Iturrioz. - IGLESIA Y DEMOCRACIA - Folletos BAC

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 21

IGLESIA Y DEMOCRACIA

Jesús Iturrioz

El Vaticano II desarrolló una magnífica lección de historia «humana» a lo largo de la


constitución Gaudium et spes. La Iglesia habrá de reflexionar sobre su acción
evangélica en el mundo, pero desde dentro de él, consciente ella de su propia
encarnación en la humanidad. La Iglesia procede, no ya paralela respecto a la
humanidad, sino incorporada a ésta, hasta el punto que apenas será factible su
separación: la Iglesia se autodefine como «historia de salvación» de la humanidad,
esto es, no hay más que una historia real y verdadera.

El concilio justiprecia cuanto de verdadero, bueno y justo se descubra en las


variadísimas instituciones fundadas por el hombre. Nuestros contemporáneos aspiran
definitivamente al desarrollo pleno de su personalidad, al descubrimiento y a la
afirmación crecientes de sus derechos. La Iglesia reconoce cuánto le resta a ella por
madurar en la relación que debe mantener con el mundo. Interesa, sí, al mundo
reconocer en la Iglesia una realidad social, un fermento de la historia. La Igle sia, por
su parte, reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del
género humano: puede aún enriquecerse, y de hecho se enriquece, con la evolución de
la vida social. Recibe ayudas varias ofrecidas por los hombres de toda clase y
condición.

El proceso democrático actual, impulsado por el dinamismo social y las varias


actitudes ante él tomadas por el magisterio eclesiástico son dos vertientes de una misma
historia, compartida en convivencia por la humanidad y por la Iglesia. Ni la democracia
nació definida y madura desde el primer momento —pues su aparición fue sólo
comienzo de un continuado proceso de madurez—, ni la Iglesia desarrolló ante ella, ya
desde el principio, un conjunto doctrinal acabado y sistematizado, cual lección
magistral de un catedrático. El proceso democrático ha sido una «secuencia», nada
más, en la larga convivencia histórica de la humanidad y del Pueblo de Dios en su
largo caminar hacia la consumación de la historia.

Veamos a la Iglesia «en directo», «en vivo», cuando habla de una sociedad en viva
evolución democrática hacia una madurez nunca lograda. La Iglesia, a su vez; al
rozar con ese proceso, se autoilumina y descubre, en su arca vieja de tesoros
doctrinales, cuanto del Maestro recibiera sobre el orden querido por Dios para la
humanidad.

I. PLANTEAMIENTO HISTÓRICO

He aquí la sucesión de los pronunciamientos con que la historia ha formulado los


problemas inherentes a la conformación democrática de la sociedad humana.

En la antigüedad, la democracia nace encarnada, con características peculiares, en el


-2-

pueblo griego. Estas, conjugadas con la lejanía cronológica del hecho griego, restan a
éste valor de signo para la actualidad. Cierto que el demos, o pueblo griego, tuvo
más kratos o poder que democracia alguna en tiempos posteriores. El pueblo se
expresaba por aclamación en asambleas decisorias. «Todos mandaban en cada uno, y
cada uno en todos». El mecanismo del poder era efectivo y ampliamente compartido
gracias a una rápida rotación de cargos públicos, otorgados, frecuentemente, por suerte.

Pero era una democracia restringida, centrada en poblaciones o polis muy


delimitadas; como en Atenas, por ejemplo, su ámbito era «municipal». Estaban
excluidos los esclavos. Era una democracia aristocrática, basada en la división de
clases. Responde, a su modo, al modelo de democracia directa basada en la
participación real de los ciudadanos.

Tras un rebrote de las democracias urbanas en el Medioevo, es la democracia moderna


la que de hecho ha constituido problema en las preocupaciones de la Iglesia.

El nacimiento de esta democracia se sitúa en terrenos de la «Ilustración», fenómeno


complejo cuyas raíces prenden en el XVI europeo. Había comenzado la era de la
razón y del progreso. Una nueva época ponía sus aguas en curso: tras erosionar la
antigua sociedad europea y sus representaciones de valor, introducen un nuevo humus
en la conciencia y en las instituciones en nombre de la razón y de la libertad.

El cambio afecta a la economía y a la acción, al derecho y al Estado, a la filosofía y a la


política, a las artes y las ciencias, a la moral y a la religión.

El curso de la «democracia», alumbrado a partir del tercio final del XVIII, no


camina como un proceso rectilíneo. Es, como el de la [lustración, un movimiento
con muchos estratos, con progresos y regresiones; no siempre lo subsiguiente es mejor
que el antecedente. Opera sobre él una interrelación de factores y motivos muy
complejos, que condicionan su nacimiento y su crecimiento.

La Ilustración y, dentro de ella, la «democracia» no se circunscribe a Europa: abre


perspectivas que abarcan paulatinamente a todos los hombres y a todos los pueblos de la
tierra.

He aquí un breve examen de los estratos y tablas que el curso democrático ha


atravesado. En cada uno de ellos han brotado interrogantes a los que el pensamiento
cristiano ha debido responder.

La Revolución francesa

Dos fechas embrazan esta revolución: la reunión de los Estados generales en 1789 y el
establecimiento del nuevo orden político en 1799. Pero el fenómeno es mucho más
amplio: viene precedido por un período ideológicamente conmocio nado en que se
implica el pensamiento europeo. Envuelta en otras revoluciones —Irlanda, Holanda,
Bélgica, Polonia...—es, a su vez, transmisora de espíritu revolucionario y de nue vos
modelos sociales a todo el mundo.

La soberanía del pueblo sin estructuras estamentales; la institucionalización de la


Asamblea general como representación suprema del pueblo y del poder; la elección
-3-

por el pueblo de sus mandatarios para el ejercicio inmediato del poder; la «Declaración
de los derechos del hombre» (agosto de 1789), que consagran la igualdad de todos ante
la ley, libertades fundamentales del hombre..., son ya componentes imprescindibles en
la formación de las democracias modernas.

Dos máximos exponentes ideológicos, inspiradores de la Revolución francesa, lo han


sido igualmente del posterior movimiento democrático.

El BARÓN DE MONTESQUIEU (1689-1755) publicó, en 1748, su obra El


espíritu de las leyes. En ella establece la división de los poderes del Estado —
legislativo, ejecutivo, judicial— de autonomía recíproca. Las leyes deben ser respetadas,
pero no por su carácter sagrado, sino por cuanto corresponden a las exigencias de la
vida social. Deben cambiar con el cambio de los factores sociales, que, en el
transcurso del tiempo, condicionan a la propia sociedad. La vida de los pueblos no se
acomodará a la ley, sino que la ley ha de acomodarse a la vida de los pueblos.

La división de los tres poderes es ya doctrina adquirida en todo proceso democrático.


La interpretación de la ley habrá de ser perfilada por otro gran autor, inspirador, a su
vez, de la Revolución francesa: Juan Jacobo Rousseau.

ROUSSEAU (1712-1778) publicó, entre otras, estas dos obras: en 1762, cuando
residía en Holanda, dio a la luz El contrato social, fuente inspiradora de la
«Declaración de los derechos del hombre» de 1789, y El Emilio o la Educación
(también 1762). Ya en otro libro anterior, Discurso sobre el origen de las
desigualdades (1753), se declaró contra toda forma de sociedad y de poder, en virtud de
la bondad y de la igualdad nativas del hombre. El tema de la bondad original es céntrico
en El Emilio: el del origen de la sociedad y del poder, lo es en El contrato social.

«El hombre ha nacido libre, pero está encadenado», es el punto de arranque de su


reflexión. Todos los hombres nacen iguales y libres. El hombre no puede renunciar a su
libertad. Sólo podrá limitarla el libre querer del propio sujeto, esto es, un contrato
social, voluntario y libre, por el que cada uno pone en común su persona y todo su
poder bajo la suprema dirección de la voluntad general. Con ello, el hombre pasa
del estado natural al civil; pierde algo de su libertad natural, pero gana la civil.

En virtud de este pacto se constituye el cuerpo social del Estado: las voluntades de los
particulares se han unido en una sola voluntad general. El sujeto de la soberanía es el
pueblo. Los gobernantes son mandatarios ejecutivos de la voluntad del pueblo. La ley
es «el órgano sagrado de la voluntad del pueblo». En la democracia, el pueblo se
gobierna por sí mismo; por lo tanto, en ella, soberanía y pueblo se identifican. Es la
democracia, por así decirlo, un gobierno sin gobierno. Sería el gobierno ideal.
Rousseau, realista, se manifiesta, con todo, partidario del gobierno aristocrático
electivo.

La democracia resultante de la Revolución francesa está muy condicionada por su


signo anti, que ante todo la hace preocuparse por eliminar cuanto estaba envuelto en el
ancien régime, desde lo ideológico hasta lo estructural y organizativo. La priva de la
plena operatividad implicada en sus grandes principios de la soberanía del pueblo, de
la división de poderes, del gobierno del pueblo por sí o por sus representantes
libremente elegidos. No era posible todavía un reajuste efectivo y coordinado de
-4-

las antiguas ideologías y estructuras según los nuevos modelos sociales.

La revolución americana

La sublevación de las colonias inglesas en Norteamérica contra la metrópoli


(1770) se trasforma en una «revolución» social que tiende hacia un modelo de
independencia basado en la libertad y la igualdad social.

El movimiento contra la metrópoli culminó con la independencia en 1776. Pero años


antes ya los americanos tuvieron conciencia de que eran un «pueblo», heterogéneo e
inmaduro todavía, pero distinto del pueblo inglés. La democracia americana lleva
desde entonces el distintivo indeleble de un «pueblo», que nunca ha sido sino
«pueblo», sin tradiciones patriarcales o matriarcales, sin aristócratas ni señores feudales,
sin estamentos discriminatorios: un pueblo sin más, con conciencia de su valer social
y político basado en una conciencia comunitaria asentada sobre un territorio amplio,
bello y rico. Sin interferencias de ideologías consagradas por la tradición o impuestas
demagógicamente. Sin necesidad de romper ningún «pasado», el pueblo americano se
decidió, y cada día se decide a vivir, a darse su vida civil basada en la igualdad de todos
y en la potencialidad de sus hombres. De esta misma potencialidad surgirá el riesgo de
una sociedad capaz de inmenso progreso económico, que daría paso a un progreso polí-
tico, científico y tecnológico; pero, a la vez, a poderes nacionales o multinacionales
basados en el inmenso poder del dinero.

El 17 de septiembre de 1787 termina la elaboración de la Constitución definitiva,


todavía en vigor —aunque con sus «enmiendas»—. Es la primera de las constituciones
escritas todavía vigentes. Elaborada con ideas de Montesquieu, pero readaptada con un
gran sentido de prudencia pragmática, enuncia, como base de todo el modo de ser
americano, los derechos humanos inviolables; afirma la existencia de una nación
americana formada por Estados independientes, aunque no soberanos. La separación de
poderes logra esta formulación en la constitución de Massachusetts (1780), artículo
XXX: «En el gobierno de esta comunidad, el sector legislativo nunca ejercerá los
poderes ejecutivo y judicial, o cualquiera de ellos; el ejecutivo nunca ejercerá los
poderes legislativo y judicial, o cualquiera de ellos; el judicial nunca ejercerá los
poderes legislativo y ejecutivo, o cualquiera de ellos, con el fin de que pueda ser un
gobierno de leyes, y no de hombres». El sólido ejecutivo presidencial debe coordinarlos
y mantener la estabilidad política.

La democracia americana se caracteriza por constituir un gobierno del pueblo, por el


pueblo y para el pueblo. El pueblo ejerce su soberanía a través de las elecciones de
representantes suyos. El sistema electoral norteamericano ha resultado un modelo por su
periodicidad e invulnerabilidad.

La revolución industrial

El progreso tecnológico, como parte integrante del gran fenómeno de la Ilustración,


había de influir decisivamente en el desarrollo de la moderna democracia.

La aplicación de la hulla a los usos industriales (1735), la máquina de vapor, inventada


por Watt (1769) y utilizada en la industria textil (Crompton 1779, Arkwright 1785),
abren el camino a la industria mecánica movida por nueva energía. Progresivamente se
-5-

ve superada la manufactura y eliminada la artesanía.

El aumento de la producción y sus mayores necesidades en orden a la distribución


fuerzan el desarrollo de nuevos medios de producción y de transporte. El puente
metálico (1779) y el barco con casco de hierro (1807) preceden a la locomotora de
Stephenson (1814). Pero esta nueva tecnología requería sumas ingentes de capital y una
nueva organización en la mano de obra.

Todo ello pugnaba contra la concepción de una sociedad basada en la agricultura y en la


artesanía. El labriego se sentía libre para irse del campo a la industria.

La división, y aun lucha de clases, introducida por la escisión entre quienes propiciaban
los medios de producción —pero reteniendo su propiedad y sus beneficios— y quienes
prestaban la mano de obra, pone en marcha una nueva dinámica social, para la cual el
factor «producción-trabajo» es dirimente en la alternancia de los modelos de sociedad.

La lucha entre proletariado y burguesía, entre trabajador y capitalista, entre prestador de


trabajo y dueño de los medios de producción habría de ser recogida por Marx-Engels
(1848), para erigirse en protagonistas de una nueva configuración democrática, no ya de
la economía, sino de la propia sociedad.

La dinámica marxista llegaría hasta la revolución rusa: en manos de Lenin habría de


surgir una democracia absoluta del «proletariado» entregada de hecho a un partido,
alma y conciencia del «pueblo»; el partido habría de dirigir la evolución del «pueblo»
hasta alcanzar la plena democracia en la sociedad sin clases.

La expresión «democracia popular», acuñada desde la guerra mundial, se cubre con las
ventajas conceptuales de «democracia» para ceñirse con la fórmula concreta de tipo
comunista soviético.

Tras la segunda guerra mundial

La aparición de los Estados totalitarios pudo haberse erigido en amenaza radical contra
la ulterior evolución de la democracia en el mundo moderno. El Estado racista de Hitler
y el fascista de Mussolini, aunque de signo radicalmente diverso, consagraban, cada uno
a su modo, el absolutismo estatal; lo que unido al autocratismo de sus grandes jefes no
dejaba lugar a dudas sobre el valor desfigurativo que determinadas «formas» políticas
pudieran aportar.

La reacción de la opinión mundial tras la derrota de 1945 fue decisiva. La «democracia»


ha llegado a ser, desde entonces, término político y social universalmente apreciado. No
se la ha identificado con doctrinarismo alguno específico; antes en virtud de un
liberalismo ideológico congénito, se ha difundido indiscriminadamente; aun se ha
diluido en una discreta ambigüedad que admite adjetivos capaces, a primera vista, de
anular el sustantivo. Hasta los sistemas comunistas, montados sobre la dictadura del
proletariado, se autodefinen como demócratas, como los demócratas por excelencia.

La «democracia» se encuentra hoy a la orden del día. Según informes de la UNESCO


(1951), «por primera vez en la historia del mundo, los políticos profesionales y los
pensadores políticos están de acuerdo en acentuar el elemento democrático en las
-6-

instituciones que defienden o en las teorías que propugnan». Hasta el punto,


podemos añadir, de que la autenticidad democrática viene a constituir el test legitimador
para todo Estado o gobierno.

Es destacable el hecho de que los dos países en los que prendieron las formas más
absolutas del Estado totalitario, Alemania e Italia, han venido a ser los de
pronunciamientos más democráticos. Cabe consignar especialmente el signo
cristiano que ha distinguido y dado vigencia ejemplar a grandes partidos demócratas
en cada uno de esos dos países.

Democracia y democracias

Tras este recorrido, aunque hecho a pasos tan grandes, podemos aproximarnos a
diversos planteamientos, posible origen de problemas por dilucidar.

a) Desde la vertiente histórica: desde la democracia de la Revolución francesa o de la


americana hay un largo camino evolutivo —no siempre positivo— hasta la democracia
de hoy. Desde la vertiente tanto conceptual como pragmática, queda por aclarar el
alcance ejecutivo de la propia expresión: esto es, qué significa un verdadero poder del
pueblo, ejercido por el propio pueblo, en bien del propio pueblo. Se han dado muchos
pasos para fijar la idea de «pueblo», arbitrar una instrumentación que haga viable el
ejercicio del poder por el pueblo. También ha de someterse a definición el «bien del
pueblo». «Bien» es algo concreto y relativo al pueblo de que se trata, según el
momento coyuntural de su presencia histórica, dentro del ritmo evolutivo del
propio pueblo; y según los patrones que se apliquen por «dirigentes» mentalizados en
uno u otro sentido.

b) La democracia surge inicialmente signada con fuerte anti. Francia quería


rechazar cuanto estuviese vinculado al ancien régime. Paralelamente, el signo anti
marca a la democracia, empeñada en lavarse de toda salpicadura de totalita rismo o
de autocratismo.

Paulatinamente se ha vuelto más constructiva, según un ritmo vacilante a merced


de los avatares de la historia. Nunca se estabiliza del todo; su proceso está inmerso
en otro más amplio, el de una Ilustración que quiere mantenerse cumpli dora fiel de
su contribución al desarrollo ulterior de la historia inconclusa de la libertad. La
democracia de las libertades será signo de ellas si logra una autentificación del
pueblo, un gobierno en libertad auténticamente ejercido por el pueblo y un bien
auténtico del pueblo, que fundamentalmente consistirá en el ejercicio de sus libertades.

a)Tres patrones pueden ser aplicados para medir tipológicamente a las sociedades
democráticas:

—Un patrón mínimo, que se ajusta mejor a las etapas iniciales. Requiere la oposición
a toda forma política que merme al pueblo su ser, su dignidad y su libertad; que merme
su poder; que merme su bien. Esta oposición se refiere, en concreto, a las formas o a
los residuos dictatoriales. Este patrón mínimo podría comprobar hoy la democraticidad
de numerosos países.

—Un patrón medio o normal legitima a la democracia con la medida de instituciones


-7-

representativas ya desarrolladas, por el establecimiento de un poder ejecutivo


constitucional. La constitución suele resultar en estos niveles medios la suprema
expresión de la voluntad general, la ley de leyes. Ha de comprobarse en la medición el
verdadero origen de tales instituciones representativas y de la constitución. Pudieran
estar degeneradas en origen, al haber sido dictadas o impuestas por un fuerte poder
monocrático u oligárquico. Es menester que hayan nacido del pueblo, de acuerdo con la
idiosincrasia de él comprobada en la historia, con sus necesidades y sus aspiraciones,
con sus peculiaridades.

—Un patrón más exigente atiende a realizaciones más altas de acuerdo con un sentido
estricto y profundo de democracia. Supone un pueblo desarrollado, responsable, capaz
de asumir el control efectivo tanto del poder ejecutivo como del legislador. Un modelo
así es el descrito, por ejemplo, por V. Giscard d'Estaing en su obra Democracia referida
a Francia. Son pocos los países que se ajustan a este patrón. Según él, podría ser
detectada verdadera «democracia» en sistemas políticos aparentemente no vinculados a
esta forma de régimen.

d) Este modelo de «democracia» más desarrollada presupone y es completado por una


democracia social que remodela, más allá de la política, las entrañas del propio
«pueblo». Comporta la democratización vivencial de los hábitos y costumbres, de los
comportamientos a niveles tan varios que pueden alcanzar aun a la intimidad familiar, al
ámbito educacional, a la sociedad deportiva, a la fábrica, a las interrelaciones

entre niveles económicos diferenciados. Una democracia industrial contribuye a la


sociabilidad democrática de una convivencia fuertemente condicionada por la relación
resultante del trabajo y de la producción.

Ciertamente, el proceso recorrido desde el «proyecto democrático» que fue la


Revolución francesa hasta las democracias desarrolladas de la época actual revela la
dinamicidad de la dimensión social del hombre, ese «animal político». El proceso
queda abierto. Nadie sabe lo que en la intimidad del hombre queda todavía por estrenar.
La historia le cursará las correspondientes invitaciones.

II. LOS PAPAS Y EL PROCESO DEMOCRÁTICO

Los papas han vivido el proceso democrático desde dentro: son hombres entre hombres.
Y aun como pontífices, son cabezas de un «Pueblo», que «se siente íntima y realmente
solidario del género humano y de su historia». Reclamados en cada etapa por las
preguntas de los hombres e iluminados por el propio hombre social, han sacado de su
viejo tesoro viejas tablas sólo legibles e inteligibles a la luz de los nuevos aconteci-
mientos.

No era de esperar que los papas del proceso democrático hablaran desde el principio con
plenitud doctrinal. El camino democrático no ha sido aún recorrido hasta el término.
Queda mucho por descubrir en las entrañas de ese demos o pueblo viviente, cuyo kratos
o poder ha de ser ejercido por procedimientos cada vez menos representativos y más
participativos: la futura tecnología tiene mucho que aportar para este logro
profundamente democrático todavía por alcanzar.

Los papas de los inicios democráticos apenas pudieron intervenir.


-8-

GREGORIO XVI (1765-1846), elegido en 1831, vio el estallido de la revolución en sus


propios Estados ya el día mismo de su coronación. Todo su reinado trascurrió entre
turbulencias populares, revueltas y conspiraciones, de acuerdo con el signo de los
tiempos. A las pocas semanas hubo de apelar a la ayuda del emperador de Austria.
Aparte de su valiente acción pastoral, no le restó otro margen que la defensiva,
defensiva de las instituciones político-sociales de sus propios Estados. Murió en Roma
en 1846.

Pío IX (1792-1878) le sucedió tras brevísimo conclave. La noche del 8 al 9 de febrero


de 1849, la Asamblea proclamó en Roma la República. Gran triunfo de Mazzini. El
papa hubo de abandonar la Ciudad Eterna, a la que pudo todavía regresar el 12 de abril
de 1850. Pero el proceso de unificación era irreversible. El 20 de septiembre de 1870
capituló Roma. El papa se declaró prisionero en el palacio vaticano.

Tras cien años de historia de la pérdida de los Estados pontificios es dado afirmar que la
falta de poder temporal en nada dañó a la misión pastoral del pontificado. Antes bien, la
auténtica autoridad espiritual del papado ha resultado acrecida, sin menguas, con
mayores garantías de autenticidad cristiana, sin señal alguna de decadencia, antes en
auge constante hasta nuestros días.

La Iglesia, libre de las responsabilidades de orden temporal, ha entrado, bajo la acción


de los sumos pontífices, en una nueva fase de vida.

León XIII (1878-1903)

Tras dos pontificados absorbidos en buena parte por los problemas de los propios
Estados pontificios, León XIII pudo dedicarse, aparte de a su labor pastoral directa —
que a ésta aun los anteriores se habían dedicado—, a los problemas que la revolución
político-social europea planteaba.

La Revolución francesa había lanzado un nuevo complejo de problemas, que, según


evolucionaban, se ampliaban a un abanico cada vez más extenso. Era una revolución
inspirada en un liberalismo ya antiguo que ahora rechazaba a Dios de la sociedad y no
reconocía otra autoridad doctrinal que la propia razón. Había proclamado la soberanía
del pueblo. En su actitud anti, había derruido numerosas instituciones sociales y
políticas, con lo que en la conciencia de los católicos habían surgido inquietudes y
vacilaciones ante las nuevas formas. Pequeños ensayos de los propios católicos
abortaban de momento una «democracia cristiana» que, con el tiempo, habría de
evolucionar a formas más perfectas que León XIII no alcanzó.

León XIII promulgó numerosos documentos sobre los problemas vivos, ya en la


Iglesia, ya en torno a ella. En su encíclica Graves de communi (1901) dio cuenta,
como en un resumen de su pontificado, de las graves preocupaciones que, desde los
comienzos del mismo, tuvo en torno a las controversias sobre economía política, sobre
el nuevo impulso de la técnica, del desarrollo de las comunicaciones, de las relaciones
trabajo-salario, de los antagonismos entre ricos y pobres. Percatándose de los graves
peligros que la sociedad civil corría en sus tiempos, se creyó en el deber de prevenir y
orientar acerca de ellos a los católicos.
-9-

Nos limitaremos a entresacar y ordenar los principios fundamentales referentes a


nuestro tema. Los documentos principales en que nos fijamos son éstos:

Diuturnum illud (1881), sobre el origen del poder.


Immortale Dei (1884), sobre la constitución cristiana de los Estados.
Libertas (1888), sobre la libertad y el liberalismo.
Au milieu des sollicitudes (1892), sobre las formas de gobierno.
Notre consolation (1892), a los cardenales de Francia, sobre bien común y
formas de gobierno.
Graves de communi (1901), sobre la democracia cristiana.

He aquí una ordenada síntesis de los principales puntos de orientación establecidos por
León XIII en sus tiempos:

El poder viene de Dios

— El origen del poder civil y político hay que ponerlo en Dios y no en la multitud.
— La autoridad sólo tendrá fundamento universal si se reconoce que proviene de
Dios.
— Aun en los cambios de forma política, en toda hipótesis, el po der político como
tal procede de Dios exclusivamente.
— Hay que poner en la ley eterna de Dios la norma reguladora de la libertad, tanto de
los particulares como de la comunidad.

El poder en la sociedad

— Es la naturaleza misma, Dios, quien manda que los hombres vi van en sociedad
civil. Dios ha querido que haya en ella quienes go biernen a la multitud.
— El hombre está ordenado por la naturaleza a vivir en comunidad política. El bien
común de la sociedad es superior a cualquier otro interés; es el principio
creador, el elemento conservador de la sociedad humana.
— Ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y a
cada uno al bien común.
— No se sigue de esta doctrina que la designación divina afecte siempre e
inmediatamente a los modos de transmisión de este poder, ni a las formas
contingentes que revista, ni a las personas que son sujetos de poder.
— Los que han de gobernar los Estados pueden ser elegidos por la voluntad y el juicio de
la multitud.
— El derecho de mandar no está vinculado necesariamente a una u otra forma de
gobierno.
— En sociedades puramente humanas, el tiempo obra profundísimos cambios; hay
ocasiones en que cambia el sistema mismo de transmisión del poder supremo.
— El poder debe ser justo, ha de ser ejercitado en provecho de los ciudadanos. La única
razón legitimadora de él es asegurar el bien público, no el interés de uno o unos
pocos.

Formas de gobierno

— Con estos principios no se condena forma alguna de gobierno; todas ellas, realizadas
con prudencia y justicia, pueden garantizar al Estado la prosperidad pública.
— Ni está prohibido preferir una forma de gobierno moderada por el elemento
democrático.
— Todas y cada una de las formas son buenas siempre que tiendan a su fin, al bien
común.
- 10 -

— Los católicos, como cualquier otro ciudadano, disfrutan de plena libertad para
preferir una u otra.
— Sea cual fuere la forma de gobierno, ninguna puede ser considerada tan definitiva que
haya de permanecer siempre inmutable, aun cuando ésta haya sido la voluntad de los
que en su origen la determinaron.

Participación del pueblo

— La participación del pueblo puede ser no sólo provechosa, sino incluso obligatoria para
los ciudadanos.
— La naturaleza ordena que los ciudadanos cooperen a la tranquilidad y prosperidad
públicas. La medida, el modo y el objeto de esta colaboración no están determinados
por el derecho natural, sino por la prudencia humana.
— No lo absorberá todo el Estado. Quedarán a salvo los derechos de cada uno.

Democracia

— Democracia, según significación y uso de los filósofos, denota régimen popular.


— Democracia social, en muchos, llega a tal malicia, que nada admite fuera de lo
natural, busca los bienes corpóreos y externos exclusivamente, desea que la autoridad
resida en la plebe...
— Democracia cristiana, para muchos, es ofensiva, por suponer que encierra algo
ambiguo y peligroso, fomenta el régimen popular..., reduce sus miras a la utilidad de la
plebe...
— La democracia cristiana debe estar fundamentada en los principios de la fe divina,
atender a la suerte de los plebeyos. Nada tan santo como la justicia, que manda que
se conserve el derecho de propiedad, defiende la diversidad de clases, propia de toda
sociedad bien constituida.
— No sea lícito referir a la política el nombre de democracia cristiana. Dejado todo
concepto político, únicamente signifique la misma acción benéfica cristiana en favor del
pueblo. Esperamos que desaparezca toda discusión respecto al nombre de
democracia cristiana y toda sospecha de peligro.

Se advierte en este esquema cierta actitud defensiva por parte de León XIII ante
las novedades político-sociales en curso; las orientaciones positivas en orden a la
construcción democrática son aún poco definidas; lo relativo a la democracia
cristiana apenas esboza el futuro de este movimiento.

Aun así, el cuadro doctrinal de León XIII sitúa en su punto los valores fundamentales
—humanos y aun «divinos»— que orientan las directrices más profundas de la vía
democrática aún en curso. Esta doctrina de León XIII ha sido punto de referencia para
los siguientes papas, como su encíclica Rerum novarum, en lo social, para los papas Pío
XI (Quadragesimo anno), Pío XII (Alocución de Pentecostés, 1941), Juan XXIII (Mater
et Magistra) y Pablo VI (Octogesima adveniens).

San Pío X (1903-1914)

Tras un conclave perturbado por la intervención del emperador de Austria, el cardenal


Sarto, con el nombre de Pío X, recibía una espléndida herencia legada por León XIII. Su
pontificado se distinguió por la acción pastoral (por ejemplo, la frecuencia de la
comunión) y doctrinal (por ejemplo, en torno al modernismo).

El movimiento de Le Sillon en pro de la democracia cristiana provocó la intervención


- 11 -

del papa en carta dirigida a los obispos franceses (25 agosto 1910). P. Renaudin inició
en 1894 una pequeña revista denominada Le Sillon, que en 1899 se fundió con el
Bulletin de la Crypte, en que MARC SANGNIER (18731950) explicaba su
ideología de democracia cristiana. Bajo su dirección, Le Sillon pasó a ser órgano del
movimiento intitulado con igual nombre. Pío X hubo de intervenir con su carta Notre
charge apostolique y corregir las «desviaciones» del movimiento: su insubordinación
respecto a la autoridad eclesiástica, sus falsas ideas de justicia, igualdad y dignidad
humanas. Le Sillon se disolvió. Sangnier se sometió, y sus discípulos realizaron una
obra importante desde que terminara la primera guerra mundial.

Del documento de Pío X hoy interesa más la descripción que hace de Le Sillon que los
términos de la condena. La existencia de este movimiento de democracia cristiana a
fines del XIX y principios del XX, y la no aceptación de él por la autoridad eclesiástica
es un hecho histórico revelador de la vida de la Iglesia en su encarnación en una
historia humana que no se detiene, sino que siempre avanza. No siempre se progresa a
un mismo paso; no siempre dentro de la Iglesia evolucionan al mismo ritmo la
«base» y la jerarquía.

Resumen de la doctrina de «Le Sillon» según Pío X

a) Tiene preocupación por la dignidad humana: el pueblo debe li berarse de la tutela de


una autoridad distinta del pueblo: emancipación política; debe sacudir el yugo de la
dependencia de los patronos: emancipación económica; debe sustraerse a la dominación de la
casta dirigente: emancipación intelectual.
La libertad y la igualdad son el lado negativo de la democracia. Lo propio y positivo de
ella es la mayor participación posible de todos en el gobierno de los asuntos públicos. Y
esto comprende un triple elemento: político, económico y moral.

b) La autoridad —necesaria— debe ser repartida y multiplicada de manera que cada ciudadano
quede convertido en una especie de rey.
— Deriva de Dios, pero reside primordialmente en el pueblo y deriva de éste por vía de
elección o selección. Será autoridad consentida.
— En el orden económico, cada obrero vendrá a ser una especie de patrono. Esto se
realizará por un sistema de cooperativas suficiente mente multiplicadas.

c) El elemento capital es el moral, el amor del interés profesional y del interés público.
El corazón humano, dilatado por el amor del bien común, abrazará a todos los
camaradas de la misma profesión, a todos los compatriotas, a todos los hombres. La
grandeza y nobleza humanas se realizan así por la célebre trilogía: libertad, igualdad,
fraternidad.

d) Estos tres elementos, político, económico y moral, están subordinados el uno al otro; el
elemento moral es el principal.

Su catolicismo no se acomoda más que a la forma de gobierno de mocrática, que juzga


ser la más favorable a la Iglesia e identificarse con ella; enfeuda, pues, su religión a un
partido político.

No tenemos que demostrar —concluye la carta del papa— que el advenimiento de la


democracia universal no significa nada para la ac ción de la Iglesia en el mundo. Hemos
recordado ya que la Iglesia ha dejado siempre a las naciones la preocupación de darse
el gobierno que juzgue más ventajoso para sus intereses. Queremos afirmar una vez
más que hay un error y un peligro en enfeudar, por principio, el catolicismo a una
- 12 -

forma de gobierno; error y peligro que son tanto más grandes cuando se identifique la
religión con un género de democracia cuyas doctrinas sean erróneas.

Debía quedar aquí constancia de las posiciones democráti cas adoptadas por un grupo
de sinceros católicos. Eran una anticipación de medio siglo. Por serlo, expresiones y
actitudes hoy plenamente aceptadas no encontraron de momento comprensión. Se
perdió una oportunidad. Pero la historia se impondrá.

Pío XII (1939-1958)

Damos un gran salto desde la muerte de Pío X hasta el pontificado de Pío XII, desde la
primera guerra mundial hasta la segunda. El intermedio, por lo que a nuestro tema
atañe, se rellena con los totalitarismos de Estado de diverso signo.

Benedicto XV (1914-1922), bloqueado por la guerra (19141918), hubo de centrarse


en la vida interior de la Iglesia, aunque con las miras puestas en un futuro normalizado
que permitiera el desarrollo regular de la vida de la Iglesia.

Pío XI (1922-1939) se enfrentó con los totalitarismos de entreguerras :

Non abbiamo bisogno (junio 1931) trata el tema de la Acción Católica italiana; pero
en realidad apunta al Estado totalitario, que intentaba absorber en exclusiva todas las
entidades intermedias entre la comunidad y el Estado, sin posibilidad de acción libre
ni para la Iglesia ni para la propia sociedad.

Mit brennender Sorge (marzo de 1937) toma posición ante los problemas de la
Iglesia en el III Reich. Afronta en realidad la naturaleza del nazismo en su
doctrina, en su moral y en su derecho. Las previsiones de la encíclica fueron históri-
camente comprobadas por Pío XII en la alocución dirigida al Sacro Colegio en junio
de 1945.

Divini Redemptoris (marzo de 1937), sobre el comunismo ateo, enlaza con la


Quadragesimo anno y con las doctrinas de León XIII.

Pío XI desarrolló especialmente lo que habría de llamarse democracia social, esto es, el
valor y el sentido de las estructuras intermedias, las cuales, nacidas connaturalmente,
dan forma y vida a la sociedad en proceso dinámico de subsidiariedad.

Pío XII, nacido en 1876, fue nombrado Secretario de Estado bajo Pío XI en 1930. Al
primer día el conclave lo eligió papa; fue coronado el 12 de marzo de 1939. Ya en
tiempos de Pío XI era cada vez más honda la persuasión de una próxima guerra. Saltó
en septiembre de aquel mismo año.

De la inmensa documentación del papa Pacelli escogemos su mensaje de Navidad


Benignitas et humanitas, de 24 de diciembre de 1944. Era la sexta Navidad en
guerra. Se entreveía el final del conflicto. Los pueblos parecían como si desperta ran
de un prolongado letargo para tomar una actitud nueva, interrogante, crítica,
desconfiada frente al Estado: se oponían al monopolio de un poder dictatorial
incontrolable e intangible. Se apoderaba ya la tendencia democrática de los pueblos. Por
ello Pío XII dirige su atención al problema de la democracia, para examinar las
- 13 -

normas según las cuales sería verdadera democracia. La preocupación de la Iglesia se


centra no en las formas políticas externas, sino en el hombre como tal: no es objeto
pasivo de la vida social; por el contrario, es su sujeto, su fundamento y su fin. Dos
puntos programan la exposición de Pío XII en este radiomensaje. Según ellos
presentamos esta síntesis.

Características de los hombres en régimen democrático

a) Dos derechos del ciudadano en democracia: manifestar su propio parecer sobre los deberes
y los sacrificios que le son impuestos; no estar obligado a obedecer sin haber sido escuchado.
El ciudadano debe estar en condiciones de tener su propia opinión personal y de expresarla y
hacerla valer de una manera conforme al bien, común.
b) Pueblo y multitud amorfa o «masa» son dos cosas diferentes. El pueblo vive de la plenitud
de vida de sus hombres: en él, el ciudadano se siente con plena conciencia de su personalidad,
de sus deberes y derechos, de la dignidad de los demás.
c) La «masa» es la enemiga capital de la verdadera democracia y de su ideal de libertad y de
igualdad.

Características de los que ejercen el poder en la democracia

a) El Estado democrático, sea monárquico o republicano, debe estar investido del poder de
mandar con autoridad verdadera y eficaz.
b) Sobre esta base, la persona, el Estado, el poder público, con sus respectivos derechos, están
tan íntimamente unidos entre sí, que o se conservan o se arruinan juntos.
c) Ninguna forma política puede dejar de tener en cuenta esta conexión, y, menos que
ninguna, la democracia. Si quien ejerce el poder no la ve o la olvida, sacude las bases mismas
de su autoridad.
a) Sólo la clara visión de los fines señalados por Dios a toda sociedad humana guiará a quienes
tienen el poder el cumplir sus obligaciones, tanto en el orden legislativo como en el judicial y
ejecutivo, con conciencia de la propia responsabilidad, con objetividad, imparcialidad,
lealtad..., sin las cuales un gobernante democrático difícilmente logrará respeto, confianza y
adhesión.
d) En quienes, dentro de un régimen democrático, tienen como representantes del pueblo el
poder legislativo es de importancia el sentimiento profundo de los principios de un orden
político y social sano y conforme a las normas del derecho y de la justicia. Para todo pue blo
organizado democráticamente es de capital importancia la eleva ción moral, la capacidad
intelectual de los representantes.
e) Todo cuerpo legislativo tiene que reunir una selección de hombres espiritualmente
eminentes y de firme carácter que se consideren representantes y no mandatarios de una
muchedumbre.
b) Con tales hombres, los pueblos saben crear su democracia. Donde ellos faltan, vienen
otros que ponen en peligro el bien común.

El absolutismo del Estado

a) Una sana democracia será resueltamente contraria a aquella corrupción que atribuye a la
legislación del Estado un poder ilimitado.
b) El absolutismo del Estado consiste de hecho en el error de que la autoridad del Estado es
ilimitada y de que, frente a ésta, no se admite apelación alguna a una ley superior
moralmente obligatoria.
c) La majestad de la ley positiva humana no puede subsistir sino en la medida que respeta el
fundamento sobre el cual se apoya la persona humana, así como el Estado y el poder
público. Este es el criterio fundamental de toda sana forma de gobierno, incluida la demo -
cracia.
- 14 -

La previsión de Pío XII de que tras la guerra venía un mundo democrático fue exacta.
Siempre lo fomentó y ayudó. La democracia adoptó un marcado carácter cristiano: los
grandes fautores de la democracia cristiana occidental de los primeros tiempos: A. de
Gasperi, K. Adenauer, M. Schumann, etc., estuvieron en contacto con él.

El cuadro de la democracia presentado por el papa Pacelli superó definitivamente la


actitud crítica de León XIII, quien, a su vez, tenía ante sí una democracia cargada de
anti. La postura indefinida de León XIII para con la democracia cristiana y la
oposición de Pío X frente a la forma concreta de Le Sillon quedan ya tan atrás, que la
democracia cristiana de posguerra constituye una de las más importantes aportaciones
de los cristianos a la convivencia de los pueblos entre sí y en relación con los demás

Juan XXIII (1958-1963) y el Vaticano II (1962-1965)

Tras la segunda guerra mundial pareció firme y universal el asentamiento de las


democracias, orientadas ahora ya en sentido positivo hacia la construcción de una
convivencia fundada en los valores de la persona. Signo de la nueva postura podía ser
el hecho de que las clásicas socialdemocracias centroeuropeas, respresentantes del
socialismo científico, se autodesgravaran de su carga marxista.

Ya no era problema la línea vertical —pueblo, poder, Estado— en las democracias


occidentales. Podría serlo la línea horizontal, a saber, el talante democrático en los
varios estratos sociales. Se iniciaba el paso de la «democracia-representación» a la
«democracia-participación».

Pío XII dejó marcada la postura constructiva de la Iglesia ante la democracia. Juan
XXIII, carismáticamente dotado para ello, atendió más a la horizontalidad del
comportamiento social de acuerdo con los derechos y deberes del hombre en todos
los niveles. Aun la vida de la Iglesia, superada cierta rigidez vertical de carácter
jurídico y disciplinar, inició con Juan XXIII una vía que parecería abocada hacia una
conducta eclesial asemejada a la «democracia social».

La encíclica Mater et Magistra, conmemorativa en 1961 del 70 aniversario de la


Rerum novarum, sin mencionar el término democrático, tuvo en cuenta el
fenómeno de la socialización, entendida como un progresivo multiplicarse de las re-
laciones de convivencia, con diversas formas de vida y de actividad asociada; creación
de los propios hombres, contribuye a la afirmación y al desarrollo de las cualidades
propias de la persona. Recoge también como legítima la aspiración de los trabajadores a
participar activamente en la vida de las empresas a las que están incorporados con su
aportación al trabajo.

La encíclica Pacem in terris (abril 1963) trajo la novedad de que fuera la propia
Iglesia la que alzara bandera en pro de los derechos del hombre. Bandera levantada por
la Revolución francesa, por la Constitución americana, por la ONU..., debía ser
ondeada por la propia Iglesia. Esta encíclica redactó una carta de los derechos del
hombre y de los deberes del hombre. A partir de estos principios, la encíclica orienta
las relaciones del hombre con la autoridad pública en la comunidad humana, sin hacer
tema de estas relaciones su organización política en democracia. Termina con un
apartado sobre las relaciones entre las comunidades políticas.
- 15 -

Tampoco el concilio Vaticano II, iniciado bajo Juan XXIII en 1962 y clausurado
bajo Pablo VI en 1965, emplea el término «democracia». Muy centrado el Concilio en
los problemas del hombre, los afronta también en la comunidad política (Gaudium
et spes p.2.a c.4); pero sus formulaciones llevan el signo pluralista en cuanto que «las
modalidades concretas por las que la comunidad política organiza su estructura
fundamental y el equilibrio de los poderes públicos pueden ser diferentes según el
genio de cada pueblo y la marcha de su historia». También el Concilio apunta hacia la
«participación», hacia «estructuras político jurídicas que ofrezcan a todos los
ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades
efectivas de tomar parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos
jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de los asuntos públicos, en la
determinación de los campos de acción y de los límites de las diferentes institucio -
nes y en la elección de los gobernantes» (ibíd., n.74-75).

Este final del Concilio nos sitúa ya en la época de

Pablo VI (1963-1978)

Nacido el 26 de septiembre de 1897, en Brescia, ordenado sacerdote en mayo de 1920,


ya en 1924 ingresó en la Secretaría de Estado. Los años pasados junto al cardenal
Pacelli, luego Pío XII, le propiciaron un magnífico conocimiento del pano rama
mundial humano y eclesial. En su pontificado recogió la herencia intelectual del papa
Pacelli, quien había dejado profunda huella en el pensamiento conciliar desde que se
abriera el Vaticano II.

El papa Montini cubre el último período de la evolución democrática. Sólo


recogeremos aquí lo peculiar suyo. Conste ya el singular valor por él otorgado al
fenómeno social del «diálogo», tema peculiar de su primera encíclica Ecclesiam suam
(agosto 1964). Fijaremos nuestra atención en la carta apostólica al cardenal Roy
Octogesima adveniens (mayo 1971), a los ochenta años de la Rerum novarum; y en las
cartas transmitidas por la Secretaría de Estado a la Semana Social francesa (9-14
julio 1963), a la XXVI Semana Social de España (3-9 abril 1967) y a la XXXIX
Semana Social italiana (21-24 septiembre 1968). Pablo VI destaca en la democracia su
carácter de participación. Es el nuevo estadio de la democracia. He aquí un
esquema sintético.

Concepto más preciso de «democracia»

a) Aspecto fundamental de «democracia» es la incorporación del pueblo a la dirección


de los asuntos públicos. Este término ha sufrido imposiciones de uso diverso y significaciones
de valor vario.
a) La democracia que la Iglesia aprueba está menos ligada a un régimen político
determinado que a las estructuras de las que depen den las relaciones entre el pueblo y
el poder en la búsqueda de la prosperidad común.
b) La democracia puede ser reconocida en todo régimen que no sea totalitario. Supone un
equilibrio —variable— entre la representación nacional y la iniciativa de los gobernantes.
c) No se asegura la democraticidad con la mera observación forma lística del «método
democrático», pues la dialéctica de los partidos, de las «corrientes» y de los grupos
personales se desarrollaría sólo en función de la lucha por el poder.
d) El verdadero humanismo, que acomoda la técnica a la medida del hombre, es el
- 16 -

fundamento de la sana democracia.

Exigencias y elementos de la democracia

a) La democracia supone una sociedad de personas libres, iguales en dignidad, que


gozan de derechos fundamentales iguales y tienen conciencia de su personalidad, de
sus deberes y derechos dentro del respeto a la libertad de los demás.
b) Exige ciudadanos informados que se esfuercen en juzgar y dis cernir las
informaciones que reciben; una prensa libre y leal, objetiva; ciudadanos capaces de
independizarse.
a) Implica cuerpos intermedios libremente constituidos, reconoci dos y protegidos por
ley, normalmente consultados. Un cuerpo electoral, informado, apto para juzgar la
política de los mandatarios y los programas de los candidatos.
b) Requiere un diálogo entre los órganos del Estado y los cuerpos intermedios, que
serán tenidos en cuenta aun en decisiones privativas del poder supremo. En este
diálogo abierto está el secreto de la mayor fecundidad.

Participación

a) En los nuevos contextos de técnica y ciencia se manifiesta una doble aspiración,


reavivada con la mayor información y mejor educa ción, a la igualdad y a la participación.
b) Esta doble aspiración promueve un tipo de sociedad democrá tica. Ninguno de los
varios modelos satisface plenamente. Queda abierta la búsqueda.
c) Es exigencia del hombre actual una mayor participación en las responsabilidades y en las
decisiones. No sólo en la vida económica; se extiende al campo social y político,
donde debe ser instituida e intensificada la participación razonable en las
responsabilidades y opciones.
d) El florecimiento de toda comunidad política depende de la parti cipación de sus
componentes en la tarea colectiva.
e) Es condición normal de un pueblo llegado a su mayoría de edad, que sus miembros
intervengan en su propia vida política y dispongan de los medios con que tomar parte
activa en ella.
f) Cada ciudadano debe dar algo de sí mismo a la sociedad. Ha de ser activo, ofrecer
un aporte al bien común. Si aprende pronto a pen sar, a juzgar y a querer por sí mismo,
sabrá también intervenir.
g) La opinión pública participa por medio de un sistema represen tativo. Las
asambleas elegidas han de ser imagen de la nación: con trolan los actos del gobierno en
actitud constructiva.
h) Hay que inventar formas de democracia moderna de modo que el hombre se
comprometa en una responsabilidad común. Los grupos humanos se trasforman en
comunidades de participación y de vida. La libertad se desarrolla en su realidad
humana más profunda: comprometerse y afanarse en la realización de solidaridades
activas y vividas.

La democracia, elaborada por las manos de Pablo VI, resulta profundamente


humanizada, a partir de un hombre, a su vez, profundamente elaborado o educado en
sus valores espirituales y sociales. La democracia se humaniza ya en sus raíces: radica
en un hombre no abstracto, sino concreto, que se bate en una lucha radical para
sobreponerse a una tecnocracia deshumanizadora de la vida social. Se humaniza a través
de los cuerpos intermedios estructurales, pues aun ellos nacen de un hombre formado y
educado, preparado para un auténtico diálogo: tanto más perfecta la democracia cuanto
mejor preparado esté el hombre que la vive a través de todos los elementos sociales. Se
humaniza hasta en el poder supremo, que deberá reflejar al hombre a quien representa:
no podrá el poder refugiarse en el falso bastión de la «técnica democrática» de un
- 17 -

método y procedimiento formalista; deberá contar con el hombre de la democracia; el


propio que ostenta el poder deberá ser un verdadero hombre en contacto con un pueblo
vivo, formado, capaz de asimilar los programas de gobierno, pero también de juzgarlos
y valorarlos; independiente como para rechazarlos, pero colaborador para realizarlos si
son convenientes para el bien de la comunidad humana. En verdad, el humanismo de
Pablo VI es el fundamento de la democracia adaptada al hombre de los tiempos
actuales.

III. DEMOCRACIA

Bien pronto se descubre la incesante evolución de la doctrina de los papas acerca de la


democracia, con el mismo ritmo evolutivo con que la propia sociedad ha evolucionado
desde la democracia francesa o norteamericana de fines del XVIII hasta la democracia
hoy vigente en los países centroeuropeos más desarrollados. Evolución progresiva la de
la Iglesia, pero uniforme y constante, aun cuando, según los momentos coyunturales,
haya puesto el acento, positivo o negativo, en uno u otro factor.

He aquí un resumen orgánico —uno de los varios posibles—de esta doctrina acerca de
la democracia.

1. Las varias declaraciones de los derechos de los hombres han jalonado desde los
orígenes de la democracia su proceso evolutivo. Francia apoyó su revolución «en que la
ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas
de la infelicidad pública y del desorden del gobierno». La Declaración de independencia
de EE.UU. de América, leída ante el Congreso por Benjamín Harrison, se fundaba, a su
vez, en afirmaciones estimadas como evidentes: La primera, «que todos los hombres
nacidos son iguales, que de su Creador han recibido ciertos derechos inalienables, que
entre ellos están el de la vida, la libertad y la aspiración a la felicidad...» En la
universalización democrática de posguerra, la Asamblea general de la ONU hizo su
Declaración universal de los Derechos del Hombre (diciembre 1948), que los gobiernos
miembros del Consejo de Europa hicieron suya en la «Convención europea de los
derechos del hombre y las libertades fundamentales» (noviembre 1950).

Por parte de la Iglesia, no había existido hasta la Pacem in terris, de Juan XXIII, una
catalogación de los derechos y deberes del hombre. Pero continuamente habían sido
éstos reconocidos, de muy varia forma, en todos los documentos concernientes a la
conducta personal y social del hombre y de la sociedad. El Concilio mantuvo firme e
íntegro el catálogo de Juan XXIII. La Iglesia ha apoyado su doctrina acerca de la
sociedad humana, a todos los niveles, en el hombre, «principio, norma y fin de la vida
social».

La «democracia», por consiguiente, acunada desde su nacimiento en el humanismo —


tal vez incompleto y aun desviado—, ha crecido y madurado al ritmo con que su huma-
nismo vivificador se haya hecho más consciente y «educado» y la clarividencia con que
haya trascendido a los fenómenos sociales involutivos del proceso democrático.

2. El hombre está ordenado por su propia naturaleza a formar una comunidad política y
vivir activamente en ella. Es el núcleo vital del que irradia toda la dinámica social. La
dimensión social de la persona impulsa a la comunidad a que adopte, según
conveniencia para el bien común, una u otra forma de convivencia y de
- 18 -

comportamientos político-sociales. Las modalidades de su estructura y del equilibrio


entre los poderes públicos y el bien común pueden ser diferentes según el genio de cada
pueblo y la marcha de su historia.

El hombre vivifica y conforma la comunidad. En cualquier forma social, pero más


expresamente en la democrática, resulta de importancia decisiva la educación y
formación de ese «hombre». Tanto mayor participación le corresponderá en los asuntos
públicos cuanto más formado y «educado» esté para valorar los actos de gobierno y
enjuiciarlos; para estimar el alcance efectivo de los programas político-sociales; para
opinar sobre los movimientos económicos y sociales de los niveles intermedios en
que desarrolla su vida; para seleccionar a los hombres a quienes haya de otorgar o retirar
su confianza.

Este hombre no se diluye o deshumaniza en la vida social; antes mantiene su


personalidad en medio de la socialización creciente. Son válidas hoy las
emancipaciones reclamadas por Le Sillon: política, económica, ideológica, aun cuando
nuestro momento preferiría la enunciación positiva, en forma de participación.

3. De este «hombre» nace el pueblo. No un pueblo = masa. La masa es enemiga


fundamental de la democracia. La masa es, de por sí, inerte y sólo puede ser movida
por impulso del exterior; la fuerza elemental de la masa puede ser manejada y
aprovechada con habilidad por manos ambiciosas de uno o de muchos; aun el Estado
puede valerse de la masa, reducida a simple máquina, para imponerse a la parte mejor
del verdadero pueblo.

El pueblo vive y se mueve por la plenitud de vida de los hombres que lo


componen, conscientes de su responsabilidad y de sus convicciones: de él se expande
la vida al Estado y a todos los organismos sociales.

El pueblo que llegare a su mayoría de edad exige que sus «hombres» intervengan
activos en su propia vida pública y dispongan de los medios que la tecnología propicia
para tomar parte en los procesos decisorios y controlar a sus ejecutivos.

3. El poder viene de Dios, en cuanto que Dios, por la naturaleza misma del hombre,
dispone que los hombres vivan en comunidad, aun política; ninguna comunidad podría
subsistir, y menos la suprema, y alcanzar ordenadamente el bien común —que es su
término y destino— sin autoridad.

Este origen del poder no implica designación divina alguna que afecte a los modos o
formas que haya de adoptar, ni a las personas concretas que hayan de ser sujetos de él,
ni a las formas de transmisión. En este sentido, el poder reside primariamente en el
pueblo; y es cada uno de los pueblos, en la coyuntura concreta de su historia, el que, en
virtud de su intrínseca dinámica social, ha de descubrir la mejor manera de que di -
mane su autoridad hacia estructuras concretas de gobierno; y el que designe las
personas concretas que hayan de desempeñar el poder, siempre controladas por las
propia comunidad, sujeto último del poder.

5. La democracia es, fundamentalmente, la incorporación del pueblo a la dirección


de los asuntos públicos. Está menos ligada a un régimen político determinado que a
las estructuras de las que dependen las relaciones entre el pueblo y el poder en la
- 19 -

búsqueda de la prosperidad común. Supone un equilibrio entre la representación


nacional y la iniciativa de los gobernantes.

Supone una sociedad de hombres libres, iguales en dignidad, que gozan de


derechos fundamentales iguales; y tienen conciencia de su personalidad, de sus deberes
y derechos dentro del respeto a la libertad. Exige ciudadanos informados, con medios de
información libres, leales, objetivos.

Implica cuerpos intermedios —según el modo de ser de cada pueblo y el estadio de su


desarrollo—, nacidos desde abajo. Entre éstos ha de haber una democracia
económica —equitativa distribución de riquezas—; industrial —en las relaciones entre
quienes dan trabajo y lo prestan—; social, que abarca a todos los niveles de la vida. El
diálogo profundo y leal tiene función primaria en el comportamiento democrático de
toda la sociedad. En este diálogo está el secreto de la mayor fecundidad en orden a
que la negociación sea efectiva para el bien común.

La «democracia» se basa en un cuerpo electoral, debidamente informado, apto


para juzgar la política de los mandatarios, los programas de los candidatos y los valores
personales de los que se presentan.

6. La participación del «pueblo» está reclamada por la propia naturaleza, que


ordena que los ciudadanos cooperen al bien común. La sociedad democrática debe
estructurarse de modo que todos los ciudadanos tengan posibilidades efectivas de tomar
parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos de la comunidad política, en
los asuntos públicos, en los límites de las diversas instituciones.

El hombre de hoy tiene una doble aspiración: a la igualdad y a la participación;


participación que será cada vez mayor cuanto más formado esté el hombre:
participación en las decisiones, en las responsabilidades y opciones.

Cada ciudadano debe dar algo de sí a la sociedad en orden al bien común. Si se le educa
a tiempo, de modo que aprenda a pensar, a juzgar y a querer por sí mismo, sabrá
también intervenir con participación activa y constructiva.

El hombre debe comprometerse en una responsabilidad común. El florecimiento de


toda comunidad política depende de la participación de sus componentes en la tarea
colectiva. El modo de esta participación en cuanto a su estructuración, etc., no está
determinado por la naturaleza. Depende de los «hombres» de cada «pueblo».

7. Los que ejercen el poder en la sociedad democrática han de tener clara visión de
los fines señalados por Dios a toda sociedad. Han de cumplir sus deberes con
conciencia de la propia responsabilidad, con objetividad, imparcialidad, lealtad. Son de
capital importancia la elevación moral, la capacidad intelectual de los representantes del
pueblo.

El cuerpo legislativo debe reunir una selección de hombres espiritualmente eminentes,


de firme carácter. Las asambleas deben ofrecer la imagen real del «pueblo» que ha
elegido a los participantes en ellas. Con «hombres» bien elegidos por un «pueblo»
responsable, bien informado y competente, los «pueblos» crean, por su dinámica
interna, verdaderas democracias. Donde tales hombres faltan, vienen otros que ponen
- 20 -

en peligro el bien común.

7. Las formas de gobierno no están fijamente establecidas por la naturaleza; como


tampoco los sujetos que de inmediato hayan de ejercer el gobierno. Todas las formas,
realizadas con prudencia y justicia, pueden garantizar al Estado la prosperidad
pública. Es dado a los católicos, como a cualquier otro ciudadano, disfrutar de plena
libertad para preferir una forma que tienda en verdad al bien común del «pueblo».

Tampoco están fijados por la propia naturaleza los modos de transmisión de los
poderes, los sistemas electorales, quiénes hayan de ser los sujetos del poder, cómo
hayan de ser estructuradas las funciones del poder en su triple aspecto: legislativo,
ejecutivo, judicial.

Las modalidades concretas por las que la comunidad política organiza su estructura
fundamental y el equilibrio de los poderes públicos pueden ser diferentes según el genio
de cada pueblo y la marcha de su historia.

Las sociedades puramente humanas están sujetas al vaivén de los tiempos, que obra
profundísimos cambios; en ocasiones, aun del sistema mismo de la transmisión del
poder supremo. Sea cual fuere la forma de gobierno, ninguna puede ser considerada tan
definitiva que haya de permanecer siempre inmutable, aun cuando tal hubiere sido la
voluntad de quienes en su origen la decidieron.

9. La doble aspiración del hombre hacia la igualdad y la participación trata de promover


un tipo de sociedad democrática. Diversos modelos han sido propuestos, algunos han
sido ya experimentados; ninguno satisface completamente, y la búsqueda queda abierta
entre las tendencias ideológicas y pragmáticas.

Mientras el progreso científico y técnico continúa transformando el marco del hombre,


sus modos de conocimiento, de trabajo, de consumo y de relaciones, es menester
inventar nuevas formas de democracia moderna que hagan frente a una tecnocracia
creciente.

* * *

La historia vive su curso. No podemos juzgar que la democracia sea la última y


definitiva forma inmutable, adoptada ya por el hombre para siempre. Las formas
democráticas evolucionan desde hace dos siglos; evolucionan en este momento
histórico; seguirán evolucionando..., y el propio hombre, que las implantó como las
más adecuadas para su desarrollo en libertad y responsabilidad, será quien en un
momento dado decida sustituirlas.

La Iglesia, a su vez, vive de hombres y es para hombres, para ayudarles a realizar


en plenitud una «historia de salvación».

Unos mismos hombres viven una misma historia: una historia humanista de cultura y
progreso, una historia humanizada de salvación

La Iglesia será siempre fiel inspiradora del hombre. Encarnada en el pueblo, hará
que el pueblo del hombre sea, a la vez, el pueblo de Dios.
- 21 -

El autor es profesor de Antropología en la Universidad de Deusto.


Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, de EDICA, S. A. Madrid 1978.
Mateo Inurria, 15. Madrid
Depósito legal: M-40783-1978
ISBN: 84-220-0887-4
Imprime: Mateu Cromo, S. A. Pinto (Madrid)

Transcribe: Juan Manuel Díaz Sánchez.


Almería, octubre de 2009

También podría gustarte