Iturrioz. - IGLESIA Y DEMOCRACIA - Folletos BAC
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Jesús Iturrioz
Veamos a la Iglesia «en directo», «en vivo», cuando habla de una sociedad en viva
evolución democrática hacia una madurez nunca lograda. La Iglesia, a su vez; al
rozar con ese proceso, se autoilumina y descubre, en su arca vieja de tesoros
doctrinales, cuanto del Maestro recibiera sobre el orden querido por Dios para la
humanidad.
I. PLANTEAMIENTO HISTÓRICO
pueblo griego. Estas, conjugadas con la lejanía cronológica del hecho griego, restan a
éste valor de signo para la actualidad. Cierto que el demos, o pueblo griego, tuvo
más kratos o poder que democracia alguna en tiempos posteriores. El pueblo se
expresaba por aclamación en asambleas decisorias. «Todos mandaban en cada uno, y
cada uno en todos». El mecanismo del poder era efectivo y ampliamente compartido
gracias a una rápida rotación de cargos públicos, otorgados, frecuentemente, por suerte.
La Revolución francesa
Dos fechas embrazan esta revolución: la reunión de los Estados generales en 1789 y el
establecimiento del nuevo orden político en 1799. Pero el fenómeno es mucho más
amplio: viene precedido por un período ideológicamente conmocio nado en que se
implica el pensamiento europeo. Envuelta en otras revoluciones —Irlanda, Holanda,
Bélgica, Polonia...—es, a su vez, transmisora de espíritu revolucionario y de nue vos
modelos sociales a todo el mundo.
por el pueblo de sus mandatarios para el ejercicio inmediato del poder; la «Declaración
de los derechos del hombre» (agosto de 1789), que consagran la igualdad de todos ante
la ley, libertades fundamentales del hombre..., son ya componentes imprescindibles en
la formación de las democracias modernas.
ROUSSEAU (1712-1778) publicó, entre otras, estas dos obras: en 1762, cuando
residía en Holanda, dio a la luz El contrato social, fuente inspiradora de la
«Declaración de los derechos del hombre» de 1789, y El Emilio o la Educación
(también 1762). Ya en otro libro anterior, Discurso sobre el origen de las
desigualdades (1753), se declaró contra toda forma de sociedad y de poder, en virtud de
la bondad y de la igualdad nativas del hombre. El tema de la bondad original es céntrico
en El Emilio: el del origen de la sociedad y del poder, lo es en El contrato social.
En virtud de este pacto se constituye el cuerpo social del Estado: las voluntades de los
particulares se han unido en una sola voluntad general. El sujeto de la soberanía es el
pueblo. Los gobernantes son mandatarios ejecutivos de la voluntad del pueblo. La ley
es «el órgano sagrado de la voluntad del pueblo». En la democracia, el pueblo se
gobierna por sí mismo; por lo tanto, en ella, soberanía y pueblo se identifican. Es la
democracia, por así decirlo, un gobierno sin gobierno. Sería el gobierno ideal.
Rousseau, realista, se manifiesta, con todo, partidario del gobierno aristocrático
electivo.
La revolución americana
La revolución industrial
La división, y aun lucha de clases, introducida por la escisión entre quienes propiciaban
los medios de producción —pero reteniendo su propiedad y sus beneficios— y quienes
prestaban la mano de obra, pone en marcha una nueva dinámica social, para la cual el
factor «producción-trabajo» es dirimente en la alternancia de los modelos de sociedad.
La expresión «democracia popular», acuñada desde la guerra mundial, se cubre con las
ventajas conceptuales de «democracia» para ceñirse con la fórmula concreta de tipo
comunista soviético.
La aparición de los Estados totalitarios pudo haberse erigido en amenaza radical contra
la ulterior evolución de la democracia en el mundo moderno. El Estado racista de Hitler
y el fascista de Mussolini, aunque de signo radicalmente diverso, consagraban, cada uno
a su modo, el absolutismo estatal; lo que unido al autocratismo de sus grandes jefes no
dejaba lugar a dudas sobre el valor desfigurativo que determinadas «formas» políticas
pudieran aportar.
Es destacable el hecho de que los dos países en los que prendieron las formas más
absolutas del Estado totalitario, Alemania e Italia, han venido a ser los de
pronunciamientos más democráticos. Cabe consignar especialmente el signo
cristiano que ha distinguido y dado vigencia ejemplar a grandes partidos demócratas
en cada uno de esos dos países.
Democracia y democracias
Tras este recorrido, aunque hecho a pasos tan grandes, podemos aproximarnos a
diversos planteamientos, posible origen de problemas por dilucidar.
a)Tres patrones pueden ser aplicados para medir tipológicamente a las sociedades
democráticas:
—Un patrón mínimo, que se ajusta mejor a las etapas iniciales. Requiere la oposición
a toda forma política que merme al pueblo su ser, su dignidad y su libertad; que merme
su poder; que merme su bien. Esta oposición se refiere, en concreto, a las formas o a
los residuos dictatoriales. Este patrón mínimo podría comprobar hoy la democraticidad
de numerosos países.
—Un patrón más exigente atiende a realizaciones más altas de acuerdo con un sentido
estricto y profundo de democracia. Supone un pueblo desarrollado, responsable, capaz
de asumir el control efectivo tanto del poder ejecutivo como del legislador. Un modelo
así es el descrito, por ejemplo, por V. Giscard d'Estaing en su obra Democracia referida
a Francia. Son pocos los países que se ajustan a este patrón. Según él, podría ser
detectada verdadera «democracia» en sistemas políticos aparentemente no vinculados a
esta forma de régimen.
Los papas han vivido el proceso democrático desde dentro: son hombres entre hombres.
Y aun como pontífices, son cabezas de un «Pueblo», que «se siente íntima y realmente
solidario del género humano y de su historia». Reclamados en cada etapa por las
preguntas de los hombres e iluminados por el propio hombre social, han sacado de su
viejo tesoro viejas tablas sólo legibles e inteligibles a la luz de los nuevos aconteci-
mientos.
No era de esperar que los papas del proceso democrático hablaran desde el principio con
plenitud doctrinal. El camino democrático no ha sido aún recorrido hasta el término.
Queda mucho por descubrir en las entrañas de ese demos o pueblo viviente, cuyo kratos
o poder ha de ser ejercido por procedimientos cada vez menos representativos y más
participativos: la futura tecnología tiene mucho que aportar para este logro
profundamente democrático todavía por alcanzar.
Tras cien años de historia de la pérdida de los Estados pontificios es dado afirmar que la
falta de poder temporal en nada dañó a la misión pastoral del pontificado. Antes bien, la
auténtica autoridad espiritual del papado ha resultado acrecida, sin menguas, con
mayores garantías de autenticidad cristiana, sin señal alguna de decadencia, antes en
auge constante hasta nuestros días.
Tras dos pontificados absorbidos en buena parte por los problemas de los propios
Estados pontificios, León XIII pudo dedicarse, aparte de a su labor pastoral directa —
que a ésta aun los anteriores se habían dedicado—, a los problemas que la revolución
político-social europea planteaba.
He aquí una ordenada síntesis de los principales puntos de orientación establecidos por
León XIII en sus tiempos:
— El origen del poder civil y político hay que ponerlo en Dios y no en la multitud.
— La autoridad sólo tendrá fundamento universal si se reconoce que proviene de
Dios.
— Aun en los cambios de forma política, en toda hipótesis, el po der político como
tal procede de Dios exclusivamente.
— Hay que poner en la ley eterna de Dios la norma reguladora de la libertad, tanto de
los particulares como de la comunidad.
El poder en la sociedad
— Es la naturaleza misma, Dios, quien manda que los hombres vi van en sociedad
civil. Dios ha querido que haya en ella quienes go biernen a la multitud.
— El hombre está ordenado por la naturaleza a vivir en comunidad política. El bien
común de la sociedad es superior a cualquier otro interés; es el principio
creador, el elemento conservador de la sociedad humana.
— Ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y a
cada uno al bien común.
— No se sigue de esta doctrina que la designación divina afecte siempre e
inmediatamente a los modos de transmisión de este poder, ni a las formas
contingentes que revista, ni a las personas que son sujetos de poder.
— Los que han de gobernar los Estados pueden ser elegidos por la voluntad y el juicio de
la multitud.
— El derecho de mandar no está vinculado necesariamente a una u otra forma de
gobierno.
— En sociedades puramente humanas, el tiempo obra profundísimos cambios; hay
ocasiones en que cambia el sistema mismo de transmisión del poder supremo.
— El poder debe ser justo, ha de ser ejercitado en provecho de los ciudadanos. La única
razón legitimadora de él es asegurar el bien público, no el interés de uno o unos
pocos.
Formas de gobierno
— Con estos principios no se condena forma alguna de gobierno; todas ellas, realizadas
con prudencia y justicia, pueden garantizar al Estado la prosperidad pública.
— Ni está prohibido preferir una forma de gobierno moderada por el elemento
democrático.
— Todas y cada una de las formas son buenas siempre que tiendan a su fin, al bien
común.
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— Los católicos, como cualquier otro ciudadano, disfrutan de plena libertad para
preferir una u otra.
— Sea cual fuere la forma de gobierno, ninguna puede ser considerada tan definitiva que
haya de permanecer siempre inmutable, aun cuando ésta haya sido la voluntad de los
que en su origen la determinaron.
— La participación del pueblo puede ser no sólo provechosa, sino incluso obligatoria para
los ciudadanos.
— La naturaleza ordena que los ciudadanos cooperen a la tranquilidad y prosperidad
públicas. La medida, el modo y el objeto de esta colaboración no están determinados
por el derecho natural, sino por la prudencia humana.
— No lo absorberá todo el Estado. Quedarán a salvo los derechos de cada uno.
Democracia
Se advierte en este esquema cierta actitud defensiva por parte de León XIII ante
las novedades político-sociales en curso; las orientaciones positivas en orden a la
construcción democrática son aún poco definidas; lo relativo a la democracia
cristiana apenas esboza el futuro de este movimiento.
Aun así, el cuadro doctrinal de León XIII sitúa en su punto los valores fundamentales
—humanos y aun «divinos»— que orientan las directrices más profundas de la vía
democrática aún en curso. Esta doctrina de León XIII ha sido punto de referencia para
los siguientes papas, como su encíclica Rerum novarum, en lo social, para los papas Pío
XI (Quadragesimo anno), Pío XII (Alocución de Pentecostés, 1941), Juan XXIII (Mater
et Magistra) y Pablo VI (Octogesima adveniens).
del papa en carta dirigida a los obispos franceses (25 agosto 1910). P. Renaudin inició
en 1894 una pequeña revista denominada Le Sillon, que en 1899 se fundió con el
Bulletin de la Crypte, en que MARC SANGNIER (18731950) explicaba su
ideología de democracia cristiana. Bajo su dirección, Le Sillon pasó a ser órgano del
movimiento intitulado con igual nombre. Pío X hubo de intervenir con su carta Notre
charge apostolique y corregir las «desviaciones» del movimiento: su insubordinación
respecto a la autoridad eclesiástica, sus falsas ideas de justicia, igualdad y dignidad
humanas. Le Sillon se disolvió. Sangnier se sometió, y sus discípulos realizaron una
obra importante desde que terminara la primera guerra mundial.
Del documento de Pío X hoy interesa más la descripción que hace de Le Sillon que los
términos de la condena. La existencia de este movimiento de democracia cristiana a
fines del XIX y principios del XX, y la no aceptación de él por la autoridad eclesiástica
es un hecho histórico revelador de la vida de la Iglesia en su encarnación en una
historia humana que no se detiene, sino que siempre avanza. No siempre se progresa a
un mismo paso; no siempre dentro de la Iglesia evolucionan al mismo ritmo la
«base» y la jerarquía.
b) La autoridad —necesaria— debe ser repartida y multiplicada de manera que cada ciudadano
quede convertido en una especie de rey.
— Deriva de Dios, pero reside primordialmente en el pueblo y deriva de éste por vía de
elección o selección. Será autoridad consentida.
— En el orden económico, cada obrero vendrá a ser una especie de patrono. Esto se
realizará por un sistema de cooperativas suficiente mente multiplicadas.
c) El elemento capital es el moral, el amor del interés profesional y del interés público.
El corazón humano, dilatado por el amor del bien común, abrazará a todos los
camaradas de la misma profesión, a todos los compatriotas, a todos los hombres. La
grandeza y nobleza humanas se realizan así por la célebre trilogía: libertad, igualdad,
fraternidad.
d) Estos tres elementos, político, económico y moral, están subordinados el uno al otro; el
elemento moral es el principal.
forma de gobierno; error y peligro que son tanto más grandes cuando se identifique la
religión con un género de democracia cuyas doctrinas sean erróneas.
Debía quedar aquí constancia de las posiciones democráti cas adoptadas por un grupo
de sinceros católicos. Eran una anticipación de medio siglo. Por serlo, expresiones y
actitudes hoy plenamente aceptadas no encontraron de momento comprensión. Se
perdió una oportunidad. Pero la historia se impondrá.
Damos un gran salto desde la muerte de Pío X hasta el pontificado de Pío XII, desde la
primera guerra mundial hasta la segunda. El intermedio, por lo que a nuestro tema
atañe, se rellena con los totalitarismos de Estado de diverso signo.
Non abbiamo bisogno (junio 1931) trata el tema de la Acción Católica italiana; pero
en realidad apunta al Estado totalitario, que intentaba absorber en exclusiva todas las
entidades intermedias entre la comunidad y el Estado, sin posibilidad de acción libre
ni para la Iglesia ni para la propia sociedad.
Mit brennender Sorge (marzo de 1937) toma posición ante los problemas de la
Iglesia en el III Reich. Afronta en realidad la naturaleza del nazismo en su
doctrina, en su moral y en su derecho. Las previsiones de la encíclica fueron históri-
camente comprobadas por Pío XII en la alocución dirigida al Sacro Colegio en junio
de 1945.
Pío XI desarrolló especialmente lo que habría de llamarse democracia social, esto es, el
valor y el sentido de las estructuras intermedias, las cuales, nacidas connaturalmente,
dan forma y vida a la sociedad en proceso dinámico de subsidiariedad.
Pío XII, nacido en 1876, fue nombrado Secretario de Estado bajo Pío XI en 1930. Al
primer día el conclave lo eligió papa; fue coronado el 12 de marzo de 1939. Ya en
tiempos de Pío XI era cada vez más honda la persuasión de una próxima guerra. Saltó
en septiembre de aquel mismo año.
a) Dos derechos del ciudadano en democracia: manifestar su propio parecer sobre los deberes
y los sacrificios que le son impuestos; no estar obligado a obedecer sin haber sido escuchado.
El ciudadano debe estar en condiciones de tener su propia opinión personal y de expresarla y
hacerla valer de una manera conforme al bien, común.
b) Pueblo y multitud amorfa o «masa» son dos cosas diferentes. El pueblo vive de la plenitud
de vida de sus hombres: en él, el ciudadano se siente con plena conciencia de su personalidad,
de sus deberes y derechos, de la dignidad de los demás.
c) La «masa» es la enemiga capital de la verdadera democracia y de su ideal de libertad y de
igualdad.
a) El Estado democrático, sea monárquico o republicano, debe estar investido del poder de
mandar con autoridad verdadera y eficaz.
b) Sobre esta base, la persona, el Estado, el poder público, con sus respectivos derechos, están
tan íntimamente unidos entre sí, que o se conservan o se arruinan juntos.
c) Ninguna forma política puede dejar de tener en cuenta esta conexión, y, menos que
ninguna, la democracia. Si quien ejerce el poder no la ve o la olvida, sacude las bases mismas
de su autoridad.
a) Sólo la clara visión de los fines señalados por Dios a toda sociedad humana guiará a quienes
tienen el poder el cumplir sus obligaciones, tanto en el orden legislativo como en el judicial y
ejecutivo, con conciencia de la propia responsabilidad, con objetividad, imparcialidad,
lealtad..., sin las cuales un gobernante democrático difícilmente logrará respeto, confianza y
adhesión.
d) En quienes, dentro de un régimen democrático, tienen como representantes del pueblo el
poder legislativo es de importancia el sentimiento profundo de los principios de un orden
político y social sano y conforme a las normas del derecho y de la justicia. Para todo pue blo
organizado democráticamente es de capital importancia la eleva ción moral, la capacidad
intelectual de los representantes.
e) Todo cuerpo legislativo tiene que reunir una selección de hombres espiritualmente
eminentes y de firme carácter que se consideren representantes y no mandatarios de una
muchedumbre.
b) Con tales hombres, los pueblos saben crear su democracia. Donde ellos faltan, vienen
otros que ponen en peligro el bien común.
a) Una sana democracia será resueltamente contraria a aquella corrupción que atribuye a la
legislación del Estado un poder ilimitado.
b) El absolutismo del Estado consiste de hecho en el error de que la autoridad del Estado es
ilimitada y de que, frente a ésta, no se admite apelación alguna a una ley superior
moralmente obligatoria.
c) La majestad de la ley positiva humana no puede subsistir sino en la medida que respeta el
fundamento sobre el cual se apoya la persona humana, así como el Estado y el poder
público. Este es el criterio fundamental de toda sana forma de gobierno, incluida la demo -
cracia.
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La previsión de Pío XII de que tras la guerra venía un mundo democrático fue exacta.
Siempre lo fomentó y ayudó. La democracia adoptó un marcado carácter cristiano: los
grandes fautores de la democracia cristiana occidental de los primeros tiempos: A. de
Gasperi, K. Adenauer, M. Schumann, etc., estuvieron en contacto con él.
Pío XII dejó marcada la postura constructiva de la Iglesia ante la democracia. Juan
XXIII, carismáticamente dotado para ello, atendió más a la horizontalidad del
comportamiento social de acuerdo con los derechos y deberes del hombre en todos
los niveles. Aun la vida de la Iglesia, superada cierta rigidez vertical de carácter
jurídico y disciplinar, inició con Juan XXIII una vía que parecería abocada hacia una
conducta eclesial asemejada a la «democracia social».
La encíclica Pacem in terris (abril 1963) trajo la novedad de que fuera la propia
Iglesia la que alzara bandera en pro de los derechos del hombre. Bandera levantada por
la Revolución francesa, por la Constitución americana, por la ONU..., debía ser
ondeada por la propia Iglesia. Esta encíclica redactó una carta de los derechos del
hombre y de los deberes del hombre. A partir de estos principios, la encíclica orienta
las relaciones del hombre con la autoridad pública en la comunidad humana, sin hacer
tema de estas relaciones su organización política en democracia. Termina con un
apartado sobre las relaciones entre las comunidades políticas.
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Tampoco el concilio Vaticano II, iniciado bajo Juan XXIII en 1962 y clausurado
bajo Pablo VI en 1965, emplea el término «democracia». Muy centrado el Concilio en
los problemas del hombre, los afronta también en la comunidad política (Gaudium
et spes p.2.a c.4); pero sus formulaciones llevan el signo pluralista en cuanto que «las
modalidades concretas por las que la comunidad política organiza su estructura
fundamental y el equilibrio de los poderes públicos pueden ser diferentes según el
genio de cada pueblo y la marcha de su historia». También el Concilio apunta hacia la
«participación», hacia «estructuras político jurídicas que ofrezcan a todos los
ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades
efectivas de tomar parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos
jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de los asuntos públicos, en la
determinación de los campos de acción y de los límites de las diferentes institucio -
nes y en la elección de los gobernantes» (ibíd., n.74-75).
Pablo VI (1963-1978)
Participación
III. DEMOCRACIA
He aquí un resumen orgánico —uno de los varios posibles—de esta doctrina acerca de
la democracia.
1. Las varias declaraciones de los derechos de los hombres han jalonado desde los
orígenes de la democracia su proceso evolutivo. Francia apoyó su revolución «en que la
ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas
de la infelicidad pública y del desorden del gobierno». La Declaración de independencia
de EE.UU. de América, leída ante el Congreso por Benjamín Harrison, se fundaba, a su
vez, en afirmaciones estimadas como evidentes: La primera, «que todos los hombres
nacidos son iguales, que de su Creador han recibido ciertos derechos inalienables, que
entre ellos están el de la vida, la libertad y la aspiración a la felicidad...» En la
universalización democrática de posguerra, la Asamblea general de la ONU hizo su
Declaración universal de los Derechos del Hombre (diciembre 1948), que los gobiernos
miembros del Consejo de Europa hicieron suya en la «Convención europea de los
derechos del hombre y las libertades fundamentales» (noviembre 1950).
Por parte de la Iglesia, no había existido hasta la Pacem in terris, de Juan XXIII, una
catalogación de los derechos y deberes del hombre. Pero continuamente habían sido
éstos reconocidos, de muy varia forma, en todos los documentos concernientes a la
conducta personal y social del hombre y de la sociedad. El Concilio mantuvo firme e
íntegro el catálogo de Juan XXIII. La Iglesia ha apoyado su doctrina acerca de la
sociedad humana, a todos los niveles, en el hombre, «principio, norma y fin de la vida
social».
2. El hombre está ordenado por su propia naturaleza a formar una comunidad política y
vivir activamente en ella. Es el núcleo vital del que irradia toda la dinámica social. La
dimensión social de la persona impulsa a la comunidad a que adopte, según
conveniencia para el bien común, una u otra forma de convivencia y de
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El pueblo que llegare a su mayoría de edad exige que sus «hombres» intervengan
activos en su propia vida pública y dispongan de los medios que la tecnología propicia
para tomar parte en los procesos decisorios y controlar a sus ejecutivos.
3. El poder viene de Dios, en cuanto que Dios, por la naturaleza misma del hombre,
dispone que los hombres vivan en comunidad, aun política; ninguna comunidad podría
subsistir, y menos la suprema, y alcanzar ordenadamente el bien común —que es su
término y destino— sin autoridad.
Este origen del poder no implica designación divina alguna que afecte a los modos o
formas que haya de adoptar, ni a las personas concretas que hayan de ser sujetos de él,
ni a las formas de transmisión. En este sentido, el poder reside primariamente en el
pueblo; y es cada uno de los pueblos, en la coyuntura concreta de su historia, el que, en
virtud de su intrínseca dinámica social, ha de descubrir la mejor manera de que di -
mane su autoridad hacia estructuras concretas de gobierno; y el que designe las
personas concretas que hayan de desempeñar el poder, siempre controladas por las
propia comunidad, sujeto último del poder.
Cada ciudadano debe dar algo de sí a la sociedad en orden al bien común. Si se le educa
a tiempo, de modo que aprenda a pensar, a juzgar y a querer por sí mismo, sabrá
también intervenir con participación activa y constructiva.
7. Los que ejercen el poder en la sociedad democrática han de tener clara visión de
los fines señalados por Dios a toda sociedad. Han de cumplir sus deberes con
conciencia de la propia responsabilidad, con objetividad, imparcialidad, lealtad. Son de
capital importancia la elevación moral, la capacidad intelectual de los representantes del
pueblo.
Tampoco están fijados por la propia naturaleza los modos de transmisión de los
poderes, los sistemas electorales, quiénes hayan de ser los sujetos del poder, cómo
hayan de ser estructuradas las funciones del poder en su triple aspecto: legislativo,
ejecutivo, judicial.
Las modalidades concretas por las que la comunidad política organiza su estructura
fundamental y el equilibrio de los poderes públicos pueden ser diferentes según el genio
de cada pueblo y la marcha de su historia.
Las sociedades puramente humanas están sujetas al vaivén de los tiempos, que obra
profundísimos cambios; en ocasiones, aun del sistema mismo de la transmisión del
poder supremo. Sea cual fuere la forma de gobierno, ninguna puede ser considerada tan
definitiva que haya de permanecer siempre inmutable, aun cuando tal hubiere sido la
voluntad de quienes en su origen la decidieron.
* * *
Unos mismos hombres viven una misma historia: una historia humanista de cultura y
progreso, una historia humanizada de salvación
La Iglesia será siempre fiel inspiradora del hombre. Encarnada en el pueblo, hará
que el pueblo del hombre sea, a la vez, el pueblo de Dios.
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