Aristoteles y Dante

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DiSEÑADOR

nombre: Silvia

EDITOR
nombre: Alicia, Mercè

«—¿Creéis que descubriremos todos los se-

ALIRE SÁENZ
BENJAMIN ALIRE SÁENZ ha recibido

BENJAMIN
CORRECTOR
cretos del universo? diversos premios por Aristóteles y Dante descubren
nombre:
Me sorprendió escuchar la voz de Susie con- los secretos del universo. También fue ganador del
testando mi pregunta. Premio PEN/Faulkner de Ficción y del American
Todo este tiempo había estado intentando dilucidar los secretos ESPECIFICACIONES
—Sería una pasada, ¿no crees, Ari? Book Award por sus libros para adultos. Con He
—Sí —susurré—. Una verdadera pasada. del universo, los secretos de mi propio cuerpo, de mi propio Forgot To Say Goodbye ganó el premio de litera- título: Aristotéles y Dante
corazón. ¿Será que en los secretos del universo se esconden tura infantil y juvenil Tomás Rivera y el Southwest
—¿Crees, Ari, que el amor tiene algo que ver
también los secretos del amor? Todas las respuestas estaban muy Books; con Last Night I Sang to the Monster fue encuadernación: Rústica con solapas
con los secretos del universo?»
cerca. Y aun así había luchado contra ellas sin siquiera saberlo. parte del top 10 del ALA para jóvenes, y Sammy medidas tripa: 14,5 x 22,5 mm
Pero ¿por qué me avergonzaba? ¿Por qué lo & Juliana in Hollywood fue finalista en Los An-
medidas frontal cubierta: 147 x 225
quería lejos cuando estaba cerca pero lo geles Times Book Prize. Excompañero de poesía

UNIVERSO
medidas contra cubierta: 147 x 225
echaba de menos cuando estaba lejos? de Wallace E. Stegner, Sáenz es profesor en el De-
¿Por qué mis padres no dijeron nada? Todos partamento Creativo de la Universidad de Texas, medidas solapas: 95 mm

libramos guerras privadas. Y no sé si por miedo perderé la mía. en El Paso. ancho lomo definitivo : 20 mm
Dante es el primer amigo que he tenido. Pero ¿por qué me asusto?
ACABADOS

DEL
SECRETOS
Nº de TINTAS: 4/0
PARA TODOS AQUELLOS QUE HAN TENIDO
TINTAS DIRECTAS:
QUE APRENDER A JUGAR CON OTRAS REGLAS.
LAMINADO:

PLASTIFICADO:
«Simplemente maravilloso.»

LOS
brillo mate
THE GUARDIAN
uvi brillo uvi mate

DESCUBREN
relieve

falso relieve

purpurina:

estampación:

troquel

OBSERVACIONES:

planetadelibrosjuvenil.com FAIXA
@teenplanetlibros PVP 14,95 € 10238343

@teenplanetlibro BENJAMIN ALIRE SÁENZ


@teenplanetlibro Ganador del Premio Pen/Faulkner de Ficción Fecha:
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CROSSBOOKS, 2019
infoinfantilyjuvenil@planeta.es
www.planetadelibrosjuvenil.com
www.planetadelibros.com
Editado por Editorial Planeta, S. A.

Título original: Aristotle and Dante Discover the Secrets of the Universe
© Benjamin Alire Sáenz, 2012
Traducción: Sonia Verjovsky Paul
Publicado originalmente en 2012 por Simon & Schuster Books for Young
Readers, un sello de Simon & Schuster Children’s Publishing Division,
New York, N.Y. Estados Unidos. Todos los derechos reservados.
Derechos mundiales exclusivos en español, publicados mediante acuerdo
con Simon & Schuster Inc, New York, New York, Estados Unidos
© 2015, Editorial Planeta Mexicana, S. A. de C. V.
Bajo el sello editorial PLANETA M. R.
Avenida Presidente Masaryk núm. 111, Piso 2
Colonia Polanco V Sección
Deleg. Miguel Hidalgo
C. P. 11560, México, D. F.
www.planetadelibros.com.mx
© Editorial Planeta S. A., 2019
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
Primera edición: junio de 2019
ISBN: 978-84-08-20982-9
Depósito legal: B. 9.571-2019
Impreso en España – Printed in Spain

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como


papel ecológico y procede de bosques gestionados de manera sostenible.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema


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com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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UNO

Una noche de verano me quedé dormido con la esperanza de


que el mundo sería otro cuando despertara. Por la mañana,
cuando abrí los ojos, el mundo era el mismo. Me quité las
sábanas de encima y me quedé acostado mientras el calor se
filtraba por mi ventana abierta.
Mi mano alcanzó el dial de la radio. Tocaban Alone. Mier-
da; Alone; una canción de un grupo llamado Heart. No era
mi canción favorita. No era mi banda favorita. No era mi
tema favorito. You don’t know how long...
Tenía quince años.
Estaba aburrido.
Me sentía fatal.
Si por mí fuera, el sol podría haberle derretido todo el
azul al cielo. Así el cielo podría sentirse tan mal como yo.
El DJ estaba diciendo cosas aburridas y obvias como: «¡Ya
es verano! ¡Qué calor hace fuera!». Y luego ponía esa graba-
ción retro de El Llanero Solitario, algo que le gustaba poner
todas las mañanas porque pensaba que era una manera ge-
nial de despertar al mundo. Hi-Yo, Silver! ¿Quién había con-
tratado a este tipo? Me estaba matando. Creo que se suponía
que mientras escuchábamos la «Obertura» de Guillermo Tell,

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debíamos imaginar al Llanero Solitario y a Toro cabalgando
por el desierto con sus caballos. Quizá alguien le debería de
haber dicho al tipo que ya no teníamos diez años. Hi-Yo, Sil-
ver! Mierda. La voz del DJ estaba en el aire otra vez: «¡Des-
pierta, El Paso! ¡Es lunes 15 de junio de 1987! ¡1987! ¿Lo pue-
den creer? ¡Y hoy mandamos muchas felicitaciones a Waylon
Jennings, quien cumple cincuenta años!». ¿Waylon Jennings?
¡Era una estación de rock, hombre ya! Pero entonces dijo
algo que sugería que quizá tuviese un cerebro. Contó la his-
toria de cómo Waylon Jennings había sobrevivido al acci-
dente de avión en el que habían muerto Buddy Holly y Ri-
chie Valens. Mientras decía eso, puso la versión de La bamba
de Los Lobos.
La bamba. Con esa me las podía apañar.
Golpeé los pies descalzos contra el suelo de madera.
Mientras seguía el ritmo con el movimiento de la cabeza, me
empecé a preguntar qué había pasado por la mente de Richie
Valens antes de que el avión se estrellara contra el despiada-
do suelo. «¡Oye, Buddy! Se acabó la música.»
Que la música se acabe tan pronto. Que la música se aca-
be tan pronto cuando apenas comenzó. Qué cosa tan triste.

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DOS

Entré en la cocina. Mi madre preparaba el almuerzo para


una reunión con sus amigas de la iglesia. Me serví un vaso
de zumo de naranja.
Mi madre me sonrió.
—¿Vamos a dar los buenos días?
—Lo estoy pensando —dije.
—Bueno, por lo menos has logrado levantarte de la cama.
—Lo tuve que pensar un buen rato.
—¿Qué os pasa a los niños con el sueño?
—Nos llevamos bien. —Eso la hizo reír—. De todos mo-
dos, no estaba durmiendo. Estaba escuchando La bamba.
—Richie Valens —casi susurró—. Qué triste.
—Igual que tu Patsy Cline.
Asintió.
A veces la encontraba cantando Crazy, y sonreía. Y ella
también sonreía. Era como si compartiéramos un secreto. Mi
madre. Tenía una voz muy bonita.
—Los accidentes aéreos —murmuraba mi madre. Creo
que hablaba más sola que conmigo.
—Richie Valens habrá muerto joven..., pero hizo algo.
O sea, de verdad hizo algo. ¿Y yo? ¿Yo qué he hecho?

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—Tienes tiempo —dijo—. Hay mucho tiempo.
La eterna optimista.
—Pero primero hay que volverse persona —añadí.
Me miró con extrañeza.
—Tengo quince años.
—Sé cuántos años tienes.
—Los quinceañeros no contamos como gente.
Mi madre se rio. Era profesora de secundaria. Yo sabía
que estaba más o menos de acuerdo conmigo.
—Y ¿de qué se trata la gran reunión?
—Estamos reorganizando el banco de alimentos.
—¿Banco de alimentos?
—Todos debemos comer.
A mi madre le apasionaban los pobres. Lo había vivido.
Sabía cosas sobre el hambre que yo nunca conocería.
—Sí —dije—. Supongo.
—Quizá nos puedas ayudar.
—Claro —contesté.
Odiaba que me ofrecieran de voluntario. El problema con
mi vida era que se le había ocurrido a otra persona.
—¿Qué vas a hacer hoy? —parecía un desafío.
—No me voy a unir a una pandilla.
—No es gracioso.
—Soy mexicano. ¿No es lo que hacemos?
—No es gracioso.
—No es gracioso —repetí—. Vale, no es gracioso.
Me dieron ganas de salir de casa. Tampoco es que tuviera
ningún lugar adonde ir.
Cuando mi madre invitaba a sus amigas de la iglesia,
sentía como que me asfixiaba. No era solo que todas tuvieran
más de cincuenta años; no se trataba de eso. Ni siquiera me
molestaban demasiado los comentarios sobre cómo me esta-
ba volviendo hombre frente a sus ojos. O sea, reconocía las
tonterías cuando las escuchaba. Y estas eran de las buenas,
inocuas, cariñosas. Podía tolerar que me agarraran por los

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hombros y me dijeran: «Déjame verte. Déjame ver. Ay, qué
muchacho tan guapo. Te pareces a tu papá».* No porque hubiera
mucho que ver. Solo era yo. Y sí, sí me parecía a mi padre. No
sentía que fuera algo tan grandioso.
Pero lo que de verdad me sacaba de quicio era que mi
madre tenía más amigos que yo. ¿Hay algo más patético?
Decidí ir a nadar a la piscina de Memorial Park. Era una
pequeña ocurrencia. Pero al menos era mía.
Cuando estaba saliendo por la puerta, mi madre cogió la
toalla vieja que me había echado al hombro y la cambió por
una mejor. En el mundo de mi madre había ciertas reglas
relacionadas con las toallas que yo simplemente no entendía.
Pero las normas no se quedaban ahí.
Miró mi camiseta.
Reconocía una mirada de desaprobación cuando la veía.
Antes de que me obligara a cambiarme, le lancé una mirada
de mi propia cosecha.
—Es mi camiseta favorita —le dije.
—¿No la usaste ayer?
—Sí —confirmé—. Es Carlos Santana.
—Sé quién es.
—Papá me la regaló para mi cumpleaños.
—Si mal no recuerdo, no parecías tan entusiasmado
cuando abriste su regalo.
—Esperaba otra cosa.
—¿Como qué?
—No sé. Otra cosa. ¿Una camiseta para mi cumpleaños?
—Miré a mamá—. Supongo que simplemente no lo entiendo.
—No es tan complicado, Ari.
—No habla.
—A veces, cuando la gente habla, no siempre dice la verdad.
—Supongo —acepté—. En fin, ahora me encanta esta ca-
miseta.

* En español en el original.

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—Se nota. —Estaba sonriendo.
También yo estaba sonriendo.
—Papá la consiguió en su primer concierto —le expliqué.
—Yo estaba con él. Lo recuerdo. Está vieja y andrajosa.
—Soy un sentimental.
—Sí, cómo no.
—Mamá, es verano.
—Sí —dijo—, sí es verano.
—Otras reglas —le recordé.
—Otras reglas —repitió.
Me encantaban las otras reglas del verano. Mi madre las
toleraba.
Extendió la mano y me pasó los dedos por el pelo.
—Prométeme que no te la pondrás mañana.
—Está bien —le dije—. Lo prometo. Pero solo si me ase-
guras que no la vas a meter en la secadora.
—Puede que deje que la laves tú —me sonrió—. No te
ahogues.
Le devolví la sonrisa.
—Si me ahogo, no regales a mi perro.
Lo del perro era broma. No teníamos.
Mi madre. Ella entendía mi sentido del humor. Yo entendía
el suyo. Nos comprendíamos en ese sentido. No es que no fue-
ra misteriosa de alguna manera. Algo que yo entendía por
completo: entendía por qué mi padre se había enamorado de
ella. Por qué ella se había enamorado de mi padre era algo que
todavía no me cabía en la cabeza. Una vez, cuando tenía como
seis o siete años, estaba superenfadado con mi padre porque
quería que jugara conmigo y él parecía distante. Era como si yo
ni siquiera estuviera presente. Le pregunté a mi madre con
toda mi rabia de niño: «¿Cómo te pudiste casar con ese tipo?».
Me sonrió y me pasó los dedos por el pelo. Eso siempre
fue lo suyo. Me miró directamente a los ojos y me dijo con
calma: «Tu padre era hermoso». Ni siquiera lo dudó.
Quería preguntarle qué le había pasado a esa belleza.

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