Historia Del Mundo Actual 2020-2021 - v2

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 195

GRADO EN GEOGRAFÍA E HISTORIA

HISTORIA DEL MUNDO ACTUAL:


DESDE 1989

Antonio L. Gallardo. Curso 2020-21


1. EL DESARROLLO ECONÓMICO
En 1948, la Carta de las Naciones Unidas proclamó como objetivo común de todas las naciones, por
primera vez en la historia, el de promover niveles de vida más elevados, trabajo permanente para
todos, y condiciones de progreso y desarrollo económico y social.

1. El desarrollo económico en perspectiva histórica

El instrumento más usado para valorar los logros económicos de un país es el PIB (Producto Interior
Bruto), que consiste en el valor monetario a precio de mercado de todos los bienes y servicios
producidos en un país, generalmente, durante un año. Se diferencia del PNB (Producto Nacional
Bruto), en que este, incluye también los ingresos obtenidos en otros países por individuos y empresas
del país en cuestión, y excluye los ingresos obtenidos en ese país por individuos y empresas
extranjeras.

Si el PIB se divide entre la población se obtiene el PIB por habitante, que es una aproximación útil al
nivel de vida medio de un país. Si se quiere medir el PIB a lo largo de los años y hacer comparaciones
internacionales, existen dos problemas:

• Los precios se modifican de año en año, normalmente suben.


• Los niveles de precios varían de país a país, siendo más altos en los países más ricos.

Así, para medir y comparar, hay que recurrir a otros dos instrumentos estadísticos: IPC (Índice de
Precios de Consumo) y la PPA (Paridad de Poder Adquisitivo).

En España, el INE (Instituto Nacional de Estadística) calcula mensualmente el IPC, que mide los precios
de un conjunto de bienes y servicios, ponderados según su importancia en el gasto de los hogares que
se conoce mediante encuestas elaboradas trimestralmente. La inflación es el crecimiento de los
precios que se mide mediante el IPC. El IPC es solo una aproximación a la realidad, pero es muy útil
para calcular el crecimiento real de la economía durante un período. Esto permite elaborar series
históricas a precios constantes, tomando como base los precios de un año determinado.

Para el segundo problema, el de la diferencia del nivel de precios entre los diversos países, se resuelve
mediante la PPA (Paridad de Poder Adquisitivo), es el cálculo de cuánto cuesta en cada país adquirir
el mismo conjunto de bienes y servicios. Es decir que, al calcular el valor del PIB de un país en dólares
americanos según la PPA, no se utiliza el tipo o tasa de cambio entre la moneda del ese país y el dólar,
sino que se estima lo que cuesta en Estados Unidos adquirir ese determinado conjunto de bienes y
servicios, en comparación con lo que cuesta en ese país. Puesto que en los países más desarrollados
los precios son más altos, este método nos permite comprobar que la diferencia real entre su PIB y los
de los menos desarrollados es muy grande, pero no tanto como la que resulta si el cálculo se hace
mediante el tipo de cambio de las monedas.

El PIB mundial, medido a precios constantes y de acuerdo con el PPA, en la segunda mitad del siglo
XX, ha creció del orden del 2,1% anual, puede parecer que no es mucho, pero significa que cada año
el PIB se multiplicó por 1,021, lo cual quiere decir que el mundo producía en 2001 2,8 veces más bienes
y servicios que en 1950 y que de mantenerse esta tasa, en cien años se multiplicaría por 8. Es decir, un
ritmo de crecimiento sin precedentes históricos y dado que la población mundial se multiplicó en ese
período por 2,4, resulta que el gran crecimiento del Producto Mundial Bruto ha contribuido, sobre
todo, a mantener esa población incrementada, pero no se ha traducido en un incremento del nivel de

1
vida. Ya que el crecimiento no ha sido uniforme en las distintas regiones del mundo; Asia logró la tasa
de crecimiento más elevada, seguida de Europa Occidental, mientras la antigua URSS y África fueron
más modestas.

2. La desigualdad económica en el mundo de hoy

Según el Fondo Monetario Internacional, el país con mayor nivel de ingresos por habitante, medidos
conforme a la paridad de poder adquisitivo, era en el 2018 Qatar con 130.475 dólares, y el de menores
ingresos la República Centroafricana, con 712. El ciudadano medio qatarí tenía unos ingresos 183 veces
mayores que el centroafricano. La siguiente figura muestra la gran diferencia entre los cuatro grandes
grupos de
países según
su desarrollo
humano y
que el grupo
de desarrollo
muy alto, en
el que está
España, tiene
unos ingresos
por habitante
casi 16 veces
más que el
grupo de
desarrollo
más bajo.

La desigualdad económica sigue siendo enorme, a pesar de que en los últimos años los países de
desarrollo medio y bajo estén teniendo un crecimiento mayor que los países desarrollados. Por otra
parte, a la desigualdad entre países se suma la desigualdad interna de cada uno de ellos, con China con
claro ejemplo.

El método estadístico para medir la desigualdad en la distribución es el coeficiente de Gini, que es la


expresión numérica de la curva de Lorenz y presenta valores que van de 0, igualdad máxima, hasta

2
1 desigualdad máxima. Se realiza a través de encuestas en los hogares de diversos países, sobre todo
los más desarrollados es posible calcular el coeficiente Gini de su desigualdad interna. En general, en
los países de mayor Índice de Desarrollo Humano (IDH) son más igualitarios que los menos
desarrollados, pero con matices regionales, pues la mayor desigualdad se da en África meridional y
América Latina y la menor en algunos países europeos. Si se quiere evaluar la desigualdad del mundo,
hay que combinar la desigualdad interna y la desigualdad entre los distintos países y, a partir de ahí,
realizar series históricas que permitan ver si la desigualdad global aumenta o disminuye. Para hacerlo
es necesario tener en cuenta numerosas cuestiones estadísticas, por lo que las estimaciones de
diferentes autores pueden no coincidir.

Para evaluar el bienestar global de la humanidad son más importantes las cifras de pobreza, en las
que sí se puede constatar un progreso. Según un estudio, el número de personas que viven en extrema
pobreza, definidos como aquellas cuyos ingresos se sitúan en menos de 1,90 dólares actuales por día,
se ha reducido sustancialmente: En 1820, con una población aproximada de 1.000 millones de
habitantes, más de 900 vivían en la pobreza. En 2000, con una población de 6.000 millones el número
que vivía en extrema pobreza era de 1.700 millones, un porcentaje muy inferior. En los primeros años
del siglo XXI, la pobreza se ha reducido tanto en términos absolutos como relativos. En el 2015, la
población mundial era de 7.300 millones, pero solo vivían en extrema pobreza 730, es decir uno de
cada diez. Sigue siendo un problema importante, pero en estos quince años se ha reducido en 1.000
millones.

3. Los factores del desarrollo económico

El hecho de que 9 de los 15 países más desarrollados en 1815 los sigan siendo hoy en día, sugiere que
los orígenes de la desigualdad económica actual pueden ser bastante remotos. Un estudio reciente
sostiene que, las diferencias en el nivel tecnológico entre las regiones del mundo en 1500 Inciden en
las diferencias de desarrollo de hoy en día, en parte porque la experiencia tecnológica facilita la
capacidad de adoptar nuevas tecnologías. Por ejemplo, el Próximo Oriente y China eran las
civilizaciones tecnológicamente más avanzadas en el 1000 a. C., por delante de India y Europa, pero en
1500 Europa era ya la más avanzada seguida de las otras tres.

Estas cuatro regiones fundamentales en los orígenes históricos del desarrollo tecnológico (Europa,
Oriente Medio, India y China) ocupan una extensión contigua en las latitudes medias del hemisferio
norte en Eurasia, en un eje Este-Oeste, ello ha representado un factor crucial en su desarrollo histórico,
porque la similitud de clima y la relativa facilidad de las comunicaciones han permitido la difusión de
las innovaciones agrícolas y ganaderas desde los tiempos más remotos. En cambio, América y África
están en un eje Norte-Sur, lo que genera una variedad climática que dificulta la difusión de las plantas
y el ganado. Su aislamiento geográfico respecto a los núcleos de innovación euroasiáticos constituyó
un obstáculo adicional.

Por otra parte, la expansión colonial europea se inició en el siglo XVI, permitió la ocupación de tierras
templadas poco pobladas de América y Oceanía, con resultados excelentes para los colonos: ese es el
origen de cuatro de los países más desarrollados del mundo de hoy: Estados Unidos, Canadá Australia
y Nueva Zelanda.
La geografía ha sido también un factor importante en el desarrollo económico. Entre los factores
geográficos más importantes está la distribución de los climas templados, la de las lluvias y la de ciertas
enfermedades infecciosas. El PIB medio de los países con más lluvias casi triplicaba en 1990 al de los
países más secos.

3
Ni la historia ni la geografía imponen a las naciones un destino inapelable, existe una variedad de
factores que contribuyen a que unos países más que otros. No hay duda de que la inversión y la
adopción de innovaciones tecnológicas son dos variables fundamentales para el desarrollo. Se cree
que a largo plazo el factor más importante es el tecnológico, utilización de recursos para incrementar
la producción, y la adopción de innovaciones tecnológicas son dos variables fundamentales para el
desarrollo. El Premio Nobel de Economía estadounidense Robert Solow sostuvo que a largo plazo el
factor más importante es el tecnológico y que la difusión de la tecnología de unos a otros tenderá a
reducir las diferencias. Sin embargo, esta difusión de la tecnología no es tan uniforme. Es llamativa la
gran diferencia en su desarrollo de países vecinos y de características similares, como, por ejemplo,
República Dominicana y Haití, los casos de los que quedaron partidos en dos al inicio de la guerra fría
como Alemania Occidental y Corea del Sur se desarrollaron más que sus hermanos del Este y Norte,
respectivamente. En el caso de Corea, por ejemplo, la esperanza de vida del sur es de 82 años frente a
los 72 años del norte.

En los años ochenta, la confianza en la economía de mercado se tradujo en el apoyo a un conjunto de


medidas que se han dado en denominar el consenso de Washington porque recibieron el apoyo de
dos instituciones internacionales con sede en Washington: el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial. De acuerdo con esta perspectiva, la política adecuada para los países en desarrollo tiene
que incluir medidas como las siguientes:

• Reducción del déficit público


• Concentración del gasto público en áreas esenciales como: infraestructuras, sanidad, y
educación.
• Creación de un sistema sólido de impuestos, que genere los ingresos necesarios para sufragar
el gasto público, pero sin perjudicar la actividad económica.
• Fijación de las tasas de interés por el mercado.
• Tasas de cambio moderada de la moneda nacional, para facilitar las exportaciones.
• Liberalización de la inversión extranjera directa.
• Privatización de las empresas públicas.
• Reducción de las disposiciones reguladoras que limiten la libre competencia, excepto las
necesarias para la protección de los consumidores y del medio ambiente.
• Supervisión del sistema financiero.
• Garantía legal de los derechos de propiedad.

Es decir, una serie de medidas que impulsen la iniciativa individual y la competencia, y que concentren
la acción del Estado en las áreas que no puede cubrir la iniciativa privada. Son las que algunos han
denominado políticas neoliberales, aunque esta etiqueta la suelen usar más sus críticos que sus
defensores. Las medidas liberalizadoras adoptadas por muchos gobiernos han contribuido al avance
de la globalización económica, que es la creciente interconexión entre las economías nacionales de
todo el mundo, a través del incremento del comercio, la inversión extranjera y las migraciones. Pero
el fenómeno de globalización tiene otros factores, como la innovación tecnológica, sobre todo en las
telecomunicaciones, y la reducción de los costes del transporte.

Tanto el neoliberalismo, como la globalización tal y como se han producido, han sido objeto de fuertes
críticas por los sectores académicos y por los movimientos sociales. Los críticos acusan a la
globalización liberal de haber reforzado el poder de las grandes instituciones internacionales y de las
multinacionales, en perjuicio de las democracias nacionales, y de haber perjudicado a los pobres.

4
Respecto a lo primero, cuanto más se globaliza el mundo, más decisiones pasan a ser tomadas a nivel
supranacional, por lo que se debilita la soberanía de las democracias nacionales, pero conviene
recordar que si los electores respaldan a los gobiernos que han impulsado medidas de apertura al
exterior es porque suponen que tales medidas les benefician. En cuanto a los ciudadanos más pobres,
la considerable reducción de la tasa de pobreza mundial a partir de los años ochenta desmiente ese
supuesto efecto negativo de la globalización. Pero está claro que ha generado perdedores: los
empresarios y trabajadores de aquellos sectores cuyas perspectivas se han deteriorado por la creciente
competencia internacional.

En principio cabría suponer que la globalización, debería facilitar el despegue de todos los países en
desarrollo, pero el análisis empírico no muestra un avance uniforme, sino una gran variedad de
situaciones locales. De hecho, la enorme investigación empírica acerca de qué factores se
correlacionan en mayor medida con el desarrollo económico no ha conducido a conclusiones claras.
Algunos estudiosos consideran que ciertas prácticas institucionales muy condicionadas por el entorno
social y cultural de cada país, y por tanto difícilmente transferibles, pueden resultar cruciales para el
desarrollo económico.

El economista británico Paul Collier sostiene que los países más pobres se enfrentan a una o más de
las siguientes situaciones que frenan su desarrollo:

• La frecuencia de los conflictos armados.


• La excesiva dependencia de recursos naturales fácilmente exportables, que a menudo perjudica
el desarrollo armonioso de la economía.
• El aislamiento respecto al comercio internacional de aquellos países sin acceso al mar y a
menudo rodeados de más países pobres.
• El mal gobierno.

Por último, cabe preguntarse si la desigualdad interna de los países tiene un efecto en su desarrollo.
Las investigaciones más recientes tienden a destacar los efectos negativos de la desigualdad, no solo
en el plano social, sino también en el económico. Diversos estudios han establecido que la fuerte
desigualdad genera una mayor tensión social y por tanto mayor inestabilidad política; favorece la
exigencia popular de una mayor redistribución de la riqueza; e induce a la minoría rica a recurrir a la
sanidad, a la enseñanza e incluso a la seguridad privadas, y por tanto a no asumir el esfuerzo fiscal
necesario para que el Estado desarrolle esas funciones. Además, una desigualdad acusada tiene
efectos perjudiciales para la salud de la población, los logros educativos y la tasa de criminalidad.

5
2. EL DESARROLLO HUMANO
El PIB por habitante representa una aproximación útil al nivel de bienestar medio del un país,
sobretodo si calcula según la paridad del poder adquisitivo, pero por si mismo no es un indicador
suficiente preciso, porque los ingresos monetarios no son solo un componente del bienestar humano.
El economista y filósofo indio Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, realizó estudios
relevantes sobre este tema y el economista paquistaní Mahbub-ul-Halq, concibió un índice que,
combinando los datos de ingresos, salud y conocimiento, ofreciera una visión más real de los logros
alcanzados para mejorar la vida de las personas.

Surgió así el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que fue adoptado por el Programa de Naciones Unidad
para el Desarrollo (PNUD). Desde 1990 el PNUD viene publicando informes anuales que ofrecen los
datos del IDH en los diferentes países del mundo, junto con otras estadísticas relevantes.

1. Salud, educación y desarrollo humano en el mundo de hoy

El método para calcular el IDH se ha modificado en 2010. Desde entonces el Índice de Desarrollo
Humano representa la media geométrica de otros tres:

• El índice de esperanza de vida que representa lo que vivirá un recién nacido si se mantienen
las condiciones actuales.
• El índice de educación que combina los años promedio de escolarización, es decir los que
efectivamente han estudiado las personas de 25 años o más, con los años esperados de
escolarización, los que tendrá un niño de 5 años si se mantienen las condiciones actuales.
• El índice de ingresos que ya no se basa en el PIB, sino en el ingreso basado en el INB, que se
calcula como el PNB, pero incluye también la ayuda exterior que el país recibe, así incluye
todas las rentas monetarias disponibles para ese país.

Además. se calcula según la PPA y de acuerdo con una escala logarítmica para reflejar el hecho
evidente de que la diferencia que supone que el aumento de los ingresos es menor cuanto mayor es el
nivel de ingresos (la diferencia entre ganar 1.000 euros al año y ganar 2.000 es muy grande, la
diferencia, pero entre ganar 100.000 y 101.000 es pequeña. Según los resultados el PNUD divide a los
países del mundo en cuatro cuartiles con el mismo número de países cada uno que en 2018 eran:

• Desarrollo muy alto: Entre los que están entre otros, los países de Europa Occidental, Estados
Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Israel, Japón, Corea del Sur, Chile, Argentina y
Uruguay.
• Desarrollo alto: Irán, Turquía, China y buena parte de América Latina.
• Desarrollo medio: Sudáfrica, Indonesia, India, Pakistán, Bangladesh y otros países asiáticos.
• Desarrollo bajo: Los países del África subsahariana, junto con países en guerra como Afganistán
y Siria.

Los países árabes se distribuyen entre los cuatro grupos, pero en su conjunto se sitúan en el desarrollo
medio. En el siguiente cuadro se representan los valores del IDH y de sus componentes para el mundo
en su conjunto y para los cuatro grupos de países según su desarrollo. Lo primero que destaca en él es
que existe una gran desigualdad entre los ingresos y una desigualdad algo menor en la esperanza de
vida y en los años de escolaridad. Los países del primer grupo tienen unos ingresos por habitante 16
veces mayores que los del cuarto, mientras que la diferencia de esperanza de vida es de 19 años.

6
Según el PNUD, en el año 2017, seis países del mundo, incluida España, tenían una esperanza de vida
de 83 años, mientras que, en seis países del África subsahariana, no llegaba a los 55. La brutal
diferencia de las condiciones de vida entre los distintos países se manifiesta también en la mortalidad
de los niños menores de 5 años, que es de 6 por cada 1.000 nacidos vivos en el grupo de desarrollo
muy alto y de 78 en el de desarrollo bajo. Dicho de otra manera: en los países pobres, casi 8 niños de
cada 100 mueren antes de cumplir los 5 años. Sin embargo, la mejora producida en el último cuarto
de siglo ha sido muy importante, como muestra el siguiente gráfico. A nivel mundial, 93 de cada 1.000
niños morían antes de cumplir los 5 años en 1990, mientras que en 2017 lo hacían 39.

En los países menos desarrollados, las epidemias infecciosas siguen siendo una gran amenaza. En las
últimas décadas las epidemias infecciosas más letales han sido la malaria y el sida. La malaria, ha
desaparecido en el mundo desarrollado, pero sigue teniendo una fuerte incidencia en el África
subsahariana, donde es especialmente peligrosa para los niños. En cuanto al SIDA, epidemia que se
difundió en los años 80, su efecto se ha concentrado sobre todo en África, donde el 2009 vivían 22 de

7
los 33 millones de seropositivos del mundo. En la actualidad, en los países del sur de África, la
esperanza de vida se ha visto reducida en torno al 20% como consecuencia del SIDA. A fines del siglo
pasado, el sida provocó una significativa reducción de la esperanza de vida en los países del sur de
África. La reticencia al uso del condón por parte de los varones y su condena por parte de la Iglesia han
contribuido a ello, al igual que el elevado coste de los productos farmacéuticos necesarios para
combatir el sida o la actitud de algunos políticos, como ejemplo, Thabo Mbeki, convencido de que el
sida no era provocado por el VIH, frenó la difusión de medidas sanitarias adecuadas en Sudáfrica, la
epidemia de esta enfermedad ha sido el factor fundamental por el cual, la esperanza de vida en el país,
que era de 65 años en 1997, se ha reducido a 53 en 2012, aunque, en el 2017, con la epidemia en
retroceso, se ha recuperado hasta 63.

Otro gran problema es el hambre, para analizarlo hay que distinguir entre la desnutrición, que es la
condición crónica de cientos de millones de personas en el mundo, y la hambruna, que son situaciones
coyunturales de empeoramiento de la alimentación en un área geográfica. La hambruna ha sido un
fenómeno frecuente a lo largo de la historia, debido a que bastaba una mala cosecha local para
generarla, hoy en día, los factores puramente naturales, como las sequías, son menos importantes que
los factores humanos, como los conflictos armados o las decisiones de los gobiernos. En el 2018, los
países más amenazados por el hambre eran, según el Programa Mundial de Alimentos de Naciones
Unidas, Irak, Nigeria, Siria, Sudán del Sur y Yemen, todos los cuales han sufrido recientemente o todavía
sufren los efectos de conflictos armados.

La sequía, la guerra y el mal gobierno, contribuyeron a la terrible hambruna de Etiopía en 1984 y


Somalia en 1992. De origen exclusivamente político fue la de Camboya de 1975, en cuanto a la de
Corea del Norte de 1994-1998, fue el resultado de varios factores: un sistema económico comunista
ineficiente que dependía de una ayuda soviética que desapareció cuando la URSS se disolvió en 1991,
el impacto de grandes inundaciones y la incompetencia del sistema de socorro a los hambrientos, algo
paliada por la ayuda internacional, procedente sobre todo de Corea del Sur, China y EE. UU. Como
puede verse en el
siguiente gráfico, en el
2017, había en el
mundo 820 de
personas desnutridas
(dieta con déficit en
calorías y proteínas),
frente a los 945
millones que había en el
2005. Como en esos
años la población
mundial había
aumentado, el
porcentaje de personas
desnutridas se ha
reducido del 14,5 al
11%, pero sigue siendo
uno de los grandes
males de la humanidad.

La desigualdad en el campo educativo es también importante. Los años de escolarización, que, en


promedio, ha tenido la población de 25 años, van desde los 4 en los países de desarrollo bajo a los
casi 12 en los de desarrollo muy alto. Las perspectivas para la nueva generación son mucho mejores.

8
Se esperan 16 años, en los muy desarrollados mientras subirá y en 9 en los poco desarrollados. Pero el
nivel educativo de un país no puede medirse solo por los años que pasan en la escuela, sino que hay
que tener también en cuenta la calidad del aprendizaje. Al respecto, la información más interesante la
proporcionan las pruebas estandarizadas de lectura, matemáticas, y ciencias para alumnos de 15 años
que realiza el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), que cubren casi
exclusivamente a países de desarrollo alto y muy alto. Aún entre estos hay, sin embargo, diferencias
importantes, situándose a la cabeza algunos países de Asia oriental.

2. El desarrollo humano en perspectiva histórica

Aunque la desigualdad de desarrollo humano entre los distintos países del mundo sigue siendo muy
importante, hay que destacar lo mucho que se ha avanzado incluso en los países más pobres. La
esperanza de vida más baja en el 2017 es la de Sierra Leona, 52 años, pero, en 1870, en los Estados
Unidos era de 44 y en Gran Bretaña de 41. Es decir, en los países más desarrollados de hace siglo y
medio tenían una esperanza de vida más baja que la de los países más pobres de hoy y solo algo más
alta que la de tiempos medievales que se estimaba en 30 años. El progreso experimentado a partir de
fines del siglo XIX ha representado, pues, un cambio radical en la condición humana. En España, por
ejemplo, la esperanza de vida ha pasado de 34 años en 1870 a 42 en 1913, 64 en 1950, 73 en 1973 y
83 hoy.

Esa espectacular victoria ha sido el resultado de un gran número de factores interrelacionados, pero
vinculados al desarrollo económico y la innovación tecnológica, tales como el incremento de la
productividad agrícola, el abaratamiento de los transportes, la mejora en el alcantarillado y el
suministro de agua, la mayor higiene doméstica, el avance de la medicina y la creación de una red de
atención sanitaria.

Respecto a lo ocurrido en la
segunda mitad del siglo XX,
el siguiente gráfico, basado
en estimaciones realizados
por el economista británico
Nicholas Crafts, muestra el
notable crecimiento del IDH
en una selección de países,
dispuestos de izquierda a
derecha según su IDH en
1950. Puede observarse que
el crecimiento ha sido
mucho mayor en los países
menos desarrollados en
aquella fecha, lo que implica
una reducción de la
desigualdad y una
convergencia hacia los
índices más elevados. Esto se debe a que, en dicho periodo, las innovaciones se difundieron con relativa
facilidad de unos países a otros, de manera que todos los avances agrícolas e industriales, las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación, los nuevos medicamentos e incluso prácticas muy
sencillas de higiene personal o el convencimiento de la importancia de la escolarización han ido
extendiéndose.

9
Además, existen motivos por que los países en desarrollo tienen in mayor potencial de crecimiento del
IDH que los muy desarrollados: la prolongación de la esperanza de vida tiene sus límites y el incremento
de los ingresos por habitante tiene un rendimiento decreciente en términos de bienestar, motivo por
el cual, el IDH lo mide en una escala logarítmica.

Entre 1950 y 1999, la convergencia ha sido casi completa en el grupo de cabeza, al que se han
incorporado Japón y España, pero también se ha reducido la distancia entre los extremos: Estos Unidos
sacaba 64 puntos
porcentuales en 1950 y 54 en
1999. Lo más significativo es
que todos los países del
gráfico que en 1950 no
habían alcanzado el índice
0,7 lo incrementaron en más
de 20 puntos porcentuales,
con las únicas excepciones
de Rusia y Malawi. El
crecimiento del IDH se ha
mantenido en el siglo XXI y
en conjunto el crecimiento
desde 1990 a nuestros días
ha sido importante como
puede verse en esta última
tabla adjunta.

10
3. LA GRAN RECESIÓN
En el último siglo y medio, la economía mundial ha experimentado un desarrollo sin precedentes
históricos, pero este no se ha mantenido a un ritmo constante, sino que se han sucedido períodos de
expansión y de recesión, de forma cíclica. La recesión se suele definir como una reducción
significativa de la actividad económica durante al menos dos trimestres consecutivos; cuando se
prolonga durante al menos 3 años consecutivos se denomina depresión. En el siglo XX la más grave
fue la Gran Depresión entre 1929-1933 que provocó una reducción de PIB del 27% y en su peor
momento a una tasa de desempleo del 25%.

Después de la
Segunda Guerra
Mundial, las
recesiones fueron
de menor entidad
hasta la llamada
Gran Recesión de
finales de 2007, que
ha sido la más grave
desde la de los años
treinta. En el
siguiente cuadro se
pueden ver los años
malos de 1975 y
1982, en los que la
economía mundial
creció menos del
1% (debido a las
crisis originadas por los grandes aumentos del petróleo en 1973 y 1979), y, sobre todo, el 2009, cuando
el impacto de la Gran Recesión condujo a una caída del 1,7%. Si embargo, a nivel mundial, la
recuperación fue rápida porque, en el 2010, el crecimiento fue del 4,5%.

1. Los orígenes de la Gran Recesión en Estados Unidos

Aunque la Gran Recesión ha sido un fenómeno global, con raíces en problemas específicos de diversos
países, su origen se halla en la crisis financiera de Estados Unidos en 2008 que estalló como
consecuencia de la depreciación de ciertos sofisticados productos financieros, ligados sobre todo a
las hipotecas en el marco de una prolongada burbuja inmobiliaria que acabó cuando en 2007 el precio
de las viviendas empezó a bajar.

Una burbuja es un fenómeno que consiste en la subida del precio de un activo muy por encima de su
valor intrínseco. Las burbujas se autoalimentan, ya que, si el precio de un bien sube continuamente,
resulta rentable comprarlo para venderlo después a un precio mayor. Llega, sin embargo, un momento
en que la burbuja estalla, cuando empiezan a escasear los compradores dispuestos a pagar los elevados
precios alcanzados, con lo que el mecanismo pasa a funcionar al revés; la gente se apresura a vender,
ante el temor de que los precios bajen aún más.

Las burbujas económicas son un fenómeno bastante frecuente, basado en el deseo de adquirir bienes
que se revalorizan y desprenderse de los que se desvalorizan, lo que exagera primero su subida y luego

11
su caída. En Estados Unidos los precios de las viviendas casi se duplicaron entre 2000-2006, y burbujas
inmobiliarias semejantes se dieron en países como Irlanda y España. Las viviendas se pagaban casi
todas con créditos hipotecarios y fue en el mercado hipotecario de los Estados Unidos donde se
generó la crisis financiera, debido a la falta de rigor con la que se concedieron las hipotecas, incluso
en casos en que existía un alto riesgo de que el cliente no llegara a devolver el crédito (hipotecas
subprime) y debido a que quienes las concedían traspasaban el riesgo a terceros mediante
sofisticados productos financieros.

La burbuja inmobiliaria se financió con facilidad:

• En primer lugar, por las bajísimas tasas de interés. La Reserva Federal podría haber frenado la
burbuja mediante una política monetaria más restrictiva, pero en ese momento se deseaba
estimular la reactivación de la economía tras el colapso de la llamada burbuja de las puntocom
(2000-2001), vinculada a empresas de internet.

• En segundo lugar, el crédito se vio facilitado por la gran abundancia de capitales procedentes
de economías emergentes (China) que acudían a invertir a Estados Unidos. Este, a su vez, es
el resultado de una balanza comercial muy favorable a China (exportaba mucho más que lo
que importaba a USA), generando un superávit que se traduce en la exportación de capitales
en busca de oportunidades de inversión en dicho mercado. Las burbujas inmobiliarias de
España e Irlanda se vieron estimuladas por la entrada de capitales extranjeros y por la bajada
de los tipos de interés, además de que su entrada en la zona euro dio una mayor confianza a
los inversores.

El crédito barato facilitó que en los países más desarrollados el incremento del endeudamiento de los
hogares. Pero a partir del 2007 el aumento de la morosidad en los créditos hipotecarios, seguido del
aumento de los desahucios, fue el primer síntoma de la crisis que se avecinaba. Las enormes pérdidas
causadas por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria la sufrieron sobre todo los propietarios que habían
adquirido esas viviendas, pero en menor medida también quienes habían suministrado los créditos
hipotecarios, que se encontraron ante un impago creciente. Ahora bien, lo más grave para el conjunto
de la economía fueron las pérdidas sufridas por los acreedores, porque fueron estas las que
generaron la crisis del sistema financiero, que es el que proporciona el crédito sin el que la economía
no funciona.

El daño causado por el hundimiento del mercado hipotecario, solo se explica por las peculiares
características que había asumido el sistema financiero. La característica fundamental de un banco
es que asegura a los clientes que le confían su dinero que podrán retirarlo en cualquier momento. El
negocio bancario consiste en captar fondos por los que paga un interés muy bajo pero que tienen una
gran liquidez, para invertirlos en activos más rentables, pero menos líquidos. De ahí el peligro de los
pánicos bancarios: si todos los clientes pretenden retirar el dinero al mismo tiempo, los bancos no
pueden hacer frente a sus compromisos y quiebran. Por ello, los países están sometidos a una
regulación (desde la Gran Depresión de los años 30), que les impone un determinado porcentaje de
reservas en efectivo y el aseguramiento de sus depósitos en los que en España se denomina Fondo de
Garantía De Depósitos. Pero a finales del siglo XX empezaron a surgir unas instituciones financieras
que no eran estrictamente bancos y no estaban por tanto reguladas como tales, pero que actuaban
como bancos y, al no incurrir en los gastos impuestos por la regulación bancaria, podían ofrecer
intereses más altos. En Estados Unidos se les llamó banca en la sombra. Un ejemplo de esta banca son
los hedge funds, fondos de inversión protegidos frente al riesgo, que en la práctica resultaron que
ofrecían una rentabilidad alta porque efectuaban inversiones de alto riesgo. Contribuyeron a difundir
un nuevo tipo de productos financieros: los activos derivados, cuya singularidad radica en que su valor
12
futuro depende del valor de un conjunto de activos subyacentes. La idea es que así se reduce el riesgo,
porque difícilmente se hundiría la cotización de todos los activos que subyacen al activo derivado. El
problema es que, con este sistema, el comprador no puede darse cuenta de en qué se funda el valor
del activo derivado que compra. Y resultó que las hipotecas estadounidenses, incluidas las subprime,
se convirtieron en el principal activo subyacente de derivados que, debido a su alta rentabilidad,
fueron adquiridos por respetables bancos y fondos de inversión de todo el mundo. Con ello estos
activos depreciados se convirtieron en activos tóxicos que envenenaron el sistema financiero mundial.

La idea del gobierno de Bush, que la economía funciona mejor cuando la regulación estatal es mínima,
favoreció el desarrollo de esta “banca en la sombra”. Y cuando la cotización de las hipotecas se hundió,
debido a los impagos, lo mismo ocurrió con los activos derivados, de forma que la burbuja inmobiliaria
de los Estados Unidos se convirtió en la causa principal, aunque no la única, de una crisis financiera
mundial. A su vez las dificultades del sector financiero provocaron una restricción del crédito que
afectó negativamente a los demás sectores.

Dada la proliferación de productos financieros en el mercado global, resulta crucial la valoración de


los riesgos que cada tipo de inversión tiene. Esta tarea la realizan unas entidades privadas,
denominadas agencias de calificación o de rating, tres de las cuales, todas ellas estadounidenses,
acaparan el 95% del mercado: Standard and Poor's, Moody's y Fitch. Su actuación en estos últimos
años ha sido objeto de muchas críticas, porque antes de 2008 concedieron altas calificaciones a activos
que luego se revelaron como tóxicos, y posteriormente agravaron la crisis europea de la deuda
soberana mediante la bajada de las calificaciones. A las agencias de calificación se les ha criticado
además por el conflicto de intereses, que se da cuando un individuo u organización tienen intereses
contradictorios y un interés secundario, de carácter privado, influye negativamente en el interés
primario al que supuestamente sirven. En el caso de estas agencias el interés primario de efectuar
valoraciones objetivas de los riesgos de los activos financieros se puede ver afectado porque son las
propias entidades que emiten activos, las que pagan a las agencias por calificarlos. En la génesis de
la Gran Recesión han jugado un papel importante otros conflictos de intereses, como el de los
ejecutivos cuya remuneración dependía de los beneficios de las empresas o cuando las mismas
personas cambian con facilidad de un puesto en una empresa privada a un cargo público en la
institución estatal que ha de regular la actuación de estas empresas.

Otro concepto importante relacionado con el conflicto de intereses es el riesgo moral (moral hazard),
se produce cuando un individuo u organización tiende a asumir riesgos en la convicción de que, si su
cálculo es erróneo, serán otros quienes paguen las consecuencias, es decir, cuando deja de aplicarse
la máxima de “el que la hace la paga”. Un ejemplo: cuando quiebra una empresa financiera ¿Debe el
Estado acudir en su ayuda con dinero de los contribuyentes? En aplicación del principio de riesgo moral,
no debería hacerlo porque supone fomentar la irresponsabilidad; pero está el peligro de que se
produzca un pánico financiero, sobre todo cuando se trata de una empresa demasiado grande para
que su caída no cause un perjuicio general.

Lehman Brothers era muy grande, el cuarto mayor banco de inversión de USA y quebró en 2008, lo que
fue un factor fundamental en el agravamiento de la crisis mundial, sin embargo, un años antes ya había
saltado la alarma, cuando el banco francés BNP Paribas anunció el cierre de tres de sus fondos por falta
de liquidez y el gobierno británico optó por nacionalizar (comprar y gestionar como empresa pública,
un banco que se había especializado en créditos hipotecarios, el Northern Rock). La decisión del
gobierno americano de no ayudar a Lehman Brothers recibió muchas críticas, y poco después tuvo
que efectuar un masivo rescate del American International Group (AIG), una gran aseguradora que
se había cargado de activos tóxicos y que fue considerada demasiado grande para quebrar. Para
entonces, la crisis financiera era global y en 2009 el mundo entró en recesión.

13
2. La crisis de la deuda soberana en la zona euro

La economía mundial se recuperó en 2010, pero el PIB descendió de nuevo en la zona euro en 2012,
aunque en menor medida que
cuatro años antes y no se
recuperó hasta 2014, como se
puede ver en el cuadro
adjunto. Esta recaída afectó
especialmente a los países del
sur Europa y se tradujo en un
fuerte incremento de la
deuda pública produciéndose
una crisis de la deuda
soberana. Aunque los países
afectados representaban una
pequeña parte del PIB del
conjunto de los países se hizo
temer por el futuro del euro.
Por ello se concedió ayudas a
los países afectados que
fueron acompañadas de la exigencia de medidas de ajuste para reducir el déficit público.

En los países europeos más afectados por la recesión (Grecia, Irlanda, Portugal, España y Chipre) se
ha producido un incremento del déficit público, lo que les ha obligado a un creciente endeudamiento.
En 2012, la deuda pública del conjunto de los países de la zona euro equivalía al 90% de su PIB, muy
por encima del límite del 60% establecido en el Tratado de Maastricht. El endeudamiento se produjo
tanto por disminución de los ingresos del Estado, el descenso de la actividad económica condujo a una
caída de los ingresos fiscales, como por el aumento de los gastos (subsidios de desempleo, rescate a
los bancos con dificultados). Este nivel de endeudamiento produjo una creciente desconfianza de los
inversores extranjeros, por lo que los intereses a los que era necesario emitir la nueva deuda se
elevaron considerablemente. El mejor indicador del encarecimiento de la deuda es la prima de riesgo,
que indica la diferencia entre el tipo de interés que ha de pagar un Estado que ofrece menos garantía
(bono a diez años de este país), con respecto a lo que debe pagar el Estado que inspira más confianza
(bund -bono- alemán). La prima de riesgo en España era bastante pequeña antes de la recesión, pero
llegó a superar los 600 puntos básicos (6%) en julio de 2012. Cuanto más aumenta el déficit público,
más aumenta la desconfianza y más encarece la emisión de deuda, con lo que se entra en un círculo
vicioso. Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre recibieron préstamos masivos destinados a sanear sus
finanzas públicas y condicionados a la adopción de medidas de ajuste mientras que España sólo
recibió un préstamo destinado a apoyar al sector bancario.

Para evaluar la gravedad de la crisis es necesario observar la caída del PIB de estos países respecto al
nivel del 2010. En Grecia, el peor momento se dio en el 2013 cuando su PIB se redujo al 81% respecto
al del 2010; en Chipre se redujo al 90% en 2014, Portugal al 93% en 2013 y en España al 94% ese mismo
año mientras que Irlanda no llegó a bajar respecto al nivel del 2010. España recuperó ese nivel en 2016
y Chipre y Portugal en 2017. En cambio, Irlanda ha experimentado un crecimiento muy fuerte ya que
en 2017 su PIB representaba un 161% respecto al del 2010, muy por encima del PIB de la zona euro en
su conjunto que en 2017 representaba el 108% con respecto al 2010.

14
Un papel fundamental en la lucha contra la crisis lo jugó el Banco Central Europeo que presidió desde
noviembre de 2011 a 2019 (en la actualidad es presidido por Christine Lagarde) por el italiano Mario
Draghi cuyas palabras, cuando afirmó que el BCE estaba dispuesto a tomar las medidas que fueran
necesarias para salvar al euro, produjeron un inmediato descenso en la rima de riesgo sobre todo la
de España, Italia y Francia. El BCE empezó a tomar medidas dos años antes, en mayo de 2010, cuando
comenzó a comprar títulos de deuda privados y públicos, especialmente aceptó la garantía del
Gobierno griego para su deuda a pesar de que las agencias de rating habían bajado su calificación a la
mínima. Bajo el mandato de Draghi su actuación se hizo más decidida. El tipo de interés de los créditos
del BCE a los bancos se fue reduciendo y, en noviembre del 2013, se situó en el 0,25% y en el 2016 en
el 0%, de lo cual se beneficiaron sobre todo los bancos de Grecia, Irlanda, Italia y España.

3. De la divergencia a la convergencia

Se ha dicho que en el siglo XVI comenzó una gran divergencia que se prolongó hasta fines del siglo
XX, un desfase entre el nivel económico, tecnológico y científico de Occidente y el de grandes
civilizaciones como las de China, India y el Islam. Ello condujo a que surgiera una enorme diferencia
entre el bienestar humano de Occidente y el del resto del mundo.

Hemos visto cómo en las últimas décadas el desarrollo económico de la humanidad en su conjunto ha
ido acompañado de una notable reducción en las diferencias en el índice de desarrollo humano,
aunque siguen siendo muy importantes. La Gran Recesión iniciada en 2008, al haber afectado sobre
todo a los países más desarrollados, ha contribuido también a esta nueva convergencia que está
cerrando la brecha abierta hace quinientos años.

15
4. TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA Y DECLIVE DE LA NATALIDAD
La cifra de población de un país resulta de tres procesos: nacimientos, muertes y migraciones. A pesar
de la dificultad de sumar la población mundial (los censos de los distintos Estados no siempre son
exhaustivos por razones políticas, culturales o coyunturales), según Naciones Unidas, en el 2017, los
habitantes de la Tierra podrían cifrarse en 7.550,3 millones y la proyección para el 2030 es de un total
de 8.500 millones.

1. Un poco de historia demográfica

La humanidad tardó mucho tiempo en alcanzar los 1.000 millones de habitantes (1800). A los 2.000 se
llegó en 1927, pero los 3.000 se rebasaron en 1950. Desde 1960 hasta la actualidad, se han ido ganando
1.00 millones más cada 13 o 14 años. La previsión, sin embargo, es que el ritmo se ralentice y a final
de siglo sea entorno a los 10.000 millones. Incluso algunos demógrafos estiman posible que, desde
mediados del siglo XXI (2040-2060), cuando se haya llegado a los 9000 millones la población comience
a disminuir frente a la ONU que retrasa esta tendencia hasta el 2100.

La razón es que la tasa mundial de crecimiento demográfico va disminuyendo, desde su máximo del
2% anual en el lapso 1965-70 hasta el 1,1% del 2018. Este proceso se ha visto acompañado de in
incremento de la esperanza de vida, menos de 30 años a finales del siglo XVIII, 72,2 años en el 2018.
Desde 1950 se han ganado 12 años, y en países menos desarrollados, hasta 28. La mortalidad infantil
cayó en las últimas cinco décadas del 133 por cada 1000 habitantes a solo 30 por 1000 y la tasa de
fertilidad (número de hijos en la etapa fértil, calculada entre 15 y 49 años) disminuyó de 6 a 2,5. Un
fenómeno simultáneo es el espectacular crecimiento de la población urbana, que en el siglo XX pasó
de 220 a 4150 millones, el 55% de la población total en la actualidad.

El modelo que mejor explica esta evolución es el de la transición demográfica fue propuesto por
Warren Thompson en 1929 tras estudiar lo sucedido en los países más desarrollados a partir del siglo
XVIII relacionando cambios demográficos y socioeconómicos. Esta teoría enuncia el paso, en cuatro
fases, de un régimen demográfico con equilibrio entre natalidad y mortalidad elevadas a otro basado
en una natalidad y mortalidad bajas:

o Primera fase: remite a las sociedades tradicionales o preindustriales y se caracteriza por crisis
de subsistencia, epidemias, guerras y precarias condiciones de vida con elevada mortalidad.
Hacen falta tener muchos hijos para que sobreviva la mitad hasta la edad adulta, y del equilibrio
entre las tasas de natalidad y mortalidad elevadas resulta un crecimiento demográfico lento.

o Segunda fase: marcada retroceso de la tasa de mortalidad debido al desarrollo tecnológico y


económico, mejoras en la agricultura y la alimentación, medicina, higiene y educación. Al no
producirse un descenso equivalente en la natalidad, se produce un rápido incremento de la
población.

Esto ocurrió en Europa Occidental y en EE. UU en los siglos XIX, y en los países en desarrollo
durante la segunda mitad del XX, ayudados por los adelantos científico-sanitarios, a un ritmo
de urbanización brutal, aunque sin las facilidades para emigrar al extranjero que contaron
anteriormente los países europeos. Su crecimiento demográfico podría haber generado una
grave crisis de subsistencia (de hecho, algunos Estados pusieron en marcha controles para la
natalidad), pero el riesgo se contuvo porque la transición a la siguiente etapa fue más rápida de
lo previsto, sobre todo en los países de desarrollo medio.

16
o Tercera fase: Se mantiene la caída de la mortalidad, pero disminuye más rápidamente la tasa
de natalidad como consecuencia del cambio socioeconómico y de mentalidad: acceso a
programas de planificación familiar eficaces, mayor educación, autonomía e incorporación de
la mujer al trabajo, masiva emigración a ciudades, agricultura de mercado, etc., lo que ayuda a
reducir la pobreza de la unidad familiar. Como consecuencia, el ritmo de crecimiento
demográfico se frena. Esta caída de la fecundidad se dio primero en los países más
desarrollados, después en Asia Oriental y Suroriental y en América Latina, pero mucho más
lentamente en África.

o Cuarta fase: típica de sociedades postindustriales, se caracteriza por tasas muy bajas tanto de
natalidad como de mortalidad. El crecimiento es mínimo o casi nulo, la población se estabiliza.
En algunos países hay crecimiento negativo porque la tasa de fertilidad se sitúa por debajo de
la de reemplazo (2,1 hijo por mujer, uno de ellos niña), con lo que aumenta la edad media de
la población, con serias consecuencias económicas, compensadas temporalmente por la
inmigración. Dado que el descenso de natalidad en la mayor parte del mundo, se perfila un
futuro demográfico marcado por el envejecimiento, que ya se constata en algunos países, y una
disminución de la población a partir de finales del siglo XXI.

2. Las tendencias demográficas en cifras

Existen dos gigantes demográficos, China (1409 millones) e India (1339 millones), país que pasará al
primer lugar en 2060. Les siguen EE. UU. (324), Indonesia (264) y Brasil (209), después el grupo que
pasa de los 100 millones: Pakistán, Bangladesh, Rusia, Nigeria, Japón, México y Filipinas. Estos 12
países, la mayoría asiáticos, suman casi el 60% de la población mundial. Por nivel de desarrollo, según
el IDH de 2018, un 50% de la población mundial vive en los países más desarrollados, un 36% de los
de desarrollo medio o medio-bajo y el 13% en los menos desarrollados.

La media mundial de hijos por mujer en 2018 es de 2,5, si bien, en los desarrollados oscila entre el 1,6
(Europa) y el 1,9 (USA) mientras que llega a 4,9 en los de bajo desarrollo. Los factores que frenan la
caída de la fertilidad son:

• La desigualdad entre géneros


• Determinadas tradiciones y creencias, de que las familias numerosas son un signo de riqueza
• Limitada difusión de los anticonceptivos modernos

Para controlar la natalidad resultan más eficaces las políticas que respetan la libertad de opción y
fomentan la educación y los servicios de salud, que aquellas que limitan por ley la cantidad de hijos.
El ritmo de descenso se ha ralentizado un poco (siguen naciendo 130 millones de niños cada año), pero,
si se mantiene el declive previsto, África será la única región del mundo donde la población se
duplicará o triplicará en los próximos 40 años; Asia seguirá siendo la región más populosa, pero parará
su crecimiento en torno al 2050.

La esperanza de vida en el mundo sigue aumentando: ha pasado de 67 a 72,2 años entre 2005 y 2018.
La llamada transición sanitaria se está consolidando; supone una caída radical de la mortalidad un
cambio en las causas de muerte más comunes. Primero disminuyeron las enfermedades infecciosas y
parasitarias (cólera, malaria, etc.) y del aparato respiratorio y digestivo, que afectan sobre todo a los
más jóvenes; después, la caída incidió en los adultos y, finalmente, en las edades avanzadas. En la
actualidad las disparidades, que siguen siendo muy profundas, dependen de la situación sanitaria de

17
los distintos países. Los más desarrollados superan los 80 años (Hong Kong 84,1 y Japón 83,9), en el
otro extremo de la tabla, no llegan a los 53 años (África subsahariana, países como Sierra Leona, Chad
o República Centroafricana) por la elevada mortandad infantil, falta de vacunación y acceso al agua
potable y saneamiento, incidencia del sida, etc. También es baja la cifra de Asia meridional. Por el
contrario, las patologías en los países desarrollados son degenerativas, (cardiovasculares y cáncer),
ligadas al envejecimiento. No obstante, si en lugar de la esperanza de vida se valoran los años de vida
saludable, hay que rebajar 12 años todas las cifras en todos los grupos de desarrollo.

Otra característica es la desigualdad biológica entre hombres y mujeres: la esperanza de vida es casi
5 años mayor para las mujeres, cifra que puede llegar a los 10 años en los países de la antigua URSS
por los hábitos de vida y conductas de riesgo. Solo se mantiene alta la femenina en algunos países con
sobremortalidad en las primeras fases de transición sanitaria o con pautas acusadas por discriminación
por sexo (Afganistán, Nepal y África subsahariana).

De forma natural, nacen 105-106 niños por cada 100 niñas, pero por razones culturales y económicas,
algunas sociedades buscan modificar esa ratio recurriendo al aborto selectivo. En la franja de adultos
solo se observa mayoría de hombres en los países petrolíferos, por la inmigración masculina.
Conforme la edad aumenta, como la mortalidad masculina es mayor, la población se reequilibra, sin
embargo, en la actualidad hay unos 100 millones menos de mujeres que de hombres.

3. Las ciudades del futuro

El crecimiento de las ciudades ha sido vertiginoso en las últimas décadas como consecuencia de la
globalización y del desarrollo económico. La población urbana es el 55% de la mundial y llega al 75%
en las regiones más desarrolladas. Estas cifras aumentarán si se mantiene el actual ritmo de
crecimiento urbano del 2% anual. El proceso afectará sobre todo a los países de desarrollo medio o
bajo, en Asia y África. Hacia 2030 vivirán en sus ciudades 5.000 millones de personas (80%), más del
60% de ellas menores y buena parte de ellas pobres.

La expansión de las megaciudades (de más de 10 millones), cuyas áreas metropolitanas se desbordan
sobre amplios territorios de difícil delimitación (aglomeraciones urbanas), ya no es motivo de tanta
preocupación como lo fue años atrás. No han crecido en la progresión prevista; algunas incluso están
perdiendo población.

18
Los beneficios de la urbanización compensan en gran medida sus desventajas:

• Concentran pobreza, pero también oportunidades para escapar de ella.


• Están en condiciones de generar empleos e ingresos para más personas.
• Ofrecer educación y servicios de salud.
• Además, las ciudades solo cubren el 2,8% de superficie del planeta y, siempre que se reduzca
su huella ecológica, esta concentración demográfica de lugar a mayor sostenibilidad porque
ofrece una vía de salida al crecimiento de la población rural, que de otro modo invadiría el
hábitat natural
• Es preferible, además, una mayor densidad urbana, porque la dispersión, la fragmentación
del espacio urbano, y la periurbanización dificultan la sostenibilidad: los desplazamientos
cotidianos son mayores, con contaminación y consumo de energía y agua, invasión de espacios
verdes, etc.
• Además, la urbanización apresura la caída de las tasas de fecundidad al facilitar servicios de
salud reproductiva y mejorar las condiciones de vida, mayor autonomía de la mujer y acelerar
el cambio cultural.

La preponderancia de las ciudades será un signo del siglo XXI, pero de cara al futuro será preciso
mejorar la gobernabilidad de unas ciudades cada vez más complejas y vulnerables al impacto del
cambio climático (sobre todo las costeras) y orientar su expansión antes de que esta ocurra, es decir,
planificar mejor para evitar la proliferación de barrios de chabolas. La preferencia de los políticos de
algunos países es frenar la migración hacia la ciudad con planes para retener población en zonas
rurales y con desalojos y denegación de servicios en suelo urbano. El caso más conocido es el de
China, con 250 millones de población flotante rural desplazada a las ciudades. Pero esta política no
suele dar resultado, más bien dificulta la salida de los urbanitas más pobres de su precaria situación.
Los demógrafos consideran que la expansión de las ciudades depende del crecimiento vegetativo,
por lo que en países en desarrollo habría que trabajar más en rebajar las tasas de fecundidad urbana
que en controlar la emigración.

4. Las edades de la población y sus consecuencias

Detrás de la cifra de 7.550 millones se esconden múltiples situaciones:

• Una población más joven que nunca en los países de desarrollo medio-bajo
• Frente un profundo envejecimiento en los más desarrollados, donde los mayores de 65 llegan
al 18% en Europa occidental, 15% en Europa oriental y el 13$ en América del Norte.

En las regiones que están en las primeras fases de la transición demográfica, las altas tasas de
fecundidad (7 hijos por mujer en Níger o 6 en países como Chad, Congo o Afganistán) perpetúan la
pobreza. Mortalidad y natalidad elevadas, inseguridad alimentaria, desigualdad y pobreza extrema
forman un círculo vicioso. Un porcentaje enorme de menores de 15 años (hasta un 44% en algunos
países africanos, frente al 15% de España) genera graves problemas cuando los Estados no pueden
incrementar sostenidamente las inversiones en educación y salud. Hay poca población adulta para
asegurar tareas de producción y para cuidar a los menores, una carga pesada sobre todo para las
mujeres, que tampoco pueden incorporarse el mundo laboral y cuya salud se resiente. En algunos
países la incidencia del sida, que afecta a adultos jóvenes, ha agravado el cuadro en los últimos años.
La situación solo mejorará cuando caigan las tasas de fecundidad a lo largo de veinte o treinta años
mediante inversiones en salud y educación (sobre todo en mujeres y niñas) y se creen condiciones más
favorables para el crecimiento económico y el desarrollo sostenible.

19
La población joven (menores de 24 años) que constituye un 43% de la población mundial tiene, sin
embargo, un gran potencial para impulsar el desarrollo de sus países si se dan las circunstancias
adecuadas. En los países de nivel medio y bajo, la coyuntura idónea se produce, cuando cae la tasa de
fecundidad y hay un alto porcentaje de población en edad de trabajar. Se llama dividendo demográfico
o ventana de oportunidad. En ese momento, la relación entre personas dependientes (niños de 0 a
15 años más ancianos de más de 64) y las personas activas (tasa de dependencia, personas entre 15-
64 años por cada 100 dependientes) es favorable, con casi dos tercios de adultos que pueden dedicarse
a tareas productivas. Se han dado dividendos demográficos en Asia oriental en los 70 (hasta una
tercera parte de los adelantos de los tigres asiáticos -Corea del Sur, Taiwan y Singapur- se explican por
los cambios demográficos); en Asia sudoriental en la década de los 80 y posteriormente en América
Latina, Oriente Medio y África septentrional; En el África Subsahariana se producirá en el presente
milenio. No obstante, encontrar el equilibrio es difícil. Hace falta un esfuerzo en educación para la
incorporación de los jóvenes a la vida productiva y hacer coincidir esta fuerza demográfica con una
rápida creación de puestos de trabajo. Será complicado en algunos países como India donde el 38%
de los niños están desnutridos y, solo el 66% termina sus estudios primarios, o en Estado árabes con
un elevado porcentaje de desempleo juvenil.

La proporción de jóvenes
está empezando a disminuir
en casi todo el mundo, estos
están retrasando su edad de
matrimonio: en unos 6 años
desde 1970. Según datos de
Naciones Unidas, en 2013 la
edad media de casamiento
en Asia, África Subsahariana
y América Latina ronda los
23 años, en cambio, en los
países más desarrollados,
supera los 30.

Entre el 2000 y el 2050 las


cifras de personas con más de 60 años pasarán de 900 a 2.400 millones. Esto afectará primero a los
países más desarrollados, amenazando con asfixiar sus economías, recortar sus perspectivas de
crecimiento y hacer inviables sus sistemas de seguridad social. Faltarán adultos para sostener el
mercado laboral y pagar impuestos y aumentará el gasto para el cuidado de los mayores y
dependientes. Las políticas más efectivas para incentivar la natalidad parecen las escandinavas, con
prestaciones y subsidios, permisos para madres y padres por natalidad y servicios de guardería diurna
que facilitan crianza, pero son muy caras. El problema afecta ya a Europa Occidental y es algo menor
en Norteamérica y en Europa Oriental.

20
5. MIGRACIONES Y MULTICULTURALISMO
Además de muertes y nacimientos, el tercer factor demográfico son las migraciones. Las mejoras y el
abaratamiento de los transportes han facilitado los movimientos migratorios y pueden tener un papel
importante en la reducción de la pobreza. Naciones Unidas define al migrante como alguien que ha
residido en un país extranjero durante más de un año, independientemente de las causas de su
traslado o de los medios utilizados. La migración puede ser voluntaria o forzada:

• Voluntaria: Por razones de trabajo, reunificación familiar o matrimonio. Quienes emigran


suelen estar mejor educados que quienes se quedan, pues los migrantes necesitan acceso a la
información y algún tipo de apoyo financiero para cruzar fronteras. Suelen ser jóvenes entre 15
y 30 años, dependen del efecto llamada y de las oportunidades de empleo, vivienda o educación
superior.

Las personas que viven en otro país sin autorización o sin documentación son considerados
migrantes irregulares, los que han sido introducidos mediante contrabando o han sido objeto
de trata son los migrantes ilegales.

• Forzada: son los refugiados, personas que huyen de países asolados por la guerra o la violencia
y no pueden o no quieren regresar porque carecerían de protección efectiva.

El fenómeno ha crecido sostenidamente desde 1960: entonces afectaba al 2,5% de la población


mundial y en 2018 llegó al 3,5%, unos 266 millones de personas (casi la mitad mujeres). El mayor grupo
vive en Europa (70 millones) seguida de Asia (60) y América del Norte (50). Entre el 2000 y el 2010,
México, China y Pakistán fueron los que enviaron mayor cantidad de migrantes. Asia occidental y
meridional albergaban las corrientes bilaterales más numerosas: la India-Bangladés, afganos a
Pakistan e Irán, más el corredor desde Asia occidental hacia los países productores de petróleo. En el
Norte el mayor flujo es el que llega a EE. UU., desde México y desde Turquía a Alemania. Décadas
atrás el grueso de la emigración se dirigía hacia países desarrollados, pero estos son ahora solo un
tercio del total, al aumentar la emigración Sur-Sur hasta un porcentaje similar.

En Australia y Nueva Zelanda los inmigrantes representan más de un 20% de su población; en EE. UU.
el 16%; en Europa, el 8,5% y menos del 2% en el resto de los continentes. Solo en algunos países es
determinante: En Emiratos Árabes, Kuwait o Qatar, supone en torno al 80% (por cada adulto nativo
hay 8 migrantes trabajadores); en Singapur, el 54%, o, en Luxemburgo, el 45%. En Europa la
inmigración se ha estabilizado o descendido desde 2005, en cambio ha sido relevante la emigración
desde Europa Oriental tras la caída del comunismo y la guerra de Yugoslavia.

En 2019, ACNUR estimaba la cifra de refugiados en unos 20,1 millones, (excluyendo 5,4 millones de
palestinos registrados por la UNRWA), la mitad de los cuales son menores de 18 años. Se estima que
hay 10 millones de personas apátridas a quienes se le han denegado una nacionalidad y acceso a los
derechos básicos como educación, salud, empleo y libertad de movimiento. De los refugiados, el 80%
es acogido en países asiáticos y africanos. La guerra, la inseguridad y crisis como la de los rohinya
(minoría musulmana de Myanmar) o Venezuela explican los últimos flujos significativos de refugiados
que, sumados a los desplazados internos (40 millones) llegan hasta los 68,5 millones de personas
desamparadas.

21
1. Luces y sombras de los movimientos migratorios

La interrelación entre migración internacional y desarrollo es compleja. Para los países más
desarrollados es básica a la hora de compensar los efectos de la caída de la natalidad. En un escenario
sin migraciones, su población caería un 10% para 2050, ya que los inmigrantes son artífices del 75% de
su crecimiento demográfico. Con respecto a la ratio de dependencia, si en 2010 por cada 10 adultos
activos hay 4,8 dependientes, sin inmigrantes, esta tasa subiría a 10 adultos trabajadores en 2050.

En consecuencia, el tópico de que los inmigrantes constituyen una pesada carga sobre el sistema de
bienestar social del país es falso. Tampoco influyen mucho sobre la situación del empleo y los salarios,
pues tienden a ocupar empleos que no tienen interés para los nacionales. Es cierto que compiten
directamente con el grupo de más baja cualificación, que pueden mantener bajos los salarios mínimos
y retrasar inversiones más productivas y en tecnología, pero no parece que esta amenaza sea mayor
que la que supone la importación masiva de artículos de bajo coste.

En los países de origen en desarrollo, sus emigrantes pueden representar una pérdida considerable
cuando los que emigran son profesionales capacitados, dados los recursos invertidos en su
formación. Casi un tercio del personal especializado de estos países viven el mundo desarrollado,
éxodo que es especialmente perjudicial en el sistema sanitario de los países menos adelantados. Sin
embargo, generalmente, los efectos económicos negativos de pérdida de capital humano quedan
compensados por las remesas enviadas por los emigrantes y el incremento del intercambio comercial
y las inversiones que generan. Las remesas registradas en 2017 en países de bajo o medio desarrollo
ascendieron a 485.000 millones de dólares, una cifra similar a la inversión extranjera directa que
reciben y más del doble de la ayuda oficial al desarrollo. A veces representan una gran proporción del
PIB.: Kirguistán (35%), Tonga y Tayikistán (31%), Haití (29%). En estos países, muchas de las familias
que escapan de la pobreza tienen algún miembro en el extranjero, sobre todo si las emigrantes son
mujeres, que invierten más en sus hijos que los hombres. Quienes menos se benefician son las
personas más pobres de los países más pobres, con más dificultades para emigrar, pero al crear
demanda de bienes y servicios, las remesas contribuyen de forma global a incrementar el PIB de los
países de origen. La emigración aporta otro tipo de remesas, como la transferencia de ideas, cultura y
capital social. Los migrantes pueden actuar como agentes de transformación política y cultural, y sus
conocimientos suelen redundar en mejoras en la salud y la educación. También forjan familias
transnacionales, cuyos miembros pertenecen a dos hogares, dos culturas y dos economías
simultáneamente.

El mayor problema es el de los migrantes irregulares e ilegales, obligados a aceptar empleos en la


economía sumergida, explotados y desprotegidos al ser privados en muchos países de derechos o
educación y en algunos casos víctimas de xenofobia en los países de acogida. Según la OIT (2019) al
menos 5,4 millones de ellos son víctimas de la trata de seres humanos: la mitad de ellos menores de
ambos sexos y el 80% mujeres y niñas. La venta inicial de estas personas en sus países de origen genera
entre 7.000 y 12.000 millones de dólares, y al llegar a destino, los traficantes obtienen 32.000 millones
adicionales. Esta industria constituye una de las actividades comerciales ilícitas más lucrativas junto a
la venta de armas y droga. Es una de las caras más oscuras de la globalización, pues las víctimas
terminan trabajando en condiciones de servidumbre, cuando no en la prostitución o en matrimonios
forzados.

El problema de los derechos humanos de los migrantes internacionales y de cómo asegurar una
migración ordenada, regular y segura, sigue abierto. No resulta fácil consensuar internacionalmente
políticas racionales que encaucen la migración en lugar de restringirla. Un buen ejemplo son las
controversias en la política de inmigración de la Unión Europea del 2015 al 2016.
22
Un paso importante pueden ser los dos pactos globales (2018) sobre refugiados e inmigración,
aprobados por Naciones Unidas para lograr una migración segura, ordenada, regular y responsable. El
primero fue presentado en el seno de la organización, a falta de ser asumido por los países miembros,
y el segundo fue aprobado en una cumbre intergubernamental celebrada en Marrakech. Aborda por
primera vez de forma común e integral el problema y marca 22 objetivos para velar por el bienestar de
los migrantes y por la cohesión social en los países de acogida (reducir costes del envío de remesas,
fomentar la contratación legal, afrontar la migración por cambio climático, facilitar el reagrupamiento
familiar, etc.).

2. Multiculturalismo

En los países de destino, gobiernos y sociedades van reconociendo los beneficios de la migración
internacional desde el punto de vista económico y demográfico. Sin embargo, los prejuicios sociales,
étnicos y los choques culturales, provocan tensiones y roce con motivo de prácticas o costumbres
tradicionales que conculcan derechos humanos, sobre todo relativas a la mujer, y que son ilegales en
el país receptor: poligamia, ablación genital, matrimonios forzados o de menores, uso de determinados
velos islámicos, etc. La inmigración en masa se percibe como una amenaza para el Estado-nación,
lengua y cultura milenarios o cuando se considera en riesgo alguna parte el consenso social sobre el
que se sustenta. Además, en los últimos años los problemas internacionales han influido
negativamente en la imagen de los inmigrantes (terrorismo yihadista, motines en los suburbios de París
en 2005, etc.), a ello se añade la manipulación política de este tipo de incidentes por parte de la clase
política y de los medios de comunicación, que alimenta la xenofobia y la discriminación contra los
inmigrantes, a quienes además se culpa del estancamiento económico y el desempleo en épocas de
crisis.

Para abordar esta problemática se han aplicado básicamente dos modelos con resultados desiguales:

• La asimilación o aculturación: Usado en EE. UU, pero también en Francia o Gran Bretaña,
consiste en presionar sobre los inmigrantes para que adopten las lenguas y los valores cívicos
del país de acogida hasta lograr la plena ciudadanía. El resultado final, es una amalgama en la
que tradiciones foráneas se funden con los valores tradicionales del país

• La integración: Surgió en las últimas décadas del siglo XX, cuando los programas de asimilación
empezaron a resultar más difíciles de imponer, y cuando se generalizó una mayor aceptación
de la diversidad cultural. Desde Gran Bretaña se difundió a Canadá, Australia y Europa
Occidental: fueron políticas llamadas de integración en Europa y de pluralismo cultural en EE.
UU., aunque se conocen como multiculturalismo. T

Todos los ciudadanos deben adoptar un conjunto común de valores e ideales sobre la esfera
pública, acompañado de igualdad de oportunidades en empleo, vivienda, educación y sistema
de bienestar, igualdad ante la ley, etc.; pero los inmigrantes y los grupos de minorías étnicas
pueden mantener sus características étnicas y sus creencias culturales en el ámbito de su vida
privada, incluido el derecho de hablar su lengua, mantener instituciones y prácticas culturales,
lugares de culto propio, etc. Este modelo no es homogéneo. La versión más suave, acepta la
diversidad cultural en el ámbito privado, pero el Estado mantiene una actitud neutral hacia la
diversidad cultural y no hay distingos en temas como educación, vivienda, servicios sociales,
etc. La versión más radical, reconoce las diferencias culturales en la esfera pública: permiso
para mataderos especiales musulmanes y judíos, adecuación de horarios laborales para
prácticas religiosas, aceptación vestimentas tradicionales o códigos de modestia femenina,
23
costumbres sobre enterramientos, juramentos sobre sagradas escrituras, etc. Además, se
proveen dotaciones y servicios en lengua, educación sanidad, justicia, etc. (intérpretes, menús
adaptados, etc.), se permite la organización de representación étnica o cultural como
intermediación y se facilitan recursos para actividades culturales.

La integración ha provocado las controversias más sonadas, sobre todo en religión y educación. Han
coincidido con las demandas de “educación separada” por parte de comunidades como la
musulmana y otras minorías no occidentales, que buscan enclaves étnico-religioso para practicar su
fe que, con el apoyo financiero de Arabia Saudí y otros países han construido mezquitas y creado
organizaciones musulmanas. Todo ello en un clima de creciente visibilidad de la inmigración
musulmana en Europa, enrarecido por la marea del islamismo yihadí desde el 11-S, y de cierta
sensación de fracaso del modelo integrador, que ha causado tensiones inter-étnicas y violencia en
varios países. Por un lado, el fenómeno urbano de la segregación residencial ha terminado separando
a unos grupos étnico-religiosos de otros, en barrios. El resultado ha sido, la creación de guetos, de
comunidades culturales homogéneas cerradas y separadas, con peligro de crear una sociedad de
enclaves, con acuerdos educativos, organizaciones comunales que pueden llegar a debilitar la
identidad nacional y dañar la cohesión social al ahondar los malentendidos culturales. Otros han
denunciado el multiculturalismo por permitir estructuras no democráticas de liderazgo en las
comunidades reconocidas oficialmente.

La asimilación supone imponer una identidad y cultura y, parece difícil de sostener en una era de
flujos y prácticas transnacionales, sin embargo, con el modelo multicultural se corre el riesgo de exigir
demasiado poco a los nuevos ciudadanos. De hecho, desde el año 2000 ha crecido la desconfianza
hacia la diversidad y se ha defendido la necesidad de volver a una visión más tradicional de la relación
entre nación, cultura y sociedad.

En distintos países se han reforzado los contenidos de idioma y cultura común en educación, así como
las ceremonias de ciudadanía, e impuesto cursos obligatorios para adultos inmigrantes. En EE. UU
surgió un movimiento para reafirmar la primacía del inglés frente al español y en Francia se ha blindado
la laicidad de la escuela pública. Sin embargo, se trata de un problema difícil de abordar porque
sistemas que dan resultado en países fundados (Canadá, EE. UU o Australia) y alimentados por
inmigración, pueden resultar más problemáticos en los viejos Estados europeos. También hay
comunidades de inmigrantes más dispuestas a la integración que otras.

En consecuencia, resulta complejo encontrar el equilibrio: respetar la diversidad sin caer en un


multiculturalismo que produzca segregación y, al tiempo, defender un conjunto de valores, derechos
y responsabilidades que deben ser reconocidas y respetadas por todos, sin dejar de fomentar la
igualdad de oportunidades para reducir desigualdad.

24
6. LAS MUJERES EN EL SIGLO XXI
En las últimas décadas se han producido avances espectaculares en la situación de la mujer en cuanto
a derechos, educación, salud y trabajo. Su papel en la familia y la sociedad ha sufrido un gran cambio
con su incorporación al mercado laboral y a responsabilidades sociales y políticas de todo tipo. Los
gobiernos han aprobado medidas en favor de la igualdad de género como respuesta a las demandas
de organizaciones de mujeres y al consenso internacional favorable a una acción política más decidida.
Pero aún queda mucho camino por recorrer, como muestran los índices de desigualdad de género.

1. Los avances

Según el Banco Mundial, en los últimos años, 1.000 millones de mujeres se han incorporado al mercado
laboral y constituyen en 2017 el 48,7% de la fuerza laboral mundial (35% en 1990). El desequilibrio en
educación primaria entre niños y niñas se ha cerrado en la mayoría de los países en poco más de
décadas: dos tercios de ellos hay paridad en la escolarización. En educación secundaria se ha recortado
mucho, sobre todo en América Latina y Asia Oriental. Hoy las mujeres son más de la mitad de los
estudiantes universitarios. Desde 1980 la esperanza de vida es mayor que la de los hombres en todo
el mundo y la mortalidad ligada al parto ha caído un 36% desde 1990. Otra vez, logros que en los
países ricos tardaron en materializarse 100 años, se han conseguido en cuatro décadas en los países
de desarrollo medio y bajo. La rapidez de estos avances ha tenido que ver con el crecimiento
económico de muchos de ellos. Se ha pasado de una media de 5 a 2,5 hijos por mujer en apenas tres
décadas. Tener menos hijos permite a la mujer más tiempo para invertir en formación o participar en
la economía, lo que redunda en más posibilidades de educar mejor a sus hijas, que a su vez estarán
más preparadas para vivir más, tener menos hijos y hacerse oír en el hogar y fuera de él. Estos avances
en transición demográfica y económica han coincidido con el impulso de políticas gubernamentales
distintas: inversiones en salud reproductiva y educación femenina, leyes que garantizan igualdad de
derechos, cuotas de representación política, etc.

Esa apuesta gubernamental hubiera sido menos decidida sin el reconocimiento global de los derechos
de las mujeres. En 1975 se celebró la I Conferencia Mundial convocada por Naciones Unidas sobre la
mujer, en la que se aprobó el primer plan de acción mundial a cinco años. En 1979, se firmó la
Convención para la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer que, a pesar de su
vaguedad y su limitada efectividad, influyó en la legislación de muchos países. En la IV Cumbre de
Naciones Unidas sobre la mujer celebrada en Pekín en 1995 los derechos de las mujeres fueron
elevados a la categoría de derechos humanos y la declaración aprobada ha colocado definitivamente
la igualdad de género en la agenda internacional. Finalmente, los Objetivos del Milenio (2010) la ha
recogido como un vector fundamental para erradicar la pobreza y constituye uno de los 17 Objetivos
de Desarrollo Sostenible del Milenio (2016) de la Agenda del PNUD marcada hasta 2030.

En ese proceso, el activismo de las organizaciones de mujeres ha sido decisivo. Los movimientos
feministas cuestionaron “las relaciones de poder de género en escenarios públicos y privados, en los
ámbitos políticos, sexuales, familiares, civiles, laborales, educativos, religiosos, sociales, económicos,
comunitarios” entre otros. Han creado estrategias de resistencia, redes de solidaridad, y trabajado para
dar visibilidad a la mujer llevando al debate y a la agenda pública los temas relativos a su discriminación.

En sus comienzos, en el siglo XIX y comienzos del XX, se centraron en conseguir el sufragio, el derecho
de propiedad, el acceso a la justicia, igualdad dentro del matrimonio, etc. Desde los 60, una segunda
ola de feminismo consideró que había que eliminar obstáculos legales que limitaban la posición de
subordinación de la mujer en la sociedad. En EE. UU y en la Europa democrática reclamaron el control

25
de la mujer sobre su cuerpo (anticonceptivos y aborto) y el fin de la discriminación salarial y racial y de
la violencia doméstica.

Desde los 90, la tercera ola ha asumido un nuevo concepto de igualdad que no hace hincapié en las
diferencias entre hombres y mujeres, sino que enfatiza derechos culturales e individuales y plantea la
existencia de múltiples modelos de mujer. El feminismo actual es mucho más heterogéneo y desborda
el ámbito de las organizaciones que se reconocen como feministas, para trabajar en distintas causas,
según la problemática nacional.

En el último quinquenio, las movilizaciones masivas han visibilizado mundialmente la lucha por los
derechos de las mujeres. Comenzaron poniendo en la diana la violencia machista (“Ni una menos”,
lema acuñado en Argentina en 2015). En 2017, de la Women’s March de Washington, organizada tras
la victoria de Trump, surgió el manifiesto “Para un feminismo del 99%” llamando al paro mundial
secundado por 50 países y antecedente de la huelga del 8 de marzo de 2018. Paralelamente se gestó
el movimiento #MeToo, que comenzó con una denuncia pública de acoso sexual en la industria del
cine norteamericana y fue imitado en muchos países. Tras la potencia adquirida por el feminismo desde
el año 2015, parece que se abre una nueva fase del movimiento y que su futuro pasa por seguir
conectado y articulando sus demandas a nivel global.

2. El Índice de Desigualdad de Género

A pesar de los avances, queda mucho por hacer. El Índice de Desigualdad de Género, elaborado por
el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), permite medir por país la pérdida de
logros de sus mujeres en diversas dimensiones del desarrollo humano (salud, educación, trabajo,
poder) a consecuencia de su desigual situación respecto de los hombres. Para ello, se cuenta con los
datos de mortalidad maternal, fecundidad adolescente, escaños en el parlamento, educación
secundaria y participación en el mercado laboral.

La palabra género remite a los atributos culturales, sociales y de comportamiento, expectativas y


normas asociadas a ser hombre o mujer. No hay acuerdo entre los autores en este asunto, ni tampoco
en el concepto de equidad: para los más próximos a la noción liberal clásica, habría que trabajar la
igualdad de oportunidades eliminando barreras y educando, porque el resto debe elegirlo la propia
mujer según sus preferencias. En cambio, buena parte de los sectores feministas identifican equidad
con igualdad de resultados: no basta con eliminar obstáculos formales, porque las preferencias y
actitudes son aprendidas, por tanto, es necesario romper el círculo vicioso de aspiraciones femeninas
menos ambiciosas y pocas oportunidades con sistemas de cuotas y otro tipo de medidas positivas.

Todos coinciden, sin embargo, en la necesidad de eliminar las grandes manifestaciones de la


desigualdad de género. Las más perjudicadas son las mujeres que viven en regiones pobres y mal
comunicadas, con cifras de escolarización y atención sanitaria bajísimas. Persiste un exceso de
mortalidad femenina en países de bajo o medio desarrollo que desapareció en Europa en 1950. Según
Naciones Unidas, esa sobremortalidad se cifra en unos 4 millones de mujeres y niñas al año.

Persiste también el problema de las niñas casada antes de cumplir los 18 años, en muchos casos
incluso antes de los 15. Los porcentajes son muy elevados en países como Níger, Chad, Bangladesh,
África Subsahariana, India, Nicaragua y Nepal. El matrimonio en la infancia impide que la niña reciba
educación, puede destruir su salud y es un obstáculo para la eliminación de la pobreza y la promoción
de la igualdad, porque desequilibra aún más la relación de poder a favor del marido y erosiona su
derecho a decidir en temas reproductivos. En muchos de estos países se practica, además, la mutilación
genital femenina, con máxima prevalencia en África, que provoca trastornos físicos y mentales a corto
26
y largo plazo, además de mayor riesgo de complicación en el parto y mortalidad infantil por infecciones.
Según Unicef, la prevalencia está por encima del 90% en algunos países.

Las mujeres son víctimas de algunos tipos específicos de agresión. En los conflictos armados persiste
el uso de la violencia sexual contra la mujer a pesar de que desde las guerras de Bosnia y Ruanda se
reconoció como crimen de lesa humanidad. Otra forma de violencia son los delitos contra las mujeres
para preservar la honra de la familia o autoridad masculina, si se sospecha comportamiento inmoral.
Hay países en los que se obliga a la mujer violada a casarse con el violador, se permite la entrega o
intercambio de niñas para arreglar disputas y estas pueden ser asesinadas o mutiladas para
salvaguardar el honor si han sido violadas o tratan de escapar de un matrimonio violento. En el caso
de la violencia doméstica o de género, los números son escandalosos: entre un 6 y un 68% de mujeres,
según el país, habrían sufrido agresiones físicas o sexuales de su pareja o algún conocido. A veces este
tipo de violencia es aceptado o disculpado en porcentajes muy elevados.

Un tercer capítulo es el desigual acceso a oportunidades económicas. El 45 % de la fuerza de trabajo


agrícola lo realizan las mujeres, pero solo entre un 10 y un 20% son propietarias de tierra y granjas.
Estas últimas suelen cultivar terrenos más pequeños y obtener peores cosechas por sus dificultades
para conseguir créditos y tecnología. Las empresas no agrarias de mujeres también son más pequeñas,
y se concentran en sectores de menor productividad. Las asalariadas reciben peores sueldos que los
hombres, muchas veces por el mismo trabajo. También tienen más probabilidades de estar empleadas
en la economía sumergida y ser trabajadoras no pagadas en explotaciones familiares, lo que supone
un menor acceso a pensiones en el futuro. En muchos países el divorcio y la viudedad causan problemas
económicos muy serios por pérdida de tierras e ingresos. En conjunto, las mujeres se ven perjudicadas
por su menor escolarización y, sobre todo por su menor disponibilidad de tiempo debido a su
responsabilidad en el ámbito del hogar y el cuidado de niños, enfermos y mayores. En los hogares con
hijos en los que la mujer trabaja, los hombres no realizan las tareas del hogar que les correspondería,

27
ni siquiera en los países más desarrollados. En resumen, trabajan más horas y tienen menos tiempo
para formación, oportunidades económicas, participación en la vida socio-política y ocio personal.

Con respecto a la participación en la toma de decisiones y el control de recursos dentro de los hogares
y en la sociedad, la situación mejora muy lentamente. La representación femenina en los distintos
escalones de poder, la burocracia y las instituciones en general sigue siendo insuficiente. Para
incrementarla muchos países han adoptado el sistema de cuotas, pero su eficacia está ligada a cambios
en el conjunto de la sociedad y en la educación. Desde el 2015, Arabia Saudí permite el derecho de
voto a las mujeres, pero tanto en ese como en muchos países leyes, normas religiosas, códigos de
moral, etc. siguen restringiendo la capacidad legal y los derechos de las mujeres al trabajo, a la
movilidad, su acceso a la propiedad, su derecho a rehusar o romper un matrimonio y a tener la patria
potestad de sus hijos. En algunos Estados el pluralismo legal reconocido, impide la aplicación de la ley
nacional al dar prioridad a la ley religiosa (sharía) o la costumbre, sobre todo donde el sistema estatal
es débil o inaccesible el acceso a la justicia.

Las consecuencias sociales de la desigualdad de género son muy profundas. Los organismos
internacionales destacan la importancia de las políticas de igualdad para promover el desarrollo
humano, porque ingresos e igualdad de género están correlacionados positivamente en ambas
direcciones. Incrementar la educación de las mujeres y proporcionarles servicios de salud sexual y
reproductiva supone partos con menos riesgos y un menor número de hijos, pero más sanos. Estas
mismas mujeres, con una esperanza de vida más elevada, tienen mayor productividad, se incorporan
más al mercado laboral, obtienen más ingresos, ahorro y sobre todo, mayor escolarización de los niños.
Estos cambios, a su vez, afianzan los derechos de la mujer en el hogar y la comunidad. En segundo
lugar, un mayor protagonismo político y social de las mujeres puede cambiar decisiones y agendas
políticas, hacer las instituciones más representativas y reducir la corrupción. Los programas de
Naciones Unidad para consolidación de la paz en zonas de conflicto y reconstrucción han reconocido
los beneficios de dar protagonismo a las mujeres en estos procesos, porque ayudan a reconducir las
prioridades políticas hacia derechos sociales-económicos y seguridad humana.

La globalización puede ayudar a promover la igualdad al acrecentar el acceso a oportunidades


laborales para las mujeres y facilitar la difusión de información sobre sus derechos. Puede incrementar
la demanda de trabajo femenino al facilitar el crecimiento de sectores de exportación que emplean
más mano de obra femenina y de otros que requieren más habilidades cognitivas que fuerza física, así
como facilitar al acceso a los mercados a empresarias y granjeras al eliminar obstáculos en tiempo y
movilidad, además de permitir más flexibilidad de horarios para compatibilizar la vida familiar. Por otro
lado, la presencia de la mujer es considerada positiva en las empresas para propiciar la innovación un
mejor proceso de toma de decisiones en las empresas, así como para mejorar su imagen corporativa,
dada la presión de medios y consumidores en favor de salarios y condiciones laborales más justas para
las mujeres. Así mismo, la urbanización y el uso de la televisión por cable, de las redes de comunicación
y sociales permiten la difusión de modelos alternativos de vida y costumbres a los que aspirar.

No obstante, este potencial necesita ser apoyado con políticas públicas que sigan reduciendo las
desventajas en capital humano, que mejoren las oportunidades económicas, que eliminen la
legislación discriminatoria en temas de herencia y propiedad, matrimonio y divorcio y den acceso a
un sistema judicial eficiente; que promuevan mayor participación político-social y que combatan la
violencia de género.

28
7. LA DEMOCRACIA: DEFINICIÓN Y TIPOS. LOS REGÍMENES NO
DEMOCRÁTICOS
En las últimas décadas del siglo XX se produjo un espectacular aumento del numero de países con
regímenes democráticos. Desde 1975 a 2002, pasaron de 41 a 121, abarcando el 46% de la población
mundial frente al 29% de partida. Se ha hablado de una era de la democracia, modelo político legítimo
por excelencia tras el hundimiento del comunismo como ideal. Sin embargo, en la segunda década del
siglo XXI, parece haberse producido un estancamiento en este proceso de cambio. La pregunta es si los
regímenes autoritarios están abocados a desaparecer siguiendo lo que parecía una marea histórica
favorable a la democracia o están consiguiendo adaptarse con nuevos modelos políticos híbridos,
autoritarios, aunque celebren elecciones.

1. Definición y fórmulas de gobierno

Democracia fue un término acuñado en la Grecia Clásica para definir la forma de gobierno en que la
mayoría de los ciudadanos podía participar en el proceso político, en contraste con regímenes en los
que el poder era monopolizado por un individuo (monarquía o tiranía) o un grupo (aristocracia u
oligarquía). El modelo clásico quedó asociado con la soberanía popular: El pueblo como sujeto político
capaz de decidir como un todo homogéneo e identificar lo que constituía el bien común. En aquella
primera formulación se ejercía la democracia directa por los ciudadanos en asambleas populares.

La siguiente versión, posterior a la creación del Estado-nación, arrancó con las revoluciones americana
y francesa de fines del siglo XVIII, pero ya como democracia indirecta, representativa. Desde las
primeras constituciones liberales cambió el procedimiento: el pueblo elegía periódicamente
representantes, que eran los encargados de tomar las decisiones políticas. Se incorporaron conceptos
como división y equilibrio de poderes, principio de la mayoría o derecho de voto. Tuvieron que pasar
décadas hasta la llegada de la democracia moderna, en la que el sufragio universal alcanzó a toda la
población adulta, una vez abolida la esclavitud y alcanzado el derecho de voto de las mujeres, el
reconocimiento de la igualdad jurídica de los pueblos colonizados y de derechos políticos a minorías
étnicas o raciales. Por ello, para muchos, la democracia es un fenómeno del siglo XX.

Definir democracia resulta difícil porque, cómo ha señalado el politólogo Robert Dahl (1999), al
hacerlo se suelen mezclar dos preguntas distintas: cómo debería ser (que criterios debería cumplir
una democracia ideal) y cómo son de hecho o qué características tienen los sistemas políticos reales
que hoy conocemos como tales. El mismo, revisando las aportaciones de los autores liberales clásicos,
desde Locke hasta Stuart Mill, ha señalado las premisas del modelo arquetípico de la democracia:

• La justa consideración de los intereses de todos los gobernados en el proceso de decisiones del
gobierno.
• La presunción de autonomía personal según la cual cada individuo como ser libre, es el mejor
juez de sus propios intereses.
• El criterio moral de igualdad, por el que todas las personas valen lo mismo y tienen semejantes
espiraciones en la vida, la libertad, la felicidad y otros bienes básicos.

De ellas se deriva que todos los ciudadanos deber ser tratados como si estuvieran igualmente
capacitados para participar en el proceso político. A fin de respetar esta igualdad política básica
(señalada ya por Tocqueville), sería preciso que los ciudadanos adultos tuvieran las mismas

29
oportunidades para conocer las alternativas políticas, participar en la elaboración de la agenda política,
dar a conocer sus opiniones, votar libremente y que este voto se contabilizase justamente.

Este modelo ideal precisa determinadas instituciones y estas, son las que sirven para identificar y
garantizar una democracia como ya propusiera en 1942 Josef Schumprer (capitalismo, socialismo y
democracia) al declarar la competencia por el voto de los ciudadanos como el elemento básico para
definir el sistema político. Dhal enumera esas instituciones:

o Cargos públicos elegidos por los ciudadanos en elecciones libres, imparciales y frecuentes
o Libertad de expresión, incluida la crítica al gobierno, al régimen político, al orden
socioeconómico y a la ideología dominante.
o Acceso a fuentes de información imparciales y alternativas
o Libertad de reunión, de asociación y de creación de partidos y sindicatos

Tales instituciones garantizan una ciudadanía para todos los adultos del Estado, la expresión del
pluralismo social y suficiente grado de competición política.

Este tipo de definición centrada en la fórmula para elegir gobierno (elecciones abiertas, libres y justas
que permitan a la oposición alcanzar el Gobierno) ha sido la elegida por los politólogos que desde los
años 70 analizan el fenómeno de la democratización, frente a otras que incorporan preocupaciones
socioeconómicas (igualdad de oportunidades, estado de bienestar y justicia) o consideraciones
relativas a la calidad de la representación. Este mismo criterio es el seguido por las organizaciones
internacionales de referencia, como las dependientes de Naciones Unidas. Desde los años noventa,
observadores internacionales legitiman los procesos democráticos cuando comprueban el
cumplimiento de los requisitos del procedimiento electivo señalados.

Freedom House, organización creada en EE. UU en 1941 para promover la libertad en el mundo, publica
informes anuales muy influyentes sobre el desarrollo de la democracia en los distintos países y
distingue entre dos niveles de calidad democrática. En su clasificación entre países libres, semilibres y
no libres, valora los países de 1 a 7 siendo 1 el más libre y 7 el más autoritario. Todos los países del 1 al
2,5 serán democracias electorales y liberales, pero algunos de los países semilibres (entre el 3 y el 6)
solo serían democracias electorales y no liberales. Ya a partir del 5,5 son regímenes autoritarios. De tal
manera que, en 2019, de 195 países había 114 democracias electorales, pero solo 85 países libres
(democracias liberales) con países como Albania, Moldavia, Ucrania, Guatemala, Filipinas, Marruecos
o Bangladés, entre otros.

Acerca de las ventajas de la democracia, el propio Robert Dahl ha señalado las siguientes:

o Ayuda a evitar el gobierno de autócratas crueles o depravados


o Garantiza a sus ciudadanos ciertos derechos fundamentales y un mayor ámbito de libertad
personal
o Ayuda a las personas a proteger mejor sus propios intereses fundamentales y a vivir bajo leyes
de su propia elección
o Único sistema que proporciona la oportunidad de ejercer la responsabilidad moral
o Promueve el desarrollo humano
o Puede fomentar un mayor grado de igualdad política
o Los países democráticos tienden a ser más prósperos y a hacerse menos la guerra entre ellos.
o Está demostrada la conexión entre prevención de desastres humanitarios y respeto a derechos
políticos y civiles: nunca se dieron hambrunas en países democráticos, por el papel de la prensa
libre y la mayor atención de los gobiernos a las necesidades de los ciudadanos.

30
En cuanto a la tipología, existen muchos modelos de Estados democráticos, dependiendo de:

o La relación entre los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), se habla de democracia
presidencialista o parlamentaria: en la primera, los jefes del poder ejecutivo se eligen
directamente, mediante votación popular (EE. UU.). por un período establecido y no se les
puede destituir por el voto del parlamento, en sus gobiernos los ministros son meros
subordinados del presidente.

o El sistema de partidos, la conformación de mayorías y la organización territorial: En el régimen


parlamentario, se vota para elegir a los representantes que forman el parlamento y este, a su
vez, elige al primer ministro o jefe de gobierno, responsable, por tanto, ante el poder legislativo,
que le puede destituir por votación. Es el caso de las monarquías constitucionales; son
democracias parlamentarias con un jefe de Estado hereditario. Las repúblicas, pueden ser
presidencialistas (EE. UU.) o semipresidencialistas (Francia), donde el presidente debe
compartir el poder con su primer ministro, quien a su vez precisa apoyo parlamentario. Por ello,
hay regímenes presidencialistas, donde el legislativo juega un papel crucial (EE. UU.). o El grado
de concentración de poder en manos de la mayoría salida de las urnas depende de si los
gobiernos son de un solo partido con mayoría o son de coalición, de si hay bipartidismo o
multipartidismo, de si el sistema electoral es mayoritario o proporcional y de si los poderes del
ejecutivo y el legislativo están equilibrados.

o Según la estructura territorial acordada los Estados pueden ser:

§ Federales o descentralizados: Además del Estado central y las entidades locales,


existe un nivel de gobierno intermedio, elegido democráticamente, con diferentes
competencias según su legislación, aunque NUNCA incluyen defensa, política exterior
ni grandes líneas de política económica y monetaria. (Lander Alemanes, comunidades
autónomas españolas, Estados norteamericanos, etc.). Esta descentralización puede
ser simétrica o asimétrica según tenga o no, las mismas competencias todas las
unidades en las que se divide el Estado. La división de poder está recogida en sus
Constituciones y no puede ser alterada unilateralmente por los partidos.

§ Estados unitarios o centralizados- No hay unidades subnacionales que compartan el


poder o funciones de gobierno, las funciones que realizan las hacen por delegación
de este y pueden ser abolidas de igual manera (Francia y Gran Bretaña); España es un
caso intermedio, ya que hay Comunidades cuyo grado de competencias es superior
a muchos Estados federales.

2. Regímenes no democráticos.

Es la antítesis de la democracia, ni el jefe del ejecutivo ni el poder legislativo son elegidos y no hay
canales para ejercer la oposición; está monopolizado por un dictador o un grupo, ya sea militar o
político, que emplea medios despóticos de control político y social, restringe o elimina las libertades.
Son de una tipología muy variada, dependiendo de quién gobierna, cuáles son los apoyos y medios
para retener el poder o los objetivos perseguidos.

Según los estudios pioneros de Juan Linz (1964), se suele hacer una primera distinción entre modelos
totalitarios y autoritarios.

31
o Totalitarios: Se desarrollaron en el siglo XX en paralelo al nacimiento de las democracias. Se
basan en la concentración absoluta de poder en torno a un líder, que controla un partido único
y se vale de una férrea represión y de una ideología revolucionaria y exclusivista para
legitimarse, controlar y movilizar a la ciudadanía y destruir la autonomía individual y del resto
de las organizaciones e instituciones. Ejemplos son la URSS de Stalin, la Alemania nazi o la
Camboya de Pol Pot, ya desaparecidos, solo Corea del Norte reiste. El totalitarismo tardío del
siglo XXI estaría representado por países como China, Vietnam, Laos o Cuba, donde el
compromiso con la utopía original es más débil, las decisiones políticas tienen un sentido mucho
más pragmático y tecnocrático.

o Autoritarios (no totalitarios): Sus líderes no suelen exhibir visiones teleológicas y no pretenden
la movilización total de la sociedad, ni el control absoluto. Tratan sobre todo de mantener el
orden, el control político y, generalmente, perpetuarse en el poder. Tampoco disponen de una
ideología elaborada y movilizadora potente. Pueden utilizar un partido único, pero nunca tan
potente como en los modelos totalitarios, y tampoco es su único instrumento porque a menudo
se apoyan también en el ejército o la burocracia.

La lealtad que suscitan deriva de las prebendas otorgadas a los colaboracionistas y del miedo
del resto de la población, aunque no buscan tanto la obediencia como la falta de resistencia y
la apatía. Su visión de lo que debe ser la sociedad es más plural que en los totalitarismos y
pueden permitir cierto grado de oposición controlada, siempre que no haga peligrar al régimen.
Pueden llegar a niveles de represión comparables a los totalitarios, pero el objetivo de esta no
es su transformación radical de la realidad social. Es más fácil que utilicen el poder para el
engrandecimiento personal y que proliferen la corrupción y el clientelismo.

Esta definición general se concreta en fórmulas muy variadas. En el autoritario se englobarían


regímenes como las monarquías absolutas (donde el rey es el jefe de estado con un poder
irresoluto como Arabia Saudí, su única limitación: el Corán y la sharia). Otros modelos son los
regímenes patrimonialistas, basados en un gobierno personal cuyo fin es el provecho del
dictador, su familia o sus aliados. El gobernante ejerce el poder de manera arbitraria y no
distingue entre el Tesoro Público y su patrimonio privado. Elige a sus colaboradores entre su
círculo (familia y amigos). Los niveles de corrupción son muy elevados. Entre los ciudadanos
predomina el temor, porque generalmente los opositores son duramente castigados. Su
gobierno suele destruir, controlar o corromper las instituciones sociales. El resultado es una
debilitada sociedad civil y política, por eso, tras su derrocamiento, las transiciones políticas
suelen ser complejas dado el vacío dejado (Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua o la actual
Guinea Ecuatorial de Obiang).

Otro tipo es el llamado burocrático-autoritario, que abundó en América Latina en los 70-80:
el mandato de Pinochet en Chile es un ejemplo. Se da en países en desarrollo, con procesos de
industrialización en marcha, donde el ejército está apoyado por sectores tecnocráticos y
empresariales, toma el poder con la justificación de reorganizar la situación nacional apelando
a la necesidad de orden por el riesgo que representan determinados grupos (sindicatos,
organizaciones de izquierda, etc.) para garantizar el crecimiento y la racionalidad económica.
Los militares gobiernan como institución colegiada. El nivel de participación política es bajo y se
tolera cierto pluralismo social, pero sin verdadera competencia. Elementos de este modelo son
hoy en día Egipto o la Argelia de Buteflika.

Los populismos son otra modalidad autoritaria. Son regímenes basados en un líder carismático (por
ejemplo el peronismo), que se alimenta de los lazos directos establecidos con la masa de sus

32
seguidores, movilizados permanentemente a través de propaganda, mítines y manifestaciones. El líder
se erige en portavoz del “pueblo”, identificado con el ciudadano común o más desfavorecido y de su
lucha heroica contra la corrupción y el egoísmo de los enemigos internos y externos. Sus rivales
políticos se convierten así en “enemigos del pueblo” y buscan mantener en tensión el clima político.
Tienden a incrementar sus poderes con el uso de referendos o plebiscitos y a eliminar los controles
constitucionales a su mandato o su reelección. Utilizan el dominio sobre la administración para
beneficiar a ciertos sectores. Suelen apostar por políticas de nacionalismo económico e
intervencionismo estatal, con generosos y selectivos programas sociales, como Alberto Fujimori en
Perú y Hugo Chávez en Venezuela. A menudo se trata de regímenes híbridos, una nueva clasificación
acuñada por los politólogos en la última década del siglo XX.

Para conceptualizar las versiones actuales de algunas de las modalidades autoritarias descritas de
forma más simplificada se habla de regímenes híbridos, conjunto de regímenes civiles con instituciones
formalmente democráticas, pero que no son democracias. Tienen elecciones regulares, como para
permitir que la oposición abra sedes. Sin embargo, el juego político entre oposición y gobierno en
ejercicio no es limpio. Se utilizan las instituciones y los recursos del Estado para debilitar la capacidad
de la oposición de competir con el abuso de los medios de comunicación o de empresas próximas al
gobierno, con la aplicación de leyes de seguridad, antidifamación o antiespionaje extranjero, limitación
del acceso a recursos para la oposición.

Otras veces hay fraude electoral directo e intimidación a opositores y votantes. Formalmente, hay
libertades civiles, pero son violadas, aunque no tan sistemáticamente como para forzar el exilio de la
oposición. Al contrario, los elementos y procedimientos democráticos son usados como instrumentos
para ganar legitimidad tanto interna como internacional. Se disfrazan de democracia para reprimir el
verdadero pluralismo político. Su durabilidad se explica por su carácter abierto y su desideologización.
El caso ruso es un buen ejemplo. El régimen de Putin no es de los más represivos: sus ciudadanos, a
pesar de la persecución de periodistas y opositores, son más libres que antes. Explota, sobre todo,
sentimientos nacionalistas, la nostalgia de un pasado más glorioso, la xenofobia antiyanqui y eslóganes
modernizadores. Esta falta de ideología dificulta la tarea de la oposición a la hora de ofrecer un discurso
alternativo. Este régimen sobrevive porque tanto élites como masas, lo perciben como exitoso, sobre
todo en términos económicos, aunque se reconozcan su disfuncionalidad y autoritarismo.

La etiqueta de híbridos identifica a muchos de los regímenes instaurados en la zona gris entre el
autoritarismo y la democracia. Da cobertura a una teocracia con elecciones como Irán, a algunos de
los populismos latinoamericanos (Venezuela y Nicaragua) a monarquías semi-constitucionales como
Marruecos y Jordania, a países de la Eurasia excomunista y de África que no llegan a terminar sus
transiciones a la democracia (Ucrania, Rusia, Kenia, Nigeria, etc.) y a diversos regímenes
multipartidistas pero autoritarios (Malasia o Argelia, etc.).

33
8. EL AVANCE DE LA DEMOCRACIA, 1974-2018
1. La tercera ola

Según Samuel Huntington, autor de “La tercera ola” (1991), la democracia se ha expandido en tres
períodos sucesivos interrumpidos por dos fases de estancamiento o retroceso.

La primera oleada (1828-1922): Se inició en Occidente con las revoluciones norteamericana y


francesa de finales del siglo XVIII, permitió la aparición de los primeros sistemas políticos con
gobiernos responsables ante parlamentos que eran elegidos periódicamente por un electorado cada
vez más amplio. En 1828 se celebró la primera elección norteamericana, hito que se fue alcanzando
luego en otros países de Europa Occidental. La lista creció tras el final de la Primera Guerra Mundial,
cuando cayeron los imperios alemán, austrohúngaro y turco. En 100 años unos 30 países eran ya
democráticos. Sin embargo, la instauración del fascismo en Italia produjo el primer retroceso, que
coincidió con la consolidación del comunismo en la URSS. Se abrió una fase de golpes de estado y
regímenes dictatoriales y totalitarios que no se cerró hasta la derrota del Eje en la Segunda Guerra
Mundial.

La segunda oleada (1943-


1962): Italia, Japón,
Alemania Occidental,
buena parte de los países
latinoamericanos, Israel y
los nuevos países tras la
descolonización
adoptaron instituciones
democráticas. Pero esta
evolución se detuvo a
principios de los 60 con
una nueva marea
autoritaria, sobre todo, en
América Latina, Asia y
África que desató una ola
de pesimismo sobre la aplicabilidad de la democracia en los países en desarrollo.

La tercera ola se abrió en 1974 con la Revolución de los Claveles en Portugal. En los dos años
siguientes cayeron las dictaduras de Grecia y España. Al poco tiempo (1977-1985) se iniciaron
transiciones en Latinoamérica e India. A finales de los 80 llegó la hora de Asia Oriental: Filipinas,
Corea del Sur, Taiwán, seguidas de Pakistán, Bangladesh y Nepal. Después del colapso de la URSS y
el fin de la Guerra Fría llegó la democracia a la Europa Centro-oriental, empezó en Hungría en 1988 y
se extendió al resto de los países de la órbita soviética en los dos años siguientes. Todos ellos, tuvieron
que afrontar el doble reto de democratizar el sistema político y de transformar el sistema económico.
Un gran desafío teniendo en cuenta que el colapso económico inicial provocado por el cambio no ayudó
a apreciar las ventajas de la democratización, hubo problemas añadidos de fronteras y tensiones
étnicas.

A los Estados ex comunistas pronto se sumaron los últimos descolonizados (Papúa Nueva Guinea,
restos del Imperio británico, Namibia) y Sudáfrica en 1994 con el fin del Apartheid. En poco más de 20
años el número de países democráticos pasó de 30 a 117 y era un movimiento global.

34
África experimentó una marea de cambio en los 90 (de los 29 países de partido único en 1989 se pasó
a 1, solo 5 años después. En 1997, 44 de los 48 Estados subsaharianos habían celebrado elecciones
multipartidistas y de ellos 12 podían considerarse democracias. El último gran éxito fue la transición
en Indonesia desde
1998. Este proceso ha
llevado a la aceptación
de la democracia
como un valor
universal y no como un
fenómeno derivado de
hábitos culturales, una
verdadera revolución
en el pensamiento y
una de las mayores
contribuciones
históricas del siglo XX.
El último gran éxito
fue Indonesia desde
1998 (junto al cambio
de consideración de la
India a país
plenamente libre), que
explica el incremento
de seis puntos en el porcentaje de población libre de 1992 a 2002 tal y como se ve en el gráfico junto.

Según el nobel Amartya Sen se ha pasado de considerar la democracia como un fenómeno derivado
de hábitos culturales occidentales a la aceptación como valor universal. Esto supone una revolución en
el pensamiento y una de las mayores contribuciones históricas del siglo XX. Ya no se plantea la cuestión
de si un país está preparado para la democracia, al revés, la idea es que se prepara a través de la
democratización.

2. Los factores de la democratización

Los politólogos consideran que no existen unas precondiciones ni unas causas uniformes que
determinen la democratización; tanto las estructuras socioeconómicas, culturales, internacionales,
como las herencias históricas limitan el menú de opciones posibles, pero la labor de actores
individuales y los procesos de negociación o confrontación entre élites son igualmente decisivos.

Sin embargo, hay determinados factores y condiciones que favorecen el proceso. En el caso de la
tercera ola, como señaló S. Huntingon, estaban las experiencias democráticas previas, sobre todo en
los países mediterráneos y latinoamericanos, con constituciones liberales desde el siglo XIX. Además,
hay otros cinco factores decisivos:

o La difusión de los valores democráticos


o El desarrollo económico
o Cambios en la actitud de la Iglesia católica
o El apoyo internacional a la democratización
o El efecto demostración, es decir, la influencia del ejemplo de la democratización en otros países.

35
Con los regímenes militares y de partido único en desprestigio, la democracia apareció como el
modelo político legítimo por excelencia finalmente sin rival tras el colapso del comunismo, con la
economía de mercado como única fórmula de organización económica viable.

Respecto al desarrollo económico, la tercera ola se benefició de una coyuntura favorable tras dos
décadas de crecimiento que se cerraron con la crisis del petróleo de 1973. Se desencadenaron
procesos de industrialización y urbanización con mejoras del nivel de vida y educación en amplios
sectores de la población, la expansión de las clases medias y cambios sociales que ayudaron a crear
una sociedad civil más plural (España, Portugal, Taiwán o Corea del Sur). Los países que se
democratizaron en los 70-80 habían alcanzado un nivel económico medio-alto, eso facilitó la
consolidación de la democracia. El crecimiento económico por sí solo no genera presión para la
democratización si no va acompañado de un cambio sociopolítico, como es el caso de Malasia o
Singapur (autoritarismo más rico del mundo) y otros, ricos por la extracción de petróleo u otros
minerales que, consiguen contener la demanda de representación política gracias, a los beneficios
que pueden ofrecer a sus ciudadanos sin necesidad de recaudar muchos impuestos y al control
ejercido por la poderosa burocracia estatal. En el otro extremo, un nivel muy bajo de desarrollo
económico y humano tampoco es un obstáculo infranqueable, como es el caso de Ghana o Senegal.

Con respecto a la Iglesia católica, si el impacto de la Segunda Guerra Mundial llevó a los partidos
democristianos a aceptar sin reparos la democracia desde 1945, la puesta al día en los años 60 que
supuso el concilio del Vaticano II abrió la puerta a un cambio de actitud en contra de los regímenes
autoritarios y a favor de la justicia social. Desde 1979 la llegada al papado de Juan Pablo II convirtió al
Vaticano en ardiente defensor de los derechos humanos y de las luchas de las iglesias nacionales contra
el yugo autoritario. Hoy la mayoría de los países de predominio católico son democracias.

También el factor internacional fue decisivo. El impulso llegó desde las democracias consolidadas, así
como de organizaciones regionales e internacionales. En los Estados Unidos, a partir de la presidencia
de Jimmy Carter (1977-1981), se otorgó mayor atención a los derechos humanos. Después, la
administración Reagan se comprometió con la promoción de la democracia y pronto se crearon las
primeras instituciones y agencias para canalizarla. En los procesos de transición europeos, fue sin
duda el modelo de la Comunidad Europea y la aspiración a ingresar en ella. La condición era la
democracia y ninguno de los países con posibilidades de ser miembro regresó al autoritarismo. El fin
de la Guerra Fría supuso, el corte del apoyo externo de las superpotencias a sus dictaduras leales. El
coste político de las dictaduras y su riesgo de aislamiento aumentó por la presión diplomática, la
condicionalidad de la ayuda económica externa a la celebración de elecciones y al respeto de los
derechos humanos más el trabajo de organizaciones y redes internacionales, ONG, partidos y agencias
comprometidas con la supervisión de elecciones, programas de educación cívica y el apoyo de la
sociedad civil. Se ha verificado que, en el éxito de las transiciones posteriores a 1989, la intensidad de
lazos (económicos, políticos, diplomáticos y sociales) y flujos (capital, bienes, servicios, gente e
información) con el Occidente democrático resultó tan decisiva o más que el nivel de desarrollo
económico.

Finalmente, el colapso del comunismo creó un deseo casi universal de imitar el modo de vida
asociado con democracia liberal y economía de mercado, que se difundió con ayuda del proceso de
globalización de la información, primero por la televisión y luego gracias a Internet y las Redes Sociales.
La única alternativa con posible atractivo en algunas partes del mundo puede ser un Estado islámico,
pero los ejemplos (Irán, Afganistán) no contribuyeron a ello. Para las dictaduras resultó cada vez más
difícil aislar a sus opiniones públicas e impedir que se hicieran eco sus aspiraciones democráticas. Un
último ejemplo del efecto contagio se manifestó en la llamada primavera árabe desde diciembre de
2011, aunque su balance final ya no fuera positivo.

36
3. La democratización en el siglo XXI: ¿una nueva fase de estancamiento?

Muchas de las sesenta democracias surgidas de la tercera ola democratizadora se han mantenido. El
número de países con el estatus de libres casi no se ha movido desde su máximo de 90, en 2008,
hasta los 88 de 2018. Sin embargo, entre 2005 y 2018, durante trece años seguidos, en el resto del
mundo se ha producido un lento, pero constante, retroceso en derechos políticos y libertades civile:

o En 2005, según Freedom House, un 46% de la población era libre, un 18% semilibre y un 36%
no libre.

o En el 2018, un 39% de la población mundial era libre, un 24% semilibre y un 37% no libre.

En términos
demográficos, más del
60% de la humanidad
sigue viviendo bajo
regímenes políticos no
plenamente
democráticos.

Si en los años ochenta


y noventa del siglo xx
cayeron casi todas las
dictaduras militares y
de partido único,
muchas transiciones
no acabaron en
democracias en
amplias zonas de Asia,
de la Eurasia poscomunista y África. Algunos países pasaron directamente a autoritarios (Rusia,
Bielorrusia, Kazakstán, Camboya, Azerbaiyán, Angola, Camerún...) después de procesos fallidos y, otros
se estabilizaron en un punto intermedio (Malasia, Bangladesh, Pakistán, Tanzania, Armenia...). El parón
ha sido más intenso en el último trienio, cuando democracias como Turquía se han pasado también
al lado oscuro; o al gris, como el caso de Hungría y Polonia. El politólogo Larry Diamond habla
abiertamente de la recisión de la democracia, aunque según The Economist esta evolución podría haber
tocado fondo y empezar a revertirse teniendo en cuenta que en 2018 por primera vez el índice dejó de
caer.

Según se puede ver en el siguiente mapa, geográficamente:

o Los regímenes democráticos se concentran en Europa occidental y centro-oriental, Israel,


América del Norte y buena parte de ese hemisferio, Australia, Nueva Zelanda y la mayoría de
las islas del Pacífico, junto con países asiáticos tan importante como Indonesia, India, Japón,
Corea del Sur, Taiwán y Mongolia. Así como buena parte del extremo sur de África

o Son autoritarios Rusia y la mayoría de las ex repúblicas soviéticas, Turquía, Venezuela,


Nicaragua y Cuba, China, Birmania, Laos, Camboya y Vietnam, casi toda Asia occidental y
Oriente Medio, así como buena parte de África, donde solo 10 de los 54 países se pueden
considerar libres.

37
¿Cómo explicar la supervivencia de los autoritarismos en la que parecía la definitiva primavera
democrática mundial?:

o Algunos procesos de transición fallidos, los son, porque la situación económica no acompañó
y la ausencia de una sociedad civil cohesionada y de una cultura democrática allanó el camino
a líderes autoritarios, sobre todo, donde se optó por regímenes presidencialistas.
o La presión occidental a favor de la democracia fue selectiva e inconsistente por intereses
económicos y geoestratégicos. En China, Rusia, el Magreb y Oriente Medio apenas se ejerció.
o Desde 2011, la amenaza del terrorismo yihadista y del islamismo más radical no hizo más que
incrementar la tolerancia hacia autoritarismos corruptos que supuestamente servían de muro
de contención (Magreb).
o Los resultados tampoco fueron satisfactorios cuando se intentó imponer la democracia por la
fuerza (Irak, Afganistán).

Con el tiempo, muchos gobiernos autocráticos se dieron cuenta de que no tenían que democratizar;
bastaba con una liberalización parcial que les permitiera escapar de la presión internacional. Allí
donde el Estado funcionaba eficazmente, las fuerzas de oposición democrática eran débiles y el
ambiente internacional fue más permisivo, se impusieron regímenes que combinaban elecciones
multipartidistas con diversos grados de manipulación electoral, represión y abuso de poder,
camuflados en los regímenes híbridos. A algunos de estos regímenes les ayudó, además, su éxito
económico al beneficiarse de la subida del petróleo.

Estos regímenes que modernizaron y adaptaron su autoritarismo se erigieron en peligrosos modelos


para otros autócratas que copiaron las técnicas para evitar el cambio político democrático. Todos han
aprovechado las nuevas tecnologías de la información para incrementar el control sobre sus
ciudadanos y difundir su propaganda. Un ejemplo es la Organización de Cooperación de Shangai que
agrupa a China, Rusia y buena parte de los Estados del Asia Central, todos ellos autoritarios. Otro caso
es el apoyo a fuerzas antidemocráticas de Arabia Saudí (a los militares egipcios y a las monarquías del

38
Golfo), Irán (a Hamás, Hezbolá, a las milicias chiitas de Irak o al régimen de Siria) o el prestado por
Venezuela a Cuba o a formaciones políticas, a partir de la populista Alianza Bolivariana (ALBA), creada
por Hugo Chávez con un marcado carácter antiamericano,

En un sistema internacional cada vez más multipolar, países como Rusia y, sobre todo China, con su
creciente protagonismo económico y político pueden bloquear o paralizar decisiones y sanciones
contra otros Estados autoritarios en foros como Naciones Unidas o la OSCE con el argumento de la
injerencia en asuntos internos (Siria es el último ejemplo) ofreciendo apoyo y programas de ayuda a
esos mismos gobiernos sin condicionantes democráticos. Aprovechan, además, que la crisis
económica de 2008 ha dañado la imagen exitosa de algunas de estas últimas democracias, y reducido
su margen de acción exterior y su compromiso con el desarrollo. Tampoco han ayudado la crisis interna
de la UE y la menor voluntad de ejercer liderazgo internacional por parte de EE. UU., tras el fiasco de
Bush en Irak, con un gobierno concentrado en problemas internos durante el último mandato de
Obama y de deshacerse de los compromisos internacionales más gravosos y finalmente el “America
First” de Donald Trump parece una enmienda al orden liberal internacional que EE. UU. lideró desde
1945. Mientras, las democracias emergentes, como Brasil, Sudáfrica e India, han preferido
desentenderse de otros países en desarrollo.

Otro factor ha sido la crisis de legitimidad de las democracias occidentales. Los efectos de la
globalización y el cambio tecnológico sobre los trabajadores (especialmente los de menos
cualificación) de las democracias avanzadas más la percepción de una mayor desigualdad social y
corrupción tras la última crisis económica, han llevado al descrédito de los partidos políticos
tradicionales. Nuevos competidores de izquierda y derecha con un discurso populista han explotado
esta frustración y miedo culpando a las élites políticas consagradas de la caída del nivel de vida o de la
erosión de tradiciones e identidades nacionales. Haciendo uso de internet, redes sociales y
desinformación, con un discurso simple y demagógico (explotando la crisis de los refugiados de la
Unión Europea), y opuestos a los controles liberales entre los poderes del Estado (en favor de la
democracia directa y los referéndums), han ganado elecciones, polarizando y agrietando el consenso
social y provocado graves problemas políticos, como el Brexit o la crisis catalana. Movimientos
antiliberales y líderes carismáticos han ganado terreno en Europa y en los EE. UU (Trump), en Brasil
(Bolsonaro), Filipinas (Duterte) o Israel (Netanyahu).

Sin embargo, este descontento de las democracias está coincidiendo con un incremento de la
participación política y de la resistencia popular a la opresión en todo el mundo, con organizaciones
de todo tipo que trabajan a favor de reformas democráticas o se concentran en problemas concretos
relativos a derechos y libertades, contra la corrupción, en defensa de las mujeres, de minorías sexuales,
étnicas, religiosas, aun a riesgo de sufrir represión. Estos movimientos cívicos y sus activistas siguen
muy comprometidos y su labor continúa a pesar de los inciertos resultados de algunos procesos como
la primavera árabe o el movimiento de los Paraguas en Hong Kong. En 2018 y 2019, por ejemplo, las
movilizaciones ciudadanas fueron muy significativas en países como Zimbaue, Togo, Armenia, Etiopía,
Argelia o Irán, provocando en algunos casos la caída de veteranos autócratas y es de esperar que estas
actitudes abran la puerta a futuras transformaciones institucionales.

Además, la defensa de la democracia y los derechos humanos mantiene su atractivo. Las encuestas
internacionales demuestran que la mayor parte de la población mundial sigue prefiriendo este sistema
político (o al menos lo que simboliza) a un régimen autoritario. Los altos apoyos que reflejan este apoyo
en el 2005 y que se pueden ver en este gráfico no se han modificado mucho según los barómetros de
opinión regionales del instituto norteamericano Pew Research Center y las últimas rondas del World
Values Survey (encuestas de ámbito mundial desde 1975).

39
Los datos hablan del respaldo a la democracia entre los ciudadanos y todas las culturas reflejan un 75%
de media:

o 70% África subsahariana, Oriente Medio o la India.


o Excepciones: Pakistán (42%), parte de Europa centro-oriental (Rusia un 57% prefiere un líder
fuerte frente a un 32% democracia)
o Significativa un 51% está descontento con la democracia con las cifras más altas en Europa,
América y África y las más bajas en Asia.

Valorando el panorama
en su conjunto, parece
que la ralentización del
progreso de la
democracia no puede
considerarse el inicio
de una etapa de
retroceso y que, por el
contrario, la
globalización, los cada
vez mayores niveles de
alfabetización y
educación, más la
expansión de las clases
medias en los países en
desarrollo, favorecen a
medio plazo el
desarrollo de la
democracia en los países semilibres y autoritarios. Sin embargo, su futuro inmediato en los calificados
como libres dependerá de que los Gobierno democráticos sean capaces de revertir la insatisfacción de
sus ciudadanos en sus demandas de bienestar material, justicia social, derechos y reconocimientos; así
como de la resiliencia de los sistemas sociales para afrontar crisis y nuevos desafíos.

40
9. DEMOCRACIA, DESARROLLO, ESTADO DE BIENESTAR Y
GOBERNANZA
Si la base de la democracia es la igualdad política, es evidente que los principales desafíos del sistema
son los factores que crean desigualdad de oportunidades entre los ciudadanos:

o El primero sería de orden económico.


o El segundo factor, la gobernabilidad, que es la eficacia del Estado para garantizar bienestar,
orden y justicia a todos sus ciudadanos.
o El tercero, tiene que ver con la diversidad cultural: el difícil equilibrio entre la regla democrática
básica de la mayoría y el reconocimiento de derechos para minorías étnicas, religioso-culturales
y nacionales, lo que obliga a plantearse cómo inciden nacionalismo y religión en el
funcionamiento de la democracia.

1. Democracia y desarrollo

El desarrollo económico no es una condición necesaria para la democracia, pero sí resulta decisiva
para su consolidación ya que aumenta las posibilidades de no retroceder hacia el autoritarismo.
Estudiando las democracias entre 1950 y 1990, Adam Przeworski demostró que aquellas cuya renta
per cápita anual era inferior a los 1.000 dólares resultaron extremadamente frágiles, con una media de
vida de 8,5 años; entre los países de 1.000 y los 2.000, fue de unos 16 años; de 33 en aquellos entre
2.00 y 4.000 dólares y de 100 años para los situados por encima de 4.000. Después de 1990, se ha
confirmado que la mayoría de los países democratizados desde entonces tenían un PIB per cápita
medio; todos los más ricos han seguido siendo democráticos y en cambio muy pocos de los más pobres
acabaron su transición.

Una de las claves para explicarlos es que un gobierno democrático, para ser estable, necesita moderar
el nivel de conflictividad provocado por las tensiones internas, sean étnicas, partidistas y sociales.
Cuando la desigualdad económica y la exclusión social son demasiado intensas, pueden provocar una
polarización política tan fuerte que haga difícil la supervivencia del gobierno democrático, a menos
que este afronte un mínimo de las reformas y políticas (educación, sanidad, propietaria de la tierra,
vivienda y servicios sociales) demandadas por sus ciudadanos, aún a riesgo de generar resistencia
entre las élites perjudicadas. Los estudiosos de las transiciones apuntan como fórmula menos dañina
las políticas prudentes aplicadas con constancia y pragmatismo evitando la alternancia radical entre
políticas redistributivas populistas y políticas duras de austeridad.

El problema es que, solo en un contexto de crecimiento económico se puede reducir la desigualdad


de manera que conlleve un recorte duradero de la pobreza. En consecuencia, cuando la economía
crece rápidamente con un nivel de inflación moderado, la democracia tiene muchas más posibilidades
de sobrevivir, incluso en los países más pobres. Al contrario, las crisis económicas son una amenaza
para las democracias, sobre todo, en países de escasos recursos. Pero, aun en los ricos, hacen disminuir
la participación política y erosionan la representatividad y el control democrático. Un buen ejemplo es
lo sucedido en casi toda Europa desde 2008, donde han cobrado protagonismo las corrientes
populistas y nacionalistas contrarias a la inmigración y han crecido los partidos de extrema derecha, a
modo de protesta por la ineficaz gestión política y gubernamental de la crisis. El dato positivo es que
solo en países con poca trayectoria democrática (Europa Oriental) la crisis está produciendo un
verdadero deterioro de la confianza en la democracia como sistema político.

41
Algunos autores han defendido que los regímenes no democráticos son más eficaces a la hora de
promover el desarrollo económico, apoyándose en los buenos resultados de ciertos Estados
autoritarios, como Singapur o China; incluso se ha sostenido que las democracias nacen por el
desarrollo promovido previamente por dictaduras. Pero no hay pruebas empíricas que demuestren
a medio plazo estas dos afirmaciones. El crecimiento depende de diversos factores, relacionados con
la acción del Estado que debe facilitar la apertura de mercados y la competitividad, acordar incentivos
públicos a la inversión y exportación, invertir en capital humano (sanidad y educación) e
infraestructuras básicas, ejecutar políticas sociales que abran oportunidades para participar en el
proceso económico, un sistema impositivo suficientemente justo y eficaz para financiar políticas con
un clima socioeconómico más estable.

En cambio, no hay duda de que democracia y desarrollo humano son dos procesos que se
retroalimentan:

o La democracia propicia el desarrollo humano al facilitar que los ciudadanos presionen en


temas como educación, salud o seguridad social.
o El desarrollo económico provoca cambios socio-culturales que ayudan a sostener una cultura
democrática.

Para comprobarlo, basta ver la correlación positiva entre el índice de desarrollo humano del PNUD,
que indica el nivel de bienestar a partir de los datos de esperanza de vida, educación e ingresos por
habitante en las calificaciones de Freedom House sobre derechos y libertades civiles.

Uno de los debates actuales se centra en el papel del Estado en el ámbito social. La pregunta de hasta
qué punto se tiene que actuar para asegurar unas mínimas condiciones de vida a todos sus ciudadanos,
salvaguardando así el principio de la dignidad de toda vida humana, la redistribución de la riqueza con
un sistema impositivo justo y con la provisión de ciertos servicios sociales que garanticen la igualdad
de oportunidades. Cuando un Estado dedica la mayor parte de sus recursos o una parte sustantiva
de ellos a este conjunto de fines y servicios, se entiende que existe un Estado de bienestar, uno de los
logros más significativos de los Estados contemporáneos.

El modelo decimonónico del Estado liberal que se limitaba a garantizar el orden y las libertades
individuales y apenas intervenía en la economía y la sociedad, entró en crisis a finales del siglo XIX. La
extensión generalizada de derechos sociales en los países occidentales no se produjo hasta después
de 1945. Para paliar la crítica situación socioeconómica provocada por la Segunda Guerra Mundial,
se pusieron en marcha sólidos sistemas de protección social. En Europa Occidental las principales
fuerzas políticas pactaron su mantenimiento, ligado a una política económica de pleno empleo y mayor
intervención estatal en economía para corregir sus disfuncionalidades y la desigualdad social. En EE.
UU., ese proceso se completó en los sesenta. Muchas constituciones fueron incorporando derechos
sociales ligados al Estado del bienestar. Su plasmación efectiva no fue, sin embargo, homogénea. Los
especialistas hablan de tres modelos:

• El socialdemócrata que se basa en el principio de universalidad igualitaria, o sea, beneficios


para todos los ciudadanos o residentes legales como un derecho más de ciudadanía. Se financia
vía impuestos generales y es el más generoso y eficaz para la reducción de la pobreza y la
desigualdad social.

• Modelo europeo occidental, aunque se dispensan muchos servicios con carácter general, el
grueso de las prestaciones sigue el principio contributivo, es decir, más para quienes trabajan
y pagan impuestos específicos (cotizaciones sociales). Su mayor problema es la dualización que

42
produce entre trabajadores con carreras laborales largas y estables y quienes no las tienen.
Dentro de este grupo, los países mediterráneos presentan dos especificidades:

o Haber desarrollado con décadas de retraso un Estado de bienestar más limitado


o Tener la familia un papel mayor como colchón social.

• Modelo liberal, propio del mundo anglosajón, reserva una gran parte de las ayudas a quienes
puedan acreditar la condición de pobre o de pasar por un estado de necesidad.

Además, mientras el Estado es el proveedor por excelencia de servicios en los dos primeros modelos,
en el liberal la participación del sector privado (aseguradoras de salud, fondos privados de pensiones)
es mayor. En este modelo liberal también es algo inferior el porcentaje del PIB dedicado a gasto social.

43
La norma en los países de desarrollo humano medio, aun en los emergentes, es la precariedad de
servicios sociales, muy lejos del Estado de bienestar. En los países desarrollados los presupuestos
estatales dedicados a gasto social subieron moderadamente entre finales de los ochenta y mediados
de los noventa para estabilizarse a partir de esos años, hasta 2008. En el último quinquenio el
incremento ha ido ligado a la urgencia para paliar las negativas consecuencias sociales de la última
crisis económica. En todo caso, las cifras parecen desmentir la idea de que el Estado de bienestar, en
cualquiera de sus modelos, está en retroceso.

El debate sobre la necesidad de reformar el Estado de bienestar, el pensamiento liberal-conservador


empezó a defender que un excesivo gasto público era un obstáculo para la iniciativa privada y para
el crecimiento de la economía, porque desviaba recursos, vía impuestos, que se podrían emplear en
actividades privadas productivas y porque la intervención del gobierno alteraba el mercado. De hecho,
las recetas de los organismos internacionales (FMI y Banco Mundial) y de los Gobiernos como los EE.
UU. en los años 80 y primeros 80 y primeros 90 (el llamado consenso de Washington) fueron en la línea
de recortarlo y, sobre todo, de reducir el tamaño del sector económico estatal. Muchas críticas de los
sectores liberales apuntaban al Estado de bienestar, según ellos, era demasiado caro e ineficaz para
luchar contra la pobreza o acortar distancias entre clases sociales. Además, su utilización con fines
populistas habría fomentado el clientelismo y creado individuos y sociedades dependientes. El
argumento de sus defensores ha sido el incremento de la esperanza de vida, la emancipación femenina,
la reducción de desigualdades y conflictividad social en las décadas pasadas. Además, como
demuestran los países escandinavos, un gasto social alto no es, per se, incompatible con el
crecimiento económico, incluso puede ayudar a este.

En paralelo al debate, han discurrido procesos socioeconómicos generales que han perjudicado los
esquemas de financiación de muchos estados del bienestar y creado nuevas necesidades sociales. La
globalización económica ha acelerado el transito hacia las modernas sociedades posindustriales:

• Creciente peso del sector servicios.


• Demanda de trabajadores con mayor cualificación.

44
• Condena al desempleo o al empleo precario al no cualificado.

La movilidad del capital, la competencia de economías menos protegidas socialmente y la


deslocalización industrial han forzado medidas gubernamentales para mejorar la competitividad que
afectan a las agendas sociales y han debilitado el papel de los sindicatos. Además, la caída de la
natalidad y un porcentaje cada vez mayor de población de edad avanzada a la que atender suponen
cargas añadidas no previstas en el diseño inicial. La emancipación de la mujer, que abandona su rol
tradicional de cuidadora de dependientes familiares ha provocado un incremento del gasto social no
compensado por su mayor incorporación al mercado laboral, con el problema añadido de la
conciliación de la vida laboral y familiar. La situación se percibe con mayor preocupación en aquellos
países sumidos en una coyuntura económica de crisis o estancamiento, con elevados índices de
desempleo (el modelo continental necesita el pleno empleo para garantizar una cobertura social
universal), un gasto público disparado y la pérdida de parte de los inmigrantes que garantizaban un
repunte de la natalidad y de las cotizaciones al sistema de pensiones.

Los primeros retoques en programas sociales fueron introducidos en los ochenta por Margaret
Thatcher y Ronald Reagan. Desde 1995 Bill Clinton, Tony Blair y gobiernos socialdemócratas de otros
muchos países también introdujeron reformas. En general, se ha tratado de racionalizar y contener
el gasto modificando la estructura de las prestaciones (forma de cálculo, nivel o duración de pensiones
o protección de desempleo), haciendo más estrictos los requisitos para obtenerlas, recortando las
dotaciones y el personal que atiende los servicios, traspasando la gestión al sector privado. También
se ha buscado devolver a los ciudadanos una parte de la responsabilidad con el pago de tarifas según
la renta familiar. Estas medidas han sido vistas con recelo por los ciudadanos, al considerarlas un
recorte de derechos sociales adquiridos. Se corre el riesgo del deterioro de la calidad de los servicios
públicos, que podrían terminar siendo utilizados solo por quienes no pudieran complementarlos con
seguros privados. Las consecuencias serían unas sociedades más duales, inseguras para
desempleados y personas con empleo precario o dependientes de subsidios mínimos.

La premisa es que las prestaciones para personas en edad de trabajar tienen un efecto redistributivo
mayor que las dirigidas a jubilados y que para eliminar pobreza lo más eficaz son trabajos estables y
bien remunerados. La regla es dar trabajo a los que pueden trabajar y seguridad a los que pueden
hacerlo, así que los complementos son programas de lucha contra la pobreza infantil, apoyo a las
familias, mujeres y hogares monoparentales, al fomento de la natalidad y a la integración de
inmigrantes, más subsidios para los más pobres sin historial de cotización suficiente y otros
dependientes. En este nuevo paradigma, la seguridad ya no significa protección contra los vaivenes de
la vida y sobre todo del mercado, sino capacidad para adaptarse a este último, con la perspectiva de
que las políticas sociales también deben contribuir al crecimiento económico futuro. Una opción bien
distinta es la renta básica universal, ahora en discusión. El problema vuelve a ser como financiar las
nuevas políticas.

El estado del bienestar se está transformando: a los principios de igualdad y solidaridad del modelo
original, se han añadido el de libertad de elección y, sobre todo, una mayor correlación con el mercado
laboral: algunos ya hablan de workfare state. Lo que hace falta es que siguan cumpliendo sus fines
primordiales.

2. Democracia y eficacia de gobierno (gobernanza)

Como señalan el politólogo Francis Fukuyama (2004) en la acción del Estado hay que distinguir dos
aspectos: su alcance, es decir, las funciones que desarrolla, y su fuerza o capacidad de elaborar y
hacer aplicar leyes y políticas con rigor y transparencia.
45
• Alcance: Hay países en que el Estado se atiene a funciones mínimas, otros intentan abordar
labores más complejas y los hay que se atreven hasta con la gestión económica y un gran sector
público.

• Eficacia: Es el aspecto más importante. Es preciso que el Estado sea capaz de promulgar leyes,
hacerlas cumplir, administrar eficazmente, mantener un alto nivel de transparencia y
mecanismos de rendición de cuentas de las instituciones públicas ante los ciudadanos, además
de controlar el soborno, la corrupción y el cohecho. Esta vertiente de la eficacia estatal es lo
que se conoce como gobernanza.

Siguiendo a Fukuyama se puede hablar de cuatro grupos de Estados dependiendo del alcance y la
eficacia de sus instituciones:

1. Aquellos que tienen unas instituciones de alcance pequeño y eficacia grande: EE.UU o
Australia, donde se deja más juego a la iniciativa privada.
2. Los Estados con instituciones de alcance grande y eficacia elevada: Europa Occidental.
3. Los Estados con instituciones de alcance pequeño y eficacia pequeña, como en los países
menos desarrollados.
4. Los Estados con instituciones de alcance grande y eficacia pequeña, en países de desarrollo
medio.

Lo cierto es que, para mantener su legitimidad, todo gobierno debe responder con un mínimo de
eficacia a los problemas sociales y económicos de sus ciudadanos y mantener un nivel básico de
orden y justicia, algo que solo puede lograr si tiene suficiente poder y autonomía. Si los partidos
políticos son débiles o están controlados por otros grupos sociales o si la administración está cautiva
de esos partidos políticos, los gobiernos pueden ser incapaces de formular las políticas necesarias para
el bien común. El impacto de la gobernanza a la hora de impulsar el desarrollo económico es también
fundamental. Un gobierno, además de acertar en la gestión económica y en cómo se distribuye el
gasto público y los impuestos, debe conseguir que el conjunto de sus instituciones funcione para crear
un clima macroeconómico estable y seguridad jurídica. Se comprobó en la década de los noventa,
cuando en muchos países no tuvieron éxito las recetas liberales de mero adelgazamiento del sector
público porque no se atendió al déficit de calidad de su Administración estatal y a la falta de respeto al
imperio de la ley. Lo reconoció uno de los padres de la ortodoxia del libre mercado, Milton Friedman,
en el 2001, y desde esa fecha, los informes del Banco Mundial señalan que las instituciones importan.

Por lo que se refiere a la corrupción, resulta ser un enemigo del desarrollo y de la misma democracia.
Solo beneficia al sector con conexiones oficiales que se enriquece a expensas de pueblo y distorsionan
la competencia económica y las decisiones de inversión; además de minar la legitimidad del sistema
democrático, convierte el proceso político en mera lucha por el poder. Generalmente, a mayor grado
de estatismo más corrupción, porque hay más oportunidades de obtener beneficios de las
actividades reguladores del Estado. El único antídoto es la prensa libre dispuesta a denunciar, una
ciudadanía organizada que vigile el proceso político y, un sistema legal independiente que persiga y
penalice dicha corrupción.

En la calidad de las instituciones estatales influyen distintos factores: el diseño institucional y


administrativo, recursos, educación, normas y valores socioculturales y legitimidad. Por ejemplo, que
exista una administración basada en la ética del servicio al ciudadano y no en el intercambio de favores,
una tradición del servicio a los ciudadanos y no en el intercambio de favores que es difícil de heredar y
se da en regiones con burocracias meritocráticas milenarias como en Asia Oriental y en países de
46
tradición protestante. Frente a esto, la herencia histórica de regiones como África o América Latina se
basa en el favoritismo o intercambio de favores. A pesar de ello, las instituciones democráticas pueden
ayudar mucho al obligar a un rendimiento de cuenta ante los ciudadanos (control y transparencia).

En resumen, las democracias se convierten en mera fachada si no hay un nivel mínimo de


gobernanza. El caso extremo es el de los Estados llamados débiles o fallidos, sumidos en conflictos
étnicos, guerras civiles, emergencias humanitarias, violencia o recién salidos de estas circunstancias,
donde el Estado no puede garantizar servicios básicos a sus ciudadanos, no tiene el control sobre todo
su territorio, y no es capaz de hacer cumplir las leyes por problemas de corrupción, criminalidad o
interferencia de otros poderes. El índice de Estados fallidos del 2019 publicado por The Fund for Peace
(organización independiente norteamericana) situaba en los primeros puestos a Estados autoritarios
(Yemen, Somalia, Sudán del Sur, Congo, República Centroafricana, Chad y Afganistán), pero también
otros semilibres, formalmente democráticos como Guinea, Haití, Costa de Marfil, Irak o Nigeria.

Hay, por tanto, una estrecha vinculación entre gobernanza, democracia y desarrollo: los tres procesos
se refuerzan entre sí. La correlación se puede apreciar analizando los seis indicadores que componen
el Índice de Gobernanza elaborado por el Banco Mundial:

• Imperio de la ley
• Control de la corrupción
• Estabilidad política y ausencia de violencia
• Eficacia del gobierno
• Regulación del sector privado
• Libertad de expresión y libre elección de gobernantes

Según dicho índice, los países más desarrollados de América del Norte, Europa Occidental y Asia
Oriental son aquellos en los que más se respeta la ley y el Estado funciona razonablemente bien,
aunque con excepciones significativas (Italia y Rusia). En el mínimo de ambos indicadores están los
países del África Subsahariana y Estados fallidos de otras partes del mundo.

47
10. DEMOCRACIA, NACIONALISMO Y RELIGIÓN
1. Minorías étnicas, nacionalismos y democracia

Los conflictos provocados por la coexistencia de grupos con identidades étnicas, religiosas o
culturales distintas dentro de un Estado democrático no son fáciles de abordar. Se suponía que la
globalización iba a contribuir a la homogeneización cultural, pero no parece que vaya a ser tan simple.
Desde 1989, la caída del comunismo reabrió en Europa rivalidades y conflictos nacionalistas latentes.
Dos países desaparecieron, Yugoslavia se disolvió en medio de terribles guerras y acabó, gracias a la
intervención internacional, con la creación de 7 nuevos estados. Checoslovaquia se dividió
pacíficamente en dos repúblicas. El nacionalismo checheno ha sido duramente reprimido por Rusia,
que en cambio ha atizado la secesión de Abjasia y Osetia del Sur dentro de Georgia. Tensiones graves
persisten en Cachemira, o en países como Sri Lanka, Nigeria, Indonesia e incluso China o Birmania. En
Bélgica el difícil entendimiento entre comunidades francófonas y flamencas ha llevado al país al borde
de la ingobernabilidad, aunque en 2014, los nacionalistas de Flandes renunciaron a la independencia.
Canadá se mantiene siempre en un equilibrio inestable para acomodar al Quebec francófono. En
Escocia se realizó un referéndum para 2014 en el que se decidía sobre la independencia; en Cataluña
una aspiración similar ha enrarecido el clima político y puesto en duda la efectividad del modelo
constitucional de 1978, sobre todo con el proceso político que culminó con la fallida declaración
unilateral de independencia de 2017. La difícil disolución de las organizaciones terroristas irlandesas
(IRA) y vasca (ETA) es otro indicador del efecto desestabilizador de este fenómeno para la democracia.

En las democracias occidentales la mayor parte de estos conflictos tienen que ver con el
nacionalismo, un fenómeno difícil de definir, que va mucho más allá del simple patriotismo o
sentimiento de solidaridad entre los ciudadanos de un Estado. El nacionalismo es una ideología
política que considera la nación debe ser libre, a poder ser con su propio Estado. La complicación
llega al precisar lo que se entiende por nación. Para unos es simplemente el pueblo, sujeto de la
soberanía política, que acepta unas instituciones y normas constitucionales aprobadas
democráticamente y la diversidad étnica. Esta definición válida para muchos de los ciudadanos de los
viejos Estados o de los surgidos de la inmigración, no lo es tanto para quienes se sienten miembros de
naciones sin Estado y vinculan la nación a una serie de rasgos étnico-culturales, conformadores de una
identidad propia, que territorialmente no coincide con un Estado existente.

Hay dos corrientes interpretativas básicas del nacionalismo:

• La esencialista: considera al mundo dividido en naciones: entidades primordiales cuasi-


naturales vinculadas a lazos étnicos, lingüísticos o religiosos, con un origen vago y cuya meta
final de máxima independencia busca conformar un Estado propio. Según esta interpretación,
las naciones serían previas a los Estados.

• Otra corriente de autores (Ernest Gellner, Benedith Anderson o Michael Keating), considera que
las naciones son construcciones sociales, que cambian según las condiciones económicas,
políticas y sociales. El nacionalismo sería un fenómeno relativamente moderno, consecuencia
de procesos históricos de los siglos XIX y XX, producto de ingeniería social y cultural forjado
por las nuevas élites del mundo moderno. Las naciones serían “comunidades políticas
imaginadas” basadas en “tradiciones inventadas”, con contenidos revisados y redefinidos
permanentemente, para inculcar valores e impulsar la homogeneización cultural y la cohesión
social, como una especie de nueva religión política. En unos casos son viejos Estados los que
promueven la nacionalización apoyándose en el sistema educativo, la difusión de una lengua

48
común, símbolos, mitos históricos, fiestas, conmemoraciones, rituales, espectáculos, etc.
Cuando se trata de los nacionalismos sin Estado, aunque tengan como base herencias étnicas,
religiosas y culturas preexistentes, son las élites nacionalistas las que reconstruyen y
reinterpretan estas para formular un proyecto nacional, y lo convierten en un movimiento
político y social cuyo objetivo es lograr su autonomía y finalmente, su independencia política.

La acomodación de estos nacionalismos sin Estado se convierte en conflictiva cuando los objetivos
chocan con la realidad constitucional. Respecto a la solución, la experiencia histórica ha demostrado
la dificultad y los costes de aplicar políticas de represión y de asimilación forzadas. Otra opción es la
económica, pero se necesitan muchos recursos estatales y tampoco se ha demostrado eficaz. Una
alternativa es tratar de incorporar estas minorías a los partidos políticos nacionales, como en la India,
donde el Partido del Congreso ha ayudado a limar las diferencias territoriales de grupos enfrentados.

Los mecanismos que han resultado más eficaces son algunas fórmulas federales que incluyan una
segunda cámara legislativa de representación territorial. Esta solución, que ayuda a la estabilidad
democrática al difuminar las tensiones étnico-religiosas-culturales o nacionalistas, no está, sin
embargo, exenta de problemas. Una segunda cámara legislativa con sobrerrepresentación de las
unidades con menos población viola el principio democrático “un hombre, un voto” y la regla de la
mayoría y puede hacer difícil la formación de gabinetes en sistemas parlamentarios donde aquéllos
necesiten la confianza de las dos cámaras.

Otra dificultad es la tensión entre la defensa de derechos culturales colectivos y la protección de los
derechos individuales. Los primeros, no deben violar los derechos de los ciudadanos individuales y
tampoco el Estado central puede delegar completamente su responsabilidad en el mantenimiento de
estos. Por último, hay que constatar la vulnerabilidad de las democracias a presiones secesionistas.
Una vez conseguido el reconocimiento a la lengua y a un sistema educativo propios, constituida una
intelectualidad nacionalista, establecidas instituciones con recursos dirigidas por la élite política
nacionalista, esta puede utilizar todos estos elementos para conseguir la independencia. Estos
procesos generan incertidumbre e inestabilidad política, además de crispación y enfrentamientos en
la comunidad afectada, con el perjuicio, sobre todo, para los ciudadanos que no se identifican con el
ideal nacionalista.

2. Religión y democracia

En los últimos años la religión se ha colado en el debate político. En parte, por el terrorismo yihadista
y el auge del islamismo político, pero también por el activismo público de grupos religiosos radicales
de otras confesiones, incluidas las cristianas: conservadores católicos desde el papado de Juan Pablo
II, la derecha religiosa en el Partido Republicano de EE. UU., grupos fundamentalistas judíos en Israel o
hinduistas en India. En Occidente es patente su protagonismo en las últimas polémicas ligadas a la
integración de inmigrantes de otras religiones, el aborto y el control de la natalidad, el derecho a una
muerte digna, contenidos básicos del currículum educativo, las investigaciones genéticas, etc.

Algunas corrientes de opinión en países democráticos consideran que la religión, en general, y


algunas religiones en particular casan mal con la democracia. El filósofo John Rawls estimaba que la
religión debía quedar fuera de la agenda política pera evitar dañar el consenso moral que requiere la
democracia. En consecuencia, la situación ideal sería una estricta separación iglesia-Estado o un
Estado laico, al estilo de Francia. De hecho, en muchas democracias occidentales, existe una religión
oficial (Israel con el judaísmo y en Europa Dinamarca, Islandia, Finlandia, Noruega y Gran Bretaña),
otros países contribuyen o apoyan financieramente a la religión mayoritaria de su país, pero en todo
caso coinciden en que hay libertad religiosa. Por ello, Alfred Stepan opina que para que una
49
democracia funcione no son imprescindibles los modelos laicos y de separación, sino que el único
rasgo común en todos debe ser la libertad de religión. Basta con que haya un grado significativo de
secularismo, de diferenciación entre religión y Estado, con fórmulas muy variadas. Se habla de doble
tolerancia de los gobiernos respecto a los grupos religiosos y viceversa. Es decir, las instituciones
religiosas no deben tener prerrogativas constitucionales que les permitan imponer determinadas
políticas y al mismo tiempo, individuos y grupos religiosos deben tener completa libertad de culto
privado, así como la posibilidad de difundir sus valores en la sociedad civil.

La segunda discusión gira en torno a la mayor o menor compatibilidad de algunas religiones con la
democracia. Para algunos autores solo la tradición judeo-cristiana habría tenido una influencia positiva
en la evolución democrática la separación entre Iglesia y Estado, mientras que el resto de religiones
mayoritariamente habrían constituido más bien un obstáculo. Sin embargo, ninguna religión por sí
misma es esencialmente democrática o antidemocrática:

• La Iglesia católica fue intolerante (inquisición, guerras de religión, etc.) y antiliberal durante
siglos hasta que activistas políticos y espirituales terminaron por encontrar nuevos discursos y
prácticas de apoyo a la tolerancia y a la democracia como producto de la modernización.

• El confucionismo se apoya en el respeto a la autoridad, el orden, la jerarquía y la superioridad


de la colectividad frente al individuo, pero existen otros elementos doctrinales que han servido
a países como Corea del Sur o Taiwan a llegar a la democracia.

• Las Iglesias ortodoxas tampoco son en esencia antidemocráticas por el hecho de haber tenido
un papel tímido en la crítica de las dictaduras comunistas. Al ser iglesias nacionales, que
dependen de sus Estados en nombramientos y finanzas, tienen menos fuerza para oponerse al
Gobierno, pero allí donde se instituyó una democracia son cooperantes (Grecia).

• En el caso del Islam, la falta de separación entre religión, sociedad y Estado, la falta de
tolerancia hacia otras religiones, la situación de la mujer y la desviación fundamentalista que
atiza el terrorismo yihadista son elementos que lo hacen incompatible con la democracia. Sin
embargo, no se puede olvidar que hay 500 millones de personas musulmanas que viven en
democracia (Albania, Senegal, Indonesia…) más los 178 millones de la India.

Por lo tanto, el factor determinante no es tanto la religión como el contexto político; las
monarquías petroleras del golfo no son el mejor entorno., así como tampoco lo ha sido el
autoritarismo de Erdogán en Turquía. De la misma manera, muchas actitudes éticas tienen más
que ver con tradiciones culturales que religiosas. Otro elemento decisivo es, qué rama de la
teología política islámica predomina. En los casos de Indonesia y Túnez, los líderes religiosos y
políticos musulmanes, dicen que la religión no debe ser impuesta, han rescatado conceptos
coránicos de consenso, consulta y justicia para hacer compatibles Islam y democracia y, sobre
todo, no han establecido la sharia como código legal ni el Islam como religión del Estado.
Ejemplos de esta convivencia: Indonesia, Senegal e India, donde se celebran oficialmente fiestas
religiosas de varias religiones, sirven también para demostrar que es posible forjar un clima de
mutuo respeto entre religión y democracia.

50
11. NACIONES UNIDAS, LA PAZ MUNDIAL Y LA GUERRA FRÍA
La visión de la guerra como una de las grandes desgracias que pesan sobre la humanidad es muy
antigua. La gran pregunta es por qué la guerra, es decir, el enfrentamiento armado entre grupos rivales
ha sido un rasgo tan persistente en la historia humana.

• Tucidides escribió que los atenienses se habían visto impelidos a combatir para crear y
mantener su imperio por “tres de los más poderosos motivos: el miedo, el honor y el interés”.
• Thomas Hobbes abordó el mismo tema en un paisaje de Leviatán (1651) en el que afirmó que
en la naturaleza humana se daban tres causas principales de conflicto: el deseo de ganancia, el
de seguridad y el de reputación.
• Steve Pinker más recientemente lo ha retomado desde el punto de vista de la psicología
evolucionista, afirmando que existe una predisposición genética debido a la selección natural,
por la ventaja selectiva para la consecución de recursos.

Más complejo es cuando se actúa para anticiparse a las supuestas intenciones de su rival. Es lo que se
denomina trampa hobbesiana o dilema de la seguridad. En un contexto peligroso puede ser
conveniente tomar la iniciativa del ataque, pero, si todos actúan igual, la consecuencia es que el
conflicto armado resulta mucho más probable. Finalmente, si un grupo quiere garantizar su seguridad
sin recurrir a ataques preventivos, la estrategia más lógica es la de la disuasión.

El siglo XX presenció dos guerras mundiales enormemente destructivas, la exaltación del belicismo
en la Alemania nazi y 40 años de Guerra Fría, en los que dos superpotencias dotadas de armamento
nuclear, EE. UU y la Unión Soviética, se vigilaron con hostilidad sin llegar a enfrentarse con las armas;
pero también la difusión de sentimientos pacifistas por todo el mundo y la creación de instituciones
intergubernamentales para la paz, primero la Sociedad de Naciones y después las Naciones Unidas.

1. El nacimiento del pacifismo

Las primeras reflexiones acerca de la posibilidad de que la guerra fuera un mal evitable surgieron en la
Ilustración. Destaca el filósofo Kant en “La Paz Perpetua” que el estado natural de la humanidad era la
guerra, pero que la paz podía lograrse si se establecían las condiciones adecuadas, la primera era que
los Estados fueran democráticos y la segunda que se estableciera una federación de Estados libres,
capaz de establecer una justicia global. Tales argumentos conservan vigencia y a la paz basada en esas
condiciones se le llama “paz democrática o paz kantiana”.

En el siglo XIX comenzaron a surgir en Europa y EE. UU organizaciones para promover la paz, pero fue
después de la Primera Guerra Mundial cuando el movimiento pacifista cobró verdadera fuerza. El
Tratado de Versalles, que sentó las bases del nuevo orden mundial, dispuso el establecimiento de
Sociedad de Naciones, que celebró su primera sesión en Ginebra en 1920. Pero la nueva organización
fue incapaz de frenar el expansionismo de Japón, Italia y Alemania que condujo a una nueva guerra
mundial más destructiva que la anterior. Ante la perspectiva del triunfo de las potencias fascistas, los
partidarios de la paz de todas las naciones democráticas apoyaron de manera casi unánime el esfuerzo
bélico de sus respectivos países.

2. Origen y estructura de Naciones Unidas

El fracaso de la Sociedad de Naciones fue muy tenido en cuenta por los vencedores de la Segunda
Guerra Mundial y se dispusieron a crear una nueva organización que la sustituyera. A diferencia de

51
1919, cuando el Congreso de los Estados Unidos rechazó su ingreso en la Sociedad de Naciones a pesar
de que su impulsor fue el presidente norteamericano Woodrow Wilson, en 1945 todas las potencias
vencedoras estaban dispuestas a participar en la creación de un sistema colectivo de seguridad, que
alejara la amenaza de una Tercera Guerra Mundial.

La nueva organización debía ser más sólida que su predecesora. Así nació la Organización de Naciones
Unidas (ONU), fundada en la conferencia de San Francisco en 1945, las grandes potencias que habían
vencido en la guerra se aseguraron un papel determinante en su órgano más importante, el Consejo
de Seguridad, del que EE. UU, Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y China serían miembros
permanentes con derecho al veto. El diseño de la ONU se basó en tres pilares:

• La previsión de medidas para defender la seguridad internacional, por medios diplomáticos o


incluso militares.
• La necesidad de potenciar el progreso económico como fundamento de la paz
• La idea kantiana de que a todo ello era necesario agregar medidas para mejorar el
entendimiento político y cultural entre las naciones.

Estos principios se articularon en la Carta de la Naciones Unidas, aprobada en la conferencia


fundacional, cuyo primer artículo proclamaba como propósitos:

• Mantener la paz y la seguridad internacionales


• Fomentar entre las naciones relaciones de amistad
• La cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de cualquier tipo.

Sin embargo, estos propósitos humanitarios quedaban limitados por una cláusula de salvaguarda de la
soberanía nacional: “Ninguna disposición de esta Carta autorizará a las Naciones Unidas a intervenir
en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los Estados”.

Todos los Estados miembros (51 en 1946, 193 en 2019) están representados en la Asamblea General,
en la que los acuerdos se toman por mayoría cualificada de dos tercios en las cuestiones importantes
y por mayoría de votos, en las restantes; y que tiene capacidad para abordar todo tipo de asuntos
relacionados con la cooperación internacional, los derechos humanos y las libertades fundamentales,
sin embargo, sus resoluciones no son vinculantes para sus miembros aunque tengan un importante
valor simbólico. La Asamblea General aprobó en 1948, sin ningún voto en contra, pero con la
abstención del bloque soviético, la Unión Sudafricana y Arabia Saudí la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, el documento más importante que se haya aprobado nunca en favor de los
derechos de todos los seres humanos. Se trata, sin embargo, de una declaración, no de un tratado
vinculante, por lo que sus principios siguen hoy sin ser respetados por varios Estados miembros, sin
que ello implique sanciones.

El Consejo de Seguridad, que se reúne con rapidez siempre que es necesario, lo integran los 5
miembros permanentes que tiene derecho de veto sobre cualquier decisión y un número de
miembros permanentes (hoy 10) elegidos por períodos de dos años. Tras la desaparición de la Unión
Soviética su puesto lo ha asumido Rusia y el de China que hasta 1971 lo conservó el Gobierno
Nacionalista refugiado en Taiwan lo ostenta la República Popular China desde esa fecha. Tiene
autoridad para imponer medidas vinculantes para todos los miembros de Naciones Unidas, contra
aquellos Estados que amenacen la paz, ya sean sanciones económicas o de acciones militares. La Carta
establece, sin embargo, que todo Estado tiene derecho a defenderse de una agresión, por sí solo o
con sus aliados, en tanto que el Consejo de Seguridad no haya intervenido.

52
Aunque en los últimos años se ha propuesto ampliar el número de miembros permanentes, para
incorporar a otras potencias distintas a las que vencieron en la Segunda Guerra Mundial, resulta muy
difícil llegar a un acuerdo sobre cuáles deberían ser. Y dado que la función principal del Consejo de
Seguridad es impedir que Estados agresores turben la paz mundial, es importante destacar que los
cinco designados en 1945 siguen concentrando la mayor parte del poder militar mundial.

La Secretaría de Naciones Unidas, con sede en Nueva York, al igual que la Asamblea y el Consejo de
Seguridad, está integrada por funcionarios internacionales, que no dependen de los gobiernos de sus
respectivos países, y la encabeza el secretario general, que es elegido por la Asamblea General a
propuesta del Consejo de Seguridad. Corresponde al Secretario General impulsar el funcionamiento
diario de la ONU y llamar la atención del Consejo de Seguridad sobre cualquier posible amenaza
contra la paz.

La Carta estableció también una Corte Internacional de Justicia en La Haya, cuya función es el
arbitraje de conflictos entre países que le sean presentados por las partes implicadas. NO debe
confundirse con la Corte Penal Internacional, también con sede en La Haya, fundada en 1998. Los
órganos citados son la estructura básica de la ONU, y de ellos dependen muchos otros. Entre los más
importantes están:

• La FAO- Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.


• La OIT- Organización Internacional del Trabajo
• La UNESCO- Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
• La OMS- Organización Mundial de la Salud
• El FMI- El Fondo Monetario Internacional
• El Grupo del Banco Mundial

3. La Guerra Fría

La ONU se fundó en un momento en que se esperaba que se pudiera mantener un cierto


entendimiento básico entre las potencias que constituían el núcleo del Consejo de Seguridad. A partir
de 1947, sin embargo, se inició un largo período de enfrentamiento entre el bloque occidental y el
soviético, que nunca derivó en guerra abierta entre ambos, por lo que se le denomina Guerra Fría,
pero que fue acompañado
por un enorme y
amenazador desarrollo de
las armas nucleares por
parte de EE. UU y de la
URSS, y por numerosas
guerras en las que cada
contendiente recibía el
apoyo de uno de los
bloques. En el siguiente
cuadro aparecen las
principales guerras que
han tenido lugar desde
1945 con indicación del
número de muertes
causadas incluyendo las
civiles.

53
Solo se mencionan aquellas con una cifra de muertos por encima de los 100.000 y las fechas de inicio
y final no son siempre exactas ya que en las guerras civiles no es fácil precisar cuándo la violencia
política es tan intensa como para que sea razonable decir que se trata de una guerra. Por otro lado no
hay que olvidar que una guerra también provoca un número elevado de muertes indirectas por los
daños que se producen sobre el sistema sanitario y económico. Y, por último, tampoco incluye
matanzas unilaterales que se producen en ausencia de combate como fue el genocidio de Ruanda que
produjo al menos 500.000 muertos en 1994.

Las tres guerras más mortíferas de todo el periodo fueron:

• La guerra civil china entre las fuerzas comunistas y anticomunistas (que se inició antes de la
Guerra Fría y había tenido una primera fase también antes de la Segunda Guerra Mundial).
• Las dos grandes guerras en las que tuvo que intervenir EE. UU, trataron frenar el avance del
comunismo en Asia, las de Corea y Vietnam.
• La guerra de Afganistán que implicó una importante intervención soviética en apoyo del
régimen comunista afgano, enfrentado a unos rebeldes apoyados por Estados Unidos-
• Las guerras civiles de Angola y Mozambique, que surgieron del enfrentamiento entre facciones
guerrilleras que habían combatido por la independencia frente a Portugal, se enmarcaron
también en la Guerra Fría, ya que los bandos opuestos fueron apoyados respectivamente por
una y otra superpotencia.

Después de 1989, Naciones Unidas jugó un papel importante en el fin de diversos conflictos, pero en
los años de la Guerra Fría su papel fue mucho más reducido, ya que ambos bloques enfrentados
contaban con derecho al veto en el Consejo de Seguridad. Sólo jugó un papel importante en la guerra
de Corea porque cuando Corea del Norte invadió al Sur en 1950, la Unión Soviética se hallaba ausente
del Consejo en protesta por la no admisión de la República Popular China. Ello hizo posible que el
Consejo de Seguridad adoptara una resolución que llamaba a prestar ayuda bélica a Corea del Sur y
legitimó la intervención de una coalición liderada por los Estados Unidos.

La ONU no jugó un papel relevante en ningún otro de los grandes conflictos armados de ese período,
pero si impulsó algunas operaciones de mantenimiento de la paz, la más importante de las cuales tuvo
lugar en el recién independizado Congo en 1960. En tales misiones, contingentes militares
suministrados por diversos Estados miembros actuaron por primera vez bajo la bandera de las
Naciones Unidas y con los cascos azules que siguen usando hoy-

La Guerra Fría impidió, pues, que la ONU jugara el papel pacificador para el que había sido creada.
Ello no significa, que la causa de la paz no avanzara, pues a este respecto, lo más importante es lo que
no sucedió: no se volvieron a usar las armas nucleares; no volvió a haber conflictos directos entre
tropas de las principales potencias después de Corea (donde se enfrentaron tropas de Estados Unidos
y China); no volvió a haber guerras entre países más desarrollados, y ningún Estado desapareció como
consecuencia de la conquista extranjera.

54
12. LA GUERRA EN NUESTROS DÍAS. LOS FACTORES DE LA PAZ
El final de la Guerra Fría suscitó grandes esperanzas. Se pensaba que la desaparición de la rivalidad
entre los bloques haría más fácil la resolución de los conflictos locales y que Naciones Unidas podría
ejercer plenamente el papel mediador; de hecho, en los primeros 90 hubo más misiones de paz de la
ONU que nunca, pero pronto se produjo una dramática decepción, ya que los cascos azules se
mostraron impotentes para mantener o restablecer la paz en varios países africanos y en Yugoslavia.
Lo que es peor, no pudieron evitar ni el genocidio de Ruanda, ni la matanza de Srebrenica, en Bosnia.
Luego la paz y la seguridad mundiales se vieron sacudidas por los atentados del 11-S y la respuesta
bélica de los EE. UU a Afganistán e Irak. La impresión general es, pues, que vivimos en un mundo
violento. Debemos preguntarnos, qué incidencia ha tenido la guerra en los últimos años, qué
resultados han obtenido las intervenciones de Naciones Unidas, qué impacto han tenido las matanzas
unilaterales y qué magnitud tiene la amenaza terrorista.

1. El declive de la guerra

Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, en el año 2000 la guerra fue responsable
del 0,6% de las muertes que se produjeron en el mundo, es decir que su incidencia fue menos letal
que la del homicidio (0,9%), suicidio (1,5%) o los accidentes de tráfico (2,3%). Además, la proporción
actual de muertes violentas, sumando las causadas por la guerra y por la proporción actual de muertes
violentas, sumando las causadas por la guerra y por el homicidio, resulta muy baja en comparación
con las de cualquier período histórico anterior. Según refleja el siguiente gráfico, las muertes
directamente causadas por la guerra, medidas en relación con el volumen de población mundial se ha
reducido sensiblemente.

A finales de los años


cuarenta y principio de
los cincuenta, por
efecto de la guerra civil
china y la guerra de
Corea, se producían
entre 15 y 20 muertes
anuales por cada
100.00 habitantes en
el planeta, una tasa
que ya era mucho más
baja que durante las
guerras mundiales. A
finales de los sesenta y
comienzo de los
setenta, la tasa se situó
entre 5 y 8, sobre todo por efecto de la guerra de Vietnam, y a comienzo de los ochenta, la guerra
afgano-soviética y la de Irak-Irán contribuyeron a que de nuevo se acercara a 5, mientras que a finales
del siglo XX y comienzos del siglo XXI, no se llegaba a una muerte en guerra por cada 100.000
habitantes.
El hecho de que el período de relativa paz de finales de los 50 y primeros 60 fuera poco duradero
supone una advertencia de que el actual también puede serlo también, pero eso no quita importancia
al éxito obtenido por la comunidad internacional en el control de la guerra del que poca gente es
consciente. La primera década del siglo XXI ha sido mejor que la última del siglo XX, pues la media de

55
muertes pasó a la mitad (de 100.000 a 50.000 anuales) como refleja el gráfico adjunto de cifras
absolutas. Entre 2011 y 2019 la guerra civil siria ha provocado cientos de miles de muertes.

El tipo de guerra menos


frecuente en las dos
últimas décadas ha sido
la guerra entre Estados,
que es el tipo más letal y
el que sobre todo se
pretendía eliminar
cuando se fundó la ONU.
No se ha conseguido del
todo, pero se ha
avanzado bastante, solo
hubo guerras entre
Etiopía y Eritrea (1998-
2000) y la guerra de la
coalición internacional
liderada por los EE. UU
contra Irak en 2003.

2. Atraso económico y guerras civiles

La mayor parte de las guerras de nuestros días son conflictos civiles, en las que a veces uno de los
bandos o los dos reciben ayuda de Estados extranjeros (por ejemplo, guerra del Congo entre 1996 y
2003). Casi siempre tienen lugar en países con un bajo nivel de desarrollo, salvo excepciones como
Yugoslavia en los años 90.

En un estudio sobre los países más pobres del mundo, el economista Paul Collier ha argumentado que
la guerra civil reduce significativamente la tasa de crecimiento económico a su vez, la falta de
desarrollo hace más probable el estallido de la guerra civil. También la falta de expectativas hace que
la juventud sea más proclive a unirse a bandas armadas con el fin de enriquecerse y si desarrollo se
limita la capacidad del gobierno de mantener el orden. En tales circunstancias la presencia de riquezas
minerales puede incrementar el peligro de guerra civil, ya que facilita mucho la financiación de las
bandas armadas que pueden hacerse con el control de las áreas mineras, como ocurrió con los
diamantes de África Occidental.

Por el contrario, Collier y otros estudiosos no han encontrado una correlación entre el peligro de
guerra civil y algunos de los factores que más frecuentemente contribuyen a causarlas, como la
represión, la desigualdad étnica. Un gobierno represivo, que niega los derechos y libertades a la
mayoría de la población o a determinadas minorías, no tiene mayor probabilidad de enfrentarse a una
rebelión. Y tampoco existe una correlación estadística entre desigualdad social o diversidad étnica y
probabilidad de guerra civil. La mayoría de las sociedades pacíficas están integradas por más de un
grupo étnico, mientras que Somalia, uno de los países más homogéneos étnicamente, ha
experimentado décadas de conflicto armado. Por el contrario, en Canadá en las últimas décadas,
debido al independentismo de los nacionalistas francófonos de Quebec, han causado exactamente una
muerte, lo que puede atribuirse a que se trata de un país próspero, democrático y bien gobernado, en
el que la población es contraria a la violencia.

56
Esto no significa que la diversidad étnica o religiosa no haya sido un factor importante en muchos
conflictos (serbios, croatas y musulmanes en la antigua Yugoslavia o tutsis y hutus en Ruanda), pero
no se puede considerar causa fundamental del conflicto. Un ejemplo de que ni siquiera la combinación
de atraso económico y diversidad étnica lleva necesariamente a la guerra civil es Macedonia, que era
la menos desarrollada de las repúblicas yugoslavas y donde hay una contraposición entre la mayoría
de lengua macedona y la minoría albanesa, pero donde no se produjeron violentos enfrentamientos.

En muchos casos, las rivalidades étnicas o religiosas son explotadas por grupos que se benefician de
las oportunidades económicas que ofrece un conflicto armado, como el saqueo, la extorsión, el
control de áreas mineras o el narcotráfico, sin excluir en algunos casos a las fuerzas armadas al servicio
de los gobiernos, actúan con una motivación similar a la del crimen organizado. En muchos conflictos
los combatientes son en buena medida matones y saqueadores sin disciplina militar ni motivación
ideológica. No obstante, se dan casos de movimientos rebeldes fuertemente motivados y capaces de
combatir de manera disciplinada (Afganistán o Chechenia).

Las guerras civiles constituyen, según Collier, una de las trampas que impiden el progreso de la parte
más pobre de la humanidad. Frenan el crecimiento económico, generan desplazamientos masivos de
refugiados, facilitan la difusión de epidemias, dejan un legado de ex combatientes a quienes resulta
difícil readaptarse a la vida pacífica, con el consiguiente incremento del crimen, y propician el
mantenimiento de gastos militares demasiado elevados aun después de concluidas, además, tienden
a reproducirse.

3. Las operaciones de paz

La gran mayoría de las guerras de nuestros días tienen un origen interno, aunque eso no implica que
no se den bastantes casos de intervenciones militares extranjeras, entre las que es difícil distinguir
entre las que tienen el objetivo de poner fin a una guerra civil, que se denominan operaciones de paz,
y las que van dirigidas contra un Estado que se considera amenazador como Irak en 1991 y 2003 o el
Afganistán de los Talibanes en 2001. Es importante recordar que las intervenciones de 1991 en Irak y
2001 en Afganistan se apoyaban en resoluciones previas del Consejo de Seguridad pero la de Irak de
2003 no lo fue (se opusieron tres de los miembros con derecho a veto).

Entre las operaciones de paz hay varias modalidades:

• Las de establecimiento de la paz (peacemaking): Su propósito es facilitar el acuerdo de paz


entre los contendientes, lo que no exige un despliegue de fuerzas armadas.
• Las de mantenimiento de la paz (peacekeeping): Implican el despliegue de fuerzas para
garantizar el mantenimiento de un acuerdo de paz previo
• Las de imposición de la paz (peace enforecement): Implica el uso de la fuerza armada para
imponer un acuerdo de paz a quienes se niegan a aceptarlo.

También hay que distinguir entre aquellas operaciones de paz en las que intervienen fuerzas que los
Estados miembros han puesto bajo el mandato de la ONU, reconocibles por sus cascos azules, y
aquellas en que las fuerzas actúan bajo mando de una organización regional, como la OTAN (Bosnia
y Kosovo), o de un solo Estado, como Gran Bretaña en Sierra Leona o Australia en Timor Oriental.

Naciones Unidas emprendió a comienzos de los 90 más operaciones de paz que en toda su historia,
sin embargo, el balance de estas ha sido muy distinto. Hubo fracasos, como los de Angola, Somalia,
Ruanda y Bosnia, y éxitos como en Namibia, El Salvador, Camboya y Mozambique. Como es normal,

57
han sido mucho más sonados sus fracasos que sus éxitos y, lo cierto es que sus fracasos sembraron
grandes dudas sobre la capacidad de los cascos azules para impedir las peores atrocidades (Ruanda
y Bosnia), pero ello no debe hacer olvidar que, en otros casos, su despliegue contribuyó al
mantenimiento de la paz acordada por los bandos anteriormente enfrentados, con Camboya o El
Salvado como dos claros ejemplos de éxito.

El requisito fundamental para que Naciones Unidas tenga éxito en una operación de paz es que las
partes enfrentadas demuestren voluntad de lograrlo. Si esta existe, la presencia de la ONU facilita el
restablecimiento del orden y de la confianza entre las partes:

• En El Salvador de los 80, tras una dura guerra civil, cuyos bandos eran apoyados por EE. UU y la
Unión Soviética, el Consejo de Seguridad se mostró unánime en favorecer la paz e intervino
directamente el secretario general en esos momentos, el peruano Javier Pérez de Cuellar. El
resultado fue: desplegar una misión, observadores internacionales para las siguientes
elecciones y que se creara una Comisión de la Verdad con consentimiento de las dos partes
para investigar los crímenes de guerra. El Salvador, aunque con una tasa alta de homicidios es
una democracia consolidada. En 2009 ganaron las elecciones los antiguos guerrilleros.

• En Camboya los Jemeres Rojos establecieron entre 1975 y 1978 un régimen del terror hasta
que fue derribado los vietnamitas que tubo que hacer frente durante más de una década a
diferentes guerrillas. En 1989 comenzaron las negociaciones de paz, desplegándose una misión
de la ONU con 16.000 soldados, se realizaron elecciones (en la que no participaron los Jemeres
Rojos) y gano la guerrilla monárquica, por la que fue repuesto al trono el antiguo rey que había
sido derribado por un golpe militar en 1970. En 2003 se acordó el enjuiciamiento de los líderes
de los Jemeres Rojos.

Ninguno de los 14 países en los que se desplegó en los años noventa una misión de paz importante
de la ONU está hoy en guerra, así es que hay que reconocer que su aportación ha sido importante,
pero los fracasos experimentados han llevado a que en las operaciones de paz del siglo XXI su papel
haya sido menor. De hecho, Naciones Unidas no tiene la exclusiva de las operaciones de paz. Las
principales operaciones iniciadas a partir de 1999 han sido de este tipo: En Kosovo intervino la OTAN;
en Sierra Leona, Gran Bretaña; en Congo, Francia y la UE; en Timor Oriental una coalición liderada por
Australia; en Liberia y Haití, EE. UU y en Costa de Marfil, Francia. Estas misiones tienen un componente
militar más poderoso que el de las misiones bajo mando de la ONU y a menudo usan la fuerza para la
imposición de la paz. Debido a ello, resulta a veces complejo diferenciar entre estas operaciones de
paz y las de apoyo a la contrainsurgencia.

El ejemplo más claro de este nuevo tipo de intervenciones es el de Sierra Leona que padeció una
guerra civil en los noventa especialmente brutal en la que ambos bandos cometieron atrocidades. Dos
rasgos característicos de las recientes guerras civiles africanas estuvieron muy presentes:

• El reclutamiento de niños como soldados por parte de ambos bandos.


• La abundancia de mercancía cuya venta generaba importantes y fáciles recursos para financiar
bandas armadas, los diamantes.

En 1997, se desplegaron en misión de tropas de la Comunidad Económica de Estados del África


Occidental (ECOWAS), sobre todo nigerianas, y dos años después, tras un segundo acuerdo, se
desplegaron tropas de la ONU, pero todo ello no evitó que se reanudarán los combates y en 2000 los
rebeldes desarmaran y tomaran como rehenes a cascos azules de la ONU. La guerra finalizó con la
intervención de tropas de Gran Bretaña (antigua potencia colonial) y se facilitó el fin de las hostilidades
58
en 2001, año en que se firmó un acuerdo de paz. La decisión británica de no poner sus tropas bajo
mando de la ONU respondió a la convicción, basada en experiencias anteriores, de que los cascos
azules no resultan eficaces para imponer la paz a un bando que se niega a cumplir acuerdos firmados.
Sin embargo, en la fase sucesiva de afianzamiento de la paz, la misión de la ONU y sus cascos azules,
resultaron muy útiles: organizaron las primeras elecciones libres; desarmaron a miles de combatientes,
entrenaron a las fuerzas de policía, y ayudaron a cumplir las normas del nuevo acuerdo internacional
sobre el comercio de diamantes.

Este tipo de intervenciones han contribuido a reducir el impacto de la guerra en los países menos
desarrollados, pero no cabe contar con que por sí mismas vayan a ser suficientes para garantizar en
ellos la paz duradera, que solo podrá consolidarse a través de un cambio interno. Hay mucha reticencia
en la comunidad internacional a involucrarse militarmente en conflictos locales, lo que ha llevado a
que se intervenga unas veces sí y otras no, incluso en casos gravísimos como el de Ruanda. El
politólogo John Mueller ha analizado los motivos por los que es poco probable que esta reticencia se
supere en el futuro:

• En primer lugar, en la gran mayoría de los conflictos locales no están en juego intereses
importantes de países extranjeros (Ruanda y Sierra Leona, son un ejemplo).
• En segundo lugar, está muy extendido el pesimismo acerca de la posibilidad de poner fin a
conflictos.
• En tercer lugar, la opinión pública de los países desarrollados recibe muy mal las noticias de
bajas propias en conflictos que no comprende. (Estados Unidos retiró sus fuerzas tras la muerte
de 18 marines muertos en Somalia en 1993)
• Los gobiernos democráticos carecen de la paciencia y la visión a largo plazo necesaria para
continuar durante años la tarea preventiva de mantenimiento de la paz.
• No parece que este tipo de operaciones proporcione muchos votos, ya que los fracasos tienen
mucho más eco que los éxitos en los medios de comunicación.

4. La amenaza de la proliferación nuclear

Cuando China ocupó su puesto en el consejo de Seguridad de la ONU en 1971, resultó que todos los
miembros permanentes tenían armamento nuclear y eran las únicas potencias del mundo que lo
tenían. Sin embargo, desde finales de los 50 se comenzó a difundir el uso pacífico de la energía nuclear
en más países, así surgió el temor de que ello facilitara la proliferación del armamento nuclear, lo que
podía resultar peligroso. Porque cuanto mayor fuera el número de Estados que tuvieran, más
posibilidades había de que uno de ellos lo usara.

En 1957 se fundó el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), independiente pero


vinculada a la ONU, cuya doble misión es promover el uso pacífico de la energía nuclear y evitar que
ello contribuya a la proliferación del armamento nuclear.
La preocupación de la gran mayoría de los países del mundo por los peligros de la proliferación condujo
al Tratado de No Proliferación (TNP), adoptado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1968
y que entró en vigor en 1970, sus tres pilares son:

• La no proliferación: compromiso de que ningún otro Estado se sumaría a las 5 potencias


nucleares ya existentes.
• El desarme: Compromiso de desarme nuclear completo
• El uso pacífico de la energía nuclear, abierto a todos los países.

59
En la actualidad todavía hay tres países que no lo han firmado, India, Israel y Pakistán; y Corea del Norte
que se retiró en 2003:

o India y Pakistán: Realizó en 1974 una primera prueba de explosión nuclear, supuestamente con
fines pacíficos y no realizó abiertamente pruebas de armamento nuclear hasta 1998, año en
que también lo hizo su gran rival, Pakistán.
o Israel: Siempre ha declarado no poseer armamento nuclear, pero no hay duda de que lo posee.
o Corea del Norte: Realizó su primera prueba nuclear en 2006.

Es decir, en estos momentos hay cinco potencias nucleares reconocidas en el TNP (Estados Unidos,
Rusia, Gran Bretaña, Francia y China) y otras cuarto que no lo han suscrito (India, Pakistán, Israel y
Corea del Norte). Estados Unidos y Rusia son, con gran diferencia, las grandes potencias nucleares.

En la actualidad, la máxima preocupación se centra en Corea del Norte, una dictadura comunista,
cerrada al exterior y muy hostil a su vecino democrático y mucho más próspero Corea del Sur. En 2005
anunció que poseía armamento nuclear, hizo ese mismo año pruebas de misiles que inquietaron
mucho a Japón y al año siguiente realizó una prueba nuclear subterránea.

5. Los factores de la paz

La reducción del impacto de la guerra en las últimas décadas representa un avance para la humanidad.
Nada indica que sea un cambio irreversible, ni que se haya logrado la paz perpetua, pero se está
produciendo un descenso de la violencia en todos los ámbitos.

Según analiza Steven Pinker, la progresiva imposición del monopolio estatal de la violencia (la
sustitución de la venganza privada por la justicia estatal) condujo a una reducción de las tasas de
homicidio que en Europa occidental se puede constatar a partir del siglo XVI; como una revolución
humanitaria, que cobró fuerza a partir del siglo XVII, que condujo a la eliminación de prácticas tan
bárbaras como la persecución de muchos inocentes o el uso judicial de la tortura. Ya más
recientemente, la guerra fría condujo a qué desaparecieran Las guerras entre grandes potencias y a
partir de los años 60 se ha producido un nuevo avance en el respeto de los derechos humanos, que a
deslegitimizado todas las formas de violencia y discriminación contra las minorías. Todo ello se ha
reflejado en qué incidencia de la guerra se ha reducido en todo el planeta.

Nada de todo esto es, sin embargo, irreversible y aún están muy cercanos los horrores de mediados
del siglo XX, en un momento en el que ya el humanitarismo tenía siglos de historia. A pesar de ello,
Pinker cree que hay 5 factores particularmente importantes en el declive de la violencia:

• El efecto pacificador del Estado.


• El desarrollo de intereses comunes como resultado del comercio.
• La creciente influencia de la mujer.
• El avance de una moral cosmopolita.
• La gradual sustitución del prejuicio por la razón.

A nivel interno de cada país, un factor crucial es el desarrollo de un Estado, que al asegurar de manera
mínimamente imparcial los derechos de todos los ciudadanos, reduce los motivos de
enfrentamiento. A nivel de las relaciones internacionales, el comercio y el conjunto de intercambios
económicos generan relaciones mutuamente beneficiosas, qué desincentivan la guerra. La
emancipación de la mujer ha promovido la tendencia pacífica, ya que una de las generalizaciones más

60
sólidamente establecidas en las ciencias sociales es que las mujeres son menos violentas que los
varones a la vez que la pacificación de la sociedad hace menos necesaria para la supervivencia del
grupo la agresividad ligada a ese concepto masculino. Por último, el hábito de razonar fomentado por
el desarrollo científico y la difusión de la educación proporciona una base lógica a la búsqueda de la
paz que, expuesta en términos de la teoría de juegos, se resume en que la guerra es un juegos de suma
negativa lo que pierden los vencidos es menos de lo que ganan los vencedores.

En la medida en que hoy se están desarrollando instituciones que garantizan una creciente confianza
mutua se reduce el miedo de nuestros antepasados a estar expuestos a ser conquistados. Aunque, a
veces para poner fin a una guerra civil y evitar crímenes de lesa humanidad, sigue siendo necesario
recurrir a la fuerza de las armas: lo que no se hizo en Ruanda.

61
13. TERRORISMO Y CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD
El concepto de guerra implica un enfrentamiento armado abierto entre dos bandos en el que ambos
sufren bajas, pero existen además otros tipos de violencia con motivación política o ideológica en los
que no se da esa condición. Son el terrorismo, que se caracteriza por una sucesión de atentados
clandestinos perpetrados contra personas no combatientes, y los crímenes de lesa humanidad, que
consisten en hechos de violencia cometidos contra una población inerme, el más grave de los cuales
es el genocidio, cuyo objetivo es el exterminio de todo un grupo humano. Los atentados del 11-S dieron
la impresión de que el terrorismo era una de las graves amenazas a las que se enfrentaba el mundo del
siglo XXI.

1. El terrorismo

No existe una definición universalmente aceptada del terrorismo, pero si se analizan el tipo de actos
que habitualmente se consideran terroristas no es difícil identificar los rasgos comunes que presenta.
Se trata de actos de violencia premeditadas; perpetrados de manera clandestina; dirigidos contra
personas no combatientes; con una finalidad política, social o religiosa, esto es, en todo caso
ideológica (a diferencia del crimen organizado, cuyo objetivo es el enriquecimiento); y con el propósito
de transmitir un mensaje a una audiencia, tanto a los posibles simpatizantes, como al sector de la
población al que se pretende atemorizar. Este último aspecto es crucial; el terrorismo es una
estrategia asimétrica que permite a un grupo con recursos reducidos (una banda armada) enfrentarse
a un enemigo mayor (un Estado) y el medio que utiliza es el de engendrar el temor en la población,
para presionar a su gobierno para ceder ante las exigencias políticas de los terroristas.

El éxito del terrorismo depende de que su mensaje de terror se difunda. A ello contribuyen los medios
de comunicación, que se hacen eco de los atentados porque son noticias impactantes. Lo son porque
inciden en mecanismos del miedo bien reconocidos por la psicología: los seres humanos tememos
sobre todo los riesgos que resultan insólitos, impredecibles y catastróficos mucho más que los riesgos
comunes, aunque estos en realidad pueden resultar más mortíferos. De ese rasgo de nuestra
psicología, se vale el terrorismo, generando un efecto desproporcionado con respecto al daño físico
que causa.

El impacto del terrorismo en el


mundo en las últimas décadas
puede estimarse a través de los
datos recogidos en una base de
datos global (Global Terrorismo
Database) en la se basan los
informes que anualmente publica
el Global Terrorism Index. Como se
observa en este gráfico, el numero
de víctimas del terrorismo
culminó en el 2014, debido a la
acción del Dáesh, sobre todo en
Siria e Irak, países que, además se
hallaban en guerra, lo que condujo
a que también el número de
muertes por guerra aumentara.

62
Sin embargo, el terrorismo resulta en general una estrategia muy poco efectiva, ya que son muy raros
los casos en que un grupo ha logrado sus objetivos por medios exclusivamente terroristas. Por otra
parte, no resulta fácil medir el impacto real de terrorismo en el mundo, porque es difícil diferenciar los
atentados terroristas de otros tipos de actos violentos.

2. El genocidio y otros crímenes de lesa humanidad

El genocidio, un tipo de crimen del que el holocausto judío perpetrado por el régimen nazi constituye
el ejemplo más claro, representa el caso extremo de un tipo de atrocidades que el derecho
internacional define como crímenes de lesa humanidad.

Los crímenes contra la humanidad fueron definidos por primera vez en los juicios de Nuremberg (1945).
Dicho estatuto los definió como “asesinatos, exterminio, esclavitud, deportación, y otros actos
inhumanos cometidos contra cualquier población civil, antes o durante la guerra, o persecuciones por
motivos políticos, raciales o religiosos”, independientemente que constituyeran una violación de la
legislación interna del país donde se hubieran perpetrado. Este último punto es importante: los
crímenes de lesa humanidad son crímenes internacionales, que deben ser perseguidos incluso si no
constituyen delitos previstos en la legislación nacional.

El genocidio quedó definido tres años después por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1948,
pero como las resoluciones de la Asamblea no son vinculantes, los convenios que adopta solo
adquieren efectividad jurídica cuando son ratificados por los Estados, y esta ha tardado mucho en
ser ratificada por algunas de las principales potencias, por lo que no tuvo efectividad real hasta los
años 90. Define el genocidio como una serie de actos de violencia “perpetrados con la intención de
destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”. No se trata
solo de asesinatos masivos, sino del intento de exterminar a un grupo humano, definido por su
identidad nacional, étnica, racial o religiosa, (armenios, judíos o tutsis), pero no por su adscripción
política: la persecución de miembros de un grupo político puede constituir un crimen de lesa
humanidad, pero no un delito de genocidio, según esta definición.

El peor caso de genocidio desde el holocausto se produjo en Ruanda en 1994, mientras que casos
gravísimos de crímenes de lesa humanidad se han producido, por ejemplo, en Bosnia.

En Ruanda, donde convivían dos etnias, la hutu mayoritaria, y la tutsi, minoritaria, un golpe de Estado
había establecido un régimen autoritario hostil a los tutsis, muchos de los cuales se refugiaron en
Uganda, desde donde comenzó a operar un movimiento guerrillero. En 1993 se firmó un acuerdo de
paz entre el gobierno hutu y los rebeldes tutsis, en apoyo del cual se desplegó en Ruanda una pequeña
misión de la ONU. En abril de 1994, tras la muerte del presidente ruandés en un atentado que nunca
se ha esclarecido, los extremistas hutus desencadenaron matanzas masivas de tutsis. En unos meses,
causaron medio millón de muertos, es decir, tres cuartas partes de la población tutsi de Ruanda.

Lejos de intervenir para evitar el genocidio, el Consejo de Seguridad, que escribió entonces la página
más negra de su historia, votó una reducción de los efectivos de la misión en Ruanda. Es probable, sin
embargo, que un rápido despliegue de unos pocos miles de soldados profesionales podría haber
frenado a los genocidas. La prueba de ello fue la facilidad con la que una ofensiva de la guerrilla tutsi
les derrotó. Fue entonces, cuando Francia, tradicional protectora del régimen hutu, desplegó fuerzas
militares que crearon un corredor humanitario para quienes huían del avance tutsi, lo que de hecho
facilitó la huida al Congo de miles de genocidas, incluidos varios de sus líderes, además de cientos de
miles de civiles hutus, hecho que le valió severas críticas al gobierno francés.
63
Bosnia experimentó entre 1992 y 1995 las peores atrocidades de todas las provocadas por las guerras.
Responsables de la mayoría de ellas fueron las milicias serbias, que se oponían a la independencia de
una Bosnia en la que los serbios serían minoría, y emplearon la violencia contra la población
musulmana para obligarla a huir y consolidar un bloque de territorio puramente serbio, una actuación
que se denomina limpieza étnica. Las Naciones Unidas desplegaron ya en 1992 una misión de paz con
el objetivo de proteger a la población civil y en 1993 el consejo de Seguridad declaró zonas seguras
bajo su protección a Srbrenica y otras cuatro localidades musulmanas.

Cuando en 1994 los serbios atacaron una de las zonas de seguridad, el consejo de Seguridad autorizó
ataques aéreos de la OTAN contra sus posiciones, a lo que los serbios replicaron tomando como
rehenes a cascos azules, lo que demostró el escaso respeto que causaban las fuerzas de la ONU. En
julio de 1995 la ciudad de Srbrenica fue asaltada por las milicias serbias sin que el batallón holandés
de cascos azules que la protegía hiciera nada por evitarlo, y tras ello fueron asesinados unos siete mil
varones musulmanes. Esa fue la atrocidad que movió a la comunidad internacional a actuar de forma
contundente. Una vez que las fuerzas aéreas de la OTAN se emplearon a fondo contra las milicias
serbias, se pudo alcanzar en unos meses un acuerdo de paz. Cuatro años después, otra campaña aérea
de la OTAN contra Serbia puso final a la brutal represión serbia en la provincia de Kosovo, poniendo fin
a la última guerra de Yugoslavia.

Las atrocidades cometidas en Yugoslavia y Ruanda condujeron a la creación de tribunales


internacionales para la persecución de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, para juzgar a sus
culpables. En 1998, 120 Estados aprobaron el estatuto de la Corte Penal Internacional, que no hay
que confundir con la Corte Internacional de Justicia (arbitra diferencias entre Estados), ambas con sede
en La Haya; con jurisdicción para juzgar a individuos por genocidio, crímenes de lesa humanidad y
crímenes de guerra. Han ratificado su adhesión 123 países, pero no lo han hecho cuatro de las
potencias mundiales: EE. UU, Rusia, China e India, que no se someten a su jurisdicción.

64
14. LAS GUERRAS DE AFGANISTÁN, 1979-2019
1. De la guerra afgano-soviética al régimen talibán

Afganistán, un país poco desarrollado, sin salida al mar, y escasos recursos naturales, no jugó un papel
relevante en la Guerra Fría hasta que en 1978 los comunistas locales dieron un golpe de Estado,
estableciendo un régimen pro-soviético que pronto sufrió una insurrección islamista. La virulencia de
la insurrección y el fuerte enfrentamiento entre las dos facciones del partido comunista afgano
indujeron a los dirigentes de la URSS a intervenir con sus fuerzas armadas, para evitar la caída de un
régimen aliado e impedir el triunfo islamista que podía contagiar a las repúblicas soviéticas de
población musulmana vecinas a Afganistán.

La intervención militar soviética, que se produjo a finales de 1979, resultó un error estratégico,
porque durante los siguientes 10 años las tropas soviéticas libraron una dura guerra contra grupos de
guerrilleros islamistas (los muyahidines o luchadores en la guerra santa), que recibieron el apoyo de
Pakistán, Arabia Saudí y EE. UU. Entre los musulmanes de todo el mundo, la resistencia afgana se
convirtió en una causa tan popular como la resistencia palestina frente a Israel, mientras que, para EE.
UU., supuso la primera intervención de tropas soviéticas más allá del límite alcanzado en la Segunda
Guerra Mundial, el apoyo a los rebeldes afganos representaba un medio para debilitar a su gran rival.

Los soviéticos efectuaron una masiva intervención en Afganistán, debido a la debilidad del ejército
afgano. Ello les permitió controlar las ciudades, pero no las áreas rurales en que operaban los
muyahidines, donde las tropas soviéticas se limitaban a operaciones de castigo, catastróficas para la
población civil. En consecuencia, millones de afganos se refugiaron en Pakistán. Finalmente,
Gorbachov, convencido de que la victoria era imposible, ordenó la retirada de las tropas soviéticas
en 1989. Tres años después, el régimen comunista se hundió y los muyahidines se hicieron con el
poder.

Los enfrentamientos armados entre las distintas milicias de muyahidines hicieron imposible alcanzar
un acuerdo que hiciera posible un gobierno estable, hasta que, en 1996, un nuevo movimiento
armado, el de los talibanes, logró hacerse con el control de la mayor parte del país y estableció el
Emirato Islámico de Afganistán. Este movimiento había surgido entre los refugiados afganos en
Pakistán, entre los estudiantes de las escuelas coránicas (ese es el significado de las palabras talibanes)
y, tuvo el apoyo de Pakistán.

Su ideología se basaba en la idea de restablecer las viejas costumbres que se identificaban con la
religión islámica, incluida la completa segregación de la mujer. Tras su triunfo las afganas se vieron
recluidas en sus hogares, de los que solo podían salir acompañadas de un pariente masculino y
cubiertas de la cabeza a los pies por el burka, e imposibilitadas de educarse o ejercer una profesión,
hasta el punto de que las escuelas primarias para niñas fueron cerradas.

El régimen talibán, cuyo dirigente, el mulá Omar, se apoyaba en la etnia pastún, predominante en el
sur y este del país. Mientras que, en el norte, resistían un grupo de etnias que formaron la Alianza
del Norte. El régimen talibán se convirtió en un ejemplo para los islamistas más radicales de todo el
mundo. Bajo su protección y en su territorio se establecieron campos de entrenamiento de diversos
grupos yihadíes, entre ellos Al Qaeda.

2. Tras el 11-S: la respuesta de Estados Unidos y la caída de los talibanes

65
El Consejo de Seguridad en 1999 (tras los atentados de Kenia y Tanzania) dictó una resolución que
exigía al régimen talibán que dejara de tolerar campos de entrenamiento terrorista en su territorio y
entregara a Bin Laden para ser juzgado, y le imponía sanciones económicas en tanto no lo hiciera. Al
día siguiente de los atentados de Nueva York y Washington, adoptó también por unanimidad otra
resolución que condenaba los atentados, exhortaba a todos los países a colaborar para que sus
responsables y quienes les protegieran fueran castigados y recordaba el derecho a la defensa individual
y colectiva establecida en la carta de las Naciones Unidas. Este último fue el derecho al que EE. UU..,
recurrió cuando el régimen talibán rechazó el ultimátum el 21 de septiembre que exigía la entrega de
todos los líderes de Al Qaeda. El 7 de octubre de 2001, EE. UU. y el Reino Unido iniciaron los ataques
aéreos en Afganistán.

El gobierno de Bush quiso reducir al mínimo la presencia de tropas de tierra en territorio afgano,
pretendió que fuera una insurrección apoyada por los pastunes la que derribara a los talibanes, pero
el plan fracasó, los ataques aéreos se centraron en el apoyo a una ofensiva de la Alianza del Norte,
cuyas tropas tomaron Kabul y Kandahar, el principal centro de los talibanes. La victoria había sido fácil,
pero Bin Laden, logró escapar de las fuerzas que le habían rodeado. En noviembre, el Consejo de
Seguridad llamó a la constitución de un nuevo gobierno afgano, y una vez formado el gobierno
provisional de Ahmed Karzai, un mes después, se autorizó el establecimiento de una fuerza
internacional para asegurar el orden, primero en el área Kabul (ISAF), en la que participarían fuerzas
de muchos países, en su mayoría de la OTAN entre ellos España.

3. La insurgencia afgana

La insurgencia afgana, como posteriormente haría la iraquí, se apoyó en la hostilidad que genera la
presencia de unas tropas extranjeras que, desde el punto de vista cultural, eran muy diferentes.
Existe, sin embargo, una diferencia en Irak; la insurgencia se basó en la población árabe sunní,
minoritaria en el país, mientras que en Afganistán tuvo el apoyo de la etnia más numerosa, los
pastunes, que habían dirigido el Estado desde su fundación en el siglo XVIII. Aunque Hamid Karzai
era pastún, en el nuevo régimen y en sus fuerzas armadas jugaban un gran papel las diversas etnias
del norte, que habían protagonizado la resistencia contra los talibanes. Tras la derrota en 2001, los
talibanes se habían refugiado en Pakistán, donde tenían mucho apoyo sobre todo en las regiones
fronterizas y, el gobierno paquistaní de Parvez Musharraf, a pesar de su apoyo a EE. UU en la lucha
contra Al Qaeda, no tomó medidas contra ellos. Gradualmente volvieron a actuar en las áreas rurales
de Afganistán, que, apenas se beneficiaron de la expansión económica que tuvo el país tras la invasión.

Su ideología, basada en el Islam, el nacionalismo afgano y el rechazo a los extranjeros, resultaba


atractiva para los sectores más tradicionales de la población. Su base de reclutamiento era doble,
por un lado, los estudiantes de las madrasas y por otro, los jóvenes de las aldeas afganas. La
producción ilegal de opio proporcionaba recursos económicos, por medio de la tasa que cobraban a
los cultivadores, y a la vez contribuía a la corrupción de la administración afgana, incluida la policía.
Y, además, los talibanes recibían un discreto apoyo de los servicios de inteligencia paquistaníes. A
medida que la insurgencia talibán se extendió, fue necesario incrementar la presencia de tropas de
la coalición internacional. La tarea de enfrentarse a los insurgentes en provincias en las que contaban
con una fuerte red de apoyo entre la población civil resultaba muy compleja. Por otra parte, las
exacciones de los jefes talibanes locales, no podían ser controlados desde Pakistán. La pretensión
talibán de volver a cerrar las escuelas para niñas fue mal recibida por muchos padres, los asesinatos
de funcionarios locales con los que los talibanes evitaban la consolidación de la nueva administración
y los atentados suicidas que causaban muchas víctimas civiles, generaron un resentimiento popular.

66
4. Hacia la retirada de Afganistán

A partir de 2008, la contrainsurgencia desarrollada en Irak fue aplicada también en Afganistán, a


donde se enviaron masivos refuerzos de tropas americanas, primero durante la etapa final de Bush y
luego durante la presidencia de Obama. Sin embargo, la opinión pública norteamericana era cada vez
menos favorable a la prolongación de una guerra a la que no se veía fin. Al igual que en Irak, los
ambiciosos planes de modernizar Afganistán fueron abandonados en favor de una política encaminada
a estabilizar la situación para hacer posible una pronta retirada. Se planteó incluso la posibilidad de
una negociación con los insurgentes, o con parte de ellos. La nueva estrategia implicaba un avance en
tres sectores críticos:

− El desarrollo de las fuerzas del gobierno afgano.


− La mejora de la calidad de su administración, minada por la corrupción.
− La reducción de las víctimas civiles de los combates.

En 2014, se retiraron las fuerzas internacionales y la seguridad del país quedó enteramente en manos
del Gobierno afgano, pero a partir de entonces, se ha producido una reactivación de la insurgencia
talibán.

67
15. LAS GUERRAS DE IRAK, 1980-2011
1. Saddam Hussein y las guerras del Golfo

En 1979, triunfó la primera revolución islamista, encabezada por el chií ayatolá Jomeini en Irán,
mientras que en el vecino Irak accedió al poder Saddam Hussein, quien desde hacía años era ya el
hombre fuerte del país. Irak era una dictadura de partido único desde 1968 en que el Partido Árabe
Socialista Baaz dio un golpe de Estado. Basado en el nacionalismo árabe, el Baaz respetaba la identidad
islámica de Irak, pero tenía una orientación laica, aunque la mayoría de sus miembros eran árabes
sunníes, mientras que los chiíes, también árabes, se hallaban relegados del poder, y los kurdos del
norte, también sunníes, pero no árabes, habían protagonizado tentativas de insurrección, duramente
reprimidas.

El régimen islamita chií de Irán se caracterizó por el autoritarismo, la imposición de las costumbres
islámicas tradicionales y el antioccidentalismo, y en su etapa inicial hubo de hacer frente a fuertes
conflictos internos. Una dura represión afectó a las más altas esferas de sus fuerzas armadas. Esto hizo
suponer a Hussein que las circunstancias eran favorables para atacar Irán y arrebatarle una región
fronteriza de lengua árabe y rica en petróleo y convertir así a Irak en la potencia hegemónica de la
región. Este fue el origen de la durísima guerra irano-iraquí, o Primera guerra del Golfo, de 1980 a
1988 y que concluyó sin que ninguno de los contendientes se alzara con la victoria después de haber
causado miles de muertes. Irak utilizó en el conflicto armas químicas, violando el protocolo de
Ginebra de 1925, también usó estas armas para aplastar una rebelión kurda apoyada por Irán en 1988,
en el que murieron miles de civiles (ataque aéreo a la ciudad kurda de Halabja). Durante la guerra, Irak
tuvo apoyo diplomático y financiero de EE. UU., pero la mayor ayuda financiera vino de Arabia Saudí
y otras monarquías árabes sunníes del Golfo ricas en petróleo, que recelaban de Irán.

Tras la guerra, se desarrolló una disputa entre Irak y Kuwait, que rechazó tanto condonar la deuda
iraquí, como acordar una subida del petróleo, como solicitaba Irak, que se hallaba casi en bancarrota
por sus gastos bélicos. La explotación del campo petrolífero en la frontera de los dos países era otro
foco de tensión. Así es que, Irak invadió Kuwait en 1990 y lo anexionó como provincia iraquí, alegando
precedentes históricos (los emires de Kuwait habían sido vasallos del Imperio Otomano, del que
formaba parte Irak). Este fue el origen de la Guerra del Golfo (a veces denominada Segunda Guerra
del Golfo), en la que Irak tuvo que enfrentarse a una coalición internacional liderada por EE. UU. Fue
la primera gran crisis internacional después de la Guerra Fría y el presidente Bush logró un gran
respaldo internacional a su decisión de forzar la retirada iraquí de Kuwait. Ante la negativa de Saddam,
el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó una resolución que autorizaba el empleo de todos
los medios para liberar Kuwait. Arabia Saudí, que se sintió amenazada, autorizó el despliegue en su
suelo de fuerzas de los EE. UU. A comienzos de 1991, las fuerzas iraquíes fueron derrotadas en una
breva campaña y Kuwait fue liberado.

Ello no condujo, sin embargo, a la caída de Saddam Hussein. Tras expulsar a los iraquíes de Kuwait, la
coalición cesó en sus operaciones y el régimen iraquí pudo aplastar las insurrecciones que,
estimuladas por su derrota en Kuwait, lanzaron los chiíes en el sur y los kurdos en el norte. Sin
embargo, la huida masiva de kurdos hacia Turquía, temerosos de las represalias, hizo que EE. UU y sus
aliados prohibieran los vuelos de la aviación iraquí en el norte del país, lo que ofreció protección a
los kurdos. Por otra parte, una resolución del Consejo de Seguridad impuso a Irak la obligación de
destruir sus armas químicas y biológicas y sus misiles balísticos de más de 150 km de alcance, de no
desarrollar armas nucleares y de permitir inspecciones que permitieran comprobarlo. La reticencia

68
de Saddam Hussein a facilitar tales inspecciones condujo a la imposición de sanciones económicas,
con grave perjuicio para la población iraquí.

2. La invasión de Irak

Los motivos por los que George Bush invadió Irak en 2003 siguen siendo objeto de debate. Su
argumento principal fue el de que el régimen de Saddam era una amenaza porque seguía teniendo
armas químicas y biológicas y mantenía un programa encaminado a dotarse de armas nucleares.
Después de la invasión se demostró que tales armas y tal proyecto no existían, pero ello no supone
que el gobierno de Bush no creyera realmente en su existencia. Los informes de los servicios de
inteligencia, basados en datos erróneos, según se demostró después, sobrevaloraron la amenaza, sin
duda porque después del fracaso en la prevención de los atentados del 11-S preferían exagerar a
quedarse cortos, pero probablemente también porque tenían otros motivos por los que estaban
dispuestos a acabar con el régimen iraquí. También es cierto que Saddam Hussein estaba poniendo
muchas trabas a los inspectores de Naciones Unidas. Cabe suponer que el dictador iraquí no quería
demostrar que había renunciado a tales armas, porque suponía que la incertidumbre acerca de su
existencia le daba más fuerza, al tiempo que infravaloraba la decisión de EE. UU de usar ese argumento
para acabar con él.

Respecto a los otros motivos para la invasión, uno pudiera ser el deseo norteamericano de controlar
una región muy importante económicamente por su riqueza petrolífera. Sin embargo, es difícil
suponer que ese fuera el objetivo principal, pues una vez derrotado Irak en 1991, no estaba amenazada
la estabilidad de la zona para asegurar la exportación del petróleo. Lo más probable es que fuera una
combinación de motivos. Quizá el más importante fue que, tras el 11-S, el gobierno de EE. UU tenía
la necesidad de hacer valer su autoridad en la región de la que provenían sus autores y que derrocar
a Saddam Hussein era una manera fácil de hacerlo. De hecho, la victoria contra Hussein resultó fácil,
pero lo que no se previó fue el posterior desarrollo de la insurgencia.

Los neoconservadores, que tanta influencia tenían entonces en el gobierno de Bush, sostenían que
para garantizar la seguridad de EE. UU. y la paz y la estabilidad globales era necesario promover la
difusión de los valores norteamericanos de democracia y libertad, y en caso necesario recurrir a la
fuerza para derrotar a quienes las amenazaban (famoso discurso de Bush del “Eje del mal: Irak, Irán y
Corea del Norte”) su convicción era que una vez liberados de regímenes opresivos, los ciudadanos
afganos e iraquíes asumirían los valores democráticos y liberales de sus vencedores, como medio siglo
antes había ocurrido con Alemania y Japón. Por último, en la decisión de George W. Bush pudo influir
un factor personal, el deseo de ser más eficaz que su propio padre, que no había derrocado a Hussein
tras la guerra del Golfo.

Lo cierto es que los argumentos de Bush no convencieron a toda la comunidad mundial. No faltó el
apoyo de Gran Bretaña y de su primer ministro, el laborista Tony Blair, pero los otros tres miembros
permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia y Rusia) se oponían al empleo de la fuerza
militar, así es que Bush optó por actuar al margen de Naciones Unidas. El 19 de marzo de 2003, fuerzas
de los Estados Unidos, Gran Bretaña y dos aliados menores (Australia y Polonia) lanzaron la invasión
de Irak y, en poco mas de un mes, podía darse por concluida.

En el caso de Afganistán, bastó el apoyo aéreo de la coalición internacional para que las fuerzas locales,
la Alianza del Norte, derribaran al régimen talibán; en el caso de Irak, no hubo apoyos locales y fue
necesario un importante despliegue terrestre de fuerzas norteamericanas y británicas para derrocar
a Saddam, aunque la resistencia que encontraron fue limitada. Aunque las victorias fueron fáciles, en

69
ambos casos
surgieron más tarde
movimientos
insurgentes, que
prolongaron el
conflicto durante
años y causaron
considerables bajas a
las fuerzas
norteamericanas.
Como puede verse en
el siguiente gráfico,
que refleja las muertes
sufridas por las fuerzas
de la coalición
internacional, la
insurgencia talibán en
Afganistán tardó años
en organizarse, mientras en que Irak se desarrolló en los meses siguientes a la invasión (a partir del
verano de 2003).

Por otra parte, la intensidad del conflicto se redujo en Irak a partir de 2008, mientras que en Afganistán
se agravó a partir de entonces.

3. La insurgencia

El Consejo de Seguridad adoptó a finales de mayo de 2003 una resolución que reconocía a EE. UU. y
Gran Bretaña como potencias ocupantes de Irak e instaba a la creación de un gobierno
representativo del pueblo iraquí. Entre tanto, el gobierno fue ejercido por una Autoridad Provisional
de la Coalición, presidida por un norteamericano. La resistencia militar iraquí había sido de escasa
consideración. Habían muerto tan solo 165 soldados norteamericanos y británicos y una cifra difícil de
estimar de soldados y civiles iraquíes (quizá entre 10.000 y 20.000). La situación no tardó en
deteriorarse, en parte por errores cometidos por los ocupantes. La decisión de disolver las fuerzas
armadas iraquíes y de dejar sin empleo a cientos de miles de soldados, policías y funcionarios civiles
fue quizá la más grave, porque condujo al país al desorden y contribuyó a que muchos hombres
acostumbrados al manejo de las armas se sumaran a la insurgencia. El retraso en la formación de un
gobierno autóctono y en la celebración de elecciones, convenció además a muchos iraquíes de que la
ocupación iba a prolongarse.

En junio de 2004 la Autoridad Provisional transfirió sus poderes a un gobierno provisional iraquí y las
instituciones democráticas de Irak se establecieron en 2005, año en el que los ciudadanos eligieron
una asamblea constituyente y ratificaron en referéndum la nueva Constitución. Para entonces, el país
estaba sumido en un grave conflicto armado, con diversas facciones insurgentes enfrentadas a las
fuerzas de la coalición.

Las diferentes comunidades étnicas que integran Irak se habían visto afectadas de diferente manera
por la intervención internacional:

• Los kurdos del norte eran los más satisfechos, ya que habían logrado el elevado grado de
autonomía por el que en el pasado se habían levantado en armas varias veces.
70
• Los árabes de confesión sunní habían sido en cambio los grandes perdedores, porque su
posición predominante se hallaba inevitablemente amenazada en un contexto democrático
por la preponderancia demográfica de los árabes chiíes.

No es extraño, por tanto, que la insurgencia surgiera en las tierras sunníes del noroeste del país,
cercanas a Bagdad. El auge del islamismo, la hostilidad a la presencia de extranjeros y el propio
comportamiento de las tropas ocupantes, que al ser hostigadas por unos insurgentes acogidos por la
población civil tendían a responder con brutalidad, contribuyeron a la difusión de la insurgencia. Esta
carecía de una dirección única, de una organización coherente y de una ideología común y no trataba
de apoderarse de territorios, sino que lanzaban ataques por sorpresa o atentados indiscriminados.
En abril 2004 hubo, sin embargo, una auténtica batalla, cuando tropas americanas trataron de hacerse
con el control de uno de los principales focos de la insurgencia, la ciudad de Falluja, sin conseguirlo.
Las acciones insurgentes eran vistas con simpatía por los países árabes y la imagen de EE. UU se
deterioró aún más cuando se dieron a conocer los abusos a presos iraquís de la prisión de Abu Ghraib.

La situación empeoró cuando en el verano de 2004 surgió a su vez una insurgencia chií, encabezada
por Muqtda Al Sadr, un joven clérigo heredero de una ilustre tradición familiar, cuyo llamamiento a la
lucha contra el invasor encontró eco, sobre todo, entre los jóvenes con pocos recursos de los barrios
chiíes de Bagdad y las ciudades del sur con apoyo de Irán. Tras 6 meses de combates, la mediación de
sectores influyentes de la sociedad chií logró que depusiera las armas y se integrara en una coalición
chií que ganó más de la mitad de los escaños en las elecciones a la Asamblea constituyente de 2005,
en las que los sunníes se abstuvieron masivamente. Esto facilitó el control de las nuevas instituciones
por los chiíes y de rechazo contribuyó al apoyo sunní a la insurgencia.

La insurgencia iraquí, atrajo a voluntarios procedentes de otros países. El más influyente de ellos fue
Abu Musab Al Zarqawi, que convirtió a su grupo en la filial de Al Qaeda en Irak. En febrero de 2006,
miembros de Al Qaeda volaron la cúpula de una de las mezquitas chiíes más reverenciadas, en Samarra.
Tales ataques dieron lugar a una feroz sucesión de asesinatos y represalias entre sunníes y chiíes, con
participación de fuerzas chiíes de Ministerio del Interior, que condujo a la segregación en áreas hasta
entonces de población mixta.

4. El despertar, la oleada y la retirada

La violencia en Irak alcanzó sus máximas cotas en 2006, año en el que, murieron casi 30.000 civiles.
La situación comenzó a mejorar en 2007, debido a la confluencia de tres factores:

• El movimiento del Despertar sunní, que representó la movilización contra Al Qaeda de


población que, hasta entonces había apoyado la insurgencia
• La nueva estrategia americana que acompañó a la oleada de nuevas tropas
• El declive de la violencia civil.

Al Qaeda, dirigida en Irak por Al Zarqawi, terminó por resultar odiosa a la población que más había
apoyado la insurgencia. Sus métodos eran brutales, hasta la propia dirección de Al Qaeda le advirtió,
que podían ser contraproducentes. Por otra parte, muchos dirigentes sunníes comprendieron que su
marginación del nuevo sistema democrático iraquí les perjudicaba. La pérdida de apoyo popular
condujo a que Al Qaeda tratara de imponerse mediante una violencia extrema, con ejecuciones
públicas de una crueldad insólita incluso en Irak. Ello condujo a que se formara en las provincias
sunníes el consejo de “Despertar” (Sahwa), que llamó a la lucha contra Al Qaeda. Esto supuso un

71
cambio de bando de grupos nacionalistas iraquíes, que habían participado en la insurgencia y ahora
aceptaban la cooperación de los EE. UU para librarse de los extremistas extranjeros.

La estrategia
americana
también cambió.
Bajo el impulso del
general Petraeus,
las fuerzas
armadas en 2006
elaboraron un
nuevo manual de
contrainsurgencia,
que priorizaba la
necesidad de que
las tropas se
desplegaran entra
la población civil
para ofrecerle
protección y
ganarse su
confianza. El
triunfo de los
demócratas en las elecciones legislativas de ese año hizo que Bush cambiara de estrategia en Irak. La
nueva doctrina requería más tropas sobre el terreno y en 2007 las desplegadas en Irak aumentaron
en casi 30.000 efectivos, pero esta oleada (Surge) se concibió como una medida temporal destinada a
frenar la insurgencia y ganar tiempo, hasta que las nuevas fuerzas armadas y de seguridad iraquíes
pudieran asumir la responsabilidad. El despliegue se efectuó sobre todo en Bagdad y provincias
sunníes cercanas, donde se concentraba la violencia, para proteger a la población sunní frente a las
bandas armadas chiíes y viceversa. Por otra parte, las fuerzas de élite americanas mantuvieron sus
operaciones de eliminación de los militantes más peligrosos. El propio Al Zarqawi había muerto en un
ataque aéreo en 2006.

Finalmente, la violencia ejercida por los chiíes disminuyó también. Ello fue en parte resultado de que
la terrible batalla por Bagdad, en la que chiíes y sunníes se enfrentaron en una sucesión de asesinatos
y represalias, había concluido con la victoria de los primeros, que se hicieron con el control de la ciudad.
Y en parte fue el resultado de la pérdida de poder por las milicias de Muqtada Al Sadr, con lo que sus
militantes más destacados quedaron expuestos a la acción de las fuerzas especiales americanas. En
2007 Al Sadr decretó un alto el fuego unilateral y se exilió a Irán.

El gobierno de Bush no había logrado su sueño de una victoria fácil que habría convertido a Irak en
una democracia estable, pero al menos pudo retirarse sin que sus enemigos se hicieran con el país,
como ocurrió en Vietnam y a la URSS en Afganistán. En 2011, ya con Obama en el poder, se retiraron
las últimas tropas americanas. El Irak que dejaban es un país profundamente dividido en tres
comunidades, muy marcado por el islamismo, en el que continúan produciéndose muchos atentados
y el funcionamiento de las instituciones democráticas es bastante precario, pero que ha superado el
período crítico de la máxima violencia.

72
16. AL QAEDA Y EL DAESH
Los atentados del 11-S del 2001 en los Estados Unidos fueron los más letales en toda la historia de
Estados Unidos y a través de su difusión tuvieron un enorme impacto en la opinión pública. La
respuesta de los Estados Unidos a través del que entonces era su presidente, George W. Bush que
anunció una “guerra contra el terror” de ámbito global conllevo las intervenciones militares en
Afganistán (2001) e Irak (2003). Ambas tuvieron un rápido éxito, pero no condujeron a la estabilización
de ambos países, sino que representaron el inicio de largas y costosas guerras de contrainsurgencia.
Los atentados del 11-S tuvieron muchas réplicas, aunque de menor escala. Todo este conjunto de
conflictos, estrechamente interrelacionados, pero con motivaciones locales diversas, dominaron la
actualidad mundial durante la primera década del siglo XXI. La muerte de Bin Laden en el 2011 pareció
significar el fin de una era, pero entre el 2014 y el 2018 se produjo el fulgurante ascenso y caída de una
nueva organización terrorista, el Dáesh, que llegó a crear un Estado en tierras de Irak y Siria.

La amenaza yihadí ha sido presentada por algunos comentaristas como el producto de un choque de
civilizaciones entre Occidente y el islam. Se trata de una interpretación simplificadora, que, a primera
vista puede parecer convincente, pero resulta que buena parte de las víctimas han sido musulmanes
(las guerras de Afganistán e Irak han sido en parte guerras civiles entre musulmanes). Ya en los años
90 la violencia yihadí se dirigió sobre todo contra Gobiernos musulmanes, como los de Egipto y Argelia,
y en este segundo país causó la muerte de miles de civiles musulmanes. Solo con los atentados del 11-
S cobró fuerza la yihad contra Occidente.

1. Islamismo y yihadismo

El Islam es uno de las grandes religiones de la humanidad y está dividida en dos grandes ramas: la
sunní, que es la más extendida por el mundo; y la chií, mayoritaria en Irán. El islamismo representa
una corriente dentro del Islam contemporáneo que pretende la reimposición de las antiguas
costumbres musulmanas y la subordinación de toda la acción del Estado a la sharía, es decir la
tradición legal del Islam. La organización que más ha impulsado el islamismo sunní ha sido la de los
Hermanos Musulmanes, fundada en Egipto en 1927. El islamismo chií ha cobrado fuerza a partir de la
revolución islámica iraní de 1975. Por ese deseo de reimponer una pureza religiosa supuestamente
perdida, se les denomina fundamentalistas o integristas. La corriente más extrema del islamismo
sunní es el denominado salafismo.

La ideología en que se basan Al Qaeda y otros grupos terroristas semejantes se denomina salafismo
yihadí, porque se basa en la pretensión de promover la causa del islam a través de la yihad, entendida
como guerra santa. El término yihad tiene en árabe una connotación positiva, porque significa esfuerzo
en seguir el mandato de Dios, y no solo esfuerzo bélico por expandir el islam, aunque ese ha sido su
significado más común. Según los tratadistas musulmanes clásicos, la yihad guerrera solo podía ser
declarada por las autoridades legítimas y excluía la muerte deliberada de personas no combatientes,
en especial mujeres y niños. El nuevo yihadismo se aparta de la tradición al atribuir el derecho de
proclamar la yihad a pequeños grupos que se consideran a sí mismos la vanguardia del islam y al
aceptar el uso del terrorismo contra objetivos civiles.

El país donde por primera vez cobró fuerza el salafismo yihadí fue Egipto, donde surgió la
radicalización de un sector de los Hermanos Musulmanes, en el contexto de un régimen autoritario
que los reprimía. El asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat en 1981 representó el inicio de una
sucesión de campañas terroristas que causaron centenares de víctimas entre agentes del Estado,

73
miembros de la minoría cristiana copta y turistas extranjeros, pero no debilitó la dictadura de Hosni
Mubarak, su sucesor.

Fue en Argelia donde mayor gravedad alcanzó la violencia yihadí. Desde la independencia se había
implantado en Argelia un régimen de partido único, el Frente de Liberación Nacional, pero en 1990 se
inició un proceso de democratización que favoreció el ascenso de una formación islamista, el Frente
islámico de Salvación (FIS), que al año siguiente ganó la primera vuelta de las elecciones legislativas.
Un golpe militar impidió, la celebración de la segunda vuelta y cerró la vía legal del ascenso al poder
de los islamistas. A partir de entonces surgieron grupos guerrilleros islamistas y comenzó una guerra
civil, que costó la vida a decenas de miles de personas. La principal organización insurgente, el Grupo
Islámico Armado (GIA), tomó medidas de terror contra la población civil, con matanzas masivas en
pequeñas localidades, en las que se asesinó indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños.

2. Orígenes de Al Qaeda

Fue fundada en 1988 en la ciudad paquistaní de Peshawar, por un grupo de voluntarios de diversos
países árabes que habían participado en la guerra contra los soviéticos. Su participación en la guerra
de Afganistán había generado unos lazos de solidaridad que facilitaron la creación de esta nueva
organización, cuyo propósito era impulsar la yihad en el conjunto del mundo islámico. Su jefe era
Osama Bin Laden, miembro de una rica familia saudí, que jugó un papel relevante en el suministro de
fondos a la guerrilla afgana y había combatido personalmente en Afganistán. En contra de los que a
veces se ha dicho, ni Bin Laden ni los voluntarios recibieron apoyo directo de EE. UU.., aunque sí habían
contado con el beneplácito del gobierno saudí.

Acabada la guerra de Afganistán, Bin Laden regresó a su país natal, donde se convirtió en un crítico
del régimen saudí, en parte porque, en el contexto de la guerra del Golfo, sus gobernantes habían
permitido que se establecieran en su territorio tropas de un país no musulmán, EE. UU. Enfrentado a
la casa Saudí, Bin Laden y sus seguidores se establecieron en Sudán, protegidos inicialmente por el
régimen islamista local, que acabó expulsándolos en 1996, debido a las presiones de los gobiernos de
Egipto, Arabia Saudí y EE. UU.., por terrorismo. Bin Laden se trasladó entonces a Afganistán, en
vísperas del triunfo de los talibanes; estableció buenas relaciones que le permitieron establecer
campos de entrenamiento militar. Dos años después, Al Qaeda realizó sus primeros ataques contra
EE. UU., con atentados suicidas contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, en los
que murieron más de 200 personas, en su gran mayoría africanas.

3. Los atentados del 11-S

El 11 de septiembre de 2001, 19 miembros de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones en EE. UU. Dos
de ellos impactaron contra las Torres Gemelas de Nueva York, otro contra el edificio del Pentágono,
en Washington mientras que, en el cuarto, los pasajeros se enfrentaron a los secuestradores y se
estrelló en campo abierto. Casi 3.000 personas murieron, la gran mayoría, cuando las Torres Gemelas
se hundieron. No se tardó mucho en identificar a los terroristas suicidas, ni en establecer su relación
con Al Qaeda. Los principales miembros del comando eran ciudadanos árabes residentes en Hamburgo,
que habrían contactado con Al Qaeda en Afganistán en 1999 y, una vez preparado el plan de los
atentados, se habían formado como pilotos en EE. UU.

¿Qué objetivo buscaba Al Qaeda? Su estrategia general era clara: pretendía que los EE. UU., se
retiraran del escenario medio-oriental, lo que habría dejado sin apoyo exterior a los regímenes de la
zona, facilitando su derrocamiento y el restablecimiento del califato. La duda es si Bin Laden y los

74
suyos esperaban que los atentados provocaran directamente esa retirada o si, lo que parece más
probable, pretendían provocar una intervención directa de los EE. UU., en el mundo musulmán que les
implicara en una larga guerra, al final de la cual habrían de retirarse, como les había ocurrido a los
soviéticos en Afganistán. Si este era su propósito, el gobierno americano respondió como esperaban,
con sus intervenciones militares en Afganistán e Irak.

4. La guerra contra el terror

Unos días después de los atentados del 11-S, el presidente Bush declaró que la “guerra contra el
terror” comenzaba con Al-Qaeda, pero no que no acabaría hasta que todos los grupos terroristas de
alcance global hubieran sido vencidos. Esto respondía al hecho de que Al Qaeda era sólo un parte de
un amplio movimiento yihadí dispuesto a emplear la violencia contra todos a quienes consideraba
enemigos del islam. A diferencia de los atentados del 11-S, la gran mayoría de los ataques sufridos en
otros lugares no fueron coordinados por Al Qaeda sino obra de grupos locales muy variados y, a
veces, poco estructurados. Tras la pérdida de sus bases en Afganistán y sometidos a un acoso
implacable, los dirigentes de Al Qaeda tuvieron mucho menos capacidad de coordinar acciones, pero
habían logrado un éxito sustancial con la difusión del concepto de una yihad global contra los infieles.

Al utilizar el término guerra Bush aludía a que su propósito era combatir el terrorismo tanto con los
medios que la justicia ofrece como con los que sólo son considerados legítimos en el contexto de un
conflicto armado. La base legal para ello la proporcionó una resolución del Congreso de los Estados
Unidos del 14 de septiembre de 2001, que autorizaba al presidente a utilizar toda la fuerza necesaria
contra aquellas naciones, organizaciones o personas que hubieran planeado, autorizado, cometido
o favorecido los ataques del 11-S o que dieran cobijo a tales organizaciones o personas, con el fin de
prevenir cualquier futuro acto de terrorismo contra los EE. UU. Se trataba de una autorización de
carácter muy abierto que Bush utilizó para justificar intervenciones militares y medidas
contraterroristas que suscitaron mucha polémica, dentro y fuera de EE. UU..

Los enemigos capturados en el curso de la guerra contra el terror no fueron considerados como
prisioneros de guerra que debieran ser tratados conforme a las garantías que les otorga el derecho
internacional, ni tampoco como meros delincuentes que hubieran de ser juzgados conforme a las leyes
de los EE. UU. Se los consideró como una categoría especial de enemigos, a los que no se les otorgó
las garantías legales previstas para los anteriormente citados. Algunos fueron trasladados a un nuevo
centro de detención creado en la base naval de Guantánamo, fuera de la jurisdicción del sistema
judicial estadounidense. Otros prisioneros, algunos de ellos capturados por la CIA en países europeos,
han pasado por centros de detección secretos o entregados directamente a sus países de origen. El
gobierno de EE. UU. aprobó además que estos prisioneros pudieran ser sometidos a duros métodos de
interrogatorio, pero estas técnicas fueron prohibidas en 2005.

Otro aspecto polémico de la estrategia contraterrorista de los EE. UU. han sido los ataques con
aviones no tripulados (drones) contra enemigos previamente identificados en el territorio de países
como Pakistán, cuyos gobiernos no quieren o no pueden actuar contra ellos.

5. El declive de Al Qaeda.

Ningún ataque terrorista de la magnitud que tuvieron los del 11-S ha vuelto a tener lugar en el
mundo, pero la sucesión de atentados graves de inspiración yihadí en muchos países creó en los
primeros años del siglo XXI la impresión de que la paz mundial estaba amenazada por una campaña
terrorista en gran escala. El hecho de que muchos de estos atentados fueran efectuados por grupos

75
locales que tenían conexiones internacionales, pero no apoyo exterior, resultaba inquietante, porque
demostraba que no solo se trataba de una amenaza externa, sino que terroristas podían surgir en el
interior del país afectado. Algunos comentaristas consideraban incluso que el terrorismo yihadí era la
expresión de un conflicto más profundo entre Occidente y el Islam.

Sin embargo, como


puede observarse
en el gráfico
adjunto, el apoyo a
Al Qaeda y el
terrorismo yihadí
es minoritario
entre los
musulmanes de
casi todos los
países. Esta
encuesta revela,
además, otro
aspecto
importante del impacto del terrorismo en la opinión pública: la facilidad con que se difunden teorías
de la conspiración infundadas, es decir, teorías que, sin pruebas, contradicen la versión oficial de un
hecho. Muchos musulmanes creen que los atentados del 11-S no fueron obra de Al Qaeda ni de ningún
otro grupo de árabes, sino agentes del propio Gobierno de los EE. UU. o de Israel.

El primer gran atentado yihadí contra objetivos occidentales después de los del 11-S tuvo lugar en
octubre de 2002 en la isla de Bali, en Indonesia, y consistió en un doble ataque con explosivos en un
área de ocio, mediante un suicida y un coche bomba, que causó 202 muertes, en su mayoría de turistas
occidentales. Los responsables del atentado, tres de los cuales fueron condenados a muerte, eran
miembros de un grupo islamista indonesio, Jemaa Islamiyah, relacionado con Al Qaeda, que aspiraba
a la creación de un califato en el Sudeste Asiático.

Año y medio después, el 11 de marzo de 2004, se produjo el mayor atentado yihadí en Europa, cuando
las bombas colocadas a primera hora de la mañana en cuatro trenes de cercanías que se dirigían a
Madrid causaron la muerte de 191 viajeros. El atentado fue perpetrado por un grupo local,
probablemente relacionado con Al Qaeda e integrado, sobre todo, por inmigrantes marroquíes, varios
de los cuales se suicidaron al ser localizados por la policía. Fue interpretado como una represalia por
el apoyo del gobierno español de José María Aznar a la intervención en Irak y ello contribuyó a la
victoria de la oposición socialista en las elecciones celebradas tres días después. Más tarde, en julio del
2005, un ataque similar tuvo lugar en Londres cuando cuatro terroristas suicidas explotaban sus
bombas en tres vagones de metro y un autobús, matando a 52 personas. Los terroristas eran
musulmanes británicos, tres de ellos de origen paquistaní.

La mayoría de los atentados yihadíes no han ido dirigidos contra objetivos occidentales. La mayoría
de los atentados cometidos en Pakistán, uno de los países del mundo más afectados por el terrorismo,
han sido contra políticos, soldados, policías y funcionarios del gobierno y también contra mezquitas
chiíes e iglesias cristianas. En la India se han producido también atentados protagonizados por grupos
yihadíes de Pakistán, como el ataque que tuvo lugar en Mumbai, en noviembre de 2008, cuando
miembros de Lashkar-e-Taiba realizaron doce atentados coordinados con armas de fuego y explosivos
contra objetivos civiles, con un balance total, tras tres días de acción, de 166 víctimas.

76
El terrorismo yihadí de ambición global ha tenido un impacto menor a partir de mediados de la primera
década del siglo. Se produjo un declive de la popularidad de Al Qaeda en los países musulmanes
cuando en mayo de 2011 un comando de las fuerzas especiales de los EE. UU. asaltó una casa en la
ciudad paquistaní de Abbottabad, que había sido en los últimos años el refugio secreto de Bin Laden,
y le dio muerte, la conmoción del mundo musulmán fue mínima aunque la amenaza no había
desaparecido.

6. Auge y caída del Dáesh

El autodenominado Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS o Dáesh) representa un claro ejemplo de la
llamada amenaza híbrida, es decir, un enemigo que emplea diversas formas de lucha, incluidos el
terrorismo en gran escala, la insurrección abierta y el intento de crear un Estado capaz de controlar
un territorio que recauda impuestos, impone su modelo de sociedad, adoctrina a la población y
recluta combatientes. Surgido a partir del grupo yihadista liderado por el jordano Abu Musab al
Zarqawi, que, en el 2004, se incorporó a Al Qaeda, el Dáesh rompió con esta a comienzos del 2014.
Supo aprovechar la guerra civil de Siria y el descontento de los árabes suníes de Irak con el gobierno
del chií Nouri al Maliki para, en apenas un año, a partir del verano de 2013, apoderarse de un extenso
territorio contiguo en ambos países. En junio de 2014, su líder Abu Bakar al Baghdadi se proclamó
califa, pero, cinco años después, sus últimos reductos territoriales habían caído.

La guerra civil siria.

Siria ha sido la nación en la que las consecuencias de la Primavera Árabe han sido más sangrientas.
Según el Observatorio Sirio de los Derechos Humano, desde marzo de 2011 hasta marzo de 2019, ha
causado entre 370-570 mil muertes, incluidos por lo menos los 100 mil no combatientes. La principal
responsabilidad se debe atribuir a la extrema brutalidad con que el régimen de Bashar al Asad
respondió a las iniciales protestas pacíficas. Inicialmente, las protestas no tuvieron un carácter
confesional, pero la división religiosa jugó luego un papel importante, porque las minorías, tanto los
alauíes como los cristianos, se sintieron amenazadas cuando los islamitas sunies empezaron a cobrar
fuerza en la rebelión.

Las primeras protestas callejeras fueron minoritarias hasta que la atrocidad represiva del régimen las
alimentó. Las manifestaciones eran disueltas a tiros y los detenidos eran torturados, a veces hasta la
muerte. A diferencia de lo ocurrido en Túnez y Egipto, la cúpula militar, estrechamente imbricada
con el régimen, se mantuvo fiel al dictador, aunque hubo deserciones entre los suboficiales y soldados
suníes. Estos desertores formaron, junto a civiles desesperados por la violencia de la represión, los
primeros grupos armados rebeldes. El floreciente mercado negro de armas de Irak y Líbano les permitió
equiparse y la financiación les llegó sobre todo de los países del Golfo. El primer choque armado se
produjo de junio de 2011, sólo tres meses después de las manifestaciones masivas, el país se hallaba
en plena guerra civil. Surgieron centenares de grupos armados, algunos apoyados por Gobiernos de
países vecinos de mayoría suni, como Arabia Saudí, Qatar y Turquía, pero los esfuerzos por coordinar
la rebelión resultaron fallidos y pronto empezaron a destacar los grupos yihadistas. El régimen de
Assad obtuvo el apoyo de Irán y de la milicia chií libanesa en Hezbolá. A pesar de las atrocidades de
Assad la comunidad internacional no intervino para evitarlo y la Rusia de Putin terminó por convertirse
en el gran apoyo internacional de un régimen que había sido su aliado desde tiempos soviéticos.

El nuevo líder de Dáesh, Abu Bakar al Baghdadí, envió a Siria en agosto de 2011 a uno de sus
comandantes, Abu Muhamad al Joulani, de origen sirio, quien entró en contacto con otros grupos
yihadistas, que en enero de 2012 se coaligaron en el Frente Al Nusra. En abril de 2013, Al Baghdadí
anunció que Al Nusra se incorporaba a su organización pasando a denominarse Estado Islámico de Irak
77
y Siria, pero Al Joulani rechazó públicamente la unión y proclamó su lealtad a la dirección central de Al
Qaeda cuyo líder trató de lograr que ambas organizaciones cooperaran actuando una sólo en Irak y la
otra sólo en Siria, solución que Al Baghdadí rechazó. El Dáesh trató de imponerse por la fuerza a Al
Nusra y otros grupos yihadistas y en enero de 2014 les arrebató la ciudad de Raqqa que convirtió en
la capital de su sedicente Estado.

El avance en Irak y la proclamación del califato.

El control del área nordeste de Siria permitió al Dáesh reforzar sus posiciones en este país y en enero
de 2014 se hizo con el control de la provincia suní de Anbar. El descontento de la población suní
frente al gobierno chií de Maliki favoreció al Dáesh, pero lo más sorprendente fue la falta de
resistencia del ejército iraquí, minado por la corrupción. En junio, una ofensiva en la que participaron
unos 5000 hombres dio al Dáesh el control de buena parte del Irak septentrional, incluida la gran
ciudad de Mosul, para cuya conquista bastaron 1.000 combatientes. En la gran mezquita de Mosul, se
presentó el 4 de julio Abu Bakr al Baghdadí como nuevo califa, es decir, como gobernante legítimo de
todos los musulmanes.

En agosto, el Dáesh tomó Sinjar, capital de los yazidíes, una minoría religiosa particularmente odiada
por los yihadistas, provocando una huida masiva de la población. A continuación, el Dáesh atacó la
región autónoma del Kurdistán, pero las milicias kurdas lograron parar la ofensiva con el apoyo de la
aviación estadounidense. En septiembre, el Dáesh se acercó peligrosamente a Bagdad, cuyos barrios
chiíes sufrieron numerosos atentados suicidas, pero el ejército iraquí y las milicias populares chiíes
lograron parar la ofensiva, también con ayuda estadounidense. Resumiendo, el Dáesh había
conseguido hacerse con el noroeste iraquí pero no logró penetrar en tierras kurdas ni chiíes. A finales
de 2014, el Dáesh estaba presente en la mitad del territorio sirio y en un tercio del territorio iraquí.
Este éxito, amplificado por una eficaz propaganda en internet, difundió la imagen de que el califato
había sido restaurado y había un lugar en el planeta en el que se practicaba el verdadero Islam. Ello
generó un importante flujo de voluntarios desde Oriente Medio, África del Norte e incuso Europa para
unirse a las filas del Dáesh.

El nuevo Ejército iraquí carecía de capacidad de combate, estaba minado por la corrupción y
presentaba un claro predominio chií, lo que suponía un grave inconveniente cuando había que
combatir en territorios suníes. La política excluyente del gobierno de Maliki había contribuido a que
el rechazo de Al Qaeda manifestado seis años antes por el movimiento del Despertar suní no tuviera
consecuencias duraderas y dificultó incluso la cooperación con las milicias kurdas. La extrema
brutalidad del Dáesh contribuyó también a la desmoralización de las tropas iraquíes las cuales, en su
huida, abandonaron mucho armamento. En cambio, los combatientes del Dáesh no eran muy
numerosos, se calcula que unos 20.000 o 30.000 en septiembre de 2014, pero tenían gran motivación.
Sin embargo, la actuación de la aviación estadounidense frenó su capacidad ofensiva al impedir la
movilidad de las columnas de vehículos, que habían contribuido a sus éxitos iniciales.

El Dáesh instauró en los territorios que conquistó una Administración en términos generales
eficiente, con especial énfasis en la asistencia social; se financió mediante la exportación clandestina
de petróleo, el cobro de impuestos y la extorsión de la población sometida, e impuso una versión
radical de la sharía, que incluye el imperio del terror sobre aquellos que consideran como sus
enemigos, desde los soldados, policías y funcionarios leales a los regímenes de Damasco y Bagdad hasta
los miembros de confesiones religiosas no sunies o los homosexuales. Una policía religiosa imponía la
plegaria obligatoria y severas normas de vestimenta, fueron prohibidos el alcohol, el tabaco y las
drogas, así como la música no islámica y toda actividad en que se mezclen hombres y mujeres, la justicia
era ejercida por tribunales islámicos y se reintrodujeron penas muy crueles, como la muerte por

78
lapidación o la amputación de miembros. Los no musulmanes eran considerados ciudadanos de
segunda clase, que obtienen protección a cambio de un impuesto especial. Muchos cristianos y chiíes
huyeron de las áreas ocupadas por el Dáesh mientras que los yazidíes fueron particularmente
perseguidos.

En conjunto el Dáesh no ha logrado grandes simpatías por parte de la población árabe. Según una
encuesta de 2015, en la mayoría de los países árabes, tan solo un 2% de la población tenía una opinión
positiva o muy positiva del Dáesh, aunque en Marruecos, Argelia, Egipto y Sudán, era alrededor del
10%. Según una encuesta a los jóvenes árabes del 2016, el 77% estaban preocupados por el ascenso
del Dáesh y el 50% lo consideraban el problema más grave al que se enfrentaba el mundo árabe.

La caída.

El avance territorial del Dáesh se detuvo a finales de 2014 y muy pronto comenzó a perder terreno.
En Irak, el nuevo primer ministro Haider al Abadi que asumió el poder en septiembre de 2014 en una
situación crítica, era chií, pero ha logrado un mayor entendimiento con las minorías. El Ejército iraquí
se reorganizó y constituyó unidades de élite capaces de enfrentarse a las dificultades que suponía el
combate contra el Dáesh en ámbitos urbanos. En julio de 2017 las fuerzas iraquíes recuperaron
Mosul, la principal ciudad ocupada por el Dáesh y su último bastión importante en el país. En octubre
de 2017, las Fuerzas Democráticas Sirias, formadas por combatientes árabes y entrenadas por los EE.
UU. tomaron Raqqa, la capital siria del Dáesh. Finalmente, en marzo de 2019, esas mismas fuerzas
ocuparon el último reducto del Dáesh, Baghuz.

El intento del Dáesh de establecer una base territorial terminó con un completo fracaso pero el Dáesh
sigue siendo una peligrosa organización terrorista, con filiales en diversos países y un modelo que
estimula la realización de atentados incluso por individuos con los que no tienen contacto directo. En
Europa, terroristas vinculados directa o indirectamente con el Dáesh han cometido en los últimos
años ataques en Francia, España, Bélgica, Gran Bretaña, Suecia y Rusia, siendo el más grave el de
París en noviembre de 2015 que se saldó con 130 muertos y 368 heridos.

7. La amenaza yihadista en el mudo de hoy

La mayor parte
de las víctimas
del terrorismo
yihadí no son
occidentales y
Dàesh no es el
único grupo
terrorista
altamente
peligroso en
nuestros días.
Como puede
verse en el
siguiente gráfico,
la mayor parte de las víctimas en lo que va de siglo se ha concentrado en Irak, Afganistán y Nigeria,
mientras que solo en el 2001, debido a los atentados del 11-S, ha habido un número significativo de
víctimas occidentales. También puede observarse que la máxima incidencia mundial del terrorismo
se dio en el año 2014, momento de pleno auge del Daesh.
79
17. EL CIBERESPACIO
El término ciberespacio comenzó a utilizarse en relatos de ciencia-ficción de los años 80, para referirse
a una nueva dimensión virtual de la realidad. Su origen está en el término cibernética, que el
matemático estadounidense Norbert Wiener, había introducido a mediados del siglo XX para
denominar a la una nueva ciencia del control y la comunicación, aplicable a todo tipo de sistemas
físicos, biológicos, cognitivos o sociales. Se popularizó en los años 90, en los que ciberespacio se
convirtió en un término aplicable a todo el conjunto de novedades que estaban apareciendo en las
comunicaciones electrónicas, especialmente las relacionadas con Internet. A partir de entonces, han
proliferado los términos que utilizan el prefijo ciber, tales como ciberactivismo, ciberataque,
cibercultura o ciberguerra.

1. Orígenes y desarrollo de Internet

Internet es una red de redes, un sistema global de interconexiones entre redes de ordenadores que
utilizan un protocolo común (Internet Protocolo o IP), lo que hace posible el intercambio de
información entre miles de millones de usuarios de todo el mundo. Sus antecedentes hay que
buscarlos, por un lado, en el desarrollo de las telecomunicaciones, es decir de los sistemas de
transmisión a distancia de la información mediante señales eléctricas, cuya historia se inició en 1844
cuando se puso en funcionamiento la primera línea de teléfono. Los primeros ordenadores electrónicos
aparecieron en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, para descifrar los mensajes encriptados
alemanas. Se trataba de máquinas de grandes dimensiones, cuya capacidad era muchísimo más
pequeña que la de los actuales ordenadores personales basados en microprocesadores, que
empezaron a difundirse masivamente en los años 80. Se denomina informática a la ciencia que analiza
los métodos de almacenamiento, procesamiento y transmisión de la información en formato digital.

Las primeras redes de ordenadores surgieron en los años 60 y de ellas destaca Arpaned, primer
sistema de interconexión entre universidades de EE. UU establecido en 1969., que puede considerarse
el antecedente directo de Internet. En 1982 la estandarización del IP sentó la base de una red global,
que en la década de los 80 se expandió primero por Europa y Australia y luego por Asia, a la vez que
aparecían las primeras empresas que proporcionaban acceso a Internet. En 1990, unos científicos
diseñaron la World Wide Web (WWW) un sistema de distribución de información basada en el
hipertexto, es decir en referencias entrecruzadas que enlazan textos y los hacen accesibles mediante
Internet.

El uso de Internet se ha visto muy facilitado por el desarrollo de los buscadores, programas
informáticos diseñados para la localización de información en la red. Desde comienzos del siglo XXI
está a la cabeza de ellos, Google, fundado por dos estudiantes de Stanford, Larry Page y Sergey Brin,
que la convirtieron en sociedad anónima en 1998. Su objetivo declarado es organizar la información
del mundo y hacerla universalmente accesible y útil”. En 2006 se trasladaron a Mountain View,
California, y actualmente tienen unos ingresos por publicidad ingentes.

En enero de 2019, de las cinco mayores empresas del mundo por valor bursátil, cuatro de ellas eran
estadounidenses y una china, estaban relacionadas con la informática: Amazon, Microsoft, Apple,
Alibaba y Facebook:

• Amazon fue fundada en 1994 como una empresa de venta de libros por Internet y es hoy un
gigante del comercio electrónico y juega un gran papel en el desarrollo de la inteligencia
principal.

80
• Microsoft, fundada en 1975 por Bill Gates y Paul Allen, se convirtió en los años ochenta en la
proveedora principal de sistemas operativos, primero con el MS-DOS sustituido por Microsoft
Windows.
• Apple, fundada en 1976 y liderada por Steve Jobs hasta su fallecimiento en el 2011, es una
empresa líder en productos electrónicos de consumo.
• Alibaba, fundada en 1999 por Jack Ma y otros jóvenes chinos, se centra en el comercio
electrónico y es la única empresa no estadounidense que se ha situado entre los grandes de
Internet.
• Facebook, fundada en el 2004 por Mark Zuckerberg y otros estadounidenses en Harvard, es la
mayor red social de Internet.

La elevadísima concentración de empresas de alta tecnología y en especial informáticas en un área


situada en California, le ha valido a esta el apelativo de Silicon Valley (dado que el silicio es el material
con el que se fabrican los circuitos electrónicos). Constituye el principal centro de innovación en alta
tecnología de todo el mundo, y en el 2012, recibió el 46% del capital riesgo de los Estados Unidos, por
lo que, junto con las grandes empresas, se concentran allí miles de nuevas empresas prometedoras,
en ingles startup companies.

Internet no tiene una organización jerárquica ni una autoridad central, sino que está integrado por
redes que voluntariamente se interconectan. Tan solo existe una autoridad encargada de otorgar los
identificadores que permiten la interconexión denominada ICANN que tiene su sede en California. Esa
estructura descentralizada, que permite el desarrollo autónomo de las redes que lo integran, ha
facilitado su rapidísimo crecimiento y es importante destacar que ese crecimiento no se ha producido
solo en los países desarrollados, sino que en los países en desarrollo ocurre lo mismo. La hegemonía
del inglés se manifiesta en que el 54% de los contenidos de Internet están en ese idioma.

2. Internet y la sociedad actual

La importancia que ha adquirido Internet es enorme. Es en primer lugar, un instrumento de


intercambio de información cuya importancia histórica probablemente sea mayor que la aparición de
la imprenta y solo comparable a la aparición de la escritura, pues proporciona un acceso fácil, barato
y universal a contenidos informativos de todo tipo. La dificultad de seleccionar los contenidos fiables
de Internet es, sin embargo, proporcional a la riqueza informativa que ofrece, porque se ha convertido
también en el principal transmisor de noticias falsas, creencias absurdas y mensajes de odio. Algunos
gobiernos aplican una severa censura al acceso de sus ciudadanos a los contenidos de Internet, como
ocurre en China, Corea del Nortel Irán o Arabia Suadí, pero la convicción general es que el carácter
descentralizado y no jerárquico de Internet y la posibilidad que abre a todo usuario para añadir
contenidos, constituye la garantía de un libre flujo de información que ha incrementado de manera
sustancial la capacidad de cada individuo para informarse y formarse. Internet dificulta que la
información sea monopolizada por minorías y abre inmensas posibilidades formativas a todos los
niveles.

Una entidad particularmente significativa de la capacidad de Internet para difundir conocimiento


mediante un sistema de cooperación no jerarquizada es Wikipedia. Fundada en 2001 por los
estadounidenses Jimmy Wales y Larry Singer, esta enciclopedia en red es propiedad de Wikimedia
Foundation, una organización sin ánimo de lucro con sede en San Francisco. Se trata de una obra
inmensa y en permanente renovación, en cuya redacción pueden participar todos los voluntarios que
se atengan a unas normas mínimas de calidad intelectual. En 2019 cuenta con ediciones en 294
lenguas, con alrededor de 40 millones de artículos y en el 2014 alcanzó unos 500 millones de usuarios.

81
Hoy es el quinto sitio más visitado de internet, según Alexa. Ello le permitiría fabulosos ingresos por
publicidad, pero Wikipedia ha preferido atenerse a su espíritu original, por lo que sus redactores no
reciben remuneración y los gastos de administración se cubren mediante donaciones. La edición en
inglés contiene 6 millones de artículos, más de 2 millones en alemán y francés y 1 millón en ruso,
italiano, español, japonés, chino y portugués.

Las ventajas y los defectos de Wikipedia son representativos de la cultura de Internet en su conjunto:
ofrece información abundante, actualizada y gratuita, pero no da una plena garantía de rigor
intelectual. Las enciclopedias convencionales son redactadas por expertos, y no se publica nada hasta
que se ha adquirido su forma definitiva. En Wikipedia no hay ninguna garantía de que los autores sean
expertos en el tema del que escriben. La filosofía de Wikipedia es que en los temas controvertidos
deben mostrarse distintos puntos de vista y los administradores disponen de herramientas para evitar
la deshonestidad intelectual de los redactores, eliminando material inapropiado e incluso bloqueando
el acceso a la redacción a quienes violan sus normas. A pesar de ello, el usuario no tiene nunca la
certidumbre acerca de la calidad de lo que lee. Se producen incluso ataques vandálicos en los que se
introduce en Wikipedia información falsa, que no siempre es eliminada con la prontitud deseable. Por
otra parte, no existe ninguna otra fuente de información que puede competir con Wikipedia en el
número de temas sobre los que ofrece información, pero debe recordarse que en sus artículos no se
publica por norma investigación original y que la solidez de sus afirmaciones depende de las referencias
que cita. La práctica habitual en las universidades es que un ensayo académico no puede utilizar a
Wikipedia como fuente, aunque sí como instrumento para una primera aproximación al tema.

Todas las revistas científicas importantes tienen edición electrónica. Lo mismo ocurre con los grandes
periódicos. Respecto a los libros, las nuevas tecnologías han dado lugar a su aparición en un nuevo
formato, el libro electrónico, que comenzó a popularizarse a comienzos del siglo XXI. El comercio
electrónico ha facilitado enormemente la accesibilidad del libro de papel, de forma que en la
actualidad casi cualquier libro, incluso de ediciones agotadas hace años, puede ser adquirido a través
de Internet. Un ejemplo es la canadiense AbeBooks (adqurida por Amazon en 2008) que ofrece un
amplio catálogo de millones de libros de segunda mano, muchos antiguos o raros.

La organización del trabajo ha comenzado a transformarse también por efecto de las tecnologías de
la información y de la comunicación, que han hecho posible el trabajo fuera de la oficina, en el propio
hogar o en cualquier otro lugar conectado al ciberespacio, y la cooperación entre personas situadas a
distancia.

Internet ha tenido también un considerable impacto en las relaciones sociales debido a la aparición
de diversas redes, las más importantes de las cuales es Facebook que permite mantener contactos a
distancia. Sus críticos señalan, sin embargo, el peligro de que, si bien proporciona relaciones
superficiales a través de la red, contribuye al aislamiento del individuo, al reducir sus usuarios sus
contactos personales directos. También se señala el peligro que para la privacidad implica la difusión
de contenidos personales, especialmente en el caso de los niños, pues se estima que, en contra de las
normas establecidas por Facebook, varios millones de sus miembros tienen menos de 11 años.
Además, Facebook y otras redes sociales se han convertido en un inquietante instrumento para la
transmisión de mensajes de odio. Ello ocurre también en el caso de otra gran empresa que funciona
como red social y como medio para la difusión de información, Twitter, fundada en el 2006.

Internet es también un gran espacio de diversión. Los videojuegos en red se han hecho muy populares.
Más inquietantes son otras dos grandes aficiones de Internet: los juegos de azar con apuestas y la
pornografía. Esta última se ha convertido en uno de los grandes negocios de Internet, que al garantizar
a sus usuarios el anonimato y privacidad de su disfrute ha promovido mucho su consumo. Esto

82
preocupa en relación con los menores de edad, para los que la extrema difusión en la red representa
una vía de acceso poco recomendable a la sexualidad. Por otra parte, la difusión de pornografía infantil
constituye un delito severamente castigado.

3. Los problemas de la ciberseguridad

Internet representa una aportación decisiva a la formación personal, al avance científico, al desarrollo
económico, a la libertad y a la democracia. Sin embargo, puede tener también consecuencias negativas
para sus usuarios, hasta el punto de generar adicciones que interfieren en la vida normal. Por otro lado,
están las actividades al margen de la ley que encuentran un terreno favorable en esta nueva
dimensión de la vida humana. Se trata del ciberdelito, el ciberespionaje y la ciberguerra, términos que
se van incorporando al lenguaje para referirse a nuevas realidades cuyo grado de peligrosidad no es
fácil de evaluar. Para entender estos problemas, hay que partir de algunos rasgos básicos de la
filosofía implícita con la que nació internet orientada hacia la innovación tecnológica y la construcción
de un mundo mejor que valora la cooperación, la descentralización y que tiende a la transgresión de
los límites impuestos. Su manifestación más radical es la subcultura hacker; es alguien que trata de
explotar las debilidades de una red informática para penetrarla sin autorización, por motivos que
pueden ir desde el puro deseo de desafiar un reto hasta el activismo social y político o el beneficio
económico ilegal. El término hacker es controvertido, porque algunos expertos informáticos que
actúan dentro de la legalidad se autodenominan hackers y proponen que a quienes violan la legalidad
para acceder a ordenadores ajenos se les denomina crackers. El paso de un campo a otro no es por
otro parte raro y muchos antiguos hackers, en el sentido de crackers, se han convertido en expertos
en ciberseguridad, al servicio de empresas y gobiernos.

Por otra parte, algo de la subcultura hacker se ha contagiado al usuario medio de internet, de tal
manera que gentes que nunca robarían en un supermercado, se jactan abiertamente de hacerse con
películas, canciones y libros por medios ilegales. La escasa posibilidad de ser descubierto contribuye a
esa actitud, que quizá se deba también a la suposición de que los objetos del ciberespacio no son reales
y no tienen por tanto propietario, esta actitud representa una amenaza grave y algunos gobiernos
están dispuesto a combatirla con enérgicas medidas legales.

La actividad hacker con fines sociales y políticos constituye una variedad ilegal del ciberactivismo, es
decir el uso del ciberespacio para promover determinadas causas o combatir otros ya que, los límites
entre el activismo y el ilegal no son nítidos y no son idénticos en los distintos países. Hay activistas que
realizan ciberataques contra instituciones públicas o privadas, por medio de programas maliciosos,
como los virus. Un grupo difuso de ciberactivistas famoso desde 2004 por la realización de diversos
ataques cuyo signo de identidad es una máscara, es Anonymous, es un ejemplo característico de los
grupos informales cuya aparición facilita Internet. Los delincuentes informáticos que persiguen un
beneficio económico son numerosos, pero es difícil precisar su impacto real, porque en muchos casos
las empresas afectadas prefieren no dar publicidad a las pérdidas que sufren, para no generar
desconfianza entre sus clientes.

El espionaje, tanto industrial como político, ha encontrado en Internet un campo privilegiado. La


penetración en las redes informáticas de las empresas o de las universidades relacionadas con la
investigación aplicada proporciona información muy valiosa en términos económicos y es una actividad
a la que no solo se dedican hackers individuales, sino que hay indicios de que también están implicadas
empresas y gobiernos. Existen fuertes sospechas de que el gobierno chino promueve redes de hackers
especializadas en el espionaje no solo político, sino también industrial.

83
El ciberespionaje político es una actividad a la que se dedican también gobiernos democráticos; en
2013 salió a la luz, cuando Edward Snowden (empleado de la NSA), huyó de su país y reveló
operaciones de espionaje de alto secreto por parte de los gobiernos estadounidense y británico, en
ocasiones dirigidas contra gobiernos aliados. La fuerte presión ejercida por el gobierno de Obama para
evitar que algún país concediera asilo político a Snowden, revela la importancia que Washington de al
caso. Por otra parte, las revelaciones de Snowden han generado fuertes críticas hacia la vulneración de
la privacidad que implican los programas de espionaje ahora conocidos.

La ciberguerra no representa, de momento, más que una amenaza potencial, pero ya ha habido casos
de gobiernos que han lanzado ciberataques contra otros estados. Un caso conocido ocurrió en 2007,
cuando de Rusia partieron un conjunto de ciberataques que paralizaron las redes de las principales
instituciones estonias, hasta que la presión internacional indujo al gobierno ruso a ponerles fin. Otro
caso importante se dio en 2010, cuando se supo que un virus denominado Stuxnet había afectado
gravemente el funcionamiento de las centrifugadoras que enriquecen uranio en Irán, a través de los
sistemas informáticos de control fabricados por una empresa alemana.

84
18. MEDIO AMBIENTE Y CALENTAMIENTO GLOBAL
El crecimiento de la población y el desarrollo económico han tenido en los dos últimos siglos, un gran
impacto en el medio ambiente. En ese sentido el medio ambiente se identifica con la naturaleza, es
decir las formaciones geológicas, la atmósfera, las aguas y los seres vivos, que constituyen tanto una
fuente de recursos económicos como de placer estático e intelectual. La ciencia que estudia la
interrelación entre los organismos y su entorno se denomina ecología. El movimiento en defensa del
medio ambiente natural se denomina ecologismo o ambientalismo y se ha identificado con el color
verde, el color de la vegetación.

1. El movimiento ambientalista (o ecologista)

En palabras de estadounidense Stewart Brand, “El movimiento ambientalista es un cuerpo de ciencia,


tecnología y emoción empeñado en orientar el discurso público, la política pública y el comportamiento
privado hacia la conservación de los sistemas naturales”. Cientos de miles de organizaciones
ambientalistas de todo el mundo luchan por la calidad de las aguas de los ríos, lagos y bahías, la limpieza
del aire, la conservación de los bosques, preservación de las especies amenazadas, creación de parques
naturales, agricultura sostenible…

A lo largo de la historia algunas culturas han desarrollado sistemas de explotación de los recursos
naturales que dañaron gravemente a su medio ambiente, mientras que otras han creado modelos
sostenibles. Un ejemplo de lo primero es la isla de Pascua, cuya población, llegada hacia el 900 d.C.,
provocó en unos siglos su completa deforestación, con penosas consecuencias para su nivel de vida. El
mantenimiento de los bosques japoneses, a pesar de la elevada densidad de población del país,
representa en cambio, un buen ejemplo del contrario.

Así es que el interés por la conservación de la naturaleza tiene antecedentes antiguos. El primer
estudio sistemático del impacto destructivo de la acción humana sobre el entorno natural se escribió
en 1864 (“El hombre y la naturaleza” de George P. Marsh), y en 1872 se creó el primer parque nacional
del mundo, el de Yellowstone.

La fecha clave para el nacimiento de un movimiento ambientalista de masas fue cuando se celebró
en 1970 el Día de la Tierra, en el que más de 20 millones de estadounidenses se manifestaron. Dos
años después, en 1972, se celebró en Estocolmo, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio
Humano, que adoptó una declaración sobre desarrollo y medio ambiente que marcó la agenda
fundamental para la preservación del entorno natural. La siguiente fecha importante es 1992, cuando
tuvo lugar la Conferencia de Río de Janeiro, los temas ambientales ganaron protagonismo en el
discurso público y en la legislación. La Cumbre de Río, también conocida como Cumbre de la Tierra,
destacó por el reconocimiento de un nuevo problema ambiental: la incidencia del consumo de
combustible fósiles sobre el calentamiento global.

Las palabras usadas por Brand en su definición del movimiento ambientalista (ciencia y tecnología,
por un lado, y emoción, por el otro) indican el doble componente del mismo: la emoción es la que
moviliza a los defensores de la naturaleza, mientras que la ciencia y la tecnología son las que pueden
aportar soluciones para ello. Brand defiende que hay que abandonar el recelo ambientalista hacia la
ciencia y la tecnología pero para muchos ambientalistas, toda interferencia de la tecnología de la
naturaleza es perjudicial y ello ha llevado en ocasiones a posicionarse en contra de los avances
científico-técnicos, como es el caso de los cultivos transgénicos, variedades logradas mediante la
modificación genética de especies existentes. A pesar de que no hay evidencia científica alguna de que

85
sean perjudiciales, a pesar de que son una aportación importante a la mejora de los rendimientos
agrícolas y por tanto de la lucha contra la desnutrición y a pesar de que los agricultores llevan milenios
modificando la composición genética de las especies cultivadas por el simple procedimiento de
seleccionar las mejores semillas, han encontrado el rechazo radical de buena parte del movimiento
ambientalista, que ha logrado incluso que se paralice su cultivo en algunos países.

En contraste con este ambientalismo receloso ante la tecnología, ha surgido otra corriente que ve en
el recurso a la misma un instrumento indispensable para la defensa del medio ambiente. El propio
Stewart Brand en su libro “Disciplina de toda la tierra” (2009) ha abogado por soluciones poco
tradicionales, como la concentración de la población en las ciudades como medio de preservar los
espacios naturales; el recurso a la energía nuclear, como medio de reducir el consumo de combustibles
fósiles y frenar así el calentamiento global; y el empleo de los cultivos transgénicos, como medio de
obtener más alimentos en menos superficie.

2. La hipótesis de la transición ambiental

La declaración adoptada en la conferencia de Estocolmo de 1972 incluía entre sus principios el de que
para mejorar el medio ambiente era necesario el desarrollo económico. Sin embargo, hay muchos
ejemplos de como puede dañarlos (contaminación del aire y el agua). En los años 90 varios
economistas estudiaron empíricamente el impacto medioambiental del desarrollo económico y
concluyeron que la evolución temporal de ese impacto describía una curva en forma de U invertida,
es decir que el impacto ambiental aumenta en las primeras fases del desarrollo, pero a partir de cierto
nivel comienza a reducirse. Es una hipótesis, según la cual el desarrollo tecnológico de los dos últimos
siglos ha favorecido, en una primera fase, el crecimiento de la población y de la riqueza a expensas
del medio ambiente, pero que luego la tendencia se invierte, porque los ciudadanos que han
alcanzado un nivel satisfactorio de prosperidad lo valoran más y ello favorece la expansión de
tecnologías que tienden a preservarlo. Para comprender esta hipótesis:

• Primero, hay que compararla con la transición demográfica. Tras un fuerte crecimiento en una
primera fase por la caída de la mortalidad, cesa en una segunda fase por la caída de la natalidad.
• Y en segundo, hay que tener en cuenta que la innovación tecnológica puede conducir a
mejoras en las eficiencias, que permitan incrementar la producción sin que ello se traduzca en
un deterioro ambiental.

Podemos encontrar ejemplos en lo ocurrido con superficie cultivada, calidad del aire, consumo del
agua.

• Escasez de superficie cultivable: Las necesidades alimenticias de una población humana en


expansión tenderían a agotar la disponibilidad de suelo, de hecho, la expansión de tierra
cultivable representa la mayor amenaza sobre los espacios naturales y la biodiversidad. Sin
embargo, el avance tecnológico se traduce en un aumento de la producción por unidad de
terreno, lo que limita la necesidad de extender la superficie cultivada. En el caso de Estados
Unidos, ha mantenido sustancialmente estable su superficie desde comienzos del siglo XX hasta
comienzos del XXI, a pesar de que la población se ha triplicado y el PIB multiplicado por 19.

• El tipo de contaminación del aire más peligroso para la salud ha sido tradicionalmente el que
se producía dentro de las casas, debido a la utilización de combustibles muy contaminantes
como la leña y el carbón, y se ha reducido sustancialmente a medida que se optaba por otros
más limpios (petróleo, gas y electricidad) un cambio que en Estados Unidos se produjo en 1950.

86
Respecto a las sustancias contaminantes, su reducción se ha producido en los Estados Unidos
de acuerdo con una secuencia que culminó a partir de la legislación anticontaminante de 1970.
El total de partículas en suspensión se redujo en los años 50, el dióxido de sulfuro y el monóxido
de carbono en los 60, el plomo y los óxidos de nitrógeno en los 70. Así es que el problema de
la contaminación atmosférica, grave hace medio siglo, ha desaparecido en los países
desarrollados. Los países en desarrollo y en especial sus grandes ciudades siguen teniendo hoy
graves problemas en este campo.

• El agua constituye un recurso esencial y el desarrollo económico provoca un incremento en


su consumo, tanto agrícola como industrial y doméstico. Estados Unidos demuestra que
también se confirma la hipótesis de la transición ambiental. Entre 1950 y 1980, la población
creció un 53% y el consumo de agua un 144%, pero de 1980 a 2000 la población creció un 24%
y el consumo de agua un 7%, un uso más eficiente redujo el consumo de agua por habitante.

3. El problema del calentamiento global

El clima, pauta habitual de sucesión en las condiciones meteorológicas, representa un componente


esencial del medio ambiente. Su lenta modificación a lo largo de siglos y milenios ha tenido importantes
consecuencias para la historia humana. La era cuaternaria ha sido un período de grandes fríos, marcado
por la sucesión de glaciaciones, en las que los hielos llegaron a cubrir grandes extensiones, pero a partir
de entonces se produjo un aumento de las temperaturas, que hace 10.000 años eran ya similares a las
de hoy. En tiempos históricos las oscilaciones han sido de menor entidad, pero han existido, como un
periodo medieval más cálido (950 – 1250 d.C.), seguido por un periodo más frío (pequeña Edad del
Hielo, 1250-1850).

En el siglo XX hubo un incremento de las temperaturas que se prolongó hasta 1940, se interrumpió
durante 4 décadas y se reanudó con más intensidad a partir de 1980. Las temperaturas actuales son
las más altas de los últimos dos mil años y la preocupación ha surgido porqué, así como los cambios
climáticos anteriores, debieron ser por causas naturales, existe una sólida evidencia científica de que
el calentamiento actual responde en parte a la acción humana, en concreto a la emisión de gases de
efecto invernadero, en especial CO2.

La primera acción concertada de la comunidad internacional para frenar el impacto negativo de la


acción humana en la atmósfera fue para impedir que continuara la destrucción de la capa de ozono
estratosférica, atribuida al impacto de ciertos gases de uso industrial, especialmente los CFC. Dado
que la capa de ozono filtra las radiaciones solares UVB, su desaparición podía tener consecuencias
dañinas para la salud humana. La producción de estos gases se concentraba en unos pocos países y no
era difícil encontrarles sustitutos, así es que el acuerdo internacional fue posible.

La convicción de que la Tierra estaba experimentando una rápida elevación de las temperaturas, que
estas habían alcanzado el nivel más elevado de los últimos dos mil años y que la causa fundamental de
ello era la acción humana se abrió paso a finales de los 80. Ello condujo a que en la Cumbre de Río se
adoptara un Convenio Marco sobre el Cambio Climático, con el propósito de estabilizar las
concentraciones de gases de efecto invernadero.

La concentración en la atmósfera de CO2, el principal gas de efecto invernadero, es hoy mayor que
en cualquier otro momento de la era cuaternaria y existe un consenso científico abrumador de que
se debe al empleo de combustibles fósiles, es decir carbón e hidrocarburos. El efecto invernadero se
produce porque el CO2 y otros gases actúan como los cristales y los plásticos de los invernaderos, es
decir, retienen parte de la radiación térmica que la superficie de la tierra emite. En 1997 se celebró la
87
Conferencia de Kioto, en la que se adoptaron compromisos específicos para reducir la emisión de
CO2, aunque el acuerdo se basó en que solo los países desarrollados, se verían obligados a reducir sus
emisiones. La casi totalidad de los Estado miembros de Naciones Unidas han ratificado este protocolo,
siendo las principales excepciones EE.UU, que lo firmó, pero no lo ha ratificado y Canadá, que retiró su
ratificación en 2011. Por otra parte, hay países que se han retrasado en el cumplimiento de los
objetivos.

El impacto del calentamiento global será diferente en las distintas regiones del mundo, pero sus
consecuencias generales serán el ascenso del nivel del mar, cambios en las pautas de las
precipitaciones, un probable avance de los desiertos subtropicales y una mayor frecuencia de
fenómenos como las olas de calor, las sequías y las lluvias torrenciales. Las temperaturas están
aumentando, particularmente en el Océano Ártico, donde la extensión de los hielos se ha reducido a
la mitad respectos a finales del siglo XX, lo que puede tener grandes consecuencias para el clima global.
Las cambiantes condiciones climáticas provocarán trastornos en la producción agrícola y ciertas áreas
costeras se verán afectadas por el aumento del nivel del mar.

Las respuestas a este desafío incluyen la reducción de las emisiones de gases de invernadero
mediante una tecnología que aumente la eficiencia energética y la sustitución parcial de los
combustibles fósiles por las energías renovables y por la nuclear. Otra posibilidad que se empieza
debatir, aunque puramente hipotética, por el momento, es el recurso a la geoingeniería, es decir la
intervención masiva en la dinámica del clima terrestre, mediante tecnologías que permitan retirar CO2
de la atmósfera, para lo cual se han propuesto diversos métodos, incluida una masiva reforestación o
incluso una reducción de la llegada de las radiaciones solares.

88
19. ECONOMÍA Y POLÍTICA EN LAS REPÚBLICAS EX SOVIÉTICAS
La desaparición de la Unión Soviética dio lugar a la independencia de las quince repúblicas que la
constituían: tres eslavas (Ucrania, Rusia y Bielorrusia), tres balticas (Lituania, Letonia y Estonia, que se
incorporaron a la UE en el 2004), una de lengua rumana (Moldavia), tres del Cáucaso (Armenia y
Georgia, de tradición cristiana y Azerbaiyán, musulmana) y cinco de Asia central. Sólo las tres
repúblicas bálticas tienen un nivel de desarrollo humano muy alto, seis más, incluida Rusia, tienen
un nivel alto y otras cinco, en su mayoría de Asia central, lo tienen medio.

1. Tendencias demográficas.

La más poblada de las antiguas repúblicas soviéticas, es con diferencia, Rusia, mientras que Ucrania
tiene una población similar a la de España. El rasgo demográfico más característico de Rusia y las
repúblicas eslavas ha sido el estancamiento: la población apenas ha crecido en las últimas décadas
debido a la caída de la tasa de fecundidad que se produjo tempranamente: a comienzo de los años
setenta la tasa era de tres hijos por mujer en España y sólo dos en Rusia. Actualmente tanto España
como Rusia se sitúan
en una tasa muy baja
que no asegura el
relevo generacional
mientras que en las
repúblicas
musulmanas se
mantiene la tasa del
2,1 que asegura dicho
remplazo.

La evolución de la
esperanza de vida es
más llamativa:
mientras que, en las
último cuatro
décadas, ha
aumentado en España
en casi diez años, en Rusia, se ha mantenido estancada y en Ucrania ha disminuido levemente lo que
demuestra que no se ha producido una mejora sustancial de la calidad básica de la vida. El progreso
ha sido mayor en las repúblicas musulmanas que se han situado en unos setenta años de esperanza de
vida.

2. El desarrollo económico.

En el siguiente cuadro se ofrecen dos estimaciones distintas del volumen de la producción de bienes y
servicios: por un lado, el producto interior bruto expresado en su valor nominal (según la tasa de
cambio de su moneda local y el dólar) y, por otro, el Ingreso Nacional Bruto expresado según la paridad
del poder adquisitivo. Este segundo cálculo es más expresivo del nivel de vida real, y en esos términos
el INB ruso es más del doble que el español. El ingreso por habitante es, sin embargo, muy superior
en España mientras que el de Rusia triplica al de Ucrania. La actual pujanza económica de Rusia se
basa en su gran producción de hidrocarburos de los que carece Ucrania.

89
El crecimiento
económico que se ha
producido desde
1970 hasta 2008 ha
sido modesto tanto
en Rusia como en
Ucrania y similar al
de España en las
otras repúblicas,
aunque ello encubre
etapas muy distintas,
incluidas las
dificultades de los
años noventa y la
recuperación de
principios del siglo
XXI. La Gran
Recesión ha tenido
un impacto limitado
en el tiempo, pero la bajada del precio de la energía desde 2014, y sobre todo, las sanciones
económicas sobre Rusia han incidido en el crecimiento.

3. El desarrollo humano.

Cinco repúblicas exsoviéticas del siguiente cuadro se sitúan en un nivel de desarrollo alto, mientras
que Uzbekistán si sitúa en nivel medio contrastando con España que se sitúa en un nivel muy alto. Es
llamativo el escaso progreso experimentado por Rusia y Ucrania tras la desaparición del comunismo,
que contrasta con el importante avance experimentado por España en las últimas dos décadas.

El nivel de
desigualdad en los
ingresos de estos
países, medido por
el coeficiente de
Gini, es similar al
español. Rusia es la
más próspera de
las repúblicas y la
menos igualitaria.
Dado que la
desigualdad afecta
negativamente al
bienestar humano
en los campos de la
salud, la educación
y los ingresos que
conforman el índice de desarrollo humano es conveniente atender al índice de desarrollo humano
ajustado por la desigualdad, que refleja ese impacto negativo.

90
El índice de corrupción percibida, basado en encuestas, que elabora la organización Transparencia
Internacional, cuyo valor es más alto cuanto menor es la corrupción, muestra que muchos de estos
países son considerablemente más corruptos que España. Uzbekistán es uno de los países más
corrupto del mundo. En cuanto a la tasa de homicidios, que es un buen indicador de la inseguridad
ciudadana y de la violencia de las relaciones interpersonales, es también elevada, sobre todo en las
repúblicas eslavas siendo la tasa rusa casi tres veces mayor que la española.

4. La persistencia del autoritarismo.

La herencia autoritaria de los períodos zarista y soviético no han favorecido la consolidación de las
instituciones democráticas en las repúblicas exsoviéticas, a diferencia de lo ocurrido en los Estados de
la Europa central y oriental, en los que la caída de los regímenes comunistas subordinados a Moscú dio
paso a una rápida transición democrática. Diez de ellas, incluida Rusia, pueden considerarse Estados
no libres en el 2019,
según los criterios de
la Freedom House,
mientras que Ucrania
y Moldavia entran en
la categoría de
estados parcialmente
libres y sólo las tres
repúblicas bálticas,
incorporadas a la
Unión Europea, son
estados plenamente
libres.

Rusia, heredera de la
Unión Soviética, que
en su día fue una de las dos superpotencias militares del planeta, ha reducido sus gastos militares tras
la disolución de aquella, pero sigue dedicando a la defensa un porcentaje de su PIB cuatro veces
mayor que el caso de España.

91
20. CAÍDA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA Y LA RUSIA DE YELTSIN
Rusia es el país más extenso del mundo, el tercero por su gasto en defensa (tras Estados Unidos y
China), el sexto en Producto Interior Bruto (calculado según la paridad del poder adquisitivo) y el
séptimo por número de habitantes. Sin embargo, el informe de desarrollo humano del 2018 lo colocaba
en el puesto 49, en el puesto de los países de desarrollo alto, mientras que su sistema político la
convierte en el segundo país menos libre de Europa (solo por detrás de Bielorrusia). Se trata por tanto
de uno de los gigantes del mundo actual, pero un gigante autoritario cuya población no goza del
bienestar social ni de la libertad que se dan en los países avanzados. Tales características son el
resultado de una larga historia.

1. Auge y caída de la Unión Soviética.

En 1917 el Imperio ruso era una de las grandes potencias europeas y también el Estado más
autoritario del continente. El Imperio de los zares surgió de la expansión del pequeño principado
medieval de Moscú y entre los siglos XVI y XIX se extendió hacia el Oeste hasta las regiones del Báltico,
Bielorrusia y Ucrania, hacia el Sur por las estepas del Don y el Volga y las montañas del Cáucaso y hacia
el Este por Asia Central y Siberia. Esto produjo un imperio euroasiático y multiétnico, en el que los rusos
son la mayoría de la población, pero la extensa periferia estaba habitada por una gran variedad de
pueblos muy diversos en la que se fueron estableciendo sistemas más o menos liberales, la autocracia
de los zares se opuso a toda liberación.

Aquel Estado autoritario resultó, el más frágil de Europa en la Primera Guerra Mundial. En 1917 el
descontento popular se tradujo en un estallido revolucionario, que condujo a la toma del poder de los
bolcheviques del partido socialista ruso, que en 1918 adoptó el nombre de Partido Comunista.
Basándose en las ideas formuladas en el S. XIX por Karl Marx, los comunistas rusos, dirigidos primero
por Lenin y después por Stalin, realizaron la primera experiencia de un nuevo sistema económico y
político, basado en la propiedad estatal de los medios de producción, la dictadura de un partido único
y la implacable represión de todo tipo de disidencia política e intelectual. El antiguo Imperio ruso se
transformó en 1922 en la URSS, cada una con una etnia principal, pero todas ellas multiétnicas.

El nuevo sistema comunista se caracterizó por su represión, superior a la zarista, sobre todo durante
la época estalinista, pero sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. Su triunfo sobre Alemania llevó en
1945 al ejército ruso hasta el centro de Europa y ello condujo al establecimiento de regímenes
comunistas subordinados a la URSS. Las ansias de liberación fueron aplastadas mediante
intervenciones militares en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968.

En 1949 se instauró el comunismo en China, pero las relaciones entre ambos gigantes comunistas no
tardaron en deteriorarse y en 1960 se produjo la ruptura. Por otra parte, tras la muerte de Stalin,
Nikita Khruschev impulsó una reforma que tuvo escaso éxito. En la década de los 80 la sensación
general era de estancamiento. La rivalidad con EE. UU durante la Guerra Fría, contribuyó al desánimo
a medida que fue demostrándose el superior dinamismo tecnológico y económico de los americanos.

Una nueva fase de reformas económicas y políticas comenzó a partir de 1982 con la llegada al poder
de Mijail Gorbachov; comenzó a aplicar una política de Perestroika (reestructuración) y Glasnost
(apertura). El resultado no fue el esperado; las reformas tuvieron escaso éxito y la apertura mostró
que el sistema estaba desacreditado. Comenzaron las protestas en Europa centro-oriental y cuando
Gorbachov dejó claro que no iba a recurrir a la fuerza de las armas para impedir el cambio, el dominio
soviético se desmoronó. La presión popular impulsó la democratización de Polonia, Hungría,

92
Checoslovaquia, Alemania Oriental, Bulgaria y Rumanía. Dos años después, en 1991, los sectores
comunistas contrarios al cambio dieron un golpe de estado en la URSS que fracasó. Sin embargo,
supuso el fin de Gorbachov y de la propia URSS. El hombre que más ayudó al fracaso del golpe fue
Boris Yeltsin, recién elegido presidente de la República Rusa, acordó con los presidentes de Ucrania y
Bielorrusia la disolución de la URSS.

El comunismo soviético, que había nacido de las derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial y de una
cruenta guerra civil, que revolucionó las estructuras de la sociedad y había sido durante décadas un
modelo en el que creyeron millones de personas de todo el mundo, se hundió al final sin ofrecer
resistencia, debido a que los propios comunistas habían dejado de confiar en su sistema. En China, se
mantuvo el régimen de partido único, pero fueron los dirigentes comunistas los que, impulsaron la
transición a la economía de mercado.

2. Rusia en la transición: la etapa de Yeltsin

La primera década de existencia independiente de Rusia fue un período de transición de un sistema


económico basado en la propiedad estatal a una economía de mercado y de una dictadura de partido
único a un sistema, si no plenamente democrático, al menos más abierto. Sin embargo, el estilo de
gobierno de Yeltsin fue siempre opuesto al espíritu democrático y la economía de mercado que se
constituyó entonces, estaba minada por la corrupción y por la arbitrariedad estatal, y que el proceso
de cambio implicó muchos perjuicios para los ciudadanos.

El nuevo Estado ruso

Boris Yeltsin, el principal promotor de la independencia de Rusia procedía de las filas comunistas.
Tuvo una brillante carrera política y en 1985 fue primer secretario del Partido comunista en Moscú,
destituido por Gorbachov tras un enfrentamiento, a quien acusó públicamente de falta de decisión al
abordar las reformas necesarias. Este enfrentamiento incrementó la popularidad de Yeltsin que se
convirtió en el impulsor de la soberanía rusa, frente a los intentos de Gorbachov de defender el poder
central. En 1990 abandonó el Partido Comunista y en junio 1991 venció en las primeras elecciones
presidenciales democráticas que se celebraron en Rusia. Su momento de gloria fue en agosto de 1991,
cuando se puso al frente de los manifestantes que en Moscú se opusieron al intento de golpe de
Estado. En diciembre de 1991 reunido con los presidentes de Ucrania y Bielorrusia, acordaron la
disolución de la URSS. Rusia se convirtió así en un Estado independiente y ocupó el puesto de la Unión
Soviética en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

El nuevo Estado no se definió en un sentido étnico. La ciudadanía rusa correspondía a todos los
habitantes del Estado independientemente de su etnia o lengua. Por otro lado, el hecho de que
muchos ciudadanos rusos hubieran quedado en el territorio de otros Estados, fue aceptado sin
protesta. El porcentaje de rusos era particularmente elevado en las repúblicas bálticas de Estonia y
Letonia, donde se aprobaron leyes que exigían el conocimiento de la lengua local para obtener la
ciudadanía, pero ello tampoco generó conflictos. Únicamente en Moldavia se produjo la secesión
violenta de la región del Transdniester, una región al este del río Diniester cuya población es
mayoritariamente rusa debido al flujo migratorio que se produjo en la época soviética cuando la región
se convirtió en un foco de desarrollo industrial.

Al igual que Yeltsin, la mayor parte de los líderes y los cuadros de la nueva Rusia habían pertenecido
a la burocracia soviética, pues no se produjo un desplazamiento de los funcionarios comunistas. Por
otro parte, no existía un diseño institucional que pudiera sustituir a la dictadura del partido. No
estaban bien definidas las relaciones entre el presidente y el parlamento y existía el complejo problema
93
de las relaciones entre el poder central en Moscú y las 89 entidades territoriales que formaban la
República Federal Rusa. Yeltsin no prestó gran atención a estas cuestiones al principio, porque
consideró prioritaria la reforma económica.

Las reformas económicas

Yeltsin era un hombre de acción, y asesorado por jóvenes economistas como su primer ministro Yegor
Gaidar optó por una terapia de choque que transformara el sistema soviético en una economía de
mercado en el menor tiempo posible, una opción que recomendaban también las grandes
instituciones económicas internacionales. El coste social fue muy alto y en los primeros años de la
reforma se deterioró gravemente el nivel de vida de buena parte de los rusos, que ya había
retrocedido en los últimos años del período soviético. El primer problema eran los precios, muchos de
ellos eran fijados por la Administración y a finales de 1991 eran artificialmente bajos. En enero de 1992,
Gaidar liberó los precios de muchos artículos de consumo, lo que generó una espiral inflacionista. La
inflación se mantuvo muy elevada hasta 1995, pero la liberalización fue en conjunto un éxito, pues los
precios pudieron volver a cumplir su función económica de orientar la oferta y la demanda, algo que
en Rusia no había ocurrido durante 70 años.

Se aceleró la privatización de las propiedades estatales, tales como las viviendas (a mediados de los
90, la mitad de las familias rusas eran ya propietarias) las pequeñas empresas y, a partir de 1993,
también las grandes. El proceso fue tan rápido que para 1996, el 90% de los trabajadores de la
industria estaban empleados en el sector privado, aunque en buena medida las empresas privatizadas
siguieron bajo el control de sus directivos anteriores, quienes se hicieron con importantes paquetes de
acciones. Surgieron muchas empresas nuevas, y se desarrolló la banca privada. En el sector agrario el
ritmo de cambio fue más lento, pero se redujo gradualmente el papel de las grandes granjas colectivas,
mientras que aumento el de los productores privados. La última fase de la privatización se produjo en
1995, cuando una decena de las mayores empresas que seguían en manos del Estado fueron cedidas
a buen precio a grandes banqueros rusos.

En contraste con el ritmo acelerado de la privatización, el desarrollo de las instituciones sin las que
una economía de mercado no puede funcionar fue lento, tales como compañías de seguros, empresas
de auditoría y sobre todo órganos de regulación estatal. El nuevo Estado ruso se mostró poco eficiente
en funciones básicas como asegurar que los contratos se cumplen, recaudar los impuestos
necesarios, evitar la inflación y ofrecer una red de protección social. Los límites entre legalidad e
ilegalidad se hicieron muy difusos y se produjo un ascenso del crimen organizado, que adquirió una
influencia económica considerable. Para el empresario medio, los obstáculos principales no venían
de la extorsión criminal, sino de una burocracia arbitraria y corrupta. Las mayores empresas podían
obtener exenciones fiscales gracias a su influencia política, mientras que muchas otras escapaban de
la presión fiscal mediante el falseamiento de su contabilidad. Era casi imposible que una empresa
subsistiera dentro de la legalidad, sin recurrir a la evasión fiscal y al soborno de funcionarios. La salida
de capital al extranjero ha sido también muy importante. En cambio, la falta de seguridad jurídica y la
arbitrariedad burocrática frenaron la inversión extranjera, a pesar del atractivo de sus riquezas
naturales, su amplio mercado, sus trabajadores cualificados y sus bajos salarios. En el 200, la inversión
directa extranjera en Rusia fue tres veces menor en Polonia y diez veces menor que en China.

El descenso de los salarios reales se mantuvo durante todos los años 90 en los que la productividad
del trabajo se redujo, aunque el desempleo no aumentó mucho.Los trabajadores se aferraron al
empleo en sus antiguas empresas, aunque se deteriorara el nivel adquisitivo de los salarios, y los
empresarios no trataron de reducir costes con despidos masivos. La desigualdad de ingresos se
incrementó y un 20% de la población se vio reducida a la pobreza. La importancia que adquirió la

94
economía sumergida hace pensar que el hundimiento del nivel de vida no fue tan grande como lo
sugieren las estadísticas. Prueba de ello es que aumentó el consumo. Por otra parte, no ha habido
estallidos significativos de protesta social, aunque no han faltado las huelgas. La gente se ha
concentrado en su propia supervivencia, desinteresándose de los problemas generales.

La crisis política de 1993

El malestar social por el inicio de las reformas y la ausencia de un reparto de poder claro entre el
presidente y el parlamento produjo una grave crisis política en marzo de 1993, cuando Yeltsin
anunció que se disponía a asumir plenos poderes, el Congreso de los diputados intentó destituirle,
pero no se alcanzó la mayoría necesaria para ello. En septiembre, Yeltsin anunció que disolvía el
Congreso y que gobernaría por decreto hasta que se eligiera un nuevo parlamento. Ante ello el Soviet
Supremo (cámara alta del parlamento) acordó su destitución y el vicepresidente Rutskoi asumió la
presidencia interina. Yeltsin se apoyó en la Fuerzas Armadas y mantuvo el control. Rutskoi y quienes
le apoyaban se negaron a abandonar el parlamento, pero cuando a comienzos de octubre
manifestantes favorables a los parlamentarios trataron de ocupar otros edificios oficiales. Yeltsin
recurrió a la fuerza, envió carros armados y los enfrentamientos causaron un centenar de muertos.

Lo ocurrido fue una tragedia para la naciente democracia rusa, pero Yeltsin salió reforzado. En
diciembre de 1993, el pueblo ruso eligió nuevo parlamento, y aprobó en referéndum una nueva
Constitución, de marcado carácter presidencialista. Tras ello el gobierno de Yeltsin se hizo más
arbitrario y corrupto, se apoyó en los oligarcas, que asumieron el control de los principales medios de
comunicación. La salud del presidente se estaba deteriorando, debido a problemas cardiacos y quizá
también al alcoholismo.

A la limitada consolidación de la democracia contribuyó la debilidad de los partidos políticos. A


diferencia de lo ocurrido en algunos países de la Europa centro-oriental, en Rusia el hundimiento del
comunismo no fue el resultado de una movilización popular a favor de la democracia, sino que fue la
dirección comunista la que optó por el cambio. El incipiente movimiento democrático surgido a finales
de los 80 no llegó a formular un programa coherente tras la desaparición de la Unión Soviética y sus
diferentes componentes adoptaron líneas distintas: algunos apoyaron a Yeltsin y otros a la oposición.
Los niveles de afiliación a los partidos cayeron muy pronto. Ninguno de los diferentes partidos surgidos
del movimiento democrático tuvo resultados satisfactorios en las elecciones de 1993, en las que surgió
una Duma muy fragmentada en la que cerca de la mitad de los diputados apoyaba las medidas
liberalizadoras emprendidas por Yeltsin, mientras que en la oposición destacaban comunistas y
ultranacionalistas.

Los problemas de la federación y la primera guerra de Chechenia

Rusia no era un Estado unitario, sino una federación integrada por 89 entidades de diverso tipo, 21
de las cuales tenían entidad de repúblicas autónomas y comenzaron a asumir a partir de 1990 amplios
poderes. La relación entre estas entidades y el gobierno central se basaba en acuerdos bilaterales, al
margen de las leyes. Con todo se evitó que la federación se disolviera. Solo la república de Chechenia,
de mayoría musulmana, optó por la secesión de hecho.

Por un tiempo pareció que Rusia aceptaba la secesión, pero en 1994 Yeltsin se decidió a actuar. Los
chechenos eran uno de los pueblos incorporados al Imperio ruso en las guerras del siglo XIX y durante
la Segunda Guerra Mundial fueron deportados por orden de Stalin a Asia Central, de donde no se les
permitió volver hasta el período de Khruschev. Con la disolución de la URSS, los chechenos

95
pretendieron obtener la independencia, al igual que lo hicieron las 15 repúblicas socialistas soviéticas
que integraban la Unión.

En las difíciles circunstancias de Rusia, a finales de 1991, los nacionalistas chechenos encabezados por
Dudaiev, que había sido general de aviación del ejército ruso, se hizo con el poder por medio de un
golpe de mano. Tras ello, convocó elecciones, las ganó y proclamó la independencia. Su régimen se
caracterizó desde muy pronto por sus tendencias autoritarias, por la ilegalidad generalizada y por el
colapso de los servicios públicos, lo que dio lugar al desarrollo de una oposición interna.

Para el gobierno ruso, la dirección que había tomado Chechenia se convirtió en un grave problema,
por motivos políticos (la secesión unilateral sentaba un mal precedente), económicos (el principal
oleoducto de los yacimientos del Caspio atravesaba territorio checheno) y de seguridad (en 1994
criminales chechenos secuestraron varios aviones). Al principio, Rusia se limitó a suministrar armas a
los opositores, pero su escaso éxito llevó a Yeltsin a la crucial decisión de atacar la capital, Grozny. El
ataque fracasó gracias a las fuerzas chechenas que contaban con la ventaja defensiva que ofrecen las
calles y edificios de una gran ciudad, y los rusos tuvieron muchas bajas. Era el comienzo de una
sangrienta guerra que duró casi dos años, impopular en Rusia y que desacreditó a Yeltsin. En
diciembre el ejército bombardeó masivamente Grozny causando miles de muertos entre la población
civil, en marzo de 1995, la ciudad fue ocupada, tras lo cual la resistencia chechena adoptó técnica de
guerra de guerrillas mientras, los rusos tomaron medidas represivas al margen de la legalidad, incluida
la tortura de los sospechosos arrestados. A mediados de 1995 Chechenia estaba bajo control ruso y la
resistencia se limitaba a las montañas fronterizas. Los chechenos recurrieron entonces a tácticas
terroristas encabezados por su líder más radical Basaiev, muerto en abril de 1996 por un misil ruso.

De Yeltsin a Putin

En 1996 hubo elecciones presidenciales, Yeltsin delicado de salud, con una popularidad en picado y
oposición comunista al alza se impuso con el 54% de los votos. Sus últimos años de gobierno,
estuvieron marcados por dificultades, como la grave crisis financiera que sufrió Rusia en 1998, que
forzó al gobierno a devaluar el rublo respecto al dólar. Esta devaluación, al impulsar las exportaciones,
facilitó, sin embargo, una rápida recuperación económica. Al año siguiente Yeltsin anunció su dimisión
y encomendó la presidencia a su nuevo primer ministro, Vladimir Putin. Falleció en el 2007, a la edad
de 76 años.

96
21. LA CONSOLIDACIÓN DE LA NUEVA RUSIA: LA ERA DE PUTIN
Vladimir Putin ha dominado la política rusa desde 1999. Fue presidente de Rusia durante dos
mandatos, como no podía presentarse a un tercero sin modificar la Constitución, en 2008 apoyó la
candidatura de un joven colaborador, Medvedev, que fue elegido presidente y tuvo como primer
ministro a Putin, quien luego recuperó la presidencia en las elecciones de 2012 y revalidó en 2018.

Putin se había formado en la KGB y en 1998 Yeltsin le puso al frente del FSB, el nuevo servicio secreto,
lo que de forma simultánea lo llevó a ocupar el cargo de secretario del Consejo de Seguridad Nacional,
cargos que dejó en el verano de 1999 para convertirse en primer ministro. Por entonces era un
desconocido para la mayoría de los rusos, pero su popularidad no tardó en crecer, debido a la imagen
de hombre enérgico, sobre todo en relación con Chechenia. Esa popularidad se ha mantenido debido
a que, bajo su mandato Rusia ha gozado de estabilidad política y desarrollo económico, mientras que
su creciente autoritarismo no preocupó a sus conciudadanos. La política exterior de Putin, orientada a
que Rusia recupere su posición de gran potencia, ha contribuido a su popularidad.

1. La segunda guerra de Chechenia

En 1999 se reanudó la guerra en Chechenia. Contrariamente a la primera que fue muy impopular en
Rusia, en esta segunda fase la opinión pública apoyó la actuación del gobierno, a pesar de las bajas
rusas y de las atrocidades que sus tropas cometieron. A ello contribuyó sobre todo la actuación de los
rebeldes chechenos, que se hicieron odiosos a los ojos de los rusos a través de un cambio del discurso
oficial que permeó rápidamente en los medios de comunicación y opinión pública.

El acuerdo de paz firmado entre Yeltsin y el presidente checheno en 1997 estableció un plazo de 4
años para llegar a una solución definitiva. Entre tanto, Chechenia mantuvo su independencia, al
tiempo que se hundía en el caos y aumentaba la criminalidad, especialmente los encuentros. Por otra
parte, creció la influencia del islamismo y se adoptó la sharia, la ley islámica tradicional. El más radical
de los líderes islamistas, Basaiev, aspiraba a crear un Estado islámico que no incluyera solo
Chechenia, sino todo el norte del Cáucaso. En agosto de 1999, Basaiev invadió la vecina región de
Daguestán, pero fue desalojado por las tropas rusas tras duros combates. Pero lo que más indignó a
la opinión rusa fueron varios atentados terroristas indiscriminados, incluida la destrucción en plena
noche de dos edificios de viviendas en Moscú, que causó la muerte de más de 200 personas en
septiembre, que, aunque la autoría fue dudosa, rápidamente se atribuyó a un grupo checheno.

Lo ocurrido justificó ante la opinión rusa el ataque contra Chechenia por Putin. Las tropas rusas
actuaron con mayor eficacia que cinco años antes y tomaron Grozny en octubre lo que permitió la
instalación de un gobierno favorable a Rusia. El conflicto se prolongó, sin embargo, durante varios
años, en los que los chechenos recurrieron al terrorismo, con atentados suicidas, cometidos a veces
por mujeres, a los que los rusos replicaron con una represión feroz a la población civil. Los ataques
terroristas que tuvieron más eco fueron la toma de rehenes en un teatro de Moscú, en 2002, y en una
escuela de Beslán, en 2004, que provocaron numerosas víctimas. Los drásticos métodos antiterroristas
rusos terminaron por ser eficaces y una cierta paz ha retornado a Chechenia bajo un despótico
gobierno local fiel a Putin.

2. El Estado ruso en el siglo XXI

En las elecciones parlamentarias celebradas en 2003 el partido de Putin logró más de dos tercios de
los escaños. Comunistas y nacionalistas lograron una representación minoritaria, mientras que los

97
liberales, divididos e identificados con las dificultades de los años noventa, obtuvieron unos resultados
pésimos. El desánimo ciudadano se manifestó, sin embargo, en una fuerte abstención.

En las elecciones presidenciales del año siguiente, Putin obtuvo un 71% de los votos. Tenía realmente
el apoyo de los ciudadanos, que mostraban escasa confianza en la oposición, pero esto se vio
perjudicado por el creciente autoritarismo del régimen. Un ejemplo de ello fue el retroceso en la
libertad de prensa. Las televisiones contrarias a Putin pasaron a manos de propietarios más favorables
y los periodistas que tratan de investigar como la corrupción o los abusos del régimen se han
encontrado graves dificultades. El caso con más eco internacional ha sido el de Anna Politovskaia,
periodista asesinada en 2006 por sus críticas al régimen de Putin y denuncia de los crímenes
cometidos en Chechenia. Su muerte no causó, sin embargo, conmoción en la propia Rusia.

No obstante, la extensión y la diversidad de Rusia hacen que el reforzamiento del aparato central del
Estado no signifique necesariamente un efectivo control del poder local. En los años 90 los gobiernos
regionales adquirieron una gran autonomía real, que en algunos casos favorecía la corrupción y la
arbitrariedad de los gobernantes locales. Durante la era de Putin se ha producido, sin embargo, una
recentralización. La corrupción, que no ha disminuido, y la ausencia de una justicia imparcial
representan también graves límites para la consolidación de la democracia rusa.

La mayoría de los observadores extranjeros han llegado a la conclusión de que el sistema político ruso
no es democrático, sino autoritario, pero aún así, la Rusia de Putin es un país mucho más libre que la
antigua URSS. En las elecciones parlamentarias de 2011, el partido de Putin, Rusia Unida, ganó por un
margen más ajustado y hubo muchas protestas por el supuesto fraude electoral; sin embargo, esto no
significó que la población rusa comenzará a rechazar las prácticas autoritarias y corruptas del régimen
de Putin. La vuelta a la presidencia de la Federación de Rusia en 2012 se produjo con el apoyo de una
amplia mayoría (63,60%), lo que representó para Putin el definitivo respaldo popular hacia una
trayectoria que formaliza las estructuras de un verdadero régimen político. Que en las siguientes
elecciones presidenciales (2018) aumentará ese respaldo hasta el 76,69% de los votos evidenció el
apoyo explícito de la sociedad a un régimen personalista basado en cuatro elementos:

• Control absoluto de las instituciones estatales (a través de la prevalencia del partido Rusia
Unida, que tiende a identificarse con el Estado).
• Libertad limitada dentro de un orden social establecido (reestableciendo valores nacionales
con el apoyo de la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa; control indirecto de los medios de
comunicación y limitaciones en las redes sociales).
• Desarrollo económico con efectistas muestras de enriquecimiento (a pesar de que a partir de
2017 los índices señalan un retroceso significativo de creación de la riqueza).
• Una proyección exterior con la recuperación del estatus de gran potencia.

3. La política exterior: Rusia como gran potencia

La desaparición de la URSS supuso no solo una colosal merma de influencia exterior, sino la propia
desmembración del antiguo imperio zarista. A pesar de la definitiva pérdida del carácter ideológico
para parte considerable de la humanidad, la Rusia de Putin trata de revertir ambos procesos:

• Recuperar el prestigio y la capacidad de influencia en geopolítica mundial.


• Revertir la dinámica centrífuga, incrementando su presencia en las Repúblicas anteriormente
integradas en la URSS, incluso ejecutando actuaciones de reintegración territorial (Osetia del
Sur o Crimea), cuestionando directamente los tratado de 1991.

98
En los primeros años tras la caída del comunismo, Yeltsin trató de impulsar la incorporación de Rusia
al mundo occidental, pero, a lo largo de la década de los 90, se fue extendiendo un desencanto y
abriendo paso la convicción de que Rusia debía recuperar el papel de gran potencia perdido tras la
desmembración de la URSS, de la que comenzó a culparse a Occidente. El desarrollo de un
nacionalismo inclusivo, e incluso una visión nostálgica de la antigua URSS, se han convertido en el
fundamento ideológico del régimen de Putin. La tendencia es a percibir las relaciones internacionales
en términos de confrontación y la expansión de la OTAN hacia el Este ha sido vista como una
amenaza. El antioccidentalismo de la opinión pública subió de tono a raíz de la intervención de la OTAN
en Kosovo y se reforzó tras la invasión de Irak en 2003.

La voluntad rusa de hacer vales su poder más allá de sus fronteras se manifestó en su intervención
contra Georgia en 2008. Georgia al sur del Cáucaso y de tradición cristiana, con 5 millones de
habitantes, optó por separarse de la URSS en 1991, pero pronto surgieron enfrentamientos étnicos
dentro de ella. Tras duros combates, las regiones de Osetia del Sur y Abjasia, fronterizas con Rusia,
adquirieron la independencia en los primeros 90. Los acuerdos de alto el fuego de ambas regiones
estipularon el despliegue en ellas de fuerzas de paz, fundamentalmente rusas. De hecho, Rusia, dio un
gran apoyo a las repúblicas secesionistas, aunque no reconoció oficialmente su independencia.

Las relaciones entre Rusia y Georgia se deterioraron tras la “revolución rosa” de 2003, en la que
manifestaciones masivas en protesta por un fraude electoral forzaron la dimisión del entonces
presidente Eduard Shevarnardze, que había sido ministro de exteriores con Gorbachov. El nuevo
presidente, Mikheil Saakashvili, adoptó una política encaminada a librarse de la hegemonía rusa, a
lograr el apoyo de Occidente ya recuperar gradualmente el control de las regiones secesionistas. Ello
implicaba, el cierre de las bases militares rusas en Georgia, y el ingreso del país en la OTAN, que fue
apoyado por EE. UU. En el 2007, los rusos evacuaron su última base militar, pero, en abril de 2008 la
OTAN acordó no aceptar de momento el ingreso de Georgia, debido a la reticencia de algunos Estados
europeos a una medida que habría irritado a Moscú.

En este contexto, en 2008 las fuerzas armadas de Georgia entraron en Osetia del Sur para poner fin
a la secesión. La respuesta rusa fue una inmediata ofensiva militar. Tras cuatro días de combate, las
tropas georgianas fueron derrotadas y las columnas rusas penetraron más allá de los límites de
Osetia. Por mediación del presidente francés Sarkozy, presidente en ese momento de la Unión
Europea, ambas partes firmaron un acuerdo de paz. Días después Rusia reconoció la independencia de
ambos territorios.

La oposición de Putin a que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptara sanciones contra
el régimen de Bashar al–Asad en Siria, por sus atrocidades, ha mostrado una vez más que la política
rusa se rige por el criterio de mantener su influencia exterior (es un viejo aliado) frente a los intentos
occidentales de promover la democracia y los derechos humanos. A partir del 2015, el apoyo de Putin
al régimen de al-Asad, se incrementó definitivamente con el envío de tropas rusas, especialmente
Fuerzas Aéreas, lo que permitió a las tropas gubernamentales ir liquidando focos de la fragmentada
oposición, incluyendo la presencia en territorio sirio del autoproclamado Ejército Islámico (ISIS). El
apoyo decidido y sostenido de Rusia contrasta con el dubitativo apoyo de Estados Unidos proyectando
la imagen de Putin como estadista sólido, socio confiable y referente internacional.

El mantenimiento de este estatus explica la estrategia frentista sostenida por Rusia en la Crisis de
Venezuela o la oscura participación en el hackeo informático y desvelación de secretos -en
connivencia con Wikileaks- de los Departamentos de Defensa y Estado norteamericano, y su activa
participación en la campaña electoral de Donald Trump en la que contribuyó a su triunfo.

99
Un bloque especial es el referente a las relaciones con las repúblicas anteriormente integradas en la
URSS donde su objetivo no es solo recuperar ciertas esferas de influencia, también sentar las bases
para futuras reincorporaciones, más factibles en las extensas y poco pobladas centroasiáticas y poco
menos que imposibles repúblicas ya integradas en la Unión Europea. Bielorrusia y Ucrania son las que
han sido objeto de políticas más agresivas:

• En Bielorrusia el padrinazgo ejercido con el presidente Aleksandr Lukashenko, en el poder


desde 1994, ha permitido el establecimiento de un modelo de vinculación que mantiene la
soberanía de la joven república.

• En Ucrania Putin pretendió replicar el modelo anterior utilizando la figura de Viktor


Yanukóvich (Primer Ministro de Ucrania en tres periodos y presidente de 2010 a 2014), pero su
claro giro prorruso llevó a movilizaciones de la oposición y un creciente enfrentamiento
territorial, culminado en los acontecimientos del Euromaidal a comienzos del 2014, que su puso
su derrocamiento y huida el 22 de febrero de 2014 y su petición de asilo a Rusia.

La respuesta de Putin fue desencadenar la Crisis de Crimea. Las autoridades de la República


Autónoma de Crimea anunciaron el 6 de marzo la celebración de un referéndum para
segregarse de Ucrania y su intención de solicitar su reincorporación a la Federación Rusa; de
forma inmediata tropas rusas fueron desplegadas en toda la península y las autoridades de la
capital Sebastopol proclamaban la incorporación a Rusia. En medio de las tensiones crecientes
con las nuevas autoridades ucranianas y las protestas formales de EE. UU y la UE, la celebración
del referéndum bajo vigilancia militar arrojo el resultado esperado a la anexión que se
institucionalizó el 18 de marzo. De forma paralela las regiones occidentales de Donetsk y
Lugansk (fronterizas con Rusia y con mayoría de población de este país) iniciaron un camino
análogo, pero Ucrania respondió con fuerzas militares enfrentándose a las milicias apoyadas
clandestinamente desde Moscú. A pesar de un alto el fuego a finales de 2014, ambos territorios
no han podido ser reintegrados a la soberanía ucraniana, si bien Rusia no ha procurado su
adhesión.

4. Economía y sociedad

La popularidad de Putin debe mucho al crecimiento económico sostenido que se produjo durante sus
dos primeros mandatos presidenciales. Tras la crisis de 1998, que provocó una importante caída del
PIB, la economía se recuperó con rapidez y desde 1999 al 2008 el PIB creció en una tasa media anual
del 7%. El principal estímulo para este desarrollo ha venido de la empresa privada, pero la estabilidad
política alcanzada ha creado también un entorno favorable y en términos generales la política
macroeconómica ha sido acertada. El alza del precio del petróleo en el mercado mundial ha favorecido
también a Rusia. Sin embargo, que la economía rusa está insuficientemente diversificada.

La recesión económica internacional de 2008 tuvo una inmediata repercusión en Rusia, cuyo PIB cayó
en 2009. El presidente Dimitri Medvedev, con Putin como primer ministro, anunció reformas
estructurales de la economía que nunca llegó a concretar, además de una decidida lucha contra la
corrupción que en realidad fue instrumentalizada para reforzar el poder central y a un enriquecido
entorno oligárquico empresarial que apoya al régimen. El descenso del precio de los hidrocarburos
desde 2014 y las sanciones económicas impuestas por EE. UU y la UE (presentadas por los medios de
comunicación rusos como un intento de desestabilización a Rusia y frenar su crecimiento) incidieron
en una recesión bianual (-2,8% en 2015 y -0,2% en 2016) que fue superada a continuación (+1,5% en
2017 y 1,9% en 2018), pero situándose muy lejos de los crecimientos de las economías emergentes.

100
Rusia presenta una natalidad muy baja y una mediocre esperanza de vida, que resulta insólita en un
país desarrollado. Aunque tanto la natalidad como la esperanza de vida se han recuperado algo a
comienzos del siglo XXI, las proyecciones indican que el descenso de la población va a continuar. La
esperanza media de vida en varones es particularmente baja, debido sobre todo a la incidencia de
enfermedades relacionadas con el estilo de vida, como las cardiovasculares y las respiratorias. Además
de contar con un sistema sanitario mucho peor que el de Occidente, los rusos beben mucho, fuman
mucho y hacen poco ejercicio. La inmigración es reducida, porque los trabajadores extranjeros no son
bienvenidos en Rusia, donde hay una fuerte tendencia xenófoba.

La magnitud que la corrupción alcanzó en los años 90 fue uno de los problemas de la nueva Rusia, y
cuando llegó a la presidencia Putin anunció que estaba dispuesto a atajarlo. Las medidas más
espectaculares fueron dirigidas contra algunos de los más destacados oligarcas de la era de Yeltsin,
cuyas fortunas tenían orígenes dudosos. Algunos de ellos se exiliaron, pero Jodorskovski, presidente
de la gran petrolera Yukos y quizá el hombre más rico de Rusia, fue detenido y condenado a 9 años de
cárcel en 2005 por fraude y evasión fiscal. Dado que las prácticas fraudulentas eran comunes, algunos
observadores dudan que el proceso tuviera solo el propósito de servir de ejemplo a los corruptos y
piensan que se le castigó sobre todo por su oposición política a Putin. En todo caso, la corrupción está
tan extendida debido a la falta de transparencia con la que operan las empresas y a la ausencia de una
justicia imparcial. La mayoría de los rusos, no perciben que el soborno sea delito.

Los jueces rusos, que en tiempos comunistas no eran más que funcionarios públicos cuyo deber era
servir al Estado y no a los ciudadanos, gozan de escasa independencia. En casos criminales resulta
excepcional que el acusado sea absuelto. Rusia está afectada por una elevada tasa de delincuencia,
sobre todo en homicidios, tiene una de las mayores tasas del mundo. Resulta especialmente grave la
sospecha de que algunos asesinatos de personajes incómodos hayan gozado del beneplácito de las
autoridades. El caso más escandaloso internacionalmente ha sido los asesinatos en 2006 de Anna
Politovskaia y de Alexander Litvinenko, un antiguo agente del KGB exiliado en Gran Bretaña que había
acusado de graves crímenes a antiguos colegas. Su muerte se debió a la ingestión o respiración de una
sustancia radioactiva y se sospechó de dos rusos que se habían reunido con él, pero Moscú se negó a
extraditarlos. Las recientes medidas contra los homosexuales representan otra demostración de que
los valores rusos no están convergiendo con los occidentales.

En conclusión: Rusia ha experimentado durante las últimas décadas una espectacular transformación
política, económica y social, pero ello no supone una completa asimilación a los modelos
occidentales. Persiste el autoritarismo, la economía está poco diversificada, la corrupción es mayor
que en Occidente y, aunque la Guerra Fría desapareció, la política exterior sigue marcada no solo por
la nostalgia del poderío soviético, sino por la propia herencia rusa.

101
22. ECONOMÍA Y POLÍTICA EN ASIA ORIENTAL
La economía de Asia Oriental ha alcanzado una gran relevancia económica en las últimas décadas
debido a sus elevadas tasas de crecimiento. Japón fue la primera nación de cultura no occidental que
se incorporó, ya a finales del siglo XIX, al proceso planetario de modernización económica y el
desarrollo de Corea del Sur y Taiwan comenzó en los años sesenta, mientras que Tailandía e Indonesía
despegaron algo más tarde. En China, el desarrollo acelerado comenzó con las reformas que
liberalizaron su sistema económico a partir de 1979, una vía que siguió otro Estado comunista,
Vietnam. Por el contrario, Corea del Norte sigue siendo un país cerrado en si mismo y aferrado a los
principios comunistas.

Las economías emergentes de Asía oriental han tenido durante las dos últimas décadas una tasa de
crecimiento más elevada que la de cualquier otra región del mundo. Su crecimiento se vio
interrumpido temporalmente por la gran crisis financiera de 1997, provocada en parte por la
dependencia de los sistemas financieros de la región con respecto a los capitales extranjeros muy
volátiles, pero recuperándose rápido. A finales de del 2008, la región también se vio afectada por la
Gran Recesión, pero sus efectos fueron de corta duración y el peso en la economía mundial de Asia
oriental y en especial de China se ha incrementado en los últimos años.

La democracia llegó a Japón como resultado de la ocupación americana tras la Segunda Guerra
Mundial y, desde entonces, el país ha gozado de una gran estabilidad. Filipinas, Corea del Sur y Taiwan,
la transición a la democracia se produjo a finales de los 80 y en Indonesia, tuvo lugar en 1998 y en
Myanmar está en proceso. En China, en cambio, las aspiraciones democráticas fueron duramente
reprimidas en 1989 y se mantienen las dictaduras en Corea del Norte y Vietnam. También se mantienen
algunos problemas internacionales sin resolver:

• El estatus de Taiwan, aunque las relaciones con la República Popular China han mejorado en
los últimos años.
• Corea del Norte, cuyo régimen a utilizado la amenaza de desarrollar un programa nuclear como
medio para reforzar su posición internacional.
• China y su ambiciosa política regional.

1. Tendencias demográficas

Al igual que otros países con desarrollo económico importante se ha reducido mucho la tasa de
fecundidad en los últimos años y ha aumentado espectacularmente la esperanza de vida. El caso más
notable es el de Vietnam, donde el número de hijos por mujer se ha reducido en las tres últimas
décadas de casi siete a poco más de dos. Japón y Corea del Sur, los dos países más desarrollados de la
región se enfrentan al mismo problema que los países europeos: una natalidad muy baja que no
garantiza el reemplazo generacional y conduce a un envejecimiento de la población, algo que pronto
se va a dar en China (política de imposición del hijo único). La esperanza de vida japonesa es la más
elevada del mundo (si no se cuenta Hong Kong, 84,2), mientras que, en otros países de la región, ha
aumentado mucho en las tres últimas décadas.

2. El desarrollo económico

La espectacular tasa de crecimiento de China durante los últimos años ha convertido a este país en el
primero a nivel mundial en volumen de PIB, superando a los Estados Unidos y a Japón, que han tenido
un ritmo de crecimiento modesto en las dos últimas décadas.

102
En cambio, si atendemos al ingreso nacional bruto por habitante, Japón y la pequeña ciudad-Estado
de Singapur se encuentran entre los países más prósperos del mundo y Corea del Sur está cerca de
alcanzar a España, mientras China y la mayoría de los restantes países de la región tienen nivel medio.
Las excepciones son Myanmar y Corea del Norte (que no figura en las tablas por carencia de datos)

3. El desarrollo humano

De acuerdo con el índice elaborado por el PNUD, Japón, Corea del Sur y Singapur son los países con
un nivel de desarrollo humano muy alto, mientras que la mayoría de los otros países de la región se
sitúan a un nivel medio. Una de las claves del desarrollo asiático está en el esfuerzo educativo donde
se ha logrado un gran avance.

Llama la atención la notable desigualdad en la distribución del ingreso que han provocado en China
las reformas económicas. La desigualdad afecta negativamente al bienestar y por ello el índice es
menor en China que en España.

Según los datos de Transparencia Internacional, Singapur es uno de los países más transparentes
(menos corruptos), del mundo. Japón es más transparente que España, cuyo nivel es similar al de Corea
del Sur. En China, Indonesia y Vietnam la corrupción está muy generalizada.
103
El nivel de delincuencia violenta no es elevado en Asia oriental y tanto Japón como Singapur tiene
algunas de las tasas de homicidio más bajas del mundo y por el contrario en Vietnam es alta.

4. Dictaduras y democracias

Desde el punto de vista político, el contraste es muy fuerte entre países muy libres como Japón y
Corea del Sur y dictaduras como las de China o Vietnam, donde la liberalización económica no ha
tenido contrapartida en el ámbito de los derechos políticos y libertades civiles. Indonesia puede
considerarse un
país libre,
mientras que la
mayoría de los
países restantes
pueden incluirse
en la categoría de
los semilibres,
como el modelo
tecnocrático de
Singapur. Por otro
lado, Corea del
Norte es con casi
toda seguridad el
régimen más
autoritario del
mundo.

El desarrollo económico ha permitido a China modernizar sus fuerzas armadas sin incrementar el
porcentaje del PIB dedicado a gastos de defensa. Algo similar ha ocurrido en Corea del Sur, donde el
porcentaje del PIB destinado a defensa es más elevado debido a la amenaza de Corea del Norte. La
reducción en Singapur y sobre todo en Vietnam indica una percepción menor de riesgos de seguridad.

104
23. CHINA: AUTORITARISMO POLÍTICO Y EXPANSIÓN ECONÓMICA

China era ya un imperio cuando Roma dominaba el Mediterráneo y a lo largo de los siglos sus logros
económicos, tecnológicos y culturales la han situado a menudo entre las civilizaciones más avanzadas.
Durante los siglos de la gran expansión europea, China quedó retrasada frente a Occidente, pero su
reciente desarrollo la ha convertido en una potencia en la actualidad. El siglo XX no fue fácil para China,
que sufrió los horrores de la invasión japonesa y de la guerra civil. El triunfo comunista en 1949 que
bajo el liderazgo de Mao se convirtió en una potencia mundial, pero sometió a la población a una
rígida dictadura y estableció un sistema económico que frenaba la iniciativa individual. En los años
60, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur empezaban su desarrollo económico acelerado
mientras China sufría los sangrientos desórdenes de la Revolución cultural, promovida por los maoístas
más radicales.

Tras la muerte de Mao en 1976, el cambio no tardó en producirse. En 1978, Comité Central del Partido
Comunista adoptó las tesis reformistas y las medidas pragmáticas de Deng Xiaoping y se inició una
transición gradual hacia la economía de mercado que ha llevado a China a un éxito económico sin
precedentes en el mundo con una tasa media de crecimiento del PIB durante 30 años de casi el 10%
anual. Esto ha supuesto una gran elevación del nivel de vida y una drástica reducción del número de
personas que viven por debajo del umbral de la pobreza y una expectativa de vida que ha pasado de
69 a 76,5 años. La dictadura del partido se afianzó sin embargo en 1989, cuando los regímenes
comunistas se hundían en Europa del Este, en China, la represión brutal acabó con la movilización en
favor de la democracia.

1. Deng Xiaoping, el reformador

La figura más importante de la historia china en los últimos 30 años ha sido Deng Xiaoping, dirigente
comunista que impulsó el giro hacia la economía de mercado. En 1957 fue nombrado secretario
general del Partido Comunista Chino, y tras el fracaso del Gran Salto Adelante, el gran programa de
colectivización e industrialización acelerada impulsada por Mao, fue durante los años 60 uno de los
líderes que defendieron una línea más prudente y pragmática. Ello le llevó a ser destituido y acosado
durante la Revolución cultural.

Tras la muerte de Mao en 1976 y a la rápida derrota de los representantes del maoísmo radical, ña
llamada Banda de los Cuatro, Deng hizo triunfar sus tesis favorables a la liberalización económica.
Apoyó a Hu Yaobang como secretario general del partido en 1981, pues él mismo no quiso asumir
directamente los cargos más importantes, excepto la presidencia de la comisión del partido, de la que
dependen las fuerzas armadas. A pesar de ello, fue durante los años 80 y 90 el personaje más
influyente de la política china.

Su estilo era el de promover cambios graduales y permitir que se generalizaran tras haberse
demostrado que resultaban útiles. Su pragmatismo le llevó a pensar que los principios socialistas y
los mecanismos de la economía de mercado eran compatibles. Entre sus medidas en los 80 están:

• Suprimir las comunas agrícolas (dio a los campesinos individuales el control, pero no la tierra)-
• La liberalización de los precios de los alimentos.
• El inicio de la apertura económica al exterior.
• El impulso a las empresas industriales promovidas por los municipios, al margen del control
estatal.
• El fomento de la competencia.
105
Pero, por otra parte, seguía apegado al principio leninista de la dictadura del partido, como puso de
manifiesto cuando apoyó la represión de la plaza de Tiananmen en 1989. Murió en 1997.

2. La frustración de las aspiraciones democráticas: Tiananmen

A diferencia de Rusia y Europa oriental, China ha dejado de ser una sociedad comunista, pero la
dictadura del partido se ha mantenido intacta. Un año crucial fue 1989. Durante los 80 la libertad de
expresión ganó terreno, aunque dentro de uno límites estrictos, esto preocupó al sector más
conservador del Partido. El secretario general del partido Hu Yaobang, criticado por su actitud
tolerante, fue forzado a dimitir en 1987 y fue sustituido por Zhao Ziyang. Un movimiento de protesta
en la plaza de Tiananmen, comenzó en abril de 1989 cuando Hu murió y algunos estudiantes
comenzaron a reunirse para honrar su memoria. En los días siguientes decenas de miles de estudiantes
se sumaron al movimiento, este, no tuvo un liderazgo organizado ni objetivos claros, pero aspiraba a
una reforma política que acabara con la corrupción y la arbitrariedad del Partido. Su principal
demanda era iniciar un diálogo con las autoridades y al no lograrlo, el 13 de mayo cientos de
estudiantes iniciaron una huelga de hambre en la plaza. Zhao Ziyang se mostró favorable al diálogo,
pero fue desplazado de todos los cargos por la mayoría conservadora y acabó en arresto domiciliario.

Tras unas semanas de indecisión, Deng y los principales dirigentes optaron por reprimir las protestas
mediante la fuerza. No estaban dispuestos a renunciar al poder del partido y además temían la
extensión de la protesta. En realidad, los estudiantes que en 1989 se habían movilizado por el cambio
no habían recurrido a la violencia, pero los ancianos dirigentes comunistas veían toda protesta callejera
como una amenaza para la estabilidad del país. Se declaró la ley marcial.

La entrada de las tropas en la plaza de Pekín se vio frenada por la acción de muchos ciudadanos, que
levantaron barricadas para impedir su avance. El ataque final se produjo el 4 de junio y la resistencia
pacífica de muchos ciudadanos quedó simbolizada por un hombre que fue filmado mientras frenaba el
avance de una columna de carros, interponiéndose frente al primero. Nunca se le ha vuelto a ver y se
supone que fue ejecutado. A ello siguió una oleada de detenciones y juicios y el movimiento por la
libertad quedó anulado. Desde entonces han existido protestas por motivos concretos, pero no ha
vuelto a producirse un desafío al sistema. El Partido Comunista formada por 89 millones de miembros
que sumados a familia y a clientes llega a 250 millones (14% de la población), sigue arrogándose el
derecho a gobernar, controlar y reprimir al resto, pero también se beneficia del acceso a ventajas
económicas, privilegios y posición social. Tras los sucesos de Tiananmen, su hegemonía se mantiene
no tanto por su legitimidad ideológica como por su capacidad para mejorar rápidamente el nivel de
vida colectivo.

3. Economía de mercado, dictadura de partido y desarrollo acelerado

Las reformas emprendidas en 1979 se centraron en la liberalización económica y la apertura al


exterior. Se trataba de seguir el ejemplo de Japón, Corea del Sur y Taiwán, para ello era necesario poner
fin al rígido control estatal de la economía. No se empleó una terapia de choque como en Rusia y
Europa oriental en los 90, sino un enfoque gradualista, que no ha supuesto la desaparición del sector
estatal de la economía.

El Partido Comunista sigue controlando directamente el funcionamiento del Estado y los sectores
fundamentales de la actividad económica. Los órganos del partido no se someten al escrutinio
público, sus debates internos son opacos y sus canales de influencia no cumplen los preceptos legales

106
establecidos, mientras que el principio leninista de la subordinación de los órganos del Estado a los del
Partido sigue siendo la clave del sistema. Todos los nombramientos dependen del Partido.

En China no se ha producido una privatización completa, sino que se ha conseguido algo insólito: unas
empresas estatales eficientes, con directivos nombrados por el Partido que compiten en el mercado
internacional y cotizan en las principales Bolsas mundiales. Además, en los últimos 30 años el PIB ha
pasado de 307 millones en 1980 a más de 21.000, y per cápita, de 1.000 a 11.000 dólares. En 2017,
China era el primer exportador del mundo y el segundo importador tras EE. UU. China presenta una
balanza comercial muy favorable, que ha dado lugar a fuertes críticas, pues se ha acusado al Gobierno
chino de mantener artificialmente baja la cotización de su moneda, para ganar competitividad
mediante el abaratamiento de sus exportaciones. Como resultado, sus reservas de divisas extranjeras
son las mayores del mundo. La inversión extranjera ha contribuido también a su modernización
económica y, en la actualidad, China es el mayor receptor de inversión extranjera directa. Desde
comienzos del siglo XXI, ha empezado también a cobrar fuerza la inversión china en el extranjero,
encaminada a asegurar el suministro de materias primas.

Por otra parte, China invierte mucho en deuda pública extranjera. La explicación de esto se halla en
la gran capacidad de ahorro de la economía china gracias a los salarios bajos, pese al aumento de la
productividad, a una dura política fiscal y al control que el Estado ejerce sobre la tasa de cambio, el
sistema bancario y el mercado. Mantiene el dominio absoluto de los sectores estratégicos (petróleo,
energía eléctrica, industria militar, etc.) a través de las grandes empresas públicas y marca la política
industrial. A pesar de esto, el INB por habitante y el Índice de Desarrollo Humano hacen de China un
país de desarrollo medio. Algunos de los problemas más graves son:

• La desigualdad social
• El deterioro medioambiental, con fuertes niveles de contaminación atmosférica en las ciudades
• La corrupción generalizada.

Todo sistema autoritario en el que no están garantizadas ni la independencia judicial, ni la libertad


de prensa, genera necesariamente corrupción y si ello se combina con una etapa de auge económico,
las posibilidades de enriquecimiento ilícito de políticos y funcionarios se multiplican. Esto está
ocurriendo en China, al mismo tiempo que surgen de vez en cuando noticias acerca de severas
condenas de altos personajes por corrupción y los líderes no cesan de condenarla. Puesto que los
responsables de prácticas corruptas son miembros del Partido, es a éste a quien corresponde
investigar a los sospechosos antes de que pueda intervenir la justicia, así es que las condenas por
corrupción suelen ser, ajustes de cuentas internos o casos tan escandalosos que perjudican
gravemente la imagen del Partido. Quienes pagan las consecuencias de la corrupción son los
ciudadanos:

• Indemnizaciones mínimas a los propietarios desahuciados de sus viviendas


• Ciudadanos privados del conocimiento de su propia historia, porque es un campo muy sensible
para el Partido, ya que este quedaría en entredicho, si se revelara la auténtica magnitud de sus
crímenes, como, por ejemplo, la hambruna de los años 60, que aún es un tema tabú para la
historiografía china.

Desde 2013 China tiene un nuevo líder, Xi Jinping. Su mensaje de un desarrollo científico prometía
seguir modernizando China hasta convertirla en una sociedad armónica y dar a la población mayor
libertad económica y social. Sin embargo, la corrupción se ha convertido en un rasgo intrínseco del
sistema, la desigualdad aumenta (hay 4 millones de millonarios y multimillonarios) y le siguen los
gravísimos problemas medioambientales. Ha demostrado su propósito de mantener inflexible el
107
monopolio del poder en manos del Partido Comunista, mediante la represión de cualquier tipo de
disidencia: disidentes: defensores de los derechos humanos, periodistas, feministas, sindicalistas y
grupos étnicos y religiosos (tibetanos, musulmanes, etc). Según la ONU, en los campos de reeducación
(teóricamente clausurados en 2013) habría detenido en torno a un millón de uigures en 2019. Ha
optado por un rearme ideológico basado en el nacionalismo, con su proyecto de devolver a China su
papel de gran potencia. Ha suavizado la política del hijo único: las parejas en las que el marido o la
mujer sean hijos únicos podrán tener dos hijos. Tiene mucho sentido, porque el problema demográfico
de China ya no es el de un fuerte crecimiento sino el envejecimiento de la población, el desequilibrio
entre el número de hombres y mujeres y la crisis de la familia tradicional.

4. Hong Kong y Taiwán

Hong Kong, colonia británica desde 1842, es un territorio pequeño y densamente poblado. Desde
mediados del siglo XX es uno de los principales centros financieros del mundo. En 1984 Reino Unido
y China llegaron a un acuerdo para su retorno, que se produjo en 1997. La Ley Básica de Hong Kong
garantiza a la región unas instituciones mucho más libres que las del resto del país, aunque no un
sistema democrático. El Consejo Legislativo de Hong Kong es elegido, en parte por sufragio directo y
en parte, indirecto. Existe una oposición activa, que solicita la instauración de un sistema basado en
el sufragio universal. Por otro lado, se ha mantenido el sistema legal creado por los británicos que ha
permitido que Hong Kong mantenga su estatus como centro financiero. En cambio, ya hubo fuertes
protestas (Movimiento de los Paraguas en el 2014) pidiendo mayores libertades que se han repetido
durante 2019 y 2020.

Con respecto a Taiwan, la aspiración de los dirigentes chinos es recuperar también la soberanía. Esta
isla china se convirtió en 1949 en al último refugio de los vencidos en la guerra civil, es decir Chiang
Kaishek y su partido el Kuomintang. Nunca se firmó el armisticio y desde entonces existen las dos
entidades que se consideraban Estado Chino:

• La República Popular China en el territorio continental


• República China en la isla de Taiwán.

Hasta 1971 fue la República China quien mantuvo, tanto el escaño en las Naciones Unidas como, el
permanente en el Consejo de Seguridad, pero entonces ambos pasaron a la República Popular. Desde
entonces Taiwán ha tratado de ser admitido en Naciones Unidas, pero ha fracasado y el número de
Estados que mantienen su reconocimiento es reducido. Durante casi 40 años Taiwán tuvo un régimen
dictatorial, pero a partir de los 60, experimentó un importante desarrollo económico y finalmente se
incorporó a la tercera ola de democratización. Chiang Kaishek falleció en 1975 y le sucedió su hijo
Chiang Ching-kuo quien inició una transición a la democracia. Por otra parte, las relaciones económicas
entre los dos Estados chinos son muy intensas por ello, hay motivos para que ambas partes estén
dispuestas a mantener el statu quo, por muy confuso que este sea.

5. La política exterior y de defensa

Desde el inicio de las reformas China adoptó una política exterior pragmática:

• Retiró el apoyo a los rebeldes maoístas en el mundo y se centró en las relaciones económicas.
• En las grandes cuestiones internacionales mantuvo un perfil bajo con el aumento de su
poderío económico ha adoptado una política exterior más activa.

108
A comienzos del siglo XXI las relaciones se enturbiaron, porque el gobierno chino vio como una
amenaza la promoción de la democracia en el mundo por parte de EE. UU. Por ello ha coincidido con
Rusia para frenar los intentos occidentales de imponer sanciones contra regímenes que violan
gravemente los derechos humanos, como es el caso de Siria. En otros casos su papel ha sido más
constructivo, como el caso de Corea del Norte.

A partir de los 90 China viene realizando un esfuerzo de modernización de sus fuerzas armadas, con
importantes compras de armamento, sobre todo a Rusia. Desde 2004, pero más claramente en la
etapa de Xi Jinping, el objetivo declarado es convertir a China en una gran potencia política y militar.
El plan inicial es controlar el llamado mar del Sur de China, para proyectar presencia naval hacia el
Pacífico y el Índico. La militarización de la zona y la creación de islas artificiales han provocado disputas
con los países ribereños y gran preocupación en Taiwán y también en otros países, como Japón, que
cuenta con la protección de Estados Unidos.

Para su proyecto de hegemonía geopolítica global cuenta también con herramientas económicas y
diplomáticas como el proyecto “Belt and Road”, lanzado en 2013 y conocido también como Nueva
Ruta de la Seda que consiste en la construcción de corredores de transporte marítimos y terrestres,
con infraestructuras portuarias, ferrocarriles, oleoductos, etc.) para incrementar el comercio con Asia,
África y Europa a partir de una inversión gigantesca; una ofensiva de diplomacia pública (publicidad y
propaganda), entrada de capital chino en medios de comunicación y productoras de cine
internacionales para desbancar la hegemonía cultural norteamericana: más la oferta de ayuda e
inversiones a países emergentes, y la creación de organizaciones internacionales alternativas, como
el Banco Asiático de Inversiones.

109
24. JAPÓN: PROSPERIDAD ECONÓMICA Y ESTABILIDAD POLÍTICA
La prosperidad actual de Japón tiene orígenes lejanos. El nivel cultural y la calidad de la administración
eran muy altos desde hace siglos, pero el aislamiento del exterior, que se prolongó desde comienzos
del siglo XVII hasta casi mediados del siglo XIX supuso que el país quedara al margen de los avances
occidentales. Luego vino la gran modernización de la era Meiji (1868-1912), que convirtió a Japón en
el primer país asiático en incorporarse a la revolución industrial. El rasgo más notable desde entonces
ha sido su capacidad de asimilar las innovaciones occidentales al tiempo que mantenía su identidad
cultural. Se conservaron los valores tradicionales de sumisión del individuo, al grupo y de respeto a los
padres y superiores, que conformaban una escala jerárquica en cuya cúspide estaba el emperador
divino. En los años 30, en pleno auge del nacionalismo y el militarismo, los dirigentes japoneses
trataron de utilizar su creciente poderío económico y militar para crear un gran imperio asiático,
invadiendo China y expulsando a las potencias coloniales occidentales, además de repudiando los
valores liberales que habían comenzado a penetrar en la sociedad japonesa.

La derrota de 1945 puso fin a esas tendencias y los japoneses demostraron su capacidad de adaptación
al aceptar las reformas estructurales impulsadas por los ocupantes americanos, incluida una
Constitución que consagró la democracia parlamentaria y mejoró la situación jurídica de la mujer.
Abandonado el sueño de la expansión militar, el país se centró en el desarrollo económico con un éxito
considerable, ayudado por la demanda que generó la guerra de Corea (1950-1953) y la apertura del
mercado norteamericano. Al principio las grandes empresas se expandieron mediante la adopción de
tecnología occidental, pero en los 80 Japón se había convertido ya en un centro de innovación
tecnológica, y algunos analistas argumentaban que el modelo japonés de capitalismo era el más eficaz.
En ese momento la cultura japonesa también revelaba al mundo su pujanza. Pero a partir de la gran
crisis bursátil de 1990, Japón entró en una etapa de dificultades económicas, que se agudizaron con
la crisis financiera asiática de 1997.

En realidad, ni las empresas japonesas estaban a punto de dominar el mercado, ni el país entró en los
90 en un declive irremediable. Lo ocurrido representa más bien una crisis de madurez. Japón es un
país altamente desarrollado en el que algunos aspectos del modelo económico que le habían permitido
desarrollarse se han convertido en obsoletos. En consecuencia, los japoneses han adoptado una
política de reformas que de forma lenta y gradual están transformando su estructura económica para
adaptarla a las nuevas tendencias internacionales. Al mismo tiempo se está produciendo un cambio
de mentalidad, con un creciente individualismo que atenúa las diferencias culturales con Occidente,
aunque no las anula.

1. Las transformaciones económicas

Japón es por su PIB nominal la cuarta potencia mundial (después de China, Estados Unidos e India),
su PIB por habitante encuentra también entre los más elevados del mundo, aunque a bastante
distancia de los Estados Unidos. Hace mucho tiempo tenía las tasas de crecimiento anual más elevadas,
pero actualmente han dejado de serlo. Si las tasas de crecimiento medio anual en los años 70 eran del
5% y del 4% en los ochenta, en el periodo de 1990-2005 se redujo al 0,8%. El estancamiento económico
se ha agravado por la crisis demográfica: la población comenzó a decrecer y envejecer a una velocidad
sin precedentes. Esto ha convencido a los japoneses de que el modelo económico de las décadas
anteriores basado en las exportaciones, con un mercado interior muy protegido, con poca
competencia y muy regulado ha dejado de resultar efectivo.

110
Las empresas japonesas de mediados del siglo XX habían heredado del Japón tradicional las relaciones
laborales basadas en la deferencia de los trabajadores y el paternalismo de los empresarios. Era
relativamente habitual que los trabajadores y también los ejecutivos permanecieran en la misma
empresa durante toda su vida laboral. Las empresas evitaban los despidos, preferían negociar recortes
salariales. La conflictividad laboral era más reducida que en Occidente y la disciplina favorecía un
mayor control de calidad de los productos. Las grandes empresas mantenían relaciones estables con
sus suministradores. El Estado orientaba el desarrollo de las empresas, mediante créditos a bajo coste
ofrecidos a las más prometedoras y limitaba la competencia en el mercado interno para proteger a
algunos sectores, por ejemplo, frenando el crecimiento de los hipermercados para favoreces al
pequeño comercio, también limitaban la entrada de productos extranjeros.

Este modelo ya no estimulaba el crecimiento económico. La única manera de promover el


crecimiento era incrementar la flexibilidad y las empresas japonesas lo han hecho. Su estilo se acerca
al modelo internacional, sus inversiones en el extranjero han aumentado, sus ejecutivos aprenden
inglés y pasan largas temporadas fuera del país. El empleo vitalicio ha dejado de ser un ideal. La
flexibilidad laboral se ha logrado, mediante el recurso a contratos temporales peor pagados, que en
2005 suponían un tercio del total.

Los sucesivos gobiernos no han planteado nunca una reforma económica drástica, pero han llevado
a cabo muchas medidas encaminadas a estimular la competencia. Durante los años 90 se liberalizaron
las telecomunicaciones, el transporte, el suministro de energía, las finanzas y el comercio al por menor,
todo ha resultado ventajoso para los consumidores. La Gran Recesión condujo a un retroceso en el PIB
en 2008 y 2009 y de nuevo en 2011, aunque en 2012 la recuperación estaba ya en marcha. Desde el
2012, se inicia la recuperación, ayudada por la nueva política del primer Gobierno de Shinzo Abe:

• Liquidez monetaria para acabar con la deflación.


• Inversiones estatales en obras públicas.
• Más reformas:
o Decisión de cerrar las centrales nucleares (productoras de casi un tercio de la energía
del país).
o Fomentar la innovación (especialmente la ronótica)
o Paliar el problema demográfico (políticas de natalidad, incorporación de la mujer al
trabajo -70% lo abandona al ser madre- y apertura del país a la inmigración.

Estas últimas medidas suponen, además, una ruptura con patrones culturales muy asentados en el
sistema de valores japonés.

2. La estabilidad política

A pesar del impacto de las dificultades económicas, los rasgos básicos de la política japonesa, apenas
se han modificado. La mejor prueba de ello es que, excepto durante un breve tiempo a mediados de
los 90 y otro entre 2009 y 2012, el Partido Liberal Democrático (PLD) se ha mantenido al frente del
gobierno desde 1955 hasta hoy. La competencia política entre las distintas facciones de este partido
resulta por ello más importante que su competencia con los partidos de la oposición, ya que ninguno
de los cuales ha logrado convertirse nunca en un serio rival. Por otro lado, el PLD evita que se formen
liderazgos duraderos, aunque pertenezcan al partido, los jefes de gobierno se suceden con rapidez. En
esas circunstancias los cambios de gobierno rara vez producen grandes cambios.

111
El liderazgo del conservador Shinzo Abe, que gobierna desde 2012 con una oposición debilitada y muy
dividida, está siendo una excepción. Además, en 2019, la monarquía japonesa ha inaugurado una
nueva era imperial al entronar a un emperador, Naruhito, quien deberá afrontar importantes desafíos
económicos, sociopolíticos y de seguridad.

En política exterior, Japón ha mantenido su alianza con EE. UU. Tras la Segunda Guerra Mundial, Japón
se comprometió a renunciar a la guerra y el sentimiento pacifista es muy fuerte en el país. La
denominación oficial de su ejército es de “fuerzas de autodefensa” y no han sido desplegadas en
misiones exteriores salvo en misiones de paz de la ONU. Así es que, cuando Japón envío tropas a Irak
en 2003 representó una novedad importante. Su política de pacifismo activo, con importantes
aportaciones a los organismos internacionales vinculados a ayuda a refugiados y resolución de crisis se
está viendo alterada por el aumento de la tensión regional. Japón se siente inquieto por el programa
nuclear de Corea del Norte y por el creciente poderío militar de China. Para neutralizar estas
amenazas, ha mantenido sus muy buenas relaciones con los Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda
y la India y mejorado el vínculo estratégico con Corea del Sur. Aprovechando la diplomacia multilateral,
está liderando el relanzamiento del Tratado Comercial Transpacífico -sin los EE. UU. De Trump-, acaba
de firmar un histórico acuerdo comercial con la Unión Europea, al tiempo que refuerza su defensa y
trata de potenciar un espacio Indo-Pacífico alternativo a la Nueva Ruta de la Seda china.

112
25. ECONOMÍA Y POLÍTICA EN ASIA MERIDIONAL
Asia meridional incluye la gigantesca India; dos estados musulmanes, Pakistán y Bangladés; dos
pequeños estados montañosos del Himalaya, Nepal y Bután, y un estado insular, Sri Lanka, la antigua
Ceilán. Suman casi la cuarta parte de la población mundial pero su peso en la economía no es tan
grande. La India tiene 29 veces más población, pero solo prácticamente poco más del doble que
España. Son países de desarrollo medio que, sin embargo, han experimentado en los últimos años un
despegue económico importante. Además India y Pakistán son potencias nucleares desde 1998, lo que
otorga especial gravedad a la tradicional tensión entre estos dos países originada en la independencia
y partición de 1947.

Los países del Asia meridional tienen un nivel de desarrollo humano medio, se sitúan en el tercero de
los cuartiles, integrado cada uno por un mismo número de países, de la clasificación del PNUD. La India
es una de las grandes potencias económicas de nuestros días y tanto la India como Pakistán son,
además, potencias militares, dotadas de armamento nuclear. A diferencia con lo que ocurre en Asia
oriental, ningún país tiene un régimen autoritario.

1. Tendencias demográficas

La India es, después de China, el segundo país más poblado del mundo, mientras que Pakistán y
Bangladés tienen más habitantes que cualquier país europeo. La tasa de fecundidad se ha reducido
drásticamente durante las últimas décadas, aunque todavía se sitúa en tres hijos por mujer en
Pakistán. Hace cuarenta años la media era de 5 o 6 hijos por mujer, lo que condujo a un importante
crecimiento demográfico. La esperanza de vida ha aumentado mucho y se sitúa en torno a los 70 años,
tal como era la de España hace medio siglo.

2. El desarrollo económico

Su ingreso nacional bruto sitúa a la India en el 2019 como la tercera potencia económica del mundo,
mientras que el de España se halla en el puesto 15, pero en ingreso por habitante se sitúa en
magnitudes propias de países de desarrollo medio, al igual que el de Pakistán y Bangladés. Las tasas
de crecimiento de los tres países han sido elevadas en las últimas décadas y especialmente en la última.

113
3. El desarrollo humano.

El índice de desarrollo humano sitúa a los tres países en el tercer cuartil. Por otra parte, el índice de
desigualdad económica se sitúa a un nivel medio, similar al español, y contribuye al bienestar de una
buena parte de la población sea muy reducido, una realidad que se refleja en el IDH ajustado por la
desigualdad. La corrupción es muy elevada en la India y todavía más en los otros países, como se
refleja en el valor que alcanza el índice elaborado por Transparencia Internacional: 40 en la India frente
a 57 en España. La tasa de homicidios es bastante más elevada que en España y alcanza valores
inquietantes en Pakistán.

4. Tendencias políticas.

La India ha mantenido sus instituciones democráticas desde la independencia y puede considerarse


un país libre, aunque no alcance los niveles de libertad propios de los países más desarrollados.
Pakistán ha pasado por repetidas experiencias de Gobierno autoritario, aunque la democracia se ha
restaurado en 2008 y, al igual que Bangladés, debe considerarse parcialmente libre. El enfrentamiento
entre la India y Pakistán es el principal motivo de que sus gastos en defensa sean elevados, sobre
todo en el caso de Pakistán, que gasta proporcionalmente más para compensar el hecho de que su PIB

114
es mucho menor que el de la India. Sin embargo, su descenso en los últimos años indica una reducción
de la tensión.

115
26. INDIA: LA MAYOR DEMOCRACIA
Es una de las grandes potencias emergentes y el Estado democrático más poblado del mundo. Tiene
instituciones democráticas desde su independencia en 1947 y los últimos años ha tenido un gran
desarrollo económico. No le faltan, sin embargo, problemas que resolver:

• La pobreza en la que viven buena parte de sus ciudadanos.


• La corrupción que debilita las instituciones.
• La contaminación que sufren algunas de sus ciudades.
• Los estallidos de violencia por diferencias étnicas o religiosas.

1. La herencia de Nehru

Desde la independencia en 1947 hasta 1989 el gobierno lo dirigió la misma fuerza política, el Partido
del Congreso, que había protagonizado la lucha por la independencia, y por una misma familia, la de
los Nehru-Ghandi, salvo un breve intervalo a finales de los años setenta. El fundador de esta familia
política fue Jawaharial Nehru, que gobernó desde 1947 hasta su muerte en 1965. Su hija, Indira
Gandhi, que adquirió ese apellido por matrimonio, gobernó de 1966 a 1977, fue derrotada por la
oposición en las elecciones de ese año y regresó al poder tras si triunfo en 1980 hasta que fue
asesinada por separatistas sijs en 1984. Le sucedió su hijo Rajiv Ghandi, que gobernó hasta 1989, fue
asesinado también en un atentado en 1991. Su viuda Sonia Ghandi, asumió la dirección del Partido
del Congreso en 1998, pero la derrota electoral de 1989, lo había debilitado y se entró en una etapa
de alternancia en el poder con complejas coaliciones entre el Partido del Congreso y el Bharatiya
Janta Party (BJP).

Esta transición al pluripartidismo forma parte de la transformación del modelo que diseñó Nehru. El
anterior sistema económico, basado en el proteccionismo frente al exterior, dio paso a un nuevo
sistema más liberal y abierto al exterior. El laicismo de Nehru sigue siendo la base de la convivencia
entre los ciudadanos de distintas confesiones, pero el ascenso del BJP demuestra la creciente fuerza
de los nacionalistas hindúes. La política exterior de no alineación de Nehru, que convirtió a la URSS
en el principal socio de India, ha dado paso a una mejor relación con EE. UU., que antaño era el
principal aliado de Pakistán. El problema de las castas, que durante mucho tiempo se evitaba en el
debate político, ha reaparecido con el surgimiento de partidos basados en la casta de las intocables
(dalit) o en castas intermedias, que se sienten víctimas de discriminación económica y social.

2. El gobierno de Rao y las reformas económicas

En 1991 Narashima Rao formó gobierno e impulsó una importante transformación del sistema
económico. Con 70 años y tras ser previamente ministro con Indira Gandhi y su hijo no parecía la
persona más adecuada para ello, pero la convicción de que el modelo existente no permitía el
despegue económico del país hozo que Rao actuara en consecuencia. El ejemplo de las eficaces
reformas que China había adoptado contribuyó al cambio de rumbo, pero el mayor impulso vino de
la dificilísima situación en que se hallaba la Hacienda India en 1991, con un brutal déficit fiscal. Las
reformas fueron coordinadas por un brillante economista, El ministro de Finanzas Manmohan Singh.

Largos años de escaso crecimiento mantenían en la miseria a buena parte de la población india. A
comienzo de los noventa, el 60% de los niños padecían cierto grado de desnutrición, el 85% de la
población carecía de servicios de saneamiento adecuados, algo más de la mitad de los adultos eran

116
analfabetos y solo había 6 millones de teléfonos para 950 millones de habitantes. El modelo económico
se basaba en el aislamiento respecto al mercado exterior, surgido en parte del rechazo al
colonialismo, y en parte, en la desconfianza respecto a la iniciativa privada. Las importaciones se
veían restringidas por cuotas y altas tasas aduaneras, los sectores estratégicos de la economía, como
la industria pesada, eran exclusivamente públicos, y las empresas privadas funcionaban bajo régimen
de autorizaciones administrativas, que frenaba su iniciativa y era una fuente de corrupción.

Las reformas del gobierno de Rao implicaron:

• La apertura a la inversión extranjera.


• Reducción de obstáculos a la importación.
• Desregulación de la actividad empresarial.
• Privatización de empresas públicas.
• Inversión en infraestructuras.

Todo esto estimuló la competitividad de la economía india, especialmente notable fue la obtenida
por los servicios informáticos, a medida que más y más empresas subcontrataban sus servicios, ya que
las empresas indias disponían de informáticos bien formados y de teleoperadores que dominaban el
inglés. La ciudad meridional de Bangalore se convirtió en uno de los principales centros informáticos
del mundo.

Esta primera reforma fue muy importante porque implicaba un cambio de modelo y encontró la
oposición de muchos intereses creados. La productividad siguió siendo baja y grandes regiones del
país quedaron al margen de este desarrollismo. Las tasas aduaneras, aunque bajaron mucho, todavía
seguían siendo más altas que en el resto de los países emergentes de Asia y América Latina. El
mercado laboral siguió siendo poco flexible, lo que beneficiaba al sector público y del sector privado
formal, pero dejaba desprotegidos a los trabajadores del sector privado informal y dificultaba la
reestructuración de las empresas. El Estado gastaba muchísimo en subvencionar el consumo de
ciertos productos, de manera poco racional desde el punto de vista económico, pero popular para los
electores. especialmente los combustibles, mientras sectores cruciales para el desarrollo como la
sanidad, la educación o la red de transportes no eran atendidos.

El Partido del Congreso sufrió una severa derrota en 1996 y Rao se vio obligado a dimitir. Su imagen
se vio deteriorada por varios casos de corrupción y llegó a ser procesado, aunque resultó absuelto poco
antes de morir en 2004.

3. El nacionalismo hinduista y el gobierno de Vajpayee

El 85% de los ciudadanos indios son hinduistas, cerca del 15%, musulmanes y el resto se divide entre
distintas minorías. La lengua más hablada es el hindi, pero la oposición de los hablantes de otras
lenguas ha impedido que se convierta en la única lengua oficial, así es que el inglés se mantiene como
segunda lengua. La diversidad religiosa, étnica y lingüística es en realidad uno de los rasgos
característicos del país que desde su independencia ha sido respetado. En el terreno religioso, se ha
traducido en el laicismo, el Estado no reconoce preeminencia a ninguna religión. Los cuadros del
Partido del Congreso han sido, sobre todo, miembros de la casta más elevada, pero el partido ha
prestado siempre atención a las minorías, especialmente a la casta más baja, los dalit, . En los últimos
años ha cobrado fuerza una corriente nacionalista que propugna la hindutva (hinduidad), la
afirmación de una identidad india basada en la religión hinduista.

117
Desde su punto de vista, sijs y budistas no son sino corrientes dentro del hinduismo, mientras que el
Islam y el cristianismo representan una amenaza extranjera. Esta corriente tiene su origen en una
organización cultural fundada en 1925, Rashtriya Swayamsevak Sang (RSS), a la que pertenecen
muchos dirigentes del Bharatiya Janta Party (BJP), fundado en 1980, que alcanzó por primera vez el
gobierno a finales de los 90. El tercer componente es el Vishva Hindu Parishad (VHP) una organización
fundada en 1964, cuyas campañas en favor de la hindutva han degenerado a veces en violencia contra
los musulmanes. Por ejemplo, en 1990 el VHP lanzó una campaña para la demolición de una mezquita
en la ciudad de Ayodhya para reedificar el templo del dios Ram que supuestamente habría sido
derribado para construirla. Dos años después, la mezquita fue asaltada y destruida lo que desencadenó
una oleada de violencia entre hinduistas y musulmanes.

El gobierno de Vajpayee (1998-2004) fue más moderado de lo previsto. Vajpayee tenía 73 años y era
el líder político más prestigioso del movimiento nacionalista que no aplicó las ideas más radicales
(como la reconstrucción del templo de Ram) debido a que encabezaba un gobierno de coalición
multipartidista, aprobó un código civil uniforme para todos los ciudadanos que significaría la anulación
del código de familia específico de los musulmanes, y la reducción de la autonomía de Cachemira,
estado de mayoría musulmana en el que se había desarrollado un importante movimiento
insurreccional. Durante su gobierno se produjo un caso gravísimo de violencia intercomunitaria en el
Estado de Gujarat en 2002, cuando, en respuesta al incendio de un tren en el que viajaban hinduistas,
se desencadenaron ataques a las comunidades musulmanas en sus barrios y aldeas, con un balance de
2.00 muertos, ante la pasividad y connivencia de las autoridades locales del BJP, incluido el primer
ministro de ese Estado, Narendra Modi, que más tarde se convertiría en jefe de Gobierno.

La política económica del Vajpayee siguió la línea iniciada por Rao e impulsó en particular la
privatización de empresas. A comienzos del S.XXI India alcanzó las tasas de crecimiento más altas de
su historia. Se ha producido un despegue industrial, en sectores como el farmacéutico, en el que las
empresas indias producen a buen precio versiones genéricas de fármacos cuya patente ha caducado,
el automóvil, sobre todo la fabricación de componentes; el acero (líder mundial, Mittal), el cemento
y el aluminio. La expansión de los servicios informáticos sigue al alza. Sin embargo, los sectores más
dinámicos emplean poca mano de obra. La inversión extranjera ha contribuido a la modernización de
la economía y actualmente India es el segundo mayor receptor de inversiones extranjeras. En 2011 el
gobierno lanzó un importante plan para la mejora de la educación primaria y secundaria.

En 1998 India realizó su primera prueba nuclear subterránea, seguida por Pakistán. Esto desencadenó
fuertes críticas internacionales y las principales potencias occidentales impusieron restricciones en la
venta de armamento y de tecnología de alto nivel tanto a India como a Pakistán. Vajpayee inició un
proceso de diálogo con Pakistán, que culminó con la declaración de Lahore, que parecía abrir una vía
de negociación, pero posteriormente la India detectó la infiltración de tropas pakistaníes en los pasos
fronterizos al norte de Cachemira, lo que dio lugar a combates en los que murieron al menos 500
soldados indios. Al año siguiente una visita oficial de Clinton, primera de un presidente americano en
20 años, supuso un acercamiento entre ambas naciones. En conjunto, la política exterior de Vajpayee
ha sido prudente, aunque diversos atentados terroristas enturbiaron las relaciones indo-pakistaníes.

4. El retorno del Congreso y el gobierno de Singh

Las elecciones de 2004 las ganó el Partido del Congreso. La líder del Congreso, Sonia Gandhi, la viuda
de Rajiv, no quiso asumir la jefatura de gobierno y propuso a Manmohan Singh, el arquitecto de las
reformas económicas de los años 90.

118
La extrema fragmentación del nuevo parlamento respondía al hecho de que, con la parcial excepción
del propio Congreso, que solo obtuvo el 27% de los votos, no existen en India partidos con implantación
nacional. La elección de Singh representó, por otra parte, un triunfo del secularismo frente al
exclusivismo hinduista, al tratarse del primer jefe de Gobierno de religión sij.

Durante el mandato de Singh el PIB ha crecido en tasas muy elevadas y la Gran Recesión de 2008,
apenas se ha notado. La industria india está en plena expansión, pero la productividad del sector
agrario es muy baja. La deficiencia de las infraestructuras sigue siendo un grave obstáculo para el
desarrollo. Las condiciones de saneamiento son lamentables y un foco de enfermedades. El comercio
interior se ve frenado por la escasa calidad de la red de carreteras, mientras que puertos y aeropuertos
requieren también fuertes inversiones. El gobierno de Singh ha impulsado la creación de acuerdos
entre el sector público y el privado para la construcción de carreteras y aeropuertos. El esfuerzo de
los últimos años ha permitido que el 95% de la población en edad escolar asista a la escuela, al menos
hasta los 14 años, pero la calidad de la enseñanza es pésima.

Las relaciones con Pakistán mejoraron, aunque sigue estancado el conflicto con Cachemira. Las
relaciones comerciales con China han recibido un gran impulso. Con EE. UU. se ha alcanzado un
importante acuerdo de cooperación nuclear y en el terreno de la defensa un gran acercamiento a
Israel, que se ha convertido en el más importante suministrador de armamento para las fuerzas
armadas indias. El balance favorable del gobierno de Singh conllevó que ganara las elecciones de 2009.

5. Insurrecciones y terrorismo

La democracia india ha sido capaz de ofrecer vías de participación política a las múltiples tendencias
existentes, pero esto no ha impedido que se den focos de conflicto armado.

• Cachemira: El más importante, territorio de población mayoritariamente musulmana, aunque


con presencia hinduista y budista, estaba regido en 1947 por un maharajá que inicialmente
optó por la independencia, pero que, tras una insurrección apoyada por Pakistán, decidió la
incorporación a la India. Desde entonces, la línea de control de alto el fuego es la frontera de
hecho entre ambos países. Cachemira es el único Estado musulmán de la India. Ha sufrido
distintos brotes de violencia por grupos insurgentes con el apoyo pakistaní, han cometido
muchos atentados. India ha respondido con el envío masivo de tropas y con medidas represivas
que incluyeron la violación de los derechos humanos.

• Región del nordeste: Triángulo delimitado por las fronteras de China, Birmania y Bangladesh,
con gran diversidad étnica, integrado por siete Estados. A lo largo de los años ha habido
numerosos grupos rebeldes de base étnica, opuestos al dominio indio y a la llegada de
inmigrantes. El gobierno de Delhi ha respondido con medidas represivas y con diversos
acuerdos de paz, que implican el pago de grandes sumas a quienes se comprometen a cesar su
lucha armada, pero en algunas áreas la vida cotidiana está controlada por los insurgentes

• La extrema izquierda maoísta. Mantiene una insurrección en un cinturón de áreas rurales


deprimidas de la mitad este del país. Se les conoce como Naxitas, por la aldea bengalí en la que
actuaron por vez primera.

• Atentados yihadistas: En los últimos años varias ciudades indias se han visto afectadas por
ellos. Poco después del 11-S, se produjo un ataque contra la sede del parlamento indio en Delhi.
En 2005, más de 60 personas murieron en varios ataques simultáneos en lugares públicos de

119
Delhi. En 2006, 200 personas murieron en atentados simultáneos con explosivos contra varios
trenes en Mumbai (similar a los del 11-M en Madrid). Otro gravísimo incidente terrorista
también en Mumbai en 2008, un grupo llegado de Pakistán atacó varios objetivos buscando la
muerte de extranjeros.

6. El triunfo del BJP en el 2014 y el Gobierno de Modi.

Las elecciones de 2014 dieron al Bharatiya Janata Party y a su líder Narendra Modi la mayoría absoluta
de la cámara de los diputados, habiendo obtenido el 31 % de los votos, frente al 19% del Partido del
Congreso, liderado por Rajiv Gandhi. La política económica de Modi se ha basado en la liberalización,
la privatización y la atracción de capital extranjero, lo que ha contribuido a unas elevadas tasas de
crecimiento de la economía india. El gasto social ha sido reducido y las reformas para liberalizar el
mercado de trabajo han encontrado una fuerte oposición sindical. Sin embargo, ha impulsado
medidas de higiene, incluida la construcción de millones de retretes en áreas rurales que han tenido
un positivo impacto en la reducción de la diarrea y otras enfermedades. Las medidas de protección del
medioambiente se han relajado, pero Modi ha lanzado un plan para hacer frente al gravísimo problema
de la contaminación del aire. Su política de promoción del nacionalismo hinduista ha sido moderada.
En las elecciones de 2019, el BPJ obtuvo un resonante triunfo con el 37% de los votos, frente al 19%
del Partido del Congreso.

La India es un país que está experimentado un desarrollo económico y humano muy importante, pero
que sigue enfrentándose a muchos problemas. Dos ejemplos demuestran esa doble cara:

• Un estudio de 2019 señala que cinco de las diez ciudades con mayor dinamismo del mundo son
indias, encabezadas por Bangalore y Hyderabad.

• Según otro estudio, también son siete de las diez ciudades con el aire más contaminado del
mundo.

120
27. ECONOMÍA Y POLÍTICA EN ORIENTE MEDIO Y NORTE DE ÁFRICA.
EL CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ

Los anglosajones denominan MENA (Middle East and Nort Africa) a la región que se extiende desde
las costas atlánticas de Marruecos hasta las montañas y mesetas de Irán. El extremo occidental de
esta región se denomina Magreb, término que en árabe significa “Occidente” e incluye Libia, Túnez,
Argelia, Marruecos y Mauritania.

MENA es una región mayoritariamente musulmana, aunque hay comunidades cristianas en varios
países e Israel es mayoritariamente judío. La rama chií del islam es mayoritaria en Irak e Irán, mientras
que, en los demás países, predomina el Islam suni. La legua de la mayoría de los países es el árabe, que
presenta muchas variedades dialectales, mientras que las lenguas de Israel, Turquía e Irán son
respectivamente el hebreo, el turco y el persa o farsi. Existen minorías de lengua kurda en Turquía, Irak
y Siria y de lengua bereber en el Magreb.

Se trata de una región de desarrollo medio, no muy poblada, cuya considerable importancia en el
panorama internacional se deriva sobre todo de sus enormes yacimientos de hidrocarburos,
especialmente en el área del Golfo, y de haber sido en las últimas décadas un foco de tensión
internacional debido a sucesivos conflictos.

1. Economía y política en Oriente Medio y Norte de África.

Tendencias demográficas.

No existe en la región
ningún gigante
demográfico, pero Egipto,
Irán y Turquía tienen unas
cifras de población
importantes. El crecimiento
demográfico se ha situado
entre 1975 y 2005 en torno
al 2% anual, salvo en los
casos de Arabia Saudí y
algunos otros países árabes
donde ha sido más elevado.
Como en casi todo el mundo,
la tasa de fecundidad se ha
reducido mucho, situándose
a comienzos del siglo XXI
entre 2 y 3 hijos por mujer,
salvo en algunos países
árabes en los que la modernización de las mentalidades se está produciendo más lentamente como es
el caso de Yemen donde sigue siendo aún de 5 hijos por mujer. Se trata de países con un alto porcentaje
de población joven, con todas las ventajas que ello implica en términos de creación de empleo. La
esperanza de vida es relativamente elevada, equivalente a la de España hace cuarenta años, pero no
ha alcanzado, salvo en Israel, los niveles de los países más desarrollados.

121
El desarrollo económico.

A pesar de la riqueza
petrolífera de algunos de
ellos, ninguno de estos
países se ha convertido
en una potencia
económica importante.
Por el volumen total de su
producción, destaca
Turquía cuyo PIB presenta
el 65% del español. El PIB
por habitante sólo es
elevado en Israel, y sobre
todo, en los países poco
poblados con gran
producción de petróleo
de la región del Golfo,
mientras que la mayoría
de los restantes tienen un
nivel medio, o incluso
bajo en el caso de Mauritania o de Yemen, el país menos desarrollado de la región. El crecimiento
económico de las últimas décadas ha sido importante, pero sin alcanzar las elevadas tasas de Asia
oriental. El índice de libertad económica se sitúa en general en niveles medios o incluso altos.

El desarrollo humano.

Los países de Oriente Medio y el norte de África presentan una gran diversidad en su nivel de
desarrollo, con casi veinte puntos de diferencia entre Arabia Saudí y Marruecos, pero todos han
experimentado una gran
mejora en las últimas
décadas, especialmente
en el caso de Irán, que ha
elevado su índice en 25
puntos desde 1990. El
efecto de la desigualdad
social reduce en la
práctica el índice. El nivel
de corrupción es elevado,
excepto en Israel. Las
tasas de homicidio revelan
unos niveles de violencia
interpersonal más
elevados que en España,
sobre todo en los casos de
Turquía e Irán, aunque
muy lejos de las tasas
alcanzadas por algunos
países latinoamericanos.

122
Tendencias políticas.

La falta de libertad política caracteriza a casi todos los países de la región. Israel puede ser
considerado un país plenamente libre, si nos referimos a la situación del territorio israelí
propiamente dicho, no
a los territorios
palestino ocupados. De
acuerdo con los
criterios de Freedom
House, Irán, Turquía y
la mayoría de los
países árabes deben
considerarse hoy
como no libres y, en
varios de ellos, la
situación de las
libertades ha
empeorado
recientemente. Sólo en
Túnez se ha
consolidado la libertad
alcanzada durante los
movimientos de
protesta de la llamada
Primavera Árabe.

El gasto en defensa como porcentaje del PIB es en general alto, debido al carácter conflictivo de la
región. Un dato positivo es la disminución del porcentaje de gasto militar respecto años atrás en
países como Arabia Saudí, Israel y Egipto.

2. El conflicto árabe-israelí.

Israel se fundó en 1948 basado en una resolución de Naciones Unidas, que no fue aceptada por los
países árabes vecinos, que lo consideraron una especie de colonialismo. Esto condujo a 4 guerras
sucesivas entre Israel y sus vecinos, en 1948-49, 1956,1967 y 1973, en las cuales venció Israel.

La población palestina, de lengua árabe y mayoritariamente musulmana, aunque con una minoría
árabe cristiana, se encontró desde la derrota de 1949 en una situación deplorable. Una parte de los
palestinos permaneció en el territorio de Israel, y son hoy ciudadanos de Israel, se les conoce como
árabes israelíes, aunque están sometidos a algunas limitaciones y están excluidos del servicio militar.
Muchos otros huyeron o fueron expulsados de sus hogares y se refugiaron en territorios vecinos.

La situación se agravó tras la guerra de 1967, en la que Israel ocupó Gaza (administrado por Egipto)
y Cisjordania (administrado por Jordania). La ocupación no fue reconocida por la comunidad
internacional, pero ello no ha impedido que se establezcan colonos judíos, especialmente en
Cisjordania. Por otra parte, Israel no reconoce como ciudadanos propios a los palestinos de Gaza y
Cisjordania. Desde los años 70, diversas organizaciones palestinas, entre ellas Al Fatah dirigida por
Yasser Arafat, condujeron una ofensiva contra Israel por medio de atentados terroristas, muchos de
ellos en terceros países. En 1982 Israel invadió el Líbano, para acabar con las bases palestinas y 5 años
123
después se enfrentó por primera vez a una masiva movilización popular de protesta en los territorios
ocupados, la Intifada.

Tras el fin de la Guerra Fría, se pensó que este conflicto podía concluir con una solución negociada,
se dio un primer paso en la Conferencia de Madrid en 1991, y negociaciones bilaterales en Oslo entre
israelíes y palestinos en 1993 que condujeron a un principio de acuerdo. Los acuerdos de Oslo les
suponían a los palestinos el reconocimiento del Estado de Israel y a los israelíes el reconocimiento
del derecho palestino al autogobierno. A partir de ahí, el paso más importante fue una retirada parcial
israelí de los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, que hizo posible que se estableciera la
Autoridad Palestina, dotada de ciertas competencias de gobierno de los territorios y Arafat fue elegido
su primer presidente.

A medio plazo el proceso de paz implicaba para los israelíes la renuncia a Cisjordania y Gaza y para
los palestinos la renuncia al retorno al territorio del actual Israel, del que proceden sus familias. Para
los extremistas de ambos bandos, esto representaba una traición. Isaac Rabin, el jefe de gobierno
israelí fue asesinado por un extremista israelí en 1995. Y en esas fechas islamistas palestinos (Hamas),
lanzaron una ofensiva terrorista en ciudades israelíes, con atentados suicidas, entrando en una espiral
de violencia, que contribuyó que el Likud, partido de la derecha, ganara las elecciones de 1996.

El proceso de paz recobró impulso en 1999, Clinton utilizó toda su influencia para que se lograra un
acuerdo final. Arafat no estaba dispuesto a ceder respecto al crucial problema del derecho al retorno,
que los israelíes consideran una amenaza, ni tampoco al problema de Jerusalén (ciudad sagrada para
las tres religiones: judía, musulmana y cristiana). Un provocativo acto de Ariel Sharon (líder del partido
Likud), una visita a la explanada de las mezquitas, desencadenó la Intifada de Al Aqsa en 2000. Esta
consistió en una ofensiva de las organizaciones armadas palestinas con atentados suicidas. A los que
el gobierno de Sharon, ganador de las elecciones de 2001, respondió con duras represalias militares y
con el asesinato de los promotores de los atentados. Israel comenzó a levantar un muro que aísla los
territorios ocupados. En pleno conflicto, Arafat falleció en 2004.

En 2005 Sharon decidió la retirada unilateral de las tropas y de los escasos asentamientos de colonos
judíos en Gaza, pero no en Cisjordania, donde han seguido expandiéndose los asentamientos. En 2006
en las elecciones palestinas gana Hamas, radicalmente contrarios al reconocimiento de Israel. Tras
diversos enfrentamientos, Al Fatah se ha hecho con el control de Cisjordania y Hamas con el de Gaza.
Ese mismo año, en respuesta al lanzamiento de misiles contra su territorio por parte de los chiíes de
Hezbollah.

En 2006, en respuesta al lanzamiento de misiles contra su territorio por parte del partido radical chií
libanés Hezbolá, Israel invadió el sur del Líbano, originando un intenso conflicto que se prolongó
durante un mes, causando centenares de muertos. A finales de 2008, también en respuesta al
lanzamiento de misiles, Israel atacó Gaza, en una operación de corta duración que causó 1.000
muertes, incluidas la de muchos civiles palestinos, un conflicto que se repitió con más intensidad en
2014. En conjunto, las sucesivas fases del conflicto árabe-israelí han causado desde 1948 más de
120.00 muertos y la perspectiva de una solución negociada sigue siendo remota.

124
28. LA PRIMAVERA ÁRABE Y SUS CONSECUENCIAS
En diciembre de 2010 un joven tunecino que se había sentido humillado por la policía se prendió fuego
como protesta y murió a los pocos días. Ese fue el origen de una campaña de manifestaciones masivas
contra el régimen dictatorial de Zine Ben Ali, que provocaron su caída en enero de 2011. El ejemplo
tunecino cundió rápidamente por todos los países árabes, en muchos de los cuales se produjeron
grandes movimientos de protesta, especialmente en Egipto, donde los manifestantes ocuparon
durante semanas la plaza Tahrir de El Cairo, hasta que Mubarak, se vio forzado a dimitir en marzo de
2011. La analogía con las protestas de 1989 que provocaron el hundimiento del comunismo y con las
de 1848 que afectó a gran parte de Europa, eran evidentes: el movimiento de protesta se propagaba
en cuestión de semanas de un país a otro. Como en 1848 se denominó la primavera de los pueblos,
pronto a estos movimientos se les denominó primavera árabe. Hay que recordar que la de 1848 fracasó
y que al liberalismo le costó 20 consolidarse en Europa. En el caso de la primavera árabe, su resultado
sigue siendo incierto.

Los acontecimientos de este tipo son impredecibles, pero una vez producidos es posible analizar los
factores que han contribuido a provocarlos. La causa de fondo es el descontento de amplios sectores
de la población frente a unos regímenes autoritarios, la violación de los derechos humanos y la
corrupción. En el plano de desarrollo humano se ha producido un avance importante, pero no lo
suficiente para satisfacer a una población con gran número de jóvenes que exigían un cambio. La
subida de precios de los alimentos era otro factor de descontento, por último, las redes sociales de
Internet favorecieron la movilización, aunque hay que destacar que lo decisivo fue la presión en la
calle, en la que los manifestantes demostraron que estaban dispuestos a arriesgar su libertad y su vida
para derrocar a unos regímenes odiados.

La respuesta de los distintos regímenes fue muy distinta:

• En algunos casos trataron de dar respuesta, al menos parcial a las demandas. En Marruecos
se aprobó una constitución más abierta en julio de 2011 aunque se preserva el poder real.
• En Túnez y Egipto, los dictadores consideraron que su caída facilitaría el encauzamiento de
las protestas.
• En Yemen, el proceso de cambio fue más largo y conflictivo, pero al final el régimen también
cedió. A finales de 2011 hubo un acuerda con la oposición, en virtud del cual Ali Abdullah Saleh
abandonó la presidencia que ostentaba desde 1990.
• En Libia y Siria, por el contrario, los dictadores se aferraron al poder y no ofrecieron más
respuesta que la represión, lo que los precipitó a la guerra civil. El apoyo aéreo occidental hizo
caer a Gaddafi en Libia, mientras que Bachir al Assad, en cambio se mantiene en el poder a
costa de una mortífera guerra civil que ha originado miles de muertos y desplazados.

Todo ello explica el muy distinto número de víctimas mortales de la violencia política: 300 en Túnez,
1.700 en Egipto, 2.000 en Yemen, 25.000 en Libia y 120.000 en Siria.

En Túnez, el partido más votado en las elecciones constituyentes de octubre de 2011 fue Ennadah,
de orientación islamista moderada, y un gran consenso nacional entre islamistas y laicos condujo a
la aprobación de una nueva Constitución en el 2014. Desde entonces se ha consolidado una
democracia multipartidista que ha hecho de Túnez el único país plenamente libre.

En Libia, triunfó la rebelión, pero no ha llevado la estabilidad, frente a la brutal represión de Gaddafi la
ONU adoptó una resolución para proteger a la población civil y apoyándose en ella, Francia, los Estados

125
Unidos y Gran Bretaña lanzaron una campaña aérea que facilitaron la victoria de los rebeldes. Se
celebraron elecciones en 2012, pero el gobierno apenas controla la situación por la proliferación de
milicias armadas y los enfrentamientos se han mantenido hasta hoy.

En Egipto, tras la caída de Mubarak, asumió el poder un consejo militar, que convocó elecciones, que
fueron ganadas por Mohamed Morsi de los Hermanos Musulmanes. Su política marcadamente
islamista fue rechazada y en 2013 se produjeron masivas manifestaciones en su contra, hasta que se
produjo el 3 de julio un golpe militar que le derrocó. Las protestas de los Hermanos Musulmanes han
fueron duramente reprimidas, sus líderes encarcelados y Egipto ha retornado a un régimen autoritario
bajo la presidencia del general Abdulfatah al Sisi.

Yemen, uno de los países árabes menos desarrollados, se encuentra en una situación humanitaria
desesperada desde que en el 2015 estallara una guerra civil entre los rebeldes hutíes, que tienen su
apoyo en el área chií del norte del país, y un Gobierno apoyado por Arabia Saudí y otros países
árabes. Sin embargo, la tragedia del Yemen ha tenido poco eco en la opinión pública mundial.

Siria ha sido donde más trágica ha sido la evolución. El actual régimen nació de un golpe militar en
1970 de Hafez al Assad, del partido Baaz, de orientación panarabista y de izquierda, quien mantuvo un
férreo control de su poder durante 30 años. A su muerte (2000), le sucedió su hijo Bachir. Los puestos
clave del gobierno los ocupan personas de su grupo religioso, los alauí, cercano al Islám chií, mientras
que la mayoría de la población son sunníes. Las protestas de 2011 no tuvieron motivación religiosa,
sino cívica, contra un gobierno autoritario y corrupto. La violencia de la represión condujo a que las
protestas se convirtieran en revuelta armada. Los intentos de adoptar sanciones contra al Assad por
la ONU fracasaron por el derecho de veto de Rusia, tradicional aliado de Siria. Una posible intervención
militar como en Libia, presentaba muchas dificultades y además es poco atractiva desde que los
yihadíes han cobrado protagonismo entre los rebeldes. El régimen, además, ha contado con el apoyo
de Irán y Rusia. El régimen de al Asad se ha consolidado en la mayor parte del país, pero no en todo.
Se estima que en la guerra civil han perdido la vida hasta el 2018 más de 360.000 personas, de las que
más de cien mil eran civiles. En el 2016, se estimaba que, de una población de 22 millones de personas
antes de la guerra, 6 millones se hallaban desplazados en la propia Siria y otros 5 millones se habían
refugiado en el extranjero.

126
29. TURQUÍA, ARABIA SAUDÍ E IRÁN
La Liga Árabe, fundada en 1945 con seis miembros, cuenta hoy con veintidós, incluidas Palestina, que
no es un Estado soberano, pero tiene el pleno reconocimiento de los países árabes, y Siria, cuya
participación en la Liga fue suspendida en el 2011 como respuesta a la violenta represión de las
protestas populares por el régimen de al Assad y la consiguiente guerra civil. Todos los miembros de la
Liga incluyen el árabe entre sus lenguas oficiales, pero sólo dieciocho de ellos son mayoritariamente
de lengua árabe.

1. Arabia Saudí: petróleo e integrismo

Arabia Saudí es un país singular incluso por su propia denominación oficial, adoptada en 1932, que
alude a la dinastía reinante, la casa de Saud, que se hizo con el control de su territorio en las primeras
décadas del siglo XX. Es también singular por sus gigantescos recursos petroleros, pues sus reservas
se estiman en un 20% del total mundial, mientras que casi otro 40% de ese total corresponde al resto
de los países ribereños del Golfo, especialmente Irán, Irak, los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait. Esta
riqueza petrolera explica la estrecha relación entre Arabia Saudí y EE. UU., a partir del encuentro
histórico entre el presidente Franklin Roosvelt y el rey Ibn Saud, fundador de la dinastía, en febrero de
1945. Sin embargo, la cultura saudí presenta un marcado contraste con los valores occidentales. La
ley obliga a todos los ciudadanos saudíes a abrazar la religión musulmana y la imposición de unas
costumbres supuestamente acordes con el islam, incluida la segregación estricta de las mujeres.

El integrismo saudí se remonta a los orígenes de la casa Saud, un clan que en siglo XVIII selló una
alianza con el predicador Ibn Abdel Wahhab, quien reclamaba el retorno al islam primigenio y la
eliminación de todas aquellas costumbres y prácticas que consideraba ajenas al islam. De ahí la
denominación de wahabí que suele aplicarse a la doctrina islamista dominante en el país, aunque los
saudíes rechazan esa denominación, porque, en su opinión, Wahhab se limitó a restablecer el islam
original. Los recursos generados por el petróleo permitieron a los saudíes exportar a partir de los
años setenta su visión del islam al conjunto del mundo musulmán, a través de la fundación de
mezquitas, el envío de predicadores y la acogida de estudiantes.

La invasión iraquí de Kuwait en 1990 generó una cadena de reacciones que condujo al repudio del
régimen saudí por parte de los sectores islamistas más radicales. Frente a la amenaza que suponía
Saddam Hussein, los gobernantes saudíes permitieron el despliegue de fuerzas americanas en su
territorio, el más sagrado del Islam, y apoyaron el ataque occidental contra un país musulmán como
era Irak. El lujoso tren de vida de los príncipes saudíes se prestaba también a las críticas de los
islamistas radicales. El mensaje de Bin Laden, basado en la oposición a Occidente, en la crítica a la
corrupción e incompetencia de los líderes saudíes y de los demás gobernantes árabes y en la denuncia
del sufrimiento de los palestinos, tuvo una buena acogida en el país: según una encuesta de 2003, casi
la mitad de la población compartía esas críticas. Pero los atentados terroristas que se produjeron en
la propia Arabia Saudí generaron posteriormente un gran rechazo entre los ciudadanos y Al Qaeda
no representa ya una amenaza para la Casa de Saud.

La riqueza petrolera ha conducido a un gran aumento del nivel de vida en este país, que hace medio
siglo era pobre y atrasado y hoy goza de un índice de desarrollo elevado. No se ha logrado, sin
embargo, impulsar otras ramas de la economía, por lo que la prosperidad está ligada directamente de
las fluctuaciones del precio del petróleo. Por otra parte, la economía saudí depende mucho del trabajo
de los inmigrantes extranjeros, mientras que muchos saudíes prefieren vivir de renta.

127
El sistema político no favorece las reformas ni la participación ciudadana. Desde la muerte del
fundador Ibn Saud en 1953, todos sus sucesores han sido hijos suyos, que han llegado al trono a una
edad cada vez más avanzada, y los principales puestos del Gobierno vienen siendo ocupados por otros
príncipes de la Casa de Saud.

2. Turquía: democracia, islamismo y autoritarismo

Turquía e Irán son dos países musulmanes, pero no árabes. Ambos tienen un extenso territorio, una
población importante, un nivel de desarrollo alto, pero no muy alto, y han experimentado en las
últimas décadas un progreso significativo, visible en el aumento de la esperanza de vida. Sin embargo,
las diferencias entre ambos son también grandes. En Irán, en 1979 se impuso un régimen islamista
autoritario, cuyos líderes han destacado por su retórica antioccidental mientras que Turquía es un
aliado tradicional de Occidente, que se integró en la OTAN, tiene un sistema democrático, aunque
no plenamente libre, y ha sido gobernada desde 2002 por un partido islamista moderado, lo que ha
supuesto la ruptura con la orientación laica que la república adoptó desde su fundación. En tiempos
recientes, sobre todo a partir del fracasado golpe de Estado del 2016, se ha producido una deriva
autoritaria.

Turquía optó por el laicismo y la occidentalización durante el régimen de Ataturk, fundador de la


República, presidente desde 1923 hasta 1938 y reverenciado como fundador de la patria. A partir de
1945 el régimen turco se abrió al pluralismo político, pero su historia ha estado marcada por sucesivos
golpes militares (1960, 1971 y 1980). El de 1980 producido en medio de una fuerte crisis económica
y de una extrema violencia política, protagonizada por grupos de extrema izquierda y sobre todo de
extrema derecha, causó 5.000 muertos. La cúpula militar disolvió el parlamento, detuvo a los
principales líderes y prohibió las actividades políticas y sindicales. Su objetivo era restablecer el orden,
crear un entorno favorable para la recuperación económica y restablecer los valores de Ataturk. Lo
logró en parte, pero a costa de violar gravemente los derechos humanos y en 1983 promovió el retorno
a una democracia controlada, convocando unas elecciones a las que solo pudieron concurrir los
partidos aceptados por los militares. Los resultados no se ajustaron a sus expectativas y un partido de
centroderecha encabezado por Turgut Ozal obtuvo el 45% y mayoría absoluta, frente a un 30% de un
partido de centroizquierda y solo un 21% del partido de derecha apoyado por la cúpula militar.

Turgut Ozal, tecnócrata con buena preparación económica, fue presidente del gobierno de 1983-
1989, fecha en que pasó a ser presidente de la república. Bajo su mandato la economía turca se
recuperó y el país retornó a la normalidad democrática, hasta que en 1984 se produjo un nuevo
estallido de violencia con una insurrección armada del partido kurdo PKK que provocó casi 40.000
muertos en los siguientes 15 años. Las siguientes elecciones se vieron mediatizadas por los militares
que vetaron a la minoría kurda. En 1993 Demirel asumió la presidencia de la república y la jefatura de
gobierno, por primera vez la ocupó una mujer, Tansu Ciller.

Dos años después esta, en 1995, las elecciones legislativas dieron por primera vez la victoria relativa a
un partido islamistas, el Partido de la Prosperidad (Refah), con un 21% de los votos. Su líder,
Necmeddin Erbakar formó un gobierno con Çiller como vicepresidenta. La cúpula militar no estaba
dispuesta a aceptar un Gobierno islamista y forzó su dimisión en 1997. Al año siguiente la justicia
disolvió al Partido Refah, porque sus propósitos islamistas eran contrarios a los principios de la
República. Las elecciones de 1999 dieron la victoria a los partidos láicos.

Los principios kemalistas en que se basaba la República implicaban una concepción nacionalista que
negaba la diversidad de la población turca. Con la excepción de las minúsculas minorías cristiana y
judía se esperaba de todos los ciudadanos que fueran musulmanes, aunque la República fuera laica, y
128
de lengua turca, aunque existiera una importante minoría kurda. En tales principios pervivía la tradición
de un nacionalismo extremadamente agresivo que se desarrollo a comienzos del siglo XX y que
condujo, en plena I Guerra Mundial, del genocidio armenio de 1915 que Turquía siempre se ha negado
a reconocer. Todavía hoy existe discriminación respecto a dos minorías, una religiosa, la aleví, y otra
étnica y lingüística, la kurda:

• Los alevíes, que posiblemente representan el 20% de la población, son una corriente religiosa
lejanamente emparentada con el chiísmo, suelen ocultar su identidad religiosa, debido a las
persecuciones que han sufrido. En los años 70 y 80, bastantes jóvenes alevíes se incorporaron
a organizaciones de izquierda radical y contribuyó a que la extrema derecha realizar diversos
atentados contra su comunidad y que el régimen militar de 1980 tratara de imponer su
integración forzosa en el Islam suní.

• La minoría kurda, vive en las regiones montañosas del este de Turquía, tuvo durante décadas
prohibido el uso público de su lengua. Los militantes kurdos de extrema izquierda fundaron el
Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), fueron duramente represaliados por el
régimen militar de 1980, pero tras reorganizarse en el exilio, lanzaron una ofensiva guerrillera
en 1984 que se mantuvo durante 15 años, hasta que su líder Abdulah Ocalan, a quién rendía un
auténtico culto a su personalidad, fue capturado. La represión contra ellos fue muy dura y
conllevó el que miles de kurdos se tuvieran que exiliar, fueron asesinados cientos de
intelectuales y políticos kurdos. La captura de Ocalán en 1999 supuso un duro revés para el PKK
que renunció a la lucha armada, y aunque posteriormente se han producido algunos ataques
violentos, la fase aguda del conflicto ha concluido.

Las elecciones de 2002 las ganó el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Recept Tayyip Erdogan quien,
en los años 90, cuando militaba en Refah, fue alcalde de Estambul. El crecimiento económico ha
alcanzado durante su gobierno unas tasas muy satisfactorias. Erdogán se convirtió en jefe del
Gobierno y revalidó su éxito en las elecciones de 2007 (46% de los votos) gracias a una gestión en
conjunto positiva y a un crecimiento económico importante. Por otra parte, Erdogan, que en 2014 dejó
la jefatura de Gobierno para ocupar la presidencia de la República, mostró unas inquietantes
tendencias autoritarias, que se han incrementado tras el frustrado golpe militar de 2016, cuyos
promotores lo acusaban de poner en peligro la democracia y el secularismo. Tras ello se produjo una
dura represión y los contrarios al régimen de Erdogan perdieron sus puestos en las fuerzas armadas,
la judicatura, la Administración y la enseñanza. En 2017 se aprobó en referéndum una reforma
constitucional que incrementó los poderes de la presidencia de la República. Hoy Turquía se ha
convertido en uno de esos regímenes híbridos que combinan las tendencias autoritarias con una
fachada democrática. Las elecciones municipales de 2019, en las que la oposición triunfó en las
principales ciudades, han demostrado que el apoyo al pluralismo democrático sigue vivo en Turquía.

3. La República islámica de Irán

El auge general del islamismo tuvo su primera gran manifestación con la revolución de Irán de 1979,
que condujo a la caída de la monarquía y al establecimiento de una república controlada por el clero
chií y por el líder carismático de la revolución, el ayatollah Ruhollah Jomeini. De acuerdo con la
constitución aprobada ese mismo año, en la cúspide del nuevo régimen se hallaba el guardián de la
ley, mientras que un consejo de guardianes, no electivo, adquirió importantes poderes para
garantizar la orientación islámica de las leyes e instituciones. El parlamento, se ve limitado por la
acción del consejo de guardianes, controlado por el clero, que puede prohibir la participación de
candidatos y vetar leyes.

129
Al triunfo revolucionario le siguió una fuerte represión dirigida en primer término contra los
responsables del pasado régimen y muy pronto contra las fuerzas políticas laicas que habían apoyado
la revolución. Los derechos de las mujeres fueron reducidos y se les impuso un estricto código de
vestimenta. En el terreno internacional, tiene una orientación antioccidental. La guerra con Irak,
iniciada por Saddam Hussein, pero prolongada por la pretensión iraní de provocar la caída del dictador
iraquí, provocó cerca de 200.000 muertes en Irán y un gran coste económico.

Tras la muerte de Jomeini en 1989, su puesto de supremo guardián fue ocupado por o Alí Jamenei,
un clérigo de rango medio que carecía de la autoridad carismática de su predecesor, y como Jefe de
Gobierno otro clérigo Akbar Hashemi Rafsanjani, quien impulsó una política algo más pragmática. Se
dio prioridad a la recuperación económica, y se adoptó una política exterior menos dada a la
confrontación. La política demográfica sufrió un cambio radical, al promocionarse el control de la
natalidad. La situación de los derechos humanos mejoró, y en el exterior Irán siguió tratando de
impulsar el islamismo mediante el apoyo a grupos radicales, lo que supuso la implicación en atentados
terroristas, parece ser que el propio Rafsanjani autorizó actos terroristas como el que causó 85 muertes
y cientos de heridos en la mutualidad judía de Argentina.

Las elecciones presidenciales de 1997 las ganó Mohamed Jatami, clérigo de orientación moderada,
que impulsó una política reformista, basada en la liberalización interior y en la mejora de las
relaciones internacionales de Irán. Fue el primer líder mundial en proponer un “diálogo de
civilizaciones”, aunque esto no evitó que el presidente Bush incluyera a Irán en el “eje del mal” en un
discurso de 2002 junto a Irak y Corea del Norte. Pero el principal problema fue la oposición de los
sectores más duros del régimen. El impulso dado a la libertad de prensa se frustró porque los
tribunales suspendieron la publicación de periódicos reformistas. Las manifestaciones de
estudiantes en favor de las reformas fueron reprimidas y algunos de sus líderes encarcelados. La
esperanza de cambio se frustró.

En las elecciones de 2005, ganó el conservador Mahmoid Ahmadinejad, por entonces alcalde de
Teherán, que no era clérigo y destacaba por su carisma personal, sus convicciones islamistas y su estilo
populista. Su presidencia estuvo marcada por un nuevo radicalismo en política exterior y por una
política económica basada en la subvención del consumo gracias a los ingresos del petróleo. Sus
rasgos autoritarios se acentuaron y de nuevo se aplicó con rigor el código de vestimenta femenina. Por
otra parte, los indicios de que el programa nuclear tenía por objetivo la construcción de armas
atómicas y la negativa iraní a ofrecer garantías al respecto condujeron a la adopción de sanciones
económicas internacionales que han perjudicado gravemente al país.

En 2009 Ahmadinejad volvió a ganar las elecciones que fueron denunciadas como fraudulentas por
la oposición, lo que dio lugar a protestas en las calles, severamente reprimidas. Las elecciones
presidenciales de 2013 han dado el triunfo a un clérigo moderado, Hassan Rouhani. En 2015, Irán
llegó a un acuerdo con las principales potencias mundiales que permitía controlar su programa
nuclear iraní, evitando la construcción de armas nucleares, a cambio de la suspensión de sanciones.
Pero el presidente Trump anunció en 2018 la retirada de EE.UU. del acuerdo y la reimposición de las
sanciones, con lo que se ha vuelto a la tensión previa.

130
30. ÁFRICA: DEMOGRAFÍA, ECONOMÍA Y BIENESTAR SOCIAL
África es un continente de 30 millones de km2, es decir, el triple de extenso que Europa, con unos
1.300 millones de habitantes, repartidos entre más de cincuenta estados. El África subsahariana es la
región más joven del mundo y, aunque el nivel de desarrollo humano sigue siendo muy precario en
muchos países, en la última década se atisban signos de progreso en el ámbito económico, la lucha
contra la pobreza extrema, la mortalidad infantil o la educación y se constata un retroceso de la
violencia por conflictos armados.

1. La demografía

El África subsahariana, poblada por 1.033 millones de personas (2017), se caracteriza por un fuerte
crecimiento demográfico, como resultado de una elevada tasa de fecundidad que está en descenso y
por una esperanza de vida media muy reducida aunque en alza.

En el siguiente cuadro aparecen los datos demográficos de países subsaharianos que tienen más de 25
millones de habitantes.

En los últimos treinta años, el crecimiento demográfico de los países subsaharianos ha sido muy
elevado, con una tasa anual que se sitúa en el 2,7%, es decir, tres o cuatro veces mayor que la tasa
española, aunque se espera que esta tendencia se frene en las próximas décadas. Aun así, el conjunto
del continente africano, que representaba el 10% anual de la población mundial en 1950, podría
constituir el 20% en el 2050. Esto se debe a la alta tasa de fecundidad (4,7 hijos por mujer), que es aún
más elevada en las áreas rurales más pobres y en países como Congo o Chad (6 hijos) y Níger (7 hijos).
Faltan programas estatales para promover el control de la natalidad (menos del 32% de la población
usa anticonceptivos modernos) y las costumbres sociales siguen siendo favorables a las familias
numerosas. Con la excepción de algunos países, como Sudáfrica, donde en los últimos 40 años se ha
producido una reducción notable de la fecundidad, la tendencia ha sido un descenso mucho más lento
que en otras regiones, sobre todo en la zona del Sahel.

131
La caída de la mortalidad también está siendo lenta. En los años setenta del siglo XX, la esperanza de
vida se situaba entre los 40 años de Mozambique y los poco más de 50 de Sudáfrica y Kenia. Si durante
los treinta años siguientes aumentó considerablemente en casi todos los países del mundo, la mejora
fue más débil en África, aunque se ha acelerado en la última década con una subida media de la
esperanza de vida de 8 años. En 2017, este índice oscilaba entre los 52 años de Sierra Leona y los 67,5
de Senegal y Ruanda. Entre los países más poblados, han experimentado mayor incremento en las
últimas décadas Madagascar, Mozambique y Etiopía. Sin embargo, los que menos progresos han hecho
se dan en Sudáfrica, Nigeria o Uganda.

Estos resultados tan pobres en la lucha contra la mortalidad se deben al escaso desarrollo de la
atención sanitaria, a las deficientes infraestructuras vinculadas al agua, a los problemas de nutrición
y al devastador impacto del sida. La tasa de mortalidad materna es muy alta, agudizada en muchos
países por la temprana edad de matrimonio. Lo mismo ocurre con la mortalidad infantil: por cada 1.000
nacidos vivos, mueren 77 antes de los 5 años; aunque los avances son rápidos. Según cifras de las
Naciones Unidas, la ingesta diaria de alimentos en el subcontinente estaba por debajo de las 2000
kilocalorías en 8 países, con las peores cifras en Congo y Eritrea. Más de uno de cada cuatro
subsaharianos no ingiere las calorías necesarias para mantener una vida sana y productiva. En niños
menores de 5 años, la malnutrición alcanza el 36%. La prevalencia de anemia y de déficit de vitamina
en el período 1993-2005 fue del 67% de la población. Esto, además de obstaculizar el crecimiento
infantil, incrementa enfermedades, mortalidad y discapacidad, inflando costes sanitarios y dañando la
economía y el tejido social.

Con respecto al sida, los países subsaharianos han sido los más afectados por la epidemia.
Concentran el 70% de los casos registrados en el mundo y el 66% de las nuevas infecciones. El efecto
del sida explica el estancamiento de la esperanza de vida en Sudáfrica. En los últimos años, la epidemia
se ha estabilizado. El número de nuevos infectados al año ha bajado de 2,6 millones a 1,6 millones y
han aumentado las personas con tratamiento hasta el 70% de los infectados. Aunque su impacto sigue
siendo gravísimo, entre 2010 y 2017 se ha reducido en un 30% el número de nuevas infecciones y un
42% las muertes vinculadas a esta enfermedad. La enfermedad incide sobre todo en población joven,
que se halla en los años más activos de su vida, y deja por tanto muchos huérfanos. Además, socava
los sistemas agrícolas, lo que repercute negativamente sobre la seguridad alimentaria de las familias
rurales. En parte, la situación es el resultado d las deficiencias higiénicas y sanitarias, que aumenta el
riesgo de contagio por vía sexual de las mujeres, y en parte la sumisión sexual que sufren muchas
africanas. Los conflictos armados también han contribuido a la extensión de la enfermedad debido a
las numerosas violaciones cometidas por los combatientes. Además, la falta de recursos económicos
ha dificultado la lucha contra esta pandemia y la difusión de los preservativos se ha visto frenada por
la hostilidad de algunos grupos religiosos y líderes políticos que se han negado durante años a admitir
la evidencia científica de que se trata de una enfermedad de transmisión sexual.

La otra característica de la demografía subsahariana es que la mayoría de la población habita en


áreas rurales, pero se observa una creciente tasa de urbanización. Se prevé que el porcentaje de
población urbana (el 15% en 1960) pase del casi 40% actual al 60% en los próximos años (de 300 a 750
millones de personas). Este incremento es resultado del crecimiento natural de la población y no tanto
de la emigración desde áreas rurales. En las ciudades, hay pocas oportunidades de trabajo en el sector
industrial y la mayor parte de la creciente mano de obra urbana es absorbida por la economía informal,
por tanto, casi la mitad serían pobres y vivirían en suburbios. Esta es la razón por la cual la rápida
urbanización en África no está reduciendo la pobreza tanto como en otros continentes. En el 2018,
Lagos (Nigeria) y el área metropolitana de Kinshasa (Congo) ya sobrepasaban los 13 millones de
habitantes acercándose a El Cairo como una de las ciudades más pobladas de África.

132
2. La economía.

El África subsahariana tiene un peso mínimo en la economía mundial. Representa en torno a 3% de


producto mundial bruto, aunque se está revisando al alza las cifras de muchos países conforme mejora
la calidad de sus estadísticas. Hasta hace pocos años, el continente parecía haber quedado casi por
completo al margen de la globalización que había impulsado los intercambios en muchas otras áreas
del planeta. La gran potencia económica subsahariana es Sudáfrica, pero su PIB, aún es sólo el 40%
del español. En cuanto al PIB de la región por habitante, en la mayoría de los países, aún se sitúa en
niveles muy bajos, en torno a 3.500 dólares, mientras que, en Sudáfrica, sobrepasa los 12.000 dólares.

A partir de la grave crisis económica continental de los años ochenta (consecuencia principalmente
del endeudamiento insostenible de los Estados) las instituciones económicas promovieron la
adopción de políticas de ajuste del gasto público y de liberalización económica, lo que ha llevado a
que el índice de libertad económica en la región esté hoy a niveles medios o incluso altos, como ocurre
en los casos de Ghana, Tanzania, Sudáfrica o Uganda. Las medidas de liberalización en principio no
impulsaron un despegue económico y en algunos países se hicieron impopulares debido a la
reducción del gasto público que implicaban, pero ayudaron a medio plazo. La inestabilidad política, el
débil imperio de la ley y el peso de una burocracia corrupta e ineficaz siguieron frenando la iniciativa
empresarial, a lo que hay que añadir las gravísimas deficiencias en todo tipo de infraestructuras.

Sin embargo, entre el 2000 y el 2015, la situación empezó a cambiar en algunos países, no sólo por la
creciente demanda china de materias primas y la subida de precios de estas y de algunos productos
agrícolas, sino porque el subcontinente se ha beneficiado de nuevos flujos de inversión internacional
directa, especialmente de China, pero también de otros países. Algunos Estados africanos (Ghana,
Mozambique, Nigeria, Tanzania y Uganda) se convirtieron en mercados frontera, un término empleado
por los expertos financieros para denominar aquellos que, aún sin las garantías de los mercados
emergentes, son capaces de generar altos beneficios y mostrar signos de crecimiento sostenido, así
como mejoras en la gobernanza económica.

Además, el subcontinente ha recibido buena parte del grueso de la ayuda internacional al desarrollo
y se ha favorecido de la condonación de los intereses de su abultada deuda externa a cambio de
inversiones en salud o educación. Poco a poco, la creciente urbanización (incentivo a las inversiones
extranjeras), la tecnología (0,7% de la población usaba móviles en el 200, frente al 72% actual) y el
incremento de ingresos han dinamizado la economía en bastantes países al crecer la demanda interna
y recogerse los beneficios de las reformas económicas realizadas en las dos décadas anteriores.

La media anual de crecimiento del PIB de la región en los primeros quince años del siglo XXI fue del
5% (cifra por primera vez mayor que la de la inflación), cuando en los noventa había sido del 2,2%.
Entre el 2000 y 2010, seis países africanos estuvieron entre los de mayor incremento del PIB anual
del mundo: Angola el 11% y Nigeria, Etiopía, Chad, Mozambique y Ruanda, con cifras en torno al 8%.
En el 2013, el crecimiento anual del PIB del continente se acercó al 6%. Es cierto que el rápido
crecimiento de la población se comió buena parte de este acrecentamiento, por lo que el PIB por
habitante y año no aumentó al mismo tiempo. En el 2013, el crecimiento anual del PIB del continente
se acercó al 6%. Es cierto que el rápido incremento de la población se comió buena parte de este
acrecentamiento, por lo que el PIB por habitante y año no aumentó al mismo ritmo: de hecho, África
no recuperó su nivel de 1980 hasta el 2005. Aún así, esta última variable experimentó desde 2000 un
incremento de en torno al 3% en países como Mozambique, Etiopía, Ghana, Tanzania, Uganda, Ruanda
o Nigeria. En algunos de ellos, la gestión económica ha mejorado y sus gobiernos, con más ingresos
gracias al crecimiento, han sabido acopiar reservas para tiempos de recesión y hacer inversiones que
se han traducido en desarrollo humano, como en la democrática Ghana. En cambio, en regímenes
133
autoritarismos patrimonialistas como Chad, Angola o Guinea Ecuatorial el crecimiento ha beneficiado
básicamente a las élites.

La última crisis económica también golpeó al subcontinente, pero parece que no tanto como a otras
regiones más desarrolladas. La mayoría de los gobiernos adoptó políticas adecuadas para minimizar
su impacto: Sudáfrica hizo usos de sus reservas de divisas, Nigeria rescató algunos bancos mientras que
Uganda, Kenia y Tanzania incrementaron el gasto público en infraestructuras para reactivar su
economía. Los organismos internacionales triplicaron sus préstamos a la región, lo que permitió
contar con financiación anticiclica para hacer frente a la crisis.

Sin embargo, en el último quinquenio han surgido nuevas dificultades. Las economías industriales
del mundo más desarrollado, apenas recuperadas de la crisis, han mantenido los recortes en su
ayuda exterior. También la desaceleración de China ha enfriado su demanda de productos africanos
y su inversión directa en África. A ello se ha sumado la moderación del precio de las materias primas
desde el 2013, en particular metales, y del petróleo desde el 2015; así como la desaceleración general
de la economía mundial. En consecuencia, el crecimiento en el conjunto del continente ha ido
bajando. Aunque se ha recuperado en los dos últimos años, sigue lejos de la tasa del 7% que muchos
consideran la ideal para el continente y, por tanto, a creación de empleo ha seguido sin ser suficiente
para absorber el crecimiento demográfico. Algunos países empiezan a tener problemas de
endeudamiento y pueden sufrir mucho si suben los tipos de interés, hay guerras comerciales o más
inestabilidad política interna. Aun así, las expectativas para los próximos años son buenas.

El panorama general es muy heterogéneo; depende de factores ligados a la geografía y a la calidad


de las instituciones de los diferentes países. Algunos se han mantenido estancados mucho tiempo por
problemas de inestabilidad política como Kenia. Otros han retrocedido como Sudáfrica, Angola y
Nigeria o los afectados por los últimos conflictos armados. Así es que siguen siendo numerosos los
africanos que forman parte de esos 1.000 millones de pobres que viven en países con pocas
perspectivas de desarrollo.

134
Entre las tendencias más importantes de la economía africana a comienzos del siglo XXI, hay que
destacar el auge de la explotación de sus recursos minerales, fundamental en países como
Mozambique, Congo, Tanzania o Zambia, entre otros. África alberga casi la mitad de las reservas
mundiales de diamantes y oro, más ricos yacimientos de uranio, cobre, plomo y minerales raros, como
el coltán o el radio. Con respecto al petróleo, algunos países subsaharianos, como Nigeria, Sudán y
Angola eran ya importantes exportadores desde hace décadas, pero últimamente se han encontrado
nuevos yacimientos, sobre todo en perforaciones submarinas en las costas del Golfo de Guinea, que
han permitido el despegue de la industria petrolera de Guinea Ecuatorial. Las exportaciones
subsaharianas se han visto favorecidas por la calidad de sus crudos, por el alza de precios que se
produjo a comienzos del siglo XXI, por el deseo occidental de diversificar sus suministros energéticos y
por el desarrollo de China, que se está convirtiendo en una importante importadora. No obstante,
según la Agencia Internacional de la Energía, aunque en el 2012 la región producía un 10,9% del
petróleo mundial, sus reservas se estiman en menos del 5% del total mundial.

La economía regional depende en exceso del sector primario-extractivo que, más allá de sus riesgos
para la gobernabilidad, al fomentar la corrupción y el clientelismo, genera pocos puestos de trabajo,
es muy sensible a una bajada de precios en el mercado mundial y no siempre proporciona altos
ingresos fiscales, porque muchos gobiernos (Zambia y Mozambique son ejemplos) ofrecen sustanciales
rebajas de impuestos a las multinacionales para atraer inversión extranjera; sin contar con los casos en
que los ingresos fiscales se utilizan en inversiones no productivas o sirven para enriquecer a las élites
que hegemonizan el poder político. Un ejemplo es Angola, donde el petróleo genera el 96% de las
exportaciones, es el 81% de los ingresos estatales, pero solo supone un 0,2% de los empleos. De ahí la
importancia de una buena gobernanza de los recursos naturales (como en Botsuana), que se trata de
estimular con diversas iniciativas del Banco Mundial y el FMI entre otros organismos.

Para que el subcontinente progrese, es imposible una mayor diversificación económica. Algunos
países ya están en ese camino: empiezan a tener relevancia las exportaciones de productos
manufacturados o agrícolas, como en Etiopía, Uganda, Tanzania o Kenia. De hecho, el sector clave del
África subsahariana es el agropecuario, que sigue absorbiendo al grueso de mano de obra (57% en
2018). El continente posee el 61% de las tierras potencialmente cultivables del planeta, pero se cultivan
menos de la mitad y su productividad es muy baja, con una elevada actividad de subsistencia (85% en
total) en la producción total y en el empleo. Siguen predominando las prácticas agrícolas tradicionales
de manera que la vía para incrementar la cosecha ha sido hasta ahora extender el área de cultivo a
costa de bosques y pastos o sobreexplotar las tierras. La transformación del sector, que apenas
constituye el 15% de la riqueza del PIB africano, es clave para el crecimiento económico del
subcontinente (empleos, ingresos y reducción de pobreza).

Hay alimentos suficientes, pero millones de africanos no pueden adquirirlos por falta de recursos o
porque no consiguen comprarlos o venderlos debido al escaso desarrollo de los mercados, las malas
comunicaciones, y, por tanto, los altísimos costes de transporte. Además, durante décadas, la política
de los Gobiernos nacionales se concentró en favorecer a las poblaciones urbanas con estrategias de
industrialización, dejando marginadas las áreas rurales y el desarrollo agrario, o penalizando la
agricultura con tasas arbitrarias, mientras beneficiaban con subsidios e incentivos a otros sectores. A
ello hay que añadir los efectos del proteccionismo agrario de muchos países desarrollados, al dar
ventajas a sus agricultores en el mercado internacional en perjuicio de regiones como la subsahariana,
más la volatilidad internacional de los precios de los alimentos, que han entrado en el juego de la
especulación bursátil mundial (subidas del 2007-2008 y 2010-2011) con grave daño para la seguridad
alimentaria de muchos países.

135
Aun así, se constatan avances. El sector crece de media anual entre el 2 y el 5%. Siete de los quince
países con mayor incremento de la producción agrícola en el mundo son africanos. El potencial de
cultivos clave (caña de azúcar, trigo, maíz, aceite de palma y soja) es enorme, si bien requieren
inversiones para mejorar la gestión agrícola y aplicar tecnologías más eficientes (en el uso de los
recursos suelo, agua y energía), mejores semillas y fertilizantes, infraestructuras y más regadíos. Mayor
productividad aumentaría la oferta de alimentos y bajaría su precio, además de disminuir la presión
sobre los recursos. Ya han comprado grandes compañías y Gobiernos a bajo precio como Corea del
Sur, Emiratos, Arabia Saudí, India y China. Esta vía, sin embargo, puede poner en riesgo el acceso a
tierra, pastos, agua y trabajo de las comunidades locales y de la biodiversidad (por monocultivo y uso
de pesticidas), además no está claro si garantiza la seguridad alimentaria o solo los intereses de la
agroindustria.

Respecto al comercio, la débil integración interregional de los mercados, a las deficitarias


infraestructuras de transporte, los crecientes intercambios informales transfronterizos son los
mayores obstáculos. Los principales socios de África, como clientes, inversores y suministradores de
ayuda siguen siendo los países occidentales, sobre todo las antiguas metrópolis coloniales, pero la gran
novedad es el creciente papel de China. El gigante asiático ha encontrado en África una fuente de
aprovisionamiento en productos energéticos y materias primas y un mercado para sus productos de
consumo a bajo precio. China es el primer socio comercial y ocupa el tercer puesto como inversor
directo en la región, y lo más importante, Pekín no condiciona su cooperación oficial a objetivos
sociopolíticos, estrategias productivas o infraestructuras básicas como hacen los países occidentales
democráticos.

La dependencia regional de la ayuda externa al desarrollo sigue siendo muy alta: para seis Estados
del área supone más del 20% del presupuesto público anual, de ahí la capacidad de influencia de los
donantes internacionales. Es el principal flujo económico regional (78.500 millones de dólares en 2011
a 49.300 en 2017 según la OCDE) y sigue doblando la cifra de inversiones extranjeras directas que
también ha bajado de 38.000 millones en 2012 a 24.600 millones en 2017, según el Banco Mundial.

El otro elemento económico relevante son las remesas de los migrantes africanos (25 millones), la
mayoría a otros países del subcontinente con más oportunidades laborales (Sudáfrica, Costa de Marfil,
Ghana y Nigeria) y el resto a Oriente Medio, Europa o Norteamérica. Los flujos de remesas generados
han aumentado mucho en los últimos veinte años hasta alcanzar los 41.000 millones en 2018, cifra que
se acerca a la de la ayuda al desarrollo y es muy superior a la inversión exterior directa. Nigeria, Senegal,
Ghana, Kenia, Uganda y Mali son los principales receptores.

3. El bienestar social.

El índice de desarrollo humano del PNUD sitúa a la mayoría de los países subsaharianos en los últimos
lugares, aunque la tendencia es una evolución positiva. Según los datos correspondientes al 2018,
diez habían alcanzado niveles de desarrollo medio. El resto están clasificados como desarrollo humano
bajo y copan las treinta últimas posiciones. La media para el conjunto de África subsahariana es de
0,53. Los países más prósperos de la región son Botsuana, Gabón, Sudáfrica, Cabo Verde y Namibia,
con índices entre el 0,71 y el 0,67, frente al 0,89% de España.

En promedio, las mujeres alcanzan el 87% del resultado de desarrollo humano de los hombres,
debido a una menor disponibilidad de recursos económicos y peores resultados en salud y educación.
Además, casi la mitad de la población del África subsahariana se encuentra en situación de pobreza
extrema, con un poder adquisitivo que no llega a 1,90 dólares por días, a pesar de las mejoras
registradas en las dos últimas décadas: el porcentaje ha pasado del 57% en 1990, 51% en 2005 y 42%
136
en 2018. Por último, la desigualdad de ingresos es bastante elevada, sobre todo en el país más próspero
de la región, Sudáfrica, donde se manifiestan todavía los efectos de largos años de segregación racial.

Aunque no se logró cubrir el Objetivo del Milenio de las Naciones Unidas de acabar con la pobreza
extrema en el 2015, en la última década ha habido avances considerables en áreas claves, como la
reducción de la población malnutrida. También se constatan grandes progresos en la mortalidad
infantil gracias a las innovaciones sanitarias y la vacunación. En Ruanda, por ejemplo, morían 1 de
cada 5 niños en 1991 y solo 1 de cada 20 en 2011. Las muertes por malaria en el subcontinente se han
reducido un 30 y un 74% por sida. Otros datos positivos se refieren a la paridad de género, la
universalización de la educación primaria y el acceso al agua potable. Se han puesto en marcha
programas de protección social y algunos gobiernos están utilizado los Objetivos del Milenio y desde
el 2016 los Objetivos de Desarrollo sostenible del PNUD como instrumento de planificación.

A pesar de ello, el África subsahariana es la región con el más alto índice de desigualdad de género:
un 0,56 de media, por detrás de los países árabes y a una distancia enorme del país que encabeza el
ranking, Suiza (0,03) y de España (0,08). Este hecho perjudica gravemente la salida de la pobreza
extrema dado el papel esencial de la mujer a la hora de romper la cadena de desnutrición y la pobreza
a través de su influencia en las decisiones del hogar. Es esperanzador el avance de la presencia
femenina en los parlamentos africanos (23,5% de los piuestos).

El atraso en la educación se refleja en las bajas tasas de alfabetización. Casi dos tercios de los adultos
son analfabetos en Burkina Faso o Níger y en el conjunto del África subsahariana lo son el 40%. Sin
embargo, en la última década algunos países han hecho un esfuerzo presupuestario importante de
manera que en la actualidad la tasa bruta de matrícula en primaria para la región está entre el 90 y el
100% y en secundaria el 70%. Pero un tercio no acabará los estudios primarios y solo otro tercio
concluirá la secundaria. La media de años de escolarización infantil es de 4,5 años, de los 9,2
esperables, y será menor en las chicas. Las dotaciones de las escuelas siguen siendo deficientes con
profesores mal formados y poco motivados. La enseñanza universitaria es minoritaria y de baja calidad.

El gasto público en educación y salud representa un porcentaje del PIB similar al de países más
avanzados, pero la cifra total es muy baja, los recursos muy insuficientes, sobre todo para hacer frente
a los graves problemas sanitarios del continente. Si en los países desarrollados hay 30 médicos por
cada 10.000 personas, la media en África es de 2. La población con acceso a agua potable en el 2016
era del 60% (el 47% en áreas rurales) y solo un 31% contaba con adecuados servicios sanitarios, el 42%
con acceso a electricidad, el 18% a las carreteras asfaltadas y el 22% a Internet, según datos del Banco
Mundial. Se necesitan grandes inversiones sobre todo en energía, agua y alcantarillado y red de
transportes. Pero, hay que subrayar la dificultad de estos países de renta baja para recaudar
impuestos, con una base tributaria escasa, una fiscalidad débil sobre las multinacionales y un grado de
evasión fiscal enorme que se agrava con la corrupción.

La corrupción es un problema arduo en el África subsahariana. Según las estimaciones de


Transparencia Internacional, en el 2019, quince de los treinta países más corruptos del mundo eran
subsaharianos. La gran corrupción es protagonizada por los dirigentes políticos, que cobran
cuantiosas comisiones para la firma de contratos con compañías extranjeras y en ocasiones derivan
hacia sus cuentas bancarias parte de la ayuda exterior recibida. La falta de transparencia en la gestión
del gasto público facilita la corrupción y esta se ve también favorecida por las extensas redes
clientelares en las que se apoya el poder político. Se han lanzado campañas anticorrupción, pero su
efectividad ha sido hasta ahora muy limitada.

137
Respecto a la delincuencia hay indicios de que en los últimos años su incidencia ha aumentado. Las
tasas de homicidio en algunos países son muy elevadas. El rápido crecimiento de las ciudades, la
escasez y corrupción de las fuerzas policiales, la abundancia y la baratura de las armas de fuego,
potenciada por los conflictos armados, y la ineficacia de una justicia mal dotada son otros tantos
factores que contribuyen al auge de la criminalidad.

En resumen, el crecimiento económico de la región -muy desigual, por otra parte- no resolverá por si
solo su grave problema de desarrollo humano si no va acompañado de políticas de salud, educación,
nutrición, mejora de infraestructuras y servicios (transporte, sanidad, energía( y, sobre todo, de una
mayor calidad del Gobierno y las instituciones.

138
31. ÁFRICA: POLÍTICA Y CONFLICTOS ARMADOS
1. Política

La mayoría de los estados africanos se convirtieron tras la descolonización en regímenes de partido


único o dictaduras militares, qué ignoraban los derechos humanos, perseguían a la oposición e
impedían la alternancia política. La independencia sólo se tradujo en la recuperación de la soberanía
nacional, pero no la democracia. Además, en el contexto de la Guerra Fría, las potencias extranjeras
no tuvieron reparos en apoyar a las dictaduras más corruptas y represivas en función de sus intereses
estratégicos. Así el recurso a la fuerza se convirtió en el principal medio de acceder al poder y de
mantenerse en él. Más de la mitad de los gobernantes subsaharianos que perdieron el poder entre
1960 y el 2003 lo hicieron como resultado de un golpe o de una guerra coma mientras que tan sólo el
10% lo hicieron por haber sido derrotados en unas elecciones. Hay que destacar que el 18 de los 19
gobernantes que abandonaron el poder por este último motivo lo hicieron después de 1990. Antes de
esta fecha, en África era inimaginable que el cambio de gobernantes se produjera por vía electoral, la
sociedad civil era muy débil en casi todos los países (a menudo ahogada por el Estado) y la etnicidad,
más que la división en clases sociales, era el elemento central de la estructura social.

La oleada democratizadora que acompañó el final de la guerra fría se hizo notar también en África.
El cambio más espectacular se produjo en Sudáfrica, donde una transición negociada hizo posible el
paso de un régimen de brutal segregación racial a una democracia multiétnica. Nelson Mandela, héroes
de la lucha contra la segregación, fue puesto en libertad en 1990 y 4 años más tarde ganó las primeras
elecciones basadas en sufragio universal. En varios países, empezando por Benin en 1990, los
gobiernos desacreditados por los malos resultados económicos de la década anterior y presionados
por protestas aceptaron negociar una transición mediante conferencias representativas de los
distintos sectores de la sociedad, es un fenómeno que se dio sobre todo los Estados francófonos. En
pocos años, la mayoría de los países subsaharianos habían adoptado, al menos parcialmente, los
principios democráticos. Desde entonces, los medios de comunicación son más libres, la sociedad civil
tiene más posibilidades de organizarse, se celebran Elecciones multipartidistas y los parlamentos
tienen un mayor papel.

Pero, tras unos años esperanzadores, a finales de los noventa se produjeron serios retrocesos, sobre
todo como consecuencia de guerras civiles. A partir del 2002, hubo una cierta recuperación, pero en
los últimos 10 años apenas se han producido avances. El autoritarismo patrimonialista y el clientelismo
siguen arraigados en la cultura política y pocos países subsaharianos pueden considerarse democracias
plenas. En la clasificación de Freedom House para el año 2019, qué hace balance del año anterior,
sólo se consideran libres: Senegal, Ghana, Benin, más los tres del sur, Namibia, Botsuana y Sudáfrica,
además de los pequeños Cabo Verde, Santo Tomé-Príncipe, Comores y Mauricio. Si se suma su
población, apenas un 13% de los subsaharianos se podrían calificar como libres. Así, a pesar de los
esfuerzos de la oposición, algunos líderes que llegaron al poder antes de la oleada democratizadora,
ya llevan casi 30 años, varios incluso más como Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial desde 1979, Paul
Biya de Camerún desde 1982 y Yowery Museveni de Uganda desde 1986 o la familia Bongo que rige
Gabón desde 1967. En los últimos dos años han sido relevados, en Angola, José E. Dos Santos, que
gobernaba desde 1979 y en Zimbabwe, Robert Mugabe, en el poder desde 1987. Veinte Estados
africanos están clasificados como no libres, con varios de ellos ocupando los peores puestos en el
ranking de libertades civiles y derechos políticos: Eritrea, Guinea Ecuatorial, Sudán, Somalia y
República Centroafricana. Otros 20 países son considerados semilibres, la mayoría con regímenes
híbridos, con muy pocos de este grupo con signos de avances hacia la democracia, al contrario, algunos

139
han descendido al grupo de no libres aunque sí han experimentado algún progreso varios de los más
autoritarios, como Etiopía y Angola.

Aunque los golpes de Estado militar son cada vez menos frecuentes (38 exitosos entre 1980 y el 2000
y solo 15 desde entonces), en la mayoría de los países faltan instituciones estatales fuertes que
protegen las libertades individuales e impiden el acoso a la oposición política, a la libertad de prensa
o a determinados colectivos (LGTB). Unos Ejecutivos que concentran un excesivo poder utilizando
todos los mecanismos de la legalidad democrática a su disposición para debilitar las instituciones
públicas que deberían controlarlos (legislativas y judiciales, sobre todo), para eliminar restricciones
constitucionales a sus mandatos y para obstaculizar comicios justos. Así es difícil derrotar a los partidos
en el poder, que suelen ganar las elecciones legislativas y presidenciales por los márgenes
abrumadores. sí las coyunturas electorales se convierten incluso en peligrosas para la estabilidad de
los Estados por qué destapan conflictos latentes y dan pie a estallidos de violencia por alegaciones de
fraude o por la resistencia de los derrotados a renunciar al poder. El recurso del clientelismo político
para comprar apoyos es además una pesada carga para los presupuestos estatales.

También es habitual que los líderes electos utilicen la maquinaria estatal para beneficiar los intereses
económicos del grupo étnico al que pertenecen y excluir al resto como ha ocurrido, por ejemplo, en
Kenia. En estos países, muy fragmentados en grupos étnico-religiosos, con fronteras trazadas en la

140
era colonial sin tener en cuenta estos factores, son poco frecuentes los partidos interétnicos. No suele
haber un sistema de partidos políticos nacionales centralizados (como tienen Sudáfrica, Botsuana y
Mauricio) que facilite las coaliciones interétnicas, una más fácil distribución de favores a élites
regionales y políticas sin poner en cuestión la autoridad del Gobierno y la cohesión interna, y permite
disponer de unas Fuerzas Armadas leales y más unificadas.

Otras dificultades derivan del descontento creciente de la población de las ciudades: superpobladas,
sin oportunidades laborales y en los últimos años postergadas por los líderes políticos en inversiones
e infraestructuras en favor de las zonas rurales donde el número de votos en disputa aún es mayor. Su
población muy joven (la media en África es de 19,5 años frente a los 62 de los líderes políticos) y
generalmente pobre, está más dispuesta a movilizarse contra el Gobierno y apoyar a nuevos líderes
opositores, algunos abiertamente populistas cómo Julius Malema en Sudáfrica.

Un arquetipo de
las dificultades de
la democracia
africana es Nigeria.
Con gobiernos
militares desde
1966, las primeras
elecciones se
celebraron en
1999. Ganó un
militar reformista,
el general
Olusegun
Obasanjo, que
había
protagonizado una
fallida transición a
finales de los 70
pero en sus dos
mandatos
constitucionales
(hasta el 2007)
gobernó como un
autócrata. Los
procesos
electorales convocados desde 1999 han sido cada vez menos justos y creíbles. El actual presidente,
Muhammadu Buhari, rige un país de una estructura federal en un precario equilibrio entre un norte
musulmán muy pobre qué desconfía de la preeminencia del sur cristiano, más desarrollado gracias a
su riqueza en petróleo, con graves problemas de seguridad y sobre todo de corrupción. No hay partidos
étnicamente mixtos y los recursos del petróleo se utilizan para aplacar a las élites regionales cuyos
intereses dominan sobre el general.

141
El contraejemplo de apertura y transparencia es Ghana, con elecciones justas y pacíficas desde 1992
y un sistema bipartidista asentado donde el poder legislativo ha tenido un mayor protagonismo que
en otros países y la prensa y radio libres han sido esenciales para denunciar irregularidades. Las
asociaciones y ONG de la sociedad civil, ayudadas por las nuevas tecnologías, colaboran en combatir la
corrupción. También la diáspora emigrada ha tenido una influencia positiva, lo mismo que la madurez
de los líderes políticos, que han aceptado resultados de las elecciones por muy ajustados que hayan
sido los márgenes.
Probablemente también
ha contado el
aprendizaje de la
experiencia de los países
vecinos (admitieron
refugiados de las guerras
civiles de Liberia y Costa
de Marfil) y se
beneficiaron de que su
compatriota Kofi Annan
fue secretario general de
las Naciones Unidas
entre 1997 y 2006.

La repetición regular de
elecciones multipartidistas por sí misma (todos los países africanos las celebran menos Eritrea y
Somalia) no está garantizando una rápida maduración democrática, aunque poco a poco más estados
están consiguiendo eludir la inestabilidad política y la violencia. Según el Afrobarometro 2019, las
actitudes favorables a la democracia como régimen preferible a cualquier otra forma de gobierno se
mantienen altas en casi todos los países desde 1999, con una media de casi un 70% en el continente.
La población sigue determinada a resistir los abusos y la demanda de democracia ha impedido en varios
países (Malawi, Nigeria, Senegal y Uganda) que los presidentes se eliminarán los límites temporales a
los mandatos, en otros las protestas han forzado a realizar reformas (Etiopía) o relevos de viejos
mandatarios (Zimbabwe y Sudán).

La sociedad civil se está reforzando sobre todo en países como Kenia y Nigeria con activistas en pro de
los derechos humanos y sociales cada vez más activos. Hay más medios de comunicación
independientes accesibles, las nuevas tecnologías permiten que los impedimentos tradicionales de
organización para grupos de oposición se vayan debilitando y las masas de ciudadanos poco a poco
más educados son más conscientes de los intentos de engaño y manipulación política y más críticos
con la corrupción. En consecuencia, el África subsahariana sigue muy por detrás de otros continentes
en democracia, con progresos lentos en muchos casos inciertos, pero cabe esperar que esta
evolución continúe.

2. Conflictos armados

Los países de la región tienen un presupuesto militar reducido en términos absolutos, aunque en
algunos casos es elevado en relación con el PIB. La media continental es del 1,5% del PIB con Sudáfrica,
con gran diferencia, como principal potencia militar subsahariana. Durante los últimos años parece
haber una rebaja del gasto militar lo que a su vez refleja una tendencia a la disminución de los
conflictos armados. La principal misión de los ejércitos africanos desde la independencia no ha sido
la defensa de sus fronteras, porque afortunadamente ha habido relativamente pocas guerras
internacionales, sino la participación en conflictos internos. Estos conflictos armados, a veces con
142
participación extranjera, han sido endémicos. Más de 20 países han visto afectados por guerras o
insurrecciones graves en las dos últimas décadas y la región acaparado el 90% de los conflictos bélicos
mundiales. Esta conflictividad está ligada a un bajo nivel de desarrollo. Todo parece indicar que existe
un círculo vicioso en el que el atraso económico, la incapacidad de los Estados para promover el
desarrollo y la aparición de conflictos se refuerzan mutuamente. De hecho, muchas guerras civiles
han comenzado con la rebelión de grupos discriminados o excluidos políticamente.

El periodo de conflictividad más grave fue el de los años 90. Desde comienzos del siglo XXI su
incidencia se ha reducido de forma considerable. Las guerras más cruentas fueron en parte una
herencia de la Guerra Fría. Angola y Mozambique, tras su independencia de Portugal de 1975, cayeron
en una inacabable etapa de guerra civil en la que se enfrentaron Gobiernos marxistas y rebeldes
antimarxistas, respaldado respectivamente hasta 1991 por distintos países de ambos bloques: Cuba y
Sudáfrica, sobre todo. A medida que los conflictos se prolongaron, sus aspectos ideológicos atenuaron
y la lucha descarnada por el poder entre dirigentes políticos rivales se convirtió en lo fundamental, sin
descartar la importancia que adquirió el control de recursos económicos como las minas de diamantes
de Angola. En Mozambique se llegó un acuerdo definitivo de paz de 1992, pero en Angola la guerra
continuó hasta el 2002. Las muertes sólo en acciones bélicas directas fueron unas 140.000 en cada
país.

El otro gran conflicto enfrentó etíopes y eritreos, el área más pobre del planeta entonces. Etiopía vivía
desde 1977 bajo el brutal régimen comunista de Mengistu Hailé Mariam, apoyado primero por la URSS
y luego por Cuba. Eritrea, una antigua colonia italiana incorporada Etiopía en 1952 por decisión de las
Naciones Unidas, luchaba por su autonomía desde hacía años. Hasta 1991, cuando cayó el régimen de
Mengistú, la represión, la guerra civil, sequías y hambrunas devastaron Etiopía. En 1993, se reconoció
la secesión de Eritrea (convertida en una brutal dictadura), pero entre 1998 y el 2000 ambos estados
se enfrentaron de nuevo por problemas fronterizos. El balance de muertos tras tantas crisis pude
superar el millón. La paz definitiva se firmó en 2008 gracias al relevo político en Etiopía.

Somalia, que ya había disputado una guerra fronteriza con Etiopía en los años 70, tuvo una evolución
peor. En 1991, al caer la dictadura que había controlado el país desde 1969, estalló un conflicto civil
qué sumió al país en el caos y provocó una catástrofe humanitaria. Ni la misión de las Naciones Unidas
ni las tropas norteamericanas enviadas después lograron garantizar la distribución de ayuda
humanitaria y un mínimo orden. Tras la muerte de 19 marines de los Estados Unidos, estos se retiraron
de la emisión en 1993 y los cascos azules se marcharon en 1995. Desde entonces ha seguido la lucha
entre facciones. La ausencia de ley y orden ha hecho que las costas de África oriental sea el área del
mundo más afectada por ataques piratas donde asaltantes somalíes secuestran barcos de cualquier
nacionalidad apoyadas por clanes locales y una red transnacional de intermediarios.

En el África occidental, varios países experimentaron conflictos civiles en los últimos años, pero el
máximo nivel de violencia se alcanzó en dos pequeñas naciones fronterizas entre sí: Liberia (1989-
2003) y Sierra Leona (1991-2002), dónde todos los bandos terminaron perpetrando atrocidades. El
control y venta de preciados minerales (como diamantes) las alimentaron y se cerraron solos gracias
a la intervención internacional tras casi un cuarto de millón de muertos.

Algo similar ha sucedido en la región de los grandes lagos donde la guerra ha ido pasando por casi
todos los Estados del área. En Uganda el régimen autoritario de Yoweri Mudeceni, qué gobierna desde
1986 con relativa eficiencia en el ámbito económico y la lucha contra el SIDA, ha tenido que hacer
frente durante más de dos décadas a varios grupos rebeldes, entre ellos uno de los más extra´ps sí
sanguinarios del mundo, el Ejército de Resistencia del Señor, apoyado por Sudán. En Ruanda y
Burundi, el tradicional conflicto entre las etnias hutu (mayoritaria) y tutsi (tradicionalmente

143
dominante) tuvo su punto más trágico en 1994 con el genocidio de tutsis a manos de hutus en
Ruanda. Allí se impusieron finalmente las guerrillas tutsis, lideradas por Paul Kagame, que sigue
gobernando un país considerado no libre. Genocidas y civiles hutus huyeron a Congo perseguidos por
sus adversarios y su presencia desestabilizó el antiguo Zaire: en 1997 cayó la dictadura de Mobutu
Sese Seco, que lo gobernaba desde 1965. Los tutsis congoleños, apoyados por tropas de Ruanda y
Uganda, así como otros grupos de opositores confluyeron en un frente bajo la dirección nominal de
Laurent Kabila, quién ocupó el poder. La tregua duró poco porque los antiguos aliados pronto
lucharon contra el nuevo líder que fue asesinado en el 2000. Le sucedió su hijo Joseph Kabila, quien
desde el precario acuerdo de paz firmado en el 2002 hasta el 2018 y pese al respaldo occidental y de
las Naciones Unidas, no consiguió crear un estado eficaz (y menos aún democrático) qué controle sus
fronteras y recursos naturales y pacificara el país combatiendo las diversas y sangrientas milicias que
en muchos casos están apoyadas por países vecinos (Ruanda, Burundi y Uganda), con los ricos
yacimientos minerales del país en el punto de mira de todos.

El otro gran foco de tensión se extiende por la línea en la que se entremezclan poblaciones de lengua
árabe y religión musulmana con etnia subsaharianas de religión animista y cristiana en torno a lo que
se denomina Sahel, la franja de transición entre el desierto del Sahara y la sabana que lo delimita por
el sur. Chad salió de una larga guerra civil entre cristianos del sur y musulmanes del norte (1965-
1987) en la que intervinieron Francia y sobre todo Libia, para caer bajo la dictadura de Idriss Déby, que
gobierna desde 1990 favoreciendo a su propio grupo étnico y aprovechando que desde el 2003 los
beneficios de la exportación de petróleo. La guerra civil se reabrió (2005-2010), muy ligada al conflicto
sudanés de Darfur, y llevó a un enfrentamiento con Sudán, Cuyo régimen apoyaba a los rebeldes
chadianos y viceversa.

Por lo que respecta a Sudán, su primera guerra civil (1955-1972) se cerró con un régimen de autonomía
para las etnias subsaharianas. Desde 1983, el Gobierno incumplió los acuerdos con el sur y en paralelo
intentó imponer la sharía en todo el país, en pleno avance del islamismo. El resultado fue una
Insurrección de las regiones periféricas, marginadas en la toma de decisiones y la explotación de las
riquezas naturales del país, con su principal escenario en los Estados del sur. Desde 1989 el problema
atrajo la atención occidental cuando tomó el poder el dictador Omar al-Bashir, quien empezó a
favorecer a las tribus arabizadas y estableció un régimen islamista que llegó a dar hospitalidad a Bin
Laden. Esta segunda guerra civil se prolongó hasta el 2005 con casi dos millones de muertos y el doble
de desplazados. La presión occidental forzó el presidente sudanés a convocar en el 2011 el
referéndum que permitió la secesión de Sudán del Sur, rico en recursos naturales. Entretanto
estallaba en 2003 un nuevo conflicto de base étnica en la región oriental de Sudán, Darfur, Fronteriza
con Chad, de población musulmana, donde se han enfrentado tribus de lengua árabe con otras no
arabizadas. Durante una década se han sucedido las atrocidades incluso se habla de genocidio. Aunque
hubo acuerdo en el 2006 los combates no han cesado del todo y el presidente de Sudán tiene abierto
un proceso por crímenes de guerra y lesa humanidad en la Corte Penal internacional.

En 2013 estallaron nuevos conflictos en Sudán del Sur y en la República Centroafricana. En el primer
caso una descarnada lucha por el poder entre dirigentes enfrenta a las dos principales tribus
sursudanesas dinka y nuer. En el segundo país, con un estado fallido tras una guerra civil cerrada en
falso (2004-2007), milicias islamistas apoyadas por mercenarios de Sudán y Chad se levantaron el
2012 contra el Gobierno respaldado su vez por Uganda Congo y Sudán del Sur y ocuparon las zonas
mineras. El resultado ha sido una crisis humanitaria por las matanzas de las milicias musulmanas y los
grupos de autodefensa católicos.

En Nigeria ópera desde el 2002 el Independiente movimiento Boko Haram, causante de unas 1000
muertes al año, qué ha ampliado su influencia a Níger. Lucha por crear un estado islámico en el norte

144
musulmán del país, pero con el problema de fondo de la división étnica religiosa del país y el atraso
socioeconómico del norte respecto del sur. También son cada vez más frecuentes los enfrentamientos
entre pastores nómadas Fulani y granjeros sedentarios Bocharna agudizados por el efecto del cambio
climático en la región.

El riesgo de que algunos grupos étnicos acaben viendo en el salafismo yihadista una forma para
expresar reivindicaciones étnico-territoriales se ha visto en Mali desde el 2012, cuando los
nacionalistas tuareg en alianza con los yihadistas que actúan en la franja occidental del Sahel (desde
Nigeria a Mali) provocaron la caída del Gobierno para establecer un estado independiente basado en
la sharia, proyecto que fracasó tras a la intervención militar francesa. La lucha contra este tipo de
insurgencia cada vez más atomizada y extendida ha complicado la gobernabilidad de los países del área
(Burkina Faso sobre todo) y se ha convertido en la prioridad de la política subsahariana de las potencias
occidentales en particular de Francia y de la ONU (15000 cascos azules en Mali).

A pesar de los conflictos abiertos (Somalia, Sudán del Sur, Congo y República Centroafricana), el
panorama no tiene nada que ver en impacto y número de víctimas con lo que sucedía finales de los
90 y principios del milenio. En los conflictos de hoy, las víctimas se cuentan por cientos y los anteriores
por decenas de miles, con un legado terrible y duradero. Los países que las sufrieron siguen atrapados
en el autoritarismo y ocupan casi todos los últimos puestos en él IDH, con esperanzas de vida de poco
más de 50 años o incluso menos (Congo). No obstante, algunos han conseguido recuperar posiciones
en la última década: Etiopía y eritrea han llegado a los 65 años de esperanza de vida, aunque bajo
dictaduras; Sierra Leona y Liberia, considerada semilibres, avanzan posiciones en el IDH, en particular
Liberia que ha alcanzado los 63 años. Además, muchos de estos Estados frágiles se benefician hoy de
tener vecinos más estables, dado que nada más incrementa el riesgo de guerra qué tenerla en la
frontera.

La labor de mediación y pacificación a través de distintas instancias internacionales y de líderes


africanos también ha contribuido a que la conflictividad se reduzca. Las Naciones Unidas destinan tres
cuartas partes de su presupuesto militar a operaciones en el continente africano. En 2019 siete de las
catorce misiones activas estaban abiertas allí. La organización ha promovido el embargo de armas
contra Estados africanos en conflicto, acuerdos internacionales para impedir el tráfico ilegal de armas
financiadas con minerales preciosos extraídos en países en guerra y tribunales internacionales para
enjuiciar a responsables africanos de crímenes contra la humanidad. También ha resultado crucial en
algunos casos de intervención de fuerzas militares de potentes occidentales, sobre todo de las
antiguas metrópolis. Por último, tanto la Unión Africana (UA), creada en el 2002 para sustituir a la
procedente Organización de la Unidad Africana, como la Comunidad Económica de Estados de África
Occidental (15 países), con Nigeria como país más fuerte, han tenido protagonismo en los últimos
conflictos regionales, incluyendo el envío de Fuerzas Armadas.

145
32. SUDÁFRICA DEL RACISMO A LA DEMOCRACIA
El gran triunfo de la democracia en África en estas últimas décadas ha sido la transformación de
Sudáfrica. Este país, uno de los más poblados de África y el de mayor PIB, sufrió durante largas décadas
un sistema de extrema discriminación racial, denominado “apartheid” plenamente institucionalizado
en 1948 que implicaba el dominio de la minoría blanca (de origen holandés y británico), sobre la gran
mayoría de la población, clasificada a su vez en tres grupos: negros, mestizos y asiáticos. La larga lucha
contra la opresión racista la protagonizó el Consejo Nacional Africano, fundado en 1912, que durante
mucho tiempo se limitó a emplear medios pacíficos, pero a partir de 1961 promovió acciones armadas.
A fines de los 80 las protestas en los barrios negros habían adquirido un gran nivel de violencia,
mientras que el régimen racista estaba internacionalmente aislado, en el nuevo contexto del fin de la
Guerra Fría, las autoridades optaron por una salida negociada con la oposición negra.

El primer paso, fue la liberalización de Nelson Mandela, líder del Congreso Nacional Africano (CNA),
encarcelado desde 1962, cuya firmeza en prisión le había convertido en el principal símbolo de la
resistencia contra el racismo. Su grandeza de ánimo, su firme propósito de crear una democracia
multirracial y su voluntad de reconciliación contribuyeron mucho al éxito de la transición democrática
sudafricana. En 1993 se le concedió el Premio Nobel de la Paz, en compañía de Frederik de Klerk, el
gobernante blanco que había impulsado el fin del apartheid. La transición no fue fácil y estuvo marcada
por estallidos de violencia, pero el paso decisivo se dio en 1994, con las primeras elecciones
democráticas abiertas a todos los ciudadanos sin distinción de razas, que fueron ganadas por el CNA
(62% de los votos) y Nelson Mandela se convirtió en el presidente de Sudáfrica.

El CNA tenía un componente ideológico marxista y recibió el apoyo de la Unión soviética, que hasta
hoy ha mantenido alianzas con el Partido Comunista de Sudáfrica; sin embargo, en el contexto de los
años 90, sus dirigentes renunciaron a las máximas ideológicas de su partido y adoptaron un programa
socialdemócrata. No solo evitaron las nacionalizaciones, sino que optaron por la liberalización
económica y pusieron fin a muchas medidas proteccionistas, establecidas en el anterior régimen. Las
empresas blancas que dominaban la economía fueron respetadas, mientras que la crisis de algunos
sectores tradicionales contribuyó a un elevado nivel de desempleo que generó cierto descontento
popular. Se optó por la prudencia en las medidas económicas y se hizo un esfuerzo de reconciliación
para evitar la confrontación racial, con una Comisión de la Verdad y Reconciliación que escuchó a
víctimas y verdugos y perdonó y amnistió a quienes confesaban.

Para muchos los mecanismos de corrección de la desigualdad han sido insuficientes: el índice Gini ha
empeorado de 50 a 63 desde 1994. La brecha entre blancos y negros sigue siendo enorme, sobre todo
en el campo, donde una muy tímida reforma agraria apenas ha revertido el legado del apartheid, que
supuso la expropiación sistemática de tierras en manos de la población negra desde 1913.

Sin embargo, la política de gasto público impulsada por el gobierno ha contribuido a un rápido
desarrollo de las infraestructuras básicas y de los servicios sociales, que ha mejorado mucho las
condiciones de vida del grueso de la población. Se ha desarrollado una importante clase media negra.
Los blancos, que representan el 10% de la población, siguen teniendo un nivel de vida muy superior,
disfrutan del 39% de los ingresos (70% en 1970), frente a los negros, 80% población, que, sin embargo,
han pasado del 20 al 45%. Aunque casi un cuarto de la población vive por debajo del nivel de pobreza,
esta se ha reducido. También ha habido muchos avances en el problema de la vivienda para pobres y
en las infraestructuras de agua y electricidad. En 2012 se ha aprobado el “Plan Nacional de desarrollo”
para luchar contra la pobreza y la igualdad ya que la crisis económica internacional le ha afectado

146
duramente, las cifras de crecimiento desde 2009 han bajado, hay una tasa de desempleo oficial del
25% y una pronunciada caída de la competitividad de su economía.

Particularmente grave es la escasa calidad tanto del sistema sanitario público como el del sistema
educativo, buena parte de las escuelas en que se forman los niños negros, cuyo futuro profesional
queda así comprometido. La escasez, el absentismo y la baja formación de los profesores están en la
raíz del problema. Solo el 5% de los negros adultos tienen formación universitaria, porcentaje que en
los blancos es del 30%.

Las comunidades blanca, negra, mulata e india siguen viviendo en mundos separados. Solo la clase
media se mezcla en sus barrios. Los blancos se concentran en Ciudad el Cabo y Johannesburgo y en
otras pequeñas ciudades. La principal preocupación de este grupo es su marginalidad política. Además,
los afrikaners (60% de la población blanca) están viendo cómo su lengua pierde presencia pública.
También el número de pobres blancos está aumentando. En todo caso los grupos extremistas, tanto
blancos como negros, han desaparecido y el crimen está bajando poco a poco, a pesar de que sus cifras
son altísimas.

La hegemonía política del CNA se ha mantenido en las sucesivas elecciones parlamentarias, aunque
haya ido perdiendo fuerza en buena medida porque los fenómenos de clientelismo y corrupción en el
seno del partido han sido cada vez más graves. Sudáfrica ocupaba el puesto 55 de 180 en 2005 y ha
descendido al 73 en 2018. Tras la presidencia carismática de Nelson Mandela, en 1999 lo sucedía su
vicepresidente Thabo Mbeki, que destacó por su pragmatismo en los temas económicos, su impulso
a la política social y sus esfuerzos para contribuir a la pacificación de los conflictos africanos y para
potenciar el papel de África en el escenario mundial. La desconfianza hacia la cultura occidental llevó,
sin embargo, a Mbeki a un error gravísimo, el de negar la explicación acerca de la etiología del sida
aceptada por la comunidad científica internacional y negarse a promover las medidas adecuadas.
Finalmente, esta posición ha sido abandonada por el Gobierno sudafricano, pero se perdieron unos
años preciosos para hacer frente a una epidemia que ha tenido un efecto devastador en el país y ha
impedido que la esperanza de vida haya mejorado más.

En 2005, Mbeki, que había sido elegido para un segundo mandato, destituyó a su vicepresidente Jacob
Zuma, un político muy popular que se enfrentaba ya por entonces a graves cargos por corrupción y
también a una denuncia por violación. Pero, cuatro años después, el depuesto fue él, cuando la mayoría
del Congreso apoyó a Zuma, quien había salido con bien de sus problemas con la justicia. Este último,
en teoría más escorado a la izquierda que su predecesor, fue elegido presidente en 2009 y gobernó
hasta 2018. De nuevo el propio partido tuvo que forzar su relevo (le sustituyó Ciryl Ramaphosa) dada
la corrupción rampante que había fomentado haciendo del estado un instrumento para el
enriquecimiento propio y de sus compinches, incluidos muchos miembros del CNA. Tal ha sido la rapiña
sobre los bienes del Estado y la inseguridad económica generada que los servicios públicos se han
deteriorado, la inversión internacional ha huido, la economía ha entrado en recesión desde 2018, la
deuda pública se ha multiplicado y el desempleo llega al 27% en 2019. Ramaphosa, ganador de las
elecciones de 2019, tiene la difícil tarea de revertir esta situación, limpiar el partido y reactivar la
economía del país.

Pese al desgaste del CNA, la oposición política es aún débil, de ahí los problemas para controlar los
abusos de poder y la corrupción, que han propiciado el brote de una nueva élite negra muy vinculada
al partido y los sindicatos. La Alianza Democrática, un partido centrista que reclama políticas liberales,
no tiene posibilidad de presentar verdadera batalla al CNA, porque sigue siendo visto un partido de
blancos, indios y mestizos. También se corre el riesgo de que el descontento de los más pobres sea
canalizado por grupos populistas de izquierda, dentro y fuera del CNA, con la sombra de lo sucedido

147
en Zimbabwe en el horizonte, que proponen nacionalizaciones, una reforma constitucional y permitir
la expropiación de tierras sin compensación económica.

En resumen, Sudáfrica es hoy un país de desarrollo humano medio, que ha mantenido unas tasas de
crecimiento económico relativamente satisfactorias. Ha logrado evitar que el fin del régimen racista
condujera a una etapa de violencia y al éxodo de la minoría blanca, cuya contribución al desarrollo
económico del país sigue siendo clave. Debido a su elevado nivel de formación. Además, el proyecto
político nacional de una Sudáfrica multiétnica es apoyado por dos tercios de la población, el mismo
porcentaje que respalda la democracia. Sigue habiendo división, pero mucho menos que hace 20 años.

148
33. ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN AMÉRICA LATINA
1. Dinámicas demográficas

El gran crecimiento demográfico de América Latina fue uno de los rasgos más sobresalientes a lo largo
del siglo XX. Si a comienzos del siglo el subcontinente tenía apenas 60 millones de habitantes, a
mediados alcanzaba los 159, en 1990 llegaba a los 440 y a finales de siglo contaba con 540. Este
aumento ha sido motivado por el descenso de la mortalidad debido a la mejora en las condiciones de
vida y la elevación del nivel de
sanidad, mientras la natalidad ha
tenido un lento descenso.

En las tablas adjuntas se refleja


que Brasil es el gigante del
subcontinente. El crecimiento de
la población de las últimas
décadas se ha situado a un nivel
medio y en la mayoría de los
países la tasa de fecundidad se
sitúa actualmente un poco por
encima de la tasa por reemplazo
de dos hijos por mujer, con
algunas excepciones como Cuba
que es tan solo 1,5. El progreso
económico y social se ha
traducido en un importante
aumento de la esperanza de vida.

Junto al crecimiento demográfico,


la población latinoamericana se
caracteriza por su desigual
reparto; con altas densidades en
el centro de México, el este
brasileño y estuario del río de la Plata, frente a la práctica despoblación amazónica, del norte de Chile
y las alturas andinas. Tan notable como esto el proceso de abandono de las zonas rurales, motivado
por la pobreza de unas explotaciones agrarias que no permiten el mantenimiento de la población
sobre ellas asentadas, y el crecimiento de las ciudades (la población urbana pasó de un 45% en 1950
al 71% en 1990, 79% en 2010 y 81% en el 2020). En casos puntuales, esta concentración urbana se ha
producido de un modo extraordinario, hasta conformar algunas de las megalópolis más grandes del
mundo (Ciudad de México, Buenos Aires, Rio de Janeiro-Sao Paulo y Bogotá). Esto ha tenido
consecuencias negativas, ante la imposibilidad de atender las necesidades de infraestructuras y
viviendas, al no incrementar el mercado laboral al mismo ritmo y no conseguir integrar a la nueva
población. El resultado ha sido la ampliación constante de barrios marginales, con una población
desempleada o subempleada, con pésimas condiciones de vida, que en numerosas ocasiones han
estallado en conflictos sociales y donde la delincuencia organizada encuentras las mejores condiciones
de proliferación.

El incremento demográfico, la concentración poblacional en grandes urbes y el desigual reparto de los


beneficios del crecimiento económico han aumentado significativamente los índices de conflictividad

149
social. Esta ahonda sus raíces en la oposición campo-ciudad, en la diversidad étnica y cultural, en los
altos niveles de analfabetismo (en los años 60 casi un tercio de la población era analfabeta, en los 90,
Brasil, el país con más PIB de la región, tenía una quita parte de población analfabeta) y de un modo
especial, en el muy desigual reparto de la riqueza; América Latina es la región con las mayores
diferencias de renta y la mayor inequidad mundial.

2. Desarrollo económico limitado

Desde finales de los años setenta Latinoamérica entró en la peor crisis de su historia. La crisis
económica internacional de esa década había afectado profundamente a todos los países de la
región; salvo México y Venezuela, productores de petróleo, que, lejos de invertir los beneficios
crecientes de su exportación en el saneamiento de su tejido económico, dilapidaron los beneficios
mediante la especulación, la huida de capitales y la corrupción de las elites políticas. Aunque el resto
de América Latina se vio afectada, los índices de crecimiento se mantuvieron durante el resto de la
década gracias a la continuidad de las exportaciones y al crecimiento de los flujos financieros externos.
La crisis alcanzó plenamente a estos países como consecuencia de la quiebra de sus dos apoyos:

• La elevación de los tipos de interés aplicados a la deuda externa


• El fin del ciclo desarrollista basado en las exportaciones.

Los Estados se endeudaron masivamente para pagar los créditos antes suscritos a bajo interés y para
reflotar los créditos privados de empresas que eran nacionalizadas ante su declaración de quiebra; el
endeudamiento llegó hasta el punto de que los Estados se vieron incapaces de pagar los intereses,
mucho menor amortizarlos, por lo que el bloqueo económico fue total. La crisis de los años ochenta
generó:

• Un estancamiento generalizado.
• Disparó las tasas de inflación
• Caer la renta per cápita de la región.

La crisis de los años 80 generó un estancamiento generalizado, disparó la tasa de inflación y hizo caer
la renta per cápita en la región un 8,3% entre 1980 y 1990. Razones suficientes para que esta gran
depresión haya sido denominada la década perdida

Durante los años noventa, se conjugaron políticas económicas que en general tendieron a la
homologación con los criterios de las instituciones financieras internacionales tanto el Banco Mundial
como el Banco Interamericano de Desarrollo con la ayuda de plataformas multinacionales como CEPAL,
aconsejaron a los Gobiernos prácticas de ajuste estructural:

• Liberalización del mercado comercial y laboral


• Reformas fiscales.
• Privatización empresas públicas.

La aplicación de estas medidas tuvo un efecto macroeconómico muy positivo: se redujo la inflación a
niveles de un dígito. Diecisiete países incrementaron su tasa de crecimiento medio anual, el ingreso
per cápita promedio de la región creció un promedio del 1,5% durante la década. Casi todos los pases
del área registraron una reducción de la variabilidad de sus resultados de crecimiento y 13 países
lograron simultáneamente aumentar el crecimiento y conferirle mayor estabilidad. El aumento de la

150
exportación y la reanudación de la entrada de capitales privados netos posibilitaron una balanza de
pagos más sólida, pero de nuevo dependiente de flujos externos.

Como se observa en el siguiente


cuadro, el crecimiento
económico de las últimas
décadas es importante, pero sin
llegar al de Asia. El ingreso por
habitante medio, medido según
la paridad del poder adquisitivo,
se sitúa en general en niveles
medios, aunque con grandes
diferencias entre los más de
20.000 dólares de Chile y los
poco más de 1.000 de Haití, el
país más pobre del continente. El
índice de libertad económica es
en general alto, con las
excepciones de Venezuela y
Cuba, país para el que este índice
no se calcula.

Esta dependencia exterior y la fragilidad de las bases sobre las que se sustentaba el crecimiento
explican la paradoja de que estos indicadores macroeconómicos positivos fueran alcanzados al mismo
tiempo que se sucedían crisis de gran importancia. En 1994 México padeció una inesperada crisis -
cuando se esperaba lo contrario, los beneficios de la entrada en el Tratado de Libre Comercio- a
consecuencia de la inestabilidad creada por la revolución zapatista; esta crisis rápidamente se
extendió al resto del continente a través de lo que se bautizó efecto tequila. Una secuela colateral fue
la gran desinversión de capital estadounidense y europeo, que fue sustituido por inversiones
españolas en toda la región; los sectores financieros, energéticos y de telecomunicaciones fueron los
que en más medida recibieron capitales españoles. La caída de los mercados del Sudeste Asiático en
1998 tuvo una repercusión muy negativa para América Latina; así como la crisis de 1999, esta vez
ocasionada por la devaluación sorpresiva del real brasileño. Pero, la crisis más dramática se produjo
entre 2001 y 2003 en Argentina, con el secuestro gubernamental de los ahorros privados, el fin de la
paridad peso-dólar y la quiebra de numerosas entidades bancarias, lo que a su vez produjo un efecto
devastador en el tejido industrial, el mercado de trabajo y el consumo interno.

Como puede verse en los siguientes


cuadros, en las últimas décadas se ha
producido una significativa mejora en
el índice de desarrollo humano. En la
actualidad, la mayoría de los países se
sitúan en los cuartiles, segundo y
tercero del IDH. Sólo Chile y Argentina
se sitúan en el primer cuartil, de
desarrollo muy alto, y solo Haití queda
en el cuarto de desarrollo bajo. El
elevado grado de desigualdad social,
muy superior al de España, hace que el
bienestar real sea menor del que cabría

151
suponer de las cifras medias, como se
refleja en el IDH ajustado por la
desigualdad. El índice de percepción
de la corrupción muestra la gravedad
de este problema en muchos países,
con la excepción de Chile, donde la
corrupción es algo menor que en
España. Haití y Venezuela son dos de
los países más corruptos del mundo. El
nivel de violencia infantil también es
elevado y la tasa de homicidios alcanza
hoy valores altísimos en Venezuela,
Guatemala y Colombia y aún peores en países no reflejados en la tabla como Honduras (91,6) y en El
Salvador (69,2).

La primera década del siglo XXI hubo un gran dinamismo en el campo económico. La superación de
los efectos de la crisis, la rentabilización de las políticas de reajuste de la década anterior y el
sostenimiento de la inversión exterior produjeron una mejora sustancial en todos los índices. El
resultado fue que en el período 2002-2008 el incremento del PIB anual en la región se situó por
encima del 4% un crecimiento inédito por su volumen (en los años anteriores se había llegado a un 2%
anual de media) y por su extensión, alcanzando a prácticamente a todos los países latinoamericanos
excepto a Haití.

Tras mantener un crecimiento ininterrumpido durante más de seis años, el impacto de la crisis global
trucó la dinámica anterior, haciendo contraer el crecimiento hasta alcanzar la recesión; en 2009 se
produjo un crecimiento negativo del 1,9%, lo que tuvo repercusión en la destrucción de empleo
pasando una desocupación del 7,5% en el conjunto regional, alcanzó un 9% en e 2009. Sin embargo,
esta crisis encontró a la región mejor preparada que en décadas pasadas; no hubo quiebras masivas
ni cierres bancarios, no se produjeron cancelaciones del pago de la deuda e incluso países como Brasil,
Perú y Chile mostraban el retorno al camino del crecimiento desde el primer semestre de 2010 y tres
años después sostenían con índices significativos la mayor parte de los países de la región. Durante la
mayor parte de los años diez, la economía latinoamericana ha mostrado estimables fortalezas, pero
también grandes debilidades, introduciendo crecientes diferencias entre países y subregiones. La
bajada de precios de materias primas arrastró a la recesión en al conjunto continental en 2015 y 2016.
La inestabilidad política de Brasil en la segunda parte de la década mermó sistemáticamente su
crecimiento cuando había conseguido codearse con los BRIC; la evolución negativa de la delincuencia
organizada y las muestras de agotamiento del TLCAM comprometieron la fortaleza económica
mexicana; la crisis política del kirchnerismo y el final de la década del fracaso de las políticas
neoliberales de Macri devolvieron a la economía argentina a su peor escenario. Pero sin duda fue el
caso venezolano el más dramático de la región: la potencia petrolera sufrió una contracción
económica del 52% de 2013 a 2019.

A nivel global, América Latina tan solo tiene transcendencia como suministrador de materias primas
y su crecimiento actual está lejos del que sostienen otros países y regiones en vías de desarrollo. En
conjunto, su importancia en el mercado global está disminuyendo de forma constante desde los años
70. Si en 1970 el conjunto de las exportaciones de la región suponía el 5% del total mundial, en 1985
aún se mantenían en el 4,5%, un 3,8% en 1995, 3,2% en 2005 y en 2018 solo un 2,6%, a pesar de la
exitosa superación de los efectos de la crisis global. El éxito de las economías de algunos países como
Brasil, México, Chile o Colombia no puede evitar la pérdida de competitividad e influencia a nivel
mundial de la economía latinoamericana.

152
3. La oleada democratizadora

La transformación política en América Latina ha sido uno de los grandes y más positivos rasgos de la
historia de la región a lo largo de las últimas décadas. A mediados de los años setenta, en América
Latina, existía una minoría de países gobernados por Gobiernos democráticos y una amplia variedad
de regímenes autoritarios y dictatoriales.

La pervivencia del Estado de derecho en la región fue difícil a lo largo del siglo XX, alcanzando su peor
situación en ese momento; a la larga, dictadura militar del general Alfredo Stroessner en Paraguay
(1954-1989), de la familia Somoza en Nicaragua (1936-1979), del general Hugo Banzer en Bolivia (1971-
1978) o la sucesión de los gobiernos militares en El Salvador (1973-1979), Guatemala (1954-1986),
Brasil (1964-1985) y Perú (1974-1980), se sumaron los golpes de Estado e instauración de Gobiernos
dictatoriales en Chile (1973-1990), Ecuador (1973-1979), Uruguay (1973-1975) y Argentina (1976-
1983). A causa de dinámicas internas, a lo largo de los años ochenta, se produjo un cambio sustancial
que posibilitó la emergencia de Gobiernos democráticos. Según Samuel Huntington en “La tercera
ola. La democratización a finales del siglo XX” la expansión de la democracia en América Latina se
insertaría en una tercera oleada que comenzó en la península ibérica a mediados de los años setenta,
se multiplicó al otro lado del Atlántico a lo largo de los ochenta y culminó a comienzos de los años
noventa en las transiciones de los antiguos países de Europa del Este.

La transición desde Gobiernos autoritarios a regímenes democráticos se produjo en la mayor parte


de los casos mediante un traspaso formal de competencias, la reapertura instituciones
anteriormente clausuradas o mediatizadas, la celebración de elecciones libres, el establecimiento de
nuevos marcos constitucionales y la formación de un muy variado sistema de partidos. A pesar de su
sincronía, las motivaciones de transferencia de poder no obedecieron a ninguna coyuntura
transnacional, sino a dinámicas internas que obstaculizaron la continuidad de los Gobiernos
militares:

• En los países centroamericanos las transiciones se produjeron como consecuencia de una


búsqueda de solución al conflicto armado motivado por la pervivencia de las guerrillas.
• En Brasil fue el propio Gobierno militar el que pilotó una progresiva transición hasta la
asunción completa del régimen democrático.
• En Argentina, la humillante derrota en la campaña para la recuperación de las Malvinas motivó
que la Junta Militar depusiera sus poderes y diera paso a los Gobiernos civiles.
• No hubo derrota castrense en Chile, pero la Junta Militar presidida por Augusto Pinochet
fracasó en su intento de perpetuación en el poder a través de una consulta plebiscitaria sobre
cambios constitucionales, lo que motivó el comienzo de una transición tutelada.

En el fondo de todos estos procesos, se encuentran los resultados socioeconómicos de la década


pérdida; el impacto de la crisis económica de comienzos de los ochenta y el cambio de coyuntura
financiera mundial, multiplicando los intereses de la deuda, impidieron el sostenimiento de unos
regímenes que hacían descansar de su legitimidad en el freno del establecimiento de Gobiernos
filocomunista y, de forma muy especial, en el mantenimiento del statu quo social y la promesa de un
desarrollo económico permanente.

Como puede verse en el siguiente cuadro, desde 1991 (cuando ya habían desaparecido ya la mayoría
de las dictaduras, hasta nuestros días) América Latina experimentó durante los años noventa y la
primera década del siglo XXI un retroceso del autoritarismo; pero durante la década de los años diez

153
las desestabilizaciones y el endurecimiento de regímenes hicieron retroceder el número de países
libres; para el 2019 aumentaba el número de países semilibres (México, Guatemala, Colombia,
Ecuador, Bolivia y
Paraguay) y sobre todo
los no libres (Nicaragua,
Venezuela y la ya
tradicional Cuba). Un
dato positivo es que los
gastos en defensa no
solo son bajos, sino que
se han reducido un
poco más en los últimos
años, lo que demuestra
que ningún país
latinoamericano se
siente amenazado por
sus vecinos.

En toda la región
durante los años
noventa, se produjo
una profundización en
el Estado de derecho y
la gobernabilidad
democrática. La
consolidación de los
nuevos sistemas
democráticos se realizó
al mismo tiempo que se
enfrentaba el doble desafío de la recuperación económica y la vertebración ordenada de las
crecientes demandas sociales. Para la región esta consolidación encontró su expresión más explícita
en la celebración regular de consultas electorales a lo largo de las últimas décadas; más allá del
carácter formal de los procesos, la renovación ordinaria de los dirigentes políticos y del pacífico relevo
al frente de las instituciones consolidó la pervivencia de las prácticas democráticas y la propia fe en el
sistema.

Sin embargo, la región no vivió exenta de procesos abruptos que rompieron la continuidad
institucional:

• Entre 1997 y 2005, se produjeron en Ecuador tres deposiciones presidenciales y una sonada
policial (2010) en medio de amplias movilizaciones sociales con objetivos desestabilizadores.

• En Argentina, la congelación de los depósitos bancarios y la pérdida del valor de los ahorros
(el corralito) decretados por el Gobierno en diciembre de 2001 desataron una virulenta crisis
social que produjo una rápida sucesión de presidentes, tres en dos semanas.

• Movilizaciones, huelga general y confrontación cívica fueron la antesala del Golpe de Estado
que trató de derrocar a Hugo Chávez, que tras tres días de cautiverio fue liberado por un
contragolpe que lo restituyó de la presidencia.

154
• En Bolivia el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada se vio presionado hasta abandonar la
presidencia y huir del país (2003) y su sucesor Carlos Mesa se vio obligado a dimitir del cargo
ante el incremento de unas movilizaciones de origen sindical e indigenista que paralizaban el
país (2005).

• También precedido de protestas populares, en Honduras se produjo el clásico golpe de Estado


en junio de 2009, provocando la expulsión del país del presidente Zelaya.

Durante la segunda década del siglo XXI, los obstáculos al desarrollo democrático provinieron más
del crecimiento de la delincuencia organizada transnacional y de la expansión de la corrupción. La
desaparición de los grandes cárteles colombianos en los años noventa supuso en realidad un cambio
de protagonistas y una atomización y difusión de unas prácticas delictivas que ya había probado su
gran capacidad para generar enormes beneficios. Durante la primera década del siglo XX, se
multiplicaron las dimensiones de los tráficos ilícitos (no solo cocaína y marihuana, sino tráfico
humano, plantas, animales exóticos, minería clandestina y productos digitales pirateados), asumiendo
el máximo protagonismo los cárteles mexicanos (Golfo, Tijuana, Juárez, Sinaloa,…), las maras
centroamericanas (FRARC, ELN, BACRIM, ODIN), el oficialista venezolano (Cartel de los Soles) y las
poderosas bandas brasileñas (los Comandos de Rio de Janeiro y el PCC de Sao Paulo). Además de los
daños causados a la salud pública y colateralmente a las Haciendas públicas de los Estados, las
actividades de delincuencia organizada transnacional tienen dos efectos principales: el incremento de
la violencia y la penetración de la corrupción.

Este efecto no sólo lo consiguen las bandas criminales, sino también se extiende en el día a día de la
relación entre el ciudadano y las instituciones. En la segunda década del siglo XXI se produjo la mayor
convivencia entre las autoridades institucionales y grandes empresas multinacionales, siendo el caso
Odebrecht el más transcendente. La empresa de construcción brasileña creció fundamentalmente
durante la dictadura militar, en su extensión internacional tejió una red de sobornos a presidentes y
altos funcionarios a cambio de licitaciones ventajosas en al menos diez países. Las denuncias y litigios
abiertos en todos estos países han deparado la mayor ola de descredito sobre la política nacional de la
región, con presidentes depuestos y encarcelados -o empujados al suicidio como Alán García (2019)-,
subvirtiendo el sistema de partidos y erosionando la confianza de la sociedad en la democracia.

Ante una buena parte de la ciudadanía el doble proceso de recuperación socioeconómica y


consolidación democrática legitimaba el sistema democrático tanto en cuanto garantizara unas
mejores condiciones de desarrollo. La mejora de la coyuntura económica durante los años noventa y
el largo ciclo alcista de la primera década del siglo XXI contribuyeron a incrementar la confianza de la
ciudadanía hacia la democracia; si bien las coyunturas de crisis, la tentación de búsqueda de atajos en
la recuperación y los casos más escandalosos de corrupción han permitido el ascenso de prácticas
políticas no siempre acordes con la gobernabilidad democrática. Esta necesaria legitimación del
Estado de derecho como instrumento de desarrollo y bienestar, unida a la herencia histórica del
caudillismo y a la extensa personalización de los poderes del Estado son la base de la pervivencia del
populismo en América Latina.

155
34. LOS ESTADOS LATINOAMERICANOS: BRASIL, ARGENTINA Y CHILE
A lo largo del último cuarto de siglo se han consolidado una transformación demográfica y una apertura
al comercio internacional que han permitido un desarrollo socioeconómico singular en la historia del
continente. América Latina alcanzó el siglo XXI con una esperanzadora apuesta por la consolidación
definitiva de regímenes democráticos, tan solo perturbada por la utilización de prácticas populistas y
los riesgos inherentes a la pérdida de gobernabilidad ocasionada por la corrupción.

1. Brasil

Por sus condiciones geográficas (8,5 millones de kilómetros cuadrados), demográficas (más de 200
millones de habitantes) y económicas (sexta potencia mundial), Brasil reunía capacidades para
conformarse como un líder regional. Sin embargo, no ha sido hasta el último cuarto de siglo cuando
de forma efectiva el país ha dado los pasos necesarios para erigirse como un referente internacional
y alzarse con el liderazgo sudamericano.

La razón fundamental por la que no se ha producido antes fue la decisión estratégica de conformar
un crecimiento hacia el interior. La dictadura instaurada por Getulio Vargas de 1930-1945, los
gobiernos de los generales Eurico Dutra y del propio Vargas y definitivamente una nueva dictadura
militar de 1964 a 1985 mantuvieron unos principios económicos autárquicos. Esto permitió la
conformación de grandes complejos industriales, la expansión hacia el interior de la Amazonia con la
construcción de Brasilia y el comienzo de la articulación territorial: pero dificultó una apertura exterior
que permitiera a Brasil jugar un papel singular en el ámbito internacional.

La peculiar dictadura militar fue desmontada por las propias fuerzas armadas desde finales de los
años setenta a través de una transición que pretendía ser gradual y segura mediante elecciones
presidenciales indirectas. El movimiento popular a favor de elecciones directas de 1984 –con motivo
del veinte aniversario del gobierno militar– hizo que en los comicios del año siguiente se impusiera el
líder de la movilización, Tancredo Neves. Su muerte antes de la toma de posesión hizo que ocupara la
presidencia en 1985 José Sarney. La labor fundamental de Sarney fue la de sentar las bases de un
nuevo régimen político a través de una Asamblea Constituyente, que dictaría un sistema
presidencialista, como fue recogido en la Constitución de 1988. En las primeras elecciones directas
de 1989 fue elegido presidente Fernando Collor de Mello; pero la crisis económica irresuelta y los
escándalos por corrupción le obligaron a presentar la dimisión antes de ser juzgado por el Parlamento,
sucediéndole el vicepresidente Itamar Franco (1992).

Ese año Brasil, que había padecido fuertes índices de inflación a lo largo de décadas, alcanzó el 1.100%
de crecimiento anual, siendo la de 1993 de un 6.000%. Para frenar ese derrumbe se llevó a cabo una
transición financiera y económica, protagonizada por el nuevo ministro de Economía, Fernando
Enrique Cardoso, que introdujo el Plan Real con gran eficacia y recuperando la confianza en la
economía. Este éxito aupó a Cardoso a la presidencia en 1994 (Partido Social-Demócrata de Brasil),
revalidada en las elecciones de 1998; su primer mandato fue positivo, manteniendo el crecimiento
económico, mientras el segundo estuvo marcado por la crisis de la moneda, la desaceleración
económica y la crisis energética: el incremento generalizado de la demanda de energía no pudo ser
satisfecho y se produjo el desabastecimiento de buena parte del país.

La impopularidad de Cardoso arrastró a su propio partido; en las elecciones de 2002 se impuso el


Partido de los Trabajadores, que llevó a la presidencia a Luis Inácio Lula da Silva; el aspirante
derrotado en todas las campañas electorales anteriores conseguía la victoria con el mayor respaldo de

156
votos populares de la historia. Su gobierno se ha caracterizado por una muy ambiciosa política de
reparto de la riqueza, potenciación del desarrollo nacional integrado y expansión de la influencia
exterior de Brasil. Lula renovó su victoria en 2006, lo que le mantuvo como presidente de Brasil hasta
2010. Durante su mandato la economía brasileña dio un salto cualitativo extraordinario, hasta situarse
como octava potencia mundial al final de la década; al mismo tiempo, la política exterior adquiría rango
de potencia internacional, liderando los procesos de integración sudamericanos y diseñando líneas de
proyección estratégica hacia Europa y África.

En 2011 tomó posesión como presidenta de Brasil Dilma Rousseff, anterior ministra y jefa de gabinete
de Lula. La continuidad entre ambas presidencias se produjo de forma institucional, más allá del
relevo de los principales dirigentes gubernamentales anteriores. Se profundizó en las líneas de
liberación económica e internacionalización de la economía brasileña, al tiempo que se reforzaban
los programas sociales y se materializaban los grandes proyectos de infraestructuras de integración
regional. El ejercicio de una política exterior de nivel global fue ratificado por la selección de Brasil, se
hace de la Copa del Mundo de Fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos del 2016. Sin embargo, el mal papel
realizado en el primero y el pobre aprovechamiento del segundo fueron los síntomas del agotamiento
del ciclo de gobierno del Partido de los Trabajadores, minado por la corrupción, el incremento de la
delincuencia, la incapacidad para hacer frente a la crisis económica y el descrédito ocasionado por el
enjuiciamiento, condena y prisión de su gran líder, Lula da Silva. Tras la dimisión y procesamiento de
parte de su gabinete, Dilma Rouseff fue enjuiciada políticamente y depuesta por el Senado siendo
sustituida en la presidencia por Michel Temer, que también acabó siendo procesado y encarcelado
una vez que acabó el período de su mandato en 2018.

Las elecciones de ese año pusieron de manifiesto el malestar de la sociedad brasileña con su clase
política, acabando de imponerse un candidato de extrema derecha, Jair Bolsonaro. Su toma de poder
el primer día de 2019 supuso un cambio radical de la anterior política brasileña, con gestos tan
explícitos como la vinculación a los EE. UU. o Israel, la flexibilización en la tenencia y uso de armas de
fuego, la desaparición de las políticas medioambientales que frenaban la expansión agraria a costa
de la protección del Amazonas o la desprotección de los colectivos más vulnerables.

2. Argentina

Aunque de corta duración, la dictadura militar ha marcado la pauta de la política argentina durante
décadas. La restauración democrática en diciembre de 1983 puso fin a ocho años de dictadura, en los
que las fuerzas armadas como institución ostentaron el poder y desencadenaron una represión
extensiva, protagonizando el más traumático episodio de la nación. La creciente corriente de oposición
interna a la pervivencia del régimen trató de ser sofocada señalando un “enemigo exterior”, por lo
que se desencadenó la guerra de las Malvinas. Fue el fracaso de esta contienda y la profundización
en la crisis económica lo que obligó a la Junta Militar a ceder sus poderes y dar paso a una acelerada
transición.

La transformación del sistema político argentino corrió a cargo del primer gobierno democrático de
este periodo, presidido por Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical (UCR). Su gestión se centró en el
doble desafío que supuso la liquidación del régimen dictatorial y afrontar la gran crisis económica
que padecía el país. La primera se profundizó hasta alcanzar la depuración de responsabilidades de las
tres primeras juntas militares, el sometimiento al poder civil de las fuerzas armadas y la consolidación
de las instituciones democráticas. Mayor complejidad y menor éxito tuvo en el intento de frenar el
declive económico y la creciente inflación; de hecho, fue la incapacidad de su gobierno para contener
la hiperinflación lo que le obligó a adelantar las elecciones.

157
Con su triunfo en las elecciones de 1989 volvió al poder el Partido Justicialista (PJ), con Carlos Menem
como presidente, si bien eran poco reconocibles en su programa de gobierno las señas de identidad
peronistas. Para acabar con la crisis económica Menem aplicó los preceptos neoliberales y diseñó un
nuevo sistema financiero que suponía la paridad del peso con el dólar (Ley de Convertibilidad). La
mala organización de la política económica se basó en la dependencia exterior y, cuando se
produjeron las crisis internacionales, todo el sistema de crecimiento se colapsó.

Esta crisis fue de nuevo la causa de una alternancia en el ejecutivo, volviendo la UCR al poder con
Fernando de la Rúa. Las posibilidades de reacción ante la crisis comenzaban en la contención de la fuga
de capitales, en especial la medida de restricción de la retirada de efectivo en los depósitos privados
(el corralito, diciembre de 2001). La imposibilidad de acceder a sus ahorros empujó a la ciudadanía a
las calles y la movilización popular motivó primero la dimisión del ministro, el establecimiento del
Estado de sitio y la definitiva salida del presidente (20 de diciembre de 2001). La inestabilidad de las
instituciones ante la acometida de la calle se manifestó en la sucesión desorganizada de máximos
responsables (tres presidentes en dos semanas), hasta que se eligió al peronista Eduardo Duhalde
presidente provisional (2 de enero de 2002), que rápidamente decretó la suspensión de pagos, puso
fin a la Ley de Convertibilidad y devaluó el peso. Duhalde reintrodujo la vieja política industrializadora
de sustitución de importaciones, lo que ayudó al aumento de la exportación y un modesto superávit
fiscal; las políticas sociales se debieron reforzar para atajar los efectos desestabilizadores de la
extensión de la pobreza y la actuación de grupos organizados antisistema.

Las elecciones de 2003 depararon la continuidad peronista, con Néstor Kirchner (PJ) en la Presidencia,
pero introduciendo un marcado giro populista. Su gestión buscó vehementemente el contraste con
las anteriores políticas neoliberales, pero sin salirse de la ortodoxia de las grandes instituciones
financieras internacionales; nacionalizó empresas privatizadas, levantó la suspensión de pagos y el
corralito, y devolvió la confianza a los mercados exteriores. Aquellos partidarios o críticos que veían en
Kirchner la reencarnación de un nuevo Perón reforzaron sus argumentos cuando el presidente propició
la candidatura de su esposa para sucederle. Cristina Fernández de Kirchner fue elegida presidenta de
Argentina en octubre de 2007, desarrollando una gestión de continuidad respecto a la etapa anterior,
pero debiendo hacer frente al cambio de coyuntura económica que provocó a nivel interno la crisis
agraria y a nivel internacional la gran crisis global de 2008 y 2009.

Cristina Fernández fue reelecta en las elecciones de 2011. En su segundo mandato se profundizaron
los conflictos sociales (sindicatos, medios de comunicación, sectores exportadores) y se completó el
ciclo de la nacionalización energética (YPF). Las tensiones dentro del peronismo oficialista y la ruptura
social ocasionada por los efectos de la crisis económica tuvieron como telón de fondo el
mantenimiento de una política económica errática –lo que ocasionó la fuga de capitales, aumento de
la inflación y desabastecimiento– y el proyecto gubernamental de reforma constitucional que
permitiera la prolongación del mandato, lo que no alcanzó a aprobarse.

La mala situación económica, el crecimiento de los escándalos por corrupción y la propia división del
peronismo hicieron que en las elecciones de noviembre de 2015 acabara imponiéndose Mauricio
Macri, al frente de una coalición de partidos. Su designación estaba fundamentada en el deseo
ciudadano de regeneración política y estabilidad económica. La primera se trató de conseguir
permitiendo que el poder judicial investigara y procesara a los políticos y empresarios en connivencia
delictiva durante el largo periodo kirchnerista, comenzando por la propia Cristina Fernández; pero la
lentitud judicial y las maniobras peronista para transformar el malestar social en un instrumento de
apoyo a su causa permitieron la supervivencia del justicialismo y su reposicionamiento contra las
políticas neoliberales. La evolución económica no tuvo mejor suerte; a la recesión del inmediato 2016
(-2,3%) siguió una recuperación equiparable (2,5%) para comenzar una recesión creciente en 2018 y

158
2019. Esto obligó a solicitar de nuevo la ayuda al FMI, el más alto rescate de la historia otorgado por el
organismo, que sirve de respalda a un duro ajuste fiscal, la reducción de la inflación y la contención de
devaluación del peso. Las elecciones presidenciales de octubre del 2019 reflejaron el fracaso de los
ajustes y la desaprobación social, venciendo el peronista (Partido Justicialista) Alberto Fernández y
como vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

3. Chile

Chile era el régimen democrático más longevo y estable de toda la región hasta que el 11 de
septiembre de 1973 un golpe de Estado instauró una dictadura dirigida por una Junta Militar dirigida
por el general Augusto Pinochet. Lo que iba a ser una experiencia breve (las Fuerzas Armadas lo habían
presentado como una responsabilidad para reconducir la “crisis nacional”) se institucionalizó a través
de la Constitución de 1980. En esa década se realizó un reajuste profundo de la economía con políticas
neoliberales que se plasmaron en privatizaciones, liberalización del mercado y reducción del gasto
público. El resultado fue un importante incremento de la producción y del comercio internacional y la
entrada de capitales extranjeros. Pero también tuvo efectos negativos, como el aumento de las
diferencias de renta y la desatención a las clases más humildes. El “milagro económico chileno”, unido
a una moderada e institucional transición a la democracia, sentaron las bases de la ejemplaridad de su
modelo. La transición comenzó con el fracaso de Pinochet en su intento de prolongar su régimen
autoritario (referéndum para la reforma política de 1988) y la definitiva salida de la Junta Militar en
1990.

El sistema de partidos ha mantenido una gran estabilidad electoral, dentro de una amplia pluralidad
ideológica y un sistema electoral binomial que favorece la conformación de grandes coaliciones
alrededor de dos grandes formaciones, los que habían realizado la oposición a la dictadura,
Concertación de Partidos por la Democracia (que un amplio arco ideológico desde comunistas a la
democracia cristiana) y aquellos que querían mantener la estabilidad social y logros económicos
alcanzados por la dictadura (Democracia y Progreso y Unión de Centro, posteriormente unidas en la
Alianza por Chile).

El primer presidente fue el democristiano Patricio Aylwin, como representante de la Concertación,


que se mantuvo en el poder durante dos décadas. Su labor principal fue:

• Sentar las bases del nuevo régimen democrático (mediatizado por la permanencia de Pinochet
al frente de las fuerzas armadas y continuar con la constitución de 1980).
• Reducir los niveles de pobreza.
• Reconocer la violación de derechos humanos de la dictadura (Informe Retting)
• Mantener las bases económicas heredadas, con las que consiguió el mayor crecimiento
económico de la región (7% PIB).

El siguiente presidente, Eduardo Frei, también democristiano fue continuista en todos los aspectos.
Pero la solidad del modelo se puso a prueba con las crisis internacionales a la vez que fue incapaz de
reducir la diferencia entre rentas (0,493 en el índice Gini, de los más altos de la OCDE y uno de los
máximos en América Latina). Crecimiento económico y desigualdad llevaron a movimientos sociales
de protesta (estudiantes, sindicatos, movimiento Mapuche) que sucedían periódicamente.

El descontento social y la incapacidad para presentar nuevos liderazgos llevo a que en 2013 la
Concertación proclamara candidata a Michelle Bachelet, quien se presentaba con un discurso social
comprometido y la promesa de convocar una Asamblea Constituyente que cambiara la constitución.

159
Consiguió el apoyo del 62% de los apoyos en la segunda vuelta de las elecciones (aunque el índice de
desaprobación siempre estuvo por encima durante su mandato) y aunque las expectativas creadas
estuvieron muy lejos de ser cumplidas realizó cambios significativos:

• Se aprobaron leyes que reformaron el sistema electoral, las prestaciones de salud, la


educación, el ámbito laboral y la recaudación tributaria.
• Se mejoró el sector energético.
• Aumentó la proyección exterior.

La aplicación de estas leyes no siempre consiguió su objetivo, generando gran decepción. Por
ejemplo, la política que persiguió la educación gratuita universal en todos los niveles quedo muy lejos
de ser alcanzada, mientras que la reforma constitucional apneas se presentó cinco días antes de acabar
su mandato. A este se unió los escándalos de corrupción (que alcanzaron su propia familia) y la crisis
económica que redujo el crecimiento al 1,7% del PIB.

Todo esto condujo a que alcanzara el poder en diciembre del 2017 Sebastián Piñera, que, aunque
mantuvo las reformas anteriores y duplicó el crecimiento económico sobre la etapa anterior, no ha
impedido el desafecto social, dado que los buenos datos macroeconómicos no se han traducido en
creación de empleo.

160
35. LOS ESTADOS LATINOAMERICANOS: MÉXICO, COLOMBIA Y VENEZUELA
1. México

Con una dimensión demográfica muy significativa (casi 120 millones de habitantes), y una economía
entre las diez más grandes del mundo, México se sitúa como un líder natural para la comunidad
latinoamericana. Su cercanía a Estados Unidos, la proyección de sus inversiones en los países de la
región y la capacidad de influencia de sus medios de comunicación llegan a multiplicar la proyección
del país hacia el hemisferio.

A diferencia del contexto general de los países de la región, el régimen político mexicano permaneció
inalterable la mayor parte del siglo XX; el Partido Revolucionario Institucional (PRI) dominó las
instituciones mexicanas durante décadas, consolidando una hegemonía que alcanzaba todos los
niveles de las administraciones públicas y las manifestaciones sociales.

Tras medio siglo en el poder, la solidez y estabilidad del régimen del PRI comenzó a debilitarse.La
deflación de 1981 significó la primera bancarrota nacional y, para solucionar el problema de la gran
deuda externa, fueron elegidos presidentes tecnócratas (De la Madrid, Salinas de Gortari), que
reflotaron la economía e introdujeron programas privatizadores. Pero durante sus presidencias se
evidenció el agotamiento del modelo priista, saltando a la luz pública el sistema de corrupción
generalizada, mientras surgían alternativas políticas con fuerte contenido social. En las elecciones de
1994 aún el PRI salió victorioso, pero con un respaldo electoral recortado hasta el 50%; el nuevo
presidente, Ernesto Zedillo, continuó con las políticas liberalizadoras, debió hacer frente a la crisis de
1994 (económica y política, por la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación) y recibió los primeros
beneficios del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. En las elecciones de 2000,
tras siete décadas ininterrumpidas en el poder, el PRI fue derrotado, aunque mantuvo la mayoría en
el parlamento; y en 2006 incrementó su caída situándose como tercera fuerza política nacional,
mientras la mayor parte de las administraciones territoriales pasaban a manos de otras fuerzas
políticas.

Su relevo lo cogió el Partido de Acción Nacional (PAN), que en 2000 situó en la presidencia a Vicente
Fox, siendo relevado en 2006 por Felipe Calderón. La gestión del conservador PAN se caracterizó por
una reducción de la burocracia federal, un recorte de la autonomía de los estados y la limitada reforma
de los programas sociales. La economía mexicana, crecientemente integrada con la de Estados Unidos,
mantiene unos índices de crecimiento notables (el 4,6% en el 2006, el 5,4% en el 2010, máximo de la
última década), fundamentalmente basado en los altos precios de la exportación petrolera, la
creación de tejido industrial subordinado (maquiladoras), las remesas de emigrantes en Estados
Unidos y la inversión exterior. El problema más grave para el desarrollo mexicano ha sido el
incremento sustancial del crimen organizado, con los cárteles de la droga, incrementando los niveles
de corrupción institucional y la violencia social, lo que hizo necesario el despliegue del ejército para
combatir esta delincuencia.

En las elecciones de 2012, el PRI volvió a obtener el respaldo mayoritario del electorado, tras un
proceso de refundación en la renovación de sus cuadros dirigentes. El nuevo presidente Enrique Peña
Nieto introdujo programas de transformación institucional en dirección contraria a las políticas de
las décadas anteriores, algunas tan socialmente incisivas como la nueva ley de educación pública y la
reforma sindical; culminando con las más emblemáticas, la reforma energética (que de hecho abría el
sector a la inversión privada y el capital exterior) y el abandono del principio de la no reelección

161
(elemento simbólico que desencadenó el comienzo de la Revolución Mexicana). En su balance de su
gestión destaca la estabilidad económica (con crecimientos medios del 2,5%, menores de los
anteriores, a consecuencia del descenso de los precios del petróleo), la creación de 4 millones de
puestos de trabajo y el desarrollo de infraestructuras. Pero la impunidad de la delincuencia, la
extensión de la violencia y los casos de corrupción ensombrecieron su mandato.

Las elecciones presidenciales del 1 de julio de 2018 supusieron un plebiscito para los partidos de
centroderecha (PRI-PAN) y el triunfo del candidato progresista más caracterizado de las últimas
décadas, Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática. AMLO, como también se
lo conoce, no pretende una sustitución de políticas públicas, sino toda una refundación del régimen
político, en lo que ha denominado cuarta transformación del país (siguiendo los hitos de la
Independencia, de la Reforma de Juárez en el siglo XIX y la Revolución mexicana).

2. Colombia

La política colombiana durante el último cuarto de siglo se ha caracterizado por:

• La alternancia en el gobierno de los dos partidos tradicionales.


• La expansión de las guerrillas.
• El crecimiento de las actividades del narcotráfico
• Y, en contraste con todo lo anterior, la solidez de su desarrollo económico.

Los dos grandes partidos tradicionales, el Conservador y el Liberal, se han sucedido en el gobierno en
los últimos 150 años (salvo la interrupción de la dictadura de Rojas Pinilla, 1953-1957). Esta estabilidad
partidista, sin embargo, nunca llegó a garantizar la alternancia pacífica, produciéndose reiterados
episodios de extrema violencia, alcanzando su culminación en el periodo 1946-1958 (período
conocido como “La Violencia”). La inmovilidad del sistema de partidos y la represión de cualquier
movimiento alternativo motivaron en los años sesenta y setenta el surgimiento de núcleos
guerrilleros que acabaron conformándose como el gran cáncer político colombiano:

• Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, 1964)


• Ejército de Liberación Nacional (ELN, 1965)
• Ejército Popular de Liberación (EPL, 1967)
• Movimiento 19 de Abril (M-19, 1970).

El amplio apoyo de las clases más desfavorecidas, la migración rural hacia las grandes ciudades y el
colosal beneficio del tráfico de drogas sirvieron para sostener las que acabaron siendo las más
antiguas y fuertes guerrillas de toda Latinoamérica.

Desde los años ochenta, a la violencia generada por la guerrilla se sumó la aparición de poderosos
cárteles de la droga y de grupos paramilitares contrarrevolucionarios, en unas ocasiones armados de
forma oscura por instancias estatales y en otras como ejércitos privados de narcotraficantes para
proteger las zonas de producción y transformación de coca. Durante este periodo, la violencia no sólo
se encontraba ya en zonas rurales, sino que golpeaba el corazón de las grandes ciudades pasando de
la estrategia de control de zonas rurales a tácticas propias de grupos terroristas.

En un clima de creciente imperio de la violencia y el narcoterrorismo, el nuevo presidente liberal César


Gaviria (1990-1994) propuso la elaboración de una nueva Constitución (1991), con el objetivo de
pacificar el territorio y dar una respuesta política de consenso a las distintas facciones en armas.

162
Además, introdujo políticas económicas de corte neoliberal que promovieron la apertura del sistema
colombiano al comercio exterior, lo que produjo un fuerte incremento de las exportaciones, pero no
consiguió las inversiones externas que perseguía. En su mandato se capturó al principal capo de la
droga, Pablo Escobar, que posteriormente huyó de su lugar de reclusión y acabó siendo abatido en
1993.

El también liberal Ernesto Samper (1994-1998) mantuvo las políticas económicas, introduciendo
programas de fuerte vocación social y de lucha contra la pobreza. Aunque persistió la actuación
militar y policial contra los grupos violentos, toda su presidencia se vio ensombrecida por la acusación
de financiación ilegal de su campaña electoral procedente del narcotráfico. El nivel de actividad de las
organizaciones violentes había alcanzado tal dimensión que se vieron comprometidas las áreas más
sensibles de integración territorial y puesta en serio peligro la seguridad nacional. Con la persecución
y desmembración de los grandes grupos de la droga (Medellín y Cali), las guerrillas y los paramilitares
acabaron controlando el tráfico de estupefacientes, enriqueciendo aún más sus posibilidades de
actuación y corrupción.

Esto hizo que, en la campaña de 1998, las propuestas para acabar con la violencia articularan los
discursos políticos de los candidatos. Rompiendo con la continuidad liberal, se acabó imponiendo el
candidato conservador Andrés Pastrana (1998-2001), quien articuló su acción de gobierno en la
apertura de un proceso de paz y el establecimiento de negociaciones directas con las principales
organizaciones guerrilleras, comenzando por la más trascendente de ellas, las FARC. Para realizarlo,
se despejó militarmente el territorio de El Caguán, que se convirtió en santuario de las FARC, lo que
produjo tensiones entre militares y Gobierno. A pesar del escaso avance de negociaciones, Pastrana
las mantuvo abiertas por consejo de los observadores internacionales. Tras más de dos años sin
resultados y habiendo aprovechado las FARC para ganar reconocimiento exterior, Pastrana cerró la
mesa y ordenó la vuelta a la política previa. Este fracaso del mandato de Pastrana hizo que el mismo
electorado que apoyó la apertura de un proceso de paz después demandara un ejercicio de fuerza.

En las elecciones de 2002 se impuso, por primera vez desde la fundación del sistema de partidos
tradicionales, un candidato ajeno al mismo, el ex liberal Álvaro Uribe, que revalidó su mandato en
las elecciones de 2006, hasta 2010. El programa de Uribe presentaba tres grandes vectores:

• Lucha contra la insurgencia: La llamada “política de seguridad democrática” que tuvo como
objetivo la materialización la deslegitimación de la guerrilla de las FARC y el incremento de la
presión militar utilizando todos los medios para conseguir su final. Si en anteriores periodos se
había contemplado la posibilidad de un acuerdo pacificador, Uribe perseguía infligir una derrota
militar.

• Políticas económicas liberalizadoras. La economía colombiana acumuló a lo largo de su gestión


unas sólidas bases de crecimiento, máxime con el aumento de la actividad exportadora y la
firma de un tratado de libre comercio con Estados Unidos.

• Renovación del sistema político colombiano. La reforma constitucional fue muy importante
permitiendo la reelección presidencial inmediata.

Los éxitos cosechados durante su mandato y los altos índices de popularidad empujaron a Uribe a
intentar conseguir una nueva reelección en los comicios de 2010, pero el Tribunal Supremo de
Colombia negó la posibilidad de la reforma constitucional necesaria para permitir su candidatura.

163
El respaldo popular ganado por Uribe lo recibió su heredero político, Juan Manuel Santos (2010-2018),
quien mantuvo una continuidad con las políticas anteriores. Sin embargo, tras su primer año de
gobierno comenzó a introducir cambios en la política exterior (acercamiento a la Venezuela de
Chávez), en la economía (reforzando las infraestructuras y políticas sociales) y muy significativamente
en la defensa.

Sin relajar la estrategia de acoso permanente a los grupos armados, Santos abrió cauces de contacto
que acabaron posibilitando un nuevo ciclo de negociaciones, en esta ocasión fuera de Colombia
(2012-2016, Oslo-La Habana), que alcanzaron el Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto
(Bogotá, 24-11-2016), posibilitando la desmovilización de las FARC y su integración en la política
nacional como partido político. A pesar de una creciente oposición desde las filas que lo habían
aupado al Gobierno, los buenos resultados económicos y una fragmentación de la oposición
permitieron a Santos revalidar su cargo al ganar las elecciones de 2014. Su segundo mandato estuvo
marcado por la firma de los acuerdos de paz y su implementación, así como una sustancial entrada
de inversión exterior que le permitió mantener buenos índices macroeconómicos, trasladados a la
sociedad a través de una ostensible mejora de las infraestructuras y subida del nivel de vida.

Con un espectro ideológico muy fragmentado, en las elecciones presidenciales de 2018, se impuso
Iván Duque, al frente de una coalición de centroderecha y perteneciente a Centro Democrático, el
partido político fundado por Álvaro Uribe y que ya contaba con mayor representación en las cámaras
parlamentarias. Era el presidente electo más joven de la historia colombiana y, aunque partió con
índices de aceptación muy altos, rápidamente pasó a ser uno de los líderes menos valorados. Pero a
pesar de todo, Duque ha mantenido el proceso de paz con las FARC, si bien han surgido problemas
en su completa desmovilización.

3. Venezuela

La evolución socioeconómica de Venezuela ha estado al tiempo potenciada y lastrada por el beneficio


de la explotación petrolera. La abundancia energética ha llegado a determinar una dependencia
económica absoluta con un 96% de sus divisas procediendo de la exportación de crudo. Los enormes
beneficios del petróleo han sido también la causa de un desarrollo muy reducido del resto de la
producción industrial y más aún de la agricultura; el sistema de subvenciones estatales y la facilidad
de importar productos manufacturados y agrarios contribuyeron a crear una enorme deuda exterior
cuando los precios del crudo bajaron a comienzos de los ochenta, lo que a su vez produjo una espiral
inflacionista que incidió en las clases medias y bajas, desestabilizando socialmente el país.

El origen del desarrollo petrolero y la conversión de Venezuela en potencia exportadora comenzó en


la segunda mitad de siglo, durante la dictadura de Pérez Jiménez, quien introdujo políticas económicas
y ambiciosos programas de infraestructuras que dinamizaron el país. Su final en 1958 inauguró un
nuevo sistema de partidos, dominado por Acción Democrática (nacionalista y progresista) y COPEI
(democracia cristiana), que se alternaron en el poder durante las siguientes cuatro décadas. Los
crecientes beneficios de la exportación energética durante las presidencias de Herrera Campins,
Lusinchi y Pérez Jiménez no consiguieron reducir las grandes diferencias de renta ni la inestabilidad
social, hubo una fuga de capitales y una corrupción que degeneró la vida política venezolana.

El triunfo electoral de Rafael Caldera (1994) al frente de una coalición progresista (Convergencia)
puso fin efectivo al turnismo anterior, pero no introdujo cambios significativos en el sistema de
gobierno, por lo que no consiguió solucionar los profundos problemas estructurales.

164
Riqueza nacional, inmovilidad e injusticia social y corrupción sentaban las bases para una gran
alternativa. En las elecciones de 1998 se impuso un outsider del anterior sistema, el ex coronel Hugo
Chávez, protagonista de un golpe de Estado fallido en 1992. Su programa inicial tenía tres grandes
objetivos:

• Reforma constitucional.
• Lucha contra la corrupción.
• reducción de la pobreza.
Utilizando los instrumentos del Estado y siempre ateniéndose escrupulosamente a la ley vigente,
Chávez fue transformando el régimen venezolano hasta convertirlo en un bonapartismo populista
cobijado bajo la figura de Bolívar. La nueva Constitución de 1999 cambió el nombre al país –República
Bolivariana de Venezuela– y con ella se fue polarizando y radicalizando la escena política. En 2001
Chávez solicitó y obtuvo del Congreso la Ley Habilitante, que le confería plenos poderes legislativos,
con los que se dictaron las Leyes de Hidrocarburos, de Tierras y de Pesca (calificadas de “comunistas”
por la oposición, que convocaron una huelga general). La incapacidad para frenar la actuación
presidencial de los partidos opositores radicalizó su actuación, que culminó con el fallido golpe de
Estado de 2002 inicialmente triunfante (llegó a jurar como presidente Pedro Carmona, líder de la
patronal venezolana), pero finalmente fue fallido. La huelga general e indefinida de finales de ese año
polarizó aún más la cada vez más tensa política venezolana. En agosto de 2004 se celebró un
referéndum revocatorio, del que salió triunfante Chávez; como lo hizo en las elecciones
parlamentarias de 2005 y presidenciales de 2006.

En enero de 2007 Chávez obtuvo su segunda Ley Habilitante, que le permitió disponer durante 18
meses de plenos poderes para legislar en los más trascendentales campos, desde el económico -
hidrocarburos, industria, agricultura- hasta el social -vertebración vecinal, ley municipal-. A finales de
ese mismo años se celebró un plebiscito para aprobar una nueva Constitución, con un resultado
adverso a la propuesta, sin embargo, las enormes facultades de la Ley Habilitante y el monopolio de
la acción legislativa en la Asamblea permitieron a Chávez desarrollar la más trascendentales
incorporaciones de la non nata Constitución como la transformación las fuerzas armadas
(reconvertidas en el principal instrumento de defensa de la revolución bolivariana) y estableció la
milicia nacional (organización de cuadros, militarización de la población civil para la defensa armada
del régimen) y la ley de comunicación social (que de hecho instaura una censura que castiga la
discrepancia). Este conjunto de actuaciones marcó la consolidación definitiva del régimen autoritario,
clonando algunos aspectos del cubano, pero manteniendo las formas democráticas.

Durante su presidencia y con los enormes beneficios petroleros como base sostenedora, Chávez
desarrolló una agresiva política exterior, que pretendía la extensión de la revolución bolivariana al
resto del continente; que consiguió sus resultados más efectivos en Bolivia, Ecuador, Nicaragua,
Honduras y algunos países del CARICOM, lo que culminó con el acercamiento a Brasil y Argentina que
supuso la entrada en Mercosur. Con un discurso vehementemente antiimperialista y recuperando el
ideal latinoamericanista, la plataforma del ALBA y los abundantes petrodólares permitieron construir
una extensa red clientelar de agrupaciones, movimientos y partidos políticos a lo largo de toda
América Latina. A partir de 2008 la influencia exterior de Chávez comenzó a disminuir como resultado
de la crisis global y el deterioro económico de Venezuela.

Desde mediados de 2011 se fueron conociendo los graves problemas de salud de Chávez, muriendo
a comienzos de marzo de 2013. Le sustituyó en funciones el vicepresidente Nicolás Maduro, que acabó
siendo refrendado en las nuevas elecciones de abril. Sin el carisma de su padrino y con crecientes
divisiones internas en el régimen, Maduro se enfrenta a dificultades económicas, agravadas por la
errática política del régimen, a problemas de desabastecimiento, generados por las trabas a las
165
importaciones en un país que exporta petróleo e importa buena parte de los artículos de consumo, y
a un elevadísimo nivel de delincuencia violenta, que han reducido el anteriormente muy mayoritario
apoyo social al chavismo.

El proceso de degeneración nacional produjo dos oleadas de movilizaciones sociales en 2014 y 2018,
que el régimen chavista atajó con contramovilizaciones de partidarios y haciendo un amplio uso de
la represión, el monopolio de la información y la distribución selectiva de productos básicos. La crisis
política ha alcanzado niveles de parálisis institucional: dos asambleas, Nacional y Constituyente, que se
disputan la legitimidad; una separación de poderes ridiculizada con un poder judicial al servicio de la
presidencia; una Junta Electoral que sirve para bloquear a la oposición en las urnas, y unas fuerzas
armadas como guardia pretoriana del régimen.

Aún más grave es la crisis económica; la creciente depresión económica en Venezuela, agravada por
la caída de los precios del petróleo y la negligente conducción política, han hecho que el lustro 2013-
2018 haya sido el peor de la historia del país y, en el 2019, la hiperinflación haya alcanzado el récor de
10.000.000%, según datos del FMI. Todo esto ha motivado la peor crisis humanitaria en la historia
venezolana, con la ruina de su sistema de salud, desabastecimiento generalizado de productos básicos
y esenciales, incremento exponencial de la malnutrición y extrema pobreza.

La reelección de Maduro en las elecciones presidenciales de mayo de 2018, impidiendo toda


actividad de la oposición fue declarada fraudulenta por la Asamblea Nacional y, en virtud del artículo
233 de la Constitución, fue juramentado en el cargo el presidente de la Asamblea, Juan Guaidó (26 de
enero del 2019), inmediatamente reconocido por EE. UU., la mayor parte de los Gobiernos
latinoamericanos y el conjunto de los de la UE. Un fallido intento de Golpe de Estado (30 de abril de
2019) evidenció que el respaldo social mayoritario no puede apartar a Maduro del poder, pero también
mostró las debilidades del régimen, tan sólo sustentado por la fuerza militar.

166
36. ECONOMÍA Y POLÍTICA EN ESTADOS UNIDOS, CANADÁ, AUSTRALIA Y
NUEVA ZELANDA

1. Demografía.

EE. UU. es un gigante demográfico, por detrás sólo de China y la India, con más de 300 millones de
habitantes, el doble que Rusia y el equivalente a la UE antes de su última ampliación. Las cifras de los
otros países son muy inferiores, en particular Nueva Zelanda. Su rasgo común es que entraron en la
tercera fase de la transición demográfica hace décadas, pero la tasa de fecundidad se ha sostenido
en todos ellos en torno al 2% (algo inferior en Canadá) evitando así un envejecimiento demográfico
como el que ya afrontan algunos países de Europa occidental. Esta situación tiene mucho que ver con
la inmigración.

Los inmigrantes constituyen casi el 16% de la población estadounidense y más del 20% en los otros
países. Los demógrafos calculan que este grupo aportaría el 82% del crecimiento demográfico y de
su población activa entre 2005 y 2050. La igualdad de oportunidades está en la base de la identidad
nacional de estos países. Construidos desde su nacimiento por inmigrantes, han forjado su imagen de
nación como amalgama de tradiciones muy variadas: anglosajonas, aborígenes y francesas (en el caso
de Canadá), más las de las distintas oleadas migratorias. En la actualidad, destaca la pujanza de la
minoría hispana en los EE. UU. (en tres décadas los norteamericanos blancos no latinos serán
minorías), mientras que en Australia y Nueva Zelanda cada vez es más significativo el peso de la
población de origen asiático. Las políticas de integración canadienses son las más eficaces, a juzgar por
el éxito del rendimiento escolar de sus inmigrantes. El mayor problema es la inmigración ilegal, sobre
todo la frontera sur de los EE. UU. y, en Australia, por sus aguas limítrofes con Indonesia. En los EE.
UU., viven 11
millones de ilegales,
a veces con familias
ya nacidas en el país
y en riesgo de
inmediata
deportación. Hay
muy pocos visados
anuales para
trabajadores
extranjeros
cualificados y resulta
muy caro para los
empresarios
legalizar la situación
pese a la demanda
del mercado laboral.

En los cuatro países, la esperanza de vida es elevada, parecida a la española, en torno a la media de
80 de la OCDE. En los años sesenta, los EE. UU. superaba dicha media en 1,5 años, pero ha perdido
posiciones, sobre todo por los problemas vinculados a la obesidad, que afecta al 69% de su población.
Otro elemento que es preciso destacar es la carestía de sus servicios sanitarios. El gasto en ellos es del
17,6% del PIB, el más elevado de la OCDE, aunque solo la mitad de este es estatal, el resto son seguros
médicos privados. En cambio, en Canadá, Australia y Nueva Zelanda, hay como en Gran Bretaña,
servicios públicos de salud.

167
2. El desarrollo económico

EE. UU. tiene el mayor ingreso nacional bruto del mundo (aún un 25% superior al de China), que
supone un cuarto del PIB nominal global, y es el sexto país por ingreso per cápita, solo superado por
Qatar, Luxemburgo, Singapur, Noruega y Hong Kong. Además, se trata de una economía que cuanta
con enormes recursos naturales, una actividad económica muy diversificada, grandes
infraestructuras, incluida una sólida investigación, y una alta productividad, lo que hace de ella una de
las más competitivas del mundo. Es el primer productor industrial del mundo y el segundo exportador
después de China. Los otros tres países también disponen de un INB per cápita alto, sobre todo
Australia y Canadá, así como economías avanzadas y muy competitivas. Su actividad productiva en
porcentaje del PIB se distribuye de forma similar en los cuatro países: en torno al 2% de agricultura, el
20% de industria
y más del 70% en
servicios, el 80%
en EE. UU. Las
tasas de empleo
son altas, por
encima del
promedio de la
OCDE, con una
proporción de
mano de obra
cualificada
elevada y unas
cifras de
desempleo bajas,
menos del 7%.

La última crisis sacudió con dureza los EE. UU., pero no así los otros tres países, cuyos sistemas
bancarios, más regulados y gestionados con pulcritud por bancos centrales muy independientes,
aguantaron su impacto y mantuvieron su crecimiento. La economía norteamericana parece haber
superado la recesión; en 2013 ya recuperó las cifras de crecimiento del PIB próximas al 3%, como
tenía en el 2005, pero su competitividad ha disminuido en los últimos años y ha pasado de la primera
plaza en 2009 a la quinta en 2017, según el índice del World Economic Forum. El mayor lastre es su
descomunal deuda pública: 17 billones de dólares, más del 120% del PIB. Pero cuenta con algunas
bazas que pueden revertir este retroceso. En primer lugar, su capacidad de innovación. EE. UU. es uno
de los países con mayor gasto en I+D, casi el 3% del PIB, una inversión que se completa con la que
realizan las empresas privadas, también muy elevada. De hecho es el país que registra un mayor
número de patentes en el mundo.

En segundo lugar, su creciente autosuficiencia energética: las nuevas técnicas de extracción de gas y
petróleo (el fracking y la perforación horizontal), que permiten extraer hidrocarburos atrapados entre
rocas y estratos más finos, así como múltiples pozos en un solo yacimiento, han convertido a EE. UU.
en el primer productor de gas, y muy pronto también de petróleo por delante de Arabia Saudí y Rusia.
Los gastos de energía de las industrias norteamericanas se están recortando, viejas industrias en
declive vuelven a tener demanda y todo ella ha supuesto la creación de casi dos millones de puestos
de trabajo. También Canadá, Australia y Nueva Zelanda disponen de estos activos, además, se han
beneficiado de la creciente demanda de materias primas. Las cuatro son economías muy abiertas, con
elevados índices de libertad económica y por tanto, muy bien adaptadas a la globalización económica.
Sus sistemas económicos están muy interrelacionados, con tratados bilaterales de libre comercio.
168
3. El desarrollo humano.

EE. UU. ocupan el puesto tercero en el índice de desarrollo humano, por detrás de Noruega y
Australia; Nueva Zelanda está en el sexto lugar y Canadá en el onceavo. A pesar de su riqueza y
bienestar, en EE. UU. el índice de desigualdad es elevado (40,8), sólo algo inferior al ruso o al chino y
casi diez puntos por encima de la media de la UE. También es alto en Nueva Zelanda, no así en Canadá
y Australia, aunque los cuatro países están lejos de los más igualitarios, los escandinavos con 25
puntos. En EE. UU. la población situada en el 20% superior de la escala de ingresos gana
aproximadamente 8 veces lo que percibe la población que ocupa el 20% inferior: en España, son 6
veces, mientras que en los otros tres países está en torno al 5.

La movilidad social norteamericana también es inferior a la de los países escandinavos: en


Dinamarca, un niño pobre tiene dos veces más posibilidades de entrar en el quintil más rico de ingresos
que EE. UU. La última crisis ha incrementado la desigualdad, aunque, dentro del país, hay muchas
variaciones entre los distintos Estados.

En los cuatro países, el nivel educativo es muy alto, tanto por el porcentaje de población adulta con
nivel de secundaria como por la calidad de la educación. La calificación de los informes PISA en
primaria y secundaria es óptima para Canadá, Australia y Nueva Zelanda. EE. UU. esté en la media
de la OCDE y sus Estados tantean reformas para no perder el ritmo en la formación de capital humano.
En cambio, sus universidades siguen destacando por su nivel de excelencia.

En el índice de
desigualdad de
género, Canadá y
Australia están dos
posiciones por
detrás de España,
pero EE. UU. se
encuentra en el 42.
En cambio, los
ciudadanos de los
cuatro países se
sienten más
satisfechos con su
vida que los
españoles. Los
niveles de corrupción son bajos en los cuatro países, sobre todo en Nueva Zelanda. En EE. UU.
sorprende su alto nivel de violencia interpersonal, a pesar de haber descendido algo en el último lustro.
La tasa de homicidios dobla la media de la OCDE y también la población carcelaria es elevadísima. El
estilo de vida en comunidades alejadas de centros urbanos, la tradición de poseer armas de fuego,
teóricamente amparada por la Constitución, y los intereses de la Asociación Nacional del Rifle, principal
lobby de un sector muy lucrativo, tienen mucho que ver en ello: en la actualidad, hay unos 350 millones
de armas en manos privadas, más una por habitante, pero, en realidad, solo el 8% de la población
posee armas, la gran mayoría de caza.

169
37. ESTADOS UNIDOS: DE REAGAN A CLINTON, 1982-2001
En los años 80 se llevó a cabo una revolución conservadora que respondía a la crisis económica y a la
merma de credibilidad exterior ocasionadas por la subida del precio del petróleo ocasionadas por un
lado por un lado por la competencia de otras potencias económicas y por otro por los efectos de la
derrota en Vietnam y la crisis de los rehenes en Irán. Esta situación de aparente postración fue
transformada al final de la década en una imagen no solo de la recuperación de la energía nacional,
sino de triunfo en la contienda de la Guerra Fría.

1. El triunfo del neoliberalismo: Ronald Reagan (1981-1988)

La presidencia de Ronald Reagan (1981-1988) sentó las bases de una refundación del Partido
Republicano que hacía del pertido portavoz de los intereses de los sectores más tradicionales y
económicamente más poderosos del país.

En su política interior Reagan introdujo programas neoliberales en la gestión gubernamental:


reducción de impuestos, disminución del gasto público, desaparición de toda la burocracia
considerada innecesaria y recorte de la inversión en todos los sectores considerados prescindibles. Se
trataba de reducir la presencia del Estado en todas aquellas áreas que, supuestamente, el
intervencionismo había invadido. En el fondo estaba la vieja interpretación del conservadurismo
estadounidense que proclama la menor injerencia posible del Estado en la vida del ciudadano, puesto
que el sistema le proporciona las mayores oportunidades de promoción mediante la libre competencia
y la autorresponsabilidad. Los primeros efectos fueron la disminución de las políticas sociales, el
aumento de la marginación y el incremento de la desigualdad entre las rentas. Con aquellas medidas,
más una política laboral ultraliberal (con los sindicatos a la baja y la eclosión de nuevas prácticas
empresariales y financieras), la economía estadounidense resurgió. La inflación se redujo a la mitad
en 3 años y el índice de desempleo bajó hasta menos del 7%; se crearon 7 millones de nuevos puestos
de trabajo, Sin embargo, los efectos secundarios fueron demoledores:

• El déficit público aumentó hasta proporciones alarmantes que debía reconsiderarse la


promesa de no subir impuestos.
• La deuda exterior y el déficit en las balanzas de pagos crecieron a un ritmo análogo porque
un dólar, de nuevo muy caro, que permitía comprar barato en el exterior, pero hacía muy difícil
exportar en condiciones competitivas.

Estas razones explican el hundimiento de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1987 y los escándalos
financieros provocados por los tiburones especulativos de Wall Street.

En política exterior se caracterizó por el endurecimiento de la posición negociadora estadounidense,


tanto en sus relaciones con Moscú como hacia el resto del mundo. La URSS no había perdido su
influencia y se había reducido la estadounidense en amplias zonas del mundo, el objetivo fue invertir
esa dinámica e imponerse de modo definitivo en la rivalidad de la Guerra Fría. Los medios empleados
para lograr este objetivo fueron:

• La negación de las concesiones en las negociaciones en marcha.


• El posterior cierre de las negociaciones con motivo de la guerra de Afganistán (diciembre 1979).
• El despliegue en territorio europeo de un nuevo sistema de misiles balísticos (misiles Pershing-
II y Cruise, al tiempo que dotaban a los submarinos atómicos con los SLBM Trident I)

170
• El incremento sustancial del gasto militar, multiplicando los medios tradicionales.
• Desarrollo de nuevas capacidades (bomba de neutrones e Iniciativa de Defensa Estratégica –
SDI-)

La URSS, primero intentó responder a estos avances, pero acabó reconociendo su incapacidad para
una respuesta ni presupuestaria ni técnicamente, por lo que se impuso la necesidad de negociar un
desarme efectivo, tanto de armas intermedias como estratégicas. El proceso de desmembración de la
URSS lo paralizó todo ya en el periodo de presidencia de George Bush. En Washington se interpretó
como una victoria en la Guerra Fría por destrucción del enemigo.

En la política exterior hacia el resto del mundo complementó este endurecimiento, pretendiendo
convertir los Estados Unidos en garante de todo proceso de cambio o sostenimiento o, en cualquier
caso, impedir que se produjera si iba en contra de los intereses de su país. Tal política exigió un
denodado esfuerzo de financiación y la sustitución de la exigencia sobre derechos humanos
mantenida por Carter en favor de una presión sobre la pacificación, el control del gasto y la lucha
contra los sectores filocomunistas, en ocasiones sosteniendo dictaduras de corte militar, sobre todo
en América Latina y Asia. El balance final fue muy positivo para sus intereses. Aprovechando la crisis
en la URSS y la disposición al diálogo de Gorbachov, Washington pudo imponer sus criterios. El apoyo
a los movimientos anticomunistas hizo que la situación del ejército soviético en Afganistán se volviera
insostenible, lo mismo ocurrió con los vietnamitas en Camboya y los cubanos en Angola; las maniobras
desestabilizadoras de Libia desaparecieron y en Centroamérica, fracasaron las iniciativas guerrilleras y
muy especialmente, aunque poco de ello podría ser atribuido a su gestión, el Muro de Berlín cayó y el
bloque del Este entró en proceso de disolución.

Pero estos triunfos conllevaron un enorme costo económico, imposible de sostener en el tiempo para
un Estado con crecientes dificultades fiscales. Sin embargo, esto no produjo un descenso de la
popularidad de Reagan, que acabó su mandato con el prestigio de haber devuelto el orgullo y la
seguridad a su país.

2. Continuidad y crisis: George Bush (1990-1993)

Para bien y para mal, la herencia de Reagan se hizo sentir en su sucesor, George Bush, que había sido
su vicepresidente. Se vio favorecido por la gran popularidad de Reagan y consiguió un fácil triunfo en
las elecciones de 1988. Su presidencia estuvo caracterizada por la necesidad de afrontar las
dificultades económicas y los enormes desafíos de adaptación a un nuevo escenario internacional.

Los excesos cometidos por los sectores público y privado en los 80, hicieron que EE. UU. acabara la
década en una delicada situación económica. Al déficit público se unía la baja en productividad de la
industria norteamericana y la competencia comercial de los países europeos y Japón. La caída de las
exportaciones e incluso la pérdida de una importante cuota del mercado interior, los gestores
empresariales denunciaban el alto costo social de las empresas. Los sindicatos, en cambio, se quejaban
de las astronómicas ganancias de los ejecutivos y todos criticaban la pasividad del gobierno. Estas
críticas mostraron las debilidades del dogma neoliberal y el resultado final fue la peor crisis económica
desde 1973: en 1992 EE. UU. alcanzaba la mítica cifra de 10 millones de parados, se multiplicaron los
cierres de empresas, bajó el valor de las propiedades inmobiliarias y quebraron algunas sociedades
financieras. Esta vez la crisis afectó más a los profesionales especializados y directivos empresariales
que a los trabajadores industriales o los agricultores.

La crisis obligó a reconsiderar la promesa de no subir los impuestos, ya que el déficit de la Hacienda
Federal en 1990 obligó a elevar los impuestos directos y a eliminar parte de las exenciones tributarias
171
establecidas en los 80, al tiempo que aumentaban los impuestos indirectos sobre consumo. La
incapacidad para frenar la crisis económica y la ruptura de la promesa electoral hundieron la
popularidad de Bush.

George Bush debió hacer frente al mayor cambio operado en la escena internacional desde el fin de
la Segunda Guerra Mundial y a la desaparición del programa exterior que EE. UU. había mantenido
desde hacía 4 décadas: la lucha indirecta contra la URSS. Cuando Bush llegó al poder, la geopolítica
mundial era muy similar a la existente a finales de los 40, pero cuando lo dejó, todo había cambiado.
El arquitecto de su política exterior fue el secretario de Estado James Baker, que había sido jefe del
gabinete de la Casa Blanca durante el 1º mandato de Reagan y lo volvió a ser, los últimos 6 meses de
Bush. Baker trató de reaccionar a los cambios.

Las relaciones con la URSS estuvieron presididas por la prudencia y la continuidad. Bush apoyó el
proceso de reformas de Gorbachov y mantuvo con él estrechos vínculos para reorientar las relaciones
Este-Oeste hacia un menor antagonismo. Fruto de esa actuación fue la firma del Tratado sobre
Reducción de Armas Estratégicas (START, 1991), que pretendía una reducción de 1/3 del arsenal de
armas nucleares de largo alcance. Los momentos más delicados se produjeron con la proclamación de
las independencias de los países bálticos y en el proceso de reunificación alemana.

En los asuntos latinoamericanos se mantuvo la continuidad. Bush sostuvo a la Contra en Nicaragua y


el bloqueo económico contra el gobierno sandinista de Daniel Ortega y respaldó el esfuerzo de
unificación de los sectores antisandinistas, lo que permitió la derrota electoral del sandinismo en 1990.
Tampoco apoyó el plan de paz de Esquipulas, que buscaba una salida negociada y democrática para los
conflictos de Centroamérica. Su actuación más significativa se produjo en Panamá, donde una
intervención militar directa derrocó a Manuel Antonio Noriega, antiguo colaborador de Washington
en diciembre de 1989. Sin embargo, el proceso de devolución sobre la franja territorial y la gestión del
canal transoceánico (Tratado Torrijos-Carter, 1977) no fu detenido, entrando en vigor el 31 de
diciembre de 1999.

La decisión exterior más trascendente fue liderar la respuesta internacional ante la invasión de
Kuwait por el Irak de Saddam Hussein (2 de agosto de 1990). Ante la posibilidad de que Saddam
acabara controlando buena parte de las reservas petroleras de Oriente Próximo, EE. UU.., obtuvo el
mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para intervenir, se fueron sumando fuerzas
militares de distintos países occidentales e incluso islámicos (Arabia Saudí, Siria y Egipto), sumaron una
fuerza de 34 países, aunque el grueso del contingente fue estadounidense (400.000 soldados), bajo el
mando del general Norman Schwarzkopf. La operación ofensiva (Tormenta del desierto), que Saddam
denominó “La madre de todas las batallas” fue un conflicto que se resolvió en poco más de un mes,
comenzó el 17 de enero de 1991 y acabó el 27 de febrero. En EE. UU. la guerra, generó una enorme
expectación entre la opinión pública y la victoria fue celebrada. Pero la euforia se evaporó con rapidez,
contribuyendo al descenso del apoyo del presidente:

• El mantenimiento del régimen de Saddam.


• El elevado coste económico para los estadounidenses
• Aparición de denuncias sobre montajes informativos que desinformaron a la opinión pública.

3. La vuelta a la prosperidad: Bill Clinton (1993-2000)

La campaña presidencial de 1992 estuvo marcada por un enfrentamiento entre los triunfos en
política internacional y la crisis económica interior. El Partido Demócrata tuvo dificultades para elegir

172
un candidato de peso. El elegido fue el gobernador de Arkansas, sin formación en política internacional,
por lo que basó su campaña en los asuntos domésticos. En el resultado final también influyó la
presencia de un tercer candidato, el independiente Ross Perot, que con su discurso populista consiguió
una quinta parte del voto popular. Esto perjudicó a Bush que solo obtuvo el 38% frente al 43% del
candidato demócrata.

William Jefferson Clinton inició en 1993 una presidencia de 8 años durante la cual sentó las bases de
la más larga y fructífera etapa de crecimiento económico desde los años 50. Desarrolló un nuevo
estilo de comunicación, más directo y persuasivo, basado en su brillante oratoria y su empatía. Incluso
su esposa, Hillary Rodham Clinton, tuvo una influencia mucho mayor, pues se convirtió en la última
consejera, especialmente en los asuntos de política interna.

La delicada situación interna, unidad al fin de la Guerra Fría, hacían recobrar fuerza al tradicional
aislacionismo estadounidense. La presidencia de Clinton apostó por un liderazgo selectivo en política
internacional, la defensa de las políticas sociales que retóricamente enlazaban con la herencia
kennedyana y el apoyo a las nuevas fórmulas empresariales de creación de riqueza.

La salida de la crisis y el triunfo de la Nueva Economía

La agenda doméstica estuvo dominada por dos temas fundamentales:

• Superar la delicada situación económica heredada de Bush


• Alcanzar un consenso sobre las políticas sociales.

El histórico déficit público de EE. UU., mermaba su capacidad para superar la crisis. La reducción fiscal
republicana había dejado más efectivo a los ciudadanos a costa de dejar exhaustas las arcas federales
lo que fue rápidamente evidente cuando el dólar dejó de ser moneda refugio internacional y el gasto
de amortización de la deuda ascendió hasta porcentajes muy gravosos. La pérdida de competitividad
de la economía estadounidense se vio agravada especialmente en los sectores más tradicionales de la
industria y la agricultura por la salida de inversión al exterior y el comienzo de la deslocalización
productiva que llevaba emparejada la globalización. La solución encontrada se materializó en un
paquete de medidas que puede agruparse en dos bloques:

• El primer bloque de medidas se orientó a recortar los gastos federales, con el objetivo de
reducir a la mitad el gran déficit público. El conjunto de la Administración fue reestructurado
y reducido el número de trabajadores federales, mientras año tras año se recortó el gasto
militar, reduciendo el número de efectivos de las Fuerzas Armadas y sobre todo frenando las
grandes inversiones en equipos.

• El segundo bloque se compone de tres iniciativas:

o Se puso en marcha un sistema fiscal más equitativo (subieron ligeramente los


impuestos generales, especialmente a los mayores patrimonios).
o Al tiempo que se incentivaban las inversiones públicas y privadas, lo que redirigió la
inversión empresarial de nuevo al interior.
o Se reducían los costes laborales, lo que se tradujo en una mayor creación de empleos.

Se buscó superar los dogmáticos presupuestos neoliberales, pero dejando amplia autonomía a la
iniciativa privada, fundamental agente de creación de riqueza. El resultado final fue la rápida
reducción del déficit durante el primer mandato y la acumulación de un superávit histórico a lo largo
173
del segundo. Así EE. UU. recuperó el liderazgo crediticio mundial y el dólar volvió a ser la moneda
refugio del mercado financiero global.

Con estas bases, la economía estadounidense desarrolló nuevos sistemas de creación de riqueza
basados en la tecnología. Fue la revolución de la llamada “nueva economía”, la aplicación de las
nuevas tecnologías de la información a los procesos de producción y comercialización de las empresas.
Con ella creció la productividad de todos los sectores, ayudó a mejorar en competitividad, en el
control de la inflación y en la reducción de la prima de riesgo en los mercados financieros. Un factor
fundamental fue la utilización las nuevas tecnologías para la compraventa y la prestación de servicios
entre empresas (business to busines: B2B) o entre la empresa y el consumidor (business to consumer:
B2C). Sus efectos más destacados fueron:

• La realización de las transacciones comerciales o financieras en tiempo real las 24 horas del
día.
• La supresión de la mayor parte de los intermediarios
• La posibilidad de acceso del consumidor en igualdad de nivel y oportunidades al mercado con
independencia de su localización.

El éxito de la nueva economía tuvo repercusiones directas en la economía estadounidense:

• En primer lugar, su expansión se basó fundamental en la disposición de nuevos sistemas de


producción y comercialización en función de la continua mejora de equipos informáticos y de
su aplicación en red, Internet.

EE. UU.., se convirtió en los años 90 en el principal país suministrador tanto de equipos
informáticos como de programas y aplicaciones. Aún más importante fue la repercusión de su
masiva difusión en el mundo empresarial. La expansión al resto del mercado y al interior de los
hogares, más el desarrollo creciente de Internet, posibilitaron la creación de nuevos sectores
empresariales. Durante los 90, el incremento de las empresas del sector (las puntocom)
concentró el 90% de la inversión extranjera en EE. UU.., lo que le permitió una situación de
privilegio en el mercado mundial y una pujante fuente de riqueza.

• En segundo lugar, el saneamiento de las arcas federales permitió a Clinton plantear una
amplia reforma de las políticas sociales. Sin embargo, se encontró con la oposición del Partido
Republicano, que frenó la mayor parte de sus reformas. A mitad de su mandato, los
republicanos se hicieron con la mayoría de las dos cámaras y las utilizaron para obstaculizar la
política social, el paquete legislativo que más duras reacciones concitó fue el vinculado a la
reforma sanitaria. Pretendía lograr una cobertura básica para la parte más desfavorecida de
la población estadounidense, sin cuestionar la pervivencia del sistema sanitario privado ni los
muy costosos sistemas de las sociedades médicas y farmacéuticas. Lo tacharon de “radical” y
en ocasiones, incluso de filocomunista. Los republicanos pretendieron, incluso, forzar a Clinton
a una reducción de todos los gastos sociales bloqueando durante meses la aprobación del
presupuesto para 1996.

Ese era año de elecciones presidenciales y los republicanos decidieron utilizar su presión en el
legislativo como parte de su campaña, pero fue la radicalización de su discurso y la inflexibilidad de
sus posiciones lo que acabó facilitando la estrategia de Clinton. Un programa moderado que
conjugaba la exhibición de sus éxitos económicos, el respeto a los principios del Estado y la
incorporación de nuevos valores, hicieron que la candidatura de Clinton se viera más centrista y abierta
al consenso. Clinton renovó su mandato. Este éxito se vio empañado por el triunfo de los republicanos
174
en la renovación parcial de las cámaras del Congreso, que ampliaba aún más las mayorías
conservadoras.

El segundo mandato estuvo caracterizado por el sostenido crecimiento económico, la moderación de


sus programas de política social y, de forma creciente, por los escándalos de todo tipo. Mientras los
republicanos moderaban su intransigencia para no poner obstáculos a la bonanza económica, la labor
de acoso a la presidencia se trasladó, primero, a los medios de comunicación, para acabar en los
tribunales y las comisiones de investigación. Los tres asuntos más espinosos fueron:

• La financiación de la campaña.
• Algunas operaciones inmobiliarias realizadas antes de llegar a la Casa Blanca (caso
Whitewater)
• Las relaciones extraconyugales del presidente

Este último asunto fue el que más complicaciones le creó. La presión de los medios conservadores se
incrementó y el Senado inició un proceso de destitución por perjurio y obstrucción a la justicia. El
intento fracasó al no conseguir la mayoría necesaria, pero oscureció los últimos años del mandato de
Clinton, a pesar del elevado apoyo popular que tenía, su principal respaldo fue el balance económico,
cuando llegó a la Casa Blanca se encontró con el mayor déficit fiscal de la historia y la abandonó con
superávit, a pesar de haber aumentado de forma considerable el gasto social.

El liderazgo selectivo

La Presidencia de Clinton fue la primera que articuló una política exterior para superar la herencia
de la Guerra Fría. La promoción de la democracia en todo el mundo, el apoyo al desarrollo económico
como medio para garantizar la gobernabilidad y la cohesión social, el control de las armas de
destrucción masiva y la confianza en las organizaciones internacionales, la cooperación y el
multilateralismo fueron las bases estructurales de su acción exterior.

Clinton estuvo al frente de una superpotencia sin antagonista, los Secretarios de Estado (Warren
Christopher y Madelaine Allbright) eran dos reputados internacionalistas que tuvieron que hacer
frente a situaciones inéditas, para las cuales no existían respuestas programadas. La responsabilidad
de ser la única superpotencia exigía el mantenimiento de un sistema diplomático ágil y de unas Fuerzas
Armadas capaces de intervenir en las más variadas situaciones. Aun así, Clinton se esforzó por recortar
los gastos en defensa y seleccionar aquellos ámbitos y circunstancias en las que intervenir. Fue la época
del llamado liderazgo selectivo, la renuncia a desempeñar el papel de gendarme universal, pero la
aceptación de la responsabilidad que llevaba consigo el mantenimiento del estatus de superpotencia
única.

No hubo áreas prioritarias de intervención, aunque desde Washington se siguió de forma constante
la evolución de la nueva Rusia, se priorizaron los aspectos de estabilidad política y desarrollo
económico, creía que era lo mejor para mantener asegurado el arsenal atómico soviético. Europa vio
disminuida la atención una vez cayó el Muro de Berlín, en pleno proceso de ampliación de la UE.
Aunque de nuevo fue necesaria una intervención militar de EE. UU., para acabar con la guerra de
Yugoslavia, primero con la pacificación de Bosnia (Acuerdo de Dayton, 1995) y luego limitando la
agresiva política Serbia, lo que culminó con la acción militar directa sobre Belgrado y la ocupación de
la región de Kosovo (1999), siendo realizadas ambas intervenciones bajo bandera OTAN y siguiendo los
mandatos de las Naciones Unidas.

175
La degradación de las condiciones políticas en África y la aparición de Estados fallidos requirieron un
incremento de la atención sobre ese continente. Clinton decidió apoyar con medidas militares los
programas de ayuda humanitaria hacia la población somalí que padecía las consecuencias de un
conflicto civil entre señores de la guerra. El derribo de dos helicópteros en Mogadiscio hizo que se
retiraran todos sus soldados sobre el terreno y mantener solo el apoyo logístico. Pero el fracaso más
dramático fue el genocidio de Ruanda en 1994, cuando no se hizo nada por frenar la campaña de
limpieza étnica contra los tutsis (600.000 a 800.000 personas). Desde el Consejo de Seguridad,
Madelaine Allbright realizó una dolorosa autocrítica: la ausencia de intereses nacionales no era óbice
para mirar hacia otro lado cuando se cometía un crimen de lesa humanidad de tal magnitud.

Como todos los presidentes estadounidenses, Clinton puso en marcha todo un programa para
conseguir la resolución del conflicto israelí-palestino. El apoyo de las conversaciones secretas entre
ambas partes (Proceso de Oslo) culminó en septiembre de 1993 con la firma de un acuerdo entre el
primer ministro Rabin y el líder palestino Arafat. Pero el asesinato un año después del primer ministro
israelí y la radicalización palestina (Hamas) complicó el acuerdo. En septiembre del 2000 estaba
previsto una nueva cumbre de Camp Davis para culminar este proceso, pero a pesar de las concesiones
realizadas por ambas partes y la presión del anfitrión no llegó a alcanzarse.

Su administración prestó menor atención política a las relaciones con América Latina, pero crecieron
los intercambios económicos por tratados bilaterales y entró en vigor el Tratado de Libre, Comercio de
Norteamérica (1994), comienzo del diseño de una gran unión aduanera de todos los países de las
Américas. Este mismo planteamiento se encuentra detrás del empuje dado por Clinton al Foro de
Cooperación Económico Asía-Pacífico (APEC), creado en 1989, pero que no había celebrado una
cumbre de líderes hasta que la convocó en 1993. La creciente importancia de la cuenca del Pacífico fue
contemplada por Washington como una oportunidad para su crecimiento además de contemplar la
preocupación por el ascenso de las económias asiáticas.

Uno de los campos más innovadores introducidos por Clinton fue la preocupación por el medio
ambiente, fue cuando a mediados de los 90, los gobiernos comenzaron a manifestar su interés por el
asunto, coincidiendo con los primeros estudios científicos sobre las causas del agujero de la capa de
ozono de la atmósfera y el calentamiento global. El vicepresidente Al Gore fue una de las más
destacadas y decisivas voces en este debate. El último acto significativo realizado por Clinton antes de
abandonar la Casa Blanca fue firma el Protocolo de Kioto, a sabiendas de que el Senado no lo
ratificaría.

176
38. ESTADOS UNIDOS: DE GEORGE W. BUSH A TRUMP

1. La voluntad imperial: George W. Bush (2001-2009)

La presidencia de George W. Bush estuvo marcada por la enfática respuesta dada a los ataques
terroristas del 11-S. Un acontecimiento tan excepcional que exigió la adopción de medidas
excepcionales y que marcaron el balance final de sus dos mandatos. Bush ocupó la Casa Blanca para
gobernar un país en la cima de su poder, ejerciendo una hegemonía pacífica y con el mayor superávit
de la historia. Al final de su mandato, EE. UU., estaba empantanado en dos guerras simultáneas, con
su liderazgo mundial seriamente cuestionado, el mayor déficit fiscal que nunca había tenido la
Hacienda Federal, necesitado de la ayuda crediticia de países directamente competidores y habiendo
hecho desaparecer buena parte de las políticas públicas puestas en marcha desde hacía décadas.

Las elecciones presidenciales del 2000 fueron las más reñidas de la historia, Bush se tuvo que
enfrentar a Al Gore. Este consiguió la mayoría en el voto popular, pero Bush ganó en más Estados (271-
266), se impugnó el recuento de votos en varios lugares del país, y de forma más amplia en Florida,
donde el gobernador era su hermano, ante las múltiples impugnaciones, se ordenó el recuento de
todos los votos. La Corte Suprema anuló esa orden ya que se podía alargar la proclamación del nuevo
presidente durante meses. El final, por una diferencia de 500 votos, todos los votos de Florida le fueron
adjudicados y se le nombró presidente. Era la 1ª vez en la historia que la Corte Suprema debía tomar
partido por un candidato.

El programa electoral de Bush fue el compendio de todas las tendencias que el conservadurismo
estadounidense había generado durante los 90. Su programa integraba:

• Recorte de impuestos y gastos federales.


• Reducción de la presencia militar exterior.
• La participación de organizaciones religiosas en el reparto de las ayudas públicas.

De todos modos, todo lo programado se fue al traste por los atentados del 11-S que obligaron al
gobierno a poner en marcha políticas inicialmente no contempladas que exigieron del país grandes
esfuerzos y una gran capacidad de adaptación.

Seguridad, déficit y crisis

La política interna de Bush pretendió caracterizarse inicialmente por una vuelta a los planteamientos
neoliberales, con un ambicioso recorte de los impuestos, apoyo a la actividad empresarial y
desregulación de los mercados laboral y financiero. Otras medidas fueron el endurecimiento frente
a la inmigración, el recorte de las ayudas a los sectores más desfavorecidos y el apoyo a sectores
religiosos. Sin embargo, los ataques del 11 -S convirtieron la seguridad en el tema estrella durante sus
mandatos.

La respuesta del Ejecutivo federal se encontraba amparada tanto en las evidencias de los propios
ataques como en la psicosis desatada en la población, psicológicamente muy afectada por el 11-S y la
persistencia de los intentos terroristas. A diferencia de la Guerra Fría, la inexistencia de un enemigo
estatal e ideológicamente identificable incrementaba la incertidumbre.

Las medidas adoptadas desde la Administración pueden agruparse en dos bloques, institucional y
legislativo. La innovación más significativa fue la creación del Departamento de Seguridad Nacional,

177
un nuevo ministerio encargado de coordinar la actuación de un gran número de agencias y cuerpos
de seguridad, sobre el que recayó la responsabilidad de hacer frente a las nuevas amenazas. Más
calado tuvieron las reformas en el ámbito legislativo, introduciendo nuevas leyes que permitían la
actuación de los organismos federales con una amplitud y profundidad que motivaron las protestas
de los grupos defensores de los derechos civiles (interferir todo tipo de comunicaciones, controlar todo
lo introducido en el país, visitar todos los movimientos).

El segundo campo prioritario de actuación fue el económico, recibió el mayor superávit fiscal de la
historia (236.000 millones de dólares) y presentó un plan de recortes de impuestos de 726.000
millones (que el congreso redujo a 558..000 millones) que favorecía especialmente a los sectores de
menores ingresos y sobre todo, a las grandes fortunas y que se complementaba con un recorte
impositivo durante toda una década de 1,1 billones de dólares que, en condiciones de crecimiento
normales podría haber tenido resultados positivos; pero que se puso en marcha coincidiendo con dos
procesos que lo condujeron al fracaso: el agotamiento del ciclo de crecimiento de la “nueva
economía” y el incremento de los gastos militares por las guerras de Afganistán e Irak. El resultado
fue que tres años después de llegar al gobierno no solo habían enjugado el superávit fiscal, sino que
tenía el mayor déficit fiscal de su historia (374.000 millones de dólares). En condiciones ordinarias,
Bush hubiera perdido la reelección, pero el protagonismo de las guerras, donde aparentemente se
había conseguido una victoria rápida sobre Saddam Hussein y presentándose como victorioso
comandante en jefe y mejor garantía de seguridad, le dio la reelección.

El segundo mandato resultó una prolongación crecientemente desfavorable del primero. La


economía estadounidense sufrió una dislexia pronunciada:

• Las cuentas públicas sumaban rendimientos negativos.


• Mientras que empresas y particulares incrementaban el consumo favorecidos por un precio
del dinero históricamente bajo.

Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, fue el arquitecto de una política monetaria que
consiguió aumentar la actividad económica y combatir la depresión de la nueva economía a través del
abaratamiento del crédito, lo que unido a la bajada de impuestos dejó en manos de empresas y
particulares más dinero para inversión y consumo. Al mantenerse durante más de un lustro supuso un
recalentamiento de la economía desincentivando el ahorro y promoviendo créditos cada vez mayores.

A su vez, el escaso rendimiento de los ahorros tradicionales tuvo como consecuencia que los bancos
encontraron en las hipotecas la vía principal de ingresos más allá de los sistemas de control de riesgos
habituales. Se amplió la cartera a clientes que no disponían de recursos a la vez que los bancos de
inversión desarrollaron productos con rendimientos más atractivos, pero con un alto nivel de
especulación y con gran opacidad (bonos sobre hipotecas y hedge funds, bonos de alto riesgo). Los
créditos inmobiliarios promovieron la construcción y permitieron el acceso a viviendas a buena parte
de la población, pero también produjo un incremento sostenido del precio de los activos inmobiliarios
por encima del valor real, lo que ponía en riesgo la garantía crediticia y en consecuencia la posibilidad
de recuperar los préstamos a los clientes menos solventes.

Las primeras señales de crisis se mostraron en agosto de 2007 (quiebra de Lheman Brothers), pero
fue un año más tarde, en 2008, cuando se evidenció su gravedad: el incremento del interés bancario
y la bajada del precio de la vivienda pincharon simultáneamente la burbuja inflada artificialmente
durante años y la combinación especulativa de los créditos subprime y los bonos de altos riesgo
pusieron en muy grave riesgo la estabilidad de todo el sistema financiero estadounidense:

178
• Como en la crisis de 1929, el crédito se contrajo hasta niveles de inexistencia.
• Las empresas vieron cortadas sus oportunidades de inversión.
• Los particulares sus posibilidades de adquisición.
• Se declararon en quiebra las dos principales empresas hipotecarias del país.
• Los grandes bancos de inversión se declaraban en suspensión de pagos.
• Incluso los grandes bancos vieron comprometidos su supervivencia.

El resultado de todo el proceso fue una crisis económica, que, a consecuencia de la interoperatividad
de la economía internacional, rápidamente se extendió por todo el mundo a modo de crisis global.

La respuesta de Bush fue salvaguardar su sistema financiero, se aprobó una línea de crédito
extraordinaria de 700.000 millones que se puso a disposición de los grandes bancos. Estas ayudas
públicas a la iniciativa privada se vieron completadas con la adopción de mayores niveles de regulación
sobre los sectores financieros y empresariales. De este modo, al cierre de su presidencia, Bush
aprobaba un giro de 180 grados respecto al neoliberalismo que había llevado a la Casa Blanca, haciendo
participe al Estado no solo de las grandes políticas económicas sino también de la dirección de las
grandes empresas nacionales.

Las consecuencias del 11-S

George W. Bush reformuló la política exterior de los Estados Unidos, llegando incluso a rediseñar su
concepción de las relaciones internacionales y del papel que debía desempeñar el país en la escena
global. Sin experiencia, fue la consejera de Seguridad Nacional y posteriormente Secretaria de Estado,
Condoleezza Rice, quien sintetizó este giro bajo el concepto de “interés nacional” cuyas líneas
maestras son:

• Priorización de los intereses sobre los principios.


• Utilización del poderío estadounidense para reforzar su continuidad.
• Aprovechamiento de las oportunidades abiertas por la revolución informática.
• Vinculación con las potencias emergentes que pudieran alterar el equilibrio internacional.
• Disposición de unas fuerzas armadas con capacidades de disuasión e imposición.

Estas ideas maestras se trataron de materializar durante los primeros meses de la nueva administración
articuladas en tres principales líneas:

• Composición y despliegue de las fuerzas armadas:


o Reduciendo su dimensión.
o Mejorando su tecnología.
o Disminuyendo su presencia exterior.

Todo ello al tiempo que se anunciaba la recuperación de la Iniciativa de Defensa Estratégica. Los
republicanos criticaron las políticas de Clinton en los 90 a la vez que afloraba un discurso
neoaislacionista que reconocía la imposibilidad y escaso interés de Estados Unidos por estar en todos
los escenarios y atender a todos los conflictos.

• Recomposición del mapa estratégico:


o Priorizando el seguimiento de las potencias asiáticas emergentes, especialmente China
y Rusia.
o Europa tuvo una atención singular, centrado en aspectos económicos.

179
o Aumentando las relaciones con América Latina.

• Afianzar su identidad singular tras una década de posguerra fría:


o Usando su liderazgo incuestionable por su superioridad militar y hegemonía económica.
o Manteniendo su status quo para preservar de forma indefinida su privilegiada posición.

La reinterpretación de la política exterior realista aparecía como la línea fundamental del diseño de la
política exterior de los Estados Unidos, pero los atentados del 11-S afectaron directamente al diseño
previo de la política exterior, transformando profundamente sus principios operativos al introducir
una nueva variable de enorme transcendencia: la guerra. Desde el día siguiente a los atentados,
Estados Unidos se declaró en estado de guerra. Antes de un mes, esa guerra era una realizada en
Afganistán y en marzo de 2003 en Irak.

Aunque las campañas militares duraron unos meses en ambos casos, la incapacidad para consolidar
unos nuevos regímenes afines a consecuencia del enfrentamiento armado por facciones y grupos
rivales hizo que las campañas se prolongaran durante años, sin encontrar durante el resto de la
presidencia Bush los medios para desescalar la importante presencia militar y reducir los enormes
costos de ambas intervenciones.

El desencadenamiento de estas guerras y la persistencia de los conflictos modificaron profundamente


la política exterior estadounidense como la percepción de su actuación con el resto del mundo.

2. Cambio y recuperación: Barak Obama (2009-2016)

El triunfo de Barak Obama supuso un cambio significativo en la política del país. Con dos guerras
abiertas, una crisis económica de dimensiones desconocidas y profundos conflictos sociales internos,
el programa de gobierno tenía desde un principio unas prioridades muy marcadas. El cambio de
administración y la aparición de un discurso y unas prácticas socializadoras nuevas hicieron crear
grandes expectativas, que la dura realidad no permitió satisfacer. La crisis de carácter internacional,
las variaciones de la geopolítica global y de forma especial la mayoría republicana en el Congreso
limitaron los grandes programas transformadores propuestos desde la presidencia.

Discurso refundacional y propuestas innovadoras.

Tras la crisis exterior e interior heredada del período de George W. Bush, la entrada de Obama en la
Casa Blanca fue interpretada desde su respectiva refundacional. No solo había que cerrar guerras y
superar la depresión económica, sino que el conjunto del sistema debía ser profundamente
modificado, haciendo que los principios democráticos se impusieran sobre intereses minoritarios. La
ciclópea empresa requería de un consenso mayoritario, por lo que la llamada a la unidad de propósitos
centralizó la campaña electoral de 2008. Con el lema “Yes, We Can”, un joven e inexperto senador por
Illinois, desconocido por la mayor parte de los estadounidenses al comienzo de la campaña
presidencial, consiguió ganar la más original y seguida campaña electoral de las últimas décadas.
Obama se impuso contra todos los pronósticos utilizando herramientas del siglo XXI frente a criterios
y métodos aún anclados en la tradición. Apenas llevaba dos años en el Senado cuando, en febrero de
2007, frente al Capitolio de Illinois, Obama presentó su candidatura a la presidencia. El largo proceso
electoral comenzó con las primarias del Partido Demócrata, donde se impuso en dura puja a la favorita
inicial, la esposa del anterior presidente, Hillary Clinton. En la campaña presidencial, se enfrentó al
candidato republicano, el ex veterano de la guerra de Vietnam y senador John McCain; ambos
candidatos representaban opciones minoritarias y no tradicionales dentro de sus respectivos partidos
y suponían una ruptura con la herencia de la administración Bush. Frente a la experiencia política y el
180
reconocimiento popular de McCain, la campaña de Obama se centró en presentar la necesidad de
un cambio profundo, realizando una llamada a la ciudadanía, utilizando una capacidad de movilización,
motivación y convicción incontestables por el candidato republicano. Obama obtuvo una mayoría de
votos que evidenció el deseo y la voluntad de un país agobiado por la crisis económica, cansado de
campañas bélicas y anhelante de un nuevo comienzo, como lo manifestó el presidente electo en su
discurso en el memorial de Lincoln, dos días antes de su toma de posesión.

Sobre el nuevo presidente se había concertado un enorme número de expectativas desde todos los
sectores, tanto internos como internacionales. Pero la herencia recibida distaba de ser optimista: con
dos guerras enquistadas y una crisis económica que en esos momentos alcanzaba nivel de depresión,
debía hacer frente a una reconciliación social que salvara la quiebra ocasionada por el apoyo u
oposición a las guerras en oriente medio, al tiempo que trataba de recomponer el sistema de alianzas
exteriores que había sido dañado por las políticas unilateralistas de la administración anterior y tenía
que hacer frente a la aparición de nuevos poderes emergentes. El cúmulo de tareas era tan amplio y el
nivel de exigencia tan alto que la nueva administración podría quedar superada y ver transformarse
rápidamente el entusiasmo en decepción.

En política interior, la prioridad fundamental del nuevo Gobierno era hacer frente a la grave situación
económica motivada por la crisis financiera y la quiebra de mercado hipotecario. Obama mantuvo y
amplió el paquete de ayuda a las grandes instituciones bancarias, pero variando sustancialmente sus
complementarias medidas en la reforma del sistema, aumentando la presencia del Estado y los niveles
de regulación. En el segundo año de su mandato, disponiendo de las primeras cifras de crecimiento
que señalaban el final de la crisis, afrontó una más ambiciosa reforma (desde 1969) incrementando
los sistemas de control de las direcciones empresariales y financieras tanto por sus accionistas como
por las autoridades gubernamentales. Al comienzo de su segundo mandato, las cifras
macroeconómicas indicaban que la crisis estaba superada: a finales de 2013, la economía
estadounidense crecía a un ritmo del 3,5% y los niveles de desempleo se situaban debajo al 7%
(igualando el nivel previo a la crisis); a pesar del crecimiento del déficit fiscal y el necesario recorte del
gasto público, el sector privado ganaba de nuevo confianza y los índices de consumo interno y
exportación crecían de forma sostenida.

De forma paralela a la superación de la crisis, en la agenda doméstica, el segundo gran triunfo de la


administración Obama fue sacar adelante la reforma sanitaria, demandada socialmente, frenada
durante décadas por las poderosas compañías farmacéuticas y médicas. A pesar de las enormes
presiones realizadas a través de la Cámara de Representantes por mayoría republicana, lo que hizo que
los trámites legislativos se demoraran sustancialmente, la aprobación de Medicare en 2010 y su
entrada en vigor en 2013 supuso un paso singular en el sistema de prestación de servicio de salud
pública, ampliando sustancialmente la cobertura entre los más necesitados.

Igual de importante fue la reforma del régimen de inmigración. EE. UU. logró un dinamismo
demográfico muy diferente al resto de países desarrollados; unido a su alta movilidad geográfica y
un sistema que favorece la integración y ascenso social, permitió al país generar y sostener niveles
de riqueza sin precedente. A consecuencia del sostenimiento de un flujo constante de inmigración, el
censo de población de 2010 mostró cambios singulares; además de evidenciar que la mayor minoría
étnica y cultural era la hispana, también señalaba que en ese momento había casi 40 millones de
inmigrantes; se estimaba que en el país había unos 12 millones de personas en residencia ilegal (más
de la mitad mexicanos) muchos de los cuales ya habían estudiado y estaban trabajando. Su tramitación
federal fue especialmente lenta, mientras que en la mayoría de los estados se aprobaban más de 150
leyes sobre asuntos inmigratorios en 2012 y 2013.

181
La política doméstica de Obama contó a lo largo de su presidencia con el hándicap de la minoría
parlamentaria del Partido Demócrata. El control republicano de la Cámara de Representantes hizo
que el empuje popular del presidente se viera contrarrestado por el ejercicio de la oposición desde el
Capitolio. Especialmente grave fue este enfrentamiento con la tramitación anual del presupuesto
federal. La mayoría republicana utilizó la negociación presupuestaria para oponerse a iniciativas
presidenciales o exigiendo su retirada para la aprobación del presupuesto. Esta política
confrontacional utilizando los fondos federales como arma de presión (sequestration) llevó a la
necesidad de prórrogas presupuestarias, ocasionando cierres parciales (furlough) e incluso la parálisis
completa de la Administración federal (shutdown). Obama no vio aprobado de forma ordinaria el
presupuesto federal la mayor parte de su mandato.

El origen de esta cerrada oposición republicana se halló en el crecimiento interno de corrientes


rupturistas, opuestas a cualquier concesión a los proyectos de Obama. La facción más denotada fue
el movimiento Tea Party, surgido en los primeros meses de 2009 en respuesta a la aprobación de
ayudas federales a las grandes empresas y bancos en dificultades por la crisis, el movimiento se fue
consolidando a través de su capacidad de movilización y alcanzó su mayor dimensión con las elecciones
legislativas de 2010, cuando lograron introducir candidatos propios en las Cámaras del Capitolio. La
presencia de miembros del Tea Party en las filas republicanas radicalizó el conjunto partido, que
endureció su oposición a la presidencia con el objetivo de mantener unido el partido; pero esta
estrategia tuvo un efecto contraproducente, ya que en las elecciones presidenciales de 2012 el
candidato republicano Mitt Romney no puedo despegarse de ese ala radical, dejando el centro político
a Obama, quien revalidó su mandato.

2.2. Pacificación y redireccionamiento.

Las tendencias de continuidad y cambio fueron paradójica y simultáneamente conjugadas en las


políticas exteriores y de defensa de la presidencia de Obama. La doble idea motriz que articuló todo
su mandato fue la de pacificación y reorientación exterior:
• La primera se materializó en la puesta del punto final a las guerras de Irak y Afganistán, que
no fue ni sencillo ni rápido.
• La segunda, buscar responder al ascenso al ascenso de nuevas potencias globales,
redimensionar los presupuestos de defensa, responder a las demandas exteriores de
responsabilidad multipolar, ejercer un liderazgo colectivo en zonas de máxima singularidad y
en el fondo mantener los intereses de Estados Unidos en un mundo globalizado y disputado.

Ambas ideas fueron articuladas en un discurso que recuperaba las ideas motrices de la
excepcionalidad estadounidense (legitimadora de su vocación exterior) y en una ejecución donde el
pragmatismo y la reducción del gasto dictaban las decisiones a tomar.

Al comienzo de su mandato, Obama sorprendió al proponer la continuidad del secretario de Defensa


del gabinete anterior, Robert Gates; quien recibió la responsabilidad de reducir la presencia militar
estadounidense en Irak y acabar la pacificación de Afganistán para proceder a un repliegue completo
una década después del comienzo del conflicto. Si acabar con las guerras resultaba una prioridad
imposible de conseguir en un corto plazo, si lo era replantear la política exterior.

Recomponer consensos, recuperar liderazgos y posicionarse de forma positiva en los grandes temas
globales fueron los objetivos de la nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton. El cambio de estrategia
se visualizó en ámbitos como:

182
• La lucha contra el cambio climático, adhiriéndose al protocolo de Kioto y demandando más
ambiciosas políticas proteccionistas.
• La reducción de armas nucleares, visualizando su definitiva desaparición (firma con Rusia del
tratado SALT III y Cumbre de Seguridad Nuclear, abril del 2010).

Sin embargo, los logros fundamentales radicaron en:


• Una mejora en las relaciones con sus aliados tradicionales (nueva interlocución con la Unión
Europea, nueva estrategia para la OTAN, incremento de atención hacia América Latina).
• Una reformulación de las relaciones bilaterales con otras potencias -de modo singular con
China, India, Rusia y Japón-.
• Una sustancial mejora en la imagen exterior del país ante la opinión pública internacional.

Estas razones fueron argumentadas para otorgar al presidente Obama el Premio Nobel de la Paz en
2009.

Poner fin a la intervención militar en Irak y encontrar una salida adecuada a la cooperación
internacional en Afganistán eran los puntos esenciales de la agenda exterior y de defensa de Obama.
Ambos conflictos se habían entrelazado hasta confundirse en la opinión pública nacional e
internacional y encontrar una salida digna a ambos resultaba imprescindible ante la desfavorable
evolución del respaldo popular.

La intervención en Afganistán ha sido la participación bélica más extensa (octubre 2001 a diciembre
de 2014) y costosa (500.000 millones de costes directos y 2,7 billones de indirectos) de la historia de
EE.UU. Aun legitimada por la Declaración de las Naciones Unidas y el establecimiento de la misión
internacional ISAF (en la que tuvieron diferente grado de participación 43 países), la evolución del
conflicto y la incapacidad de resolución militar aconsejaron su finalización para lograrlo en condiciones
ventajosas se incrementaban las tropas extranjeras para alcanzar un punto de supremacía y control
territorial que permitiera un repliegue seguro; dado por finalizado el conflicto, se acordó la permanecía
acuartelada en territorio afgano de entre 11 y 15 mil soldados estadounidenses. Este modelo fue
seguido previamente para lograr poner punto y final a la intervención en Irak; el 15 de diciembre de
2011 las autoridades iraquíes asumían el completo control de la seguridad nacional, aunque
permanecían en el país más de 13.000 soldados estadounidenses acuartelados en bases
pertenecientes a la embajada.

Ambos conflictos han deparado un coste humano y económico extraordinario para los EE. UU. Fueron
movilizados en conjunto casi 1,5 millones de soldados, de los cuales 6.000 murieron y 550.000 sufrieron
daños físicos. Se ha estimado que el costo conjunto superara los 4 billones dólares como en su mayor
parte fue financiada por préstamos, su amortización e intereses se extenderá al menos hasta 2025;
atender a los veteranos de estas guerras, tanto por pensiones como por cuidados médicos, costará
entre 650 y 900.000 millones durante décadas.

Debido a los altos costos de estas intervenciones, desde los departamentos de Defensa y de Estado
generaron estrategias que transformaban los instrumentos y metodologías de proyección exterior. Se
priorizó el eje diplomático buscando mantener su capacidad de influencia gracias a su sistema de
relaciones bilaterales y su enorme capacidad económica (respuesta a la Primavera Árabe).

Ante la emergencia de un conflicto en una zona de interés prioritario que no pudieron atajar con vías
diplomáticas como ocurrió con Siria. Utilizando la capacidad militar de forma puntual buscando
subvertir la correlación de fuerzas como en Libia o la vía diplomática en Irán para paralizar el programa
nuclear. Además, desarrolló otros medios de gran eficacia y dudosa legitimación cono el uso de aviones
183
no tripulados (drones) y el desarrollo de un sistema de vigilancia virtual de alcance global (monitorizado
desde la Agencia Nacional de Seguridad, NSA).

Si durante la administración anterior se pretendió materializar un orden imperial estadounidense (a un


costo muy alto y con un resultado fallido), desde la orientación de Obama los Estados Unidos sienta
la bases para sostener un liderazgo de largo alcance en un mundo creciente interconectado,
multidependiente y donde el poder internacional ya no reside exclusivamente en los Estados.

3. America first: Donald Trump (2017-2020).

Jaleado por sus partidarios y despreciado por sus oponentes, la figura de Trump ya gozaba de polémica
con antelación al anuncio de su entrada en la campaña electoral de 2016. Trump se enfrentó en las
elecciones primarias a las nuevas promesas del Partido Republicano, con un discurso rupturista que
provocativamente rompía con lo políticamente correcto. A pesar de no contar con el apoyo de la
dirección del partido, acabó imponiéndose en la nominación republicana y se enfrentó en las
elecciones presidenciales a la candidata demócrata, Hillary Clinton; aunque esta ganó en votos
populares, Trump consiguió más votos del colegio electoral, siendo proclamado 45º presidente de los
EE. UU tomando posesión el 20 de enero de 2017.

La presidencia de Trump fue desmesurada desde su comienzo. No solo era el presidente de mayor
edad al entrar en la Casa Blanca, también el de mayor fortuna personal, extrovertido y polémico. La
política interior de Trump ha estado marcada enfáticamente por tratar de desmontar los grandes
programas implementados por Obama (especialmente el sanitario Obamacare), expandir la
inmigración como un problema nacional (su promesa más señera fue la construcción de un muro
fronterizo) y las reformas fiscales (rebajando impuestos, especialmente a los sectores con más
ingresos) y financieras (relajando el control federal a los grandes bancos y sociedades promovidos tras
la Gran Recesión)

La política industrial ha denunciado los efectos de la deslocalización, y la comercial las consecuencias


del déficit exterior respecto a ciertos países; el corolario de ambas iniciativas ha conducido a un
replanteamiento del libre comercio y una fuerte apuesta por el proteccionismo, lo que ha
desencadenado una batalla arancelaria con China y la UE de imprevisibles consecuencias. Los
resultados macroeconómicos de EE. UU. bajo su administración han sido muy positivos: el PIB creció
una media del 3, la inflación ha permanecido en mínimos, el desempleo se ha reducido al 4%, los
salarios han subido por encima del IPC y se ha frenado el declive industrial. En junio de 2019 EE.UU.
alcanzó su período de expansión económica más prolongado.

La política exterior se ha caracterizado por un ejercicio de unilateralismo creciente, rupturas de


consenso y sacrificio de alianzas históricas, sin determinar unos objetivos claros ni mucho menos
alcanzar logros específicos. Tanto los prestigiosos think tanks internacionalistas como el ciudadano
medio muestran su perplejidad e incomprensión sobre el papel que su país juega en el mundo. La
multiplicación de frentes ha sido constante: los comerciales con China, los nucleares con Irán y Corea
del Norte, los inmigratorios con México y Centroamérica, los geopolíticos con la UE y sobre toda Rusia.
El elemento más significativo y efectivo del cambio de rumbo en la política exterior es la apuesta por
un mayor desarrollo de la fuerza militar como instrumento determinante de imposición, lo que tuvo
su ratificación en el gran aumento del presupuesto de Defensa en 2019 o la recuperación del desfile
militar en la fiesta del 4 de julio.

184
39. ECONOMÍA Y POLÍTICA EN EUROPA
Europa es un continente muy desarrollado y democrático, cuyos habitantes gozan de un elevado nivel
de vida, especialmente en su mitad occidental. En 2018 Noruega era el país con el índice de desarrollo
humano más alto del mundo y de los veinticuatro países que superaban el índice 0,9, sobre un máximo
posible de 1, quince eran europeos. Varios estados europeos son, además, grandes potencias
económicas, aunque, debido a sus cifras de población relativamente modestas, su PIB quedaba en
2018 por detrás no solo de los dos gigantes, EE. UU. y China, sino también de Japón y la India.

1. Tendencias demográficas.

Alemania es el país más poblado


de Europa, excluida Rusia, aunque
ocupa tan solo el puesto dieciséis a
nivel mundial, y le siguen Francia,
Gran Bretaña e Italia. Casi todos
los países europeos han tenido
una tasa de crecimiento modesta
en las últimas décadas y, en el
futuro próximo, solo una
inmigración muy elevada podría
evitar el descenso de la población.
Ello se debe a la reducción de la
tasa de fecundidad. En 2018, solo
un pequeño grupo de países
europeos alcanzaba la tasad de
dos hijos por mujer, en parte
debido a sus activas políticas de ayuda a la familia con niños, mientras que, en el otro extremo, en
Bosnia la tasa es tan solo de 1.1. La esperanza de vida es muy elevada en Europa occidental y algo
menos en los países excomunistas del Este.

2. El desarrollo económico.

Por el volumen de su PIB,


Alemania es el primer país de
Europa, Rusia excluida, y le siguen
Francia, Gran Bretaña e Italia. Las
cifras más altas de ingresos por
habitante se alcanzan en los
países noroccidentales, siendo
menores en los países
meridionales. En las últimas
décadas, el crecimiento
económico ha tenido un ritmo en
general medio, con tasas en torno
al 2% anual, satisfactorias para
países cuya población crece poco,
dándose mayores diferencias en el
Este, donde unos países han

185
realizado de manera más satisfactoria la transición de la economía estatalizada a la economía de
mercado. El índice de libertad económica es alto en toda Europa, incluso en países con un porcentaje
de gasto público muy elevado, como es el caso de Suecia.

3. El desarrollo humano.

El índice de desarrollo humano


alcanza valores muy altos,
incluso si se ajusta para tener
en cuenta el efecto de la
desigualdad, en toda la Europa
septentrional. Sólo seis países
del mundo tenían en 2012 el
IDH ajustado por la
desigualdad superior 0,85 y
cinco de ellos eran europeos:
Noruega, Australia, Países
Bajos, Alemania, Irlanda y
Suecia. Casi todos los restantes
países europeos se encuentran
en el primer cuartil del IDH y solo unos pocos estados excomunistas se sitúan en el segundo. El índice
de percepción de la corrupción muestra el grado de transparencia alcanzado en la Europa
septentrional: Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda y Suecia son los cuatro países menos corruptos del
mundo. Italia es el país más corrupto de Europa occidental y aún peor es la puntuación de Grecia (36),
Rusia (28) y Ucrania (26). La tasa de homicidios es muy baja en Europa occidental y elevada en algunos
países del Este. Lituania, con 6,6 homicidios por 100.000 habitantes, tiene la tasa más elevada de
Europa, excluida Rusia donde llega a 10,2.

4. Tendencias políticas.

La gran mayoría de los países


europeos son democracias liberales y
la libertad ha avanzado mucho a partir
del hundimiento del bloque soviético
en 1989. La influencia de la UE ha
contribuido de manera importante a
la consolidación de la democracia en
los antiguos estados comunistas. Los
únicos países del continente que la
organización Freedom House
consideraba no libres en 2013 eran
Rusia y Bielorrusia, mientras que en
algún otro, como Ucrania, se sitúa en
la categoría de semilibres. La paz que
reina en el continente se traduce en
que los gastos de defensa sean en
general bajos y están descendiendo
aún más. En Gran Bretaña y Francia son algo más elevados porque estos países mantienen la
capacidad de proyectar sus fuerzas armadas en misiones internacionales.

186
40. ALEMANIA, GRAN BRETAÑA Y FRANCIA

1. Alemania, en el corazón de Europa

Alemania se ha erigido en el principal líder de Europa. La unificación de las dos Alemanias y la reunión
de las dos Europas dibujaron una nueva realidad continental y un nuevo agente protagonista; la nueva
Alemania pasó a ser el corazón de la nueva Europa. La base fundamental que motivó este ascenso fue
su fortaleza económica, siendo el país más poblado del continente, con un alto grado de formación
técnica y científica, economía se basa en la producción de manufacturas de alto nivel, siendo una
potencia exportadora, lo que le ha conferido la cuarta posición entre las economías más fuertes del
mundo.

La diplomacia alemana consiguió reaccionar muy rápidamente a finales de los 80 al hundimiento del
bloque del Este, llevando a cabo una unificación que no levantó los temores que durante medio siglo
habían supuesto. La URSS estaba demasiado ocupada con sus propios problemas internos y a los
aliados occidentales se les convenció con dos argumentos de peso:

• La zona oriental se integraba en una inalterable República Federal Alemana (RFA), no solo
perteneciente a las instituciones europeas, sino convertida en motor decisivo de ellas.
• Las fronteras de 1945 no eran cuestionadas.

Sin opositores externos, el proceso de reunificación fue muy rápido, en menos de 11 meses desde la
caída del Muro de Berlín, la antigua RDA estaba incorporada a la RFA. La Alemania unificada pasó a
ejercer un claro liderazgo dentro de una Europa en proceso de transformación institucional y política.
Las transiciones hacia la democracia de los países del Este y la rápida apertura de negociaciones para
su integración en la Unión Europea tuvieron mucho que ver con la fortaleza alemana. Pero la
conquista de este liderazgo no fue sencilla ni gratuita. El entusiasmo con el que alemanes de los dos
lados festejaron la caída del muro, se fue diluyendo lentamente ante los costos que este proceso
pronto evidenció; las diferencias socioeconómicas fueron mucho más difíciles de solventar que los
obstáculos constitucionales o de influencia exterior; mientras que los alemanes occidentales
manifestaban su preocupación ante el coste económico que suponía la anexión, los ciudadanos de la
RDA denunciaban la falta de solidaridad y la permanencia de prejuicios. A pesar de que el coste
económico de la unificación fue muy alto, la mayor parte de la población respaldó la decisión política.

Aunque el proceso de unificación contó con un respaldo casi unánime hay que reconocer el liderazgo
ejercido por el gobierno de Helmunt Khol. El líder de la Democracia Cristiana alemana (CDU) en el
gobierno desde 1982. A pesar de que su posición inicial fue débil, su estilo de gobierno estaba muy
alejado de otros ejecutivos conservadores, la imagen de Khol fue afirmándose con una política
decidida. La Democracia Cristiana (CDU) ganó las elecciones de 1990 (las primeras de la Alemania
reunificada). Era su 4º mandato como Canciller y el más complicado, el paro se incrementó y las críticas
internas a la nueva política exterior: por primera vez desde la II Guerra Mundial soldados alemanes
participaban en misiones en el exterior. Pero al año siguiente, Alemania daba muestras de
recuperación y creación de riqueza.

La 5ª legislatura de Khol estuvo caracterizada por un mayor protagonismo en política exterior alemana,
las dificultades para cumplir los requisitos de su incorporación a la nueva moneda, el euro, y la salida
a la luz pública de una serie de escándalos que minaron su popularidad. Khol gobernó hasta 1998,
elecciones en las que la CDU obtuvo los peores resultados de su historia.

187
Con un discurso innovador el nuevo líder del Partido Socialista consigue la victoria electoral, formando
gobierno de coalición con los Verdes. El gobierno de Schroeder incrementó la participación del
Estado en la conducción económica, realizó una reforma fiscal y de las pensiones, reformó el código
de nacionalidad favoreciendo su adquisición por los inmigrantes e introdujo importantes medidas de
protección ecológica, ahorro energético y apuesta por las energías renovables. En política exterior
mantuvo una gran continuidad a pesar de participar con uno de los principales contingentes militares
en la intervención de Afganistán en 2001, a lo largo del año siguiente las relaciones con Washington
sufrieron un giro significativo, oponiéndose a la agresiva política de Bush. Durante la segunda
legislatura de Schroeder, también en coalición con los Verdes, se puso en marcha un ambicioso
programa socioeconómico: Agenda 2010, centrado en la creación de empleo, la reforma sanitaria y de
pensiones, y la mejora para la integración de los inmigrantes. Pero la persistencia del desempleo y los
resultados adversos le hicieron adelantar las elecciones y se impuso la CDU.

Al frente de la (CDU) se encontraba desde el 2000 Ángela Merkel, que en los años siguientes fue
aumentando su prestigio y popularidad. La apretada victoria de la CDU en 2005 hizo que resultara
imposible el establecimiento de coaliciones de gobierno con partidos menores, la solución fue la
reedición de la Gran Coalición entre los dos grandes partidos; el SPD tendría más ministros a cambio
de respaldar el nombramiento de Angela Merkel como canciller. No solo era la primera mujer que
alcanzaba la Cancillería, también el primer gobernante federal procedente de la RDA.

La primera legislatura de Merkel estuvo caracterizada por la necesidad de consenso con los nuevos
socios; una nueva reforma tributaria redujo la progresividad fiscal, a cambio se mantenía el programa
de cierre de las centrales nucleares para 2020. Durante su presidencia europea, Merkel impulsó la
superación de la parálisis sufrida por el fracaso de la aprobación de la Constitución Europea. Esta
recuperación del liderazgo en la UE coincidía con una mejora sustancial de las cifras
macroeconómicas y la creación de empleo.

En las elecciones de 2009 consiguió un amplio triunfo, formó coalición con los liberales. Con eficacia
y pragmatismo y sin dogmas ideológicos, el liderazgo de Merkel sobrevivió a la crisis global,
devolviendo a Alemania a cifras de crecimiento sostenido mientras el resto de los socios europeos
entraban en recesión. Esto hizo que en las elecciones de 2013 volviera a ganar. A consecuencia del
hundimiento de los liberales, la coalición se hizo con los socialdemócratas. El programa conjunto de
gobierno para los siguientes 4 años suavizaba la austeridad presupuestaria anterior e introducía
mejoras sociales significativas como el salario mínimo y la jubilación; aun con tensiones internas, la
gran coalición sacó adelante su programa con éxito. En las elecciones federales de 2017, los resultados
debilitaron a los participantes de la coalición, por lo que la revalidación de un nuevo Gobierno
conjunto fui inicialmente descartada por el SPD, si bien la imposibilidad de otro tipo de mayoría
aconsejó a los dos grandes partidos renovar por tercera vez la Gran Coalición con Merkel como
canciller. Sin embargo, el propio esfuerzo de consenso para renovar la fórmula, las discrepancias
acumuladas entre los socios y el cansancio del electorado primero condujeron a Merkel a renunciar a
su liderazgo frene a CDU y después el anuncio de su retirada para 2021.

2. Gran Bretaña, entre la integración y el euroescepticismo

Por el volumen de su PIB, Gran Bretaña es la novena potencia del mundo, pero ha preferido mantener
un grado de independencia, y ha oscilado entre la participación en el proceso integrador, pero
manteniendo su carácter específico, y una actitud euroescéptica nacida de la desconfianza hacia la
Europa Continental. El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (nombre oficial), poseían a
comienzos del siglo XX el imperio territorial más extenso, y era la segunda potencia económica del
mundo. Tras la II Guerra Mundial perdió su posición hegemónica. Desde 1945 concentró sus energías
188
en un proceso de reconstrucción social y transformación de los sectores económicos, sin alterar el
marco constitucional heredado, las prácticas políticas y el sistema de partidos, los más estables de todo
el continente. En 1973 se incorporó a la Comunidad Europea, pero ha mantenido su peculiaridad y
excepcionalidad hasta el extremo de provocar tensiones con el resto de los socios y contemplar una
posible salida del proyecto europeo.

Durante los años 80, los gobiernos conservadores presididos por Margareth Thatcher desarrollaron
una política que cambió profundamente la dinámica sustentada desde el final de la guerra mundial:

• Los procesos de reconversión industrial.


• Reducción de las políticas públicas y el gasto social.
• La reducción de la fiscalidad y la apuesta por una política exterior más agresiva.

Todo ello creó tensiones dentro y fuera del país, produciendo un enorme costo social, pero a la larga
sentaron las bases de una recuperación económica que permitió acometer una modernización de
estructuras productivas. Tras tres mandatos consecutivos se encontró con fuertes disputas dentro de
su Partido, todo lo hecho no fue suficiente para evitar que miembros de su propio gobierno se
enfrentaran a ella. El fondo de este problema radicaba en la aparición dentro del partido de dos
corrientes antagónicas respecto a Europa:

• Aquellos que pretendían retrasar la incorporación de Gran Bretaña.


• Los que pensaban que tal opción resultaba un suicidio internacional.

Margaret Thatcher se alineó con los más euroescépticos. Por otro lado, el deseo de que recayera
sobre los ciudadanos los gastos de todos los servicios de las administraciones hizo que subieran mucho
todos los impuestos, lo que provocó movilizaciones en su contra y una gran caída de la popularidad.
Esta situación, unida a la incidencia de la crisis económica internacional de finales de los 80, hizo que
presentara su dimisión, le sucedió su ministro de Hacienda, John Major.

La situación en Gran Bretaña en los 90 era un conjunto de contrastes:

• Persistía la crisis económica, aunque las expectativas eran mucho más optimistas.
• Permanecía en Europa, pero su discurso era frontalmente contrario a cualquier tipo de
desarrollo institucional y cesión de soberanía.

Habitualmente, John Major es presentado como un mero continuador de su antecesora, pero, en


realidad los 90 no se parecieron en nada a los 80 en Gran Bretaña. Mantenían un discurso
aparentemente crítico con la conformación europea, para conformar a los euroescépticos, pero Major
supo hacer partícipe a Gran Bretaña de los grandes pasos en la construcción europea, aun
manteniendo a la libra esterlina fuera del proceso de fusión del euro. Un proceso semejante se siguió
para solucionar el problema del terrorismo en Irlanda del Norte; manteniendo un firme discurso
público, se negoció con el IRA, hasta conseguir un alto el fuego que abriera posibilidades de diálogo;
semanas después siguieron los grupos paramilitares protestantes, pacificando Irlanda del Norte, y
abriendo las posibilidades de superación del conflicto y la reconciliación social. La cuestión europea y
el problema norirlandés fueron los grandes triunfos de Major.

En 1995 discrepancias internas obligaron a Major a presentar su dimisión como líder del Partido
Conservador, se realizaron primarias, pero la división generada en el partido ocasionó la derrota en
las elecciones de 1997.

189
El Partido Laborista se había transformado profundamente. Una nueva generación de políticos había
transformado el discurso y los objetivos del partido, renovando sus medios de actuación y abriéndose
a nuevos nichos electorales; era el nuevo laborismo, o tercera vía. Al frente de esta generación se
encontraba Tony Blair. La renovación de su propuesta electoral y el estado de división entre los
Conservadores hicieron que ganaran las elecciones de 1997 por mayoría absoluta. Durante su primera
legislatura el centro de su gestión política fue doble:

• Heredó las dos grandes cuestiones perseguidas por Major: definir el papel de Gran Bretaña en
la Unión Europea y alcanzar una definitiva pacificación de Irlanda del Norte
• Recuperar los sistemas públicos de salud y educación, que habían sufrido los efectos del
neoliberalismo, encontrándose en una difícil situación.
• Abordar reformas institucionales: creación de asambleas parlamentarias de Escocia y Gales,
anulación del carácter hereditario de la pertenencia a la Cámara de los Lores y creación del
cargo de alcalde de Londres.

Las negociaciones entre las distintas fuerzas políticas de Irlanda del Norte condujeron al acuerdo de
Viernes Santo, que preveía el establecimiento de un gobierno autónomo respaldado por una asamblea
legislativa, la retirada de las tropas británicas, la transformación de la policía militar, el desarme de los
grupos paramilitares y el cese completo de la violencia política. En 2005 el IRA anunció el cese de la
“lucha armada”, los grupos paramilitares protestantes desaparecieron y la normalidad volvió a las
calles de Belfast.

Sin agotar su primer mandato, Blair convocó elecciones en 2001, la buena situación económica, la
mejor proyección exterior y la resolución del problema norirlandés hicieron que, por primera vez, el
Partido laborista se impusiera por mayoría absoluta en dos elecciones consecutivas. La segunda
legislatura de Blair estuvo caracterizada por el apoyo inquebrantable a la política exterior de Bush,
especialmente por la vehemente implicación de Gran Bretaña en las guerras de Afganistán e Irak. En
gran medida en contra de la mayoritaria opinión pública de su país. El inicial éxito de estas campañas
y el importante crecimiento económico hicieron que por tercera vez consecutiva Tony Blair se
impusiera en las elecciones de 2005 por mayoría absoluta. Sin embargo, la intervención exterior
pronto se volvió en su contra, exigiendo la depuración de responsabilidades por la implicación de Gran
Bretaña en la guerra de Irak. Blair dimitió y le sucedió Gordon Brown su ministro de Hacienda. A pesar
de los esfuerzos en el cambio de discurso, la permanencia de programas y planteamientos ideológicos
hizo que el mandato de Gordon Brown fuera visto como una continuidad. Sin embargo, lo más
importante de su mandato fue su coincidencia en el estallido de la gran crisis global; el importante
crecimiento habido en los años anteriores impidió una reacción decidida del que había sido el
verdadero director de la economía británica en los últimos años. El mantenimiento de los gastos,
sumado al recorte de los ingresos fiscales y la reducción de los ingresos motivada por la bajada del
comercio hicieron que en 2009 el déficit se incrementase considerablemente.

Frente al legado laborista se alzó un Partido Conservador renovado y liderado por David Cameron,
heredero de un thatcherismo, cuyo mensaje central se basó en la idea de cambio y renovación.
Triunfaron los conservadores, pero sin mayoría absoluta, por lo que gobernaron en coalición con el
Partido Liberal, cuyo líder Nick Clegg fue viceprimer ministro. La prioridad fundamental era mejorar
la acuciante situación económica y rebajar el déficit público. Otros puntos singulares eran la
convocatoria de un referéndum para la modificación del sistema electoral británico, el establecimiento
de cuotas de inmigración o la renovación de algunos sistemas de Defensa. El Reino Unido hizo frente
a la gran crisis global de una forma menos dramática y más exitosa que otros países, y en 2012 todos
los índices mostraban evidencias positivas de superación.
190
En primer lugar, se incrementaron las pretensiones del núcleo más euroescéptico, que empujaron a
Cameron hacia posiciones de enfrentamiento con los socios, demandando el retorno de
competencias y la reducción del aporte británico a la Hacienda comunitaria; a consecuencia de la crisis
económica, el crecimiento del número de euroescépticos hizo albergar la idea de un referéndum que
revocara la incorporación a la Unión Europea; mientras el Partido Liberal apoyaba la integración en las
estructuras europeas. En segundo lugar, la voluntad independentista del nacionalismo escocés ha
puesto en cuestión la permanencia del Reino Unido. El parlamento escocés, aprobó la convocatoria
de un referéndum independentista en septiembre de 2014.

Los resultados del referéndum por la permanencia en la Unión Europea se cobraron su primera
víctima con la dimisión inmediata de David Cameron, siendo sustituido por la ministra de Interior
Theresa May. La labor fundamental de los tres años de gobierno de May ha sido gestionar el proceso
de salida, a través de las negociaciones con la Unión Europea y tratando de contener la división de su
propio partido. Para reforzar su liderazgo dentro del partido y recuperar la iniciativa parlamentaria,
May convocó elecciones legislativas el 8 de junio de 2017. La victoria conservadora por la mínima
respecto a los resultados laboralistas y la pérdida de la mayoría absoluta debitaron aún más a May,
tanto en su partido, ante el Parlamento y ante el resto de los líderes europeos. Las largas negociaciones
con la UE se cerraron con un acuerdo que por tres ocasiones el Parlamento de Londres rechazó,
debiendo ser postergada la fecha de salida, inicialmente fijada para el 29 de marzo de 2019. Con un
sistema político conmocionado y paralizado, una economía claramente afectada y una sociedad herida
y enfrentada, los británicos se vieron obligados a participar en las elecciones europeas de mayo de
2019, en las que se impuso el recién creado Brexit Party frente a los grandes partidos tradicionales, lo
que obligó a Theresa May a anunciar su dimisión, sustituido por Boris Johnson.

3. Francia, la evolución de la V República

Frente a las dudas británicas, Francia y Alemania han constituido el eje central en torno al cual se ha
constituido la UE. Después de haberse enfrentado a tres guerras en el curso de tres generaciones, entre
1870 y 1945, ambos países han promovido la integración económica como fundamento de la paz
duradera. Francia ha ejercido de socio principal y de contrapeso de una Alemania que, tras la
unificación y el fin de la amenaza soviética, se ha convertido en el actor más importante en la UE.

Francia ha sabido conjugar de forma eficaz la tradición heredada de un brillante pasado y la


modernidad de la que siempre se ha sentido protagonista. Con unos dinámicos sectores económicos,
Francia se sitúa como la séptima potencia económica mundial en PIB nominal. Su política exterior se
encuentra plenamente inserta dentro de la UE y el bloque occidental; aunque los dirigentes franceses
hayan hecho gala de una amplia autonomía.

Cuando el socialista François Mitterrand accedió a la presidencia en mayo de 1981, se produjo la


mayor transición política desde el nacimiento de la V República en 1959. Hasta entonces, los partidos
conservadores y centristas habían mantenido en coalición repartiéndose los poderes del Estado; el
triunfo del Partido Socialista al comienzo de la década transformó completamente ese reparto del
poder. Durante la primera presidencia de Mitterrand, se puso a prueba el sistema institucional de la V
República, en el que el poder ejecutivo se encuentra dividido entre un poderoso presidente de la
Republica, que ostenta competencias exclusivas, y un Gobierno responsable ante la Asamblea
Legislativa. Los problemas aparecen cuando en 1986 se rompió por primera vez la armonía y el
presidente de la República, el socialista Mitterrand se encontró con una mayoría parlamentaria
conservadora y, por tanto, a un presidente del Gobierno de este partido. Ello obligó a la introducción
de nuevos procedimientos de armonización gubernamental, lo que acabó denominándose
cohabitación.
191
Inmediatamente después de conseguir el triunfo electoral para un segundo mandato, Mitterrand
disolvió la Asamblea y convocó elecciones legislativas. Respaldado por los resultados de la reciente
convocatoria, el PSF consiguió una mayoría relativa que, ante la negativa de los comunistas a participar
de nuevo en el Gobierno, obligó a la búsqueda de apoyos puntuales a lo largo de toda la legislatura.

Este segundo período de Gobiernos socialistas se caracterizó por la inestabilidad, sucediéndose al


frente del ejecutivo Michel Rocard, Édith Cresson y Pierre Bérégovoy. Esto provocó que en las
elecciones legislativas de 1993 se produjera un nuevo vuelco político al imponerse en la candidatura
de centroderecha de la RPR-UDF, produciéndose la necesidad de una segunda cohabitación. La
asamblea eligió como presidente del gobierno Édouard Balladur; el centro de su programa se
encontraba en la liberalización económica, tratando se insertar a Francia en un mercado internacional
cada vez más complejo a nivel productivo y laboral, y la formación técnica, las infraestructuras y la
flexibilidad en el empleo fueron los campos fundamentales de atención.

La buena imagen generada reforzó el apoyo a la candidatura de centroderecha en las elecciones


presidenciales de 1995, imponiéndose Jacques Chirac a la candidatura socialista de Lionel Jospin. Tras
catorce años de mitterranismo, la derecha gaullista volvía al Eliseo, de la mano de Chirac. Su discurso
retomaba las bases del gaullismo:

• Frente a los clichés neoliberales propuso un desarrollo económico vinculado a la justicia social.
• En respuesta a las tendencias de reconocimientos identitarios regionales, recuperó la visión del
Estado republicano y la cohesión nacional.

En el período más álgido de construcción europea y de fortalecimiento del sistema monetario común,
Chirac recuperó un nacionalismo proyectivo pidió la permanencia de un franco fuerte; en una época
de importantes recortes internacionales en defensa, se reanudaron las pruebas nucleares en los
atolones polinésico de Mururoa y Fangataufa. Nombró al frente del Gobierno a Alain Juppé, que le
sirvió de correa de transmisión para el ejercicio efectivo de todo el poder ejecutivo por parte del
presidente. Se puso en marcha un programa de austeridad económica que llevaba emparejado una
reforma fiscal con incrementos impositivos, una congelación salarial para los funcionarios y una
reforma de la cobertura social. Estas reformas suscitaron una amplia protesta social, llegando a
convocarse dos huelgas generales.

Chirac persiguió dos claros objetivos:

• Reincorporar a Francia al liderazgo de la construcción europea.


• Relanzar una política exterior de relieve e independiente.

El nacionalismo gaullista se explicitó especialmente en las ambivalentes relaciones con EE.UU. Si bien
anunció la paulatina incorporación a las estructuras militares de la OTAN, treinta años después de
abandonarlas, también pretendía crear unas cumbres anuales Francia-Alemania-Rusia que redujeran
la influencia de EE.UU. en Europa, cursó varios viajes por Oriente Medio donde dejó su patente
distanciamiento con la conducción estadounidense del proceso de paz y rechazó vehementemente la
impugnación del tratado sobre antimisiles balísticos y el consecuente desarrollo del sistema de defensa
estratégico.

En las elecciones legislativas de 1997, se impuso el Partido Socialista, debido al liderazgo de Lionel
Jospin, que supo utilizar el descontento mayoritario frente a la gestión neoliberal del anterior Gobierno
conservador y realizar una labor pedagógica sobre la necesidad de imprimir un giro social en las
192
políticas económicas y en el proceso de construcción europea. De nuevo debió utilizarse la
cohabitación como fórmula de gobierno, ahora con un presidente de la República conservador y un
presidente del Gobierno socialista. Jospin no quiso hacer un Gobierno exclusivamente de ministros
socialistas, sino que invitó a participar a un conglomerado muy amplio de partidos y agrupaciones. Esta
pluralidad carecía de la cohesión necesaria para operar de forma homogénea, si bien las medidas más
ambiciosas llevaron el marchamo del propio presidente: reducción del IVA, cancelación del programa
de privatizaciones, plan de empleo juvenil, y reducción de la jornada laboral semanal a las 35 horas. La
aplicación del programa produjo un sostenido crecimiento de la producción del 3% anual, la creación
de puestos de trabajo y el descenso del desempleo. Estos éxitos empujaron a Jospin a presentar su
candidatura a las elecciones presidenciales de 2002, pero las candidaturas de los distintos grupos de
izquierda se multiplicaron, cosechando un rotundo fracaso. Después de dos rondas fue elegido Jacques
Chirac para un segundo mandato.

Durante el segundo mandato presidencial de Chirac, se produjo una renovación de líderes en la


coalición gobernante de centroderecha; los distintos partidos políticos que la componían acabaron
fusionados en una nueva fuerza política, la Unión para por un Movimiento Popular (UMP), que se
impuso con mayoría absoluta en las inmediatas elecciones legislativas de junio de 2002. Como primer
ministro, Chirac designó a Jean-Pierre Raffarin, que introdujo una política económica liberal,
reformando el sistema fiscal y de pensiones, e incrementando la atención sobre la seguridad. Sin
embargo, fue la política exterior la gran protagonista. La oposición de Francia a la guerra de Irak concitó
un enorme apoyo entre todas las tendencias, aunque afectó muy seriamente a las relaciones con
EE.UU; más problemática fue la convocatoria de una consulta plebiscitaria para la aprobación del
tratado constitucional europeo, que obtuvo una transcendental negativa. El fracaso llevó a la
automática dimisión de Raffarin, siendo sustituido por Dominique de Villepin (mayo 2005). La
profundización de las medidas liberales y los disturbios sociales en los suburbios de las grandes
ciudades hicieron caer su popularidad en el momento en que contemplaba su posibilidad de
presentarse a las elecciones presidenciales.

Frente a la candidatura del primer ministro, se presentó la de su ministro de interior, Nicolás Sarkozy,
que se acabó imponiendo en la primera vuelta gracias a su popularidad en los medios de comunicación
y su habilidad en las negociaciones partidistas. Habiéndose distanciado de la figura de Chirac y siendo
uno de los protagonistas de la reestructuración política, el programa presidencial de Sarkozy pretendió
arrebatar a la élite política tradicional el control de la República, abriéndolo a nuevas generaciones y
modos de ejercer la gestión pública; algo que las bases tradicionalistas de la UMP nunca le perdonaron.
Contando como primer ministro con François Fillon, la gestión de Sarkozy se caracterizó afrontar
reformas de calado sin rehuir la controversia, desarrollando eficaces ejercicios de negociación política
y presión social. La política exterior de Sarkozy se definió por un explícito giro proactlantista y una
firme voluntad de integración europea, apoyando las gestiones alemanas para superar la crisis tras el
fracaso del tratado constitucional comunitario.

La política interior durante su mandato se caracterizó por la puesta en práctica de políticas liberales
que rompían la evolución de las últimas décadas:

• La reformulación de políticas fiscales y la reducción de impuestos en caso de presentarse como


un apoyo a la consecución de vivienda propia.
• La liberación laboral y la relajación de la semana laboral de 35 horas consiguió apoyos y
simpatías con el atractivo de las horas extraordinarias.
• El aplazamiento de la edad de jubilación de 60 a 62 años se argumentó basándose en la mejora
de salud de los franceses.

193
• Con la reforma universitaria se buscaba una modernización de las estructuras académica y una
creciente vinculación entre universidad, mercado laboral y empresas.
• La reducción de la dimensión del funcionariado perseguía un recorte del gasto público entre un
colectivo con creciente desprestigio social.

Todas estas reformas alcanzaron su punto culminante con la defensa de la discriminación positiva, el
endurecimiento de la política inmigratoria y la defensa de una reducción en la separación entre Estado
e Iglesia.

En las elecciones presidenciales de mayo de 2012, se impuso el candidato socialista François Hollande
y en las elecciones legislativas, el partido socialista alcanzó una sobresaliente victoria. Hollande designó
como presidente del Gobierno a Jean-Marc Ayrault. Si en un comienzo se pusieron en marcha políticas
de incremento de la presión fiscal y reforzamiento del Estado de bienestar, desde finales de 2013,
Hollande introdujo cambios sustanciales siguiendo el ejemplo alemán. Abarató el coste del trabajo
mediante la supresión de las cotizaciones empresariales. El objetivo era frenar el incremento sostenido
del desempleo, pero a finales de su mandato en 2017 no lo había conseguido rebajar. Más éxito tuvo
en su respuesta a la peor ola de atentados terroristas sobre Francia, todos de origen yihadista: ataques
contra la revista satírica Charlie Hebdo y supermercado kosher en París; ataque a la sala de conciertos
Bataclan y otros cinco tiroteos simultáneos en París el 13 de noviembre de 2015; masacre en Niza el
14 de julio de 2016, y acuchillamientos y disparos indiscriminados de lobos solitarios a lo largo de 2017.
A pesar de mantener la dignidad nacional y desarrollar coherentes políticas antiterroristas, la imagen
de Hollande fue debilitándose. No fue extraño que Hollande, por primera vez en la V República, fuera
el primer presidente que renunciaba a repetir mandato.

En las elecciones presidenciales de 2017, se enfrentaron una continuidad renovada o una plural
alternativa, conformada desde perspectivas antagónicas: radicalismo populista de extrema derecha. El
hundimiento de la política tradicional se puso de manifiesto por el hecho de que a la segunda vuelta
electoral no pasaron ninguno de los dos grandes partidos que habían gobernado la Francia de la V
República, optando el electorado entre Macron y Le Pen. Al frente de un partido con menos de un año
de vida, el triunfo de Macron lo convertía en el presidente de Francia más joven desde Napoleón; la
renovación era obligada, pero tuvo mucho de restauración: desde la recuperación de la grandeur
presidencial de Gaulle o Mitterrand, a propia figura monárquica. Para completar su triunfo, Macron
convocó elecciones legislativas y su partido y aliados consiguieron la mayoría en las cámaras. Con todo
el poder republicano y una política de comunicación incisiva, Macron puso en marcha un ambicioso
programa de reformas basado en la liberalización y desregularización, sin recortar las políticas
sociales y motivando a la competitividad en todos los ámbitos y niveles. A pesar de la oposición de los
sindicatos y organizaciones sociales, los resultados han sido positivos y Francia recupera tanto el
camino del crecimiento como su protagonismo internacional.

194

También podría gustarte