La Semblanza de María Barilla
La Semblanza de María Barilla
La Semblanza de María Barilla
parece escrita con un cabo de vela diluido al ritmo de un fandango frenético. Por las
aguas del río Sinú hoy deambula solo un recuerdo de aquella mítica bailadora que se
convirtió en la representación humana del porro. Esa leyenda inmortal se confunde con
la espesa vegetación ribereña y con el sonido tranquilizador de las aves que se ocultan
cuando la noche se apodera del día.
“En el ritual fúnebre tocaban las bandas, y a María la echaban a dormir bajo la mesa
donde su mamá exhibía los productos”, cuenta Avilés.0
Las canciones de cuna que arrullaban a aquella niña de 8 años, eran porros y
fandangos.
Entre dormida y despierta, acostada sobre sacos y sábanas en el suelo, veía bailar a
los asistentes y escuchaba las más hermosas piezas marcadas por el alegre clarinete.
Sonreía y se alegraba más cuando algún ‘blanco’ --los ricos de aquella época--, la
sacaban a bailar. “Ella movía las caderas como una diosa, y a cambio recibía plata
pero sin mala intención”, dice Avilés.
Aunque nació en la tierra del casabe su juventud la desarrolló en una finca de Montería,
cuando su progenitora decidió irse de Ciénaga de Oro porque la vida se le puso difícil.
Para María no existía un solo sitio, toda vez que viajaba por varios pueblos de la Costa
invitada apenas por el sonido de una banda. De allí que sus biógrafos digan que
bailaba perfectamente el porro.
Lelis Movilla Bello, un escritor de Chochó (Sucre), todas las tardes se apostaba en el
mercado de Montería, en la avenida primera, a conversar con reconocidas bailadoras
de fandango, entre ellas Agustina y María Medrano, al igual que Francisca Feria.
Ellas conocieron a María de los Ángeles porque eran compañeras de faena de baile
hasta el amanecer. Lo que recogió lo consignó en su libro María Barilla, sol de
medianoche.
El investigador afirma que la mamá de María, Evangelina Tapias, nunca quiso revelar
quién era el padre de la legendaria bailadora, ese secreto se lo llevó a la tumba.
A ella parecía no importarle porque nunca dejó de mover sus caderas y hombros al
claro de la luz diáfana de la luna de medianoche mientras sonaba la banda.
“Alternaba su eterna pasión por el baile con el trabajo doméstico”, afirmó Movilla.
Cuadro en su honor. Y es que no solo se ha hablado sobre ella con letras, sino con
pintura, ya que el artista cereteano Wilfredo Ortega le puso un rostro sobre lienzo,
gracias a testimonios de los campesinos que dijeron conocerla. Ese retrato es el único
que se conoce de la diosa sinuana que dejó huellas de sus pies descalzos en el suelo
cordobés.
Más allá de su majestuosidad en la rueda del ritual llamado fandango, la vida personal
de María de los Ángeles se vio marcada por su primer amor: Perico Barilla.
“Él quería un hijo y María se lo engendró, pero cuando el embarazo estaba forjado
perdió la criatura por un aborto accidental”, afirmó Movilla y eso lo confirma la leyenda.
El historiador comenta que vivieron en la calle 35 con carreras 1 y 2, en Montería, a
pocos metros del río Sinú.
Lelis asevera que un día Perico Barilla salió para nunca más volver. María lo vio
volverse pequeño por la carretera mientras él se alejaba. Prometió regresar, pero
nunca lo hizo.
En la mente de María de seguro redoblaban los platillos mientras juró con un puñado
de tierra en las manos, que siempre lo iba a esperar, y que para que nada los separara
lo llevaría atado a ella por medio del apellido. En ese sublime instante murió María de
los Ángeles Tapias, y nació María Barilla.