Letra 012 Unidad 6
Letra 012 Unidad 6
Letra 012 Unidad 6
Ejercicios:
Lee con atención este cuento de Abelardo Castillo que se titula: “El hacha pequeña de los indios”
Después, ella hizo un alocado paso de baile y una reverencia y agregó que por eso ésta era una
noche especial, mientras él, incrédulo, la miraba con los ojos llenos de perplejidad (o de algo
parecido a la perplejidad, que también se parecía un poco a la locura), pero la muchacha sólo
reparó en su asombro porque él había sonreído de inmediato y cuando ella le preguntó qué era lo
que había estado a punto de decirle, el hombre alcanzó a murmurar nada amor mío, nada, y se
rió, y siguió riéndose como si aquello ya no tuviese importancia puesto que estaba loco de
alegría, como si realmente se hubiera vuelto loco de alegría. Por eso, cuando ella fue hacia el
dormitorio y agregó no tardes, el hombre dijo que no. Voy en seguida, dijo. Pero se quedó
mirando el hacha que colgaba junto al aparador de cedro, nueva todavía, sin usar, porque esas
cosas son en realidad adornos o poco menos que se regalan en los casamientos pero que nadie
utiliza y quedan colgadas ahí, como ésta, en el mismo sitio desde hace un año, haciéndole
recordar cada vez que la miraba (de un lado el filo; del otro, una especie de maza, con puntas,
para macerar carne) viejas historias de indios cuando él era Ojo de Halcón y mataba al traidor o
al lobo empuñando un hacha parecida a ésta. Sólo que aquélla era de palo y ésa estaba ahí, de
metal brillante, frente al hombre que ahora, al levantarse y cruzar la habitación, evocó la primera
noche que cruzó esta habitación igual que ahora, el día que se casaron pese al gesto ambiguo de
los amigos, pese a las palabras del médico, la noche un poco casual en que se encontraron
casados y mirándose con sorpresa, riéndose de sus propias caras, después de aquel noviazgo o
juego junto al mar en el que hasta hubo una gitana y fuegos artificiales y un viejo napolitano que
cantaba romanzas, fin de semana o sueño que él recordaba desde el fondo de un país de agua
como una sola y larga madruga¬da verde, como estar desnudo y algo ebrio sobre una arena
lunar, de tan limpia, como un gusto a ola o a piel mojada pero sobre todo como un jirón de
música de acordeón y la voz del viejito napolitano en alguna cantina junto a los malecones,
vértigo que se consumó en dos días porque la muchacha era hermosa –linda como una estam¬pa
de la Virgen, dijo mamá al verla, te hará feliz, y también lo había dicho la gitana, que sin
embargo bajó los ojos y no aceptó el dinero, y de pronto estaban riéndose y casados, pese al
gesto cortado de algún amigo al saludarla, pese a que ella quería tener un hijo y a la gitana que
decía la buenaventura entre los fuegos artificiales, pese al espermograma y al dictamen médico y
a que cada vez que la veía mirar a un chico, cada vez que la veía acariciarles la cabeza y jugar
atolondradamente con ellos como una pequeña hermana mayor de ojos alocados y manos como
pájaros, pensaba estoy haciendo una porquería y sentía vergüenza, y asco, un asco parecido al
que lo mareaba ahora, en el momento de descolgar el hacha pe¬queña, mientras la sopesaba lo
mismo que sopesó durante un año entero la idea de contárselo todo, de contarle que al casarse
con ella él le había matado de algún modo y para siempre un muchachito rubio, un chiquilín
tropezante que jamás podría andar cayéndose, levantándose, dejando sus juguetes por la casa:
hasta que al fin esta misma tarde él decidió contárselo todo porque supo secretamente que ella, la
muchacha de ojos alocados y manos como pájaros, la perra, entendería. Y llegó a la casa
pensando en el tono con que pro¬nunciaría sus primeras palabras esa noche (tengo que decirte
algo), el tono intrascendente o ingenuo que tienen siempre las grandes revelaciones. Por eso el
hombre estaba cruzando ahora la habitación y empuñaba el hacha pequeña de los indios que le
recordaba historias de matar al cacique o al lobo, o a la grandísima perra que esta noche, antes de
que él hablara, dijo que tenía algo que decirle: algo que ella había dicho con el tono
intrascendente e ingenuo de las grandes revelaciones. “Vamos a tener un hijo”, había dicho.
Simplemente. Después, hizo un paso de baile y una reverencia. (Castillo, 1997 P. 239-240)
En los siguientes recuadros delimita el inicio, desarrollo, clímax y final del cuento
Inicio.
La esposa iso un baile alocado y feliz por qué pensabas que sería una noche especial sin
embargo el esposo no creía en ella. Tenía duda de los que daba a demostrar su esposo,
el cual la mujer se percató inmediatamente.
Desarrollo
El hombre empeso a recordar al mirár una herramienta colgada en su Techo donde
vinieron a su menté viejas historia que decían el uso del Acha , las mismas era usada para
matar. Recordar la primera noche que crudo la puerta de su habitación sin considerar los
que dijeron sus amigos, el medico y una gitanas que le dijo que ella lo haría feliz.
Clímax
Al momento descorgar el hacha pequeña mientras la sopesaba durante todos el año le
surgió la idea de contaselo todo decirle que el había matado de algún modo la
posibilidad de tener hijos. Por el hombre estaba crusando la habitación empeñado el
Acha pequeña de los indios que le recordaba la historia de matar el casique.
Cierre
Tengo que decirte algo dise la esposa bamos a tener un hijos había dicho y siplemente
y so un baile y una reberencia.
Escribe una historia de no más de 400 palabras donde pueda visualizarse cada una de las partes
del cuento (Inicio, desarrollo, clímax y cierre)
Tierra ,
Quien te midió y te puso muros,
Alambres, ciertos?
¿Naciste dividida?
Cuando los meteoros te cruzaron y tú rostro crecía desmoronándose mares y peñasco, quién
repartió tú dones entré unos cuantos seré?
Yo te acuso :
Tuviste sacudida de muerte , temblores catástrofe, hiciste polvo la ciudades, los pueblos, las
pobre casa ciega de chillán,
Destruirte los arrabales de Valparaíso ,fuiste cólera de irracunda potra contra los pasibles
habitante de mis patrias y , en cambio , soportate la división injusta de tus predios .
Tu duro invierno al pobre diste , la mina negra al buscador herido , la cueva fue para el
abandonado, el quemante calor al hijo del desierto. Y así, tu sombra injusta no dio consuelo a
todos y tu fuego no fue bien repartido.
Tierra , escucha y medita esta palabra, las doy al viento para que vuelvan: ¡No más batallas!
¡Basta! No queremos pagar tierra con sangre: te queremos amar , madre fecunda , madre del pan
y del hombre, pero madre de todo el pan y de todos los hombres.