ah-ah, ah… Aaah-ah-ah ah-ah, ah-ah, ah…
Y entonces, sus gritos se apagaron y el fantasma dejó de retorcerse en las llamas.
—Si el sol brilla no paremos, bailemos hasta que muera…
—Te lo tenías merecido.
Solo quedaba un susurro apenas audible en el aire, las últimas palabras del espectro
antes de irse a tomar por culo de una vez.
—Si lo sientes, haz que pase, bailemos hasta que muera…
—Lo siento, bitch —dije cuando el eco desapareció por fin—. Yo es que soy más de
Lady Gaga.
Y así fue como terminé con el fantasma de los huevos.
Epílogo
Voy a ser más breve que nunca: en primer lugar, gracias a ese tweet que mencionaba al principio.
Ese tweet es la razón por la que existe esta historia (aunque luego descubrí que era plagiado, pero
así es Twitter). Bueno, eso y también mi convalecencia y los medicamentos que tenía que tomar
cuando pensé en escribir El fantasma de los huevos: ellos son los verdaderos responsables de
esta ida de olla.
Gracias a Ariadna, diseñadora de mis dos últimas cubiertas con Neo y mi primera y
única opción para la portada del proyecto. Gracias por las risas, por la confianza en este
proyecto, por todas las facilidades que me has dado y sobre todo por el resultado final.
Gracias a Jony, Pablo y Álex, por vuestro apoyo, vuestras risas y vuestros ánimos para
cumplir con el resto. Aunque no me hayáis dejado escribir: ASÍ, yo os quiero. Eso sí, lo que haya
salido de aquí también es un poco culpa vuestra.
Y por supuesto, gracias a los que hayan decidido dedicar un rato de su tiempo a leer
esto. Ahora solo queda esperar que os haya gustado leerme en esta faceta tan diferente… y sobre
todo que os haya sacado alguna carcajada, que yo con eso ya me doy por satisfecho. En cualquier
caso, muchas gracias por leerme y apoyarme.
Sobre el autor
Mike Lightwood nació en Sevilla, creció en Las Palmas de Gran Canaria y vive en Madrid,
aunque su corazón siempre estará en Hogwarts. Su pasión por las letras lo llevó a crear un blog
literario y más tarde su canal de YouTube (www.youtube.com/ MaikoVlogs). Compagina la
escritura con su labor como traductor, que le ha permitido traducir alrededor de cincuenta libros
hasta la fecha.
Con Plataforma Neo ha publicado El fuego en el que ardo (2016) y El hielo de mis venas (2017),
dos novelas hermanas sobre el acoso escolar y la homofobia. Además, se ha adentrado en otros
géneros, como la ciencia ficción en Biónico (2017) de la mano de Dolmen. El fantasma de los
huevos es su tercera publicación, esta vez en clave de humor. En abril de 2018 se publicará con
Plataforma Neo La estrella de mis noches, un spin-off de sus dos primeras obras.
@Mike_Lightwood
www.mikelightwood.com
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