Kérygma y Didaché
Kérygma y Didaché
Kérygma y Didaché
Kerygma y profeteia
Los Apóstoles son testigos autorizados porque han visto. El ejercicio del ver les da
el contenido para comunicar, porque han “visto con el ojo de la fe”, “han visto para
creer”, “lo que hemos visto, lo que hemos oído os lo transmitimos”. Es un ejercicio
de epifanía, una percepción histórica y espiritual intensa, una sensibilidad religiosa
como la del profeta porque no se ha recibido un conocimiento humano sino un
misterio que se traduce en el encuentro personal con Cristo.
La profecía está definida típicamente como ese anunciar y denunciar, sin embargo
la tradición religiosa ancestral refiere los datos proféticos como un supra
conocimiento, una revelación, una comunicación prodigiosa que se comunica al
hombre en categorías de conciencia de la relación entre lo humano y lo divino,
llámesele inspiración, contemplación o experiencia numinosa.
Kérygma y paradosis
No había canon bíblico sino hasta los inicios del siglo III, sólo existían tradiciones
orales junto a la predicación. De hecho los textos y el testimonio estaban juntos y
componían la misma esencia del mensaje y de la enseñanza respecto a Jesús y a
sus Apóstoles. Sin embargo la Tradición se constituyó en una fórmula de síntesis
del contenido de la fe, devino un “depósito” (credo). La Tradición es el mismo
contenido de la predicación pero “sin negar ni quitar nada”. De frente a las
interpretaciones y experiencias temerarias de las corrientes heréticas se instituyó
una forma de doctrina segura. El kérygma también es tradición.
Pero la gran Iglesia no perdió fuerza carismática sino que elevó la trasmisión al
rango de “carisma de la verdad” (regula fidei), que dependía de la recta
interpretación de la Sagrada Escritura (regula veritatis). La fe se elevó entonces a
un anuncio de calidad intelectual sin descuidar sus formas populares. Clemente de
Alejandría definió la tradición como “verdadero conocimiento”, como una “doctrina
secreta” que capacita al creyente a un progreso espiritual a través de la fuerza del
Logos de Dios. Tal es el caso de la creación de la escuela catequética de Alejandría
con un programa gnóstico, exegético espiritual para los catecúmenos y fieles.
También había doctrina secreta en otras sectas pero se mantenía en el rango de lo
hermético, sin dinamicidad de anuncio ni transmisión.
Muchas de estas doctrinas que también se sustentaron como “verdaderas”
derivaron en herejías o en versiones alternativas del contenido bíblico, no
mantuvieron la forma kerygmática, ni profética (más bien esotérica), ni tradicional
con el testimonio de los Apóstoles. Entonces, ¿cómo saber que una doctrina o una
interpretación era la verdadera? La respuesta es simple, se requiere de la usanza
de la fe común (consuetudo) que se ha hecho lex credendi, y en las anotaciones de
las prácticas litúrgicas, catequéticas y por supuesto en la difusión abierta. Tal es el
caso de los dos grandes ejemplos kerigmáticos que se convirtieron en Tradición:
la Epideixis oDemostración de la predicación apostólica de Ireneo de Lyon, y
la Tradición apostólica de Hipólito de Roma que son el compendio normativo de la
doctrina, liturgia y de la conducta cristiana.
Kérygma y paráclesis
La palabra paráclesis es otro sinónimo de kerigma pero con una semántica más
versatil: llamar, convocar, invocar, solicitar, incitar, exhortar, dar consuelo o
bienestar, pedir indulgencia y perdón. Y mientras el kérygma se dirige hacia la fe,
la paráclesis reclama la esperanza del creyente en una forma actuante.
El medio por el cual se actuaba este contacto fue la homilía, ya que ésta en
términos estrictos significa “entretenimiento familiar”, y tuvo en la antigüedad
clásica y cristiana un uso variado y creativo, lo que le permitió ser el vehículo de la
transmisión asociado a la elocuencia sagrada, es decir al arte de invocar a Dios y
hacerlo presente para el favor de los hombres.
Kérygma y parénesis
Dios ha hablado a los hombres con el fin y la intención de conducirlos hacia la meta
de la salvación. Pero el hombre no es sólo cabeza, sino también corazón. Por eso,
Dios ha hablado al entendimiento y también al corazón del hombre. Ha propuesto
unas verdades y ha impuesto unas prácticas. Todo para obtener una conversión.
Para ella Dios y los ministros de la Palabra han empleado no sólo razones, sino
exhortaciones, parénesis.
Por su parte, los Apóstoles, enviados por Cristo a continuar su misión, se sienten
«ministros de la Palabra» y saben que de ella viene la fe (Rm 10,17). Los primeros
discursos apostólicos terminan con una exhortación a la conversión y a la
aceptación del Evangelio (Hch 2,38; 3,19; 7,51 ss.; 13,38 ss.). Lo que es norma en
los Apóstoles predicadores es práctica común en los Apóstoles escritores. S. Pablo
dedica a la exhortación la parte final de sus misivas: «Os exhorto, pues» (Rm 12,1;
Eph 4,1; 1 Thes 4,1). Algunos escritos apostólicos son de carácter exclusivamente
parenético (cfr. Jud; 1 Jn). Otros delatan un origen homilético (1 Pe). De forma que
la proclamación de los hechos cristianos o kérygma va seguida de una catequesis
en la que la exhortación ocupa el lugar de las conclusiones.
Conclusión