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Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción adoptado por la Asamblea General de las
Naciones Unidas el 31 de octubre de 2003 y en vigor desde el 14 de diciembre de 2005. En él
se incluye, por segunda vez en un texto internacional, una mención expresa al delito de enriquecimiento ilícito15 . La presente Convención se estructura en ocho capítulos precedidos por un Preámbulo en el que, quizás con cierto catastrofismo, se pone de manifiesto la gravedad de las consecuencias que derivan de este fenómeno. Por lo que aquí interesa, hay que decir que se vuelve a insistir – como ya lo hiciera la Convención Interamericana – en los vínculos existentes entre la corrupción y otras formas de delincuencia, refiriéndose a la delincuencia organizada y a la delincuencia económica, incluido el blanqueo de dinero. Y, se da un paso más al mostrar el convencimiento de que
(C.I.C.A.D.) o las Recomendaciones del Grupo de Acción Financiera Internacional; y, ya en el
ámbito europeo, la Directiva relativa a la prevención de la utilización del sistema financiero para el blanqueo de capitales (91/398/CEE), modificada por la Directiva 2001/97/CE y derogada por la más reciente Directiva Caty Vidales Rodríguez ––––––––––––––––––––––––––––––––– 14 satisfactoria para que no se escatimen esfuerzos tendentes a identificar, confiscar, congelar, embargar o decomisar los bienes procedentes del delito concediendo, de este modo, a estas instituciones un amplio ámbito, hasta ahora desconocido y muy alejado a los que ha sido su entendimiento tradicional6 . Pese a la indudable importancia que revisten las cuestiones hasta aquí meramente enunciadas no es esta, sin embargo, la sede adecuada para su desarrollo. Por el contrario, el objeto de estudio, mucho más modesto, se limita al estudio de una figura que se enmarca en el contexto brevemente descrito y que enfatiza la necesidad de sancionar penalmente la obtención ilícita de beneficios económicos. Me refiero al delito que se conoce como enriquecimiento ilícito. Esta figura que, desde luego, ha sido objeto de una encendida polémica, resulta de incriminación obligatoria para todos aquellos países que hayan ratificado la Convención Interamericana contra la Corrupción y potestativa para los firmantes de la Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción. Eso sí, tanto en uno como en otro caso, siempre que la tipificación de tal comportamiento sea compatible, obviamente, con los principios constitucionales reconocidos por cada uno de los diferentes ordenamientos. La inclusión de esta salvedad responde a que dicha compatibilidad puede quedar en entredicho al consistir la conducta típica en obtener un incremento patrimonial sin que se justifique su lícita procedencia por parte de quien desarrolla una función pública. Es preciso advertir ya en el marco de estas consideraciones introductorias que con esta descripción del comportamiento prohibido, no debe extrañar que la mayor parte de los autores que se han ocupado del tema hayan expuesto importantes razones que muestran los reparos constitucionales que pueden hacérsele y que, en cualquier caso, permiten 2005/60/CE, relativa a la prevención de la utilización del sistema financiero para el blanqueo de capitales y para la financiación del terrorismo. 6 Además de la importancia que se le concede a este instituto por parte de todos los textos internacionales a los que se ha hecho mención, puede citarse el Convenio del consejo de Europa sobre el blanqueo, identificación, embargo y comiso de los productos del delito y, en fechas más próximas, la Decisión Marco 2001/500/JAI del Consejo de Europa, relativa al blanqueo de capitales, la identificación, seguimiento, embargo, incautación y decomiso de los instrumentos y productos del delito. ––––––––––––––––––––––––––––El Delito del Enriquecimiento Ilícito 15 afirmar, sin riesgo de caer en la exageración, que se trata de la medida más cuestionada de todas cuantas se contienen en los citados convenios7 . Puesto que, como digo, algunos argumentos a favor y en contra de la posible inconstitucionalidad de esta figura ya han sido esgrimidos, me parece innecesario insistir en los mismos y, en cambio, considero que son merecedores de atención otros aspectos que, aunque devienen secundarios respecto de tal controversia, y, precisamente por ello, han sido descuidados. De este modo, en lo que sigue, se tratarán aquellas cuestiones que, aunque, presentan una menor trascendencia, no dejan de generar problemas de aplicación práctica. Lógicamente, el hecho de que se efectúe un estudio jurídico-dogmático de este delito no significa que se justifique, o acepte sin más, la existencia de preceptos de estas características; ni tampoco su rechazo a priori. Creo que alcanzar una conclusión a este respecto es algo que no puede hacerse sino tras realizar un análisis riguroso de esta figura; sin embargo, no puedo dejar de adelantar el hallazgo de serias objeciones que vienen a unirse a las expuestas por quienes se han mostrado partidarios de su desaparición o, cuanto menos, de su imperiosa reforma. Para abordar la tarea propuesta y a fin de lograr una mayor claridad expositiva, se ha dividido el trabajo en cuatro partes. Se comienza con un capítulo dedicado al estudio, necesariamente somero, de los principales instrumentos internacionales que acogen esta figura. El segundo capítulo va referido al tratamiento jurídico-penal que se le ha dispensado a esta modalidad delictiva por parte de los distintos ordenamientos nacionales y en él se alojan las cuestiones relativas a la determinación del bien jurídico protegido, la conducta típica, los sujetos, las formas de aparición y, como no podía ser de otra forma, las consecuencias jurídicas derivadas de la realización de tal comportamiento. En tercer lugar, se incluye una referencia al Derecho colombiano que está justificada por el hecho de que es el único país en el que merece una sanción penal el enriquecimiento ilícito cometido por particulares. Finalmente, se dedica un apartado a exponer las principales conclusiones alcanzadas, así como las valoraciones críticas que merece este delito con el único fin de mantener un debate que, si bien nunca se ha dado por cerrado, recobra especial importancia en momentos como el actual en los que frente a la nueva política criminal que va abriéndose paso, se impone 7 Al respecto, han señalado RICO y SALAS que se trata de la forma delictiva que mayor controversia ha causado. RICO, J. M. y SALAS, L., La corrupción pública en América Latina. Manifestaciones y mecanismos de control. Center for the Administration of Justice. Florida International University. Miami, 1996, p. 78. Caty Vidales Rodríguez ––––––––––––––––––––––––––––––––– 16 reivindicar una vuelta a los principios y garantías que caracterizan un Derecho penal liberal. ––––––––––––––––––––––––––––El Delito del Enriquecimiento Ilícito 17 II.- EL DELITO DE ENRIQUECIMIENTO ILÍCITO EN EL MARCO NORMATIVO INTERNACIONAL 1. LA CONVENCIÓN INTERAMERICANA CONTRA LA CORRUPCIÓN La primera referencia al delito de enriquecimiento ilícito la encontramos en un texto cuya cita deviene absolutamente obligatoria si atendemos no sólo a este motivo, sino que, además, es pionera al constituir una llamada de atención en el ámbito internacional sobre un fenómeno que, hasta entonces, había merecido únicamente una respuesta – y, no plenamente satisfactoria – por parte de las diferentes legislaciones nacionales. Me refiero a la Convención Interamericana contra la Corrupción de la Organización de los Estados Americanos, firmada en Caracas, el 29 de marzo de 1996 y en vigor desde el 6 de marzo de 1997. La importancia de la misma es fundamental por cuanto que se trata del primer instrumento que sienta las bases de la cooperación entre países con el fin de prevenir, detectar y sancionar la corrupción en el ejercicio de las funciones públicas. Ello obedece a que, como queda reflejado en el Preámbulo, ―la corrupción socava la legitimidad de las instituciones públicas, atenta contra la sociedad, el orden moral y la justicia, así como contra el desarrollo integral de los pueblos‖. Es, precisamente, la magnitud de tales consecuencias y la constatación de la trascendencia internacional que, en ocasiones, presenta lo que justifica la cooperación entre todos los países; de ahí el convencimiento de que, sin esa acción coordinada, todo intento por combatir eficazmente la corrupción será baldío. Por importantes que sean las razones apuntadas, no son las únicas. En efecto, tampoco se esconde que la corrupción es uno de los instrumentos que utiliza la criminalidad organizada con la finalidad de materializar sus propósitos y, por último, queda asimismo patente la preocupación que despierta la existencia de vínculos entre esta manifestación de la delincuencia y los ingresos provenientes del tráfico ilícito de estupefacientes. Esta inquietud, sin embargo, no es novedosa; de ella ya quedó constancia en la Convención de Naciones Unidas contra el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas, firmada en Viena el 20 de Caty Vidales Rodríguez ––––––––––––––––––––––––––––––––– 18 diciembre de 1988. En aquella ocasión se reconoció la existencia de relaciones entre el tráfico ilícito de drogas y otras actividades delictivas organizadas que ―socavan las economías lícitas y amenazan la estabilidad, la seguridad y la soberanía de los Estados‖. Es más, las Partes confesaron entonces ser ―conscientes de que el tráfico ilícito genera considerables rendimientos financieros y grandes fortunas que permiten a las organizaciones delictivas transnacionales invadir, contaminar y corromper las estructuras de la administración pública, las actividades comerciales y financieras lícitas y la sociedad en todos sus niveles‖8 . No debe extrañar, por tanto, que uno de los principales objetivos de aquel texto fuera la privación del producto de las actividades delictivas a través de un régimen especial de comiso y, fundamentalmente, a través de la sanción penal del delito de blanqueo o lavado de capitales procedentes del tráfico de drogas9 . Este último aspecto tampoco se descuida en el texto que ahora se comenta por cuanto que una de las tres definiciones contenidas en el artículo I va referida a los bienes y, asimismo, el artículo XV contiene las medidas que deben adoptarse sobre los bienes, sin que el secreto bancario suponga un óbice. Ahora bien, sin duda, el dato más relevante en este sentido es la tipificación del delito de enriquecimiento ilícito pero, antes de ocuparme de él, conviene hacer una breve mención del resto de medidas que se contemplan. Así, y comenzando por los objetivos que se persiguen, estos se centran en la adopción de mecanismos tendentes a prevenir, detectar, sancionar y erradicar la corrupción y, asimismo, a promover, facilitar y regular la cooperación entre los Estados con el fin de asegurar la eficacia de las medidas y acciones para prevenir, detectar, sancionar y erradicar los actos de corrupción en el ejercicio de las funciones públicas y los actos de corrupción vinculados a tal ejercicio. Para ello, además de establecer una serie de medidas preventivas y concretar la prestación de asistencia y