Los Tiempos Del Populismo

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Los tiempos del populismo.

Devenir de una categoría polisémica


Julián Melo
Universidad Nacional de San Martín (Argentina)

DOI: dx.doi.org/10.7440/colombiaint82.2014.04
RECIBIDO: 31 de octubre de 2013
APROBADO: 29 de abril de 2014
MODIFICADO: 30 de mayo de 2014

RESUMEN: Nuestra pretensión en este texto es, en primer lugar, rescatar elementos que
han construido la imagen del populismo como categoría polisémica. En este sentido,
uno de los fundamentos de esta reconstrucción es la comprensión de los modos
en que dicha palabra ha funcionado como sinónimo de otras conceptualizaciones,
por ejemplo, el cesarismo o el bonapartismo. Al mismo tiempo, populismo ha
ido ganando cierta consideración no peyorativa, sobre todo en los escritos de
Ernesto Laclau, consiguiendo sinónimos no descalificatorios como emancipación
o expansión de la ciudadanía. En segundo lugar, y lejos de entrar en una discusión
sobre la validez de la condena o la exculpación del populismo, intentaremos
fundamentar que son justamente esa polisemia, y las cargas valorativas que la
acompañan, las que han permitido la supervivencia del populismo como categoría
teórica y descriptiva de las realidades políticas latinoamericanas desde mediados
del siglo XX.

PALABRAS CLAVE: populismo • democracia • socialismo • fascismo

H
Este artículo es el resultado de una ponencia presentada en la mesa “Populismos y
neopopulismos en América Latina. Enfoques teóricos y aproximaciones empíricas”, en el
marco del VII Congreso Latinoamericano de Ciencia Política (ALACIP), organizado por la
Universidad de los Andes (Colombia), los días 25, 26 y 27 de septiembre de 2013.

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Times of Populism. The Evolution of a Polysemic Category
ABSTRACT: The objective in this paper is, firstly, to examine the elements which have
contributed to the image of populism as a polysemic category. One of the bases
for this reconstruction is understanding the ways in which the word ‘populism’
itself has functioned as a synonym for other conceptualizations, such as cesarism or
bonapartism, for example. At the same time, there are examples where populism has
been looked at from a less pejorative perspective, above all in the writing of Ernesto
Laclau, who uses less derogatory synonyms such as ‘emancipation’ or ‘the expansion
of citizenship.’ Secondly, and without entering into a discussion about the validity of
the condemnation or vindication of populism, we will try to establish exactly what
this polysemy is, and the respective value implications which have led to the survival
of populism as a theoretical and descriptive category of political realities in Latin
America since the mid-20th century.

KEYWORDS: populism • democracy • socialism • fascism

Os tempos do populismo. Devir de uma categoria polissêmica


RESUMO: Nossa pretensão neste texto é, em primeiro lugar, resgatar elementos que
têm construído a imagem do populismo como categoria polissêmica. Nesse sentido,
um dos fundamentos dessa reconstrução é a compreensão dos modos nos quais essa
palavra tem funcionado como sinônimo de outros conceitos, como por exemplo,
o cesarismo ou o bonapartismo. Ao mesmo tempo, o populismo vem ganhando
certa consideração não pejorativa, principalmente nos textos de Ernesto Laclau,
conseguindo sinônimos não desqualificatórios como emancipação ou expansão da
cidadania. Em segundo lugar, e longe de entrar numa discussão sobre a validade
da condenação ou a exculpação do populismo, tentaremos fundamentar o que é
justamente essa polissemia, e as cargas valorativas que a acompanham, as que têm
permitido a sobrevivência do populismo como categoria teórica e descritiva das
entidades políticas latino-americanas desde meados do século XX.

PALAVRAS-CHAVE: populismo • democracia • socialismo • fascismo

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Introducción

[…] Que el populismo no es una narrativa monofónica, homogénea y cerrada


debería ser la primera lección a aprender […] (20).
Alejandro Groppo, Populismo y estabilidad de la democracia nacional popular

Hacia fines de 2011, la Editorial Universitaria de Buenos Aires publicó el li-


bro La política en tiempos de los Kirchner, coordinado por Andrés Malamud
y Miguel de Luca. Esa compilación, según reza su introducción, propone a
juicio del lector “[…] el balance de ocho años de política en tiempos K, pero
también el de treinta años de ciencia política en democracia” (2011, 19). Los
coordinadores se refieren así al conjunto de artículos compilados a modo de
muestra de un estado del arte no sólo de la cuestión política coyuntural, sino
de más largo plazo, respecto a los climas políticos e intelectuales argentinos
desde la transición democrática surgida después de la derrota en Malvinas.
No es mi propósito aquí relevar exhaustivamente el trabajo expuesto en dicho
libro; antes bien, me interesa rescatar el hecho de que en una publicación que
se presenta a sí misma como representativa del estado disciplinario de la cien-
cia política argentina, se habla de kirchnerismo prácticamente casi sin men-
cionar la palabra populismo.1 Por supuesto que esto puede aparecer como una
cuestión nimia a ojos del lector, incluso si se parte del hecho de que no existe
ninguna obligación de comprender a los fenómenos políticos latinoamerica-
nos actuales desde una teorización del populismo. No obstante, esa ausencia
sí indica una cierta postura con respecto a un debate que se extiende, a todas

1 La palabra populismo aparece esporádicamente en este libro. En el prefacio, escrito por


Luis Tonelli, y en el trabajo de Marcos Novaro se menciona al kirchnerismo con referencia
al populismo, pero sin un extenso desarrollo. Lo interesante es que ninguno de los traba-
jos allí compilados se dedica al tema específicamente. Resultaría importante cotejar esta
ausencia con la compilación hecha en 1995 por Sidicaro, Mayer y Botana para pensar el
menemismo (compilación que es reconocida como antecesora de la de 2011), tratando de
ver cómo la ciencia política argentina pensaba o no a aquel proceso político como populis-
ta, o si el populismo era un término de referencia para esa ref lexión. Sin entrar en detalles,
podemos decir que en aquel libro de 1995 era, nuevamente, el trabajo de Marcos Novaro el
que se dedicaba a pensar los rasgos populistas del menemismo.

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luces, más allá del ámbito académico de las ciencias sociales. No quiero hacer
una apología del término (populismo); me gustaría, más bien, tomar este dato
menor para tratar de entender que dicho término, como todos en realidad,
tiene sus tiempos: su cadencia tiene, en definitiva, un devenir marcado no
sólo por una fuerte presencia, sino también por sonoras ausencias.
No me parece que haga falta determinar un momento histórico que de-
signe el origen del uso de la palabra populismo en el lenguaje político general y
de las ciencias sociales en particular. Ahora bien, si arbitrariamente repensamos
el siglo XX latinoamericano, podemos observar un devenir in crescendo en la
potencia explicativa y descriptiva del populismo como término. La primera idea
que quiero exponer aquí es que si hay una marca indeleble de dicho devenir, esa
marca es la de la polisemia.2

1. Polisemia populista

Es evidente que la advertencia sobre la ausencia de un sólido consenso


en torno al sentido de la palabra populismo es un punto prácticamente común a
todo estudio respecto de él.3 Dice Carlos Durán Migliardi:

Consideradas desde un punto de vista epistemológico, las paradojas que


permanentemente acosan a la categoría de populismo debieran haber
sido causa de su exclusión de la gramática de las ciencias sociales. […]
lo cierto es que el populismo no presenta el suficiente poder explicativo
que amerite su permanencia como categoría de comprensión de los fenó-
menos políticos. No obstante, este concepto reemerge constantemente en
Latinoamérica. ¿Cuáles son las causas de tal recurrencia?; ¿a qué se debe

2 En lo sucesivo intentaré inmiscuirme en ese panorama polisémico. También en sucesivas notas


trataré de marcar la idea de que, al menos en última instancia, todo término es polisémico
pues si no, no sería término. En todo caso, rescato aquí la idea de que la polisemia populista es
posiblemente más radicalmente extrema que la de otros términos, por caso, democracia.
3 Cuestión que no debería ser a priori un problema. Existe una enorme cantidad de términos,
por ejemplo, democracia, que han sido objeto de múltiples disputas, clásicas y actuales. De
modo que el tema no puede ser bajo ningún punto de vista la ausencia de consenso (pues
tal consenso no es posible, ni tampoco es necesario), sino las estribaciones a que dicha
ausencia conduce.

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que la actual ciencia política liberal que domina el campo de la reflexión


política en Latinoamérica insista en la definición de un fenómeno polí-
tico tan difícil de aprehender como lo es el populismo?; ¿por qué, a fin
de cuentas, el fantasma del populismo insiste en reaparecer en el campo
de las ciencias sociales? En definitiva: ¿por qué continuar lidiando con el
fantasma? (2007, 87)4

Esta extensa nota me pareció significativa por dos razones. La prime-


ra es que expone de manera contundente una de las principales dudas que
pueden leerse y escucharse en una pluralidad de ámbitos: si populismo no
explica bien, ¿por qué se sigue usando la categoría? La segunda, quizá menor,
es que muestra la dificultad de la respuesta: ¿por qué Durán Migliardi habla
de “la definición de un fenómeno político tan difícil de aprehender como lo
es el populismo”? Pareciera que el problema deja de ser el uso de la catego-
ría populismo (porque populismo ya es algo de orden concreto), y el debate
se centra en su definición. Lo paradójico de ese argumento, aun cuando es
presentado como esclarecedor, demuestra con mucha fuerza el problema que
impone el uso de este “-ismo”. Dicho en otras palabras: se habla de la dificul-
tad de uso de la categoría populismo para explicar experiencias que ya son
nominadas como populistas.
Creo que, en buena medida, se continúa lidiando con el “fantasma” jus-
to porque es fácilmente “elastizable”. Que populismo no indique predicciones,

4 El texto de Ian Roxborough (1984) es citado ampliamente como referencia de la solicitud


de dejar de lado la categoría populismo. Puede agregarse aquí la explicación que da Flavia
Freidenberg (2012, 30) para ver otros autores que, sin sumarse al pedido de Roxborough,
tratan al populismo de manera intuitiva. También puede entenderse este problema cuando
José Nun dice: “Algo de esto ha ocurrido con la cuestión del populismo, que generó tantos
análisis y debates en las primeras décadas de posguerra y que, salvo algunas excepciones
importantes, fue perdiendo después buena parte de su appeal académico. A esa altura,
había quienes englobaban en la categoría a fenómenos políticos tan variados como el
fascismo, el nacional-socialismo, el stalinismo, el maoísmo, el peronismo y el castrismo
—para no mencionar a los movimientos que protagonizaron en el siglo XIX los narodniki
en Rusia y el People´s Party en los Estados Unidos o, más cercanamente, el Social Credit
Party en Canadá o, por último, Solidaridad en Polonia—. Frente a lo cual, otros autores
decidieron que un concepto de tales dimensiones y con predicados tan heterogéneos servía
para poco y era mejor abandonarlo” (1995, 70).

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o que sea una categoría regresiva, es lo que le permite su supervivencia, y lo


que obliga, en el buen sentido de la palabra, a tratar de explicarla. El error de
Durán Migliardi quizá es pensar que lo que hay que explicar son los fenómenos
populistas, cuando lo que hay que explicar primero es la palabra populismo.5
A esto se suma que la supuesta limitación explicativa tiene una potencia muy
productiva en términos de sentido común; potencia a la que no debemos dejar
de prestarle atención.
Dentro de estas formas de lidiar con el populismo, existen patrones de
procedimiento relativamente estabilizados. Suele iniciarse un texto al respecto
con alguna clase de estado del arte, el cual sirve como eje conceptual, para luego
construir una definición propia de lo que es el populismo.6 Interesa, efectivamen-
te, ese tipo de procederes porque sirven para la acumulación y la sistematización
de la información y el conocimiento. Pero, a mi criterio, interesan más aquellos
procederes porque muchas veces no derivan en una “nueva” definición, sino en
alguna clase de aggiornamento de lo dicho por otros autores; aggiornamento que
no puede considerarse inocuo, toda vez que porta, como cualquier sistematiza-
ción, un interés gramático inocultable.
El paso básico de una gran mayoría de estudios sobre populismo es la
crítica más o menos rigurosa y lapidaria respecto del estructural-funciona-
lismo; esto puede verse en una pluralidad de trabajos. Sin embargo, creo que
es lícita la pregunta acerca de cuánto se ha superado efectivamente aquella
mirada (sostenida principalmente en la obra de Germani y la sociología de
la modernización). Me refiero a que uno de los puntos de la misma, aunque
por supuesto no el único, era la centralidad otorgada a la figura —el papel o
el lugar— del líder para entender al populismo. Miradas relativamente críticas

5 El problema al que nos enfrentamos constantemente es el de sostener la definición de


populismo partiendo de una serie de rasgos determinados en la experiencia histórica concreta.
Hay una direccionalidad desde lo histórico-contextual a lo teórico-analítico que en algún
momento deberemos rediscutir.
6 Por ejemplo, el texto de Freidenberg (2012) recién anotado puede tomarse como referente
para observar la estructura de este tipo de proceder. El ya clásico trabajo de Weyland (2001)
también puede verse como sintomático de este patrón del que hablamos. Asimismo, los
estados del arte respecto del populismo son múltiples, por ejemplo, Mackinnon y Petrone
(1998), Navia (2003).

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del estructural-funcionalismo, como las de Touraine (1987) y Weffort (1967),7


siguen sosteniendo esa centralidad de un modo evidente. Pero también lo ha
hecho el último Laclau (2005) al establecer una teoría del afecto que coloca
al líder en una posición lógica determinante para su teoría del populismo.8
Freidenberg, por su parte, afirma:

Se entiende por estilo de liderazgo populista al caracterizado por la


relación directa, carismática, personalista y paternalista entre líder y
seguidor, que no reconoce mediaciones organizativas o instituciona-
les, que habla en nombre del pueblo, potencia la oposición de éste a
“los otros” y busca cambiar y refundar el statu quo dominante; donde
los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias
del líder y creen que gracias a ellas, a los métodos redistributivos
y/o al intercambio clientelar que tienen con el líder (tanto material
como simbólico), conseguirán mejorar su situación personal o la de
su entorno. (2012, 37)

No es mi propósito entrar en una discusión sobre el carisma y el proble-


ma del clientelismo.9 Lo que quiero rescatar es que esta forma de entender la
médula populista está fuertemente extendida pero no alcanza a “normalizar” el
entendimiento sobre el tema y sobre su forma de estudio, y generar así alguna
clase de consenso tangible.10 Es, simplemente, uno de los puntos más trabajados
por quienes abordaron o abordan la cuestión.

7 No se trata de asociar puramente la reflexión de estos autores a la del estructural-funcionalismo.


Simplemente, se está remarcando una posible continuidad entre miradas que eran, en el fondo,
profundamente distintas.
8 No quiero reducir la teoría laclausiana al afecto y al líder. Esta discusión merecería un trabajo
independiente. Lo que destaco es que la función significante del liderazgo sí es determinante
en la equivalencia populista, para decirlo en términos del propio Laclau.
9 Básicamente porque, más allá de que clientelismo puede sonar como una categoría algo
denigrante, tiene en todo caso un nivel de generalidad que le quita toda especificidad
al lazo político populista pensado desde esa óptica. La pregunta sería: ¿todo populismo
supone clientelismo? ¿Todo clientelismo es populista? ¿Clientelismo es sólo una política
para sectores pobres?
10 Tomo esta idea de normalización de un trabajo reciente de Omar Acha y Nicolás Quiroga
(2012). Más adelante me referiré detalladamente a la cuestión.

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Buena parte de los problemas aparentes de la polisemia del término


provienen, a mi juicio, de la multiplicidad de calificaciones que se han dado
a las experiencias que, desde otros espacios, se denominan populistas. Si pen-
samos en los procesos históricos latinoamericanos clásicos, y particularmente
en el peronismo, se lo ha entendido como dictadura, como nazi-fascismo,
como cesarismo o transformismo, como autoritarismo, como revolución
democrática burguesa, entre otros. El propio Germani (2003) habló de popu-
lismo nacional, liberal u oligárquico. Se ha comprendido a los populismos ya
no sólo con respecto a las formas del liderazgo, sino, por ejemplo, también
con respecto a las políticas económicas llevadas a cabo por determinado ré-
gimen.11 Populismo, al quedar obsesivamente atado a esas calificaciones, tiene
que ser sí o sí una categoría polisémica, casi destinada a rechazar cualquier
clase de normalización consensual terminológica. ¿Por qué? Porque los múl-
tiples sentidos asociados a las experiencias propiamente dichas se aglutinan
bajo este nombre, sin mediar, muchas veces, la exposición de una relación
significante explícita.
Aquí no intentaré construir una definición propia de populismo. Creo
que puede resultar mucho más interesante intentar entenderlo no sólo con base
en las experiencias que se han ganado esa calificación, sino también con base en
las referencias políticas frente a las cuales se lo ha contrastado. Pienso que poner
en discusión los tiempos del populismo puede ayudar, en parte, a comprender el
irredento fantasma de la polisemia.

2. Tiempos de populismo I: fascismo y totalitarismo

Una de las más interesantes intuiciones que desarrolla Germani en


buena parte de su obra, a mi juicio, se relaciona con la reflexión en torno a
fenómenos políticos que, al tiempo que compartían importantes rasgos con
el fascismo italiano y el nazismo alemán, tenían una especificidad propia.
En todo caso, es importante esa idea porque enlaza la comprensión de los
llamados populismos clásicos con una referencia sistemática a experiencias

11 Uno de los textos centrales para entender esta mirada de lo populista referido a la cuestión
económica es el de Dornbush y Edwards (1991).

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europeas que tuvieron fuerte protagonismo en la primera mitad del siglo XX.
Se comparaba, de alguna manera, a ambos grupos para obtener precisión a la
hora de entender la particularidad de cada uno. Pero, más allá de la reflexión
de Germani, en 1945 decía Victorio Codovilla:

La demagogia fascista, y esa es la demagogia peroniana, no puede pro-


ducir nunca transformaciones de orden económico y político de tipo
progresista. La prueba está en lo acaecido en los países de Europa do-
minados por el fascismo. La demagogia social de Mussolini y de Hitler
sólo depar[ó] privaciones, miseria y hambre para sus pueblos y a través
de la guerra de agresión llevaron a sus países a la catástrofe. (Citado
en Altamirano 2001, 181)

Los caminos de la izquierda argentina nunca fueron, y menos frente al


peronismo, únicos. La cita de Codovilla, como cualquier otra que pudiésemos
anotar, es fragmentaria y excluyente. Cómo entender al peronismo, y casi por
antonomasia al populismo, fue y es un problema recurrente en Argentina; la
multiplicidad de respuestas, por su parte, es monumental. Es claro que esas
formas de entendimiento mutaron considerablemente luego del golpe de Estado
de 1955 que derrocó a Perón. Y también es claro que una cita de Codovilla no
puede aglutinar todo un conjunto de reflexiones dadas en torno al peronismo. No
obstante, es bastante significativa respecto de una época, por dos razones. Primero,
porque no usa la palabra populismo para entender al peronismo. Segundo, porque
la referencia es colocada fuera de la política latinoamericana.12 Recordemos que
“la demagogia fascista era igual a la peronista”.
Más allá de esto, la calificación del peronismo, en estos precedentes, no fue
exclusiva del campo denominado “izquierda”. Decía Moisés Lebensohn, durante
la Convención Constituyente de 1949 en Argentina:

12 Si bien estamos en proceso de investigación de campo en este momento, puede afirmarse


que la colocación de la referencia comprensiva en el ámbito internacional no sólo sucedía en
Argentina. Si uno observa la prensa escrita en Uruguay, con gran participación de argentinos
exiliados, durante 1943 y 1944, puede darse cuenta de que es central la filiación de los gobiernos
latinoamericanos respecto de los totalitarismos europeos.

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Por primera vez en la historia de los partidos políticos argentinos la es-


tructura que está rigiendo al partido oficial es exactamente la misma de los
partidos totalitarios, y en ella y en su vinculación con el Estado naufragan
todas las instituciones constitucionales argentinas y los principios histó-
ricos de la organización nacional. (Diario de Sesiones de la Convención
Nacional Constituyente 1949, 330)13

Fue un tiempo en el que la lucha política y conceptual se daba en


torno a la cercanía de los regímenes latinoamericanos respecto de los pro-
cesos políticos europeos (o incluso respecto de viejos regímenes del siglo
XIX). Podríamos decir que fue un tiempo en el cual lo que hoy llamamos
populismo no era generalmente nominado de esa forma. No obstante,
había una lógica en aquella ref lexión: las experiencias que hoy llamamos
populistas eran vistas, en su propio tiempo, como límites a la posibilidad
de expansión autónoma de las clases o los sectores sociales. Si pensamos
en el caso argentino, puede observarse que esa experiencia era vista por
parte de la izquierda como dique a ese tipo de expansión, y por parte de
la Unión Cívica Radical, como un hurto de la representación popular.
Fue un tiempo en el cual eso que llamamos populismo clásico (el primer
peronismo, en este caso) se entendía por su distancia o cercanía respecto
al totalitarismo o al fascismo. Incluso, también en contexto de época, se
ha llegado a decir que el peronismo fue la dosis de fascismo posible que
Argentina podía tolerar.14
En ese mismo contexto de época, tal como lo revela Carlos Altamirano
(2011), la respuesta no fue unívoca. Parte de las múltiples intervenciones de
las que hablamos se convirtieron en fuente de la polisemia de la palabra
populismo a la que ya referimos. Lo interesante es que lo que parecía ser la

13 Otro convencional radical decía también en 1949: “Tampoco me será posible estudiar
los poderes que se le acuerdan al presidente de la República, que desde mañana el
Poder Ejecutivo será, sin lugar a dudas, una dictadura constitucional; mejor dicho, se
instaura con esta reforma la desconstitucionalización de la República. Así empezaron
embozadamente regímenes totalitarios. Las rutas quedan abiertas” (Diario de sesiones
1949, 306).
14 Ver Halperín Donghi (1956).

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marca del tiempo no era la variedad de las respuestas, sino la unicidad de la


pregunta: ¿qué fue el peronismo, o qué eran los regímenes que crecían casi
a la sombra de los fascismos europeos en América Latina? Quizá palabras
como totalitarismo o dictadura fuesen las más comunes, y nuestro signifi-
cante populismo no estuviese del todo presente. No obstante, es destacable
la construcción de un embrión reflexivo que tendría, sin ánimo racionalista de
mi parte, enormes efectos en el tiempo. ¿Por qué? Porque de las conclusiones
de las lecturas de época de los que luego se llamaron “populismos realmente
existentes” surge el punto de disputa más relevante para el debate: ¿fueron los
populismos momentos regresivos de la política latinoamericana o fueron
momentos expansivos?15
Si avanzamos en los tiempos de relectura e interpretación de los fe-
nómenos populistas, y en la propia entronización del término populismo,
quizá podamos ver que la disputa se mantuvo, siempre actualizada, pero
siempre enérgica.

3. Tiempos de populismo II: populismo y socialismo

Frente a los dilemas que presentaron puntualmente las salidas de los re-
gímenes populistas clásicos, los duelos de interpretaciones también se hicieron
sentir poderosamente. ¿Qué hacer con las herencias populistas? Si, por un lado,
esas experiencias como la cardenista, la varguista y la peronista habían sido pro-
fundamente diversas entre sí, las respuestas a qué hacer con sus herencias tam-
bién lo serían. Pero quizá podamos reconstruir un hilo de reflexión. Volvamos
brevemente a la década de los cincuenta en Argentina.
Más precisamente, en 1959 se publicó Las izquierdas en el proceso polí-
tico argentino. Allí se compiló una serie de reportajes preparados por Carlos
Strasser para ser contestados por personalidades de la izquierda argentina.

15 Para mostrar que quizá no estoy rescatando un punto excesivamente novedoso, puede
recordarse aquí el título de una célebre intervención de Américo Ghioldi: “Los trabajadores, el
señor Perón y el Partido Socialista. ¿Perón es progresista o retrógrado?”. Es destacable el hecho
de que la pregunta fuese específicamente retórica en el caso de Ghioldi. No obstante, lo que me
interesa aquí es la pregunta como tal. Le agradezco el comentario sobre este punto a Ricardo
Martínez Mazzola.

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Esos reportajes tenían, obviamente, al peronismo como eje central. Aparecían


cuestiones relativas a su carácter bonapartista o no, relativas a su origen y a
su naturaleza, entre otras.16 Más allá de que ese libro en sí mismo merece un
ensayo de análisis independiente, me interesó porque arrojaba pistas suges-
tivas acerca de cómo comenzó a releerse el peronismo y, puntualmente, su
relación con el socialismo. Esto es: ¿había que pensar al peronismo como un
desvío o como un retraso en el camino al socialismo, o podía ser concebido
como una etapa de dicho camino?17
Creo que este tiempo del populismo vuelve a ser relevante porque hace
directamente referencia a la cuestión de si fue o no un proceso político expansivo.
No digo que éste haya sido un tema excluido de todo escrito acerca de los po-
pulismos clásicos, principalmente en las décadas de los sesenta y setenta.18 Digo
que lo expansivo como rasgo populista fue un tópico a veces tácito pero presente.
Por tomar un ejemplo: en 1967 Weffort publicó “El populismo en la política bra-
sileña”. En ese célebre artículo, el autor no hace mención literal del problema del
populismo y el socialismo. No obstante, casi toda su prosa podría contestar que
el tipo de Estado varguista borró cualquier alternativa de construcción de una
movilización y una conciencia popular autónoma que diera lugar a una forma-
ción socialista. “El populismo à la Weffort” es claramente una gigantesca represa
en el río del socialismo.
Es conocida la polémica que sostuvieron Ernesto Laclau, Emilio de Ípola y
Juan Carlos Portantiero, hacia fines de los años setenta y comienzos de los ochen-
ta, en torno a la relación entre populismo y socialismo. Pero aunque es conocida,
quizá no ha sido resaltada en toda su dimensión. Estos autores descartaban, en
conjunto, las perspectivas estructural-funcionalistas sobre populismo pero dife-
rían radicalmente en torno a aquella relación. Para Laclau:

16 En 1965 se publicó una serie de intervenciones de personalidades políticas, compiladas por


Carlos Fayt con el título La naturaleza del peronismo.
17 Uno de los textos clásicos, publicado en 1965, que intentaba entender a los populismos
fuera de este tiempo que propongo, y más en términos de policlasismo y reformismo, es el
de Di Tella (1965).
18 Otro de los temas centrales en torno a estos tiempos fue el de si los populismos habían sido o
no revolucionarios. Esta cuestión excede los límites de este trabajo, pero uno de los autores que
ha discutido largamente esta temática es Halperín Donghi (1956).

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El populismo no es, en consecuencia, expresión del atraso ideológico


de una clase dominada, sino, por el contrario, expresión del momento
en que el poder articulatorio de esa clase se impone sobre el resto de
la sociedad. Este es el primer movimiento en la dialéctica entre “pue-
blo” y clases: las clases no pueden afirmar su hegemonía sin articular
al pueblo a su discurso, y la forma específica de esta articulación, en
el caso de una clase que para afirmar su hegemonía debe enfrentarse al
bloque de poder en su conjunto, será el populismo. (1978, 230. Itálicas
en el original)

Normalmente, tendemos a ocuparnos más de la definición de popu-


lismo de aquel texto, y no tanto de la temporalidad implicada en su prosa.
Más allá de los restos althusserianos de la argumentación laclausiana, es
importante destacar que el autor veía en el socialismo una coincidencia con
la forma más alta de populismo. La consecuencia es fuerte, en el sentido
de que ya los populismos clásicos no eran vistos como desvíos históricos,
sino como procesos hasta cierto punto incompletos, pero potencialmente
emancipadores. No obstante, le servía a Laclau para echar tierra sobre las
interpretaciones estructural-funcionalistas del populismo y sobre las ca-
lificaciones de dichos procesos como bonapartistas o fascistas. En lo que
a nosotros nos interesa, resaltamos que Laclau no veía una contradicción
lógica entre populismo y socialismo. Dicha cuestión, en el contexto latinoa-
mericano de mediados de fines de los años setenta, generaría reacciones que
no se harían esperar.
Hacia 1981, en un coloquio llevado a cabo en México, Emilio de
Ípola y Juan Carlos Portantiero expusieron un argumento que polemizaba
profundamente con la mirada de Laclau. Para ellos, entre populismo y so-
cialismo no había sino una brecha insalvable. Esa brecha indica, para estos
autores, que el populismo no sólo no es una forma alta del socialismo, sino
que es, más bien, un dique de contención para el avance de este último. No
se trataba solamente de un problema en torno a los modos transformistas
del liderazgo populista; se trataba también de que los populismos implicaban el
triunfo del principio nacional estatal de organización comunitaria sobre
el nacional estatal. Y ese triunfo señalaba que los populismos “realmente

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existentes” bajo ningún punto de vista habían logrado abrir el camino hacia
la terminación de las formas de dominación estatal típicamente capitalistas.
Dice Portantiero en 1982:19

[…] Los populismos aparecieron como un principio articulador explíci-


tamente opuesto al de los socialismos, de modo que su relación con éstos
ha sido y es, ideológica y políticamente, de ruptura y no de continuidad.
Los populismos latinoamericanos, como forma de organización y como
nuevo ordenamiento estatal (en los casos en que llegaron a constituirse
como tales), colocaron la elaboración de una política de masas en un
plano endógeno, recuperando así una memoria histórica colectiva capaz
de fusionar, como mito, demandas de clase, demandas de nación y de-
mandas de ciudadanía, en un único movimiento que recogía la herencia
paternalista y caudillista —estado-céntrica— de la concepción tradicio-
nal de la política. (1988 [1982], 133)20

¿Por qué es importante la relación entre populismo y socialismo? A


mi criterio, marca claramente la huella de uno de los primeros tiempos del
populismo;21 además, tiene un plus fundamental. Este plus se remite a que
dicha relación (de continuidad o de ruptura) sirve, y sirvió, para explicar
los rasgos centrales de los fenómenos históricamente dados, es decir, para
Portantiero ni el peronismo, ni el cardenismo ni el varguismo, por caso,
habían tenido nada que ver con el socialismo, y por tanto, los populismos
nunca habían significado una real y concreta apertura a la conformación
de una clase popular autónoma. Pero lo que más me interesa de este nuevo
tiempo es que pareciera ya incorporarse una lectura que si, por un lado, no

19 La cuestión de la relación entre socialismo y movimientos nacional-populares ha sido recurrente


en la obra de Portantiero, incluso al punto en que este autor no tenía, a principios de la década
de setenta, una mirada tan negativa respecto de ella. Para un análisis de este derrotero
intelectual recomiendo la lectura del texto de Martínez Mazzola (2009).
20 Citamos a Portantiero, aunque su argumento es prácticamente el mismo que el que expone
junto a Emilio de Ípola (1981).
21 Por supuesto que esto no es sólo un problema regional circunscripto a América Latina. Aquí
referimos estas citas porque nos parecen sumamente esclarecedoras, sin el objetivo de confinar
el debate en dicha región.

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Los tiempos del populismo
Julián Melo

es tan furibundamente denigratoria como la que hablaba de totalitarismo,


por el otro, comienza a revisar algunos caracteres de las experiencias popu-
listas al otorgarles cierta capacidad expansiva.
Ahora bien, ¿por qué este tiempo está anudado al primero? Entiendo
que está anudado en un doble sentido. Primero, porque mantiene una cierta
estructura interrogativa respecto del singular carácter de aquellos movimientos
de masas que habían triunfado sobre los partidos que aspiraban a representar
el interés popular. Segundo, porque se seguía manteniendo un patrón reflexivo
que tomaba a las formas del liderazgo político, y su configuración de una or-
ganización estatal, como un elemento definitorio de la experiencia populista.
Ciertamente, con el correr de las décadas de los sesenta y setenta,
las relecturas sobre los populismos latinoamericanos comenzaron a cobrar
fuerza. Muchos de los textos que hoy consideramos clásicos se publicaron
en aquella época. Los tópicos que abordaban esos trabajos eran variados
también. No obstante, el tema del socialismo siguió siendo un tema, a veces
espectral, por supuesto, que animó el debate. ¿Habían sido socialistas los
populismos? ¿Habían tenido rasgos socialistas? ¿Habían sido el fascismo o el
socialismo posibles para las sociedades latinoamericanas? ¿Eran puramente
reformistas o transformistas?
Como decíamos antes, junto a esas preguntas se multiplicaban las
respuestas. Creo que, en parte, la polisemia que discutimos inicialmente
proviene de esta historia de multiplicidades. Entre otras cosas, porque, como
también sugerimos antes, populismo comenzaba a funcionar como albergue
significante de todas esas respuestas. Esto es, en la medida en que se reinter-
pretaban las experiencias históricamente recortables, se adosaba al populismo
una particularidad distinta. El problema de la fetichización del líder y la en-
tronización organicista del Estado, el policlasismo y la ambigüedad ideológica
continuó ocupando un lugar central, pero ahora la referencia comprensiva
parecía haber dejado de ser el totalitarismo (aunque quizá totalitarismo, fruto
de estos juegos, hubiese ya perdido peso antes).
La interpretación de los fenómenos políticos latinoamericanos de los
que venimos hablando, y que hoy llamamos casi sin discusión “populistas”, tu-
vo efectivamente una historia de vida plagada de lecturas muy contradictorias
entre sí. No siempre se llamaron populismos, y casi siempre, para encontrar

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especificidad, debieron sostener comparaciones con otros fenómenos políticos.


Ahora bien, esa doble referencia que involucra populismo y otros posibles
“-ismos” comenzó a dar un importante giro a fines de la década de los setenta
y comienzos de los ochenta. En una ponencia presentada en México, precisa-
mente en 1980, decían Emilio de Ípola y Liliana de Riz:

Finalmente, un problema que en cierto modo atraviesa y condensa los


precedentes: aquel relativo al contenido mismo de las alternativas po-
líticas a impulsar en América Latina. Problema crucial, cuya profunda
complejidad no se evapora por el hecho de que pueda resumirse en la
fácil conjunción de dos palabras: democracia y socialismo, dado que
la experiencia histórica reciente, y no sólo la latinoamericana, han
convertido a esos términos en índices de múltiples y contradictorios
significados, y a su conjunción real, en el más difícil de los desafíos de
la historia presente. (1985, 47)

En este trabajo de De Ípola y De Riz, compilado con prólogo de José


María Aricó, se observa una idea central: la de reinterpretar las experiencias
pasadas latinoamericanas (con las dictaduras como corolario) como base pa-
ra imaginar nuevos rumbos políticos. Aquel célebre seminario de Morelia se
enfocaba en la discusión de la idea gramsciana de hegemonía; no obstante,
se colocaba a dicho debate en función de comprender el pasado e imaginar
el futuro. Los populismos clásicos, así, tenían mucho que decir en torno a la
fusión de socialismo y democracia, quizá no tanto en forma denigratoria ya,
sino en forma de aprendizaje. La década de los ochenta, y las salidas políticas
de las emblemáticamente violentas dictaduras latinoamericanas, discutirían
ese camino. Populismo pareció haber perdido allí protagonismo. Cuestión que
intentaremos dilucidar en el próximo apartado.

4. Tiempos de populismo III: democracia

En los primeros años de la década de los ochenta, las transiciones a la


democracia fueron un tema central en la discusión política y académica respecto
de América Latina y otras latitudes. Se discutió largamente alrededor del mundo

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Los tiempos del populismo
Julián Melo

en torno a las singularidades que dichos procesos debían y podían acarrear.


Guillermo O´Donnell decía a este respecto en 1997:

El segundo factor es el actual prestigio de los discursos democráticos y su


contrapartida, la escasa efectividad de los discursos políticos de abierto
tono autoritario. Esta es una novedad crucial de la actual ola democratiza-
dora en América del Sur. En las anteriores, el prestigio de las “soluciones”
más o menos fascistas o autoritarias, populistas o tradicionales, así como
la actitud por lo menos ambivalente de buena parte de la izquierda en
relación con la democracia política, determinaron que los discursos de-
mocráticos no pudieran imponerse. En la actualidad, en parte como con-
secuencia del clima ideológico mundial, y sobre todo como consecuencia
de las duras lecciones aprendidas con la sucesión de dominaciones buro-
crático-autoritarias a partir de la década del sesenta, pocas voces plantean
un desafío explícito a la democracia política. (223)

Esa potencia política, entramada en la ilusión del momento fundante


de la que habla Catalina Smulovitz (2009), parecía incontrastable. Las en-
señanzas del horror dictatorial comenzaban a forjar esa especie de consenso
democrático de base, necesario para reconstruir el régimen político y social en
muchos países del mundo, y en especial en América Latina. Se ha escrito mu-
cho acerca de este tema, pero quisiera aquí destacar dos puntos con respecto a
nuestro recorrido. Primero, que se mantenía en un primer plano la necesidad,
sobre todo por parte de los científicos sociales, de repensar el pasado para forjar
aquel consenso e imaginar las alternativas futuras. Segundo, que no tardarían
en construirse análisis respecto de las cualidades singulares que tomarían esos
regímenes democráticos una vez puestos en juego. En lo que atañe al debate que
hemos propuesto, populismo parecía haber perdido capacidad explicativa; popu-
lismo parecía, hasta cierto punto, una categoría del pasado.
Nuevamente, una de las más sugestivas interpretaciones fue la rea-
lizada por Guillermo O´Donnell, a comienzos de la década los noventa.
Para él, las etapas sucesivas de las transiciones en varios países de América
Latina habían dado lugar a un tipo singular de democracia, a la cual de-
nominó delegativa (1997). Esos nuevos animales políticos, singularmente

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caracterizados en los liderazgos de Menem, Collor de Mello y Fujimori,


también fueron denominados, por otros autores, neopopulismos.22 Ya no se
trataba de la polémica entre populismo y socialismo, sino de los posibles
entredichos entre el primero y las formas necesarias o deseables de la de-
mocracia. Sabido es que O´Donnell prefería no usar la palabra populismo,
pero sería factible dar un debate interesante en torno a la relación entre po-
pulismo y democracia delegativa. Podría decirse que varios de los caracteres
de la democracia delegativa se mezclan con muchas de las caracterizaciones
dadas alrededor del populismo, 23 aunque, de todos modos, podríamos de-
cir también que el concepto “democracia delegativa” conlleva un grado de
formalización y generalidad mucho más alto que el del populismo como
categoría.24 Lo importante, de cara a la argumentación que venimos desa-
rrollando, es que, de la mano de estos nuevos animales políticos, comenzó
a gestarse un profundo debate acerca de la relación entre populismo y
democracia. Esto no sólo referido ya a esos momentos transicionales, sino
también a las ya clásicas experiencias populistas. Populismo volvía a ser
discutido, pero ya no en referencia al totalitarismo ni al socialismo, sino
frente a la democracia.25
La pregunta de fondo es: ¿populismo es una forma antidemocrática?
O bien, ¿puede entenderse al populismo como una experiencia negativa para
el desarrollo democrático? ¿Son el populismo y el llamado neopopulismo un
límite a la democracia y a la democratización? ¿Es un fantasma? ¿La demo-
cracia era un remedio para salir sólo del horror dictatorial, o también lo era

22 Más allá de criticar el concepto de neopopulismo, dice Carlos de la Torre: “El análisis de
experiencias históricas populistas, no debe llevarnos al error común de ver en el populismo
sólo un fenómeno del pasado. Más bien, luego de los éxitos electorales de líderes populistas
a partir del último proceso de transición a la democracia en la región, es necesario explicar
por qué perduran los populismos. Esperamos que nuevos estudios exploren las condiciones
estructurales que permiten su continua efervescencia” (1994, 44).
23 Paramio (2006) dice claramente que democracia delegativa y populismo son lo mismo.
24 Parte de esta conclusión la hemos discutido en conversaciones personales con Gerardo Aboy
Carlés. No quisiera responsabilizarlo a él por estos dichos, pero me parece justo reconocer la
deuda en ese sentido.
25 Sobre el concepto de neopopulismo, ver Weyland (1999 y 2001), Roberts (1998), Follari
(2010). Para observar críticas posibles a esa idea, pueden verse De la Torre (2007) y Aboy
Carlés (2003).

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Los tiempos del populismo
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para curar las heridas de las viejas tradiciones populistas latinoamericanas?


Las respuestas, como es de esperarse, fueron múltiples y altamente contra-
dictorias entre sí.
Aunque de modo arbitrario por mi parte, quisiera aquí tomar una cita de
Carlos de la Torre. Dice el autor:

La presencia política de sectores excluidos que se dan con el populis-


mo tiene efectos ambiguos y contradictorios para las democracias de
la región. Por un lado al incorporarlos, ya sea través de la expansión
del voto o a través de su presencia en el ámbito público, en las plazas,
el populismo es democratizante. Pero, a la vez esta incorporación y
activación popular se da a través de movimientos heterónomos que se
identifican acríticamente con líderes carismáticos que en muchos casos
son autoritarios. Además el discurso populista, con características ma-
niqueas, que divide a la sociedad en dos campos antagónicos pues no
permite el reconocimiento del otro, pues la oligarquía encarna el mal y
hay que acabar con ella. Este último punto, señala una de las grandes
dificultades para afianzar la democracia en la región. (1994, 57)

Si bien este tipo de razonamiento se ha expandido y tiene variadas


formas, es interesante la discusión porque coloca al populismo justo en el lu-
gar mismo de la ambigüedad. Esto es así porque el ejercicio reflexivo intenta
destacar algunos rasgos democratizantes del populismo, antes que condenarlo
indefectiblemente por antidemocrático. Incluso, el mismo autor (2007) se
ha preguntado recientemente si el populismo es o no la verdadera tradición
democrática en América Latina. Queda claro que se usan allí dos referencias
democráticas distintas: pensando la “democracia à la Rousseau”, se dirá que el
populismo fue democrático; pensando en la democracia liberal procedimental,
se dirá que no lo fue.26
Se han destacado muchos esfuerzos analíticos, ya hacia fines de la década
de los noventa y comienzos del presente siglo, por repensar la relación entre

26 En esta línea, puede verse Aibar Gaete (2007).

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populismo y democracia, intentando no caer en el aserto quizá más tradicional


que establece que populismo, por sus mecanismos políticos autoritarios y su lide-
razgo unanimista, es antidemocrático.27 Dice Waldo Ansaldi:

Las experiencias populistas —tal vez más notoriamente en los casos


brasileño y argentino que en el caso mexicano— son fundamentales
en el proceso de construcción de la concepción de la democracia con
énfasis en lo social antes que en lo político. Ellas se caracterizan más
por extender los derechos de ciudadanía —aunque lo hacen, en distinta
proporción y magnitud— por dotarlos de mayor densidad, aun cuando
puede argumentarse que la relación vertical líder-masas tiende a gene-
rar sumisión de las segundas respecto del primero, con un resultado
inquietante: convertir a “la ciudadanía en una cáscara vacía y la justicia
distributiva en un instrumento de dominación”. (2007, 43. Las comillas
refieren a Arditi 2004)

No hay excesivas diferencias entre este argumento y el de De la Torre,


más allá de la gramática y de la prosa. Hubo, y hay, una necesidad de resca-
tar elementos democratizadores del populismo, combinada simultáneamente
con la procaz alerta respecto de los riesgos de esa forma de democratización.
Entiendo que, aun a riesgo de simplificar, quedan dos puntos importantes
por resaltar frente a esto. Por un lado, que democracia, como socialismo,
portan en sí mismas una polisemia igual o mayor a la de populismo;28 de
ese modo, se enfrentan dos extremos de relación que pueden dar lugar a un
universo prácticamente infinito de argumentación. Por otro lado, que sigue
destacándose el formato del liderazgo como elemento central para enten-
der la médula del populismo. A lo dicho por Ansaldi (2007), siempre cabrá

27 La cuestión de populismo y democracia ha sido discutida seminalmente por Margaret


Canovan (1999). Este debate ha tenido ciertas derivaciones, para lo cual recomiendo la
lectura de Arditi (2004 y 2009). Por otra parte, me parece que es esencial en este tema
repasar las contribuciones de Ansaldi (2007), Panizza (2008 y 2009) y Aboy Carlés (2001
y 2006).
28 Recordemos aquí la aclaración de Portantiero y De Ípola respecto de la relación entre
socialismo real y normativo.

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Los tiempos del populismo
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preguntarle: ¿cómo es una relación líder-masas horizontal? ¿Qué tipo de ejem-


plos históricos podríamos usar, el de los populismos por el estilo de Gaitán,
que no llegaron a la cúpula del poder del Estado? Creo que la potencia del
lenguaje transicional construyó una idea de que las nuevas democracias
esconderían el problema de los movimientos nacional-populares, cosa que
no ocurrió, y populismo renació como parte de la discusión política y teórica.
Este renacimiento implica, en todo caso, un nuevo clima en el cual, a todas
luces, las referencias dejaron de ser el fascismo y el socialismo, y pasó a ser
la democracia.29

Conclusión

Una de las partes más llamativas de la discusión en torno al populismo es


su contextura ocultamente comparativa. Si nuestro argumento no resulta falaz, se
verá que populismo ha corrido una suerte algo singular. No se trata de un con-
cepto polisémico, por el estilo de democracia o república, sino que se trata de un
concepto cuya polisemia se amplía enormemente en un doble sentido: primero,
respecto a la categoría (totalitarismo, fascismo, democracia, socialismo) frente a
la cual se la exponga. Segundo, esa polisemia también depende de la experiencia
histórica que se tome como base (por ejemplo, cardenismo, peronismo o var-
guismo). En última instancia, populismo nunca ha sido un término con potencia
normativa, no ha sido un objetivo por seguir. Ha funcionado más bien como
límite, como un freno para otro tipo de experiencias consideradas positivas (por
ejemplo, la democracia).30

29 Para discutir mis argumentos, creo que sería importante interpretar los textos de Nicolás
Azzolini (2010). Este autor ha destacado el problema de la democracia en la campaña
presidencial argentina de 1945 y 1946; es decir, el problema del populismo (no como término,
sino como experiencia histórica) respecto de la democracia es viejo. Mi argumento no
contradice el de Azzolini, sólo lo reposiciona en una temporalidad en la cual, pensando en
el período posterior al ascenso de Perón al poder en Argentina, totalitarismo y fascismo le
ganaron la batalla referencial a la democracia.
30 Podrá decirse que la última teorización de Laclau tiene ese contenido normativo. La
sinonimia expuesta por ese autor entre populismo, política y hegemonía es efectivamente
una intervención que cabría colocar en el lugar del “objetivo político a seguir”. Contra esa
teorización, ver De Ípola (2009).

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El ejercicio que hemos propuesto, señalando una serie de tiempos del


populismo, no indica que sean compartimentos herméticos.31 El devenir histórico
ha generado pervivencias, varias de ellas destacadas aquí, y abren la posibilidad
de pensar en ciertos elementos comunes a la hora de concebir al populismo
(principalmente los caracteres del liderazgo). El punto es que esos elementos no
alcanzan como para pensar en una “normalización” del ámbito reflexivo académi-
co. No contamos con una forma más o menos definida de entender al populismo.
Dicen Omar Acha y Nicolás Quiroga:

La historia de la historiografía indica que en ocasiones surge un texto que


funciona como molde interpretativo, que es objeto de mímesis en el resto
del entendimiento histórico (lo que no significa que sea copiado; lo esencial
es que se constituya en una referencia narrativa y explicativa). Es un relato
que emerge como brújula de lectura de nuevas facetas del archivo. (2012, 24)

Aprovechando de modo metafórico el razonamiento de estos autores,


de lo que se está hablando es de la ausencia de ese tipo de mímesis en la
reflexión sobre el populismo. Es posible que en determinados ámbitos exista
una cierta tendencia o un determinado patrón a la hora de pensar al popu-
lismo; de lo que no puede hablarse es de la existencia de “una brújula” per-
fectamente reconocible en los estudios que toman al populismo como objeto.
Los intentos de definición del concepto y la búsqueda de su especificidad son
múltiples, y muchos de ellos han sido citados aquí. No obstante, me parece
claro que no hay, por ahora, “una referencia” univoca para esas búsquedas, y
mucho menos existe una huella determinante en el modo de estudiar las ex-
periencias históricas que se etiquetan bajo dicho concepto. A modo de ejem-
plo: estudiar y pensar al populismo tomando como eje a Weyland o hacerlo
partiendo de Laclau es tan distinto que, como mínimo, la conclusión tendría
que ser que el consenso está lejos de ser alcanzado.

31 Aunque quisiera desarrollarlo más en futuros trabajos, vale aquí una aclaración en torno a la
relación entre el segundo y el tercero de los tiempos destacados. Como vimos, incluso, con la
cita de De Riz y De Ípola, democracia y populismo tienen un papel conjunto y relativamente
simbiótico en parte de la intelectualidad.

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Los tiempos del populismo
Julián Melo

Populismo es una categoría en disputa constante porque, entre otras cosas,


la lectura de los movimientos o experiencias históricos que se califican con ese
nombre lo es. La ausencia de normalización, atada a la dificultad del consenso
en la definición, no puede tampoco ser saldada en una normativización de signo
positivo de alguna de ellas. Si considero que el peronismo fue bueno, y pienso
que el peronismo fue un populismo, no puedo aseverar que el populismo es la
meta política; básicamente, porque peronismo y populismo responden, al fin y
al cabo, a dos registros analíticos diferentes. El hecho de que populismo tenga
un peso peyorativo sedimentado en cuanto significante no puede derivarnos en
una simple inversión de carga valorativa. Por supuesto, tampoco debería hacerse
lo contrario. Lo importante allí es, creo, entender la sedimentación y la función
analítica que ella ha cumplido para lograr sentidos comunes tan dispares. Como
decíamos antes, populismo ha ocupado generalmente el lugar de un límite al
desarrollo de otros procesos potencialmente más deseables para muchos. Y eso
no debe ser tomado simplemente como un signo de torpeza intelectual. Antes
bien, debe ser entendido como un signo del tiempo, y como un signo también
altamente productivo en términos políticos.
Este trabajo ha tenido un espíritu interrogativo, tratando de interpe-
lar ciertos sentidos comunes. Para no perder ese espíritu, pregunto: ¿puede
determinarse un último y cuarto tiempo, abarcando quizá la década pasada?
Se ha trabajado y publicado mucho sobre populismo en los últimos diez
años, teniendo como epicentro al libro de Laclau, La razón populista (2005).
Creo que nadie podría negar esta cuestión. No obstante, me parece que este
proceso no ha derivado aún en un nuevo tiempo. Es decir, la obra de Laclau
ha tenido un importante impacto en el debate y en la producción en muchos
ámbitos académicos en América Latina y en algunas universidades europeas
y norteamericanas, pero todavía no ha cambiado, a mi juicio, el eje de la
reflexión dado en torno a populismo y democracia, por un lado, y en torno
al carácter posiblemente expansivo de la lógica populista, por otro. Es decir,
creo que la obra de Laclau tampoco terminó por convertirse en un vector de
“normalización”, tal como lo definimos antes.
Si en un futuro de mediano plazo pudiese entramarse un nuevo tiempo
para la discusión sobre populismo, ese nuevo tiempo, creo, tendrá un concepto
de referencia distinto a los anteriores: la identidad política. La identidad política

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—concebida en términos de procesos de estabilización de campos solidarios rela-


tivamente estables que, al tiempo que operan sobre una tradición comunitaria, se
homogenizan internamente y se diferencian externamente32— puede abrir nuevos
escenarios de conceptualización del populismo no atados a las dimensiones más
transitadas, principalmente, el formato del liderazgo.33 A modo de intuición,
entonces, creo que pensar al populismo como una lógica política, entre muchas
otras, de configuración de identidades populares —alejados de cualquier clase
de condena o exculpación— puede llegar a ser un rumbo factible de una buena
porción de estudios que elijan el tema como eje.
En 1996, Pierre-André Taguieff señalaba que uno de los problemas del
populismo era que se había vuelto una “palabra popular”. Casi veinte años des-
pués, creo que el aserto de Taguieff es insoslayablemente contundente, pero se
presta a una última interrogación: ¿se volvió popular en dónde, con qué senti-
dos? La palabra populismo, a diferencia de democracia o de república, se volvió
popular, masiva, en el ámbito de las ciencias sociales, incluso del periodismo.
Pero nunca se volvió “un significante” producido socialmente en otros planos
del sentido común. Populismo, incluso a diferencia de hegemonía, no penetró
al lenguaje político, salvo para casos de descalificación visceral. “Se volvió po-
pular”, ciertamente, pero dentro de un campo acotado. Es, y sigue siendo, una
categoría altamente productiva que ha permitido releer el pasado de muchas
naciones, posibilita interpretar la actualidad y tiene gran potencia analítico. De
cualquier modo, creo que cualquier intento de normalización en la circulación
de sentidos de la palabra populismo debe partir, simultáneamente, de asumir

32 Tomo aquí como base la definición de identidad política ofrecida por Aboy Carlés (2001).
Remito y recomiendo dos trabajos recientes de Aboy Carlés (2013) y Barros (2013), en los cuales
se despliegan diversos razonamientos que apuntan en la dirección de pensar la relación entre
populismo e identidades políticas de un modo más que sugerente.
33 Creo que los trabajos de Aboy Carlés (2001, 2003, 2005a, 2005b, 2006 y 2013), más las obras
de Sebastián Barros (2003, 2006a, 2006b, 2007, 2008 y 2009) y de Alejandro Groppo (2009)
pueden ser una clara guía de este nuevo escenario que estoy sugiriendo. Ciertamente, como
me lo ha marcado Ricardo Martínez Mazzola, tomar “identidad” como nuevo referente del debate
puede cambiar los ejes del mismo. Principalmente, en el sentido de que identidad pareciera ser
un concepto con un nivel de generalidad y abstracción mayor, incluso, que el de democracia. En
todo caso, creo que la ref lexión en torno a los mecanismos populistas de configuración de
identidades políticas viene tomando fuerte protagonismo, y habrá que seguir su evolución
con el correr de los años.

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Los tiempos del populismo
Julián Melo

que su radical polisemia depende de la multiplicidad de interpretaciones sobre


las experiencias que se llaman populistas, y de la aceptación de que ésta, como
cualquier otra categoría teórica, tiene sus tiempos.

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Julián Melo es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires.


Investigador del CONICET y profesor del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES)
de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), en Argentina. Entre sus últimas
publicaciones está el libro Las brechas del pueblo. Reflexiones sobre identidades populares y
populismo (con Gerardo Aboy Carlés y Sebastián Barros). Buenos Aires: UNGS-UNDAV,
2013; y “Hegemonía populista, ¿hay otra? Nota de interpretación sobre populismo y hege-
monía en la obra de Ernesto Laclau”. Identidades 1 (1), 2011.
Correo electrónico: melojulian@hotmail.com

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